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La guerra supuso un enfrentamiento tanto militar como político, pues los españoles se
dividieron en dos bandos opuestos:
- Afrancesados: el nuevo rey, José I Bonaparte, fue apoyado por una minoría de
ilustrados (Moratín) que estimaron que el cambio dinástico posibilitaba una modernización de
España gradual y pacífica, sin sobresaltos revolucionarios. Para satisfacer estas aspiraciones
reformistas, José I promulgó en 1808 el Estatuto de Bayona, que liquidó las bases del Antiguo
Régimen (supresión del régimen feudal y la Inquisición; reconocimiento de principios como la
igualdad ante la ley, la libertad económica o la libre propiedad).
- Patriotas: el rechazo a José I y el apoyo a los derechos de Fernando VII al trono fue
generalizado entre la población española. Sin embargo, los patriotas estaban divididos en dos
grupos ideológicamente opuestos, enfrentados primero en las Juntas y después en las Cortes
de Cádiz:
Al estallar el conflicto los patriotas se organizaron en Juntas locales (en las que estaban
representados todos los grupos sociales). Estas Juntas fueron las encargadas de gobernar el
territorio y dirigir la guerra ante la parálisis de la Junta* Suprema de Gobierno, inoperante ante
la ausencia del rey. Para coordinarse, las Juntas locales nombraron una Junta Central Suprema
(septiembre, 1808), que asumió el poder en nombre del rey Fernando VII.
Los diputados de las Cortes, entre los que se incluían delegados americanos y filipinos,
procedían del clero, nobleza y burguesía (sin ningún representante de las clases populares). Los
diputados no se agrupaban en partidos, pero pronto se distinguieron tres grupos:
En las Cortes había mayoría de diputados liberales debido a que la guerra impidió que
numerosos representantes provinciales de nobleza y clero pudieran llegar a Cádiz, siendo
sustituidos por naturales de sus regiones que se encontraban en la ciudad y que en su mayoría
eran comerciantes de tendencia liberal.
Las Cortes de Cádiz, controladas por los liberales, aprovecharon la ausencia del rey
para aprobar el 19 de marzo de 1812 una constitución (conocida como la Pepa por la fecha de
su aprobación ) claramente revolucionaria, que establecía la soberanía nacional dentro una
monarquía parlamentaria.
→ Legislativo: había una sola cámara. El Gobierno (presidido por el rey) y las
Cortes compartían la facultad de proponer leyes, si bien eran las Cortes las que las
aprobaban o rechazaban.
La Constitución tuvo una vigencia muy breve ya que la guerra impidió su aplicación
efectiva, y cuando el conflicto terminó y Fernando VII regresó, la abolió para restaurar el
absolutismo. Además, la consolidación de la Constitución se vio dificultada por la falta de
apoyos sociales: nobleza y clero estaban en contra, la burguesía urbana era un grupo
minoritario y los campesinos no percibieron las ventajas del régimen liberal.