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C.

DARWIN

EL ORIGEN DE
LAS ESPECIES
POR MEDIO DE
LA SELECCIÓN NATUR AL
TOMO I

LA TRADUCCION DEL INGLÉS HA SIDO


HECHA POR ANTONIO DE ZULUETA

MADRID
1921
C . DA RW I N

INTRODUCCIÓN

Cuando estaba como naturalista a bordo del Beagle, buque de la


marina real, me impresionaron mucho ciertos hechos que se presentan
en la distribución geográfica de los seres orgánicos que viven en Amé-
rica del Sur y en las relaciones geológicas entre los habitantes actuales
y los pasados de aquel continente. Estos hechos, como se verá en los
últimos capítulos de este libro, parecían dar alguna luz sobre el origen
de las especies, este misterio de los misterios, como lo ha llamado uno
de nuestros mayores filósofos. A mi regreso al hogar ocurrióseme en
1837 que acaso se podría llegar a descifrar algo de esta cuestión acu-
mulando pacientemente y reflexionando sobre toda clase de hechos
que pudiesen tener quizá alguna relación con ella. Después de cinco
años de trabajo me permití discurrir especulativamente sobre esta ma-
teria y redacté unas breves notas; éstas las amplié en 1844, formando
un bosquejo de las conclusiones que entonces me parecían probables.
Desde este período hasta el día de hoy me he dedicado invariablemen-
te al mismo asunto; espero que se me pueda excusar el que entre en
estos detalles personales, que los doy para mostrar que no me he pre-
cipitado al decidirme.
Mi obra está ahora (1859) casi terminada; pero como el completarla
me llevará aún muchos años y mi salud dista de ser robusta, he sido
instado, para que publicase este resumen. Me ha movido, especialmen-
te a hacerlo el que míster Wallace, que está actualmente estudiando la
historia natural del Archipiélago Malayo, ha llegado casi exactamente
a las mismas conclusiones generales a que he llegado yo sobre el origen
de las especies. En 1858: me envió una Memoria sobre este asunto,
con ruego de que la transmitiese a sir Charles Lyell, quien la envió a la
Linnean Society y está publicada en el tercer tomo del Journal de esta
Sociedad. Sir C. Lyell y el doctor Hooker, que tenían conocimiento de
mi trabajo, pues este último había leído mi bosquejo de 1844, me hon-
raron, juzgando, prudente publicar, junto con la excelente Memoria de
míster Wallace, algunos breves extractos de mis manuscritos.
Este resumen que publico ahora tiene necesariamente que ser im-
perfecto. No puedo dar aquí referencias y textos en favor de mis diver-
sas afirmaciones, y tengo que contar con que el lector pondrá alguna
confianza en mi exactitud. Sin duda se habrán deslizado errores, aun-

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que espero que siempre he sido prudente en dar crédito tan sólo a bue-
nas autoridades. No puedo dar aquí más que las conclusiones generales
a que he llegado con algunos; hechos como ejemplos, que espero, sin
embargo, serán suficientes en la mayor parte de los casos. Nadie puede
sentir más que yo la necesidad de publicar después detalladamente, y
con referencias, todos los hechos sobre que se han fundado mis con-
clusiones, y que espero hacer esto en una obra futura; pues sé perfec-
tamente que apenas se discute en este libro un solo punto acerca del
cual no puedan aducirse hechos que con frecuencia llevan, al parecer,
a conclusiones directamente opuestas a aquellas a que yo he llegado.
Un resultado justo puede obtenerse sólo exponiendo y pesando per-
fectamente los hechos y argumentos de ambas partes de la cuestión, y
esto aquí no es posible.
Siento mucho que la falta de espacio me impida tener la satisfacción
de dar las gracias por el generoso auxilio que he recibido de muchísi-
mos naturalistas, a algunos de los cuales no conozco personalmente.
No puedo, sin embargo, dejar pasar esta oportunidad sin expresar mi
profundo agradecimiento al doctor Hooker, quien durante los últimos
quince años me ha ayudado de todos los modos posibles, con su gran
cúmulo de conocimientos y su excelente criterio.
Al considerar el origen de las especies se concibe perfectamente que
un naturalista, ref lexionando sobre las afinidades mutuas de los seres
orgánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográ-
fica, sucesión geológica y otros hechos semejantes, puede llegar a la
conclusión de que las especies no han sido independientemente crea-
das, sino que han descendido, como las variedades, de otras especies.
Sin embargo, esta conclusión, aunque estuviese bien fundada, no sería
satisfactoria hasta tanto que pudiese demostrarse cómo las innumera-
bles especies que habitan el mundo se han modificado hasta adquirir
esta perfección de estructuras y esta adaptación mutua que causa, con
justicia, nuestra admiración. Los naturalistas continuamente aluden
a condiciones externas, tales como clima, alimento, etc., como la sola
causa posible de variación. En un sentido limitado, como veremos
después, puede esto ser verdad; pero es absurdo atribuir a causas pura-
mente externas la estructura, por ejemplo, del pájaro carpintero, con
sus patas, cola, pico y lengua tan admirablemente adaptados para cap-
turar insectos bajo la corteza de los árboles. En el caso del muérdago,

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que saca su alimento de ciertos árboles, que tiene semillas que necesi-
tan ser transportadas por ciertas aves y que tiene f lores con sexos se-
parados que requieren absolutamente la mediación de ciertos insectos
para llevar polen de una f lor a otra, es igualmente absurdo explicar la
estructura de este parásito y sus relaciones con varios seres orgánicos
distintos, por efecto de las condiciones externas, de la costumbre o de
la voluntad de la planta misma.
Es, por consiguiente, de la mayor importancia llegar a un juicio
claro acerca de los medios de modificación y de adaptación mutua.
Al principio de mis observaciones me pareció probable que un estu-
dio cuidadoso de los animales domésticos y de las plantas cultivadas
ofrecería las mayores probabilidades de resolver este obscuro proble-
ma. No he sido defraudado: en éste y en todos los otros casos dudosos
he hallado invariablemente que nuestro conocimiento, aun imperfecto
como es, de la variación en estado doméstico proporciona la guía me-
jor y más segura. Puedo aventurarme a manifestar mi convicción so-
bre el gran valor de estos estudios, aunque han sido muy comúnmente
descuidados por los naturalistas.
Por estas consideraciones, dedicaré el primer capítulo de este resu-
men a la variación en estado doméstico. Veremos que es, por lo menos,
posible una gran modificación hereditaria, y, lo que es tanto o más
importante, veremos cuán grande es el poder del hombre al acumular
por su selección ligeras variaciones sucesivas. Pasaré luego a la varia-
ción de las especies en estado natural pero, desgraciadamente, me veré
obligado a tratar este asunto con demasiada brevedad, pues sólo pue-
de ser tratado adecuadamente dando largos catálogos de hechos. Nos
será dado, sin embargo, discutir qué circunstancias son más favorables
para la variación. En el capítulo siguiente se examinará la lucha por la
existencia entre todos los seres orgánicos en todo el mundo, lo cual se
sigue inevitablemente de la elevada razón geométrica de su aumento.
Es ésta la doctrina de Malthus aplicada al conjunto de los reinos ani-
mal y vegetal. Como de cada especie nacen muchos más individuos de
los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por
la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por
débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las com-
plejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor proba-
bilidad de sobrevivir y de ser así naturalmente seleccionado. Según el

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poderoso principio de la herencia, toda variedad seleccionada tenderá


a propagar su nueva y modificada forma.
Esta cuestión fundamental de la selección natural será tratada con
alguna extensión en el capítulo IV, y entonces veremos cómo la selec-
ción natural produce casi inevitablemente gran extinción de formas
de vida menos perfeccionadas y conduce a lo que he llamado diver-
gencia de caracteres. En el capítulo siguiente discutiré las complejas y
poco conocidas leyes de la variación. En los cinco capítulos siguientes
se presentarán las dificultades más aparentes y graves para aceptar la
teoría; a saber: primero, las dificultades de las transiciones, o cómo un
ser sencillo o un órgano sencillo puede transformarse y perfeccionarse,
hasta convertirse en un ser sumamente desarrollado o en un órgano
complicadamente construido; segundo, el tema del instinto o de las
facultades mentales de los animales; tercero, la hibridación o la este-
rilidad de las especies y fecundidad de las variedades cuando se cru-
zan; y cuarto, la imperfección de la crónica geológica. En el capítulo
siguiente consideraré la sucesión geológica de las series en el tiempo;
en los capítulos XII y XIII, su clasificación y afinidades mutuas, tanto
de adultos como en estado embrionario. En el último capítulo daré un
breve resumen de toda la obra, con algunas observaciones finales.
Nadie debe sentirse sorprendido por lo mucho que queda todavía
inexplicado respecto al origen de las especies y variedades, si se hace
el cargo debido de nuestra profunda ignorancia respecto a las relacio-
nes mutuas de los muchos seres que viven a nuestro alrededor. ¿Quién
puede explicar por qué una especie se extiende mucho y es numerosísi-
ma y por qué otra especie afín tiene una dispersión reducida y es rara?
Sin embargo, estas relaciones son de suma importancia, pues determi-
nan la prosperidad presente y, a mi parecer, la futura fortuna y varia-
ción de cada uno de los habitantes del mundo. Todavía sabemos menos
de las relaciones mutuas de los innumerables habitantes de la tierra
durante las diversas épocas geológicas pasadas de su historia. Aunque
mucho permanece y permanecerá largo tiempo obscuro, no puedo,
después del más ref lexionado estudio y desapasionado juicio de que
soy capaz, abrigar duda alguna de que la opinión que la mayor parte de
los naturalistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mantuve ante-
riormente -o sea que cada especie ha sido creada independientemente-,
es errónea. Estoy completamente convencido de que las especies no

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son inmutables y de que las que pertenecen a lo que se llama el mismo


género son descendientes directos de alguna otra especie, generalmen-
te extinguida, de la misma manera que las variedades reconocidas de
una especie son los descendientes de ésta. Además, estoy convencido
de que la selección natural ha sido el medio más importante, pero no
el único, de modificación.

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