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Philip Marlowe en la Universidad.

Estudios sobre género negro


À. Martín Escribà y J. Sánchez Zapatero (eds.), Dyckinson, 2023
pp. 99-107

MOSSOS, ERTZAINAS Y FORALES, NUEVAS POLICÍAS EN LA NOVELA


NEGRA ESPAÑOLA

Miguel José IZU BELLOSO

1. AL PRINCIPIO

El origen de la policía española se suele datar en 1824; por real cédula se establece la
Superintendencia General de la Policía del Reino, subordinada al ministro de Gracia y
Justicia. En 1829 se crea en el Ministerio de Hacienda el Cuerpo de Carabineros del
Reino, para vigilar fronteras y perseguir el contrabando (será absorbido por la Guardia
Civil en 1940). En 1844 se reorganiza el ramo de Protección y Seguridad y se crea, con
organización militar, el Cuerpo de Guardias Civiles, que actuará sobre todo en las zonas
rurales que entonces abarcaban a la inmensa mayoría del país en superficie y población;
poco más tarde se organizan otros dos cuerpos civiles que actuarán en las ciudades, el de
Seguridad, con agentes uniformados, y el de Vigilancia, dedicado a la policía judicial. En
1932 se les rebautiza como cuerpos de Seguridad y Asalto y de Investigación y Vigilancia
y, tras la guerra civil de 1936-1939, como Policía Armada y Cuerpo General de Policía;
en 1978 como Policía Nacional y Cuerpo Superior de Policía, unificados en 1986 en el
actual Cuerpo Nacional de Policía. También desde mediados del siglo XIX los
ayuntamientos van creando los cuerpos de Guardia Urbana o Policía Municipal .

Las primeras novelas policíacas españolas donde, sobre el modelo británico o francés,
aparecen policías que investigan crímenes ⸺dejamos aparte los detectives privados⸺,
reclutan a sus protagonistas en el antiguo cuerpo de Vigilancia. Luis Fernández-Vior en
Un crimen en barrios bajos (1925) sitúa como narrador a un anónimo agente de la
comisaría del distrito de La Inclusa de Madrid; E.C. Delmar (seudónimo de Julián Amich
Bert) en su trilogía El secreto del contador de gas (1932), Piojos grises (1936) y La
tórtola de la puñalada (1937) narra las andanzas del inspector Venancio Villabaja, de la
Brigada de Investigación Criminal de Barcelona. A policías de esta misma unidad retrata
Tomás Salvador en El charco (1953), mientras que Rafael Tasis en La Bíblia valenciana

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(1955), És hora de plegar (1956) y Un crim al Paral·lel (1960) sigue a Jaume Vilagut,
comisario del distrito de la Catedral de Barcelona. Hacia el final de la dictadura franquista
la mirada sobre los policías se volverá más crítica. En Prótesis (1980) Andreu Martín
retrata a Salvador Gallego, violento inspector de una comisaría de Barcelona expulsado
por resultar demasiado brutal incluso en la dictadura. Francisco González Ledesma da
vida al nostálgico inspector Ricardo Méndez, policía de la vieja escuela en la Barcelona
del postfranquismo, en varios relatos y nueve novelas a partir de Las calles de nuestros
padres (1984).

Tardarán en aparecer protagonistas de la Guardia Civil, quizás porque la novela policíaca


se ha desarrollado sobre todo en ámbitos urbanos. Hoy abundan las novelas con
personajes de la Benemérita; el ejemplo más notorio es la saga de las doce novelas de
Lorenzo Silva protagonizadas por Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro cuya primera
aparición es en El lejano país de los estanques (1998), y que han sido objeto de varias
adaptaciones cinematográficas. Y entre otros autores, cabe mencionar la serie de cuatro
novelas de María Oruña abierta por Puerto escondido (2015) con Valentina Redondo,
teniente de la Comandancia de Cantabria; la saga del cabo del puesto de Corcubión José
Souto, alias Holmes, iniciada en El rompecabezas del cabo Holmes (2018) de Carlos
Laredo; o la serie abierta por Inés Plana con Morir no es lo que más duele (2018) con otra
pareja de detectives de la Guardia Civil, el teniente Julián Tresser y el cabo Guillermo
Coira. Más raro ha sido que los protagonistas procedieran de la policía local por sus
limitadas funciones en materia criminal; la excepción más señera es la de Plinio, jefe de
la Guardia Municipal de Tomelloso, creado por Francisco García Pavón y cuyas primeras
apariciones son en los relatos El Quaque (1953) y Los carros vacíos (1965); otro ejemplo
es Torn de Nit (2012), de Agustí Vehí, que sigue las hilarantes aventuras de la policía
local de un ficticio municipio del Ampurdán.

En las últimas tres décadas se ha hecho cada vez más habitual que los detectives de ficción
provengan de las policías autonómicas. En 2008 el Departamento de Interior catalán, con
el grupo editorial RBA, establece el premio de novela Crímenes de Tinta; el género se
revela como un buen instrumento de comunicación y propaganda de los cuerpos
policiales.

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2. LOS ERTZAINAS

La policía autonómica del País Vasco o Ertzaintza se crea por el Estatuto de Autonomía
de 1979, sobre un breve precedente de 1936. En 1980 se aprueba una plantilla inicial de
500 policías que ha ido creciendo hasta los 8.000 actuales; entra en funcionamiento en
1982 y se despliega territorialmente entre 1984 y 1995.

La primera novela policíaca vasca, Hamabost egun Urgainen (1955), de José Antonio
Loidi, presenta a Martín Garaidiri, detective privado al estilo anglosajón, en aquel tiempo
los policías no tenían buena prensa; la Ertzaintza nacerá con mejor imagen. Uno de los
primeros novelistas en presentar a ertzainas como protagonistas es el bilbaíno José Javier
Abasolo. En Lejos de aquel instante (1997) y Hollywood Bilbao (2004) sigue las andanzas
de Iñaki Artetxe, exagente expulsado por haber dado cobijo a un amigo que resultó ser
miembro de ETA reconvertido en detective privado; en El aniversario de la
independencia (2006) los protagonistas son dos inspectores en activo, Jokin Etxaniz y
Alex Pedrosa, y en Heridas permanentes (2007) el agente Jon Aldekoa; pero su personaje
más conocido es Mikel Goikoetxea, alias Goiko, ertzaina que tuvo que pedir la excedencia
por ser acusado falsamente de un delito y, reconvertido en investigador privado,
protagoniza cinco novelas a partir de Pájaros sin alas (2010). Entre las primeras novelas
donde aparece una investigación de la Ertzaintza están la fantástico-policial El inquilino
del balneario de Orduña (2006), de José Luis Urrutia, Entre ceja y ceja (2008), de Luis
Beroiz, o Arrain abisalak (2009), de los hermanos Xabier y Martin Etxeberria.

Tras la desaparición del terrorismo de ETA, peliagudo y doloroso tema ya presente en


algunas de las novelas citadas, se multiplican las historias con miembros de la Ertzaintza,
con frecuencia sagas enteras entre las que podemos destacar la trilogía de la escritora
barcelonesa, afincada en San Sebastián, Laura Balagué, protagonizada por la muy
juiciosa, familiar y sosegada oficial Carmen Arregui, destinada en la capital guipuzcoana,
iniciada por Las pequeñas mentiras (2015). La irunesa Noelia Lorenzo Pino es creadora
de la pareja compuesta por la agente Eider Chassereau y el suboficial Jon Ander Macua
que trabajan en la comisaría de la Ertzaintza de Oiartzun y se suelen mover entre San
Sebastián y la frontera con Francia, que han aparecido, por el momento, en cinco novelas
a partir de La sirena roja (2015). La vitoriana Eva García Sáenz de Urturi es autora de la
exitosa «trilogía de la ciudad blanca» (luego tetralogía) ambientada en su ciudad natal e
iniciada por El silencio de la ciudad blanca (2016), protagonizada por los inspectores

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(empleo que no existe en la Ertzaintza, solo en la ficción) Unai López de Ayala, alias
Kraken, y Estíbaliz Ruiz de Gauna. La primera entrega de la serie fue llevada al cine en
2019 bajo la dirección de Daniel Calparsoro. Y citaremos otra saga más, la protagonizada
por el subcomisario Vicente Parra, del cocinero y escritor donostiarra Xabier Gutiérrez,
tramas policíacas con toques gastronómicos, que comprende cuatro novelas a partir de El
aroma del crimen (2015).

Otros autores que retratan a la Ertzaintza en sus novelas, además de los que se citarán
después, son Juan Infante, Idoia Garzes, Jon Arretxe, Javier Maura, Juan Carlos Pérez
Álvarez, Adrián Martín Ceregido, Álex Oviedo, Aritza Bergara, Verónica García-Peña,
Fran Santana, Txema Arinas, Joaquín Lloréns, Ricardo Alías, Julio García Llopis, Manuel
Torres, Tania S. Aguilar, Iñaki Miró, Gemma Herrero Virto, Jabi Elortza, Oier Santos,
Fernando García o Jesús María Sáez.

3. LOS MOSSOS

Los antiguos Mozos de Escuadra, surgidos en el siglo XVIII, eran un cuerpo militar que
en períodos de paz cumplían funciones de guarderío rural. Pasaron a depender de la
Diputación de Barcelona en 1880; durante la II República dependen de la Generalidad,
de nuevo de la Diputación en 1950 y en 1980, ya desmilitarizados, se vuelven a transferir
a la reinstaurada Generalidad. El Estatuto de Autonomía de 1979 preveía la creación de
una policía autonómica y se hizo por ley en 1983 tomando como núcleo inicial a los
antiguos Mozos, dándole el nombre oficial de Policia de la Generalitat-Mossos
d'Esquadra. Crece desde el centenar de miembros hasta los actuales 17.000 y se despliega
por el territorio catalán entre 1995 y 2008.

Una de sus primeras apariciones novelísticas es en L’abominable crim de l’Alsina Graells


(1999), de Pep Coll, con el inspector Sergi Massanés, jefe de la policía judicial de Lleida,
que ha de enfrentarse a un conflicto de competencias con la Guardia Civil. Entre los
muchos mossos de ficción citaremos al individualista e indisciplinado subinspector Emili
Espinosa, exguardia civil valenciano que vive en Tarragona y aparece en seis novelas a
partir de La taca negra (2007), de Salvador Balcells; al incrédulo sargento Victor
Fabregas que debe investigar un asesinato aparentemente satánico en Sant Feliu de
Guíxols, en Mas líbranos del mal (2010), de José M. Ortega Melero; al terco inspector

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Héctor Salgado, argentino asentado en Barcelona, en una saga de tres novelas que se
inicia con El verano de los juguetes muertos (2011), de Toni Hill; al desastrado y
atormentado inspector Milo Malart, de Aro Sáinz de la Maza, en otra trilogía iniciada con
El asesino de La Pedrera (2012); a la independiente y enérgica inspectora Mina Fuster,
que trabaja en la comisaría del Camp de Tarragona, creada por Margarida Aritzeta y que
protagoniza, además de algunos relatos, cuatro novelas desde L’amant xinès (2015); al
deslenguado sargento Joan Puig y su compañero el mujeriego cabo Roberto Martínez que
aparecen en Como alas de mariposa (2017), de J. C. Márquez; a Melchor Marín, de la
comisaría de Gandesa, exdelincuente reformado y lector empedernido, protagonista de
tres novelas a partir de Terra Alta (2019), de Javier Cercas. El sentimental sargento Toni
Campillo y el agresivo cabo César Lobato son los personajes principales de Las lágrimas
del caimán (2021), de Susana Hernández.

La nómina de escritores que hacen desfilar a los mossos por sus novelas resulta amplia:
Jordi de Manuel, Graziella Moreno, Jordi Martí Vidal, Maria Rosa Nogué, Paco F.
Moriñigo, Abraham Aguilar, Montse Pou, Carme Riera, Miquel Esteve Valldepérez,
Màrius Serra, Juli Alandes, Octavi Pina, Lluís Llort, Josep Torrent, Mario Gómez
Giménez, Andrés Oller Domínguez y un largo etcétera. Algunos autores cuyos
protagonistas pertenecen a otros cuerpos policiales también les hacen aparecer en sus
historias. En La marca del meridiano (2012), de Lorenzo Silva, Bevilacqua y Chamorro
deben acudir a Cataluña y trabajar codo a codo con el intendente Riudavets y la sargento
Balderas de los Mossos. En Mi querido asesino en serie (2017), de Alicia Giménez
Bartlett, la inspectora Petra Delicado y su compañero Fermín Garzón tienen que ponerse,
a su pesar, a las órdenes del joven y brillante inspector Roberto Fraile.

4. LOS FORALES

La Policía Foral es creada por la Diputación Foral de Navarra en 1928, aunque con otro
nombre, Cuerpo de Policías de Carreteras, para vigilar la circulación de vehículos y los
impuestos provinciales. En 1964 se reorganiza, amplía sus funciones y recibe su actual
nombre aunque sigue siendo un cuerpo muy reducido: 27 miembros en 1966, 60 en 1975.
Su verdadero desarrollo, incluyendo la asunción de funciones de investigación criminal,
no llega hasta después de la Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del

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Régimen Foral de Navarra de 1982, que supone su transformación de policía provincial


en policía autonómica. En 1986 la plantilla se fija en 133 policías, en 1991 son 268 y llega
hasta los 1.076 policías actuales, con un despliegue territorial realizado entre 1994 y 2007.

El primer autor en incluir a los forales en sus novelas es el pamplonés Alberto Ladrón
Arana, que escribe en euskera. En un inicio los policías forales, en particular el antipático
inspector Armentia, aparecen como secundarios en Arotzaren eskuak (2006), traducida al
castellano con el título de Las manos del carpintero (2013), Ahaztuen mendekua (2009)
y Zer barkaturik ez (2011), en castellano Nada que perdonar (2014). Posteriormente, la
protagonista habitual de sus historias es la tenaz e idealista inspectora Leire Asiain, que
hasta el momento ha protagonizado cinco novelas: Harrian mezua (2014), Gezurren
basoa (2016), Jainkoen zigorra (2017), Film zaharren kluba (2018) y Mendekuaren hazia
(2021).

La aparición literaria más relevante de la Policía Foral es en la exitosa «trilogía del


Baztan» de la escritora donostiarra, afincada en Navarra, Dolores Redondo, iniciada por
El guardián invisible (2013), a la que posteriormente se añadió una precuela, La cara
norte del corazón (2019), protagonizada por la inspectora Amaia Salazar, oriunda del
valle del Baztan, en las que se mezclan sus recuerdos y conflictos familiares con leyendas
de la mitología vasca y tramas criminales. El éxito de la trilogía ha llevado a su adaptación
al cine en tres largometrajes dirigidos por Fernando González Molina entre 2017 y 2020.

Laura Pérez de Larraya, escritora pamplonesa, en Cuando los ángeles caen (2014) narra
las aventuras de una pareja compuesta por una paleontóloga y el comisario Adrián Torres,
unidos a raíz de la aparición de un cadáver y de una misteriosa pluma cerca de una
excavación en las Bardenas Reales. El tafallés Juan Carlos Berrio Zaratiegui presenta
como protagonista al inspector Abel Marin en El vuelo del cormorán (2015) y Bastan
cinco minutos (2021), novelas que mezclan crímenes con el ambiente político navarro y
tramas de corrupción económica. Aunque la protagonista de La fábrica de sombras
(2016), del donostiarra Ibon Martín, ambientada en las ruinas de la fábrica de armas de
Orbaizeta, es la escritora Leire Altuna, tiene un papel relevante el inspector Igor Eceiza
de la Policía Foral. Homicidium (2019), de Jerusalem Elizondo, tiene como personaje
principal a Clara Schäfer, novata investigadora recién incorporada a la Policía Foral que
se enfrenta a un asesinato en el yacimiento arqueológico de una ciudad romana. Nagore
Suárez, escritora madrileña con raíces navarras, en La música de los huesos (2020) sitúa

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como protagonista a una periodista que se topa con un cadáver enterrado en el jardín de
su casa en un pueblo de la Ribera y está acompañada por el subinspector Gabriel Palacios
con el que iniciará una relación sentimental; ambos reaparecen en El ritual de los muertos
(2021). Juan Yanni (seudónimo de autor desconocido) en Culpa (2021), que arranca con
un crimen en el Camino de Santiago, plantea una trama de abusos sexuales infantiles y
corrupción investigada por la atractiva, atlética y sagaz inspectora Idoia Iturri de la Policía
Foral, que en su siguiente libro, Alma (2021), se ha trasladado a Madrid y a la Policía
Nacional.

El autor de estas líneas lo es también de La habitación de Vanderford (2022), que cuenta


con un trío de narradores, el inspector Nicolás Adánez y la subinspectora Renata Ibáñez,
de la Policía Foral, y un profesor de literatura norteamericano de visita en los sanfermines.
Han de investigar un asesinato cometido en un hotel, en la habitación de Hemingway, que
podría estar relacionado con las visitas del escritor a Pamplona muchos años atrás.

5. LA GUANCHANCHA

El Cuerpo General de Policía Canaria, popularmente conocido como la Guanchancha, fue


creado en 2008 y entró en funcionamiento en 2010 con una primera promoción de 100
agentes. La crisis económica de la época y las limitaciones presupuestarias impidieron el
desarrollo previsto. Con tan escasa dotación de personal no ha podido desplegarse por el
archipiélago ni asumir apenas funciones y ha sido objeto de frecuentes críticas sobre el
despilfarro que suponía contar con una policía poco más que decorativa. Por fin, a partir
de 2017 se hacen sucesivas convocatorias de ingreso y está previsto alcanzar los 300
efectivos en 2022. Dadas estas circunstancias y su escasa dedicación a la investigación
criminal, por ahora la policía guanche es el único cuerpo autonómico ausente de la novela
negra pese a la existencia de una buena cantidad de autores de este género en las islas.

6. ALGUNAS NOTAS CARACTERÍSTICAS

No se puede decir que el hecho de ser protagonizadas por miembros de las policías
autonómicas dote a las novelas que hemos ido citando de propiedades distintas respecto
de las que tienen como personajes principales a los de otros cuerpos. Pero sí que en

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aquellas se muestran intensificados o resultan particularmente visibles algunos de los


rasgos que ha adquirido la novela policíaca española del siglo XXI.

La ubicación tradicional de las historias criminales era la gran ciudad, en España


especialmente Barcelona y Madrid, por ese orden. En las últimas décadas los escenarios
de las novelas policíacas se han descentralizado, llegando a cualquier punto de la
geografía e incluyendo zonas rurales y parajes aislados. Este hecho se potencia aún más
con las policías autonómicas, que desde su creación se despliegan por todo el territorio
de su respectiva comunidad. Los escritores del género se suelen ocupar de la descripción
de poblaciones, ambientes, peculiaridades culturales y personajes que en otros tiempos
difícilmente hubiesen aparecido en novelas criminales.

Otro hecho notorio es la abundancia de personajes femeninos. Los cuerpos policiales


fueron en origen exclusivamente masculinos; las mujeres tuvieron vedado el ingreso hasta
1978 en el Cuerpo Superior de Policía y hasta 1988 en la Guardia Civil; las policías
autonómicas, proscrita la discriminación por la Constitución de 1978, han admitido
mujeres desde su inicio. Tales circunstancias han tenido su traslado a la ficción; los
policías de novela han sido tradicionalmente hombres y, con mucha frecuencia,
marcadamente machistas, pero esto ha venido cambiando en las últimas décadas. En la
literatura negra han aparecido muchas mujeres policía, tantas que probablemente hoy
estén sobrerrepresentadas si las comparamos con una realidad en la que en los cuerpos
policiales todavía siguen predominando los hombres; hay en torno a un 12 % de mujeres
en el Cuerpo Nacional de Policía y la Ertzaintza, el 21 % en los Mossos, el 9 % en la
Policía Foral y solo el 7 % en la Guardia Civil. Entre las precursoras es inevitable citar a
la inspectora Petra Delicado, de Alicia Giménez Bartlett, nace con Ritos de muerte (1996),
seguida por muchas más. Ya hemos mencionado unos cuantos ejemplos de novelas
protagonizadas por mujeres de las policías autonómicas y podemos citar más; en la
Ertzaintza, a la suboficial Felicidad Olaizola, de Javier Otaola (Brocheta de carne, 2003;
As de espadas, 2009), la oficial Itziar Elcoro y la suboficial Arantza Rentería, de Javier
Sagastiberri (El asesino de reinas, 2016; Perversidad, 2017; Un dios ciego, 2018; Una
tumba sin nombre, 2019), la suboficial Ane Cestero, de Ibon Martín (El último akelarre,
2016; La jaula de sal, 2017; La danza de los tulipanes, 2019; La hora de las gaviotas,
2021), la comisaria Julieta Laborda, de Amaia Manzisidor (Bilbao, Expediente 406, 2013;
Urdaibai sangriento, 2017), la oficial Kate Capshaw, de Jon Gisasola (Noches de ceniza:

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Principio y fin, 2020) o la inspectora Maialen Guevara, de Jesús María Sáez (Pandora,
2021). O, en los Mossos, a la inspectora Alexia Hurtado, de Luis Campo Vidal (Robo en
el Museo Dalí, 2010), la subinspectora Norma Forester, de Teresa Solana (Negras
tormentas, 2011, La casa de les papallones, 2014), la sargento Anna Grimm, de Montse
Sanjuan (saga de cuatro novelas iniciada con La sergent Anna Grimm, 2013), la sargento
Mireia Pla, de Sebastià Bennasar (Les mans del drac, 2014), la agente Paula Albertí, de
Sonia Martín Albà (Maldita sea, 2014), o la cabo Clara Estornell, de Octavi Franch (La
jaula de los no-natos, 2020).

En otras épocas ya hubo policías o expolicías que escribían novela policíaca, como Luis
Fernández-Vior, Tomás Salvador, Conrado Ordóñez, Félix Martínez Orejón, Carlos
Caba, Carlos Lestón Escera y Ángel Blasco Sanz (estos bajo el seudónimo Cargel
Blaston) o Agustí Vehí, pero es un fenómeno creciente. En la actualidad podemos señalar
a autores como José Luis de Tomás García, Rubén Sánchez Fernández, Ricardo Magaz,
Pere Cervantes, Santiago M. Sánchez, Luis J. Esteban, Silvia Barrera, Sebastián Roa o
Esteban Navarro en el Cuerpo Nacional de Policía, Vicente Corachan Salinas, Félix
Jacinto Alonso Holguín, José Luis Borrero González o Pedro Manuel Fraile en la Guardia
Civil, Alejandro M. Gallo en la Policía Local de Gijón o José Luis Romero en la Guardia
Urbana de Barcelona. Proporcionalmente resulta aún de más relevancia en los Mossos,
donde podemos citar a Víctor del Árbol (El peso de los muertos, 2006; La tristeza del
samurái, 2011; La víspera de casi todo, 2016), Marc Pastor (La mala dona, 2008; Els
àngels et miren, 2019), Eduard Pascual (Códex 10, 2010; En el umbral de la muerte,
2010), Rafa Melero (La ira del Fénix, 2014; La penitencia del alfil, 2015; Ful, 2016),
Daniel Santiño (Los crímenes del opio, 2015), Xavier Álvarez Llaberia (No abandonis
quan el rastre és calent, 2016), Joan Miquel Capell (Wad-Ras, 2018; Policies, con Andreu
Martín, 2021) o Xavi Pons (Nada que no estés dispuesto a perder, 2021). En menor
cantidad, también en la Ertzaintza: Cristian Morillo (La presa, 2021), Hermelo Molero
(El rey de Pikas, 2021) o al que se oculta bajo el seudónimo de Jon Marmoka (Asuntos
internos 3.0, 2011). De momento, en la Policía Foral de Navarra o en la Policía Canaria
no han surgido autores del género.

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