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Barcelona (capital del Estado Anzoátegui) y Puerto La Cruz, son dos poblaciones separadas
por apenas cuatro o cinco kilómetros, lo que en términos y proporciones venezolanas
equivale a estar juntas.
La primera, que lleva el nombre de la capital de Catalunya, es una población antigua, como
Cumaná, y más bien en regresión. La segunda, con puerto petrolero importante, y una
refinería, apenas cuenta treinta y tantos años de existencia, que es casi como no haber sali-
do de la infancia, para un municipio. Una criatura en fuerte expansión.
A la zona del Estado Anzoátegui llegaron, desde el mismo año treinta y nueve, y a lo largo
del tiempo hasta casi ayer, Juan de Etxearte, Pedro de Gárate (g. b.), Pedro de Urquidi, J. L.
de Basterrechea, Antón Deusto y sus hermanos; Ramón, Ángel e Isidoro Atxondo, el doctor
Gonzalo de Aranguren, el doctor Calle, Domingo Rola, Julián y Elias Etxebarría, Jaime de
Arantzamendi, Elías de Larrucea, León de Aguirregomezkorta, Kepa de Beaskoetxea,
Francisco de Aresti, Alejandro Alberro, Fernando y Juan de Etxegoyen, E. de Sagasti, F. de
Uranga, Manuel y Enrique de Azkune, Iñaki Irazábal, J. M. Bidegu-ren, entre otros
muchísimos nombres.
Las primeras fiestas se solían hacer, cuando la zona estaba aún muy poco poblada, en las
casas de Etxearte o de Etxebarría, situadas pared con pared en «Los Cocos», urbanización
de Puerto La Cruz. Frante a ellas se había levantado algo parecido a un frontón, y allá se
jugaba a la pelota, a veces contra visitantes de Caracas, con el consi guiente «pique» y
derroche de esfuerzos en la pelea.
Desde aquella primera hora, existió siempre el deseo de construir el batzoki, o la euzko-
etxea, que sirviera de marco físico a esa unión firme de los vascos por encima de todo
elemento diferenciador. Así se constituyó la «Inmobiliaria Anzoátegui», con un capital de
125.000 bolívares, ampliado poco después a 150.000 El presidente de la Sociedad fue
Francisco de Aresti; vicepresidente, Alejandro de Uría; Secretario, Eusebio Ucar; Tesorero,
Kepa cíe Beascoetxea; vocales: Mariano Maguregui, Elías de Larrucea, Blas de Belzunegi,
Julián de Etxebarría y Umbelín de Garmendia.
El cuatro de junio de 1959 se colocaba la primera piedra del edificio, por el Lendakari José
Antonio de Aguirre, aprovechando una de sus visitas a Venezuela. Bendijo la ceemonia
Monseñor Humberto Paparoni, primer obispo de Barcelona.
Poco más de un año después, la constancia vasca había levantado ya el edificio completo
sobre aquella primera piedra, y Euzko Etxea fue inaugurado por el Lendakari Jesús María de
Leizaola. Para esta ocasión había cambios en la directiva, que presidía Juan Etxearte.
En 1961 se fundó el «Emakume abertzale batza», encabezado por María Jesús Rousse de
Beaskoetxea, con Karmele de Elordi como secretaria y Miren Rubí de Belzunegui como
vocal.
Unos años después se levantó el monumento al gudari, mediante una suscripción popular, en
la que aportaron hasta los niños. Es un monolito, coronado por un casco roto, grabada en la
piedra la primera frase del himno: «Eusko gudariak gera...».
Hay también una cancha polideportiva, de cemento. Una cocina-barbacoa, cubierta, al aire
libre, muy amplia. Y «zonas verdes», arboladas y amenas, con bancos para descansar y
charlar, tranquila y sosegadamente.
Fuera del recinto que hoy se utiliza, existe aún una gran cantidad de terreno perteneciente a
la Inmobiliaria. Parte de él es un campo de fútbol bastante deteriorado, porque ya hace años
dejó de utilizarse.
Los socios son ochenta, peo algunos de ellos viven en Maturín (Estado Monagas), en Puerto
Ordaz, en la Isla de Margarita, en el mismo Caracas, y hasta hay uno en Valencia. Sin
embargo, permanecen inscritos y abonan su cuota por razones sentimentales. En realidad,
los que permanecen en la región y 'colaboran en las actividades más o menos ordinarias,
son unos cincuenta.
Los días de labor, la concurrencia es nula o casi nula. Los fines de semana, y los festivos,
registran una afluencia bastante numerosa. Los socios —como en las Sociedades
Gastronómicas de Euzkadi, pero sin discriminación de sexo—, lo hacen todo: se sirven las
bebidas, controlan las existencias, depositan los importes de las consumiciones...
Cada domingo, por turno rotatorio, corresponde a una de las «etxekoandres», con ayuda de
varias más, preparar y servir el almuerzo colectivo, cuyo importe se abona,
proporcionalmente repartido entre el número de comensales, a los postres.
Las «doñas» tienen su grupo para jugar a las cartas, y los hombres juegan al mus o al
dominó. El frontón, en las horas más propicias de esas jornadas, no descansa. Y los más
jóvenes tienen también competiciones de futbito, «basket»... Tenis, todavía no, «porque aún
no tenemos mucha práctica», nos decía la presidente Mari Paz.
A veces los que compiten no son tan jóvenes. La misma presidente «riñó» un partido de
paleta muy serio, con otras tres emakumes.
Hay un coro, y un grupo de «dantzaris» infantil, que son dirigidos por Koikiye Irazábal de
Bideguren y Kepa de Beasko-etxea. «Talde», el grupo de teatro, monta unas tres
representaciones al año; las de diciembre y «Aberri Eguna» son fijas.
En buena parte, el esfuerzo corresponde a la misma Mari Paz, cuya casa está a menos de
cien metros de Euzko Etxea. Llegó a Venezuela acompañada por sus padres, una hermana y
un hermano mayor, en el año 49. Se fueron primero los padres, después el hermano, y ella
se casó en Caracas con Mario, el nacionalista del Friuli. «No hemos alcanzado la fortuna de
tener hijos».
Es ésta la única mujer presidente de un Euzko Etxea en todo el Continente Americano; pero
no hubo dudas sobre su elección, después de la tarea realizada en los tres años y medio que
llevó la tesorería. Particularmente, su actividad es también la propia de ama de casa y,
además, trabaja para fuera, ayudando a Mario en la oficina de la empresa de éste. Una
constructora contratada normalmente por la petrolera, para realizar edificaciones,
reparaciones de soldaduras...
Más que en Caracas, donde el número de concurrentes es mucho más amplio, aquí, en
Barcelona-Puerto La Cruz, el Centro Vasco es una familia de familias; los más chiquitines
juegan muy unidos, y de jóvenes mantienen las tradiciones, practican sus deportes, se
divierten. Ya les resulta mucho más difícil conservar el idioma. Lo entienden, por supuesto,
pero pocos lo hablan. Falta la ikastola y llega un momento que el castellano les acosa por
todas partes: escuela, calle, amigos, y hasta en casa, si los padres no son euskaldunes.
Tras las excursiones a Cumaná y la zona de El Tigre, el periodista fue «adoptado» por las
familias Irazábal-Bideguren y Mario-Marí Paz. El grueso del tiempo, en el fin de semana que
nos quedó, los pasamos en Euzko Etxea. Pero también, ratos bastante largos, en casa de
estos venezolanos de Euzkadi.
José Manu continuaría siendo anfitrión y guía en los recorridos por la población y sus
proximidades, a menudo acompañados por Koikiye, y a veces por sus dos simpáticas niñitas.
A pesar de lo apresurado de la visita, hubo tiempo para todo. Y como esta pequeña
colectividad no desaprovecha ocasión de informarse y trabajar en todo lo que sea Euzkadi,
nos montó un coloquio en el que procuramos dar el máximo número de datos y el mínimo de
opiniones, siempre en busca de aumentar la cohesión de la comunidad, y de evitar las
divisiones o las desconfianzas ideológicas.
«Y el cartero extraño al partido, enemigo. En un conflicto que hubo entre el Alcalde y los
jóvenes, el Alcalde mandó un oficio al Gobernador y los muchachos, otro. A los pocos días
llega un escrito del Gobernador al Ayuntamiento, diciendo que había recibido una
comunicación de los jóvenes del pueblo, pero nada de las autoridades. Se hicieron las
averiguaciones y resultó que la carta la había interceptado el mismo cartero. Así que le
echaron y se acordó poner a alguno que viviera cerca de herriko-etxea. Mi padre, que era ya
teniente de alcalde, tenía la casa casi junto, pero no quería, porque era vecino de toda la vida
del despedido. Le convencieron, sobre todo porque podía ser yo quien hiciese en la práctica
el trabajo; total, llegaban cuatro periódicos —no sé si serían seis— y cuatro o cinco cartas. El
sueldo era de cinco céntimos para cada carta entregada.
Pasaron años y años. Hice el servicio militar, me tocó en África cuando la guerra de
Marruecos, desgraciadamente, y cuando llegó la República, el Secretario del Ayuntamiento,
que era muy amigo nuestro, nos ayudó a reclamar la plaza en propiedad. Como mi padre, sí
pedía ser titular, iba a quedarse sin el puesto, entonces se pidió para mí, alegando que había
hecho el servicio militar en África. Y me lo dieron, aunque el cargo seguía siendo de hecho
para mi padre. Hasta que vino la Guerra y entonces, a sus sesenta y ocho años, después de
haber cumplido durante cuarenta, le quitaron porque era del Partido. Yo era el organista del
pueblo, y a la vez sacristán, que todo iba junto. En la guerra también tomé bastante parte; fui
el encargado de repartir pistolas a los muchachos de allí, del orden público. Dicen, mi esposa
la primera, que si me agarran allá el primer día, me hubieran fusilado.
Llegó el 23 de abril, y veíamos las llamas de Guernica. Salí hacia Mundaca y, por los montes,
nos juntamos bastantes de los vecinos del pueblo. Otros se habían ido hacia Navarra.
Llegamos a Mundaca, tomamos algo y nos acostamos todos en un pajar, donde se guardaba
el helécho para hacer las «camas» de las vacas. Pedimos que nos despertasen a las cinco
de la mañana, para salir hacia Bermeo antes de que viniese la aviación. Pero no llevábamos
ni media hora acostados, que viene la tabernera gritando: «gizonak, altza denok!»; ¡todos
arriba! ¡Ya están llegando los fascistas! No hizo falta llamarnos dos veces. Todo el mundo a
salir, y otra vez, de monte en monte, a Kanala, donde solía haber una especie de chávela
para pasar la ría de una parte a la otra. Pero la amarra estaba cortada.
Allá, en una casa que había, unos en el pórtico y otros abajo, dormimos como podíamos. AI
día siguiente pasamos, y llegamos a Munguía, siempre a pie. Y contentos, porque había
llovizna, y no podían venir los aviones alemanes; estábamos salvos.
Bermeo, Sollube, Munguía... por fin en Munguía comimos, cogimos el tren y hasta Bilbao. Yo
tuve que buscar sitio para quedarse a muchos jóvenes, que nunca habían salido del caserío
y no tenían ningún conocimiento, pero los colocamos como pudimos, y allá estuvimos dos
meses.
De Bilbao, a Castro. De Castro, una noche, con un bombardeo terrible, a Santander, otros
dos meses. Aquél fue el sitio peor que encontré para los gudaris. Y ya de allí, por mediación
del Gobierno Vasco, al Laburdi, donde estuvimos dos años. No nos dejaban trabajar más que
en los pinos, tirando pinos, y eso era un poco fuerte para muchos de nosotros. Además,
había que salir de allí, porque veíamos que llegaba la otra guerra. A un tal Carlos Olano, que
era de Lekeitio, le pregunté si no podríamos ir a Mejico.
—¿A Méjico? ¿A qué? A Méjico que vayan los rojos. ¿Qué se te ha perdido allí?, me contestó
Olano.
Yo le dije que no se me había perdido nada por allá, ni en ninguna parte podía ya perder
cosa alguna, porque lo único que tenía era mi mujer y mi hijo, que se había quedado en
Aulestia. «Bueno, pues vamos a ir a Venezuela», afirmó,
Yo no me lo creía, pero me arreglaron los papeles y vine sin saber si esto estaba en Corea, o
qué sé yo dónde.
Con otros tres, me fui a hacer agricultura a Coro, por cuenta del Gobierno, Fuimos
contratados en Caracas para allá, con el sueldo de 7,50 bolívares al día. Llegamos a casa
del Presidente Tellería y nos dice que no podían pagarnos más que seis cincuenta, porque
nadie ganaba tanto; el sueldo mayor de un criollo era de cinco bolívares. Estuvimos cuatro
meses. Pero la tierra no servía, tenía mucho salitre. Luego nos enviaron a otra parte, como
profesores de agricultura, para otros diez meses, porque tampoco aquellas tierras servían, y
la prueba es que se perdieron.
Entonces, aquí en Puerto La Cruz formaron una empresa pesquera, no de pescar, sino de
llevar el pescado fresco a El Tigre, que nunca se había llevado. El dueño era un capitán
Azcona, lekeitiarra. Y yo manejaba el camión.
Pero aquel señor murió, no dejó testamento, ni nada claro, y quedaron abandonados miles y
miles de bolívares. Entonces nos hicimos cargo uno que está ahora en Lekeitio, otro que ya
murió, y yo. Los demás empleados no quisieron. El difunto patrón debía a un cura, que había
sido dueño del periódico «El Día» de San Sebastián, muchos dólares. No le mandamos
todos, pero sí lo que buenamente pudimos. No había papeles, ni nada. Y seguimos llevando
el pescado fresco desde Puerto La Cruz a El Tigre.
Luego he sido durante muchos años distribuidor de «El Nacional» en Puerto La Cruz. Y
ahora, que los hijos ya se han hecho mayores, pues a vivir. Jubilación no tengo; entonces
esas cosas de la jubilación no existían en el periódico, no estaban tan bien como ahora. Así
que me queda lo poco que pude ahorrar. Pero los seis hijos trabajan y nosotros no
necesitamos mucho para vivir. El único vicio que tenemos es venir aquí, al Centro Vasco, los
sábados y domingos».
Este es el resumen de toda una vida. Una existencia sencilla, de una persona sencilla. Pero
no exenta de ideas.
«De vez en cuando —explicaba—, tengo peleas con esta gente. Yo no digo que el único
Partido sea el Partido Nacionalista Vasco; en mi juventud no había más, hasta que el año 29
se formó Acción Vasca. Sí, había algún grupo dentro del Partido, como el Yagi. Y nada más.
Luego han venido los de ETA, y otros, y otros. Tendrán razón, o no tendrán razón, pero
cuando oigo a jóvenes que quieren echar por tierra al Partido, me enfrento con ellos. ¿Sois
socialistas ¿En qué? El único socialista que he conocido era José Antonio de Aguirre, que
hizo lo que hizo en su fábrica. Indalecio Prieto predicó mucho, era listo. ¿Y qué hacía? Decir
una cosa en Baracaldo y otra en Madrid. Se lo digo, y ellos se calientan, y yo también,
algunas veces.
¿Que quieren ser de izquierdas? Ongi. Yo soy de izquierda. ¿Qué ha pasado con los curas?
Mucho respeto les hemos tenido. Y ya, ¿cuántos dejan la sotana? En mis tiempos no se
podía hacer eso. Ni podía una muchacha joven y soltera tener un hijo sin casarse. Lo menos
se tenían que pasar dos años sin salir de casa. Ahora, son cosas corrientes. En mi pueblo he
observado que ya no se casa casi ninguna si no está embarazada.
Una de las cosas que sentí mucho, como abertzale, es que muchas madres vascas fueron a
Roma, a pedir una ayudita cuando el Proceso de Burgos, y no las recibió el Papa. A Evita
Perón sí la recibió, y a tal artista medio desnuda, con un mantón por encima, también. En
cambio a aquellas once madres vascas, que peligraba la vida de sus hijos, no.
Muchos me dicen: es que eran de ETA aquéllos, comunistas... No sé sí eran comunistas; las
madres eran madres. Y una mujer que va desde Euzkadi hasta Roma es porque tiene Fe y
cree que el Papa es el representante de Dios. Si no las recibe, diría que todo es mentira.
¿Que se han ido esos muchachos a la izquierda? Bueno, pues a la izquierda, pero de
Euzkadi. Que mande en Euzkadi la derecha, la izquierda, o Barrabás. Pero que lo diga el
pueblo, cuando sea libre,
Me hubiera gustado ir ahora, para las elecciones municipales. En el pueblo nadie se atreve a
decir que es del Partido, pero saca una mayoría de tres o cuatro veces la de todos los demás
juntos. Esos de izquierdas tienen tres o cuatro votos, y el Partido ciento ochenta o
doscientos.
Yo vine aquí con un «igarobide» del Gobierno de Euzkadi. En casa lo tengo aún, hecho
pedazos, pero lo guardo. El pasaje me lo pagaron, la mitad el Gobierno Español, y la otra
mitad el de Venezuela, a la que estamos muy agradecidos.
En fin, lo que he dicho: a los dieciocho años, o antes, me metí en el Partido Nacionalista
Vasco y quisiera que Dios no me cambie. No es por decir una blasfemia, pero yo creo que,
aunque quisiera, Dios tampoco me cambiaría, porque en eso he vivido».
Llegó hace veintiún años, y los dos primeros se los pasó en Guanta —tenía dieciséis—
lavando coches y cazando grandes cangrejos de tierra. Poco a poco, a través de mil
ocupaciones, llegó a la posición actual, en una empresa distribuidora de víveres.
Este donostiarra fue también futbolista, en el equipo de La Polar —una de las dos grandes
fábricas de cervezas del País, situada precisamente aquí, en Oriente—, y siempre
seleccionado para representar en las competiciones al Estado Anzoátegui. Ahora tomó el
relevo su hijo de quince años.
Para La Polar construyeron, con enorme éxito, casi todo: la fábrica en general, las reformas,
las ampliaciones... porque fueron creciendo día a día, con la producción, las instalaciones.
Así, hasta el año 71, en que hubo un cambio en la dirección de la cervecera.
«Aquí —explicaba Patxi— en la construcción se exige mucho menos. Vale todo. Los
materiales son prácticamente los mismos que en Euzkadi, salvo las maderas. Pero el
fraguado del cemento es mucho más rápido, por el clima. Y el secamiento, también. Se
trabaja prácticamente al doble de velocidad que allá por ese motivo.
En la segunda generación somos unos cuantos. Mi hermano mayor vive ya casado, los otros
dos nos casamos por poderes. Y, entre los tres, tenemos once hijos: cuatro, cuatro y tres».
Saliendo de Puerto La Cruz hacia Cumaná, a muy pocos kilómetros de la primera, está la
empresa «Vencemos», «Venezolana de Cementos». Los naturales de la zona están un tanto
en contra, por aquello de la contaminación, y la degradación del paisaje. Especial mente, los
habitantes de una ranchería de pescadores muy cercana.
Estuvo preso, al término de la Guerra, y luego perdió a sus padres. Decidió emigrar; se casó
y llegó a Caracas el año 48. A los quince días le habían salido dos colocaciones, una en
«Cauchos General» se la cedió a su hermano. La otra, de cajero de la embotelladora de
«Coca-Cola» en Oriente, se la quedó él. Llegó a Administrador General de la empresa, hasta
que se jubiló.
Ángel «fue traído» a los once años: «Mi padre era de Acción, y le amargaban la vida, porque
no levantaba la mano, así que tuvo que emigrar». Estudió contaduría y realizó después
cursos avanzados de especialización. Hasta llegar a su posición actual, en esta entidad que
maneja seis mil millones de bolívares en depósitos del público (noventa y seis mil millones de
pesetas, más o menos).
Resulta interesante conocer, desde su posición autorizada, las peculiaridades económicas de
la región:
«El Oriente es el subdesarrollo dentro del subdesarrollo general del País. Se está
empezando a hacer algo, se están viendo algunas manifestaciones, algunas zonas
industriales, pero muy timoratamente. Esta zona de nor-oriente, de Anzoátegui, Sucre, la isla
y Monagas, sin meterme en la Guayana, no tiene siguiera un banco regional. Lo tuvimos y lo
perdimos, porque lo absorbieron los grandes capitales del centro, y hasta el nombre le
cambiaron.
Guayana, o el Oriente Sur, tiene uno pequeño, el Banco de Fomento Regional Guayana, que
es del Estado.
Compañías de seguros, no había hasta hace poco menos de dos años; yo soy miembro de la
directiva. Sociedades financieras existen desde ese mismo tiempo. Antes no había
absolutamente nada, más que sucursales de los bancos del Centro.
No hay agricultura. Algo de pesca, en lo que respecta al Estado Sucre —muy poco en el
Estado Anzoátegui—, y algo más en Nueva Esparta. La economía aquí es terciaria, de
manufactura, con pequeños núcleos industriales que se están desarrollando. Las únicas
fábricas, de cerveza y refrescos.
Queda todavía la economía petrolera. Puerto La Cruz, aparte los del Zulia, es el mayor
embarcador y envasador de petróleo entre
los puertos de Venezuela. Hay una refinería, para los campos del sur de Anzoátegui y el
Sureste de Monagas, y toda su producción sale por aquí.
En cambio, los índices más altos de coste de la vida, junto con Caracas, siempre han sido los
de Puerto La Cruz-Barcelona y los del núcleo de Ciudad Guayana, un lugar en
efervescencia, todo por hacer y todo haciéndose.
Este es un país de jóvenes, de criaturas. Cerca del setenta por ciento no llega a veintiún
años. Puerto La Cruz no cumple los cuarenta años de existencia; tengo amigos que llegaron
cuando esto era una ranchería de pescadores en el Paseo Colón, y nada más. Todo es
completamente nuevo. En cambio, Barcelona, no; es una ciudad antigua, cargada de
proceres y de historia, pero comida por Puerto La Cruz.
Ese es a grandes rasgos el aspecto de la economía en el Oriente. Pero tengo muy bien
fundadas esperanzas en el futuro, porque el Gobierno le está poniendo mucha seriedad. Es
un desarrollo lento, con el problema de unas leyes laborales que han incidido muy
negativamen-.te en la mentalidad del trabajador que, en educación, está muy por debajo del
promedio de otros países.
Aquí la clase media propiamente no existe; la clase media es una clase media alta, y no está
bien definida, no es fácil clasificarla. La clase media trabajadora, laboral, es la que vive en las
orillas, en los ranchos, en las casuchas por ahí. Hay mucha diferencia en ese sentido. El
gerente de cualquier banco no se compara en sueldo a lo que gana su segundo, la
desigualdad es astronómica; un país de gerencias.
malversación. Hemos metido muchos esfuerzos y mucha plata en proyectos que no han
resultado, o que se han dejado de hacer. El capital, por naturaleza, es timorato.
Parte de nuestro problema es que estamos bajo la influencia del dólar, y tenemos Estados
Unidos ahí, a la vuelta de la esquina, de manera que todo el mundo lo que hace es mandar
real para allá. Acabamos de cambiar las tasas de interés, para poner freno a la salida de
capitales hacia el exterior. Cuando aquí estábamos pagando el ocho, o el ocho y medio, en
los Estados Unidos ya están dando el once, y aunado eso a la desconfianza permanente del
venezolano en su propio país, todo el mundo saca el dinero.
Y así llegamos a este momento con una balanza de pagos deficitaria, caso gravísimo en un
estado que lo único que exporta es petróleo, que no produce nada.
Vivimos una bonanza extraordinaria, cómo no; pero ficticia. Con un gobierno rico, en un país
muy pobre. Esas son las incongruencias que se presentan en Venezuela y no se creen
afuera. Es la cruel realidad. No producimos, no trabajamos nada y todo, absolutamente todo,
lo importamos: caráotas (alubias), maíz, que se supone que es la base de la dieta del
venezolano, arroz, azúcar, huevos, pollos; por diciembre hubo que traer millones de
toneladas de carne de cochino, y todo eso a pesar de los miles de millones que, por ley, se le
están metiendo al campo. Y es que el bolívar que nosotros metemos al campo, o a cualquier
industria, no produce, no renta como debería.
Es un problema sociológico que revela otro de fondo. Hay algo que se arrastra
ancestralmente. Y hay también que los propios gobiernos, por demagogia, han dictado leyes
laborales que, a corto plazo, favorecen al trabajador, claro está, pero le deforman la mente.
Todo el mundo se lanza a un nuevorriquismo, a un permanente derroche.
Confío muy seriamente en que este nuevo gobierno cambie esa mentalidad. Este período,
que termina ahora, fue una gran oportunidad, pero las esperanzas que despertó —el
entusiasmo que despertó Carlos Andrés Pérez no le recuerdo en ningún otro período de la
historia de Venezuela—, se han visto defraudadas. No recuerdo otro gobierno con una cuota
tan alta de poder, con la mayoría absoluta en todo y., por el alza de precios del petróleo, con
un presupuesto multimillonario como nunca. Creo que se podía haber hecho mucho más.
Pero todavía hay tiempo de rectificar y lo veo con optimismo, si viene un gobierno serio, con
una política seria, y no demagógica. Es la única forma de que esto pueda enderezarse».
Mezo reiteraba la opinión de que los vascos han conseguido buenos posiciones económicas
y sociales, y una gran consideración dentro del país. Y señala como momento más delicado
para ellos el de la caída de Pérez Jiménez:
Se procura conservar las tradiciones y gente como yo, que tenía una visión muy infantil de
Euzkadí, lo recuerdo por influencia de los padres con mucha nostalgia y mucho cariño. En el
primer viaje que hice allá, no salía de aquellas huertas a las que había ido a robar manza-
nas... tenía un «carro» preparado en la puerta, pero no lo usé, porque lo que quería era ver a
la familia, a los chavales de mi infancia.
Creo que vengo aquí en contra de mis intereses. Soy presidente del «Rotary Club» de Puerto
La Cruz, directivo de la Cámara de Comercio, no he aceptado postulaciones para la directiva
del «Country Club», que también soy socio. Quiero decir con eso que acudo aquí porque lo
llevo en la sangre y me provoca venir. Y a mis hijos, también. Ahora ve usted mucha
tranquilidad aquí, y es porque todos los jóvenes están en mi casa, celebrando el cumpleaños
de uno de mis hijos y otro de Carlos; todos los del Centro y algún amiguito más.
Tengo que alternar socialmente por obligación, en todos esos clubs y entidades, pero aquí
no, aquí estoy de corazón».
Con José Manu —sobre todo— y con Koikiye estuvimos hablando durante largas
sobremesas nocturnas, en restaurantes o en su propia casa, las dos últimas noches de
nuestra estancia en Puerto La Cruz.
El profesor de la Universidad de Oriente nos contaba cómo, para contentar a todos los
grandes municipios de la amplísima zona, las Facultades se han repartido entre Barcelona-
Puerto La Cruz, El Tigre, y hasta Puerto Ordaz. Y cómo en alguna ocasión le tocó
simultanear clases en las dos más alejadas, lo que suponía viajes de trescientos kiló metros,
tres o cuatro veces por semana.
Bideguren, tan sucintamente como suele ser habitual en los vascos, nos dio alguna pista
sobre su actividad antifranquista en los años sesenta, su militancia, y su exilio a Italia, que es
donde consiguió estudiar y graduarse.
Nos daba mil y un detalles sobre la vida en el Nuevo Mundo, sobre el proceso de
aclimatación de los que llegan de Europa, primero inapetentes, luego bebedores de gran
cantidad de líquido, más tarde capaces de comerse una alubiada en los tórridos mediodías
de agosto...
Un proyecto aprobado por el Gobierno de Carlos Andrés intenta desarrollar una gran zona
turística en «El Morro», situado frente a la isla de La Borracha, con unos cincuenta o sesenta
hoteles, en la loma y abajo, que crearían un total calculado de sesenta mil puestos de
trabajo, cuando se termine la última fase, sin contar con los edificios de apartamentos.
Entra en el plan un sistema de canales artificiales, como los de Florida, para que los turistas,
presuntamente ricos, lleguen a sus casas en las embarcaciones y yates, e incluso, en
algunos casos, para que puedan anclarse viviendas flotantes, sobre lanchones.
Eso, aparte del desequilibrio social que semejante masa de turismo, económicamente fuerte,
traería a la población.
En cambio, para el Centro Vasco, el complejo de El Morro puede ser una gran esperanza.
Vendiendo una parte de los terrenos inutilizados por la Inmobiliaria, se podría construir un
«Jai alai» como el de Miami, con pelotaris puntistas de primera fila, y con la misma rentabi -
lidad que el de Florida. Era el sueño de los directivos de Euzko Etxea.
Editorial Xamezaga
Catalogo Obras 1.325
La Memoria de los Vascos en Venezuela