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A los pies del Guaraira Repano, nacía en abundancia una frondosa y muy hermosa planta
silvestre llamada Ñaraulí. Su crecimiento se propagaba en forma vertiginosa por todo el
sector que a lo lejos tomaba forma de sabana, paso obligado de los españoles en su descenso
hacia El Valle. Así comenzó a llamársele entonces, La Sabana de Ñaraulí, que para los
primeros pobladores de Caracas sólo la nombraban para hacer recordar las batallas que se
libraron entre los españoles y aborígenes del lugar.
A raíz del terremoto de 1812, la Catedral de Caracas también sufrió el castigo de la madre
naturaleza, quedando destruida casi en su totalidad, entonces el prelado construye en la
Sabana de Ñaraulí, una capilla de bahareque que fungió de Metropolitana provisional.
En el contexto se fueron generando las más variadas formas de vida. La religión influía en
forma determinante en el comportamiento de los feligreses, quienes apartaban horas de su
jornada para asistir a misa. El crecimiento demográfico de la parroquia se hacía latente. Las
casas que antes eran de bahareque y adobe comienzan a ser construidas con cemento, lo que
generó nuevas formas de trabajo entre los habitantes del sector. El aspecto económico era
muy incipiente para el aquel entonces. Los ingresos de los habitantes provenían de los
trabajos realizados en el centro de la ciudad, en oficios como pulpero, barbero, carnicero.
Otros trabajaban en las haciendas.
Tranquilidad y sosiego era parte de la cotidianidad del parroquiano. Entre las costumbres
mas resaltantes estaban los festejos de Carnaval, los paseos a Galipán, las actividades
culturales de carácter benéfico. Las calles empedradas servían no sólo de tránsito, sino
también eran caminos que recorrían los vecinos en francas tertulias. La amistad estaba ligada
al respeto. Por las tardes los parroquianos sacaban sus sillas y frente a sus casas, entablaban
conversaciones.
“El vecino era el amigo que tenía cantidad de años de vecino, el que con el tiempo estaba
familiarizado, al que llamábamos compadre, porque siempre los compadrazos salían de aquí,
el compadre que ya formaba parte de la familia, o el maestro que era amigo de todos, la
maestra que se casaba con uno que ya había sido su alumno, el médico de familia que atendía
el parto o la enfermedad de alguien de la casa, la comadrona que había asistido al parto de
cualquier cantidad de personas. Nos familiarizábamos tanto. Éramos pocos y las calles no
eran tan anchas”.
Con la llegada del tranvía se comienza a vivir en el lugar una especie de asombro que no duró
mucho tiempo, pues los vecinos inmediatamente se acostumbraron y la estación final pasó a
ser lugar de concentración.
En el año 1945, aparecieron las primeras edificaciones. Eran edificios de poca altura. Más
tarde se construye la Avenida Fuerzas Armadas (durante la dictadura de Pérez Jiménez). A
partir de ese momento se fue operando un proceso desordenado de construcciones, de
edificios de gran altura, que desfiguraron la imagen tradicional del lugar. “…Cuando
construyeron la Fuerzas Armadas sentimos que nos separaban y que nos arrancaban un
pedazo de nosotros…” La nostálgica callecita empedrada pasó a ser parte del recuerdo. La
famosa picota ya comenzaba a destruir la memoria histórica y los sueños de muchos vecinos
al ver que sus casas, de tantos años, habían sido convertidas en escombros.
El proceso migratorio se da en San José prácticamente desde sus inicios llegando al lugar no
sólo etnias nacionales provenientes de la provincia o interior del país, sino también de otras
nacionalidades (españoles, portugueses, italianos), que con el tiempo se convierten en etnias
binacionales, biculturales, las cuales con sus costumbres introducen nuevos elementos a la
dinámica cultural de la comunidad. Detrás de estas migraciones fueron apareciendo en el
sector nuevo comercios: panaderías, abastos, carnicerías, quincallas, ferreterías, entre otras,
introduciendo nuevas formas en la economía de esta localidad.
Un 4 de mayo de 1976, los Josefinos fueron sorprendidos por una terrible noticia. Carlos
Andrés Pérez había emitido un decreto, el 1551, mediante el cual quedaban sujetas a la
expropiación 11 hectáreas de San José para utilidad pública y social. Desde ese momento se
iniciaba para los habitantes de San José una pesadilla plena de incertidumbre y angustia, pues
se trataba de poner en práctica un plan urbanístico que pretendía arrasar “bajo la piqueta del
progreso”, el testimonio de un pasado que todos querían conservar, sus calles, sus casas, sus
joyas arquitectónicas, sus tradicionales costumbres, su manera de vivir.
Ante la justificada alarma de la colectividad Josefina, los vecinos deciden organizarse. Cabe
destacar que entre las primeras personas que dieron su grito de guerra ante la desesperante
situación fue la señora María Rodríguez de Isturdes, quién al consultársele sobre el hecho
dijo “A mi no me sacan de mi casa sino muerta”.
Este grito de guerra fue el ejemplo a seguir, tomándose como bandera por la comunidad que
se sumó a la defensa de sus casas, de sus vidas. Pero como había que dar una respuesta clara
y contundente, además con sentido legalista, algunos vecinos deciden constituir el Comité
Cultural, Conservacionista y de Defensa de la parroquia San José, cuyos integrantes son parte
de la historia parroquial. Tal es el caso del Doctor Esteban Ibáñez Peterson, quien propuso
que se colocaran banderas negras a todas las casas como símbolo de luto, ya que con la
demolición estaban matando a la parroquia.
Un 28 de agosto de 1976, los vecinos de San José con la colaboración incondicional del
Monseñor Jaime Fraga, párroco de la Iglesia, decidieron recorrer las calles de la parroquia
en procesión, cantando y rezando himnos religiosos, como acto de protesta por el decreto de
demolición que amenazaba la parroquia.
Es así como, gracias a la resistencia de toda una comunidad se logra conservar parte de su
valioso Patrimonio Histórico, pero queda en el recuerdo el profundo daño causado a la
identidad cultural de esta parroquia y a los viejos moradores que fueron desgarrados de su
lugar de origen por la instrumentación de políticas gubernamentales reñidas con los intereses
de la comunidad.
Ubicación geográfica
Está situada en el centro norte de la cuidad de Caracas.
Limites
Al norte limita con el parque nacional El Ávila, al sur con las parroquias Altagracia y
Candelaria, al este con la parroquia San Bernardino y al oeste con la parroquia Altagracia.