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Literatura
mexicana hoy
Del 68 al ocaso
de la revolución
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1995
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Agradecimientos 7
Introducción 9
II Problemas de la novela
III El 68 en retrospectiva
IV Escritura femenina
Margo Glantz
Ñervo, pasando por Errnilo Abreu Gómez, Méndez Planearte, Ludwig Pfandl,
José Gaos, Sergio Fernández, Pascual Buxó, culminando con Octavio Paz se
produce una lógica fascinación y una extraña coincidencia se advierte en los
estudios: los autores se identifican intensa y plenamente con Sor Juana, a
tal punto que su presencia “recurrente, cíclica” (la llama Paz) logra, desde
ultratumbra y por obra y gracia de sus admiradores, representar — como en los
autos sacramentales — una alegoría, el personaje que simboliza (corporifica) en
su actuación el significado de la frase clásica explicada con elegancia y justeza
por Paz en El laberinto de la soledad, “Yo soy tu Padre”. Sor Juana es un
personaje fascinante y ajusto título (como otros de sus contemporáneos) forma
parte de una tradición literaria nacional, fundamentalmente masculina. Como
Madre-Padre Sor Juana adopta el género — indeterminado y perfecto — de
la androginia: le cuadra mucho mejor en su connotación alquímica que la no
comprobable de homosexualidad que suele imputársele, con la carga peyorativa
que la figura del lesbianismo suele conllevar. Convertida así en una especie de
Yo el Supremo literario, en Padre primordial, las mujeres se le acercan con
cautela y revisan el desafío tácito y hasta implícito en la polémica suscitada
acerca de su sexualidad. Así lo dice Rosario Castellanos en un breve ensayo
compilado postumamente en El uso de la palabra en 1982:
Sor Juana ha sido estudiada también por varias mujeres. Paz lo subraya:
Este retraso unido a la ambivalencia que el genio de Sor Juana produce hace
que en cierta medida Sor Juana no haya sido considerada como un antecedente
de la literatura femenina en nuestro país y que sólo en parte y tímidamente
pueda una escritora incluirla en su árbol genealógico. No hay texto femenino
con la precisa inserción genealógica de Muerte sin Fin de Gorostiza en Primer
Sueño de Sor Juana; y Sergio Fernández le ha dado a una de sus novelas el título
expreso de Segundo Sueño-, su linaje ha sido espacio primordial de ascendencia
masculina, de manera semejante a lo que en la tradición europea representó
la figura de Minerva, nacida, como todos sabemos de la cabeza de Zeus. Las
mujeres por malinchelo general escasamente saben latín y cuando lo saben —
de esta regla ni Sor Juana se escapa — son miradas con sospecha.
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Abordar este tema a fondo sobrepasa por desgracia el ámbito de este tra¬
bajo; su importancia en cualquier intento por trazar la genealogía literaria de
la escritura femenina mexicana (en sentido positivo o negativo) no está a dis¬
cusión pero me conformo con mencionarlo y dejar para una ocasión posterior
un examen detenido de este problema. Me concentraré pues en la Malinche. Si,
según el pertinente ensayo de Octavio Paz, todos somos sus hijos, hasta las mu¬
jeres, ¿cómo pueden ellas compartir o discernir su porción de culpa? Además
de su doble condición de mujer histórica y mítica (que entenebrece también a
Sor Juana) la Malinche es el símbolo, la representación de la Chingada, la de
la perpetua herida, la rajada: por ello asumir al personaje es tener la espada
de Damocles sobre la cabeza. Quizá quien mejor se ha apoderado de ese mito
al grado de integrarlo a su vida cotidiana sea Elena Garro, como lo demues¬
tran su participación en los acontecimientos del 68, sus últimas novelas y la
comunicación escrita y verbal sostenida con sus amigos o sus declaraciones en
la prensa. En sus obras la figura de la Malinche — o el problema de la traición
que fundamenta la historia poscortesiana de México — es capital. Este tema
ha sido frecuentado en los últimos años por estudiosos de otros países: analiza
su significado histórico específico Georges Baudot, en Malinche l’Irreguliére, y
en Estados Unidos varias mujeres, entre ellas, Rachel Philips, Gabriela Mora y
sobre todo Jean Franco lo trabajan a partir casi siempre de la figura de Isabel
en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro. La traición de Isabel, su fuga
y su amasiato con Francisco Rosas, el verdugo de Ixtepec durante la guerra
cristera, es la consumación vicaria de un incesto con el hermano y la única po¬
sibilidad de transgredir el orden patriarcal que la oprime; su historia se graba
en una piedra y forma parte de la memoria colectiva. De esa forma, piensa
Franco, la novela de Elena Garro señala un impasse: las mujeres no pueden
entrar a la historia sino a la leyenda, y la rebelión femenina aborta porque el
poder las seduce. A reserva de volver más adelante sobre este punto, quiero
señalar aquí que el poder no sólo se advierte en el relato mismo sino en las
raíces de la novela, los padres literarios de Elena Garro son en parte los no¬
velistas de la Revolución mexicana, Martín Luis Guzmán en especial por la
internalización de su discurso político convertido en narrativa; el Carpentier de
El remo de este mundo por la utilización del recurso mágico: una nube se lleva
a Felipe y a Julia, los amantes, oscurece al pueblo y detiene la temporalidad
para impedir que el tirano Rosas los persiga — y cuando se dibuja a Julia ella
es la única mujer sobre la que el poder no tiene influjo, como tampoco lo tiene
Pedro Páramo sobre Susana San Juan. Isabel y Julia son en realidad las dos
caras de la misma moneda: la imagen simbólica de la mujer para Elena Garro,
una imagen que se define con más precisión cuando utiliza el arquetipo de la
Malinche: La Malinche es la traidora, la infiel, insisto, los mexicanos la cono¬
cemos bien y de su infidelidad nace la desgracia definitiva, total, irreversible
de su pueblo. Más lejos va Elena Garro: su Malinche es de signo contrario,
mejor dicho, de otro color, tiene otra forma, su Malinche es de pelo rubio, con
los tobillos delgaditos, las piernas largas y esbeltas, los ojos amarillos como
las heroínas de varios de los cuentos de La semana de colores y hasta como la
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Y en “El robo de Tixtla” la niña Eva, hermana de Leli y tan rubia como ella
traiciona a su familia por quedar bien con su criada:
con justeza: “El estado de gracia de la infancia debería durar el mayor tiempo
posible. El niño que alcanza su plenitud está destinado fatalmente a una de¬
crepitud llamada pubertad”. En esta definición convergen, es cierto, todas las
infancias, pero no todas las infancias son iguales: los vastos jardines y los en¬
cantamientos del pueblo mítico de Elena Garro contrastan con el hotel y la
casa donde transcurre la infancia de los personajes de Bárbara Jacobs. Entre
ellos o sus ellos - ellas narrativos no hay ningún intermediario, ninguna criada,
ningún idioma idealizado. En su casa se habla el inglés, y español es el segundo
idioma. No hay grandes espacios y la atmósfera es urbana: su urbanidad es di¬
stinta a la de Poniatowska, ceñida ésta a reglas estrictas de decoro, a jerarquías
aristocráticas. La familia vino del norte de Silvia Molina organiza una historia
de amor y una historia policiaca, pretende descifrar un secreto familiar en la
que se delinea a un abuelo héroe de la Revolución, hecho caduco, ya sin im¬
portancia histórica. Como agua para chocolate relata, entre recetas arcaicas de
cocina, previas al horno de microondas y a la licuadora, el camino de perfección
que emprende una niña tiranizada por su madre y rescatada por su cocinera
para acceder al camino heroico de la sexualidad. En su confección intervie¬
nen varios modelos sobrecocidos: el gran padre García Márquez, el gigantismo
de Botero, la sancochada humanidad de la más cotizada escritora latinoame¬
ricana, Isabel Allende, y el cuento de hadas, ingrediente fundamental de esta
cocina literaria y de alguna de las ya revisadas también. Nombro sin detenerme
en ellos porque no entran totalmente en el contexto de esta trama los libros
Arráncame la vida de Angeles Mastretta y La boca de la necesidad de Lucy
Fernández de Alba. Para finalizar este ya largo texto, tan lleno de mujeres,
me gustaría señalar dos novelas cortas de Carmen Boullosa, Mejor desaparece
y Antes. Boullosa representa una ruptura, tanto en el lenguaje como en la
concepción de la novela. En las dos obras el tema central es la muerte de la
madre y, también, la muerte de la niñez, la llegada de esa decrepitud llamada
pubertad. La exploración de las zonas devastadas de la infancia donde cual¬
quier experiencia se produce al margen del idioma lógico y en la coexistencia de
mundos imposibles de reproducir. En esta experiencia la concatenación lógica
de las palabras es inoperante: funcionan mejor las palabras-excrecencia, las pa¬
labras circunstanciales, por ejemplo: ¿por qué no antes?, ¿por qué no mejor?,
¿por qué no mejor desapareces? Y de eso se trata. Sin demasiada explicación
una de las hermanas de la protagonista, con nombre de flor, desaparece. La
angustia de los demás miembros de la familia se liquida en un acto burocrático,
en la simple anulación del acta de nacimiento, en la negación de un supuesto
suicidio. En la casa eso , quizá la muerte de la madre, se vuelve un objeto
viscoso, viciado, esencial. Antes, más coherente como texto, persigue visiones
extrañas, recorre ámbitos imprecisos, delimita espacios prohibidos y produce
actos violentos, inexplicables; por ellos se desliza una ligera sombra, la de Am¬
paro Dávila, quien publicó sus libros de cuentos a finales de la década de los
50. Pareciera como si en Boullosa, preocupada por encontrar una forma de
enunciar esas presencias inexplicables, no verbales que pugnan por encontrar
su expresión, el problema de sus antecesoras desapareciera. La lengua, adqui-
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