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LA EDUCACIÓN PARA

UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA


UNIVERSIDAD DE COLIMA

MC Miguel Ángel Aguayo López


Rector

Dr. Ramón Arturo Cedillo Nakay


Secretario General

MC Christian Torres-Ortiz Zermeño


Coordinador General de Comunicación Social

Licda. Gloria Guillermina Araiza Torres


Directora General de Publicaciones
FERNANDO SAVATER

LA EDUCACIÓN PARA
UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA
© 2010, Universidad de Colima
Av. Universidad 333, CP 28040, Colima, Col.
Dirección General de Publicaciones
Teléfonos: (013) 31 61081 y 31 61000, ext. 35004
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Coordinador del proyecto


Juan Carlos Yáñez Velazco
Coordinador General de Docencia

Diseño de interiores y portada


Dirección General de Publicaciones, Universidad de Colima
Ediciones de Buena Tinta, S.A. de C.V.

ISBN: 978-607-7565-90-1

La educación para una sociedad democrática ofrece la trans-


cripción de la conferencia de Fernando Savater en la Univer-
sidad de Colima al recibir el doctorado honoris causa el 10 de
febrero de 2010. Se publica con su autorización, como una
obra conmemorativa de tan significativo acontecimiento para
la vida académica e intelectual colimense.

Derechos reservados conforme a la ley.


Impreso en México / Printed in Mexico
ÍNDICE

Presentación 9
Savater: un horizonte a la esperanza 13
Fernando Savater: pensador y hombre de acción 21
La educación para una sociedad democrática 27
La necesidad democrática de la educación 31
La influencia de los ignorantes 36
La persuasión es un fundamento democrático 40
Libertad y responsabilidad 44
Educar a favor de la sociedad 49
La educación es la lucha contra la fatalidad 54
Con el alma en Colima 58

–7–
PRESENTACIÓN

M ientras el teatro se vaciaba lentamente se


fue formando una larga fila de personas
que esperaron pacientemente para tomarse una foto
o recoger el autógrafo del homenajeado, que
signó en muchos libros, hojas blancas o cuadernos,
especialmente de estudiantes. La extensa y entu-
siasta columna humana es una imagen que sin-
tetiza la inolvidable velada intelectual del 10 de
febrero de 2010.
Quienes allí estuvimos esa tarde disfrutamos,
como pocas veces, una ceremonia tan excepcional,
–9–

con discursos breves y sustanciosos, para dejar el ma-
yor tiempo a Fernando Savater, filósofo, periodis-
ta, escritor, intelectual, luchador social y educador.
Parecía un sueño cuando lo conversamos el
rector Miguel Ángel Aguayo y quien escribe. Feliz-
mente, la conjunción de múltiples circunstancias,
entre otras, una visita ya preparada a México, un
pequeño hueco en su apretada agenda, la entusiasta
cooperación de su representante en nuestro país
y, sobre todo, la aceptación del propio filósofo
concretaron que Savater visitara Colima y nuestra
Universidad para recibir el doctorado honoris causa,
máximo reconocimiento que otorgan las universida-
des a las mujeres y hombres de méritos universales.
El marco para la entrega del doctorado honoris
causa fue inmejorable. Los festejos por los setenta
años de la fundación de la Universidad de Coli-
ma encontraron en la ceremonia magna uno de
sus puntos culminantes, que será recordada du-
rante mucho tiempo, pues constituyó uno de
– 10 –

los acontecimientos culturales e intelectuales más
emblemáticos en el estado.
Las oficinas de relaciones públicas y de comu-
nicación social en la Universidad de Colima ates-
tiguaron, en sus ámbitos, un fenómeno social sin
precedentes. Los anuncios de la visita de Fernando
Savater a Colima, apenas se hicieron públicos, des-
granaron llamadas para la reservación de espacios
en el Teatro Universitario; todas las expectativas
fueron superadas con creces. Afortunadamente,
como se planeó, allí estuvieron, para ser testigos
privilegiados, estudiantes, profesores universita-
rios, maestros de educación básica y personas de
ámbitos distintos al educativo.
Antes y después de la tarde del 10 de febrero la
prensa, los columnistas y periodistas dedicaron
muchas líneas a la visita de Savater, al encuentro
que sostuvo el 9 de febrero con los medios infor-
mativos, a su conferencia, a sus declaraciones
sobre las drogas o la educación, a sus libros y a la
– 11 –

propia ceremonia solemne. Es difícil encontrar
un acontecimiento de envergadura similar.
Compartimos esta obra con la intención de
perseverar en la encomienda que nos dejó aquella
tarde el filósofo Savater, la de educar bien antes
que otros eduquen aviesamente a nuestros niños
y jóvenes. A la conferencia de Fernando Savater la
preceden los textos leídos en la ocasión por el rec-
tor de la Universidad de Colima, Miguel Ángel
Aguayo López, y la semblanza preparada por la
directora de la Escuela de Filosofía, Adriana Eli-
zabeth Mancilla Margalli.
Ojalá este libro se lea con el entusiasmo
inherente a la tarea de educar, con la emoción del
recuerdo de aquella tarde o la curiosidad por cono-
cer la disertación que nos obsequió el filósofo
donostiarra.

JUAN CARLOS YÁÑEZ VELAZCO

– 12 –
SAVATER: UN HORIZONTE
A LA ESPERANZA

MIGUEL ÁNGEL AGUAYO LÓPEZ

D esde 1984 el doctorado honoris causa es la


más alta distinción que otorga la Universi-
dad de Colima a quienes se destacan por sus apor-
tes en las ciencias, humanidades, creación artísti-
ca, méritos académicos, contribuciones sociales y
trayectorias profesionales.
Forman parte de nuestro más distinguido
claustro figuras como Rubén Bonifaz Nuño, Silvio
Zavala, Luis González y González, Pedro Ramí-
rez Vázquez, Federico Mayor Zaragoza, Ruy Pérez
Tamayo, Miguel León Portilla y Pablo Latapí.
– 13 –

Y hoy, en este marco espléndido, confiere su
máximo grado académico a Fernando Savater por
sus méritos como filósofo y escritor.
El acuerdo 1 de 2010 expedido por la Rec-
toría establece que, en el marco de los festejos del
setenta aniversario de la Universidad se otorga
el doctorado honoris causa por una obra y una
lucha indeclinable en favor de la paz y la convi-
vencia entre los seres humanos.
La Universidad está inmersa en un gran pro-
ceso de análisis de sus funciones sustantivas para
replantear su destino en las próximas décadas, en
las que no concebimos la institución sin la nece-
saria reflexión sobre la condición humana en un
planeta en riesgo.
El bicentenario de la independencia nacional,
el centenario de la revolución mexicana y el setenta
aniversario de nuestra casa de estudios son efemé-
rides propicias para repensar profundamente el
pasado, presente y futuro de la institución.
– 14 –

Este marco resulta idóneo para que entre-
guemos el doctorado honoris causa a quien con-
tribuye con el mensaje esencial de la filosofía y la
educación a esclarecer el derrotero de la condi-
ción humana.
Savater ejemplifica una lucha contra los dog-
matismos, que enfrentan al género humano; con-
tra el racismo, que lo divide en categorías; contra
el nacionalismo, que niega a los individuos, y con-
tra el fanatismo religioso, que no tolera la diver-
sidad de opiniones.
Su concepción ética es profundamente laica
porque no se refiere a las recompensas y castigos
divinos. Busca significados. Es el espíritu de los dere-
chos cívicos. Persigue la felicidad. Una afirmación
de la vida y el destino humanos.
En sus conceptos, lo más ético es suscitar la
necesidad de que los asuntos hay que pensarlos
desde la racionalidad y semejanza entre nosotros.
Los humanos no estamos condenados a la sociedad
– 15 –

sino condenados a vivir entre semejantes […] y es
más importante que nuestros maestros sean semejan-
tes nuestros, que cualquier cosa que nos enseñen; es
más importante que el maestro sea un ser humano.
Enseña más el maestro al educar su humanidad
que al instruir cualquier otra cosa que enseñe.
Para Savater, profesor en distintas univer-
sidades españolas, educación y ética son partes
imprescindibles de cualquier formación humana.
Aquí, los universitarios encontramos coinciden-
cias plenas.
Sus libros son luminosos: plantean la forma-
ción humana más allá del trabajo para que sólo
aprieten botones o cumplan funciones gestoras;
ideas contenidas en una obra que abarca múltiples
géneros y traducida a más de doce idiomas. Nos
resultan familiares, por ejemplo: Ética para Ama-
dor, El valor de educar, La tarea del héroe, Sobre vivir,
El contenido de la felicidad, La aventura de pensar
e Historia de la filosofía, Sin temor ni temblor.
– 16 –

En su perspectiva, la tarea educadora debe
dotar a las personas de la capacidad de convivencia
y ciudadanía, indispensables para vivir en demo-
cracia. De la autonomía e iniciativa propia para
responsabilizarse de lo que hacen, capaces de coo-
perar y despertar la vocación de participar en la
vida pública.
En sus palabras, la educación es la lucha con-
tra la fatalidad. La obra de Savater alcanza el cora-
zón del lector, lo transforma, genera una predisposi-
ción al aprendizaje nacida de la empatía. Contagia
la alegría de estudiar y convierte el saber que propo-
ne en un escenario de ponderaciones compartidas.
La suya no es la última palabra, es palabra
orientadora. Su responsabilidad profesional no
es otra cosa que el goce íntimo con que lleva a
cabo su tarea y la comunica. La pasión y el deber
resultan en él indiscutibles.
Savater no es un filósofo o docente con-
vencional. Encarna lo que comunica, respalda,
– 17 –

mediante un profundo compromiso personal, lo
que pone en juego como saber. Alienta el porve-
nir educativo y el esfuerzo cotidiano de los profe-
sores. Así, potencia el efecto de credibilidad de su
mensaje.
Para nuestro homenajeado la pertinencia de
las preguntas y el proceso transformador de las res-
puestas es la base perenne de la filosofía. La define
como el esfuerzo por contestar esos cuestiona-
mientos y seguir preguntando después y no con-
formarse con la primera explicación. La filosofía
ayuda a pensar. Es una forma de buscar verdades
y denunciar errores o falsedades que tienen ya más
de 2500 años de historia.
También contribuye al bienestar colectivo
cuando encuentra el sentido preciso de valores
como la libertad, el poder, la naturaleza, el tiem-
po, la belleza y la dignidad. Sus libros son una
lección permanente de erudición, ironía y trans-
parencia idiomática. Es un divulgador certero y
– 18 –

ameno. Practica la certidumbre crítica que otor-
gan los valores esenciales.
La presencia de Savater en nuestra casa de
estudios motiva la construcción de actitudes huma-
nísticas. Su obra nos orienta y reta. Delimita que la
ética consiste en aprender a vivir bien porque es
la crónica de los esfuerzos cotidianos.
Y aunque exprese que no hay ningún manual
para ello, su obra se ha convertido en una brújula
contemporánea. Nuestra época, con sus guerras y
hambre, mina la fe en los valores. La globaliza-
ción ha ido acercando la humanidad al abismo. La
globalización despersonaliza. Quiere arrasar con el
porvenir. Derrumba la noción de futuro. Apuesta
a lo instantáneo. De ahí que la ética sea antídoto
cuando los espejismos tienen estatuto de realidad.
Plantea desafíos: donde abundan las injusticias
sociales no puede abrirse camino la prosperidad
colectiva. Muchas instituciones acentúan la deso-
rientación social. Ellas mismas son expresión de ese
– 19 –

extravío colectivo. Una sociedad incapaz de reco-
nocer sus valores indispensables termina incautada
por cualquier ilusión. Porque la política sin sustancia
cívica maniata a las instituciones. Y avanza a medi-
da que destroza los restos del tejido republicano.
En una época donde se privilegian el patri-
monio material y el éxito ilusorio, cuando la moral
padece el extravío, la distinción que hoy otorga la
Universidad de Colima al filósofo Fernando Sava-
ter es muy relevante, porque los valores requeridos
por la convivencia solidaria mueren de anemia y
los ideales democráticos han perdido consistencia.
Se exige un reposicionamiento de la política
como práctica inspirada en valores éticamente sig-
nificativos, no negociables. De ahí que la recon-
quista del mediano y largo plazos sea la del tiem-
po, que inspira confianza al brindar estabilidad a
las decisiones. Para la crisis, los valores. Para los
valores, la educación. Por eso la obra de Savater
otorga un horizonte a la esperanza.
– 20 –
FERNANDO SAVATER: PENSADOR
Y HOMBRE DE ACCIÓN

ADRIANA ELIZABETH MANCILLA MARGALLI

H oy nos convoca el reconocimiento que la


Universidad de Colima otorga a un hom-
bre cuyo oficio se circunscribe fundamentalmente
a pensar, a escribir, a decir. Una síntesis tan sim-
ple y tan compleja, tan sencilla y tan complicada
como lo son la personalidad y la obra de Fernan-
do Fernández-Savater Martín, iconoclasta donos-
tiarra.
Pensador de nuestro tiempo, en nuestro tiem-
po, Savater se ha constituido en un referente, teó-
rico y empírico, de la época. Una inteligencia
– 21 –

vigilante de la circunstancia en que coexistimos.
Su actitud vital nos recuerda que las ideas todavía
importan, que la reflexión crítica —sin concesio-
nes de ninguna especie— sigue siendo el instru-
mento indispensable para entendernos como indi-
viduos y como integrantes de la familia universal
a la que pertenecemos. Pero también, al igual que
otro gran polemista como fue José Vasconcelos,
Savater nos da a entender que hasta la palabra
misma puede llegar a envilecerse si no se transfor-
ma en acción.
A contracorriente de un debate público que
languidece y se frivoliza, los universitarios coli-
menses distinguen en Savater a ese grupo selecto
de personas que son capaces de poner en riesgo
hasta la vida misma por comprometerse con una
forma honesta de interpretar al mundo.
En contraposición a coyunturas históricas,
que exigen de los estudiosos una alta especializa-
ción, aun a riesgo de su aislamiento en burbujas
– 22 –

cognitivas, hacemos uno de los nuestros, en esta
jornada, a un renacentista contemporáneo, tan
múltiple en sus aficiones como en sus intereses
intelectuales y morales: al autor de ensayos de
consulta indispensable (nos ha puesto en contac-
to de nuevo con personajes tan disímbolos como
Nietzsche, Schopenhauer, Stevenson, Spinoza,
Voltaire, Cioran y Borges); al laureado literato
(ganador de prestigiosos galardones como el Pre-
mio Nacional de Ensayo en España, el Premio
Anagrama y el Premio Planeta, entre otros), crea-
dor y recreador de extraordinarios universos ima-
ginativos y reales; al activista, artífice de capital
social y de instituciones, que define con valentía
sus posiciones políticas sin temor a la represalia de
dictadores, terroristas y sectarios; al periodista
que invita a cada lector, con cada línea que redac-
ta, a convertir cerebro y conciencia en motores de
voluntad; al académico, que desde la docencia y
la investigación (en universidades madrileñas y de
– 23 –

Euzkadi), ha contribuido a la formación de innu-
merables generaciones de profesionales de la pala-
bra libre.
Aunque adjetivado como pacifista y huma-
nista, laicista y universalista, antinacionalista y
antisegregacionista, hedonista, progresista y anti-
progresista, constitucionalista y anarquista, este
aficionado a México desde siempre (¿mexicanista?)
es un personaje, jinete de mil caballos, que por su
propia naturaleza resulta imposible encasillar con
los parámetros tradicionales.
Se trata, sobre todo, de un filósofo auténtico,
de la estirpe de los escépticos, porque no pretende
ofrecer respuestas definitivas y absolutas, sino con-
figurar las preguntas pertinentes, porque reconoce
con la humildad de los socráticos que el conoci-
miento es producto de una dinámica evolutiva,
incesante, en la que cada uno, en conjunto, tiene
algo importante que aportar en su propio benefi-
cio y de la comunidad a la que pertenece.
– 24 –

Si hubiese que buscar un común denomina-
dor de esta conciencia multifacética, acaso habría
que encontrarlo en su papel de divulgador del
conocimiento: la característica por antonomasia
de un universitario. Una lucha entusiasta por vol-
ver asequibles a los jóvenes amadores, a través de
la traducción oportuna o de la prosa ágil, algunas
de las principales discusiones que los seres huma-
nos se han planteado en todos los tiempos, en
temas tan trascendentes como la ética y la política.
Un esfuerzo comprometido por sacar de su torre
de marfil los derivados del pensamiento univer-
sal, las ideas mismas que conforman la civilización
y ponerlos al servicio de la existencia cotidiana.
Promotor de “claves para la razón práctica” para
que el pensamiento no se estanque en mera elu-
cubración, sino que se traduzca en vida buena, en
vida clarificada, en vida feliz.
Hoy el nombre de Fernando Savater y la his-
toria de la Universidad de Colima quedan aso-
– 25 –

ciados formalmente a través de la concesión del
doctorado honoris causa. Una institución que cele-
bra a un maestro de su juventud estudiosa y un
maestro que nos honra al formar parte de esta
comunidad universitaria. Savater, “Niño viejo”
(cuyo juguete, el romance castellano, se dio en
sacarle las tripas, por mejor matar sus años), para
definirlo con los versos de otro ilustre hombre de
letras de origen vasco, don Miguel de Unamuno,
puede decir que ha cumplido a cabalidad con la
promesa que a edad temprana le hiciera a su abue-
lo, como nos lo ha compartido en su autobiogra-
fía razonada: nadie le haría nunca callar, no dejaría
que le hicieran callar, no consentiría a nadie que
le hurtase la palabra. Por la fidelidad a ese compro-
miso, dejamos constancia aquí de nuestra capaci-
dad de admirar, que en palabras del homenajeado,
es un requisito para poder ser libres.

– 26 –
LA EDUCACIÓN PARA UNA
SOCIEDAD DEMOCRÁTICA

FERNANDO SAVATER

E n primer lugar tengo que agradecer, por


supuesto, este honor que me confiere la
Universidad de Colima. Es un honor que le agra-
dezco infinitamente, pero que sinceramente no
me extraña, y lo digo así porque conmigo la gene-
rosidad de México ha sido tan grande siempre,
que ya no me extraña recibir inmerecidos pre-
mios como éste que hoy se me otorga.
Mi historia de amor con México, que ya
dura más de 30 años, empezó como una pasión
casi clandestina, de amantes, y ahora tiene la ter-
– 27 –

nura y madurez definitiva de un matrimonio
feliz. Además, la Universidad de Colima es una
universidad muy reputada. Amigos muy estima-
dos y admirados por mí, intelectuales mexicanos,
cuando supieron que yo había obtenido este galar-
dón y que iba a estar con ustedes, me dijeron que
verdaderamente la reputación, la influencia social,
el peso de la obra social, el ejemplo que significa
la Universidad de Colima es estimado en todo el
país, de modo que no sólo agradezco la amabili-
dad de las autoridades que pensaron en mí para
incluirme en los festejos del setenta aniversario
de la Universidad, sino que es algo especialmen-
te importante por la distinción que me otorga
este nombramiento.
Me interesa especialmente que la Universidad
me reconozca en mi faceta de educador, porque de
las muchas cosas que he hecho en la vida (algu-
nas de ellas de forma regular), creo que la voca-
ción y el mayor interés han estado en el terreno
– 28 –

educativo, porque la educación es aquello que no
se puede abandonar ni arrinconar, aquello que a
veces los gobiernos dejan un poco atrás, porque
el plazo de la educación es muy largo: si hoy se
educa bien, lo notaremos dentro de 20 años. Pero
los políticos nunca miran tan lejos, los políticos
siempre están tratando de salvar su pellejo electo-
ral a corto plazo y, por lo tanto, 15 o 20 años son
como la eternidad para ellos.
Es importante que sea la sociedad, que sea-
mos nosotros los que tengamos que exigir, que
reclamar a los políticos, a los políticos en ejerci-
cio, naturalmente, porque políticos somos todos,
y eso es algo que no me cansaré de repetir: en una
democracia, los políticos somos nosotros; la sobe-
ranía está aquí, en nosotros. El gobierno, los que
mandan, son nuestros mandados, aquellos a los
que nosotros les hemos mandado mandar y, por
lo tanto, lo que tenemos que hacer es reclamar
que presten atención a las cosas que a nosotros
– 29 –

realmente nos interesan. Da igual que a los polí-
ticos o algunos políticos —no vamos a crear una
generalización indebida— la educación les inte-
rese más o menos o crean que es algo que se
puede aplazar. A nosotros nos interesa y nosotros
reclamamos que la educación sea algo a lo que
se preste una atención prioritaria, delante de lo
demás.
En ese sentido, estoy muy agradecido de que
mi participación, mi presencia aquí se deba ante
todo a mi faceta de educador, y aún más, estoy
especialmente agradecido de que uno de quienes
me han precedido en esta distinción del doctora-
do honoris causa sea don Pablo Latapí Sarre, una
persona a quien considero uno de los maestros,
uno de mis maestros en la formación de concep-
tos y de ideas en el terreno de la educación.
Hace unas horas me entregaron para que
leyese el discurso de don Pablo Latapí en estas
mismas circunstancias en las que me encuentro
– 30 –

(Una buena educación: reflexiones sobre la cali-
dad, Universidad de Colima, 2009). Él habló de
la educación y la calidad, por supuesto, de una
manera amplia y estimulante, ilustradora. A mí
me gustaría hablar de la necesidad de la educa-
ción, de la necesidad democrática de la educación.

La necesidad democrática
de la educación

Nuestras democracias tienen que educar en de-


fensa propia. Lo que defiende la democracia es
una buena educación. Si una democracia quiere
sobrevivir, mejorar, generalizarse, si quiere hacer-
se de todos y para todos, necesita educación. Es
un punto fundamental; no es optativo, no es que
la educación sea una especie de adorno, de guir-
nalda que haya que colgar. Es un pilar para el
funcionamiento de una democracia. Eso, nues-
– 31 –

tros abuelos griegos lo vieron de manera clara.
Para ellos, democracia y paideia, democracia y
educación, estaban necesariamente unidas; no
había una verdadera democracia sin paideia, sin
educación.
Los griegos, como recuerdan ustedes, siem-
pre establecían una diferencia, una oposición con
el mundo de los persas, que era el gran imperio
con el cual se enfrentaban desde hacía mucho
tiempo. Ellos aceptaban que en el mundo persa,
en el gran imperio persa no hacía falta la educa-
ción. Había formación, es decir, un cierto amaes-
tramiento de las personas. Se preparaba a la gente
para una función determinada, que tenían que
cumplir quisieran o no. Los que estaban destina-
dos a la guerra eran adiestrados en el manejo del
arco, de las armas o en montar a caballo, y los que
iban a ser artesanos eran adiestrados en diversos
oficios. Los cortesanos eran adiestrados en la adu-
lación. Ya estaba predeterminado lo que tenía
– 32 –

que hacer cada cual, de modo que no había edu-
cación, había acomodo de cada uno a un alveo-
lo social determinado, del cual no podía salir ni
escapar.
Los griegos, en cambio, se vanagloriaban
que ellos sí podían y necesitaban educar porque
nadie sabía para qué servía un hombre. El hom-
bre se inventaba a sí mismo, orientaba su propio
camino. No se sabía de antemano si alguien iba a
ser una persona que se dedicaría a tareas humil-
des o a tareas llenas de mérito; por lo tanto, había
que educar a todo mundo. Mientras que en el
imperio persa sólo mandaba uno, en la Atenas
de Pericles, en la Atenas de Sócrates mandaban
todos los ciudadanos, y como todos los ciudada-
nos mandaban, todos tenían que ser preparados
para gobernar.
La educación va ligada al gobierno. Si todos
somos gobernantes —y lo somos en democra-
cia—, entonces todos tenemos que ser educados
– 33 –

para que el país, la sociedad, no falle. Aristóteles
en su Política dice: “Antes de ser gobernante ten-
drás que haber sido gobernado”; es decir, antes de
llegar a ser ciudadano, y por tanto gobernante
como todos los demás, tendrás que haber sido
gobernado, tendrás que haber sido educado, por-
que la educación es la primera impronta, el pri-
mer sello social que sufrimos o gozamos cada uno
de nosotros para llegar a ser ciudadanos de pleno
derecho, y por tanto gobernantes.
Todos somos gobernantes. La educación en
la democracia es siempre educación de prínci-
pes, educación de aquellas personas en cuyas
manos, en cuya responsabilidad estará la direc-
ción de la nación. Los políticos no son seres de
otro planeta que llegan por casualidad para des-
trozarnos la vida, sino personas que nosotros
hemos elegido, que hemos mandado mandar. Por
lo tanto, si lo hacen mal, peor lo hemos hecho
nosotros que los hemos elegido. Si ellos lo hacen
– 34 –

mal, peor lo hacemos nosotros que no los desti-
tuimos, que no ofrecemos alternativas, o en últi-
mo término, que no nos ofrecemos para ocupar
sus puestos si creemos que lo podemos hacer me-
jor que ellos.
Todo eso no se puede improvisar. No hay
personas que hayan nacido para mandar y otras
para obedecer. Todos hemos nacido para compar-
tir las obligaciones del gobierno y también la
obediencia de las leyes. En contra de esta teoría
de que unos han nacido para mandar y otros
resignarse a obedecer, decía Thomas Jefferson
que hay quien cree que algunos seres humanos
nacen con una silla de montar en la espalda y
otros con espuelas para subirse encima y gober-
narles. No es así. Nadie nace ni con espuelas para
acicatear a los demás, ni con una silla de montar
para que otros se le suban. En una democracia no
es así, afortunadamente, y ése es uno de los temas
que tenemos que reforzar en nuestra educación.
– 35 –

La influencia de los ignorantes

Aristóteles, en su Política, dice que no llamaría


Polis, no llamaría ciudad a cien habitantes ni tam-
poco a cien mil; para él era tan absurdo llamar
ciudad a cien personas (lo cual era una minucia)
que a cien mil, lo cual le parecía un disparate
gigantesco. Como sabemos, nosotros vivimos en
ciudades, sobre todo en Estados, en países de
miles y millones de habitantes. Por tanto, nuestro
concepto de democracia lógicamente se ha dis-
tendido mucho, y tiene exigencias distintas a las
que podía tener estrictamente la época griega.
Hay una frase que en una de sus últimas obras
escribe el economista y sociólogo canadiense
(pero que siempre trabajó en Cambridge), John
Kenneth Galbraith. Dice: todas las democracias
contemporáneas viven bajo el temor permanente
a la influencia de los ignorantes. Y esa frase creo
que es importante.
– 36 –

Los ignorantes también tienen voto, como
todo el mundo, y las democracias, la parte más
sana de las democracias, vive bajo el temor a la
influencia de los ignorantes, de que los ignoran-
tes boicoteen las medidas necesarias que deben
tomarse para mejorar cualquier situación y salir
de los conflictos, y que apoyarán a los demago-
gos y a las medidas demagógicas, que traen des-
venturas a las sociedades.
Los ignorantes son una amenaza en un
mundo en que todos los votos valen igual. Uno
a veces, maliciosamente, puede pensar que hay
políticos que esperan, que tienen confianza en los
ignorantes, porque son los únicos que aceptarían
apoyar las ofertas políticas que ellos hagan, de
modo que efectivamente hay mucho en la socie-
dad para temer a los ignorantes. Pero hay algunos
políticos que confían en los ignorantes para sacar
adelante sus propuestas, sus medidas pragmáticas
a su favor, justificadas con supersticiones.
– 37 –

La educación es parte imprescindible en el
funcionamiento democrático. Tenemos que for-
mar personas, no solamente buenos profesiona-
les. Naturalmente es importante que la educa-
ción esté orientada a formar profesionales, a tener
destrezas prácticas en el campo de la escritura, de
la argumentación, en el cálculo; porque el ser
humano tiene que valerse de armas del conoci-
miento para enfrentarse a la naturaleza y salir
adelante en sociedad, pero a la vez tenemos que
formar carácteres, personas íntegras, es decir, cul-
tivar la humanidad y la ciudadanía en cada uno
de nosotros. Ésa es también una tarea indispen-
sable. Y eso no es que no lo apoyen los políticos,
pero muchos políticos e incluso ciertos padres o
ciertos sectores sociales piden que se dejen de
tonterías. Lo importante, creen, es que los chicos
estudien, que tengan una profesión, que empie-
cen a ganar dinero pronto, que se independicen y
lo de la ciudadanía no les interesa.
– 38 –

Eso es algo a combatir, pero a combatir por
todos, porque fíjense ustedes: los que vamos a
sufrir las consecuencias de una mala educación
de los demás somos todos. La educación nunca es
un asunto privado, siempre es un asunto públi-
co, porque el efecto de la buena o la mala educa-
ción es social y nos alcanza a todos; por lo tan-
to, nunca es un asunto de papá, mamá, el nene o
la nena, es un asunto de la sociedad, nos implica
a todos y todos estamos concernidos y todos tene-
mos algo que decir respecto a la educación, por
muy privado, por muy especial que sea el centro
educativo.
Se pueden señalar algunos aspectos que a
mí me parecen imprescindibles en la formación
democrática, ciudadana, humanística, aunque
esas cosas siempre son discutibles, porque tie-
nen un punto de arbitrariedad. Nosotros nece-
sitamos cultivar la humanidad, porque no se da
de manera espontánea. Genéticamente estamos
– 39 –

predispuestos a la humanidad, pero la huma-
nidad no nos la da la naturaleza, nos la da socie-
dad, nos la dan los demás. Todos nacemos dos
veces, dicen los antropólogos, que llaman a este
fenómeno neotenia: una del útero materno y
otra del útero social. Nacemos con la disposi-
ción al símbolo, a la palabra, a la sociedad, pero
es el resto de nuestros semejantes los que van a
hacer efectiva nuestra humanidad. Por lo tanto,
tenemos que cumplir esa tarea, no es una tarea
que puede dejarse al azar o abandonarse a la
casualidad.

La persuasión es un fundamento
democrático

Señalaré algunos puntos que me parecen impor-


tantes en la educación para la democracia. Pri-
mero, hay que crear carácteres capaces de per-
– 40 –

suadir y de ser persuadidos por los demás. Cuan-
do Galbraith, en la cita que les he mencionado
antes dice los ignorantes, no se refiere a los igno-
rantes en el sentido fáctico del término; no es que
sean personas que ignoran algún detalle técnico,
las plantas fanerógamas, dónde está situada Tegu-
cigalpa, esas cosas concretas. En ese sentido to-
dos somos mucho más ignorantes que sabios; las
cosas que ignoramos son infinitamente más que
las que sabemos, y de hecho para eso están las
enciclopedias, Wikipedia, internet, para ente-
rarnos de lo que no sabemos y a veces de lo que
no nos interesa.
La ignorancia a la que se refiere Galbraith es
una ignorancia más decidida. Es el que ignora
cómo puede expresar, de manera inteligible, sus
demandas sociales a los demás; es el que no com-
prende las demandas sociales que le hacen los
demás porque no entiende una argumentación,
un razonamiento, porque no puede leer más que
– 41 –

una página de deportes y no algo un poco más
complicado. Ésa es la ignorancia peligrosa, la
ignorancia que le imposibilita a uno a persuadir
y ser persuadido. Hay personas que son incapa-
ces de persuadir a nadie porque no saben argu-
mentar sus demandas y que son incapaces de ser
persuadidos porque no entienden las demandas
de los demás. Se cierran en bloque a ellas, inclu-
so a veces se enorgullecen por no ceder ante las
argumentaciones.
Vengo desgraciadamente de un país en que
hay un ancestral orgullo de ser impermeable a los
razonamientos. Allí está mal visto que una perso-
na ceda a razones. Tengo amigos de mi jurásica
edad, que de vez en cuando dicen: “Yo sigo pen-
sando lo mismo que a los 17 años”. Señal inequí-
voca de que ni a los 17 años ni ahora pensaron
nunca nada, y que simplemente algún día se les
metió una idea en la cabeza, como esas moscas
que se encierran en una botella y se quedaron
– 42 –

zumbando adentro sin poder salir, y todavía la
tienen ahí y creen que están pensando.
Ser capaz de persuadir a otros y de ser per-
suadidos es un fundamento democrático. Las
democracias son todas parlamentarias. Parla-
mentario no sólo es el parlamento, sino todo lo
que está fuera de él; todos estamos parlamentan-
do con los demás, negociando nuestra vida con
los otros, y ese negociar nuestra vida con los otros
vuelve imprescindible ser capaces de persuadir
y ser persuadidos. Eso hay que aprenderlo. Y hay
que aprender a valorarlo. Hay que enseñar a los
neófitos, a los niños y adolescentes que no sólo
es bueno persuadir y ser persuadido, sino que es
imprescindible, que hay un mérito en cambiar
de opinión cuando a uno le dan razones para
ello. Y que hay un mérito en que en vez de impo-
ner nuestras opiniones seamos capaces de ra-
zonarlas y de esperar que los demás las acepten
como tales.
– 43 –

Libertad y responsabilidad

Otro aspecto importante que hay que transmi-


tir por la educación es la autonomía personal.
Crear seres autónomos, capaces de valerse o de
decidir por sí mismos, de ejercer su libertad y, por
tanto, de aceptar su responsabilidad. Libertad y
responsabilidad son términos simétricos y en el
fondo significan lo mismo: la persona es el suje-
to de la acción. Antes de la acción somos libres,
después de la acción somos responsables. Ambos
términos se corresponden. No es posible ser libre
sin ser responsable.
No es posible llamar de otra forma a la li-
bertad, que la de responder cuando la acción ha
sido realizada, y eso entonces exige autonomía,
exige que las personas puedan decidir por sí mis-
mas. Que no tengan que estar siendo vividas,
ordenadas u organizadas desde fuera. Vivimos en
Estados que quieren prescribirnos lo que tenemos
– 44 –

que tomar, lo que tenemos que comer, lo que tene-
mos que leer, lo que tenemos que ver, a dónde
tenemos que ir, lo que tenemos que evitar. Esa
tutoría permanente hay muchas personas que la
aceptan con cierta gratitud porque les quita res-
ponsabilidades: “Yo no tengo la culpa de nada…
pregúntenle al Estado”.
Conozco la experiencia en España de gente
que, sin ser franquista, echó de menos al dictador
Franco porque él tenía la culpa de todo, y eso era
una ventaja. Ninguno teníamos culpa de nada de
lo que hacíamos, de lo que ocurría, porque para
eso estaba Franco, que tenía la culpa de todo lo
que pasaba en el país. Una vez que desapareció
todos nos empezamos a sentir un poco culpables:
“Ahora tengo que decidir; ahora, si pasa algo y
meto la pata, soy culpable”.
Es imprescindible fomentar la autonomía,
no fomentar simplemente el hecho de que uno
está esperando ver qué mandan los demás. Auto-
– 45 –

nomía también quiere decir que uno acepte que
la libertad tiene muchas veces malas consecuen-
cias. La libertad no es una especie de fiesta con-
tinua. La libertad es un riesgo, y un riesgo que
puede acabar mal y que muchas veces acaba
mal. Hay que ser capaz de decir: “Puesto que soy
libre, me arriesgo”. Esto también hay que ense-
ñarlo, porque tampoco es habitual que se acepte
como tal.
Otro rasgo que hay que transmitir con la
educación es la capacidad de cooperar con los
otros. La cooperación no es tan común. Espontá-
neamente a veces nos desentendemos un poco de
lo que se hace a nuestro alrededor. Hay gente
emprendedora que quiere seguir su propio cami-
no; hay gente tan servil que no sabe ayudar por-
que no tiene iniciativa, le hace falta alguien que
le esté dictando permanentemente las normas.
La cooperación es una especie de ayuda mutua,
pero acompañada de iniciativa propia. Eso es algo
– 46 –

que también hay que enseñar, y es algo de lo más
fundamental.
Hoy vivimos una sociedad tan cambiante,
que es inútil suponer que unas enseñanzas con-
cretas, laborales, nos van a servir seguro para algo.
Uno puede estudiar una cosa con buena voluntad
y después, en la vida, debe hacer mil cosas que no
tienen nada que ver con lo que estudió, porque la
sociedad es así, porque está en un cambio; pero
cualquiera que sea el puesto que vayamos a ejer-
cer, o en un trabajo y en otro y en otro, cualquie-
ra que sean esos puestos de trabajo, en todos hará
falta cooperar con los demás. La cooperación es
imprescindible como base de un rendimiento
laboral competente. Más que enseñar especiales
destrezas laborales hay que enseñar a cooperar con
otros, a comprender, a escuchar, a prestar aten-
ción a lo que otros proponen, a proponer a su vez
otras cosas, y a renunciar a parte de nuestra idio-
sincrasia para poder colaborar con los demás. A
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mantener nuestra iniciativa cuando creemos que
eso puede ser útil para el trabajo colectivo. La
cooperación es otra de las virtudes en las que hay
que insistir.
Por supuesto, hay que transmitir la exigen-
cia y necesidad de la solidaridad. La solidaridad
no es una mera expresión de la bondad. La com-
pasión y ser sensible está muy bien, es algo hu-
manísimo y muy elogiable, pero la solidaridad
va más allá. La solidaridad es comprender que
en una sociedad nadie se salva solo, que las socie-
dades se llaman así porque todos somos socios,
porque estamos en el mismo barco. Chesterton
tenía una expresión que parece casi pensada pa-
ra estos tiempos de crisis en que vivimos: todos
vamos en el mismo barco y, frecuentemente, to-
dos mareados.
Lo que implica que todos estamos en esas
agitaciones y turbulencias. La solidaridad es saber
que nosotros tenemos que intentar convencer, y
– 48 –

de manera práctica, a los demás, de que tiene más
valía estar dentro de la sociedad que estar fuera;
que es más valioso cumplir las leyes que infringir-
las, porque si creamos una sociedad en la cual
una gran parte de personas que ven más utilidad
en violar las leyes que en cumplirlas, lo harán así.
Entonces eso será malo para todos.

Educar a favor de la sociedad

Uno de los mecanismos más claros que infringen


la solidaridad es la corrupción. El hecho de que
alguien utilice los mecanismos y las garantías
sociales en su beneficio y en contra del pacto que
tiene con los demás, sobre todo si ocupa un espa-
cio público, es la falta más grave contra la soli-
daridad, pero es a la vez desmoralizador para el
resto de la sociedad. Si las personas que ocupan
puestos altos, puestos de responsabilidad, puestos
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privilegiados, se corrompen y utilizan esos pues-
tos para su beneficio, el resto de la sociedad, que
no tiene tantos beneficios de pertenecer a ella y
de cumplir las leyes, inmediatamente se desmo-
ralizará e irá rompiendo su pacto y su contrato
con los demás, y así se generan las situaciones en
que gran parte de la sociedad se siente dispensa-
da de cumplir las leyes, dispensada de aceptar la
legalidad y vive por su cuenta, puesto que ve que
los de un estadio más alto tampoco cumplen
esas leyes.
La solidaridad es una medida de pruden-
cia social. Un egoísta bien informado procura
ser solidario porque las sociedades solidarias son
más seguras, estables, más cómodas y fructuosas
que las otras, y eso es algo que también hay que
transmitir a los educandos. Hay que transmi-
tirles estos valores, hay que revelarles estas co-
sas, en contra de esas genialidades cínicas a veces
imperantes.
– 50 –

El verdadero problema de la educación no
es que haya gente que va a quedarse sin ser edu-
cada, sino que todo el mundo, quiera o no, va a
ser educado por unos o por otros. Ése es el pro-
blema. La educación está tan ligada al desarrollo
de la humanidad, es tan propio de los humanos
el ser educados, que todo mundo, todos los seres
humanos van creciendo y educándose a la vez.
El problema es quién los educa. Si los jóvenes
no tienen unos padres responsables, si no tienen
una escuela, si no tienen unos institutos, unos
medios de comunicación con conciencia peda-
gógica, si no tienen unas personalidades públicas
que sepan dar ejemplo y transmitir valores, enton-
ces serán educados también.
La gente que no tiene nada de eso tam-
bién es educada. Es educada por los gánsteres,
por las bandas que están en las calles, por los
cárteles. Serán educados por los peores ejem-
plos de la televisión, por los más deleznables,
– 51 –

los más banales, los más frívolos, los más
estúpidos. Serán educados por los peores ejem-
plos, por los fanáticos, por los supersticiosos,
por los exorcistas, por todo ese tipo de gente.
Todos esos educarán si nosotros no educamos
antes.
Entonces, la tarea del verdadero educador
no es educar simplemente, porque todo mundo
resulta educado. La tarea es llegar antes que los
malos educadores; para educar nosotros antes.
Ésa es la verdadera tarea, ése es el verdadero com-
promiso. Tenemos que apresurarnos socialmente
a educar a aquellos que, si no ocurre así, van a
ser educados en contra nuestra. Hay que educar
a favor de la sociedad, a favor del progreso, de la
tolerancia, de la libertad, antes de que todas esas
personas sean educadas en contra de esos valo-
res y a favor de sus opuestos: de la superstición,
la xenofobia, la intransigencia, el integrismo y la
violencia. Ése es el verdadero dilema. Tenemos
– 52 –

que educar antes que los malos educadores cum-
plan su función.
Evidentemente estoy hablando de la forma-
ción del carácter, de cooperación, por supuesto,
no quiero quitar importancia a la transmisión de
conocimientos. También hay que transmitir cono-
cimientos. Durante mucho tiempo una pedagogía
un poco irresponsable, lúdica, solamente favore-
cía el que hay que enseñar a aprender, aprender a
aprender, aprender a aprender a aprender, pero
bueno, al final, algo hay que aprender. Habrá
algún momento en que después de haber apren-
dido a haber aprendido a haber aprendido tiene
uno que saber que la capital de Francia es París.
Si no, todas las buenas intenciones morales pue-
den fracasar. Ahí tienen ustedes el ejemplo de ese
país del este de Europa, cuyo gobierno conmovi-
do justamente por la terrible tragedia de Puerto
Príncipe decidió organizar un convoy humanita-
rio y lo envió a Tahití. Evidentemente, la inten-
– 53 –

ción era buena, pero el océano equivocado. Eso
es grave: una ética no ilustrada, una ética que no
sabe lo que es el bien, una ética que cree que
hace el bien, cuando en el fondo está perjudi-
cando a los demás.

La educación es la lucha
contra la fatalidad

En enero se cumplieron 50 años de la muerte en


un accidente de Albert Camus, uno de los gran-
des escritores, mito y símbolo del siglo XX, en
parte por su obra tan notable, no sólo en nove-
las sino también en ensayo, en periodismo, y
también por su muerte temprana. Los que mue-
ren jóvenes de alguna forma golpean más nues-
tra imaginación. Camus murió con 47 años, y
eso es impresionante. Camus venía de una fami-
lia sumamente pobre. Su madre era española, de
– 54 –

Menorca. Se había trasladado con el resto de su
familia a Argelia, a un pueblo cerca de Argel,
donde vivían sumamente pobres. La madre no
sabía leer ni escribir; nunca pudo leer nada de lo
que su hijo escribió.
Cuando Albert Camus ganó en 1957 el Pre-
mio Nobel de Literatura, la primera llamada o
su primer pensamiento fue lógicamente para su
madre, pero la primera carta que escribió lue-
go del acontecimiento fue para Louis Germain,
quien era su maestro de primaria, el maestro que
en Argelia había apoyado a aquel niño de una
familia mísera, absolutamente ignorante, que
cuando vio que le iban a destinar a los 13 años a
ponerse a trabajar, luchó porque le dejaran estu-
diar en un instituto, seguir desarrollándose inte-
lectual y moralmente. Gracias a esa labor de la
educación, Albert Camus llegó a ser una figura
universal. Él, en esa carta le dice: gracias a usted,
este niño pobre, mísero que fui, ha llegado a este
– 55 –

momento. Si no hubiera sido por un educador
dispuesto a luchar por su educando, no habría
sido posible ejemplo como ése.*
Muchas veces decimos: “¿Pero qué se va a
hacer? Esta gente es tan miserable, tan pobre, tan
ignorante; viene de un ambiente carente de letras,
de curiosidad intelectual. ¿Qué se va a esperar de
esa gente?” Pues de esa gente puede salir un Pre-
mio Nobel como Albert Camus. El contexto en
el que brotó Camus es el más mísero que se puede
imaginar, y sin embargo ahí está.

* La carta textualmente dice: “Esperé que se apagara un poco


el ruido que ha rodeado todos estos días antes de hablarle de
todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no
he buscado ni pedido. Pero, cuando supe la noticia, pensé pri-
mero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano
afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su esperanza
y ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que
conceda demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero
ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha
sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos,
su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello conti-
núan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese
a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.”

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La lucha de la educación es la lucha contra
la fatalidad, la fatalidad que hace que el hijo del
pobre siempre sea pobre, contra la fatalidad que
hace que el hijo del ignorante siempre sea igno-
rante. Contra esas fatalidades es contra las que
lucha la educación. Naturalmente, la educación
no puede resolver todos los problemas del mun-
do, pero en la solución de cada uno de esos pro-
blemas hay una parte de educación. Nunca vamos
a resolverlo todo sólo con educación; hacen falta
medidas sociales, económicas, institucionales, so-
bre todo porque, como hemos dicho, la educa-
ción necesita un largo plazo y no un plazo inme-
diato. Pero si en la solución de los problemas no
hay una dimensión educativa, si no enraizamos
en la conciencia y en el conocimiento de nuestras
generaciones futuras los cambios y las transfor-
maciones positivas que queremos hacer, si no nos
enraizamos por la vía de la educación, desapare-
cerán como esas plantas que arrastra la corriente
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porque no tienen raíces y no han quedado fijas
en el suelo, donde tenían que haber fructificado.

Con el alma en Colima

Eso es lo que quería decirles, este exordio a la


educación, a una educación que crea personas
capaces de gobernar y gobernarse. El objetivo de
la educación es formar seres humanos autóno-
mos, capaces de gobernar y de gobernarse con
otros; seres sociales que saben y que son cons-
cientes de las necesidades, de los privilegios, de
los beneficios y deberes que impone la sociedad.
Ésas son las cosas que debemos transmitir funda-
mentalmente y son las que, en la medida de lo
posible y de las limitaciones que yo he tenido, he
tratado de transmitir a la gente.
Por lo demás, qué les voy a decir, aparte de
agradecer su compañía y este honor que se me
– 58 –

hace. Voy a intentar seguir luchando y escribien-
do hasta el final, que no sé cuándo llegará. No
sé dónde morirá mi cuerpo, pero sé que mi alma
va a quedar en México, y ya dentro de México,
que es muy grande, por qué no en Colima.

– 59 –
Fernando Savater, La educación para una sociedad
democrática, edición conmemorativa con motivo del
doctorado honoris causa al autor, fue editado por la
Dirección General de Publicaciones de la Universidad
de Colima, avenida Universidad 333, Colima, Col.,
México, http://www.ucol.mx. Terminó de impri-
mirse en la Ciudad de México, en el mes de octubre
de 2010, por Ediciones de Buena Tinta, S.A. de C.V.
San Julio M-607, L-24, Pedregal de Santa Úrsula,
Coyoacán, México, D.F. Tel. 1517 5808. Se tiraron
1000 ejemplares más sobrantes, sobre papel multiart
mate de 150 gramos. La edición estuvo al cuidado de
Guillermina Araiza Torres y Alberto Vega Aguayo.

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