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y su impacto en el
desarrollo de las
sociedades
Unidad 1.
Tres humanismos de la modernidad más el cuarto humanismo digital
Para hablar del humanismo digital o 4.0 abordaremos, en primera instancia, el contexto
que enmarca el valor de las humanidades en la educación superior. Esto por dos razones:
1. El humanismo, si bien toca todas las esferas de la sociedad y de la cultura,
necesariamente está anclado al contexto de la formación de los sujetos, de las
personas.
2. La segunda razón es porque tú y yo estamos viviendo en un contexto educativo; tú
estudias un programa académico, estás en una institución educativa y tu carrera 2
ocupa buena parte de tu cotidianidad, incluso aunque estés en casa.
3. Así que nuestro campo de análisis y reflexión será lo que hacemos como
estudiantes en este contexto de educación.
Por ahora, en esta primera parte, quiero que tengamos claro algunas concepciones del
humanismo y de las humanidades, que, aunque están estrechamente relacionadas, tienen
diferencias cuya claridad nos facilitará la comprensión del curso y el alcance de los
objetivos.
Comencemos con las humanidades. Piensa por un momento: ¿Qué son para ti?
A tu mente llegaron algunas ideas como:
• Cursos de ética y valores.
• Asignaturas de filosofía, historia o clases de artes.
• Saberes o conocimientos asociados a lo trascendental del ser humano.
Si pensaste en alguna de estas respuestas o en otra similar, es comprensible porque eso
hemos aprendido desde el colegio. Sin embargo, estás equivocado. Estas percepciones no
corresponden a las humanidades.
Podríamos decir, en una primera aproximación, que las humanidades se refieren a los
campos del conocimiento que desarrollan habilidades superiores de las personas, es decir,
de los seres humanos.
Pero esta aproximación es apenas la punta del iceberg porque estas habilidades superiores
han cambiado con el tiempo y responden a los diferentes intereses de la cultura o la
sociedad de cada momento de la historia.
En la antigua Europa, en los comienzos de la “universidad” (siglo IV, aproximadamente),
enseñaban solo a quienes tuvieran la posibilidad social y económica para hacerlo. Los
alumnos no estudiaban para el trabajo, sino que aprendían los conocimientos y las
habilidades que les iban a permitir desenvolverse adecuadamente en la sociedad, en
especial, en su círculo de relacionamiento. Estudiaban más o menos lo mismo: el “trívium y
el quadrivium”.
De estas siete grandes artes, las tres primeras, Trívium, estaban conformadas por la
gramática, la lógica y la retórica.
Las otras cuatro, Quadrivium, correspondían a matemática, astronomía, geometría y
música. 3
Estas artes fueron denominadas artes libelares (de los hombres libres), en contraposición a
otras artes de los siervos. De las labores de este grupo se destacan las del Trívium, debido a
que estos saberes eran los necesarios para que cada persona aprendiera a observar
críticamente, a expresarse adecuadamente y a comunicarse en contextos “cultos”.
En este sentido, en la antigua Europa, estos saberes eran los superiores. El impacto de este
conocimiento, como ya lo dijimos, estaba restringido a las clases sociales más altas y
pudientes.
Demos un salto grande en la historia para ubicarnos en la Europa del siglo XVI. Las artes
liberales en aquel momento fueron constituidas por todos aquellos saberes que formaban
el pensamiento crítico y creativo. Así, áreas como la filosofía (lógica, gramática, retórica), la
literatura y las artes plásticas (la pintura, la escultura, el teatro), conformaron el nuevo
“corpus” de conocimiento de las humanidades.
Es importante entender que estos campos del saber pertenecen a las humanidades, no
tanto por los contenidos sino por lo que permiten desarrollar en las personas.
En esta época aparece la expresión del humanismo como corriente de pensamiento y
forma de conocimiento.
Las humanidades serán los insumos necesarios para crear una mente creativa y crítica,
capaz de transformar la realidad y la naturaleza solo por el intelecto y la capacidad
humana.
Con la expansión de los territorios que hacían parte de las colonias de las naciones
europeas y con el fortalecimiento del mercado internacional que conectó a oriente y
occidente, Europa se había consolidado como el centro de la cultura y la civilización
“universales”. Existía un conocimiento: el científico; y una racionalidad superior: la
europea, la cual se definió heredera del pensamiento de la antigua Grecia y Roma.
El imaginario de progreso que habían asumido las diferentes naciones que comenzaron a
independizarse, estaba basado en las fórmulas de la modernidad europea, después 7
norteamericana. Sin embargo, durante la colonización, nos encontramos con otras culturas,
sofisticadas y complejas como la cultura china, incluso más antigua que la tradición
europea grecorromana. Otros grupos humanos con historias y formas de vida sociales más
armonizadas con la naturaleza, como las culturas africanas o americanas.
Poco a poco, entonces, comenzó a crecer otra idea humanista:
No hay una sola forma de ser humano en este planeta ni una única forma de conocimiento
o de valores.
Este segundo humanismo de Lévi-Strauss transcurre durante el siglo XIX y primera mitad
del siglo XX, y se va integrando a la cultura global, conforme las diversas culturas del
planeta encuentran un escenario de divulgación y defensa de sus tradiciones y formas de
vida. Si bien la modernidad estableció que, para convivir en la sociedad había que ser de
cierta manera específica, este humanismo plantea el desafío de reconocer y aceptar la
diferencia como elemento sustantivo de la realidad social. Aunque todos debemos ser
iguales en derechos, hay que reconocer que somos diferentes en las maneras como
vivimos, entendemos el mundo y nos movemos en él.
El humanismo democrático y el desafío de vivir juntos en una aldea global
Hasta aquí hemos hecho referencia a las dinámicas globales de los humanismos. Ahora, es
importante subrayar que, desde la academia, especialmente la educación superior, estos
movimientos se han apalancado en la configuración de las humanidades y en el desarrollo
o consolidación de nuevas disciplinas que las complementan.
Sin embargo, en el período de la modernidad (siglos XIX y XX), el impulso y priorización de
los saberes y las ciencias “productivas” hicieron que poco a poco se desarrollaran nuevos
programas académicos para el trabajo, la producción y la economía. Paralelamente, los
contenidos de la educación, en general, comenzaron a prescindir de las humanidades, pues
se consideraba que estas no aportaban de manera directa al desarrollo económico.
Este supuesto hizo carrera hasta el punto que la educación superior dejó de ser una fuerza
transformadora de crecimiento personal y social por la vía del fortalecimiento del acervo
cultural, para constituirse en una serie de instituciones que forman profesionales para una
sociedad productiva. Entre la segunda mitad del siglo XIX y primera del siglo XX, se puede
rastrear cómo los programas académicos de las universidades comenzaron a reducir las
asignaturas y campos de las humanidades para fortalecer las STEM (acrónimo de los
términos en inglés Science, Technology, Engineering and Mathematics). Las “artes liberales”
fueron reemplazadas por “oficios liberales”.
Desde la segunda mitad del siglo XX, diferentes pensadores de todas partes del planeta y
desde diferentes áreas del conocimiento, han comenzado a señalar las consecuencias del
debilitamiento o la pérdida de la formación humanista en la Educación. Lévi-Strauss (1956)
presenta una reflexión sobre la condición humana y los aportes de la cultura a una 9
sociedad global; Adela Cortina (1997) propone la necesidad de formar la conciencia de la
diversidad humana y cultural y el reto de construir ciudadanías globales incluyentes;
Amartya Sen (2000) da la perspectiva de una economía moral y la consciencia de las
ciencias humanas como principio de democracia para el respeto real de las libertades de la
persona. Quizás una de las autoras más representativas por su impacto en los procesos
sociales es la filósofa norteamericana Martha Nussbaum (2010). Ella expone la crisis de la
educación moderna y relaciona las problemáticas sociales con este “déficit” en la
formación humanista, y propone el debate de dos enfoques de valoración: la educación
para la renta versus la educación para la democracia.
La mayoría de estos autores coinciden en dos ideas centrales sobre la formación humanista
y social:
En primer lugar, hay una relación estrecha entre la pérdida de terreno de las humanidades
con la crisis de la modernidad y la democracia.
Y segundo, su valor no reside en la productividad que representa este conocimiento. Su
impacto y su importancia están dadas en la medida en que son las humanidades las que
generan habilidades, conocimientos sociales y el pensamiento crítico necesarios para la
resolución alternativa de problemáticas cada vez más complejas.
Estos aspectos son las condiciones sociales de base que permitirán el desarrollo de una
economía sostenible, pues de nada servirá formar profesionales para el trabajo y la
producción económica, si nos quedamos sin una sociedad o una democracia que la
sustente (Nussbaum, 2010).
Así que las humanidades, en la educación, no tienen el objetivo de enseñar filosofía o
historia. Se trata de todas aquellas experiencias de aprendizaje que desarrollen las
habilidades de pensamiento y de la personalidad, que permitan repensar el mundo, mirarlo
desde perspectivas diferentes, proponiendo alternativas de solución a diversos problemas.
Realiza la siguiente reflexión:
Cuando la base de valoración del conocimiento es la utilidad laboral o productiva, ¿cómo
darle valor nuevamente a las humanidades en la formación del pensamiento superior?
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