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Día 25 Vida mística y contemplativa de

San Pío
¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes?.
(1 corintios 3, 16)

LA VIDA MÍSTICA Y LOS SEGLARES


Hoy es doctrina común entre los grandes maestros de la vida espiritual que sin la
actuación más o menos intensa de los dones del Espíritu Santo al modo divino— que
es el propio de ellos y el que caracteriza la llamada vida mística— sobre el ejercicio
puramente ascético y al modo humano de las virtudes infusas, teologales o morales,
no es posible llegar a la plena perfección cristiana.

Porque la práctica ascética de esas virtudes al modo humano— que es el propio de


ellas cuando no son perfeccionadas por la modalidad divina de los dones del Espíritu
Santo— siempre resultará raquítica e imperfecta, llena de reminiscencias mundanas y
de resabios de amor propio, que será imposible evitar del todo por mucha vigilancia e
interés que se ponga humanamente en combatirlos.

Ahora bien: si esto es así por necesidad inevitable del ejercicio de las virtudes al
modo humano característico de la ascética, es forzoso concluir que sin la actuación de
los dones del Espíritu Santo al modo divino, propio de la mística, nadie podrá alcanzar
del todo las cumbres de la perfección cristiana, sea cual fuere su estado o género de
vida: sacerdote, religioso o simple seglar.

Que la vida seglar lleva consigo grandes dificultades para el ejercicio de la oración
contemplativa, nadie lo puede poner en duda. Si no fuera así, el estado religioso—
huida del mundo para darse del todo a Dios— no tendría sentido ni razón de ser. Pero
del hecho cierto e indiscutible de que la vida del seglar en el mundo le dificulta
enormemente el ejercicio de la oración contemplativa, no puede concluirse en modo
alguno que este tipo de oración no es apto ni necesario para él.

La única conclusión legítima que puede sacarse de ello es que la llegada a la cumbre
de la perfección le resultará al seglar más dificultosa y agobiante, pero en modo

“En la vida espiritual, el que no avanza retrocede. Sucede como con un barco que siempre debe
seguir adelante. Si se detiene, el viento lo devolverá.”
- San Pío de Pietrelcina
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LA VIDA MÍSTICA Y LOS SEGLARES

alguno que deba dispensarse en absoluto de tender con todas sus fuerzas, en la
medida de lo posible, a ese ideal contemplativo indispensable para todos.

Es altamente significativo y consolador, en medio del trepidante activismo que


caracteriza la vida moderna, ver cómo los mismos seglares que tratan en serio de
santificarse sienten la nostalgia y la necesidad de pasar largos ratos de sosiego
contemplativo a los pies del sagrario o en el silencio recoleto de su habitación. Sin
duda alguna, esos ratos de aparente ociosidad son los más fecundos de su vida; no
sólo porque les unen íntimamente a Dios— que es el manantial y la fuente única de
toda perfección y santidad— , sino también porque en ellos encuentran el más
poderoso estímulo y acicate para entregarse después, con redoblado ardor y
generosidad, a sus actividades profesionales y a la práctica intensa del apostolado en
el propio ambiente. Sin oración contemplativa, sin esa unión íntima y entrañable con
Dios que pone incandescente la caridad, todo se reducirá a activismo febril, a ruido
exterior, a «bronce que suena o címbalo que retiñe» (cf. i Cor 13,1).

Los mismos seglares han escrito en nuestros días páginas deliciosas sobre la necesidad
del silencio contemplativo para poner un poco de calma y sosiego en la agitación febril
que caracteriza la vida en el mundo de hoy. Como muestra y ejemplar de esa inquietud
de los seglares por el sosiego de la vida contemplativa en medio del tráfago del mundo,
ofrecemos al lector a continuación un precioso artículo debido a la pluma de un seglar.

«Todos los días del año, la mayor parte de los cristianos recitan estas palabras de la
oración dominical: Venga a nosotros tu reino; sin embargo, son muy escasos los que
tienen pleno conocimiento de todo lo que ello significa, la mayor parte no tiene ni
siquiera aproximado. Se vive — y esto los mejores— la espiritualidad de la Antigua Ley;
mas de aquello que constituía lo esencial del mensaje de Cristo, de la Buena Nueva,
apenas si queda nada en la espiritualidad seglar de nuestros días. En las mentes de hoy
no se concede ningún valor positivo a ese Reino de los cielos que está dentro de
vosotros, que nos vino a predicar el Hijo de Dios.

Ha pasado a ser algo así como un objeto de leyenda o un fenómeno raro de gente
extraña que, bajo la denominación peyorativa de «misticismo, se reserva para ciertos
religiosos, eso sí, y, por lo demás, para algunas personas a las que se hace objeto de
una especial admiración o conmiseración. Como ocurre con la penitencia y la
austeridad o mortificación en un siglo en el que el naturalismo y el materialismo privan
cada vez más, la vida interior cristiana, la vida contemplativa, va siendo excluida con un
progresivo aumento de convicción. Va resultando cada vez más embarazosa la
predicación de un Evangelio que se compone principalmente, por no decir totalmente,
de estos dos ingredientes, y de la gran revelación que hay que hacer: de que el Verbo
de Dios se hizo carne para llevar toda la Creación al Padre mediante la restauración y
desarrollo, por medio de la cruz, que nos dejaba en herencia, del reino de Dios en el

““En la vida espiritual, el que no avanza retrocede. Sucede como con un barco que siempre debe
seguir adelante. Si se detiene, el viento lo devolverá.”
- San Pío de Pietrelcina
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hombre, lo único que se quiere entender es lo primero, en lo que se quiere ver el


camino abierto para legitimar nuestro excesivo apego a lo terrenal.

¿Cómo haremos para llevar a las mentes de hoy el mensaje eterno? ¿De qué manera se
conseguirá una adaptación suficiente? Problema técnico éste, ciertamente, de muy
grande importancia. Pero hay una cosa, al menos, que está clara: para resolverlo no
cabe adoptar la norma de dejar de anunciar este Evangelio, no cabe anunciarlo sólo a
medias, dando de lado todo aquello que de momento pudiera chocar con la
mentalidad actual y predicando solamente lo que pudiera ser bien acogido. Esto,
además de infidelidad, sería inútil e ilusorio, y viene sucediendo ya con mucha
frecuencia.

Se habla hoy en día bastante de espiritualidad seglar. Se habla también mucho de


humanismo y encamación, y, en cambio, oímos hablar demasiado poco de abnegación
y contemplación, se nos da una revelación raquítica, en la cual se suprime lo que había
verdaderamente de bueno en la Buena Nueva: el tesoro escondido y la perla fina, de
que nos habla el Evangelio; aquello que, por otra parte, hace que sean suaves y ligeros
ese yugo y esas cargas que son la ley de vida, y que no porque tampoco nos hablen de
ellas dejarán de pesar sobre nosotros.

No se trata, desde luego, de que se deba atraer a los fieles mediante la exposición y
promesa de fruiciones maravillosas que estarían esperando solamente a que se
decidieran a alargar la mano para posesionarse de ellas, sino de hacerles tomar
conciencia de la existencia de esa vida sobrenatural que recibieron con el bautismo; de
que no sólo no tienen derecho a enterrarla, como aquel réprobo del Evangelio, sino
que ello constituye la parte esencial del don de Dios; así como de que, sin su
desarrollo, no solamente no conseguirán alcanzar el fin sobrenatural de santificación
para que fueron creados, sino que ni aun tampoco conseguirán la simple perfección
natural. Como dice Raúl de Plus, S.I., en frase bien gráfica: «Aquel que pone su objetivo
meramente en la perfección de la vida natural, despreciando la vida sobrenatural,
acabará por no conseguir ni siquiera aquélla y por vivir la vida de las bestias».

Está dentro de la más pura ortodoxia la tesis, que se va afirmando cada vez más en
teología, de que la contemplación, como la santidad a que conduce, no es otra cosa
que una consecuencia normal y general del desarrollo de la vida de la gracia que el
hombre recibe en el bautismo. Y no se trata simplemente de esa contemplación que los
teólogos llaman en cierto sentido «adquirida», consecuencia de un ejercicio de las
facultades discursivas o por una especie de connaturalidad afectiva, como tampoco del
mero conocimiento intelectual adquirido mediante la práctica de la meditación,
intuitivamente. Se trata de la contemplación propiamente dicha, teologal o
sobrenatural, que emana de las virtudes vivas de la fe, la esperanza y la caridad y de la
actuación de los dones del Espíritu Santo de sabiduría y entendimiento.

““En la vida espiritual, el que no avanza retrocede. Sucede como con un barco que siempre debe
seguir adelante. Si se detiene, el viento lo devolverá.”
- San Pío de Pietrelcina
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Se trata, pues, simplemente, de esa fuente de agua viva que saltará hasta la vida eterna
(cf. Jn 4,14) y de ese renacer de nuevo (cf. Jn 3,3) de que nos habla Cristo en el
Evangelio.

Será preciso hacer ver muy claro que la contemplación y la mística, en este su propio
sentido de plenitud del ser cristiano, no es algo extraordinario ni algo así como «un
segundo camino para la santidad», utilizando la frase del P. Stolz, O.S.H., y que si las
almas no llegan en esta vida a profundizar en su ser cristiano y en su conocer por la fe
hasta la experiencia despide la luz y ella marcha al instante, y la llama, y ella obedece
temblando de respeto... (cf. Bar 3,9-38).

El que se admita o no como base de la espiritualidad de los seglares el que existe una
llamada general para todos los cristianos a la contemplación, es de una importancia
capital para que se consiga atinar en la solución de los problemas concretos que se nos
presentan.

Las grandes desviaciones existentes tienen como base, las más de las veces, nos
parece, la negación de este principio, que no deja de ser frecuente. Especialmente los
que en mayor o menor medida caen en la llamada «herejía de la acción» y los que se
resisten a las exigencias de abnegación del Evangelio, es que no han tenido la fe
necesaria en esto que aparece predicado en él con claridad y precisión tan meridianas.
La voz más autorizada de la Iglesia— la de Su Santidad Pío XIÍ—nos dice de manera
clara y contundente lo que podemos creer respecto de este punto:

«Con el nombre de vida contemplativa canónica no se entiende la interior y teológica, a


la cual son llamadas todas las almas religiosas y también los cristianos que viven en el
siglo, y que cada uno en cualquier estado debe. cultivar…

Mediante nuestra actividad, siempre que vaya informada por una intención
sobrenatural, podemos crecer en caridad y, por lo tanto, progresaren nuestra vida
espiritual y en nuestra vida mística inclusive; más, como dice Fr. Ignacio Menéndez-
Reigada, O.P., ello sólo hasta un cierto grado, bastante bajo. Para que podamos llegar a
alcanzar la perfección y la plenitud que le es propia a la caridad, necesitamos del
concurso de los dones del Espíritu Santo, cuya actuación constituye la contemplación.

Creemos sinceramente que ésta es la pura verdad. Sin participar de alguna manera de
la vida mística y contemplativa— en el grado y medida compatible con sus actividades
profesionales y el desarrollo de su vida, inmersa forzosamente en las cosas del mundo
— , nos parece que los seglares no podrán nunca remontarse del todo a las cumbres
más altas de la perfección y de la santidad. Estúdiese con serenidad y sin apa
sionamiento la vida de los seglares que han logrado santificarse en medio del mundo—
un Ozanam, un García Moreno, un Jorge Frassati, un Contardo Ferrini, una Isabel
Lesseur, un Guy de Larigaudie, etc., etc.— , y se verá cómo en medio de sus agobiantes
ocupaciones y hasta de su espléndida jovialidad deportiva— Frassati, Larigaudie...—

““En la vida espiritual, el que no avanza retrocede. Sucede como con un barco que siempre debe
seguir adelante. Si se detiene, el viento lo devolverá.”
- San Pío de Pietrelcina
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LA VIDA MÍSTICA Y LOS SEGLARES

supieron encontrar largos ratos del ocio contemplativo para desahogar el ardiente
amor de Dios que devoraba su espíritu. Hemos de ver en esos ratos de entrañable
unión con Dios— perfectamente compatibles con su vida auténticamente seglar— no
sólo una de las más seguras manifestaciones de la santidad heroica a que supieron
remon tarse, sino también una de las causas que más decisivamente influyeron en
hacerles escalar aquellas sublimes alturas en medio del ruido y del tráfago del mundo.

““En la vida espiritual, el que no avanza retrocede. Sucede como con un barco que siempre debe
seguir adelante. Si se detiene, el viento lo devolverá.”
- San Pío de Pietrelcina
SOBRE SAN PIO
Lo que aparentaba ser patológico en él era sólo el
efecto del actuar de Dios, que estaba preparando el
físico de su siervo fiel para recibir los dones
extraordinarios.

En 1913 Jesús le había dicho: "No temas, yo te haré


sufrir, pero te daré la fuerza... Deseo que tu alma,
con cotidiano y oculto martirio sea purificada y En el pequeño
probada" (Epist. I, 339). En el nombre de Nuestro
Señor Jesucristo. Devociones particulares diarias, no coro de la
menos de 4 horas de meditación y éstas, iglesia, en
generalmente, sobre la vida de Nuestro señor: su adoración, el
nacimiento, pasión y muerte.
Padre Pío
Estoy siempre suspendido sobre el duro patíbulo de escuchaba los
la cruz, sin consuelo y sin tregua... Mi alma se va lamentos de
marchitando en Su dolor... El peso del dolor me Jesús, que un
mata...Estoy sufriendo inmensamente en el espíritu,
que podría repetir sinceramente con el profeta: ...he día le dijo: ¡Con
caido en las aguas profundas y me arrastra la qué ingratitud
corriente. Estoy exhausto de tanto gritar, y mi es pagado mi
garganta se ha enronquecido. El temor y el temblor amor por parte
me han sobrevenido y las tinieblas me han cubierto
por todas partes (Sal. 68,3). Yo me encuentro de los hombres!
dispuesto sobre este altar de dolores, lleno de Estaría menos
angustia, y temo ser aplastado bajo la pesada prueba ofendido por
a la que el Señor me somete…
ellos si los
En el pequeño coro de la iglesia, en adoración, el hubiera amado
Padre Pío escuchaba los lamentos de Jesús, que un menos..
día le dijo: ¡Con qué ingratitud es pagado mi amor
por parte de los hombres! Estaría menos ofendido
por ellos si los hubiera amado menos. Mi padre no
quiso soportarlos más. Yo querría dejar de amarlos,
pero... (y en ese momento Jesús calló y suspiraba, y
luego retomó) pero jay de mi! ¡Mi corazón está hecho
para amar! Los hombres viles y frágiles no se hacen
ninguna violencia para vencer las tentaciones, las
que por el contrario los deleitan en su iniquidad. Las
almas más predilectas por mí, cuando son probadas,
decaen, las débiles me abandonan ante el temor y la
desesperación y las fuertes se van relajando poco a
poco.
SOBRE SAN PIO

Me queda sólo de noche, solo de día en las iglesias. No cuidan más del
sacramento del altar; no se habla nunca de este sacramento de amor; e
incluso aquellos que hablan de él, ¡ay de mi! con qué indiferencia, con qué
frialdad.

Se han olvidado de mi corazón; ninguno se preocupa más de mi amor; estoy


siempre entristecido. Mi casa se ha transformado para muchos en un teatro
de diversiones; ni siquiera mis ministros, por los que siempre he tenido
predilección, a los que he amado como a la pupila de mis ojos, ellos tendrían
que consolar a mi corazón lleno de amargura; ellos deberían ayudarme en la
redención de las almas, en cambio, ¿quién lo creería? De ellos debo recibir
ingratitud y desconocimiento. Veo, hijo mío, a muchos de ellos que... (en ese
instante se quedó quieto, los sollozos le cerraron la garganta, lloró en secreto)
que bajo aspecto hipócrita me traicionan con comuniones sacrílegas, pisando
la luz y las fuerzas que continuamente les doy... (Epist. I, 342).

El Padre estaba atormentado por terribles sugestiones, sentimientos de


desconfianza, incertidumbre de haber correspondido al amor de Dios,
temores de haber ofendido u ofender, también de modo leve, al Señor. Él no
sabía ya qué camino recorrer para alcanzar a Dios. En la oscuridad, tenía
miedo de tropezar o de caer a cada paso; temía que sus tribulaciones no
fueran queridas o permitidas por el Señor; temía no haber resistido al primer
asalto o hasta el final las insidias del demonio. La fantasía le presentaba
pensamientos inconfortables manteniéndolo en una angustia mortal.

Estaba experimentando el fenómeno místico de la "noche oscura". Dios, con


una luz muy intensa, había obnubilado su alma con el fin de poderla "purgar"
antes de elevarla hacia vetas de contemplación. El enceguecedor esplendor,
en vez de iluminar su espíritu, le causaba tormentos y tinieblas, extremas
aflicciones y penas interiores, que lo hacían gemir y exclamar:

Mi Dios, estoy perdido y te he perdido, ¿pero te encontraré? ¿Me has


condenado a vivir eternamente lejos de tu rostro...?. Yo te busco Dios; pero,
¿dónde encontrarte? Ha desaparecido toda idea de un Dios Señor, Amo,
creador,Amor y Vida.

Todo desapareció y yo -ay de mi me he perdido entre la espesa oscuridad de


las más profundas tinieblas, caminando en vano entre recuerdos lejanos,
buscando un amor perdido y sobre todo, no pudiendo amar. ¡Oh mi Bien!
¿Dónde te encuentras? Yo te perdí, estoy perdido de tanto buscarte. (...). Mi
Bien, ¿dónde estás? No te conozco más y estoy perdido, pero es necesario
buscarte, tú que eres la vida del alma que muere.

¡Mi Dios y Dios mío...! No sabría decirte otra cosa: ¿por qué me has
abandonado? (Epist. I, 1028).
SOBRE SAN PIO
En la desolación más negra, el Padre Pío consideraba su indignidad, su miseria
moral frente a la grandeza y a la santidad de Dios. Tenia la sensación de haber
sido rechazado por el Señor, justo juez.

No le sirvieron para nada las confirmaciones de su director espiritual, quien,


el 7 de junio de 1918, le escribía que no era la justicia, sino el amor crucificado
que lo crucificaba y lo quería "asociado a sus amargas penas sin consuelo y
sin otro sostén que el del deseo desolador".

Dios, de hecho, era en él, en sus gemidos, en sus búsquedas, "parecido a una
madre que empuja a su hijo a buscarla, mientras ella está por detrás y con sus
manos lo obliga a alcanzarla en vano".

El amor crucificado lo había transformado en "¡crucificado de amor!".

(1913) el Padre Pío le había escrito al Padre Agustín: "Jesús, cuando quiere
manifestarme que me ama, me hace gustar las llagas, las espinas, las
angustias de su pasión" y el 6 de marzo de 1917 le había confiado al Padre
Benedicto: "El Padre celestial nunca deja de hacerme partícipe de los dolores
de su Hijo Unigénito, incluso físicamente. Estos dolores son tan agudos que no
se pueden describir, ni imaginar" (Epist. 1, 335.873).

Por ello, el 20 de septiembre de 1918 se había dado la "crucifixión" del Padre


Pío quien, sobre el patíbulo de Cristo, comenzó a participar de manera muy
especial en la misión redentora de Jesús.
Para manifestar lo que Dios había hecho en él, su "mezquina criatura", había
probado la "confusión" y la "humillación", dos sentimientos que derivaban de
la conciencia de haber recibido, a pesar de su indignidad, el extraordinario
don de los "sellos" del amor de Nuestro Señor.

““En la vida espiritual, el que no avanza retrocede.


Sucede como con un barco que siempre debe seguir
adelante. Si se detiene, el viento lo devolverá.”
- San Pío de Pietrelcina

PROPÓSITO:
Hoy voy a visitar a Jesús Sacramentado, y haré las
letanías de la humildad, pidiendo a Jesús
Sacramentado esta virtud.

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