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Apuntes para una espiritualidad

sacerdotal en la comprensión
del papa Francisco

Miguel Anxo Pena González


Universidad Pontificia de Salamanca
Salamanca

uisiera orientar esta reflexión partiendo de un ensayo de Ángel


Cordovilla sobre la teología y espiritualidad del ministerio pres
biteral. Creo que es bueno comenzar desde una adecuada con
textualización, que nos muestre las claves fundamentales que han sido
fuente de inspiración a lo largo de los siglos, aquellas que han contribuido
a seguir desarrollando y viviendo el ministerio pastoral. Al respecto, en
dicho ensayo se afirma:
el sacerdote es, ante todo, un pastor. Su servicio se caracteriza por ser
un ministerio pastoral, y la espiritualidad que lo alimenta y sostiene nace
precisamente del ejercicio del ministerio. El ejercicio del ministerio es
fuente de espiritualidad, y la espiritualidad presbiteral es aliento y fortaleza
para el ejercicio del ministerio1.

A. C0RD0vILLA, «Como el Padre me envió, así os envío yo». Teología y espiritua


lidad del ministerio apostólico presbiteral, Salamanca, 2019,229.

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M. A. PENA GONZÁLEZ

Puede resultar algo obvio, pero no por ello menos importante, pues
los elementos esenciales que caracterizan a la opción del pastor siguen
siendo recurrentes y necesarios en una visión cristiana. Por otra parte, el
lenguaje utilizado por Cordovilla requiere una lectura serena y tranquila,
que posibilite una adecuada comprensión de aquello que se está afir
mando. Podría decirse que se trata de una vuelta a lo esencial, a aquello
que ha estado siempre presente, asumiendo que los lenguajes cambian,
pero permaneciendo un fondo común y profundo, que refiere a una es
piritualidad que podríamos considerar casi atemporal. Pero esto porque
se centra en lo que es genuino y auténtico, en aquello que no puede fal
tar, en lo fundante; que implica pasión por Dios y por su obra, que es el
hombre. En este sentido, es cierto que el Papa ha utilizado un lenguaje
que puede resultar novedoso en nuestro contexto eclesial, expresiones
que han captado gran atención en los medios de comunicación social,
pero la realidad es que los acentos en que se sustenta, nos orientan a esa
mirada crucial que ha de albergar el cristiano. No es otra que la pasión
por Dios, que se concreta en la atención del hombre, haciendo vida lo
que tantos maestros de espiritualidad han realizado a lo largo del tiempo.
Pero esa pasión por Dios es posible, precisamente porque Él la ha tenido
primero por el hombre.
A este respecto, el papa Francisco en el encuentro en Washington
con los obispos de Estados Unidos afirmaba que la mayor alegría se en
cuentra en el ser pastores, «y nada más que pastores, con un corazón in
diviso y una entrega personal irreversible. Es preciso custodiar esta
alegría sin dejar que nos la roben»2. Y quiero comenzar precisamente
con esta idea, que puede ser dirigida también a los presbíteros, pues el
ministerio ha de ser asumido desde una concepción convencida, sagaz,
pero también alegre, pues aunque se sabe que es el lugar de partida, a
nadie se le oculta que al pastor le toca asumir la vida del Maestro, la cual
pasa necesariamente por la asunción de la Cruz.

2 Cf. FRANcIsco, «Encuentro con los obispos de Estados Unidos de América en la


Catedral de San Mateo, en Washington (23.IX.2015)»: http:llwww.vatican.va/content/fran
cesco/es/speeches/2015/september/documents/papa-francesco_20150923_usa-vescovi.html

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Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

Es, precisamente en ella, donde se encuentra el verdadero poder


que acompaña al ministerio, que implica hacerse siervo hasta la entrega
total, pues se trata de reproducir la misma vida del Señor. Las palabras
del Papa dirigidas a la UISG, resulta elocuente sobre cómo afirmar esto:
Sabed ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo,
ayudando, amando, abrazando a todos y a todas, especialmente a las perso
nas que se sienten solas, excluidas, áridas, las periferias existenciales del co
razón humano. Mantengamos la mirada dirigida a la Cruz: allí se coloca toda
autoridad en la Iglesia, donde Aquel que es el Señor se hace siervo hasta la
entrega total de sP.

Y una vida así supone, además, la asunción de diversos riesgos que


no solo han de ser asumidos de corazón, sino con una radical entrega.
Los pastores, en este sentido, están llamados a imitar al buen pastor.
Cuando menos, esto requiere valentía. Yno por lo que pudiéramos
creer de la pérdida de ascendencia pública del ministerio ordenado, sino
fundamentalrnnte porque esto supone también una renuncia personal,
que en el campo del presbítero diocesano se hace especialmente dura,
pues su vida estará fundamentalmente marcada por la presencia de una
consciente soledad, en servicio a un bien mayor. Algo que, por otra parte,
identifica con esa figura clave del pastor que acompaña a su rebaño, que
aprovecha ese caminar en un organizar interiormente su vida, al servicio
de las necesidades de su grey: mirando por ellas, atendiéndolas en las pe
queñas y grandes cosas, pero particularmente protegiéndolas de todo pe
ligro.

1. «No tengo plata ni oro»

Hacer referencia al sacerdocio —partiendo de la imagen del pastor—


supone necesariamente no referirse, de manera exclusiva, a ideas y com
portamientos, pues lo importante es llegar a lo que Jesús garantizó a su co

Fu&NcIsco, «Discurso a la Asamblea plenaria de la Unión internacional de Supe


rioras Generales (8.5.2013)», hup://www. vatican. va/content/francesco/es/speeches/2013/
may/documents/papa-francesco_20130508_uisg.html

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M. A. PENA GONZÁLEZ

munidad, y que se va paulatinamente concretando en múltiples expresio


nes de profunda vitalidad, que refieren al servicio que ha de desempeñar
el pastor. En este sentido, la fuerza que posee el cuerpo de Cristo no se
agota en una situación ideal, sino que va tomando forma allí donde la ac
ción del Espíritu es fundamental. Es preciso recordar que no se trata de
opciones que traicionan un ideal, sino que lo completan y lo expresan en
su múltiple diversidad. Esto implica que la riqueza del ministerio dice re
ferencia directa a la variedad de expresiones y concreciones del pastor.
A este respecto, una primera idea sería la conciencia de no tener
nada propio, sino que aquello que podemos dar, así como aquello que el
pastor realiza cada día por los demás, es algo que nos ha sido regalado y
comunicado por Dios. El pastor está llamado a ser las manos y los pies
de un Dios hecho hombre, pero sobre todo tiene como tarea el hacer
veraz su corazón en el mundo. En este sentido, si el esfuerzo por la obra
de Dios —de manera física— es importante, también lo es en el ideal que
se quiere alcanzar. Hago aquí un parón, pues esto ha de lograrse también
gracias a un auténtico conocimiento de la condición humana, siempre li
mitada, lo que implica que con dificultad llegaremos a ser una burda pro
yección de lo que Dios espera de nosotros.
Creo que aquí se abren como dos caminos: El de la mirada ingenua
e idealizada, en la que se ve al pastor como a alguien casi al margen de
este mundo, como si el ministerio ordenado pusiese al hombre en una
situación particular de privilegio y reconocimiento, viéndole casi como
alguien incapaz de pecar; y, una segunda posibilidad, que es la de vivir
auténticamente en la realidad cotidiana, dejándose manchar y enfangar
en ella. Construir ese itinerario de fe que implica caerse y levantarse per
manentemente, pues no está claro dónde se encuentra la auténtica
fuerza. Aquella que para el creyente no puede estar en otro lugar que
en Jesucristo muerto y crucificado, que ha venido a salvarnos.
En este sentido, la conciencia de provisionalidad, de desamparo, de
ser un operario es algo que cuesta —también hoy— pero eso es lo que
somos en las manos de Dios. Y esto tiene también mucho que ver con
algo que hoy no está de moda en el discurso religioso, pero que es un
elemento fundamental de nuestro itinerario de vida creyente: el conven

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Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

cimiento de la vida eterna. En la espiritualidad del pastor ha de estar muy


presente su papel singular poniendo límite al pecado por medio de la re
conciliación, pero siendo también testigo de otra vida a la que estamos
llamados. El pastor ha de testimoniar con su vida que esta—y de la forma
como la llevamos cada uno adelante todos los días— no es el final de un
camino, sino un paso obligatorio para vivir luego en otra realidad. Y este
mensaje, crucial también hoy, se ha de expresar más con actitudes que
con palabras. Implica el convencimiento de una manera de estar en el
mundo. Esto es lo que podemos verificar perfectamente por medio de
la vida de los grandes maestros de espiritualidad. Recordemos, a este
efecto, unas palabras del Maestro Ávila, «este oficio es de mayor impor
tancia que otro alguno, pues de él pende la salvación de las almas»4. Y
algo así supone una verdadera responsabilidad.
Vivir desde este convencimiento, dota de una herramienta que
puede resultar crucial: el relativizar cuestiones que ocupan excesivo es
pacio en la vida de la comunidad cristiana.
El pastor está llamado a manifestar, en este sentido, un vivir más
allá, proyectándose y dirigiendo la atención hacia el ideal y la consuma
ción eterna. Creo que esto es de crucial importancia. Hoy, más que en
otros momentos, hemos llegado a creernos que el hombre es bueno, pero
olvidando que aun síendo esto verdad conileva también una fuerte dosis
de limitación, de pecado y de profunda mediocridad. Y creo que este es
el mayor límite que el pastor ha de intentar superar, pero no de una ma
nera teórica, sino fundamentalmente por medio de su vida. Con sus ac
titudes y su acogida. Incluso superando el escándalo, como algo humano
y natural... hemos de aprender a no escandalizarnos de todo o por todo.
Nuestra sociedad se ha visto fuertemente influenciada por un calvinismo
reinante, que ha generado comprensiones erróneas, pero el pecado forma
parte de la condición humana. Es reflejo de su limitación.

Si\N JUAN DE AVILA, «Memorial Primero al Concilio de Trento (1551). Reforma


ción del estado eclesiástico, [lOj», in Obras Completas. II. Comentarios bíblicos. Tratados
de reforma. Tratados menores. Escritos menores, ed. L Sala Balust E Martín Hernández,
-

Madrid 2013,490.

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Nuestro mundo, como la mayoría de las sociedades, se ha ido cons


truyendo y pensando en razón de un término medio, mirando al hombre
común, siendo así capaces de dar cabida y acogida al mayor número de
gente posible. Es cierto que la medianía es el espacio que aglutina a más
personas, pero dejando siempre a un grupo de gente que no encaja en esos
esquemas tan banales. Pero la realidad es que las sociedades que se cons
truyen de esta manera, lo que potencian o ponen indirectamente de relieve
es esa mediocridad a la que ya nos hemos referido. A nuestro mundo le
sobra mediocridad: en la vida cotidiana, en la política, en todo... El que no
encaja en ese esquema casi podríamos decir que queda fuera, que no tiene
lugar o es relegado... y relaciono esto ahora con nuestro contexto eclesial,
donde insistentemente nos estamos quejando de una carestía vocacional
que, sin dejar de ser verdad, necesariamente nos debería también orientar
hacia otra manera de plantear la cuestión. Es necesario poner la confianza
en la gracia de Dios, lo que implicaría que lo más importante no será que
haya abundantes pastores, sino que haya auténticos apasionados por Jesu
cristo, capaces de testimoniar y hacer vida el mensaje que nos ha sido en
tregado. También es cuestión de confianza. La espiritualidad, en relación
con la moral de la que ha estado tan dependiente, ha mostrado cómo la fe
y la confianza son elementos esenciales en un proyecto de vida cristiana.
En la exhortación postsinodal, Pastores davo vobis, Juan Pablo II
retomaba una reflexión profundamente sugerente (PDV4). La concien
cia de que Jesucristo asocia al sacerdote a su obra salvífíca no como una
cosa sino como una persona, como un instrumento personal que está lla
mado a vivir en su propia vida aquello que representa, creando así una
unidad indisoluble, que se da cuando se vive desde lo que se representa.
Pienso, a este respecto, en el Maestro Ávila que renuncia a una vida có
moda por vivir aquello que entendía era su vocación; el ideal al que había
sido convocado. Vivir aquello que se representa, cuando se refiere a la
vida del ministro ordenado, supone una mirada profunda a Dios, olvi
dando quizás aquello que a uno le surge como más humano y natural.
Es una auténtica espiritualidad real y del día a día.
Quizás sea esta una de las cuestiones que es necesario recuperar,
pues creo que no podemos proyectar una única y unilateral imagen del

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Apuntes para una espiritualídad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

pastor. Sirva, como ejemplo, una referencia a los dos últimos pontífices.
Es obvio que, en cada uno de ellos, se han puesto de relieve unos acentos
diversos relativos a la imagen del pastor. Siendo esto obvio, no es menos
cierto que ninguna de las dos ideas agota lo que implica y está compren
dido en el ministerio presbiteral. En este sentido, se necesita orientar la
mirada hacia aquello que es cardinal, no perdiéndose en elementos in
trascendentes y que cautivan en exceso la atención. Pienso, a este res
pecto, en el riesgo que hoy tiene el que todo se convierta en noticia, y
más de manera inmediata. Vivir al estilo del buen pastor supone también
alejarse de lo efímero, para centrarse en lo que es fundante.
Lo expreso de otra manera. Pensemos en dos modelos paradigmá
ticos de presbítero conocidos por todos: el que representa el santo Cura
de Ars y el que nos ofrece el santo Maestro san Juan de Ávila. Es obvio
que son diametralmente diversos. Uno se ha caracterizado por sus pocos
escritos y el otro nos ha dejado un auténtico y valioso testamento vital.
Es también claro que los contextos de uno y de otro son diametralmente
diversos, incluso su propia trayectoria vital lo es. Pero también es cierto
que ambos supieron responder y estar a la altura de las necesidades del
hombre de su tiempo. Se entregaron ardientemente a su servicio y a su
causa: san Juan de Ávila desempeñando una apasionada actividad apos
tólica por las tierras de Andalucía y Extremadura, por su parte, san Juan
M.’ Vianney, desarrollando las tareas tradicionales y propias de un pá
rroco en el contexto de la restauración católica, en un ambiente belige
rante con lo religioso. Asumiendo que hoy en día un modelo puede ser
más adecuado y cercano que el otro, también nos invita a una revisión y
profundización acerca de la idea e imagen del pastor, lo que implica tam
bién una espiritualidad en medio del mundo y de sus necesidades.
Ambos son conscientes de su ministerio y servicio a la causa de
Dios, y para los dos, la presencia de ese «otro Paráclito» (cf. Jn 14,15),
garantiza la fidelidad esencial de la Iglesia peregrina durante el tiempo,
hacia el único proyecto salvífico visibilizado en Cristo. Pero vuelvo a in
sistir que, este proceder, no dista mucho del mantenido a lo largo de toda
la historia de la Iglesia por infinidad de pastores. Es la puesta en escena
de lo que uno está llamado a ser y lo que es en realidad; en la búsqueda

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de una confluencia perfecta entre ambos, lo que ha de estar en continui


dad con el actuar de Jesús que ha venido para servir (cf. Lc 22,27), y que
vemos también expresado en la experiencia de Pedro que transforma al
paralítico del templo. No le ofrece nada suyo, sino que le da cuanto él ha
recibido: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre
de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar» (Hch 3,6).

2. Vivir superando el límite

El pastor está llamado a colaborar activamente en la obra de Dios.


Es uno de esos elementos que, tanto al ministro ordenado como aquel
que se siente llamado a esta causa, le ha puesto en una actitud de salida,
de entrega radical y generosa. Pero la llamada a la misión debe repro
ducir y testimoniar, en la propia existencia los caminos del Señor (Dida
ché 11,8), los modos de vida del Maestro. El ministro ordenado necesita
mirarse permanentemente en la imagen del pastor, pues es ahí donde
encuentra su expresión más auténtica. Esto, por otra parte, ha sido una
característica permanente de los maestros de espiritualidad, desde los
Padres del desierto hasta nuestro presente. Recrearse permanentemente
en la inagotable riqueza que suponen los múltiples caminos del Señor.
Es en toda la vida del Maestro donde se atestigua, por medio de los he
chos, la pasión por la humanidad. Algo que se hace todavía más evidente
por medio de la entrega en la cruz; algo que se prolonga a lo largo de la
historia. En este sentido, el verdadero discípulo ha de ser un apasionado.
Los elementos constitutivos del ministerio ordenado se convierten
así en los fundamentos de una espiritualidad que es eminentemente cris
tológica, porque se orienta a reproducir los rasgos de Cristo «siervo».
Pero seguir a Jesús supone también, igual que hicieron los discípulos,
subir a Jerusalén. Recordemos la importancia que esto tiene en el evan
gelio de Lucas: «Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su
asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» (Lc 9,51).
Pero asumir una tarea no está reñido con la preocupación y el miedo
que conileva. Jesús ya había anunciado que su partida se había de con
sumar en Jerusalén. Los discípulos, por lo mismo, le acompañan con
miedo. Les sorprende que el Maestro opte por el éxodo... y, aunque él

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Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensíón del papa Francisco

va delante, «ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían


miedo» (Mc 10,32).
En este sentido, la tradición patrística sobre el ministerio ordenado
confirma que el servicio (diakonía) total y humilde (kenótico) es la ca
tegoría recapituladora de cada actividad ministerial dentro de la Iglesia.
En el mirar a Cristo, el ministro ordenado no encuentra solo el porqué
de su misión, sino que reconoce también las formas concretas para la rea
lización de la misma. Se trata, por tanto, de una precisión crística o evan
gélica de ser, al servicio de los propios hermanos. El pastor es para su
rebaño, para su grey. En ella cobra pleno y auténtico sentido su vida. Y,
por lo mismo, el valor kenótico tiene en cada momento histórico una
forma de concreción, que posiblemente hoy vuelva a transitar por las
vías de la minoridad y la incomprensión.
En relación a esta cuestión san Policarpo, en referencia a los diáco
nos, declara que es necesario vivir «caminando conforme a la verdad del
Señor, que se hizo siervo de todos»5. Ser siervo significa retener y vivir
la propia elección al ministerio no como un privilegio o un título perso
nal, sino como una «llamada funcional» —que refiere a una misión— al
servicio de todos. A este respecto en la comprensión de los Padres, tal y
como recogerá Asterio de Amasea en una homilía sobre Pedro y Pablo,
hay que pensar que el sacerdocio no es una tiranía, sino un servicio. No
se trata de un compromiso como el de un magistrado que estando en
dignidad juzga con autoridad, aunque sea esta una ocupación modesta y
severa. Por ello, el aspecto más atractivo es la asimilación progresiva de
Cristo mediante la vivencia de su mismo camino o modo de vida, así
como la llamada «a ser con» que transforma en un progresivo «ser
como».
Vivir desde esta clave ser como, necesariamente hace referencia a
un descentramiento personal que supone siempre encontrarse y transi
tar, de alguna manera, en la cuerda floja. Esto implica un permanente y

POLICARPO DE ESMIRNA, carta a los Filipenses [V, 2), in IGNACIO DE ANTIOQUÍA -

PoLIcARPo DE ESMIRNA - CARTA DE LA IGLESIA DE ESMIRNA A LA IGLESIA DE FIL0MELI0


[MARTIRIo DE POLICARPO), Cartas, Madrid 1991,219.

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veraz acto de fe, de confiar en medio de la tempestad, pero que ayuda


también a tomar conciencia de que la obra que el pastor tiene entre las
manos no le es propia, sino que es un simple operario. Pero le ayuda tam
bién a tomar conciencia de que esa obra es profundamente delicada. Por
ello ha de ser realizada con sumo cuidado; no solo con una entrega ge
nerosa, sino atendiendo a las necesidades de la grey, en el convenci
miento de que si el pastor no está a su lado, no está cumpliendo su
ministerio. Está claramente descentrado.
De esta manera, en un lenguaje provocador, podríamos decir que
la del pastor es una profesión de alto riesgo, no solo por la dificultad in
trínseca en la tarea que asume, sino también porque se encuentra en una
permanente situación de cambio o de búsqueda, puesto que no alcanzará
un estado de permanente seguridad, ya que su identidad implica una ac
titud de movimiento permanente.Y esto es algo que hoy se hace más pa
tente que en otras épocas. Es una característica de nuestro mundo, a la
que el pastor se tiene que acomodar, pero con la que tiene que ser tam
bién profundamente crítico. Nuestro mundo experimenta cambios pro
fundamente violentos y casi permanentes a los que no es fácil
acomodarse. Y, en este sentido, estar al servicio de la causa de Dios, su
pone tener la sagacidad y la valentía para acomodarse permanente
mente, viviendo en la búsqueda sincera del lugar que Dios le ha
encomendado en el mundo. Así, la figura de san Juan de Ávila se con
vierte en un atractivo paradigma, pues no se deja acomodar o definir por
propiedades, títulos o prebendas.
De esta manera, el límite no es simplemente algo a combatir, sino
una ayuda para caminar por el verdadero sendero que nos ha trazado el
Señor. El pastor representa a Cristo cabeza, en sentido sacramental per
sonal. Y esto lo hace en el altar, en la oración, en la caridad, en la predi
cación, en la entrega de su vida... «y de esta manera será oído, según su
medida y semejanza con Él, en la oración y en los gemidos»6.

6
SAN JUAN DE AVILA,Tratado sobre el sacerdocio [10], in Obras Completas. 1. Audi,
fha 1556. Audi, fila 1574. Pláticas espirituales. Tratado sobre el sacerdocio. Tratado del
amor de Dios, ed. L. Sala Balust E Martín Hernández, Madrid 2000,915.
-

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Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

3. Un ministerio de unidad y esperanza

Más allá del elemento de diferenciación específica de los ministe


ños, los Padres de la Iglesia subrayan cómo, dentro de la única familia
eclesial, todos somos hermanos y disfrutamos de igual dignidad. Es decir:
todos llaman a Dios Padre y se refieren a él con la misma confianza;
todos han sido regenerados de la misma madre y alimentados por la
misma comida. Y, por lo mismo, a todos es presentado un único objetivo.
Esto no obsta para que, como ha puesto de relieve san Juan Crisóstomo,
en esa misma comunidad de hermanos «hay uno que manda y los otros
obedecen»7. El sacerdote transmite la obra salvífica de Cristo en deter
minadas acciones, por las que ha sido tomado por Cristo para un servicio
permanente, pero no en una presencia estática y sustancial; sino que ser
sacerdote implica necesariamente la relación directa con una manera de
estar. Algo que no se agota en la proclamación de la Palabra, en la ad
ministración de los sacramentos, ni en la dirección de la comunidad. Pre
cisamente, por este motivo, en la historia de la espiritualidad, un
elemento que ha cobrado una fuerza carismática especial han sido los
estados o formas de vida. Incluso en una categorización que hoy nos re
sulta extraña; en razón de una mayor o menor perfección, pero que re
fiere siempre al ideal que se encuentra en Dios.
En el pensamiento de los Padres, la culminación de un ministerio
ordenado deberá tener siempre en cuenta que los destinatarios poseen
igual dignidad, ya que todos ellos constituyen a un «sacerdocio santo»
(iPe 2,5), y son un «reino de sacerdotes» (Ap 5,10). Algo en lo que el
papa Francisco ha insistido, con la intención de poner freno al riesgo de
clericalismo que frecuentemente aparece en la Iglesia. Esto me parece
importante no simplemente por quién hace la afirmación sino porque el
pastor, en ningún momento, ha de plantear una lectura autorreferencial,
sino que está llamado a facilitar y posibilitar el encuentro con Dios: «El
clericalismo entraña una postura auto-referencial, una postura de grupo,
que empobrece la proyección hacia el encuentro del Señor, que nos hace

JUAN CRIsÓsToMo, «Homilía III (Hch 1,12-26) [5.9]», Homilías a los Hechos de
los Apóstoles/L (Homilías I-XXX), Madrid 2010, 126.

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M. A. PENA GONZÁLEZ

discípulos y hacia el encuentro con los hombres que esperan el anun


cio»8.
Esa mirada abierta hacia el Señor supone también orientar a la co-
munidad, hacia ese pueblo que peregrina, que camina hacia la búsqueda-
encuentro del Señor. Pero esto implica que el pastor no camina mirando
a su interés, sino fundamentalmente hacia esas huellas de eternidad que
Dios manifiesta en medio de nosotros. Es la conciencia que recuperaba
ardientemente el Concilio Vaticano II, cuando afirmaba que el Espíritu
actúa en los hombres (GES 22). Para ello se requiere del pastor una vida
entregada al servicio del pueblo, pero que esté marcada por una auten
ticidad interior, por una espiritualidad al servicio del pueblo. Que sea
testimonio de una espiritualidad profunda y auténtica, que implica ade
más una voluntad firme y efectiva de dejarse guiar por el Espíritu hacia
el Padre, mediante el seguimiento e imitación de Jesús. «Si falta esta cer
teza —afirmaba el papa Francisco— se corre el riesgo de convertirse en
guardianes de cenizas y no custodios y en dispensadores de la verdadera
luz y de ese calor que es capaz de hacer arder el corazón (cf. Lc 24,32)».
El pastor, por lo mismo, ha de mantener ese rescoldo, pero también
transmitirlo, compartirlo con otros.
Por lo mismo, «la unidad se ve amenazada cada vez que queremos
hacer a los demás a nuestra imagen y semejanza»’°, imponiéndose la ne
cesidad de captar las posibilidades e ideales que el mismo Espíritu suscita
en el corazón de quien integra el pueblo de Dios. Esto requiere, además
del pastor, una entrega que suponga un contacto personal con la gente
del pueblo, un trato normal y directo, que haga al pastor estar en medio

8 FnNcIsco, «Vídeo mensaje para el Encuentro de Misión en Guadalupe. México


(16.XI.2013)», Ecciesia (18.XI.2013), = https:llwwwrevistaecclesia.conilvideo-rnensaje-del
papa-francisco-los-participantes-en-la-peregrinacion-guadalupe/
ID., «Encuentro con los obispos de Estados Unidos», http//wwwvatican.valcon
tent/francesco/es/speeclzes/2015/september/documents/papa-francesco_20150923.usa-ves-
covLhtmt
‘°
ID., «Celebración de las vísperas con sacerdotes, consagrados y seminaristas. La
Habana (20.IX.2015)», http://www.vatican.valcontent/francesco/es/homilles/2015/docu-
rnents/papa-ftancesco_20150920_cuba-omelia-vespri.htrnl

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Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

de la secularidad, vivir en y entre el pueblo. Al pastor le corresponde el


gran reto de impulsar la santidad en el pueblo, pero sin sacar a la gente
de su realidad. No haciéndolos a su manera, a su estilo, a su gusto, sino
al de Dios...
Esto lleva consigo también que los ministros ordenados traten res
petuosamente a los hermanos en la fe y les sirvan con actitud humilde,
pues el ministerio pastoral es una llamada al servicio y, por ello, «en nada
se tenga por más que los buenos y, culpa de los malos lo exige, reconozca
enseguida el poder de su prelatura... se considere como igual a los que
obran bien, y no tema ejercitar contra los perversos los derechos de su
potestad»11, como pone de relieve Gregorio Magno. En este sentido, ya
había manifestado san Agustín que «no les mandan por afán de dominio,
sino por su obligación de mirar por ellos, no por orgullo de sobresalir,
sino por un servicio lleno de bondad»’2. Gregorio Magno se refiere a esta
idea como un ministerio de humildad, y si alguno lo asume por soberbia
está errado, pues «todos los que gobiernan deben pensar que no tienen,
de suyo, la potestad del orden, sino la igualdad de la naturaleza, ni deben
gozarse de presidir, sino de aprovechar a los hombres, pues a nuestros
antiguos padres se les conmemora no como reyes de hombres, sino como
pastores de rebaños»’3.
Irá todavía más allá, en un reconocimiento profundo de la condición
humana, pues «quien pretende el episcopado, no por razón de ministerio
de buen trabajo, sino por la gloria del honor, él mismo da testimonio de
que no es el episcopado lo que apetece; y no solo es que en absoluto no
le quiere, sino que ni siquiera le conoce quien, anhelando la sublimidad
del poder, se deleita interiormente pensando en dominar a los demás; se
goza en su propia alabanza, pone el corazón en los honores, y se regocija
en la abundancia de bienes que lo acompañan... Y cuando el alma piensa

11
GREGORIO MAGNO, Regla pastoral [11,61, in Obras de San Gregorio Magno. Regla
pastoral. Homilías sobre la profecía de Ezequiel. Cuarenta homilías sobre los Evangelios,
ed. P. Gallardo, Madrid 1958,130.
12
SAN AGUSTÍN, Ciudad de Dios [XIX, 14], ed. S. Santamarta del Río al., Madrid
-

2009,853.
13
GREGORIO MAGNO, Regla pastoral [11,6], in Obras de San Gregorio Magno, 130.

[331]
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en arrebatar el summum de la humildad para envanecerse, confunde en


su interior lo que apariencia pretende»14. Como afirma unas líneas des
pués, «cuando el pensamiento desvaría, enseguida se reflexiona en las
obras pasadas»’5.
El compromiso de servir a la comunidad pide, de antemano, la ha
bilidad de conocerse honestamente a uno mismo, así como el fin que se
persigue y se desea obtener. Esto implica un trabajo interior de revisión,
que supone también una purificación de las propias intenciones. Este
tipo de ideas están muy presentes en los testimonios frecuentes de los
maestros de espiritualidad, donde se entiende que el ministerio ordenado
—obispos-presbíteros-diáconos— están al servicio de la comunidad, por
que primero han aceptado servir a Cristo.
Su ministerio tiene así un carácter instrumental y subsidiario, puesto
que «en» y a través de la «llamada» tienen la función peculiar y propia
de hacer visible a Cristo «siervo», pues «en todo el mundo enseña Jesús
y busca los instrumentos a través de los cuales puede enseñar»’6. El buen
pastor que se convierte en pedagogo de los pastores, a los que dota tam
bién de las herramientas necesarias para desarrollar ese ministerio.
La afirmación del carácter instrumental del ministerio lleva, en con
creto a los Padres, a hacer notar que la posible indignidad del ministro
no pone en peligro la validez de un don sacramental que viene de Cristo:

si el bautismo es santo debido a la diversidad de los méritos, habrá tan


tos bautismos cuantos méritos diferentes haya, y cada uno creerá que recibe
algo tanto mejor cuanto es más santo quien se lo da [...] lo que se da en este
caso es una misma e idéntica gracia, no desigual, aunque los ministros sean
desiguales, sino igual, porque Él es el que bautiza’7.

14
Ibid., [1, 8], 116.
15
Ibid., [1, 9], 117.
16 ORÍGENES, «Homilía XXXII, 2», Homilías sobre el Evangelio de Lucas, cd. A.

López Kindler, Madrid 2014,204.


17 SAN AGUSTÍN, «Tratado sobre el Evangelio de San Juan [VI, 8]», Obras de San

Agustín. XIII. Tratados sobre el Evangelio de San Jitan (1-35), ed. T. Prieto, Madrid 1955,
195-197.

[332]
Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francísco

Esta realidad impide que el ejercicio del ministerio se transforme


en un formalismo burocrático desalentado, que pudiera recordar al clero
pagano donde se cumplían unas acciones del culto, a partir de unas for
mas prescritas pero que no van más allá. Y, al mismo tiempo, creo que
tiene una función fundamental también hoy, para evitar caer en el riesgo
de negar el valor de todo aquello que se hace. El pecado de los creyentes
no agota, ni puede ensombrecer, el valor y la belleza profunda de la obra
creadora de Dios. Esto implica el conocimiento de la condición humana
que siempre es limitada, pero que también está en las manos y preocu
paciones de Dios, y que no es un simple voluntarismo sino la urgencia a
la llamada de la caridad de Cristo, que se concreta en las necesidades de
los hombres. Por lo mismo, «y para que del todo estuviésemos ciertos de
aquesta verdad, quiso el Señor declararla por su profeta Ezequiel, di
ciendo, y con grande queja, que la causa de la perdición de su pueblo fue
la negligencia de los que eran pastores»18.

4. Relación personal de intimidad: escucha y acogida

La relación con Cristo se hace particularmente visible en el ejercicio


del anuncio, en el que los maestros de espiritualidad consideran el servicio
del pastor. Contemplando la actitud de Jesús, Juan Crisóstomo destaca
cómo no envía a los apóstoles de antemano para predicar, cuando aún
solo habían comenzando a seguirle, sino que solo después de que le han
seguido y han estado juntos un tiempo suficiente con éP9 están preparados
para afrontar la misión. De esta manera, el pastor ha de reproducir este
proceder en el que no se improvisa, en el que se requiere asumir una lla
mada, con todo lo que esto implica. Una llamada que lleva a un vivir, a
una procesualidad que se aprende desde un contacto vital e íntimo.
Me quiero detener en esta idea. La necesidad de cuidar un mundo
interior —una intimidad— que es propia de toda relación auténtica; que

18
SAN JUAN DE AVILA, «Memorial Segundo al Concilio de Trento (1561). Causas y
remedios de las herejías [8]», in Obras Completas, 11,528.
19
Cf. JUAN CRIsÓsToMo, «Homilía 22,2», Obras de San Juan Crisóstomo. 1. Homilías
sobre el Evangelio de San Mateo (1-45), cd. D. Ruiz Bueno, Madrid 1955,451-455.

[333]
M. A. PENA GONZÁLEZ

implica pasión y entrega. Es precisamente esa confianza la que alimenta


y facilita que el pastor pueda desempeñar adecuadamente su tarea y fun
ción. Es una llamada a ubicar el ministerio entre la ausencia y el acti
vismo, en el verdadero encuentr? con el Cristo total. Por lo mismo, «los
ministros del evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón
de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e in
cluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse»20.
Y esta es una tarea del pastor que hoy retoma fuerza e importancia:
la capacidad para escuchar y acoger. En un mundo donde la mayoría de
las cosas se miden en categorías temporales, al pastor le corresponde
también ser testigo de otra forma de vida, de silencio y de escucha. Son
muchas las personas, con problemas concretos y reales, que necesitan ser
escuchadas, que necesitan confrontarse y que requieren de una palabra
que le hable de lo absoluto, que le de confianza y valor para seguir ca
minando. Que les abra a la esperanza. En este sentido, la tarea del pastor
es la de un mediador entre Dios y su pueblo, que habla y vive desde otras
categorías temporales y que —especialmente— es testigo de esperanza:
El buen sacerdote se reconoce de cómo viene ungido su pueblo; esta
es una prueba clara.., nuestra gente agradece el Evangelio predicado con
unción, agradece cuando el Evangelio que predicamos llega a su vida coti
diana... cuando ilumina las situaciones límite, las «periferias», donde el pue
blo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear la fe. La
gente nos da las gracias porque siente que hemos rezado con las realidades
de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y esperanzas.
Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través de noso
tros, se anima a confiarnos todo lo que quiere que le llegue al Señor: «rece
por mí, padre, que tengo este problema», «bendígame, padre» y «rece por
mí», son la señal de que la unción ha llegado a la orla del manto, porque se
transforma en súplica, súplica del pueblo de Dios21.

20 ANToNIo SPADAR0,«Entrevista al papa Francisco (19.VIII.2013)», http://www. va


tican. va/content/francesco/es/speeches/2013/september/documents/papa-francesco_20130
921 ntervista-spadaro.html
21
FRANcisco, «Santa Messa del Crisma nella Basilica vaticana (28.111.2013)», un In
segnamenti di Francesco, 1, 1 (marzo-giugno 2013), Citt del Vaticano, 2015,49.

[3341
Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

Y esa capacidad de acogida y de escucha ha sido un elemento que


ha atraído a los hombres hacia Dios a lo largo del tiempo. Hoy se impone
la necesidad de perder el tiempo escuchando, puesto que la gente tiene
necesidad de confiarse. Esto que no es solo una referencia sacramental,
sino algo mucho más espontáneo, pues el pastor ha de saber que eso
forma también parte de su propio ministerio. Se trata así de una atención
directa, que habla y siente hacia una esperanza en Dios.
Y la esperanza supone soñar para luego poder actuar. Si esta falta
no hay posibilidad de cambio y, casi podríamos decir que, no hay historia.
Al soñar un mundo al estilo del Dios de Jesús estamos también cam
biando la importancia de las categorías utilizadas. En la vida cristiana lo
importante no es la asimilación de unos contenidos, sino cómo se vive
esa vida, el proceso... esto es una cuestión crucial, pues el pastor es tes
tigo especial de dicha experiencia. Desde la propia experiencia de Jesús
y los apóstoles, pasando por los maestros de espiritualidad hay una mar
cada preferencia por el proceso, aunque obviamente sin excluir los con
tenidos. Pero, en este sentido, el pastor —una vez más— se presenta como
aquel que vive, que experimenta, que sigue un camino.
Aprenda vuestra señoría a ser mendigo delante del Señor y a impor
tunarle mucho, presentándole su peligro y el de sus ovejas; y, si verdadera
mente se supiere llorar a sí y a ellas, el Señor, que es piadoso —Noii flere (Lc
7,13)—, le resucitará su hijo muerto, porque, como a Cristo costaron sangre
las almas, así ha de costar al prelado lágrimas22.

La experiencia es la del pastor que cuando se pone en camino sabe


hacia dónde se debe dirigir, pues no hace otra cosa que buscar el camino
más adecuado para poder llegar a dicho lugar. Y, en este sentido, el an
helo constante y experiencial de seguir al Señor supone no tanto palabras
cuanto obras y, especialmente, cargar con la cruz.
Y, para ello, el pastor requiere de las luces y mociones del Espíritu,
pues desde ella es que podrá contemplar a su grey en el contexto de su

22 SAN JUAN ÁVILA, «Carta 177. A don Pedro Guerrero, electo arzobispo de Gra
DE
nada (Montilla, 2 abril [1547])», in Obras Completas. IV. Epistolario, ed. L. Sala Balust -

F. Martín Hernández, Madrid 2003,589.

[335]
M. A. PENA GONZÁLEZ

realidad particular y concreta. Es el Espíritu el que despliega la habilidad


para dar a cada uno una respuesta real y oportuna ante las necesidades.
Es el mismo Espíritu el que posibilita que seamos capaces de ver y de
responder. Y, vuelvo a insistir, dicha respuesta ha de tener lugar al nivel
de la experiencia y de la acción; al nivel de la vida:

más imprime una palabra después de haber estado en oración que diez
sin ella. No en mucho hablar, mas en devotamente orar y bien obrar está el
aprovechamiento. Y por eso así hemos de mantener a los otros, como nunca
nos apartemos de nuestro pesebre y nunca falte el fuego de Dios en nuestro
altar. No sea, pues, muy continuo demasiadamente en darse a otros, mas tenga
sus buenos ratos diputados para sí; y crea en esto a quien lo ha bien probado23.
El pastor debe estar curtido en la oración, hecha diálogo amoroso en fe
y esperanza. El amor en sí, como un medio para estar adecuadamente ubica
dos. Jesús es el modelo de dicho amor, que estamos llamados a seguir en todo
momento, incluso en la incertidumbre y la duda. El papa Francisco habla, al
respecto, de la reserva de eternidad que es la persona del pastor: «Estén aten
tos a que la grey encuentre siempre en el corazón del pastor esa reserva de
eternidad que ansiosamente se busca en vano en las cosas del mundo»24.
Dicha idea la completa en unas imágenes sencillas, que hablan de
ese rescoldo, de esa fe y esperanza pues «es todavía más decisivo con
servar la certeza de que las brasas de su presencia, encendidas en el fuego
de la pasión, nos preceden y no se apagarán nunca»25. En este sentido, la
caridad que se ha de dar en el pastor es una urgencia interior, una soli
citud amorosa por las necesidades de todos los hombres.
El pastor, de esta manera, no es solo el que escucha y acoge, sino
que es también el testigo de esa fidelidad, de tal suerte «que la cercanía
del pastor despierte en la gente la nostalgia del abrazo del Padre»26.

23
ID., «Carta 4. A un predicador [jesuita?]», in Obras Completas, IV, 30-31.
24 «Encuentro con los obispos de Estados Unidos», http://www. vatican.
FRANcisco,
valcontent/francesco/es/speeches/2015/september/documents/papa-francesco_20150923_
usa-vescovLhtml
25
26 Ibid

[336]
Apuntes para una espiritualídad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

5. Anunciar a Cristo y su Palabra

El ministerio de la Palabra exige una fe y una preparación particu


lar. Se trata, como múltiples maestros han puesto de relieve, de un «ser
vicio especializado». Ya afirmaba el Crisóstomo, «y no es nada grande
bautizar al que ya está convencido: pero aquí, [al evangelizarj, el trabajo
es mucho para cambiar la voluntad y el propósito, para eliminar el error,
e introducir la verdad»27. Pero la predicación de la palabra de Dios tam
bién requiere de santidad.
Porque este negocio más consiste en hallar gracia delante los ojos de
Dios que en tener muchos dones, que a las veces pueden estar sin gracia, o
con menos gracia, y ser más cuerpo que espfritu y riquezas humanas y dones
gratuitos dados a los hijos de las concubinas que puede que de la heredad
que se da a los hijos28.

Para que se lleve a término es necesario lograr un cambio de deseos, de


intereses y tendencias, como participación de los modos de ser de Dios mismo.
Múltiples veces se ha puesto de manifiesto que la fuerza de la que
dispone un ministro está en su palabra. En contraste con el médico que
puede recurrir a diversas terapias, el predicador —dirá Juan Crisóstomo—
«no se da otro medio ni camino de salud sino la enseñanza por la palabra.
Este es el instrumento, este es el alimento, este es el mejor temple del aire.
La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego y nuestro hierro.
Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la palabra tenemos
que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles»29.
La fuerza de la palabra se afina por medio de una vida de fe. Esto
implica que el primer servicio que un pastor ha de prestar a su comuni
dad es mostrar la posibilidad del anuncio, superando así la impresión de

27
JUAN CRIsÓsToMO, Obras de San Juan Crisóstomo. IV. Homilías sobre la Primera
Carta a los Corintios [111,3], cd. M.I. Delgado Jara, Madrid 2012,67.
28
JUAN DE AVILA, «Carta 53. A un devoto siervo de Dios [teólogo], que entendía
junto con otros en algunas buenas obras [fragmento]», in Obras c’ompletas, IV, 256.
29
JUAN CRIsósToMo, Los seis libros sobre el sacerdocio [IV, 3], in Obras de San Juan
Crisóstomo. III. Tratados ascéticos, cd. D. Ruiz Bueno, Madrid 2010,40-41.

[337]
M. A. PENA GONZÁLEZ

estar presentando u ofreciendo una hermosa «utopía». Quizás hoy en


día ya no tenga sentido detenerse en esta idea, que tuvo su importancia
en las décadas siguientes al Concilio, pero el pastor ha de estar atento a
no hacer lecturas sociológicas, que pueden derivar en división. Pero esto
no es óbice para que aquel que por razón de su oficio está llamado a en
señar cosas sublimes, por la misma razón esté también obligado a testi
moniarlas, a hacerlas veraces y concretas con su propia vida.
En la Iglesia, a este respecto, se ha tenido conciencia de que la pa
labra penetra más fácilmente en el que la escucha, cuando esta viene co
rroborada por la vida del que habla. Verlo realizado en otro siempre es
un envite más.
Aquí surge un serio interrogante: ¿será, por lo mismo, necesario ca
llarse ya que entre la existencia real —la vida— del sacerdote y el anuncio
que proclama, existe una fuerte y significativa distorsión? La realidad es
que el pastor ha de vivir en un esfuerzo continuo de conversión y ade
cuación al anuncio. Podemos aquí volver al lugar del que partíamos, pues
como decía Cordovilla, el mismo ejercicio del ministerio es fuente de es
piritualidad y la espiritualidad es aliento para el ejercicio del ministerio.
Algo que se ha plasmado en esa entrega generosa de muchos pastores, y
que no ha estado ausente de múltiples y concretos límites. En este sen
tido, el pastor como verdadero seguidor del Buen Pastor, tiene que
aprender a vivir, a con-vivir también con sus propias miserias, pero sin
descuidarse de orientar la mirada hacia el ideal que él mismo está lla
mado a anunciar. Y, por lo mismo, una primera consecuencia del anuncio
es la apertura interior del pastor que la está proclamando y comentando.
Por lo mismo es totalmente inadmisible una vida sacerdotal que no
esté orientada al anuncio, aun si al que le corresponde realizarlo advierte
en sí mismo la dramática contraposición entre lo que dice y lo que vive.
Pero incluso en dicha circunstancia el servicio no ha de cesar. El privar
al pueblo de la palabra de Dios que le ha de ser comunicada sería —en
una imagen propia de san Gregorio Magno— como abastecerse de trigo
reduciendo las posibilidades de supervivencia30. No hay duda que esto
requiere también de una fuerte consolación.

°
Cf GREGORIO MAGNO,Reglapastoral[III,25],in Obras de San Gregorio Magno, 199.

[3381
Apuntes para una espiritualídad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

No es fácil vivir en el permanente reconocimiento del propio límite.


Pero, al mismo tiempo, el cambio y la superación del pecado solo será po
sible a partir de dicho reconocimiento. El pastor es testigo permanente
de que el cambio interior es posible. Es una constatación que tira por tie
rra el discurso frecuente de algunos que afirman que no es posible cam
biar. Y el más claro ejemplo de esto, son los santos —como auténticos
apasionados de Dios— que son capaces de vivir en la renuncia permanente
de sí. En definitiva, el seguir afirmando que en el hombre, después de de
terminada edad no es posible el cambio, es lo mismo que afirmar que Dios
no está presente en su mundo. No deja de ser una muestra más de la se
cularización reinante. Frente a ello queda una respuesta que casi no re
quiere explicación: un amor auténtico, desprendido. Es la caridad de
Cristo que urge a hacer vida lo que se anuncia también de palabra:

Rezas mucho, pero no amas a Dios, no amas al prójimo, tienes el corazón


seco, duro, no partido con misericordia: no lloras con los que lloran; y si esto
te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando y enflaquecerte ayunando;
que no puso Dios en eso la santidad principalmente, sino en el amor31.
Así, tanto ayer como hoy, los maestros de espiritualidad son cons
cientes y han hecho frecuentes referencias a que la tarea prioritaria del
pastor ha der ser el anuncio; pero sin descuidar que este ha de tener siem
pre en cuenta a la asamblea a la que se dirige y a la que sirve. Esto con-
lleva que el ministerio de la palabra tiene capacidad para ser
personalizado. A este efecto, las exhortaciones de los maestros de todos
los tiempos invitan a tener siempre en cuenta las situaciones del audito
rio ante el que uno se encuentra.
El servicio de la palabra no es suficiente si no se hace eficaz. Y la
eficacia se logra teniendo en cuenta al auditorio y sus verdaderas nece
sidades, pero también preparándose para la predicación con gran cautela,
evitando la improvisación, la palabrería, la simple teorización, una ex
hortación molesta y vacía, o el uso habitual de invectivas y reproches32.

‘ JUAN DE ÁVILA, «Sermón 76. Al monte sube la Magdalena. ¡Al monte, señora,
con ella! [12]», in Obras Completas. III. Sermones, ed. L. Sala Balust F Martín Hernán
-

dez, Madrid 2002,1031.


32
GREGoRIo MAGNO, Regla pastoral [11,4], in Obras de San Gregorio Magno, 126.

[339]
M. A. PENA GONZÁLEZ

No pretendo yo aquí decir cómo se ha de hacer, pero sí poner el ejemplo


vivo y elocuente de san Juan de Ávila:

La cual doctrina, aunque sea verdadera y necesaria, no es bastante


para edificación de las ánimas; y conviene, para usar bien de ella, que con
doctrina de palabra de Dios y de los santos, dicha con calor del Espíritu
Santo, sean movidos los corazones de los oyentes a seguir lo mejor y a huir
de los pecados pequeños, para no caer en los grandes33.
La idea fundamental es que la proclamación de la palabra divina tam
bién requiere coherencia de vida, en definitiva, una expresión concreta de
la santidad. Y, en este sentido, los maestros de espiritualidad han puesto en
evidencia que no puede haber santidad sin humildad. Y esta última se al
canza por una vía estrecha que es la obediencia a la voluntad de Dios. En
este sentido, la santidad del pastor es un don y una tarea, que tiene su fe
cundidad en el apostolado. Pero, como señalaba Raniero Cantalamessa, «no
es tanto que Jesús sea llevado a las gentes cuanto que él lleva a las gentes»34.
La ciencia de exhortar no debe perder de vista el bien de otros, los
cuales, también en el partir el pan de la palabra son «servidos» y no do
minados o usados. La predicación, por lo tanto —como recuerda Gregorio
Magno— solo puede ser asumida y realizada como gesto de amor, pues
«quien no tiene caridad para con otro, no debe en modo alguno tomar
el ministerio de la predicación»35.
Ser capaz de «ofrecer» el mensaje requiere el oportuno decoro de
estilo, habilidad retórica o —como diría Hilario— «sinceridad de las pala
bras»36. En toda esta estrategia de adaptación a los otros se ha de evitar
—según Orígenes— tanto el limitarse a reprochar continuamente a los fie
les así como el discurso genérico que no incide sobre la vida:

JUAN DE AVILA, «Memorial Segundo al Concilio de Trento [12]», in Obras Com


pletas, 11,534.
M
R. ANTALAMESSA, Tu palabra me da vida, Burgos 2009,75.
GREGORIO MAGNO, «Homilía XVII, 1», Cuarenta homilías sobre los Evangelios,
in Obras de San Gregorio Magno, 600.
36
HILARIo, La Trinidad [VIII, 1], cd. L. Ladaria, Madrid 1986,358. Hilario sostiene
que Cristo quiere que, en el obispo, haya «doctrina de la palabra, el convencimiento de la
fe y la capacidad de amonestar para triunfar sobre las contradicciones».

[340]
Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

si al enseñar y edificar la Iglesia de Dios, no haces más que increpar,


condenar, castigar, reprochar los pecados del pueblo, sin sacar de las divinas
Escrituras una palabra de consolación, sin explicar nada de lo que resulta
oscuro, sin abordar en absoluto el conocimiento de lo más profundo, ni abrir
un poco la comprensión de lo más sagrado [...J Tu fuego solamente quema,
pero no ilumina. A la inversa, si al enseñar abres los misterios de la Ley, exa
minas los arcanos de los misterios, pero no acusas al que peca, no corriges
al negligente, no mantienes la severidad de la disciplina [...J Tu fuego solo
ilumina, pero no quema37.

En cualquier caso, del predicador es requerida la capacidad de ser


capaz de esperar los frutos sin ceder a la tentación del desaliento. En este
sentido, el pastor es un místico de la acción, que va adquiriendo también
una sabiduría divina que le hace vivir con prudencia y serenidad. En esta
luz se entiende la invitación de san Juan Crisóstomo: «no pidamos tam
poco nosotros todo de todos desde el principio; contentémonos con lo
posible y pronto llegaremos a lo demás. Mas si apremias y tienes prisa,
precisamente por tener prisa no apremies»38.
No se trata, por tanto, de conquistar a los otros para sí o a las propias
ideas sino de buscar su bien. La predicación, por lo tanto, solo se puede
asumir como gesto de amor: y «no debe, de ningún modo, ejercer el mi
nisterio de la predicación quien no tiene caridad hacia el prójimo», como
afirmábamos antes.

6. Fraternidad y belleza
Quisiera, por último, detenerme sobre esta idea que tiene una es
pecial importancia en la espiritualidad del pastor, puesto que también
tiene una responsabilidad a la hora de proteger nuestra casa común, en
una lectura de lo que podemos entender como ecología integral. Y, en
esta línea, se trata de promover la preocupación por unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral (LS 13).

n ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo [XIII, 4], ed. M.I. Danieli A. Castaño, Ma

drid 1992,218.
38
Ju CRISÓsTOMO, «Homilía XXX, 4», ni Obras de San Juan Crisóstomo. 1. Ho
milías, 609.

[341 1
M. A. PENA GONZÁLEZ

En este orden de cosas, no cabe duda que hay dos conceptos que
ocupan un papel relevante: los de fraternidad y belleza (cf. LS 11).
Ambos describen, particularmente bien, una manera de ser propia y es-
pecffica cristiana, que también identifica la espiritualidad secular del pas
tor. La conciencia de una antropología teológica en la que todos somos
hijos en el Hijo y, por lo mismo, hermanos. Esta idea de una fraternidad
universal supone una expresión incluso externa de belleza, de caballe
rosidad al estilo medieval. Algo que este mundo sigue necesitando. For
mas respetuosas y elegantes, capaces de trasparentar otra manera de
relacionarse, que hablan de lo que uno tiene en su interior y que, por
otra parte, ponen límite a la zafiedad y a la frivolidad que lo llena todo
en la vida cotidiana. Una manera de estar y comportarse que reconoce
permanentemente el lugar del otro y su propia especificidad, pero que
al mismo tiempo dice referencia al cuidado que Cristo tiene de los hom
bres, mostrándose como un singular pedagogo que visibiliza una miinera
diversa y novedosa de relacionarse. Al pastor le corresponde recrear y
visibilizar esa manera de hacer; algo que supone un hacer constante y
decidido. Una manera respetuosa que va desde la relación con los otros
hombres, pero que dice también referencia a toda la obra de la creación.

Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión
trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano aban
donado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones
inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a re
conocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con
ello le confiere una dignidad infinita». A esto se agrega que creemos que
Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda
fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida ín
tima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen
y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa enrique
ciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad (FT 85).

Por lo mismo, el pastor ha de ser un defensor de la vida, de toda forma


de vida humana, sin exclusiones ni reduccionismos. Esto creo que se plasma
también hoy como una necesidad y no solo en aquellas que se refieren al
ámbito del comienzo o final de la vida. Son diversas las maneras en las que,
como sociedad, ponemos freno a la vida de diversas personas y colectivos.

[342
Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

Al mismo tiempo, para gran número de maestros de espiritualidad,


en esa mirada redentora sobre la humanidad, Cristo aparece como el
pastor de la Iglesia universal. Y, por lo mismo, los pastores, no pueden
cerrarse sobre lecturas reduccionistas, con deseos también de conducir
a otras ovejas, buscando que haya «un solo rebaño y un solo pastor» (Jn
10,16). Esa fraternidad, por otra parte, está haciendo referencia a todos
los que luchan por el Reino y se sacrifican hasta la muerte por servir a
Dios. Y aquí se concreta la referencia de toda la martyria, que evoluciona
en la visión cristiana no quedándose solo en la sangre, sino abriéndose
también a la entrega permanente de la propia vida, por ese ideal de fra
ternidad que tiene en Dios el horizonte del Padre.
Es este un tema que cobra hoy gran importancia en el campo de la
espiritualidad, pero no ha de ser visto simplemente como algo de moda.
No se trata de más o menos actualidad, ni tan siquiera en referencia a la
realidad que estamos constatando y que se nos hace palpable en unos
cambios climáticos que generan desastres, sino en una lectura más au
téntica y profunda que refiere a la propia identidad humana, en la con
ciencia de que se trata de una obra creada por Dios. Y, por lo mismo,
tiene un valor singular y especial. Al pastor le corresponde amarla y cui
darla, también como ejemplo para el pueblo.
Esta ha de ser una primera motivación. El pastor que cuida y usa
—con sumo respeto— aquello que es obra del Padre. Se trata de hacer vi
sible para los hombres la admiración que produce la bondad y armonía
de todo el universo creado, y que por este motivo se convierte en una
oportunidad para alabar a Dios. Se trata de una llamada para que el pas
tor pueda utilizar y encontrar diversas formas de acercar esa particular
sabiduría de Dios, que no se construye con palabras... que tiene mucho
de contemplación, de mirada sorprendida, ante la creación que Dios ha
hecho por amor, por lo que es necesario también reconocer la bondad
de todas las criaturas, tanto espirituales como materiales.
También esta es una sabiduría escondida que es necesario descubrir
y de la que, de hecho, se alimentaron innumerables maestros de espiri
tualidad. No es solo cuestión de la sensibilidad de un santo como el Po
verello, sino que es un elemento que acompaña el caminar creyente

[343]
M. A. PENA GONZÁLEZ

ampliamente. Ya san Agustín había presentado una perspectiva unitaria


entre la creación y su conservación. Este, además, había señalado un nexo
entre la creación y la historia sagrada, mostrando la unidad entre el ori
gen de todas las cosas y la realización histórica de la Ciudad de Dios.

Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no


habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos
convencidos de que «solo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos
podemos vivir en paz entre nosotros». Porque «la razón, por sí sola, es capaz
de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia
cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad» (FT 272).

7. A modo de conclusión
Una idea fundamental que se deduce de la espiritualidad del pastor
es que el ministerio ordenado solo tiene sentido pleno desde la óptica
evangélica del servicio. Y esto implica una dedicación total pero, también,
la oportunidad de retirarse cuando uno se encuentre incapacitado para
prestar dicho servicio de manera adecuada39.
Pero presentemos una síntesis de las ideas fundamentales:
— Una atención más cuidadosa al hombre de hoy, como tarea propia
del pastor. No existe el hombre como una entidad metafísica se
parada de la naturaleza, independiente del tiempo, del lugar, de
las circunstancias e, incluso, de las modas pasajeras. Para ayudar a
otros es necesario hacer caso de su entidad empfrica. Si el anuncio
del Evangelio no toma a los destinatarios en cuenta, sirve bien
poco.
— Conocer a los hombres de hoy, en su contexto y realidad cotidiana,
significa tomar conciencia de que no podemos contar más con la
certidumbre de una sociedad que fue. En otras palabras, el pastor
tiene el reto de pasar de la catequesis al kerygma y no darlo ya por
superado.

Cf. JUAN CRIsÓsToMo, Sobre el sacerdocio [III, 10-11], in Obras de San Juan Cri
sóstomo, 49-53.

[3441
Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

— La llamada al testimonio, que se repite en los maestros de espiri


tualidad de todos los tiempos, contiene una invitación implícita a
superar toda concepción burocrática y estructural en la dirección
de la Iglesia. Es necesario, en otras palabras, que el carisma perso
nal del pastor revitalice la tarea y función encomendada, y que no
se limite a leer los signos de los tiempos, sino que sepa también es
cribirlos a través de gestos proféticos que legitiman el ministerio
propio del pastor.
— La precisión de que el sacerdocio cristiano se define por el servicio
a Cristo a través de la administración de la Palabra y de los sacra
mentos, representa una invitación a mostrar lo propio de la iden
tidad sacerdotal. La sociología religiosa enseña que no se puede
ser, al mismo tiempo, «hombre de lo sagrado» y «hombre entre los
hombres». Los pastores deben encontrar su «especialización» en
el marco del servicio, pero en una asimilación y profundización del
mismo, especialmente en los aspectos que mejor se acomodan a
las necesidades y sensibilidad es de hoy, también en conformidad
con las actitudes propias del pastor.
— El pastor ha de estar en la capacidad de combinar la comunicación
del mensaje cristiano con las condiciones más oportunas para su
adecuada recepción, aprovechándose también del arte de la retó
rica. No es insignificante esta observación en un momento en el
que la comunicación mediática lo abarca todo. En el momento de
hoy, en el que la mayor parte de las expresiones de la comunica
ción se encuentran fuera o al margen de la Iglesia, el ideal del pas
tor constituye una invitación para capacitarse también en la
manera más adecuada de comunicar el Evangelio. Con la inten
ción de poder transmitir limpiamente la oferta evangélica que, de
otra manera, no llega a los destinatarios o lo hace mal. Es, por
tanto, una llamada urgente a buscar nuevas formas de transmitir
el anuncio.
— Una mirada a la tradición espiritual, que tiene su marco natural en
la patrística, dej a ver cómo no se debería renunciar al núcleo cen
tral del mensaje para apaciguar el espíritu del tiempo. El Evange

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M. A. PENA GONZÁLEZ

ho no es de este mundo y tratar de convertirlo en algo así, quiere


decir que le estamos quitando su fuerza de redención. Hoy, la tarea
del pastor es mantener las convicciones sin convertir todo en puro
relativismo, pero sin caer tampoco en la falsedad del fanatismo. El
pastor está amenazado por una realidad muy compleja y pluralista,
con el riesgo de cerrarse en su propia seguridad, poniendo en
medio una roca inexpugnable. Pero también esa fortaleza puede
ser tomada por el hambre. Y hoy, en nuestro presente, el hambre
se denomina desinterés. Una fe que se hace inexpugnable no puede
florecer. Se corre el riesgo de que la fortaleza se convierta en pri
sión. La crisis ha de ser superada por medio de un sopio de «pro
fecía», sostenido desde las intuiciones de un pastor apasionado y,
también, con la parresía de los testigos que van marcando el ca
mino que da sentido a la propia existencia.
— El pastor, por otra parte, está llamado a ser garante de otro tipo
de relaciones donde la fraternidad sea expresión viva de toda una
comprensión teológica que, además, se proyecta en un cuidado na
tural y espontáneo de la naturaleza. Una manera de hacer visible
la profecía de Isaías (Is 11,6-9), que quiere vivir recuperando la
armonía rota entre el hombre y la naturaleza, porque todo es obra
de Dios.
El sacerdocio cristiano, en sus diferentes expresiones, tiene su pleno
sentido solo desde la óptica de la imitación de Cristo «siervo». El ideal
que Él propone a sus elegidos es el gastarse por los otros, pero con esa
inteligencia evangélica que hace eficaz dicho empeño. Los modelos, a
partir de los maestros de espiritualidad, son amplios y sugerentes. Es
cierto que no se trata de repetirlos a la letra, sino de tomarlos como pa
radigmas, como modelos de esa sabiduría que nos anima a ser sabios,
pero aprendiendo siempre de la experiencia de los otros, por vía de nues
tra tradición creyente.
Algo parecido afirma el Maestro Ávila en su Tratado del sacerdocio:

antes nos faltaría tiempo y papel que testimonios y obras de santos


que nos dan a entender la excelencia de la santidad que debe tener quien
celebra estos divinos misterios. Lo cual no debemos oír con orej as sordas ni

[346]
Apuntes para una espiritualidad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco

echarlo tras las espaldas, mas poner delante de los ojos estas palabras y
ejemplos de santos varones, para en ellos conocer nuestras faltas, llorarlas
y procurar de la remediar. Lo cual no es invención mía, sino doctrina que el
Señor dio, aunque en figura, a los sacerdotes de la vieja ley40.

40 JUAN DE AVILA, Tratado sobre el sacerdocio [19], in Obras Completas, 1, 926.

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