Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Más aún, se dice que estas innovaciones fueron promulgadas por la Autoridad: se las
presenta como respuesta obediente al espíritu del Concilio Vaticano II. Se dice esto a
pesar de que la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio no va más allá de
permitir la misa en lengua vernácula para los casos que el Obispo crea conveniente; la
Constitución insiste en retener la misa tridentina y aprueba enfáticamente el canto
gregoriano. Pero a los “progresistas” litúrgicos parece no importarles la diferencia entre
permitir y mandar. Tampoco dudan en autorizar cambios, como recibir la eucaristía de
pie, cosa que la Constitución ni siquiera menciona. Los progresistas aducen que se
pueden tomar estas libertades porque la Constitución es tan sólo el primer paso en un
proceso evolutivo. Y parecen estar saliéndose con la suya. Es difícil encontrar hoy en
día una misa tridentina, y en los Estados Unidos son prácticamente inexistentes. Incluso
la misa conventual en los monasterios se realiza en lengua vernácula, y el glorioso
gregoriano es reemplazado por melodías insignificantes.
No me preocupa el estado legal de los cambios. Y no quiero que parezca que lamento
que la Constitución haya permitido que la lengua vernácula complemente al latín. Lo
que desapruebo es que la nueva misa esté reemplazando a la tridentina, que la vieja
liturgia esté siendo desechada temerariamente, y negada a la mayoría del Pueblo de
Dios.
Me gustaría hacer varias preguntas a quienes promueven estos cambios: ¿la nueva
misa conmueve el espíritu humano más que la vieja – evoca un sentido de eternidad?
¿Nos ayuda a elevar nuestros corazones por sobre las preocupaciones cotidianas – de los
aspectos puramente naturales del mundo – y hacia Cristo? ¿Aumenta la reverencia, la
apreciación por lo sagrado?
Por supuesto que estas preguntas son retóricas y se responden a sí mismas. Las hago
porque creo que todos los cristianos querrán considerar su importancia antes de alcanzar
una conclusión acerca de las virtudes de la nueva liturgia. ¿Cuál es el rol de la
reverencia en una vida verdaderamente cristiana, y por sobre todo en una verdadera
adoración cristiana de Dios?
Es sólo con una actitud reverente que el hombre puede reflejar su cualidad
esencialmente receptiva como persona creada; la grandeza última del hombre es
ser capax Dei. En otras palabras, el hombre tiene la capacidad de capturar algo más
grande que sí mismo, ser afectado y fecundado por ello, y abandonarse a sí mismo por
esta causa – en respuesta a su valor. Esta habilidad de trascenderse a sí mismo lo
distingue de una planta o animal; estos sólo luchan por desarrollar su propia entelequia.
Ahora bien: sólo el hombre reverente puede trascenderse a sí mismo conscientemente y
conformarse con su condición humana fundamental y su situación metafísica.
¿Nos encontramos mejor con Cristo al elevarnos hacia Él, o rebajándolo a nuestra
mundana jornada laboral?
Aquellos que se entusiasman con la nueva liturgia consideran que a lo largo del
tiempo la misa perdió su carácter comunitario y se convirtió en una ocasión de
adoración individualista. Insisten en que la nueva misa restablece el sentido de
comunidad reemplazando las devociones privadas por la participación comunitaria. Sin
embargo, olvidan que hay distintos niveles y tipos de comunión con otras personas. El
nivel y naturaleza de una experiencia comunitaria se encuentran determinados por la
razón para la comunión, el nombre o causa por la que los hombres se reúnen. Cuanto
mayor sea el bien que la razón representa, y que une a los hombres, más sublime y
profunda será la comunión. Los valores y la naturaleza de una experiencia comunitaria
en caso de emergencia nacional son radicalmente diferentes a los de una experiencia
comunitaria festiva. Y por supuesto, las diferencias comunitarias más llamativas se
encontrarán entre una comunidad cuya temática es sobrenatural y una comunidad cuya
temática es meramente natural. La realización de las almas de los hombres tocados por
Cristo es la base de una comunidad única, una comunión sagrada, cuya cualidad es
incomparablemente más sublime que la de cualquier comunidad natural. La comunión
auténtica de fieles, que en la liturgia del Jueves Santo se expresa tan claramente en las
palabras congregavit nos in unum Christi amor, sólo es posible como fruto de la
comunión con el mismo Jesucristo. Sólo una relación directa con el Dios-Hombre puede
realizar esta unión sagrada entre los fieles.
Nuevamente, ¿por qué fue abolida la genuflexión durante las palabras et incarnatus
est del Credo? ¿No era una expresión noble y hermosa de adoración reverencial
mientras se profesaba el misterio de la encarnación? Sea cual fuere la intención de los
innovadores, ciertamente han generado el peligro, aunque sea psicológico, de disminuir
la conciencia y el asombro de los fieles frente al misterio. Hay todavía otra razón para
dudar antes de realizar cambios que no son estrictamente necesarios en la liturgia. Los
cambios frívolos y arbitrarios pueden erosionar un tipo especial de reverencia: pietas.
La palabra en latín, como el alemán Pietaet, no tiene su equivalente en inglés, pero
puede entenderse como un respeto por la tradición; honrando lo que fue transmitido por
generaciones anteriores; la fidelidad a nuestros ancestros y sus trabajos. Observe
que pietas es un tipo de reverencia derivada, y no debiera confundirse con la reverencia
primaria que hemos descrito como respuesta al propio misterio del ser, y en última
instancia como respuesta a Dios. Por consiguiente, si el contenido de una tradición no
corresponde con el objeto de la reverencia primaria, no merece la reverencia derivada.
Si una tradición conlleva elementos malignos, como el sacrificio de seres humanos de la
cultura Azteca, esos elementos no debieran considerarse con pietas. Pero no es el caso
cristiano. Aquellos que idealizan nuestro tiempo, que se entusiasman con lo moderno
simplemente porque es moderno, que creen que en nuestros días el hombre ha
“alcanzado la madurez”, carece de pietas. El orgullo de estos “nacionalistas
temporales” no sólo es irreverente, sino que es incompatible con la verdadera fe. Un
católico debiera contemplar su liturgia con pietas. Debiera reverenciar, y por lo tanto
temer abandonar las oraciones, posturas y música que han sido aprobadas por tantos
santos a lo largo de la era cristiana y entregadas a nosotros como una herencia valiosa.
Para concluir: la ilusión de que podemos reemplazar el canto gregoriano, sus himnos y
ritmos inspirados, por música igualmente fina, o incluso mejor, delata una ridícula
seguridad en uno mismo y falta de conocimiento del ser. No olvidemos que a lo largo de
la historia del cristianismo, el silencio y la soledad, la contemplación y el recogimiento,
han sido considerados necesarios para alcanzar un verdadero encuentro con Dios. No es
tan sólo el consejo de la tradición cristiana, que debiera ser respetado por pietas; sino
que están enraizados en la naturaleza humana. El recogimiento es la base necesaria para
una verdadera comunión, de la misma manera que la contemplación provee la base
necesaria para una verdadera acción en la viña del Señor. Un tipo de comunión
superficial – la camaradería jovial de un encuentro social – nos empuja hacia las
periferias. Una verdadera comunión cristiana nos conduce hacia profundidades
espirituales.