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Christmas in Chestnut Springs - Elsie Silver
Christmas in Chestnut Springs - Elsie Silver
―Juro que escuché un golpe fuerte y risas que venían del frente de la
casa.
Willa me pasa un dedo del pie por la pierna.
―Papá Noel tiene la risa floja. Es alegre.
―No, en serio. ¿Qué ha sido ese ruido? ―refunfuño, sólo para que
Willa me ponga los ojos en blanco desde el otro lado del jacuzzi.
―¿Estás hablando en serio? ¿Estoy desnuda en el jacuzzi y te
preocupa un poco de ruido?
La estudio mientras el vapor nos rodea y la nieve cae a su lado. Los
globos de sus pechos apenas llegan a la cresta del agua, las burbujas crean
una máscara para el resto de su exquisito cuerpo.
Es la tentación personificada. Siempre lo ha sido. Siempre lo será.
Tiene ese aspecto ahora mismo y se pregunta por qué me preocupa
quién pueda estar ahí fuera.
―Sí, Willa ―respondo―. ¿Sabes quién puede verte así en mi jacuzzi?
Enarca una ceja.
―¿Quién, papi? Dímelo.
―Así que ayúdame, Willa. Tienes que dejar de llamarme así. Es
jodidamente espeluznante.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe de mí. No conmigo. Definitivamente
de mí.
El agua le empapa las puntas del cabello y sus clavículas brillan bajo
las luces de cubierta.
Su cara está pintada de pura diversión.
Joder. Es preciosa. No puedo dejar de mirarla.
No he podido desde la primera vez que se le cayeron las bragas a mis
pies en la cafetería del pueblo.
―Bien, de acuerdo ―continúa―. ¿Qué decías otra vez? Lo había
olvidado.
―Willa, han pasado unos segundos. ¿Cómo se te ha olvidado?
―Porque cuando me miras con el ceño fruncido, y tus cejas se bajan y
tu labio hace ese pequeño rizo no impresionado... mata todas mis neuronas.
Te juro que me frunces el ceño y lo único que quiero es enfadarte aún más,
así que sigues haciéndolo. Es tan excitante.
Gimo y me froto la boca con una mano húmeda. El olor a cloro se
mezcla con el aroma a pino de los árboles que bordean el patio trasero.
―¿Me estás diciendo que te pone cachonda cuando me enfado
contigo?
Una lenta sonrisa curva sus labios. Sus ojos verdes bajan y vuelven a
subir por mi pecho desnudo. Se mete la lengua en la mejilla y me mira
fijamente con tanta confianza.
Como si tuviera hambre y yo fuera su bocadillo de medianoche.
―Sí, Cade. Eso es exactamente lo que te estoy diciendo.
―Willa, ¿cómo voy a conseguir que me tomes en serio?
Su risa tintinea como campanas.
―Puedo decir cuando hablas en serio. Ahora mismo, no hablas en
serio.
―Bueno, hablo bastante en serio ―digo mientras me meto en el agua
caliente. Gotea por mi cuerpo desnudo. Le prometí un baño desnudo a
medianoche, en Nochebuena, cuando los niños estuvieran dormidos,
porque me dijo que era lo que quería para Navidad. Pero no voy a hacer más
que eso si uno de esos cabrones de Jansen está acechando a la vuelta de la
esquina intentando ver a mi mujer.
Nadie puede ver a mi chica.
Sus ojos recorren el mismo camino que antes, pero esta vez más abajo.
Mi polla ya está dura. Sólo la anticipación. El mero hecho de estar en el
jacuzzi con ella, compartiendo un vaso de whisky como cuando jugamos a
verdad o atrevimiento la primera vez que nos conocimos... me transporta al
pasado.
Me emociona.
Me recuerda lo lejos que hemos llegado.
―Cade, siéntate.
―Willa, no recibo órdenes de ti.
Me mira con una ceja fruncida. No me corrige, pero a la hora de la
verdad acepto órdenes de Willa. Las dos sabemos que si me dijera que
saltara, refunfuñaría sobre la altura y lo haría con el ceño fruncido.
―Willa, en serio, voy a ir por el lado y comprobar las cosas.
Me hace un leve gesto con la cabeza y se burla, como si pensara que
estoy haciendo el ridículo. Luego apoya los brazos en el jacuzzi, lo que no
hace más que sacarla del agua lo suficiente para que pueda ver sus pezones.
Rosados, redondos, duros y con piercings. Pasadores de plata a ambos lados
de los picos rígidos.
Me relamo los labios y trago.
―¿Así que vas a caminar descalzo por el costado de la casa en medio
metro de nieve con una erección? Eso no asustará a nadie, Cade.
―¿Qué se supone que significa eso, Red? ¿No crees que doy miedo?
―No, creo que si un hombre te ve corriendo desnudo por la nieve, se
va a reír de ti. Y creo que si una mujer te ve corriendo por ahí con esa arma
fuera, va a caer de rodillas y rogarte que le folles la cara como hice yo una
vez.
Lo único que consigo es fruncir el ceño. Dejo caer las cejas e intento
parecer lo más serio posible. Pero ella acaba de soltar la única frase que le
he dicho que nunca olvidaré.
―Enseguida vuelvo ―le digo, ignorándola mientras se levanta del
agua para sentarse en el borde, cruzando delicadamente las piernas.
Me relamo los labios, miro hacia el lugar de donde procede el sonido y
luego hacia mi mujer. Dios, esto es una tortura.
―Willa, ¿qué estás haciendo?
―Oh nada, sólo refrescándome. ―Mira hacia donde pienso ir y
levanta una mano, paseando dos dedos por el aire―. ¿Por qué no vas
corriendo y compruebas si hay un intruso grande y malo, papi?
―Willa, cuando vuelva, te voy a doblar sobre el borde de esta bañera
de hidromasaje y te haré pagar por correr esa boca descarada.
Me hace señas para que me vaya.
―Sí, sí, sí. Date prisa. Todo ladridos. Nada de mordidas. Ve.
Con un gruñido frustrado, voy a ver qué pasa, aunque hace rato que
no escucho ni un solo ruido. Salgo del jacuzzi y, mientras atravieso el patio
de ladrillo, ignoro el chapoteo del agua que viene de ella.
Conociendo a Willa, probablemente se ha inclinado sobre la bañera
de hidromasaje y está en plena exhibición en un intento de hacerme perder
la concentración. Y sé que si me doy la vuelta, lo conseguirá.
Esta es nuestra relación. Empujar y tirar, ganar y perder.
Pero con Willa, todas las competiciones acaban en victoria, aunque
me irrite en el proceso. Así que lo que no me espero son unos pasos
húmedos y abofeteantes seguidos de un fuerte empujón.
Cuando mi piel desnuda toca la nieve, hace un frío glacial. Respiro,
con el cuerpo pesado sobre el suelo. Me escuece, como si cristales de hielo
me perforaran la piel, pero el sonido de las risas melódicas y el calor del
cuerpo de Willa contra el mío lo calman todo.
Se pone encima de mí, con las piernas a ambos lados de mis caderas, y
me presiona contra la nieve helada mientras caen copos perfectos a nuestro
alrededor.
Jadeo y lo único que hace es sonreírme. Como la persona salvaje y
totalmente loca que es.
―Red, ¿qué carajo estás haciendo?
―Manteniéndote justo donde quiero ―dice, guiñándome un ojo―.
Atándote, placándote. Dije que quería esta noche para nosotros en Navidad,
y lo dije en serio.
Gimo y pongo los ojos en blanco. Pero ella me ignora y aprieta los
labios contra los míos, el calor de su coño rechinando contra mi longitud.
Toda la incomodidad de la nieve dolorosamente fría a mi espalda se
desvanece cuando Willa se retuerce en mis brazos.
No estoy seguro de cuánto tiempo permanecemos allí -
molestándonos, besándonos, metiéndonos mano, besándonos como dos
adolescentes en la nieve- antes de que gruña―: A la mierda. ―La levanto
con un brazo, empujándola para que se ponga de pie. Sus piernas me rodean
la cintura y la llevo de vuelta al jacuzzi, donde la meto sin contemplaciones.
Los sonidos de sus chillidos de sorpresa me ponen más duro.
Y entonces me subo, la doy vuelta y envuelvo su largo cabello rojo
alrededor de mi puño, tirando de su cabeza hacia atrás con firmeza, pero
con cuidado.
―Inclínate. Abre las piernas y dame lo que es mío ―le digo, antes de
pellizcarle la oreja y apretarla contra el borde del jacuzzi.
Con la mano aún en su cabello, empujo su pecho hacia abajo y uso la
mano libre para levantar sus caderas. Sus manos luchan por agarrarse al
borde, pero eso no le impide arquear la espalda y ofrecerme su culo.
En cuestión de segundos, empujo dentro. Oscura noche estrellada
sobre nosotros. Marcas de cuerpos en la nieve a nuestro lado. Mi mano
agarrando su culo, dándole exactamente lo que quería por Navidad.
Me despierto con una luz brillante que entra por las ventanas del
dormitorio. Está claro que Willa y yo estábamos demasiado absortos el uno
en el otro como para cerrar las persianas anoche.
Yo estoy desnudo, ella está desnuda, y Luke está en la puerta
gritando―: ¡Papá! ¡Mamá, pónganse algo de ropa!
Lo miro con un ojo abierto. Para ser un niño que juraba que Papá Noel
no era real y que mostraba niveles casi negativos de entusiasmo por la
Navidad, está vibrando positivamente ante mis ojos.
―Luke ―refunfuño, subiendo una sábana por la espalda expuesta de
Willa―. Amigo, ¿no sabes llamar a la puerta?
Se burla.
―Lo que sea, todos somos familia aquí.
Es un sentimiento dulce, pero me cuesta conciliar a un niño que no
estaba seguro de la existencia de Papá Noel con un niño al que no le importa
ver a sus padres desnudos. Parece que esas dos cosas no van de la mano.
Como si estuviera a punto de ser adulto, pero aún no lo fuera.
En cualquier caso, se acerca al dormitorio, sin importarle en absoluto
mi advertencia.
―Papá, mamá, no se lo van a creer.
Ahora Willa se da la vuelta, con los ojos somnolientos y el cabello
revuelto, con pequeñas arrugas en la cara por la presión de la mejilla contra
la almohada.
―Lukey, mi niño, buenos días y Feliz Navidad.
―Feliz Navidad, mamá. ―Se apresura a darle un abrazo rápido y un
beso en la mejilla. Yo no recibo ninguno. En lugar de eso, sonríe y salta en el
sitio, cediendo a sus raíces infantiles.
Se sube a la cama, mirándola a los ojos como si yo fuera el imbécil y
ella la que le hace ilusión ver.
―Mamá, nunca adivinarás lo que ha pasado. Ha venido Papá Noel.
A Willa se le iluminan los ojos y empuja para sentarse a mi lado.
Nuestras espaldas se apoyan en las almohadas y el cabecero mientras
observamos a Luke, que se ha colocado justo a nuestro lado. Luego, como si
no pudiera soportar no estar más cerca, se pone a cuatro patas y se arrastra
entre nosotros.
―Papá Noel vino. No puedo creer que Papá Noel haya venido.
Willa y yo nos miramos fijamente. Después de que uno de los amigos
de Luke en el colegio plantara la semilla de la duda sobre Papá Noel, hemos
tenido largas conversaciones sobre cómo confesar nuestras mentiras. Cómo
mantenerlo en secreto para Emma. Cuál sería el mejor plan de ataque.
También hablamos de lo triste que parecía que se enterara tan pronto.
El tiempo pasó muy rápido. Hubiera jurado que me quedaban uno o
dos años antes de que se diera cuenta de algunas de estas cosas. Que yo haya
crecido rápido no significa que quiera que él lo haga.
Pero basándome en la forma en que apenas puede quedarse quieto
ahora mismo, supongo que la magia sigue viva y coleando, aunque no estoy
seguro de cómo ha resucitado.
Sus puños retuercen las sábanas y desplaza la mirada entre nosotros.
―¡Hay huellas de trineo por todo el patio! Y huellas de pezuñas de
reno. He visto trozos de piña y heno esparcidos por la hierba, como si Papá
Noel hubiera aterrizado aquí y se hubiera detenido a descansar con sus
renos. Hay pequeñas huellas subiendo los escalones delanteros. Y a menos
que Emma estuviera caminando en medio de la noche, no podría ser ella.
Así que tienen que ser elfos. Y hay una bolsa de arpillera llena de regalos en
la puerta principal. E incluso hay una nota, pero no la abrí porque no quiero
hacerlo sin Emma.
Se queda sin aliento cuando consigue decir todas las palabras.
Y tengo que confesar que parpadeo unas cuantas veces. No tengo ni
idea de lo que está hablando mi hijo. Miro a Willa y, por la confusión de su
cara, ella tampoco tiene ni idea de lo que está hablando.
―Bueno, Luke, no tengo ni idea de nada de esto ―digo―. Quiero
decir, te dije que Santa vendría. Yo sólo... nunca se sabe.
―Vamos, tienen que venir a ver ―continúa―. Tenemos que ir a
despertar a Emma. Ya es de día. Ella puede tomar una siesta más tarde.
¡Vamos, vamos, vamos!
Se levanta de la cama y corre por el pasillo. Sus pies golpean mientras
se dirige a la habitación de su hermana. La habitación que usó Willa cuando
se mudó con nosotros.
―¡Emmy! ¡Emmy! ¡Emmy, despierta! ¡Es Navidad!
Willa y yo apenas hemos bostezado y estirado y nos hemos orientado
cuando escuchamos la voz de Emma desde la habitación contigua.
―¿Lulu? ¿Navidad?
Suena tan dulce, tan joven, tan llena de asombro.
―¡Sí, Emmy! Ven, vamos. Vamos... ¡salta!
No necesito estar en la habitación para ver lo que están haciendo
ahora. Emma está de pie en el borde de su cuna, con los brazos extendidos.
Y cuando Luke se agache lo suficiente, ella se los rodeará por el cuello y él la
arrastrará con cuidado por el borde de la cuna.
Efectivamente, vuelve a nuestra puerta con las mejillas coloradas y su
hermanita en brazos.
―¡Navidad, Navidad! ―dice Emma, aplaudiendo alegremente.
Willa me mira, con los ojos brillantes como los de nuestra hija. Luego
da una palmada e imita a Emma―: ¡Café, café!
Sonrío y le planto un beso en los labios. Es ridícula y no me gustaría
que fuera de otra manera. En cuestión de segundos, nos hemos levantado y
envuelto en nuestras batas, dirigiéndonos a la cocina mientras Luke corre
hacia la puerta principal.
―Luke, espera. Déjame pulsar el botón del café antes de que nos
volvamos locos.
―¡Date prisa, papá! ―es su única respuesta. No le importa el café ni la
espera. Está demasiado emocionado, y eso me alegra el corazón. Por la
mirada de adoración de Willa, a ella también le encanta verlo.
Cuando por fin nos acercamos a la puerta principal abierta de par en
par, veo que Luke no mentía. En el porche hay una bolsa de arpillera
rebosante de regalos.
Junto a la bolsa , una docena de pequeñas huellas. Y lo que parece una
escoba para cubrir otras posibles huellas. Pero no le señalo esa parte a Luke.
Ese no es el lente a través del cual él está viendo esto.
Cuando me asomo un poco más, parece que hay huellas de trineo,
bocadillos de reno y aún más pisadas. ¿Por qué la Navidad no ha sido así
antes?
Me froto la barba. La verdad es que no he tenido tiempo ni energía
para hacerla así. Todo esto. Siempre me he sentido un poco detrás de la bola
ocho. Entonces Willa entró en nuestras vidas y luego Emma y sólo una bola
de nieve a partir de ahí.
Me parece que me he perdido de hacer algunas de estas cosas con él.
―¿Podemos abrirlos? ¿Podemos abrirlos, papá? ―suplica Luke.
Miro a Willa y me encojo de hombros. Ella se encoge de hombros.
Creo que si ella tuviera algo que ver con esto, me daría cuenta.
Tendría una sonrisa en la cara, un brillo en los ojos, una falsa inclinación de
cabeza inocente, pero parece tan confundida como yo.
―Claro, vamos a abrirla ―digo―. Toma la carta primero.
Luke ni siquiera se molesta en ponerse los zapatos. Da dos pasos
firmes por el porche nevado, toma el sobre, lo abre y empieza a leer en voz
alta.
Luke sonríe de oreja a oreja con pura magia bailando en sus ojos. Ni
siquiera pregunta antes de volver a salir y sacar los dos regalos de la bolsa.
Efectivamente, alguien envolvió uno en papel de emoji de vaquero y
el otro en papel de emoji de cerebro que explota.
No lo sé con seguridad, pero tengo la sensación de saber quién lo hizo.
Luke nos entrega nuestros regalos y Willa abre primero el suyo. Lo
desenvuelve con mucho cuidado, intentando no estropear el papel,
probablemente pensando en utilizarlo para otra cosa. Dentro hay un
pequeño recipiente de lo que la etiqueta llama “¡Chispas de Champán
Sintético!”
―¿Qué pasa, mamá? ¿Qué es? ―pregunta Luke justo cuando Emma
dice―: ¡Ooh, bonito!
Willa agita el recipiente antes de levantarlo.
―Creo que es para espolvorear en mis mimosas favoritas, para darles
más chispa. ―Se gira y me guiña un ojo―. Papá Noel debe darse cuenta de
que me encanta una buena mimosa.
Sí, ella y yo pensamos lo mismo. Sólo hay una persona que ha sido la
compañera de Willa para beber mimosa durante toda su vida adulta, y esa
es Summer Hamilton.
Y cuando abro mi emoji de sombrero de vaquero y miro un trozo
redondo de briqueta de carbón, sé exactamente quién me haría esta
jugarreta.
Mi pequeño hermanito agitador de mierda, Rhett.
Capitulo tres
Jasper
Me despierto caliente.
Casi insoportablemente. Pero cuando contemplo al pequeño bebé que
duerme sobre mi pecho, sé que sufriría cualquier temperatura para
mantener esta vista.
Mi niña, Skylar Gervais, está tumbada sobre mi pecho, durmiendo
como el ángel que no es.
Es perfecta. Desde las puntas de su cabello rubio blanquecino hasta la
punta de su pequeña nariz de botón, pasando por los dedos de sus pies rosas.
Sus largas pestañas proyectan una sombra sobre sus mejillas
regordetas. Luke me preguntó hace poco si le había puesto elásticos en las
muñecas y los tobillos porque ahora tiene los brazos y las piernas muy
gorditos.
Puede parecer angelical, pero la niña es un infierno. Vino al mundo
pateando y gritando y exigiendo la atención de todos los que la rodeaban.
Conmigo, ella es todo problemas. Con Sloane, es todo azúcar.
Ojalá pudiera decir que es una niña de papá, pero sería mentira. Es
una niña de mamá, hasta la médula. Y me encanta verlo.
Ver a Sloane convertirse en madre ha sido una de las mayores alegrías
de mi vida.
Giro la cabeza sobre la almohada para mirarla. Sus rasgos son tan
parecidos a los de Skylar. Ella era definitivamente el modelo. Nariz afilada,
pestañas largas y cabello rubio glacial. Incluso a las dos les gusta apoyar la
cabeza contra mi corazón y escucharlo latir.
Ahora mismo, Sloane se ha acomodado en mi bíceps, sus pies
enredados con los míos bajo el edredón.
Juramos que Skylar dormiría en la cuna.
Juramos que Skylar tendría un horario de sueño.
Juramos que no tendríamos ni una sola pantalla encendida en casa
cuando ella estuviera despierta. Y luego vino el cansancio de criar a un bebé
muy movedizo. La mayoría de las veces, Skylar duerme aquí sobre mi
pecho. Más que nada para que Sloane descanse de cargarla todo el tiempo.
Porque Skylar rara vez duerme la siesta, y opta por mirar todo lo que
hacemos su madre y yo. Alerta de principio a fin.
Así que la mayoría de los días, Sloane y yo nos tumbamos en el sofá y
dejamos que Skylar se duerma antes de acostarla. En mi pecho, mientras
Sloane se acurruca entre mí y el respaldo del sofá viendo un programa.
Nuestro tiempo en familia empieza y termina con caricias. Y no me
gustaría que fuera de otra manera.
Al girar la cabeza hacia donde se cuela la luz a través de las persianas
oscuras, veo que es una mañana de Navidad soleada y luminosa.
Me parece que esta mañana de Navidad es posiblemente una de mis
mejores.
Pensar que una vez pasé las Navidades solo en un auto abandonado en
el campo detrás del instituto Chestnut Springs es realmente increíble.
Ahora me despierto en una casa hecha a medida, junto a la única mujer a la
que he amado y una bebé perfecta con diez dedos en las manos y los pies que
está tan obsesionada con su madre como yo.
Paso un dedo por la concha de la oreja de Skylar, lo enlazo con el
oleaje de su mejilla y lo deslizo por la pendiente de su nariz.
Y entonces, como cualquier hombre que se precie hace cuando se
enfrenta a un bebé... Le doy un boop, un toquecito en la nariz. Escucho una
risa suave a mi lado y veo los grandes ojos azules de Sloane mirándome.
―Jasper Gervais, ¿acabas de darle un boop a nuestro bebé?
―Pues sí, Sra. Gervais, desde luego que sí. Mírela. Mire esa nariz.
¿Cómo puedes mirarla - mirar esa cara- y no hacerlo?
Sloane enarca una ceja.
―De acuerdo, así que cuando alguien tiene una cara perfecta, ¿estás
obligado a hacerlo?
Le devuelvo el saludo solemne con la cabeza.
―Sí. Está escrito en la Constitución.
Con una sonrisa de satisfacción en los labios, se adelanta y me da un
boop en la punta de la nariz, seguido de un suave boop en la de Skylar.
―Feliz Navidad, mis amores ―canta, feliz, cálida y tonta.
Podría pasar todo el día aquí envuelto en ellas dos. Excepto que
tenemos planes.
Sloane y yo decidimos que nuestra Navidad sería diferente este año.
Ella creció con mucho. Y crecí con tan poco. Pero ahora, como jugador de la
NHL, no quiero nada.
Por eso este año vamos a intercambiar regalos que no son cosas, sino
experiencias. Estoy impaciente por darle el mío.
Con Sloane y Skylar bien abrigadas, cruzamos el rancho en nuestro
todoterreno hacia la colina que hay detrás de la casa principal, donde viven
Harvey y Cordelia. Harvey Eaton es el padre de Cade, Beau, Rhett y Violet,
pero también me acogió a mí cuando era un adolescente sin hogar, por lo
que ahora también es mi padre. Violet no pudo volver a Chestnut Springs
por Navidad, ahora tiene su propia familia y vive en Ruby Creek, pero los
chicos hacemos compañía a Harvey durante las fiestas.
En un hilarante giro de los acontecimientos, se ha establecido con la
madre de Sloane.
Personalmente, no podría estar más feliz por los dos.
Skylar arrulla desde el asiento trasero, bien sujeta en su asiento de
alta gama orientado hacia atrás. Investigué muchísimo y Sloane se puso
como una fiera. Todo eso para decir que estoy bastante seguro de que si
puedo mantener a Skylar mirando hacia atrás hasta que tenga diez años, lo
haré.
―¿Adónde vamos? ―pregunta Sloane, confundida por el hecho de
que haya estacionado delante de un campo cubierto de nieve sin ninguna
explicación el día de Navidad. Pero cuando doblamos la esquina por la parte
trasera de la casa y ve a su mejor amiga, Winter, y a su marido, Theo, se le
escapa una sonrisa―. Sólo experiencias. Esto es genial.
Theo saluda con la mano y Vivi, abrazada a Theo, también lo hace.
Winter sonríe, pero mantiene las manos apoyadas en las caderas, la espalda
arqueada y el vientre redondeado hacia delante. Cualquier día dará a luz a
su segundo hijo.
Para consternación de Harvey, no han averiguado el sexo, lo que
significa que se ha puesto a adivinar nombres ridículos para cualquiera de
los dos sexos.
Cuando nos bajamos, Theo me guiña un ojo y Sloane corre hacia
Winter. Desabrocho a Skylar y la levanto.
―Feliz Navidad, chicos ―dice Sloane mientras abraza a nuestros
amigos―. Esta es una sorpresa maravillosa.
Theo se vuelve y me hace una pequeña inclinación de cabeza, y yo le
digo a Sloane―: De acuerdo, entiendo que hayas dicho que nada de cosas.
―Su cabeza gira en mi dirección, con los ojos entrecerrados―. Pero las
noches que Winter y tú salen, Theo y yo también hemos estado pasando
tiempo juntos. Trabajando en un pequeño proyecto paralelo.
Sloane mira a Winter.
―¿Sabes de qué está hablando?
Winter sacude la cabeza.
―Ni puta idea.
Theo nos hace señas y todos nos acercamos a su camioneta. Baja el
portón trasero y aparecen unos bultos inidentificables cubiertos por una
lona azul. Cuando Theo retira la lona, nos encontramos cara a cara con dos
trineos.
Trineos construidos por Theo y yo.
―¿Qué son? ―pregunta Sloane, con los ojos muy abiertos al ver los
trineos antiguos de madera.
―Trineos ―digo.
Sus grandes ojos rebotan entre los dos, observando sus espaldas
arqueadas.
―¿De dónde los has sacado? Nunca había visto unos así.
Theo se hincha un poco de orgullo, pero Winter no reacciona como yo
pensaba. Sus manos se han movido de sus caderas a su estómago mientras
nos observa con los trineos.
―¿Estás bien, Winter? ―Pregunto.
Ella asiente, suspirando profundamente mientras mueve las manos
hacia atrás para frotarse las caderas.
―Sí, he tenido contracciones de Braxton Hicks por más de una
semana.
Theo le masajea el hombro.
―¿Sabes lo que necesitas, nena? Un poco de trineo. Para que fluya la
sangre.
Ella le lanza una mirada sucia.
―No necesito que me corra la sangre. Los bebés nacerán cuando ellos
estén listos. Deja de meterle prisa y deja de meterme prisa a mí. No tienes de
qué preocuparte. Ya lo hice una vez. Y lo volveré a hacer. De hecho, fue
pacífico hacerlo sin ti ahí diciéndome que mi sangre no fluía o que debería
poner los pies en alto. O siguiéndome constantemente como si necesitara
que me mimaran.
Theo sonríe más.
―Tink, necesitas que te mimen. Puedes gritarme todo lo que quieras.
Eso no me impedirá hacerlo. Sabes que me gusta cuando me gruñes. ―Le da
un codazo suave y le guiña un ojo.
―Tienes uno bueno, Win ―dice Sloane con una amplia sonrisa.
Ella suspira y mira a su marido.
―Así es.
Entonces Sloane retoma donde lo había dejado, pasando una mano
sobre la madera, provista de una cuerda para tirar a través de la nieve.
―¿Y de dónde salieron estos trineos? ¿De dónde los han sacado? ¿Por
qué uno es morado y el otro rosa?
―Bueno… ―Me froto la barba, un poco avergonzado por el
proyecto―. Nosotros los construimos.
Ahora las chicas parecen confusas.
―¿Tú los construiste? ―pregunta Sloane.
―Sí, Theo trajo cosas de carpintería al garaje, y las construimos y
pintamos. Los hicimos para Vivi y Skylar. Y obviamente para ti y Winter
también. Son lo suficientemente largos para que quepan dos personas. Un
adulto y un niño entre las piernas.
Contemplo mi obra maestra, rebosante de orgullo porque he hecho de
mi hija algo que yo nunca habría conseguido de mayor.
―¿Estamos listos para llevarlos en su viaje inaugural? ―Theo está
prácticamente saltando en el acto. Tan emocionado de probarlos.
Nadie se opone, así que nos ponemos los guantes, los dejamos caer
sobre la nieve fresca y tiramos de ellos hasta la cima de la colina.
Pasamos los siguientes treinta minutos arrastrándolas hacia arriba y
empujando a las chicas hacia abajo.
Una y otra vez.
Theo y yo tenemos una carrera. Una carrera en la que corremos e
intentamos batirnos colina abajo.
Una carrera que arranca miradas y risas de todas las chicas.
Aparte de eso, me empapo de la experiencia. La experiencia de haber
hecho algo con mis propias manos en compañía de un nuevo amigo. La
experiencia de ver a mi mujer y a mi hija tan felices disfrutándolo. La
experiencia de pasar el día de Navidad rodeado de gente a la que quiero.
Y todo es diversión y juegos hasta que Sloane nos saluda desde el pie
de la colina y grita―: ¡Chicos, Winter acaba de romper aguas!
Capitulo cuatro
Theo
Bailey recorre la cocina como una loca, comprobando tres veces cada
plato. En la encimera parece que ha estallado una bomba, con utensilios de
cocina explotando por todas partes, y en los fogones se utilizan todos los
quemadores.
El horno también está lleno.
―Beau ―me llama―. ¿Has añadido el queso encima de las coles de
Bruselas?
Ella es la chef. Yo sólo soy el sous-chef. Aquí para el paseo y tomando
cada orden de ella como ella se rompe el culo para cocinar la cena de
Navidad perfecta para toda la familia.
―Sugar tits. Por supuesto que puse queso en las coles de Bruselas. A
nadie le gustan las coles de Bruselas si no están cubiertas de queso.
―Eso no es verdad. A mucha gente le encantan las coles de Bruselas. A
mí me encantan las coles de Bruselas.
Le enarco una ceja para mostrarle mi incredulidad.
―¿Por eso los has cubierto de sopa de champiñones, les has añadido
trocitos de beicon y les has puesto queso por encima?
―Bueno, es sólo esta receta, pero me gustan. Asados, a la sartén, son
muy versátiles.
Cruzo los brazos y la miro fijamente desde el otro lado de la cocina.
―Bailey, ¿sabes cuál es la verdadera prueba de una buena verdura?
Suspira y veo cómo mueve los labios, divertida. Finge estar molesta
conmigo, pero no lo está.
―No sé, Beau. ¿Cuál es la prueba de un vegetal realmente bueno?
Sospecho que me lo dirás, lo quiera o no.
Sonrío.
―De acuerdo, ahora viniendo de alguien a quien no le gustan
especialmente las verduras…
―Espera un segundo. ¿Qué? ¿No te gustan las verduras? ―Parece
realmente asombrada.
―No, la verdad es que no.
―¿En serio? Pero si las comes todo el tiempo.
―Sí, las como porque son buenas para mí, no porque me gusten.
Me mira boquiabierta como si le hubiera dicho algo horrible.
―Pero eres un hombre adulto.
―Sí, exactamente. Me como las verduras, aunque no me gusten,
porque son sanas y soy un hombre adulto.
Lo único que hace es sacudir la cabeza y soltar un suspiro atribulado.
―De acuerdo, déjate de rodeos. Dime qué hace buena a una verdura
según tus estándares de niño hombre.
Extiendo las manos como si intentara calmar a un animal salvaje.
―Bien, escúchame. Sabes que una verdura es buena cuando puedes
comerla sólo al vapor. Nada más.
Su cara se frunce.
―¿Qué?
―Sí, como si pudieras cocer una verdura al vapor, quizá con un poco
de mantequilla por encima. No, en realidad, ahora que lo pienso, la
mantequilla no cuenta porque la mantequilla hace que todo sepa mejor. Tal
vez puedas ponerle un poco de aceite de oliva. ¿Un poco de sal? ¿Un poco de
pimienta? Si eso es lo único que le pones encima a una verdura, y sabe bien,
entonces sabes que es una buena verdura.
Resopla de buen humor y echa un vistazo al interior del horno para
comprobar las coles de Bruselas y las patatas. Y los boniatos. Y el arroz
pilaf.
Sí, puede que se haya pasado.
―Bien ¿qué hay en tu lista de buenas verduras?
Tarareo y me doy golpecitos en la barbilla como si lo pensara
detenidamente.
―Bueno, zanahorias.
Se burla.
―Las zanahorias son prácticamente un caramelo.
―No, las zanahorias son buenas. Las zanahorias son una verdura.
Son buenas para la vista.
―¿Es eso un hecho?
Ahogo una carcajada.
―Sí, lo leí en algún sitio una vez.
―Me impresiona que sepas leer, teniendo en cuenta que no te comes
las verduras o teniendo en cuenta que ni siquiera te gustan las verduras.
―Lindo, Bailey. Muy bonito. ―Entonces levanto una mano y
continúo enumerándolos con una mano―. De acuerdo, tenemos
zanahorias, brócoli, coliflor, calabaza.
Me señala.
―Lechuga.
―No, lechuga no. Odio la lechuga.
―¿Qué? ―Ahora parece realmente alarmada.
―Bailey, no puedes decirme que hay gente ahí fuera que realmente
disfruta comiendo lechuga.
Olfatea y levanta la barbilla mientras procede a ordenar los utensilios
de cocina que están desperdigados por todas partes.
―Me gusta comer lechuga.
―¿Me estás diciendo que realmente disfrutas comiendo ensalada?
―Sí, Beau. Realmente disfruto comiendo ensalada.
―¿De qué tipo? ¿Lechuga iceberg, espinaca, rúcula?
―No sé. Me gusta todo tipo de lechuga. La lechuga es buena para mí.
Me encanta una ensalada en un día caluroso.
Gruño y apoyo la cadera en la encimera de la cocina.
―Bailey, ¿sabes a quién le gusta la lechuga?
Menea la cabeza cuando refunfuña―: ¿A quién?
―Los conejos. A los conejos les gusta la lechuga.
Pone los ojos en blanco y muerde la cabeza de una galleta de jengibre.
―Bueno, acabas de hacer un agujero en tu propio argumento porque a
los conejos también les encantan las zanahorias.
Por suerte, me salva el timbre de mi móvil sobre la encimera para no
tener que seguir debatiendo con mi prometida sobre las bondades de las
verduras.
Sin embargo, me doy cuenta de que nuestras idas y venidas le han
quitado hierro al asunto. Siempre ha querido organizar una cena de
Navidad, con mucha, mucha gente, así que me aseguré de que así fuera este
año. Cada persona se reunirá con nosotros aquí en nuestra casa en el
rancho. Habían planeado reunirse con nosotros en la ciudad para la cena de
Navidad, pero una vez que contamos a todos los niños, a toda la familia
extendida -Kip, Cordelia, Gary, la madre de Theo, la hermana de Theo-
decidimos que no había suficiente espacio para recibir a todos en nuestra
casa de la ciudad.
Así que aquí estamos, pasando la Navidad en nuestra casa del rancho,
preparándonos para recibir a todo el mundo. No sé qué tienen las reuniones
familiares que ponen a Bailey tan nerviosa. Tal vez sea porque nunca las
tuvo mientras crecía. O tal vez es porque ella todavía piensa que la gente la
percibe como la chica del lado equivocado de las vías.
Lo único que sé es que quiere a mi familia como si fueran suyos y que
todos la han acogido como si también fuera una de los suyos.
Cree que la cena que prepara es algo importante para ellos, pero estoy
seguro de que podría servir perritos calientes en panecillos normales y
estarían encantados de estar aquí con ella.
Así que cuando suena mi teléfono y aparece el nombre de Willa,
supongo que se trata de que sus padres se van a reunir con nosotros, aunque
estén pasando el invierno en Portugal. O quizá llama para decirme que su
hermano ha decidido venir por aquí. En cualquier caso, supongo que es un
aviso de que necesitamos unas cuantas sillas más.
Pulso el botón de respuesta y digo―: Feliz Navidad, Willa. ¿Qué te ha
traído Papá Noel?
―Hombre, me ha traído unas chispitas increíbles para poner en mis
mimosas. Conociendo a Bailey probablemente nos tengan preparada una
comida de diez platos perfectamente maridados, pero, sinceramente, esta
noche voy a echarle chispas al champán y nadie podrá impedírmelo.
―Willa, nunca te impediría poner chispas en tu champán. Adelante,
chica.
―Sí, es raro cuando dices eso.
Resoplo.
―Gracias, Wils. ¿Qué recibió Cade de Santa?
Se echa a reír.
―Oh, hombre, espera. Pregúntale cuando llegues. Ni siquiera puedo
decírtelo. Sólo tienes que preguntarle.
Me quedo helado. ―Espera, ¿por qué dijiste cuando llegue?
―Oh, cierto. Lo siento, por eso te llamaba. Me distraje con los
destellos. Winter tuvo a su bebé en la habitación libre de Harvey. O en el
baño. O algo así.
―Espera, ¿qué?
―Sí, tuvo un niño. Ella está aquí. Theo está aquí. En realidad, todos
están aquí. Pero también hay un nuevo bebé de bañera. Así que estamos
moviendo la Navidad aquí porque Winter está descansando en el sofá. No
creo que debamos hacer que se mueva después de dar a luz, ¿sabes?
―¿Está bien? ―Le pregunto.
―Por supuesto que está bien. Su vagina debe estar bastante dolorida,
pero estos son los descansos.
Me aprieto el puente de la nariz entre los dedos.
―Es que... las cosas pueden salir mal. La estaba controlando.
―Sí, está bien. Es una jodida chica dura. También estoy asombrada de
su mordacidad. Ha llevado el trollear a Harv a un nuevo nivel. ¿Todos esos
nombres locos que ha estado sugiriendo? Bromea con él, le pusieron Harvey
a ese bebé.
Lanzo una sonora carcajada.
―No lo hicieron.
Willa parece muy divertida.
―Realmente lo hicieron.
―Épico. ¿Cómo está Theo?
―Creo que Theo es el que no está bien. Es todo emocional y mierda.
Le dije que el bebé se parecía a Winter y se puso a llorar.
―Espera, ¿en serio?
―Sí. Dijo algo sobre cómo Winter siempre quiso que Vivi se pareciera
a ella y le molestaba que se pareciera a él. Así que está feliz de que ella
finalmente tuvo esa experiencia. El tipo está más que azotado.
―También Cade ―vocifero.
Pero Willa no pierde el ritmo.
―Tú también.
―No estoy en posición de discutir eso.
Bailey me mira desde el otro lado de la habitación con las cejas
fruncidas.
―¿Va todo bien? ―susurra.
Le hago un gesto con la cabeza y termino con Willa.
―Bueno, está bien. Nosotros... iremos para allá.
Es el turno de Bailey para congelarse.
―¿Qué?
Willa cuelga sin despedirse, al típico estilo de Willa, y yo me vuelvo
hacia Bailey.
―¿Qué acabas de decir? ¿Qué quieres decir con “iremos allí”?
Levanto las manos porque Bailey parece a punto de asesinarme.
―Escúchame. Winter tuvo a su bebé.
Su lenguaje corporal cambia instantáneamente de asesino a alegre.
―Oh, Dios mío. ¿Ha tenido a su bebé? ¿Es niño o niña?
―Es un niño.
―Es increíble.
―Lo tuvo en casa de mi padre. Como... hoy.
―Espera, ¿qué?
―Sí, en la bañera.
―Oh, de acuerdo. ―Echa un vistazo a la cocina―. Será mejor que
empaquemos esto y vayamos para allá. Winter y Theo necesitan relajarse y
comer algo.
―¿Sí? ―La forma en que gira para hacer que esto funcione hace que
mi pecho se caliente. Siempre he sabido que Bailey era una buena persona.
Pero cada día lo demuestra. Desinteresada. Cariñosa. Cariñosa.
―Sí, por supuesto. ¿Qué vamos a hacer? ¿Hacer que una nueva mamá
viaje a nuestra casa para tener una cena de Navidad? Apuesto a que su
vagina está muy dolorida.
―¿Por qué todo el mundo sigue diciendo eso?
Me ignora y sigue monologando.
―Es la primera Navidad de ese bebé. Tiene que ser lo más especial
posible.
Con ese decreto, Bailey y yo empaquetamos todo. Nos lleva varios
viajes a la granja principal, pero lo hacemos. Nos llevamos todas las galletas
de Navidad, todos los decorados, todas las servilletas, todos los centros de
mesa. Todo lo que Bailey planeó para la cena de Navidad perfecta.
Y ver a toda nuestra familia reunida bajo un mismo techo por
Navidad con la incorporación de un nuevo bebé me da una especie de paz
que no estoy segura de haber sentido nunca.
Ver a Bailey sostener a un recién nacido remueve algo dentro de mí
que no sabía si existía.
Claro que me encanta ser tío, pero no estaba seguro de estar hecho
para la paternidad.
Por otra parte, no estaba seguro de ser capaz de bajar la guardia lo
suficiente, de confiar en alguien lo suficiente como para querer eso de él.
¿Pero ver a Bailey sosteniendo a ese niño? Algo en mí se mueve, y sé
que algún día sostendrá a uno de los nuestros.
Cade y Rhett se acercan a mí. Cade se acomoda a un lado de mí con los
brazos cruzados y el ceño muy fruncido.
Rhett, al otro lado, me da un codazo.
―¿Tienes la fiebre de los bebés, hermano?
Le devuelvo el codazo con una risita.
―Sí, tío, ¿verdad?
Rhett asiente.
―Sí. Lo tengo mal. Ya es hora. ¿Qué tal ustedes dos?
Miro fijamente a Bailey y pienso en nuestra vida actual. Parece que
acabamos de empezar.
Ella aún no ha terminado la universidad. Yo aún soy nuevo en el
cuerpo de bomberos.
―Todavía no ―digo, con seguridad―. Algún día, pero todavía no.
Nos queda mucha vida por vivir antes de eso.
Cade asiente con severidad.
―Inteligente.
Levanto las cejas sorprendido. Cade tiene que ser uno de los mejores
padres de la historia.
―¿Sí? ¿No es una buena Navidad? ―Sé exactamente a dónde quiero
llegar con esto.
―La Navidad ha estado bien. Ver a los niños es lo más destacado a
estas alturas.
Asiento pensativo antes de preguntar―: ¿Recibiste algo bueno de
Papá Noel?
Rhett se pone rígido a mi lado. Se gira, intentando parecer interesado
en el caos que tenemos delante.
Sigo su mirada para ver a Jasper y Sloane hablando con Harvey y
Cordelia. Parecen épicamente felices.
Cade se inclina hacia delante y mira a Rhett.
―No lo sé, Rhett. ¿Qué me han regalado por Navidad?
Rhett se encoge de hombros.
―No lo sé. No puedo decirles lo que me ha traído Papá Noel. No está
clasificado PG. Pero Cade, adelante.
Cade me fulmina con la mirada y me intriga. Parece que hay algo
entre ellos dos.
―¿No ha venido Papá Noel a tu casa? ―se burla Rhett, y mi cabeza va
de un lado a otro entre mis dos hermanos.
―Por supuesto que Papá Noel vino a mi casa. Papá Noel vino a mi casa
mejor que nunca. ―Le espeta las palabras a nuestro hermano pequeño.
Y no puedo entender por qué Papá Noel apareciendo en su casa y
haciendo felices a sus hijos le tendría de tan mal humor.
―De acuerdo, y... ¿Papá Noel dejó una bolsa de juguetes? ―pregunto.
Cade inclina la barbilla solemnemente.
―Claro que sí, joder. Le trajo chispitas a Willa para el champán.
Me río entre dientes.
―Sí, está muy emocionada con eso. Me habló de ellos incluso antes de
llegar a la parte de Winter teniendo a su bebé.
Cade sigue adelante, con los ojos clavados en mí.
―¿Y qué me ha traído Papá Noel, Rhett?
Rhett se encoge de hombros, pero puedo ver la sonrisa comemierda
en su cara.
―No estoy seguro, Cade. ¿Qué me trajo Papá Noel?
Las discusiones con estos dos siempre me han matado.
―Me están matando. ¡Derramen!
―Carbón ―muerde Cade―. Carbón. Me trajo un trozo de carbón.
Mis hombros tiemblan mientras me río.
―Qué duro. No sé quién mierda se cree que es Santa, Cade.
―Papá Noel es un imbécil inmaduro. Así es él. Y Luke ha estado
burlándose de mí todo el día sobre cómo me dieron carbón para Navidad.
―El cascarrabias de Cade se tambalea. Todos sabemos que le parece
gracioso, pero aún así siente la necesidad de ponerse gruñón al respecto.
Rhett parece morderse la mejilla con tanta fuerza que podría estar
saboreando la sangre.
―Bueno, Cade, sabes que no puedes cuestionar las decisiones de
Santa. Su juicio es definitivo. Quiero decir, si has sido una perra gruñona
todo el año, entonces carbón es lo que te toca.
Miro a mi hermano pequeño.
―Espera, ¿realmente hiciste eso sin mí?
Me sonríe.
―Lo siento, hermano. Creo que el año que viene serás tú el que tenga
que hacer de Papá Noel. Porque yo seré el que esté en casa ladrando en la
noche porque oyó a alguien divirtiéndose y eso rompe cada una de las leyes
inspiradas en el Grinch de Cade Eaton.
―Bien, ya está. ―Cade va a agarrar a Rhett, pero en un instante,
somos transportados de vuelta a nuestra infancia. Rhett gira fuera de su
alcance y se lanza a través de la habitación y por el pasillo hacia el vestíbulo
delantero. Su aspecto es idéntico al que tenía de pequeño cuando llevaba a
Cade al límite. Ambos salen por la puerta principal y me giro para seguirlos.
Porque no hay forma de que me quede fuera.
Una mirada por encima del hombro me permite ver que Jasper se ha
despertado al oír el ruido de unos pies pesados golpeando en el pasillo.
Cade ya ha salido en persecución de Rhett, dejando la puerta abierta
de par en par.
Esos imbéciles ni siquiera se molestaron en ponerse los zapatos, pero
están en la entrada.
Teniendo una pelea de bolas de nieve.
Rhett se esconde detrás de un auto, aparece y lanza una enorme que
golpea a Cade de lleno en la cara.
De pie en la puerta, rompo a reír. Y Jasper también, desde detrás de
mí. Le echo una mirada, con las mejillas doloridas por la amplitud de mi
sonrisa.
―¿Estás dentro?
Asiente con la cabeza.
―Joder, sí. Me apunto.
Él y yo somos lo bastante listos como para ponernos las botas antes de
salir, pero luego nos enrollamos con enormes puñados de nieve. Yo meto el
mío por detrás de la camiseta de Cade.
―¿Son unos imbéciles de verdad ahora mismo?
Jasper se ríe y creo que está a punto de echarse encima de Cade, pero
se da la vuelta y me golpea en la cara con su enorme bola de nieve. Estalla en
una nube de polvo y los diez minutos siguientes se convierten en una guerra
sin cuartel entre hombres que crecieron haciendo la misma mierda que los
niños.
Cade nos ladra. Jasper tiene la risa floja.
Rhett está golpeando a todo el mundo y no tiene ninguna estrategia o
rima o razón para lo que está haciendo. Y me encuentro de vuelta a algunos
de los mejores días de mi vida.
Excepto que creo que ahora podría ser incluso más feliz. Un vistazo a
la puerta principal y veo la razón. Bailey.
Sonríe y sacude la cabeza, con unos ojos rebosantes de más amor del
que jamás he conocido.
―¡Te dije que eras un hombre-niño! ―grita.
Estoy tan ocupado riéndome y mirándola que me llevo otra bola de
nieve a la cara. Pero ni siquiera eso me impide pensar que esta Navidad en
Chestnut Springs podría ser la mejor de todas.
Libros de Elsie Silver
Chestnut Springs
Flawless
Heartless
Powerless
Reckless
Hopeless