Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
PEDRO BALLESTER
¡Nunca he sido más feliz!
CONTRAPORTADA
Desde mayo de 2014, Pedro comenzó a notar un dolor lumbar que iba en
aumento. En agosto, cuando fue a España, el dolor disminuyó bastante y
pudo incluso jugar al fútbol y hacer deporte. Pero al volver a Inglaterra en
septiembre, el dolor volvió con más virulencia. Probó distintas terapias,
incluso con un osteópata, pero el dolor no disminuía. Un día, a comienzos
de diciembre, jugando al fútbol percibió que ya no era capaz de correr.
Discretamente dejó el partido y se sentó en la banda a esperar a que
acabaran de jugar.
Una semana antes de las navidades, Pedro participó en un curso de retiro
que yo mismo predicaba. Como yo había estudiado medicina antes de
ordenarme sacerdote, Pedro vino a verme porque decía que el dolor no le
dejaba dormir. Le di un antiinflamatorio y le sugerí que fuera al médico al
volver. Unos días después se fue de excursión con otros numerarios
jóvenes. Tras caminar varias millas, los demás se dieron cuenta de que
cojeaba y le dolía al caminar. Cuando le preguntaron sobre aquello, Pedro le
quitó importancia y dijo que era porque estaba estudiando mucho. En un
momento dado llegaron a un arroyo que había que saltar, se dieron cuenta
de que Pedro no podía cruzarlo solo y le tuvieron que ayudar a pasar al otro
lado.
Pedro no le dijo nada a nadie hasta después del diagnóstico, pero llevaba
más de un mes sin poder estar acostado propiamente y pasaba muchos días
sin poder dormir. Tampoco podía estar sentado más de 15 minutos y por eso
estudiaba de pie. Nadie se hacía idea de lo que le pasaba porque él nunca se
quejó.
El domingo 28 de diciembre se marchó a Mallorca con sus padres y
hermanos a visitar a la familia. El dolor no remitía. Aun así, quería ir a
pescar y ya casi había convencido a toda la familia cuando su abuela, por
teléfono, le dijo que se dejara de rollos “y de toda esa pesca” y se fuera
inmediatamente a urgencias. Un médico amigo de la familia le atendió. La
radiografía reveló la inequívoca imagen de un tumor de hueso en la pelvis
de más de 15 cm. Al ver la prueba de diagnóstico, tanto su padre, que es
médico, como el doctor, que había buceado muchas veces con Pedro, fueron
incapaces de contener el llanto.
Sus padres decidieron no decirle nada por el momento y volvieron
inmediatamente a Manchester. Ya en Reino Unido le hicieron más pruebas
en nuevos hospitales y en todos se confirmó el diagnóstico. El
osteosarcoma estaba en una región muy difícil de operar. Finalmente, entre
lágrimas, sus padres se lo explicaron todo. Al recibir la noticia, viendo a su
madre llorar, Pedro le abrazó y le dijo: «Mamá, siempre me habéis
enseñado que Jesús da la Cruz a sus amigos. Yo ya le he entregado mi vida
a Dios con mi vocación».
Después de decir aquello, comentaba su madre, Pedro se fue a la cama y
durmió con mucha paz. Comenzaba su ascenso al Calvario que recorrería
en los próximos tres años.
Aquellas palabras dichas a sus padres serían la clave para interpretar su
vida entera. Pedro vio la oportunidad de abrazarse a la Cruz y seguir
ofreciendo sus dolores por el Papa, la Iglesia y las almas.
Aquel tumor presionaba la médula espinal y algunos nervios. El dolor
era evidente incluso en la radiografía y se veía que había estado creciendo
durante mucho tiempo. Cuando le preguntaban que por qué no había dicho
nada antes al sentir aquellos dolores, Pedro contestaba con sencillez: «Sí
que decía... se lo decía a Dios. Ofrecía todo por el Papa, por la Iglesia y por
las almas».
Pedro dejó la carrera y volvió a Manchester para recibir el tratamiento en
el Christie Hospital, que cuenta con un equipo especializado en pacientes
jóvenes con cáncer. Inmediatamente se le administraron calmantes para el
dolor y pastillas para dormir a la espera de definir el tratamiento de
quimioterapia. Por primera vez en varios meses durmió sin dolor. El 12 de
enero Pedro se despertó sin ningún síntoma que le recordara su enfermedad.
Al llegar a la cocina y encontrarse el desayuno sin azúcar, sin sal y sin una
larga lista de condimentos, Pedro sonrió y dijo: «¡Vaya! Casi me había
olvidado de que tengo cáncer».
El primer ciclo de quimioterapia le golpeó con fuerza. Perdió 20 kg.
Tenía nauseas y vomitaba con frecuencia. Siguió una dieta muy
desagradable, pero nunca –literalmente nunca– se quejó. Conservó su
sentido del humor de siempre. Por primera vez sus hermanos pequeños
pesaban más que él. Cuando se lo mencionaron, Pedro señaló su cabeza y
dijo: «Lo importante es lo de aquí arriba... en eso no me superáis».
Los médicos se alarmaron al ver aquella significativa pérdida de peso.
Viéndose incapaces de detener aquella tendencia, comentaron que si seguía
perdiendo peso tendrían que ponerle una sonda para alimentarle. A Pedro
aquello no le hacía ninguna gracia. Cuando al día siguiente le pesó la
enfermera comprobaron que había ganado un poco de peso. La enfermera,
sorprendida, le preguntó cómo lo había logrado. Pedro, con una sonrisa de
oreja a oreja se sacó dos piedras de los bolsillos y le dijo: «¡Con estol»,
finalmente, entre carcajadas, decidieron prescindir de la idea de la sonda.
Perdió peso. Perdió el pelo. Perdió el curso académico. Pero no perdió la
sonrisa. La virtud de la alegría queda certificada en un libro de firmas que le
mandaron sus compañeros de universidad en Londres al enterarse de su
enfermedad. Muchos mensajes hacían referencia a su alegría y a su sonrisa,
a su actitud siempre positiva, a su tendencia a ayudar y a su palpable fe
cristiana. «Echo de menos la sonrisa que me recibía cada mañana a las 9»,
escribía uno de ellos. «Echo de menos tu alegría que caldeaba el ambiente
de la clase», decía otro. «Pedro, todos comentan el impacto que has dejado
en nuestras vidas. Se te echa de menos». Y otro añadía: «La clase no es
igual sin tus bromas y tu cálida sonrisa».
Cuando empezó a caérsele el pelo decidió afeitarse la cabeza. Aquello
fue, sin duda un gran sacrificio. Pero sin ningún aspaviento, levantó la
maquinilla con la mano derecha, como quien alza un trofeo, y dijo: «Por el
Padre» [7], y se rasuró él solo.
Jamás se quejaba, y si le preguntaban, trataba de quitar hierro al asunto y
cambiar de tema. Cuando sus visitantes le preguntaban si se encontraba
bien, muchas veces respondía: «Don’t worry. I’m not sick. It’s only repairs»
[8].
Un día fue el obispo de visita a Greygarth. Se preparó un pequeño
aperitivo en el salón, y al entrar en la habitación la gente fue saludando al
obispo. Pedro entonces caminaba con muletas y esperó discretamente
sentado. Al acercarse, el obispo le preguntó a qué se debía la cojera. Pedro,
con mucha naturalidad y sin querer convertirse en el centro de atención le
dijo que era «una pequeña lesión».
El 12 de mayo hubo una Misa en honor del beato Álvaro del Portillo en
la catedral de Westminster celebrada por el cardenal Vincent Nichols. Pedro
y su familia viajaron a Londres para asistir a esa Misa y visitar amigos. Por
cuestiones de horario, llegaron una hora antes a la catedral. Cuando Pedro
lo contó en el centro explicaba que «aquello fue muy extraño» dijo con cara
intrigada: «tuvimos que esperar». Y con una carcajada añadió: «Mi familia
nunca llega pronto a ningún sitio».
Como hemos visto, Pedro era incapaz de hacer sufrir a nadie y cubría con
arte los defectos de los demás. Un día recibió una llamada del osteópata que
le había tratado meses antes cuando pensaban que el dolor era un problema
muscular. El médico le preguntaba si se le habían solucionado los dolores.
Pedro le explicó con mucha delicadeza que le habían diagnosticado un
osteosarcoma. A aquello siguió un silencio incómodo que rompió Pedro
quitándole hierro al asunto. Le dio las gracias por haberle ayudado tanto y
le pidió que no se preocupara porque meses atrás nadie habría sospechado
que era un cáncer.
Otro rasgo de su personalidad era el aprovechamiento del tiempo. Dado
que ya no podría continuar el curso en la universidad en Londres, se planteó
qué hacer para aprovechar bien cada día. Esos primeros meses, tras el
diagnóstico, vivía en casa de sus padres y acudía a Greygarth a diario. Allí
asistía a Misa por las tardes, hacía arreglos y se le ocurrió que podía
continuar con los estudios de filosofía que cursaba durante los veranos y así
adelantar materia. Pocos días más tarde, Fr Peter Haverty comenzaba a
darle clases de Historia de la Filosofía Medieval.
5. LA LUCHA