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Clara de Asís

MARÍA VICTORIA TRIVIÑO


Lavern (Barcelona)

I. CLARA DE NOMBRE, MÁs CLARA POR su VIDA

Nació en Asis, en la casa torre de los Offreduccio levantada


junto a la catedral de San Rufino. Heredó un apellido noble y
poderoso. Vivió en una ciudad amurallada con sueños de indepen-
dencia y autonomía. En medio de las guerras, emboscadas y des-
tierros, su infancia estuvo protegida por el cariño ¡y las armas! de
los suyos. En tiempo de paz un noble de Asís, su prometido, la
rondaba, le brindaba en los torneos y deseaba enlazar su talle en
las danzas cortesanas. La forjaron para ser señora y recibió la
mejor instrucción a que podía aspirar una mujer medieval. Los que
la trataron dijeron que era honesta, amable y bella. Se llamó Clara
de messer Favarone de Offreduccio.
Madonna Hortulana, mujer audaz y creyente, fue la dichosa
madre de Clara. «Su madre, Hortulana de nombre, que había de
dar a luz una planta muy fructífera en el huerto de la Iglesia,
abundaba ella misma en no escasos frutos del bien ... » 1. Se sabe,
por confidencia de la misma madonna Hortulana, que mientras

1 LeyCl 1. Utilizamos las siglas siguientes: Las obras citadas son lCtaCl;
2CtaCl; 3CtaCl; 4CtaCl = 1,2... Carta de Clara a Inés de Bohemia. RCI =Regla
de Santa Clara. TestCl = Testamento de Santa Clara. PCCI = Proceso de cano-
nización de Santa Clara. BCCl = Bula de Canonización de Santa Clara.
LeyCI = Leyenda de Santa Clara. lC = Vida primera de San Francisco de
Asís, de Tomás de Celano. TC = Leyenda de los Tres Compañeros.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 52 (1993), 419-443


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oraba pidiendo a Dios el feliz alumbramiento de la criatura que


llevaba en su seno, oyó una locución interior: «Alumbrarás una luz
que iluminará el mundo» 2. No es difícil conocer la palabra del
Evangelio que resonaba, profética, en el corazón de la madre:
«Vosotros sois la luz del mundo» 3. Cuando la madre recibió a la
niña en sus brazos, el día de santa Lucía del año 1193, comprendió
que su luz no era el fuego que mueve la rueda, ni el esplendor del
sol en toda su fuerza, que era la claridad que ilumina sin herir. Por
eso, con las aguas del bautismo, dio a su niña el nombre de Clara,
«conforme a la esperanza de que habría de cumplirse de algún
modo, conforme al beneplácito de la divina voluntad, la claridad
de la anunciada luz» 4.
Las madres no se equivocan, pero ¿sería tan audaz madonna
Hortulana como para soñar que un día la Iglesia proclamaría a su
niña: «Clara de nombre, más Clara por su vida, clarísima por su
virtud»? 5.
Cuidó bien su plantita madonna Hortulana, y se dijo de la
joven Clara: «de este modo comenzó a paladear la virtud en su
casa paterna, tales fueron sus primicias espirituales, tales los pre-
ludios de su santidad. Y así, al estar tan rebosante de perfume
interior, su fragancia misma la delataba, como sucede con un
pomo de aroma exquisito, por más cerrado que se halle. En efecto,
y sin que ella lo percibiese, comenzó a estar elogiosamente en
boca de sus vecinos; y se fue divulgando entre el pueblo la noticia
de su bondad» 6. Las gentes comentaban. Madonna Hortulana veía
con emoción la claridad de Clara.

Clara de la Gloria

Era la primera década del siglo XIII. La Casa se desmoronaba


en disensiones sin cuento y el Cristo de la ermita ruinosa alzó la

2 PCCI VI, 12.


3 MI 5, 14.
4 LeyCI 2.
5 1C 18.
6 LeyCI 2.
F

CLARA DE ASIS 421

voz amorosa y persuasiva: «Francisco, ve, edifica mi Iglesia que,


como ves, amenaza ruina» 7.
Francisco, penitente, se aplicó a poner piedras, restaurando las
paredes de la ermita. Comprendió que sus gestos eran el símbolo
de una realidad urgente en la Iglesia. Pero, ¿qué podía hacer él?,
pobre penitente, desheredado y tenido por loco. Todavía Dios no
le había dado hermanos. De pronto, un día le urgió el amor desde
dentro. Encaramándose en el muro de la ermita, fuera de sí, en un
momento de exaltación mística, gritó enardecido a las gentes que
por allí pasaban: «Venid, ayudadme en la obra del monasterio de
San Damián, pues con el tiempo morarán en él unas señoras con
cuya famosa y santa vida religiosa será glotificado nuestro Padre
celestial en toda su santa Iglesia» 8.
El hermano viento vibró con aquellas ondas que llenarían siglos
de canciones. Acababa de lanzar en sus alas el anuncio de la vida
y misión de las hermanas menores. Unas mujeres llamadas a edifi-
car la Iglesia con el esplendor de su santa vida. La palabra del
Evangelio tomaba forma profética en los labios ardientes del her-
mano Francisco: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede estar
oculta una ciudad edificada en la cima de un monte. Ni tampoco se
enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre
el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» 9.
La mujer que iniciaría la aventura femenina-franciscana no
estaba lejos, en el alma guardaba la promesa de luz evangélica. Su
nombre anunciaba la claridad.

Encuentro con el hermano Francisco

El horizonte de lo divino se hizo inconmensurable ante la


plantita de madonna Hortulana. ¿Cómo alcanzar la inmensidad? La
joven Clara sintió la inquietud, y se lanzó a la búsqueda ... Escuchó

7 LM 2, 1.
8 TestCl 2; Te 21.
9 Mt 5,14-16.
r
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en el templo: «Yo soy la Luz». «Amáos como yo os he amado».


«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» ... , mientras, en la calle,
oía el ruido de las armas y el gemido de los sin pan. Clara observó
a su alrededor y los oídos de clases que vio en la ciudad le
lastimaron el alma ... Un día le contaron que por los caminos el
hermano Francisco sollozaba, porque «el Amor no es amado».
¡El hermano Francisco! Era como un signo de contradicción
para las gentes de su pueblo. Unos le tenían por santo y otros por
demente. El también, durante algún tiempo, corrió atrapando vien-
tos de vanidades. Después había experimentado la inquietud que le
llevó a opciones contradictorias, al desengaño y, por fin, a la sole-
dad, donde comprendió la llamada de Dios. Clara se interesó por él.
«Oyó hablar por entonces de Francisco, cuyo nombre se iba
haciendo famoso y quien, como hombre nuevo, renovaba con
nuevas virtudes el camino de la perfección, tan borrado en el
mundo. De inmediato quiere verlo y oírlo, movida a ello por el
Padre de los espíritus, de quien tanto él como ella, aunque de
diverso modo, habían recibido los primeros impulsos. Y no menos
deseaba Francisco, entusiasmado por la fama de tan agraciada
doncella, verla y conversar con ella, por si de algún modo él...
lograba arrebatar tan noble presa al mundo» 10. A escondidas,
Francisco y Clara, se encontraron muchas veces.
Le habló Francisco de reservar la joya de la virginidad para
Jesucristo, experimentando la dulzura de ser su esposa ll. Y estalló
incontenible la Luz que Clara llevaba en el alma. Cuando esta
pobre vida sustenta otra vida mejor es como la Zarza que recibe
al fuego que no consume ni lastima, mientras la hace resplandecer.
Clara dijo que las palabras de Francisco eran como llamas. De ella
dijeron que destilaba dulzura.

Joven por los años, madura en el alma (lC 18)

Cuando Dios atrae es como si al espíritu le salieran alas. La


vida entera se lanza en el vacío de la fe como una cascada, atraída

10 LeyCl 5.
11 LeyCl 5.
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por la fascinación del absoluto. Clara quería correr hacia Jesucritso


por el camino que le había mostrado el hermano Francisco. Los
suyos nunca permitirían que se hiciese discípula de un burgués.
Jamás permitirían que se mezclase con muchachas de baja condi-
ción, que se fuera a vivir como una aldeana. Pero Clara ya había
optado por Jesucristo pobre y crucificado. Llevaba el arrojo de su
sangre noble, la fuerza de su juventud, llevaba la confianza de la
hermana agua, pura transparencia sin forma. Y huyó de su casa en
el pórtico de la Semana Santa, cuando el Domingo de Ramos
desgranaba sus últimas horas en la noche de luna llena.
Era de noche cuando huyó, tenía diecisiete años. Dejaba atrás
los blasones de la casa paterna noble y rica. Dejaba atrás un burgo
altivo que ocultaba, en sus rincones, los rencores y violencias
engendradas por la codicia y el odio de clases. Y los cristianos que
habían adaptado la religión a su mentalidad se escandalizaron de
la más honesta y bella doncella de Asís. Los que se burlaban de
todo dijeron que estaba loca. Francisco de Asís se estremeció de
gozo.
En la ciudad amurallada, Clara abrió una brecha al amor. La
caridad saltó como un río, igualando los terrenos de las desigual-
dades sociales. Valía la persona por encima del oro, la fraternidad
por encima del poder y la fuerza. Valía el título evangélico de la
altísima pobreza y de la santa unidad.
En la Porciúncula, de noche, el hermano Francisco la consagró
a Dios, le cortó el cabello y le vistió una túnica de paño vil. Allá,
en la madrugada del lunes santo ante la Virgen, Santa María de los
Angeles, nació la 11 Orden Franciscana al calor de los primeros
frailes Menores, testigos y hermanos. Un mismo espíritu los había
sacado del mundo 12.
Porque era joven, los caballeros de la familia que la habían
protegido desde niña se sintieron con el deber de rescatarla, aun-
que fuera por la violencia. Clara les miró de frente, sin turbarse.
Ya no era una niña «noble por la sangre, más noble por la gracia.
Joven por los años, madura en el alma» 13, estaba dispuesta a

12 2C 205.
13 1C 18.
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responsabilizarse de sus decisiones. Ante el asalto de su familia,


que la encontró en el monasterio de San Pablo, dominó con señorío
los halagos y las amenazas, descubrió su cabeza tonsurada y se
asió al altar. Apelaba al derecho de asilo, y mostraba el signo de
su consagración. Si la tocaban entraban en pleito con la Iglesia.
La consternación y la ira de los Offreduccio tardaría en sose-
garse. Clara estaba prometida a un caballero de Asís desde los
doce años por voluntad de su progenitor. Debía casarse aquel
mismo año, cumplidos los diecisiete. Quedaba pendiente el honor
de la palabra dada, era patente el escándalo. Clara, al decidir su
propio destino, ¡a pesar de ser mujer!, había desobedecido, había
violado el orden establecido. Pero ¿a qué llamaba el mundo «obe-
diencia»?, ¿a seguir sus convencionalismos interesados? .. No era
locura rii inexperiencia, Clara quería obedecer la Palabra escucha-
da que un día vio hecha vida en los Hermanos Menores de Asís.
«¡Clara, firme en el propósito y ardentísima en deseos del
divino amor!» 14. De la juventud es la generosidad y la fuerza.
Quien no sacó flor a su vida en tiempo de juventud ¿qué frutos
podrá dar en la madurez? Bien lo sabía el más viejo de los após-
toles, el que más años sirvió en la Iglesia: «Os escribo a vosotros,
jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a voso-
tros, hijos míos, porque conocéis al Padre ... ». «Os he escrito a
vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios perma-
nece en vosotros y habéis vencido al Maligno. No améis al mundo
ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama el mundo, el amor del
Padre no está en él» 15. Patrimonio del espíritu del mundo es la
concupiscencia, la codicia y la soberbia, de la juventud la fuerza.

II. LA HERMANA CLARA DE ASÍS

Clara Favarone quería seguir a Jesucristo con tanta verdad y


fidelidad como puede soñar un corazón de mujer. El Hermano
Francisco apareció en el horizonte da su vida como una estrella,
Clara le vio y dijo: «El Hijo de Dios se ha hecho para nosotros
14 le 18.
15 Un 2,13-15.
r!

CLARA DE ASIS 425

Camino, y nuestro padre Francisco, verdadero amante e imitador


suyo, nos lo ha mostrado» 16.
La Hermana Clara de Asís fue la primera mujer que vivió la
aventura franciscana. En la ermita de San Damián estrenó una
forma de vida nueva, con las hermanas que Dios le dio. «La Forma
de Vida de la Orden las Hermanas Pobres, instituida por el bien-
aventurado Francisco, es ésta: Vivir el Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo viviendo en obediencia, sin propio y en castidad». No
eran monjas, ni canonesas, ni beatas. Eran las Hermanas Menores.
Las llamadas a edificar la Iglesia con el testimonio esplendoroso
de su vida santa.

Edificar con piedras preciosas

Entre los escritos franciscanos que mencionan a Clara hay


algunos recogidos en la aurora del franciscanismo y tienen valor
de testimonio. Fray Tomás de Celano, fraile culto, buen latinista
y escritor, recibió el encargo de escribir la leyenda para la cano-
nización del hermano Francisco. Era el año 1128. Por fidelidad a
la vida y obra del santo, el biógrafo, más de una vez, interpretó
desde dentro lo que había visto y oído, dando una visión teológica.
En este contexto describe con elegante pluma lo que entendió ser
la misión eclesial de las Damas Pobres.
En el capítulo VIII de la Vida Primera, de san Francisco, nos
lleva el biógrafo a contemplar «la primera obra que emprendió el
bienaventurado Francisco» antes de que Dios le diera hermanos.
Fue la construcción de la ermita de San Damián símbolo de la
Iglesia herida por las herejías, la codicia y la decadencia moral.
Luego, deja al joven albañil -que mejor traza tenía para tañer la
vihuela que para colocar ladrillos-, para extenderse en la presen-
tación del complemento de su obra:
«Este es el lugar bendito y santo en el que felizmente nació la
gloriosa Religión y la eminentísima Orden de las señoras pobres
y santas vírgenes por obra del bienaventurado Francisco unos seis
16 Teste! 1.
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años después de su conversión. Fue aquí donde la señora Clara,


originaria de Asís, como piedra preciosísima y fortísima, se cons-
tituyó en fundamento de las restantes piedras superpuestas. Cuan-
do, después de iniciada la Orden de los hermanos, ella, por los
consejos del santo, se convirtió al Señor, sirvió para el progreso de
muchos y como ejemplo a incontables. Noble por la sangre, más
noble por la gracia. Virgen en su carne, en su espíritu castísima.
Joven por los años, madura en el alma. Firme en el propósito y
ardentísima en deseos del divino amor. Adornada de sabiduría y
singular en la humildad: Clara de nombre; más clara por su vida;
clarísima por su virtud.
Sobre ella se levantó también el noble edificio de preciosísi-
mas perlas, cuya alabanza no proviene de los hombres, sino de
Dios, ya que ni la estrechez de nuestro entendimiento lo puede
comprender ni podemos expresarlo en pocas palabras» 17.
Bajo el mismo simbolismo, en el capítulo XV, tratará Celan o
del templo del Espíritu Santo levantado por los hermanos Menores.
Los rasgos evangélicos de su forma de vida aparecen como piedras
preciosas, piedras vivas que entran en la construcción de un edi-
ficio espiritual» 18.
Se percibe el trasfondo bíblico de estas palabras en Re 7,9-10;
1Pe 2,5; Ap 21,19ss y, sobre todo, ICor 3,10-15: «yo, como buen
arquitecto, puse el cimiento y otro construye encima. ¡Mire cada
cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento que el
puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro,
pláta, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual
quedará al descubierto; la manifestará el día que ha de manifestar-
se por el fuego». Al comparar a Clara con una piedra preciosa, de
fundamento, no se contradice el biógrafo con el texto paulino, que
él mismo cita anteriormente: «Nadie puede poner otro fundamento,
sino el que está puesto, que es Jesucristo» 19. Las piedras preciosas
de la muralla son como un revestimiento de transparencia.
Aquí el material elegido para la edificación es el cristal de
roca. DeCÍan los antiguos cristianos que el fiel es como si estuviera
17 le 18-19.
18 le 36.
19 le 18.
CLARA DE ASIS 427

relleno de cristal de roca, pura transparencia de la iluminación del


Espíritu. Este es el sentido de la piedra, no ya preciosa, sino
preciosísima.
Arte y ciencia requiere el encargo de edificar. Se pide de la
obra que sea fuerte, útil y bella. Piedra de fundamento, preciosí-
sima y fortísima, se llama a Clara. Y se dice que sobre ella se alza
el edificio de preciosas piedras. La calidad de estos símbolos en
el contexto de edificación evoca el recuerdo de la nueva Jerusalén:
«El material de la muralla es jaspe y la ciudad es de oro puro,
semejante al vidrio puro. Las piedras en que se asienta la muralla
de la ciudad están adornadas de toda clase de piedras preciosas».
La ciudad de transparencia esplendorosa era la novia: «Ven, que
te voy a enseñar a la novia, a la Esposa del Cordero» 20.
Existe una estrecha relación entre la piedra y el alma. Las
piedras destinadas al templo se hacen símbolo de la presencia
divina. Si sobre ellas se ejerce una acción humana, se envilecen.
Por el contrario, el influjo de la actividad espiritual, celeste, las
ennoblece. Así, el paso de la piedra bruta a la tallada por Dios, no
por el hombre, significa el paso del alma de la oscuridad a la luz.
Las piedras preciosas son símbolo de la transformación de lo
opaco en translúcido, o del paso de las tinieblas a la luz. La nueva
Jerusalén, con la base de la muralla revestida de pedrería, significa
que este universo nuestro se ha de transformar radicalmente hasta
ser transparente a la luz de Dios.
Colocar «piedra sobre piedra» o no quedar «piedra sobre pie-
dra» se refiere a la construcción, o destrucción, del edificio.
A través del lenguaje simbólico, Celan o nos está informando
de cómo se realiza la llamada a edificar la Iglesia. Lo que cuenta
es transparentar, espejar, vivir a Jesucristo pobre. Los hermanos
menores irán a predicar la penitencia, con la palabra y el testimo-
nio de su vida pobre y humilde, gozosa y paciente hasta dar la
vida. Las hermanas menores serían como el revestimiento Bsplen-
doroso, por la vida santa.
En el testamento, Clara expresa esta misión eclesial con más
sencillez. Llamadas a ser como un espejo de la gloria de Dios,

20 Ap 21,9.
428 MARIA VICTORIA TRIVIÑO

cada hermana debe ser espejo para sus hermanas y mostrarle ex-
teriormente el amor que interiormente le tiene. Y todas las herma-
nas de la fraternidad deben ser espejo para las de otros monaste-
rios 21. Y todas han de serlo para todas las gentes del mundo. Es,
pues, como un juego de espejos.

Los siete reverberos de las gemas

¿Cómo se levanta la edificación? La hermana Clara nunca


diseñó grados, escalas, ni métodos. Sólo exhortó al amor apasio-
nado hacia Jesucristo. A mirarle, contemplación amorosa, hasta
transformarse en icono de la divinidad 22. Insistió en adherirse a la
Virgen pobrecilla, para aprender de ella a vivir el misterio de
Cristo como esposa, hermana y madre. Exhorta a seguir el camino
de la sencillez, humildad y pobreza que nos enseñó Francisco, a
abrazarse a Cristo pobre como virgen pobre 23,
Es verdad que Clara habla de la fe, de la humildad, de la
caridad, de la virginidad, de la pobreza ... No se sabe hasta qué
punto está hablando de virtudes o de bienaventuranzas. Diríase que
Clara todo lo reduce a mirada amorosa, fidelidad apasionada, amor
y abrazo. Sin embargo, el fraile observador, desde fuera, dice lo
que ve. Dice siete reverberos de las piedras preciosas.
El siete es un número, presente en la Biblia, que significa la
totalidad en un determinado orden. Los siete días de la semana
serían el símbolo de la totalidad del tiempo, y siete moradas del
espacio; los siete arcángeles de la totalidad del orden angélico; las
siete notas musicales regularían las vibraciones sonoras, y siete
virtudes darían la totalidad de la evolución espiritual.
Con las siete virtudes que enumera fray Tomás no establece
una progresión ascendente o descendente. Lo previene ya desde el
primer punto, al decir de la caridad que está «antes de nada y por
encima de todo». Se trata de una proporción armoniosa que revela

21 Cfr. TestCl 3.
22 3CtaCl 3.
23 2CtaCl 4.
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un estilo de vida evangélica, no de una jerarquía. Las siete gracias,


facetas o reverberos ... ¿quién puede saber lo que exactamente
había en el pensamiento del admirado escritor? son: la caridad, la
humildad, la virginidad, la pobreza, la mortificación, la paciencia,
la contemplación.

Santa unidad

«Antes de nada, y por encima de todo, resplandece en


ellas la virtud de la mutua y continua caridad, que de tal
modo coaduna las voluntades de todas, que, conviviendo
cuarenta o cincuenta en un lugar, el mismo querer forma de
ellas, tan diversas, una sola alma.»

Base y corona, verdadero eje, es la santa unidad. Viene la


primera, quizá por ser la más deseada, llamativa, visible y admi-
rable. Es la que nos hace propiamente espejos de la Trinidad,
porque «El Padre es amor, el Hijo es gracia y el Espíritu Santo es
comunión» 24.
En una sociedad selectiva a causa de los tres niveles sociales
superpuestos e irreconciliables del feudalismo, frente a la vida
monástica que fomentaba ante todo la humildad, las hermanas
menores aparecen como un modelo diferente de identidad. Es la
mujer atenta a la amistad, abierta a la acogida entrañable, y crea-
dora de Paz y Bien desde una vida interior intensa y apasionada.
En las cartas dirigidas a Clara se percibe el efecto de su aco-
gida. En las cartas escritas por ella se transparenta la ternura de su
amistad. Así escribía Clara a la princesa Inés de Bohemia, que
se había hecho también hermana menor: «Sumergida en esta
contemplación, no te olvides de tu pobre madre, pues sábete que
yo llevo grabado indeleblemente tu feliz recuerdo en los pliegues
de mi corazón y te tengo por mi más amada, entre todas.
¿Que más? Calle la lengua de carnes, en esto del amor que te
profeso; lo está diciendo y expresando la lengua del espíritu. Si,
oh, hija bendita: pues de ningún modo mi lengua de carne podría

24 De la liturgia de la Santísima Trinidad. Ant. 2 del Of. Lectura.


430 MARIA VICTORIA TRI VINO

expresar más plenamente el amor que te tengo, ha dicho esto que


he escrito, balbuciendo ... » 25.
Y así escribía el Cardenal Hugolino, Legado Apostólico en
Toscana, destilando añoranza de su pluma después de una visita a
Clara: «A la queridísima hermana en Cristo y madre de su salva-
ción, la señora Clara, servidora de Cristo. Hugolino, obispo de
Ostia, indigno y pecador, se encomienda todo cuanto él es y pueda
ser.
Carísima hermana en Cristo: desde que la precisión de regresar
me privó de vuestros santos coloquios y me arrancó de aquel gozar
de los bienes celestiales, se apoderó de mí tal amargura de cora-
zón .. , que si no hallo a los pies de Jesús el consuelo de la habitual
piedad, temo caer siempre en tales angustias que quizá desfallezca
mi espíritu ... Y con razón, pues me falta aquella alegría gloriosa
que sentí cuando hablaba con vosotras del Cuerpo de Cristo con
motivo de la Pascua que celebré contigo y con las demás siervas
de Cristo. Como, después que el Señor fue arrebatado a los disCÍ-
pulos y clavado en la cruz, la tristeza de éstos fue inmensa, así
quedé yo desolado por vuestra ausencia» 26.
Nunca ambicionaron las Hermanas pobrecillas llegar a ofrecer
el cobijo de grandes hospederías, ni solemnes Liturgias ... En su
simplicidad y pobreza lo suyo era la acogida, el don de las pala-
bras olorosas que son espíritu y son vida, la compasión y la inter-
cesión poderosa sobre las necesidades de cuerpo y alma.
Clara, la amable y entrañable hermana Clara, se reviste de
energía para exigir a todas sus hermanas, presentes y futuras, ante
todo, la unidad del mutuo amor: «Amonesto y exhorto en el Señor
Jesucristo a que se guarden las hermanas de toda soberbia, vana-
gloria, envidia, avaricia y preocupación de este mundo, difamación
y murmuración, disensión y división. Por el contrario, muéstrense
siempre celosas por mantener entre todas la unidad del mutuo
amor, que es vínculo de perfección ... » 27. ¿Cómo podrían ser espe-
jos de la Gloria-Amor si la unidad del mutuo amor no resplandecía
con fuerza en la fraternidad?

25 4CtaCl 5-6.
26 Cta H. En OMAECHEVERRÍA, Santa Clara. Escritos ... , pp. 352-353.
27 RCl X, 26.
CLARA DE ASIS 431

Mas el edificio se alzaba en colaboración. Hermanas y Herma-


nos Menores compartían y se estimulaban, con la palabra y el
ejemplo, en un mismo espíritu. El mismo fray Tomás de Celano
escribe más adelante, refiriéndose a los Menores: «De hecho, sobre
el fundamento de la constancia se erigió la noble construcción de
la caridad, en que las piedras vivas, reunidas de todas partes del
mundo, formaron el templo del Espíritu Santo. ¡En qué fuego tan
grande ardían los nuevos discípulos de Cristo! ¡Qué inmenso amor
el que ellos tenían al piadoso grupo! Cuando se hallaban juntos en
algún lugar o cuando, como sucede, topaban unos con otros de
camino, allí era de ver el amor espiritual que brotaba en ellos y
cómo difundían un afecto verdadero, superior a todo otro amor.
Amor que se manifestaba en castos abrazos, en tiernos efectos, en
el ósculo santo, en la conversación agradable, en la risa modesta,
en el rostro festivo, en el ojo sencillo, en la actitud humilde, en
la lengua benigna, en la respuesta serena; eran concordes en el
ideal, diligentes en el servicio, infatigables en las obras» 28.
El testimonio tiene sabor de evangelio. Hermanos y hermanas
tenían un solo querer y un alma sola. Y resplandecía en ellos la
piedra preciosa de la caridad embelleciendo la muralla de la nueva
Jerusalén, la novia del Cordero, la Iglesia santa.
La Iglesia cantaría a Clara como:
«Amorosa al amonestar,
moderada en corregir,
mesurada en mandar,
pronta a la compasión».
« ... Ardor de caridad
comunión de vida familiar» 29.

La gema de la humildad

«En segundo lugar, brilla en cada una la gema de la humildad,


que tan bien les guarda los dones y bienes recibidos de lo alto, que
se hacen merecedoras de las demás virtudes».

28 lC 38.
29 BCCI 10.
432 MARIA VICTORIA TRIVINO

Así veía el biógrafo la humildad en los Menores: «Y, en ver-


dad, menores quienes, sometidos a todos, buscaban siempre el
último puesto y trataban de emplearse en oficios que llevaran
alguna apariencia de deshonra, a fin de merecer, fundamentados
así en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden
perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes» 30.
Este impulso a abrazarse con las tareas más despreciadas enton-
ces, por reservadas a los siervos, estaba ciertamente entre las Me-
nores. He aquÍ alguno de los testimonios que dieron de Clara: «Fue
maravillosa en la humildad, y tanto se menospreciaba a sí misma
que ejecutaba los trabajos más viles. Hasta limpiaba los bacines de
las enfermas». «y fue de tanta humildad que lavaba los pies a las
hermanas. Además, servía el agua para que las hermanas se lavasen
las manos, y por la noche las cubría para protegerlas del frío» 31.
Mas lo que aparecía por de fuera era el perfume de una actitud
interior. Para Clara la humildad era Jesucristo: «Míralo hecho
despreciable por ti, y síguelo, hecha tu despreciable por él en este
mundo» 32; es fidelidad esponsal «... el mismo Rey se acompañará
de ti en su tálamo celestial. .. (porque) estimando en poco la oferta
de matrimonio del emperador te has hecho émula de la santísima
pobreza, y con el espíritu de una gran humildad y de una caridad
ardorosísima has seguido las huellas de Aquel que merecidamente
te ha tomado por esposa» 33.
Gema valiosa, la humildad, se talla compartiendo el yugo y
siguiendo de cerca las huellas de Aquel que dice: «Aprended de mí
que soy manso y humilde ... » 34. Hallaréis la paz.
y la Iglesia Madre proclamó a Clara:
«Ella dispuso en la heredad de la Iglesia
un huerto de humildad ...
Guía de humildes ...
Vaso de humildad» 35.

30 1C 36.
31 PCCl 11, 1-3.
32 2CtaCl 4.
33 2ClaCl 2.
34 MI 11 29
35 BCCl '9-10.
CLARA DE ASIS 433

El lirio de la virginidad

«En tercer lugar, el lirio de la virginidad y de la castidad


en tal modo derrama su fragancia sobre todas que, olvidadas
de todo pensamiento terreno, sólo anhelan meditar en las
cosas celestiales; y de esta fragancia nace en sus corazones
tan elevado amor del esposo eterno que la plenitud de este
sagrado afecto les hace olvidar toda costumbre de la vida
pasada».

Hubo algo en la joven Clara Favarone que llamó poderosamen~


te la atención de las gentes que la conocieron, el brillo del carisma
de la virginidad. Ese algo que hace a la persona amable y al mismo
tiempo infunde respeto: «Permaneció virgen desde su nacimien-
to» 36. «Fue virgen desde la infancia y permaneció virgen elegida
por el Señor» 37. «Fue virgen y permaneció siempre virgen» 38.
«Virgen purísima, virgen de alma y cuerpo» 39. Y por fin, Juan
Ventura, el mozo de armas de su casa, dijo: «Quería permanecer
virgen y en pobreza» 40.
¡El perfume de un amor apasionado hacia Jesucristo! La virgi-
nidad. Por guardarla intacta, los hermanos eran implacables. Escri-
bió fray Tomás: «... tal era el rigor en reprimir los incentivos de
la carne que no temían arrojarse desnudos sobre el hielo ni revol-
carse sobre zarzas hasta quedar tintos de sangre» 41, tal como se
leía de los anacoretas del desierto.
Observamos que entre muchos cristianos la virginidad se ha
devaluado. Es como si sus oídos se hubieran entorpecido y no
percibieran el rumor de la brisa cuando trae ¡la voz del Amado!
Han olvidado la suavidad del más puro apasionamiento por Jesu-
cristo. Han olvidado que la Virginidad cristiana es el testimonio
vivo de la fe en el Reino.

36 pe! VII, 2.
37 pe! III, 2.
38 pe! XII, 1; IX, 5; XVIII, 1; 1, 2.
39 pel XVII, 2.
40 pe! XIX, 2.
41 le 40.
434 MARIA VICTORIA TRIVIÑO

La Virginidad, como el Martirio, son fuerza y decoro de la


Iglesia. Intergridad por el Reino de los Cielos. La vida entera
-cuerpo y alma- como un perfume derramado a los pies del
Señor, es una proclamación de que ¡Dios existe! Se vive como
amor indiviso, soledad sonora, toque que enamora, búsqueda de la
dulzura escondida en la luz de su mirada, en la dulzura de su
Palabra, en el perfume de su Cruz y Resurrección.
En las liturgias de la Iglesia primitiva se reservaba un lugar,
próximo al presbiterio, para ¡las vírgenes! Cuantos cristianos han
perdido la sensibilidad hacia la Virginidad cristiana, incluso en
algunos de nuestros grupos, atraídos tan sólo por las excelencias
del matrimonio. Son dos vocaciones complementarias, las dos son
necesarias, las dos deben admirarse y confirmarse mutuamente. El
matrimonio es un sacramento, la Virginidad pertenece al orden de
los carismas, de la santidad de la Iglesia. Si los cristianos se
olvidan de estas cosas, luego no deberían extrañar ni lamentar que
sus hijos se vayan, fascinados, tras los ascetas de otras religiones.
¡La virginidad consagrada! ¡Quién pudiera cantar el cántico
que merece su hermosura! Clara de Asís escribía así a la princesa
Inés de Bohemia, hecha hermana mayor: «Dichosa tú, pues se te
concede participar en estas Bodas, y adherirte con todas las fuerzas
del corazón a Aquel cuya hermosura admiran sin cesar todos los
bienaventurados del cielo. Aquel cuyo amor aficiona, cuya con-
templación nutre, cuya benignidad llena, cuya suavidad colma. Su
recuerdo ilumina suavemente; a su perfume revivirán los muertos;
su vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén
celestial, porque El es esplendor de la eterna gloria, reflejo de la
luz perpetua y espejo sin mancha. Tú, oh reina, esposa de Jesucris-
to, mira diariamente este espejo ... » 42.
La figura de la hermana Clara se levanta como un lirio con su
cáliz dirigido únicamente al cielo, manifestando la espiritualidad
y la humanidad de una mujer virgen.
«A nuestro siglo se apareció en Clara,
un claro espejo de conducta;
en el jardín celeste ella hace presente

42 IV carta de Clara a Inés, 3.


,,

CLARA DE ASIS 435

el delicado lirio de la virginidad;


gracias a ella palpamos en la tierra
la asistencia de los auxilios divinos» 43.

Altísima pobreza

«En cuarto lugar, en tal grado se hallan todas investidas


del título de la altísima probreza que apenas o nunca se
avienen a satisfacer, en lo tocante a comida y vestido, lo que
es de extrema necesidad.»

Con frecuencia, al referirse a la pobreza de Clara se habla del


título o diploma. Sin duda es una alusión al privilegio de la altí-
sima Pobreza. Las gentes de la Edad Media eran muy aficionadas
a solicitar del Pontífice cartas de privilegio. Un día la hermana
Clara creyó que también ella debía acudir a la benevolencia del
Papa ...
Esta fue la razón. El canon XIII del Concilio Lateranense IV
había prohibido la aprobación de reglas nuevas en la Iglesia para
evitar confusión. Las formas nuevas de vida religiosa debían esco-
ger entre las Reglas ya aprobadas. El hermano Francisco contaba
con una aprobación oral del Papa Inocencia nI. Con esto no po-
dían prestar un apoyo jurídico a las hermanas y, sin embargo, las
fundaciones se sucedían rápidamente. El Cardenal Hugolino, con
el intento de consolidarlas jurídicamente, les dio la Regla de San
Benito el año 1216 y unas Constituciones, llamadas Hugolinas, el
año 1219.
Así. se abría una doble línea: la carismática con la Forma de
Vida y escritos dados por el hermano Francisco; y la jurídica con
los documentos recibidos de la Curia romana. La preocupación de
Clara fue creciente. Aquellas reglas no salvaguardaban, ni siquiera
indicaban lo propiamente franciscano. Por eso se apresuró a soli-
citar una carta de privilegio. Pidió al gran Papa Inocencia In el
privilegio de ser pobre. Que nadie le presionara a recibir rentas y

43 BCCl 8.
436 MARIA VICTORIA TRIVINO

posesiones. El Papa Inocencio accedió sorprendido y hasta diver-


tido, prestándose él mismo a redactar el documento, seguro de que
los secretarios no hallarían en la Curia un formulario que sirviese
para petición tan nueva.
Elevado a la sede de Pedro el Cardenal Hugolino, con el nom-
bre de Gregorio IX, Clara volvió a pedir que se le renovase su
carta de privilegio. El Papa firmó de nuevo aquella concesión y el
pergamino se guarda todavía entre las reliquias en el Protomonas-
terio de las Clarisas de Asís.
A pesar de todo, un día en que el Papa Gregorio visitó San
Damián, él mismo intentó persuadir a Clara para que aceptase unas
posesiones. Se avecinaban tiempos de carestía y el Papa quería
prevenir su necesidad. La hermana Clara, serena y persuasiva,
recordó al Papa que habían prometido la altísima pobreza de Je-
sucristo y no podía aceptar su regalo. Insistió el Papa: «Si temes
por el voto, yo puedo dispensarte». Entonces la intrépida Clara
suplicó inquebrantable: «Señor Papa, perdonadme mis pecados,
pero no me dispenséis de seguir a Jesucristo» 44.
No descansó Clara hasta elaborar su propia forma de vida:
«Sea esta vuestra porción (la altísima pobreza), la que conduce a
la tierra de los vivientes. Adheridas enteramente a ella, hermanas
amadísimas, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su
santísima Madre, jamás queráis tener ninguna otra cosa bajo el
cielo» 45. Nada poseer, por sí ni por interpuesta persona, «a no ser
aquella porción de tierra exigida por la necesidad en razón del
decoro y del aislamiento del monasterio» 46. Vestir con ropas viles,
por amor al Señor que nació en un pesebre y fue envuelto en
pobrísimos pañales por su Madre pobrecilla 47.
Es lo mismo que practicaban los Menores: «Eran seguidores
de la altísima pobreza, pues nada poseían ni amaban nada; por
esta razón nada temían perder. Estaban contentos con una sola
túnica, remendada a veces por dentro y por fuera; no buscaban en
ella elegancia, sino que, despreciando toda gala, ostentaban vile-

44 Cfr. PCCl 1, 13; LeyCl 14.


45 RC! VIII, 20.
46 RC! VI, 18.
47 Cfr. RC! 11, 6.
CLARA DE ASIS 437

za, para dar así a entender que estaban crucificados para el mun-
do ... 48.
Mucho tuvo que sufrir y luchar Clara hasta ver aprobada su
Forma de Vida, fue su pasión y su gloria. El día antes de morir la
aprobó el Papa Inocencio IV. En la Bula Solet Annuere se daba a
esta Regla un título especial: «Regla de la altísima pobreza y de
la santa unidad». Era la primera regla elaborada por una mujer que
aprobaba la Iglesia.
«Aquí fue diplomada Clara
con el privilegio de la suma pobreza;
en el cielo se le compensa
con una lista de inestimables riquezas» 49.

Piedras talladas por la penitencia

«En quinto lugar, han conseguido la gracia especial de la


mortificación y del silencio en tal grado que no necesitan
hacerse violencia para reprimir las inclinaciones de la carne
ni para refrenar su lengua; algunas de ellas han llegado a
perder la costumbre de conversar hasta el extremo de que,
cuando se ven precisadas a hablar, apenas sí lo pueden hacer
con corrección.»

Con todo el arrojo y generosidad de sus años Jovenes mlClO


Clara su vida penitencial. Tan dura fue consigo misma en los ayu-
nos, vigilias y cilicios 50 que el hermano Francisco tuvo que acudir
con solicitud a su cuidado. A causa de los primeros excesos perdió
pronto la salud y, años más tarde, hacia el 1236, Clara escribía a
Inés de Bohemia recomendándole prudencia: «Mas nuestra carne no
es de bronce ni nuestra fortaleza es de piedra, sino que somos por
naturaleza frágiles y fáciles a toda flaqueza corporal. Digo esto
porque he oído que te has propuesto un indiscreto rigor en la abs-
tinencia por encima de tus fuerzas. Carísima, te ruego y suplico en

48 lC 39.
49 BCCl 3.
50 Por cilicio debe entenderse una prenda tosca.
438 MARIA VICTORIA TRIVIÑO
1
!

el Señor que desistas de él sabia y discretamente, y así, conservando


la vida, podrás alabar al Señor y ofrecerle un obsequio espiritual y
tu sacrificio condimentado con la sal de la prudencia» 51.
En cuanto al silencio, es preciso interpretar la intención del
biógrafo. Clara, igual que Francisco, jamás quiso que las hermanas
se hablasen por señas. Prescribió el silencio desde Completas hasta
Tercia. Durante el día podían hablar siempre en voz sumisa lo ne-
cesario. Podían incluso acudir a otra hermana para su consuelo es-
piritual: «y exponga confiadamente una a otra su necesidad, porque
si la madre nutre y quiere a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosa-
mente debe cada una querer y nutrir a su hermana espiritual? 52.
Clara no introdujo en la fraternidad un silencio monástico. Más
que el silencio se recomienda las palabras olorosas del Señor que
son espíritu y son vida. Sin embargo, no hay que olvidar que el
silencio, iY éste era su valor medieval! en la Biblia, es el vestíbulo
de la manifestación divina: «Cuando el Cordero abrió el séptimo
sello, se hizo silencio en el cielo como una media hora» 53, Este
intenso silencio no responde a la guarda de una norma. No existe
aquí la norma ni la falta. Es algo que acontece, que presagia los
momentos fuertes de presencia divina en la fraternidad.
En este mismo sentido se hablará del silencio en los menores:
«Tan animosamente despreciaban lo terreno que apenas consentían
en aceptar lo necesario para la vida y, habituados a negarse toda
comodidad, no se asustaban ante las más ásperas privaciones ...
Apenas si hablaban cuando era necesario, y de su boca nunca salía
palabra chocarrera ni ociosa ... » 54.
La mortificación, la privación, aparecen aquí como una elec-
ción. Tan saciados de las cosas de Dios, tenían en poco las que el
mundo aprecia.
y la Iglesia anunció a Clara:
«Cuando ella, en el angosto
reclusorio de la soledad,
maceraba el alabastro de su cuerpo,
51 3CtaCl 6.
52 RCl VIII, 21.
53 Ap 8,1; Ha 2.20; Sf 1,7; Zc 2,17.
54 1C 41.
CLARA DE ASIS 439

la Iglesia quedaba toda colmada


de los aromas de su santidad.»
«Discreta en sus silencios,
sensata en el hablar» 55.

Dulzura escondida

«En sexto lugar, en todo esto vienen tan maravillosamen-


te adornadas de la virtud de la paciencia que ninguna tribu-
lación o molestia puede abatir su ánimo, ni aun inmutado.»

En la vida de Clara y sus hermanas no faltaron las lágrimas.


Dejó constancia de ello en su testamento, con acentos que pasaron
a la Regla. «y viendo el bienaventurado Padre que no nos arredra-
ba la pobreza, el trabajo, la tribulación, la afrenta, el desprecio del
mundo, antes al contrario, que considerábamos todas esas cosas
como grandes delicias, movido a piedad nos redactó la forma de
vida ... » 56.
Hubo dolor. Era la prueba del fuego que acreditaba la edifica-
ción firme, útil y bella. Había que demostrar que su amor estaba
para bodas con Jesucristo pobre y crucificado. Francisco las «exa-
minó» conforme al ejemplo de los santos y de sus hermanos, los
Menores. En verdad que ellos no lo tuvieron más fácil y, sin
embargo: «De tal modo estaban revestidos de la virtud de la pa-
ciencia que más querían morar donde sufriesen persecución en su
carne que allí donde, conocida y alabada su virtud, pudieran ser
aliviados por las atenciones de la gente. Y así, muchas veces
padecían afrentas y oprobios, fueron desnudados, azotados, mania-
tados y encarcelados, sin que buscasen la protección de nadie; y
tan virilmente lo sobrellevaban que de su boca no salían sino
cánticos de alabanza y gratitud» 57. Las hermanas superaron bien
el examen. Su amor a Jesucristo transformó lo amargo en dulzura
de alma y cuerpo.

55 BCC! 4: 10.
56 RC! VI, 17; TestC! 4.
57 1C 40.
440 MARIA VICTORIA TRIVIÑO
T
I
!

Nacida en el orden de los milites, Clara recibió una educación


recia, forjaron en ella la virtud cardinal de la fortaleza, hecha
fidelidad, serenidad, valor. Sobre ella brilló la paciencia de modo
admirable, alcanzando pronto, como uno de sus rasgos caracterís-
ticos, la bienaventuranza de la mansedumbre o de la dulzura.
El secreto de su dulzura estaba escondido en el rostro del
Cristo crucificado. j Mira! ... observa, considera, contempla, con el
anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello de los hijos de los
hombres, hecho por tu salvación el más vil de los varones: despre~
ciado, golpeado y azotado de mil formas en todo su cuerpo, mu-
riendo entre atroces angustias en la cruz» 58.
Clara mostró la dulzura evangélica «lavando los pies» a sus
hermanas. «Dijo -sor Pacífica- que Clara era humilde, benigna,
cariñosa, y tenía compasión de las enfermas; y mientras tuvo sa-
lud, las servía y les lavaba los pies» 59. Igualmente a las hermanas,
cuando regresaban de la ciudad, se apresuraba a lavarles los pies 60.
Clara enseñó el camino de la dulzura escondida por la contem-
plación de Jesucristo: «Fija tu mente en el espejo de la eternidad ...
Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al
saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado
desde el principio para sus amadores» 61.
y la Iglesia proclamó a Clara:
«Dulzor de benignidad,
vigor de paciencia,
lazo de paz ...
afable en el trato,
apacible en todas sus acciones,
siempre amable y bien recibida» 62.

58 2CtaCl 4.
59 PCCl 1, 12.
60 PCCl I1, 3; I1I, 9 ...
61 3CtaCl 3.
62 BCCl 10.
CLARA DE ASIS 441

Alta contemplación

«Finalmente, en séptimo lugar, han merecido la más alta


contemplación en tal grado que en ella aprenden cuanto
deben hacer u omitir, y se saben dichosas abstraídas en Dios,
aplicada noche y día a las divinas alabanzas y oraciones.»

Los mismos rasgos destaca el biógrafo al hablar de los frailes


Menores: «Rarísima vez, por no decir nunca, cesaban en las ala·
banzas a Dios y en la oración. Se examinaban constantemente,
repasando cuanto habían hecho, y daban gracias a Dios por el bien
obrado y reparaban con gemidos y lágrimas las ligerezas y negli-
gencias. Se creían abandonados de Dios si no gustaban de continuo
la acostumbrada piedad en el espíritu de devoción» 63.
He aquí el espíritu de oración que lleva consigo un espíritu de
discernimiento. La fraternidad franciscana atendía sobre todo a
responder de manera radical a la mentalidad del mundo con el
espíritu del Evangelio. Esa autenticidad de vida supone la contem-
plación incesante del Espejo del Padre, Jesucristo, y una atención
a los signos de los tiempos.
La fraternidad franciscana está llamada a avanzar por el discer-
nimiento. Por eso Clara indica que, para ayuda de la Abadesa se
elijan algunas «discretas» 64. No se trata de meras «consejeras»,
personas prudentes y de buen sentido, sino de aquellas hermanas
en las cuales las demás reconocen el carisma de discernimiento .
.También el hermano Francisco acudió en alguna ocasión deli-
cada en busca del discernimiento de los contemplativos. Habiendo
tomado gusto a la contemplación en la soledad del eremitorio, le
entraron dudas: ¿Qué hacer, ir a predicar o retirarse en un eremo
para siempre? Entonces Francisco decidió enviar un recado a fray
Silvestre y a Clara para que, después de hacer oración con algunas
hermanas, le dieran una palabra de discernimiento.
La mujer, en la familia franciscana, era señora, «las señoras
pobres». Francisco podía haber dicho: «Orad, que nosotros vamos

63 lC 40.
64 RCl IV, B.
442 MARIA VICTORIA TRIVIÑO
T
a discernir. No fue asÍ. Clara y fray Silvestre le dieron la palabra
solicitada, después de orar. Es voluntad del Señor que vayas a
predicar». Y el Pobrecillo escuchó aquella palabra arrodillado,
juntas las manos y calado la capucha de la túnica.
De Francisco se dijo que era algo así como la oración perso-
nificada. Clara y sus hermanas nada desearon más que emular el
«cara a cara» del amador de La Verna. Por eso eligieron la vida
pobre y retirada polarizada hacia el primado de Dios.
Altísima, inagotable, transformante es la contemplación del
Espejo. Y espejo es el Cuerpo del Señor en la Palabra, en la
Eucaristía, en el icono del Cristo de San Damián, muerto y vivo,
paciente y glorioso, ¡el Cordero Inmaculado! Con pasión la reco-
mienda Clara, ¡la apasionada de Cristo pobre y crucificado! «Fija
tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor
de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia y
transfórmate toda entera por la contemplación en icono de su di-
vinidad» 65.
Clara repitió ¡hasta resplandecer! junto al gran amador estig-
matizado en La Verna: «Tú eres caridad, Tú eres Humildad. Tú
eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres paciencia, Tú eres
la dulzura ... Tú eres Santo, Tú eres el Bien, sumo Bien, todo Bien,
Señor Dios vivo y verdadero!» 66.

CONCLUSIÓN

Madonna Clara de Favarone, Santa Clara de Asís, fue fascina-


da por lo divino desde la primera hora, cuando la juventud aparece
como una explosión de vida y hace sentir pequeño el nido de la
infancia. Al final de su vida no pidió que le subiesen el sueldo, el
alma hecha gratitud le subió a los labios para exclamar: «Te doy
gracias, Señor, por haberme creado». Durmió en el Señor el día 11
de agosto de 1253 a los cincuenta y nueve años y ocho meses. Fue
glorificada por el Papa Alejandro IV el 1256.

65 III CtaCl 3.
66 S. FRANCISCO DE Asís: Alabanzas al Dios Altísimo.
CLARA DE ASIS 443

Rasgos de la obra del hermano Francisco, reverberos de la vida


de la hermana Clara, es lo que hemos recordado en el punto II
siguiendo la pluma de un fraile menor, biógrafo y testigo.
¿Qué nos quiso decir? Anto todo, clarificar la misión eclesial
que las clarisas tienen en común con los franciscanos. No es tan
sólo interceder, que eso es común a toda forma de vida con-
templativa, lo suyo es edificar por el testimonio. Un testimonio
de vida evangélica que resplandece porque espeja el amor de la
Trinidad; que se ve porque espeja a Cristo Siervo. A Dios nadie
le ha visto jamás, dice Francisco con San Juan, si nos amamos
unos a otros, Dios permanece en nosotros y llega a plenitud 67.
Jesucristo es el Espejo del Padre, la mirada contemplativa le ve
por la iluminación del Espíritu Santo. Por eso enseña Clara que la
contemplación amorosa transforma en icono de la divinidad. Por
Jesús al Padre, en el Espíritu Santo. Este es el dinamismo del
espejo.
Fray Tomás de Celano, al presentar los rasgos de la fraternidad
femenina franciscana, parece que invita a trascender las activida-
des externas de edificación de la Iglesia, para llevarnos a los
ideales más Íntimos y espirituales que adornan la vida y misión.
Al centrarse en las virtudes, dones y bienaventuranzas, invita a
revisar nuestros centros de interés y nuestros valores.
Podríamos decir también que la pobreza, la virginidad, la hu-
mildad, la paciencia ... en San Damián son transparencia para per-
cibir el Misterio de Dios que habita en nosotros como única ri-
queza.
Alguien, después de leer la historia de Clara, deCÍa: «¡Clara es
un amor!». Eso es , lo había comprendido exactamente. Las per-
sonas espejos, piedras esplendorosas de la gloria de Dios. Y Dios
es Amor.
A las puertas del siglo XXI, la Forma de Vida de Santa Cla-
ra no se ha agotado, lleva escondida en el alma de su Regla, bre-
ve y creativa, la capacidad de estallar en una nueva primavera. Es
un reto para la mujer de hoy como lo ha sido a través de ocho
siglos.

67 Un 4,12.

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