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Las propuestas de la nueva constitución formulan cambios radicales e impulsa otro

nivel de salud en Chile, sin embargo, la paciencia de las personas es el principal


límite para que ello ocurra.

La constitución que rige nuestro país actualmente, más allá de ser una que fue generada
en forma aislada, violenta y en medió de un proceso represivo dictatorial, es un reflejo de
un sistema de pensamiento y filosofía estatal que estaba tomando adherentes en diversas
partes del mundo durante esa época. Un modo de pensar que se herejía con el
estandarte de la “libertad de elección”, aunque esa elección en gran medida (por no decir
total) dependía de una insaciable competitividad e individualismo, en que, si
eventualmente yo quería poder “elegir” en algún aspecto de mi vida, debía ganarle al
resto de las personas. Uno de los sustentos de esta modalidad de pensar tiene una base
positivista en que la persona es capaz de pensar y hacer todo. Es verdad, las personas
son capaces de maravillosas hazañas, sin embargo, esto no es un mérito individual
aislado, es resultado de una sumatoria de factores, “determinantes”, de la vida micro y
macro en que se desarrolla esa persona, la sociedad. Y si en esa sociedad encontramos
una concentración de determinantes en grupos de personas claramente identificables, nos
encontramos en una sociedad de inequidad que se desarrolla frente a las narices, y con la
venia, de un estado meramente contemplativo.

Esta filosofía profundiza en los aspectos de desempeño de un estado, especialmente en


lo que me atañe actualmente, en la salud. Se forma una concepción de salud de
“elección”, “auto garantizada”, individualista, lo que llega a una desintegración por
sistemas estatales, y que como es de esperarse terminante desintegrando a las personas
mismas que participan de esta salud. A mi parecer, nos presenta una salud con una visión
como la antigua “salud pública”, una enfocada en números y metas, totalmente
desenraizada de lo que realmente son las personas.

Esto, sumado a todos los otros agujeros que empiezan a sucederse en este campo
minado, nos lleva a lo que vivimos actualmente, lo cúlmine de un proceso que aspira a la
transformación de todo un país, que lleva años aspirando, deseando y pidiendo desde sus
bases “algo mejor”.

La propuesta de nueva constitución postula cambios radicales a la visión de salud y el


deber del estado en cuanto a ella: “El estado debe proveer las condiciones necesarias
para alcanzar el más alto nivel posible de la salud, considerando en todas sus decisiones
el impacto de las determinantes sociales y ambientales sobre la salud de la población”
(Art 44, inc. 3 propuesta constitucional). Esto comunica en forma activa a la salud con
todos los otros derechos fundamentales plasmados en el documento, dejando entrever un
estado de bienestar con deber rector. Además, explicita en los inc. 1 y 2 la integralidad de
esta concepción, atendiendo y entendiendo a las personas como un todo, rescatando y
valorando nuestras raíces indígenas, quienes además tendrán el derecho de sus propias
prácticas, siendo esto último parte de un conjunto de acciones con una alta carga
simbólica.

Y no solamente estipula bases ideológicas, sino que además establece un Sistema


Nacional de Salud (SNS), algo no extraño para muchos chilenos que alcanzaron a
experimentar algo similar previo a la dictadura militar. “El SNS es de carácter nacional,
público e integrado. Se rige por los principios de equidad, solidaridad, intereculturalidad,
pertinencia territorial, desconcentración, eficacia, calidad, oportunidad, enfoque de
género, progresividad y no discriminación” (Art 4 inc 5). Yo creo que, si mencionara todos
estos valores, la gran mayoría de las personas estaría de acuerdo en que estos son
“buenos” e incluso que “debieran considerarse”. Sin embargo, creo que lo que más recelo
genera en las personas que han leído el documento es “público”, ya que en forma
inmediata lo asimilan a algo igual al sistema público actual. Muchos expertos, no solo
nacionales, destacan justamente un SNS como una impronta importante, no solo
disminuye mucho la inequidad imperante actualmente, sino que a largo plazo generaría
un alza en la inversión en salud, que actualmente es similar al 6% del PIB, pudiendo llegar
al 10% del PIB, mejorando prestaciones y estructuras en forma sustancial.

Cuando se argumenta al respecto, suele salir el comentario: “… es como en los países


desarrollados”, típicamente mencionando Alemania o Inglaterra, cuyos sistemas no solo
son eficientes, sino que también con altamente valorados por la población. Sin embargo, a
mi parecer, se pierde la perspectiva EVIDENTE de que no somos esos países.
Necesitamos tiempo para lograr estos cambios, que no solo son muy positivos, son muy
necesarios. Dejar atrás esta visión de salud “numérica” y pasar a una salud más colectiva,
con vista a interconexión entre personas, familias y comunidades entre ellas y con su
medio, toma tiempo, y esperar no es algo habitual en la sociedad actual, altamente
Hedonista, en que “las cosas se quieren para ayer”. Los que aspiramos a que este cambio
se haga realidad debemos, además de manifestar la urgencia de estos cambios, aterrizar
los tiempos y la progresividad que esto requiere, así todos y todas seremos participes, de
lo que quiero y espero, sea un hermoso proceso transformativo.

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