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EL BUEN TRATO EN LA FAMILIA Y NO A LA

VIOLENCIA ESCOLAR

PROPÓSITO: Promover un buen trato en la familia que transmita seguridad y protección,


como forma de convivencia humana fortaleciendo las distintas capacidades y habilidades,
permitiéndonos resolver situaciones de conflicto con el diálogo basado en el respeto al otro.

LA FAMILIA
La familia es la organización social más importante para el
hombre: el pertenecer a una agrupación de este tipo es vital en el
desarrollo psicológico y social del individuo.

El concepto de familia ha ido sufriendo transformaciones conforme


a los cambios en la sociedad según las costumbres, cultura, religión
y el derecho de cada país. Durante mucho tiempo, se definió como
familia al grupo de personas conformadas por una madre, un padre
y los hijos e hijas que nacen a raíz de esta relación.

Sin embargo, esta clasificación ha quedado desactualizada a los


tiempos modernos, ya que actualmente existen varios modelos de
familia. Hoy la familia se entiende ampliamente como el ámbito
donde el individuo se siente cuidado, sin necesidad de tener
vínculos o relación de parentesco directa.

La relación de parentesco se puede dar en diferentes niveles. Esto lleva a que no todas las personas
que conforman una familia tengan la misma cercanía o tipo de relación. Por ejemplo: la familia
nuclear es el grupo conformado por una pareja y sus hijos, mientras que la familia extensa incluye a
los abuelos, los tíos, primos.

¿CÓMO DAR BUEN TRATO A NUESTRAS HIJAS E HIJOS?


Para que una niña y un niño crezcan y se desarrollen sanamente, necesitan del amor y la
comprensión de su familia. Establecer una relación positiva, sólida, incondicional y segura desde
que nacen y a lo largo de toda la vida, es como un colchón que amortigua las dificultades a las que
nos enfrentaremos como resultado natural de la vida.
En la familia son inevitables los conflictos porque somos personas con diferentes pensamientos,
sentimientos y actuaciones. Cuando haya problemas busquemos comprender sus comportamientos,
tratarlos con respeto, orientarlos correctamente y buscar las soluciones a través de una disciplina
positiva, sin violencia, sin golpes ni palabras ofensivas

Las personas adultas debemos predicar con el ejemplo. Lo que la madre, el padre o persona cuidadora
hace es igual o más importante que lo que dice.
El respeto a la autoridad se genera cuando los adultos demostramos que somos consecuentes con
nuestros actos y acciones.
Tan importante como cuidar y proteger a los niños, niñas y adolescentes es saber comunicarse con
ellos. Si establecemos una comunicación franca, honesta y sin miedo, generamos un lazo invisible que
nos une para siempre. Esta relación es necesaria para que niños, niñas y adolescentes desarrollen su
fortaleza emocional.
Por medio del diálogo se teje y refuerza el vínculo entre niños y adultos, fomentando el desarrollo de
la empatía.

El desafío de criar y poner límites


Criar hijos e hijas da mucho trabajo. Educarlos para que se autocontrolen y comporten adecuadamente
es una parte importante de la crianza en todas las culturas. Las madres, los padres y personas
cuidadoras guiamos a niños, niñas y adolescentes para que aprendan a distinguir entre lo que está bien
y lo que está mal, y sepan cómo manejar sus emociones y conflictos, a fin de favorecer el sentido de
responsabilidad y el respeto de las normas sociales y culturales.
Al poner límites buscamos fundamentalmente que niños, niñas y adolescentes dejen de hacer o
aprendan a hacer algo. Nos esforzamos por educarlos, porque queremos lo mejor para ellos.
La hora de dormir, la hora del baño, las comidas, las tareas escolares, las salidas u otras actividades
son las que suelen aumentar la tensión cuando ocurren de una forma distinta a la que esperamos
madres, padres y personas cuidadoras. A pesar de las buenas intenciones, esta tensión puede ir en
aumento y presentarse con la siguiente secuencia: hablar-convencer-discutir-gritar-golpear.
En muchos casos no es una decisión meditada, sino la consecuencia de la frustración o del enfado de
los adultos.
Al llegar a la última etapa de esta secuencia, el clima emocional es de desborde, todo parece ser una
batalla y no se identifican alternativas para relacionarse sin violencia con los niños y niñas.
Nuestro contexto cultural suele validar el hecho de pegar o insultar a los niños, niñas y adolescentes
como parte del modelo de crianza. Expresiones como «una nalgada a tiempo es necesaria», «te pego
por tu propio bien»
«a mí me lo hicieron de chico y crecí bien» o «la letra con sangre entra» señalan la naturalización del
maltrato y las humillaciones como forma de relacionarse, al tiempo que desconocen las consecuencias
físicas, psicológicas y sociales de la violencia en la vida de las personas. De esta manera, la violencia
se normaliza y se coloca en un lugar invisible.
La violencia no educa
¿Qué ocurre cuando se usan prácticas de castigo físico o humillaciones verbales
para poner límites a niños, niñas y adolescentes?
En general, este tipo de acciones parecen ser efectivas inmediatamente: el niño o la niña deja de
hacer lo que estaba haciendo o cumple con el mandato de los adultos, al recibir un manazo o un
insulto. Pero el motor de esta respuesta es el temor o el terror a recibir este tipo de tratos por parte
de sus seres más queridos.
Los niños, niñas y adolescentes no aprenden con un golpe o con insultos aquello que sus madres,
padres y cuidadores quieren enseñarles. Tampoco les ayuda a desear portarse bien, ni les enseña la
autodisciplina o conductas alternativas para resolver conflictos, sino todo lo contrario: los hace poco
sensibles ante las experiencias violentas.
Los niños y niñas aprenden principalmente del ejemplo y si se les enseña que los conflictos pueden
resolverse a golpes e insultos, probablemente reproduzcan estos patrones violentos de conducta en
el futuro.
Los niños pueden sufrir distintas formas de maltrato, pero cuando se trata de poner límites las que
aparecen son el maltrato psicológico o físico.

¿Qué es la violencia escolar?


Todos sabemos que existe la violencia escolar, pero muchas veces no entendemos el impacto que
tiene en los niños y adolescentes, por eso es necesario abordar esta situación que viven los
adolescentes vallejianos en riesgo de sufrir de violencia escolar, conoceremos más sobre el tema y
para tomar mejores decisiones y disminuir este problema que tiene un gran impacto en la vida de las
personas.
La violencia escolar se puede entender como todo tipo de agresión llevada a cabo dentro del
ambiente de las instituciones educativas, la cual puede proceder de cualquiera de los que conforman
la comunidad escolar, es decir, no solo involucra a los estudiantes, sino que también puede
presentarse en padres de familia, maestros, directivos y personal administrativo.
¿De qué manera se presenta la violencia escolar?
La violencia escolar se puede presentar de manera física, verbal o psicológica, pero en ocasiones
puede escalar a violencia sexual, cibernética, patrimonial, económica y social.
¿Qué es el bullying o acoso escolar? ¡Veamos!
El bullying o acoso escolar es la exposición que sufre un niño a males físicos y psicológicos en una
institución educativa. Puede ser por parte de otra persona o por un conjunto de ellas, y de manera
intencionada y reiterada.
Lo cierto, es que se suele generar durante el recreo, pero también podemos encontrar el acoso
escolar o bullying en otras situaciones: en la fila para entrar a clase, en los aseos del colegio, los
pasillos, en los cambios de clase, al entrar y salir del centro, en el transporte estudiantil o en el
comedor.

Es complicado estimar la prevalencia del bullying, ya que los profesionales en la materia


concuerdan en señalar que hablamos de un problema bastante recurrente. Sin embargo, se considera
que entre un 15% y un 50% de los niños y los jóvenes tienen la posibilidad de haber sido víctimas
de bullying alguna vez. Por supuesto, ciertos colectivos son más vulnerables y poseen más grande
peligro de ser víctimas de bullying.

¿Qué les pasa a niños, niñas y adolescentes cuando reciben castigos físicos?
En un primer momento experimentan miedo o terror frente al golpe. Los niños, niñas y adolescentes
al recibir castigos físicos sienten el temor llevado al grado máximo, es decir, terror. Esto ocurre
minutos o segundos antes de recibir el golpe, cuando anticipan lo que va a suceder.
Después del golpe no solo sienten un dolor físico, sino emocional.
El sentimiento de impotencia surge como resultado del dolor emocional que resulta de no poder
modificar la ira, el enojo o la frustración que siente su madre, padre o cuidador. Niños, niñas y
adolescentes sienten que nada de lo que puedan hacer en ese momento hará cambiar la opinión de
las personas adultas a su cargo sobre él o ella, o sobre lo ocurrido.
Para sobreponerse de esta experiencia, niños, niñas y adolescentes desarrollan mecanismos de
adaptación a la violencia, como la obediencia extrema o comportamientos violentos. En cualquiera
de los dos casos se ubican en algún lugar del círculo de la violencia: víctima o agresor. Estas
experiencias trascienden el mundo familiar y se amplían a la escuela y la comunidad.
¿Qué les pasa a niños, niñas y adolescentes cuando sus padres o cuidadores los
humillan o insultan?
Los seres humanos construimos nuestro pensamiento a partir del lenguaje. En este proceso, los
vínculos familiares son fundamentales al momento de ir aprendiendo palabras y construyendo
significados.
Como esto se da en un contexto afectivo, niños, niñas y adolescentes confían y creen en lo que sus
padres y cuidadores dicen.
Por lo tanto, si se usan palabras humillantes para educarlos o ponerles límites, los hijos e hijas
pensarán que estas palabras realmente los definen como personas.
Aunque algunas madres y algunos padres creen que insultar no es igual que golpear, las palabras
fuertes y humillantes generan los mismos sentimientos de dolor emocional, frustración e impotencia
que el castigo físico en las personas.

¿Qué consecuencias genera el maltrato en la vida de niños, niñas y adolescentes?


Padres, madres y cuidadores somos responsables de cuidar, proteger y guiar a los niños, niñas y
adolescentes, y para ello debemos poner límites:
una tarea difícil, pero necesaria. Buscamos lo mejor para nuestros hijos e hijas y actuamos con la
intención de educar. Sin embargo, algunas personas adultas a menudo recurren a los golpes, insultos
o humillaciones, porque no encuentran un lenguaje adecuado para hablarles y desconocen los
efectos que tienen estas prácticas.
Las consecuencias físicas, psicológicas y sociales más frecuentes del castigo físico y las
humillaciones verbales en los niños, niñas y adolescentes son:
Baja autoestima
A menudo pueden experimentar sentimientos de inferioridad e inutilidad. También pueden
mostrarse tímidos y miedosos o, por el contrario, hiperactivos buscando llamar la atención de
los demás.
Sentimientos de soledad y abandono
Pueden sentirse aislados, abandonados y poco queridos.
Exclusión del diálogo y la reflexión
La violencia bloquea y dificulta la capacidad para encontrar modos alternativos de resolver
conflictos de forma pacífica y dialogada.
Generación de más violencia
Aprenden que la violencia es un modelo válido para resolver los problemas y pueden
reproducirlo.
Ansiedad, angustia, depresión
Pueden experimentar miedo y ansiedad, desencadenados por la presencia de un adulto que se
muestre agresivo o autoritario. Algunos desarrollan lentamente sentimientos de angustia,
depresión y comportamientos autodestructivos como la automutilación.
Trastornos en la identidad
Pueden tener una mala imagen de sí mismos, creer que son malos y por
eso sus padres los castigan físicamente. A veces, como modo de defenderse, desarrollan la
creencia de que son fuertes y todopoderosos, capaces de vencer a sus padres y a otros adultos

“Hemos aprendido a volar como los


pájaros, a nadar como los peces, pero
no hemos aprendido el sencillo arte
de vivir como hermanos”

Martin Luther King.

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