Está en la página 1de 4

HORA SANTA

2 DE FEBRERO DE 2020

Canto introductorio

MONICIÓN INICIAL

La naturaleza del profeta consiste en el hecho de ser llamado por Dios para anunciar a los hombres Su voluntad.
Los profetas reciben el anuncio de Dios a través de visiones, de voces o de sueños. No existe una formación para
ser profetas. Por el contrario, frecuentemente la llamada de Dios se capta de modo imprevisto y contra la
voluntad del profeta. La influencia de Dios es total y el profeta debe responder, con toda su existencia, a su
llamado. Él no es profeta además de todo lo que hace. Debe consagrarse a la tarea de escuchar la palabra de Dios
y de anunciarla, sabiendo que no es delegado por los hombres, y que solamente la palabra de Dios es decisiva
para él. Nunca podrá decir con certeza si la está escuchando de modo justo y si la está explicando de manera
justa. Solamente debe ponerse al servicio de Dios con la máxima honestidad y lealtad.

Oración

Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,


Padre de Nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro,
acoge la oración que te dirigimos
y ayúdanos a vivir apasionadamente
el don de la vocación.

Tú, Padre,
que, en un designio gratuito de amor,
nos llamas por el Espíritu a buscar tu rostro,
en la estabilidad o en la itinerancia,
haznos siempre portadores de tu memoria
y que ella sea fuente de vida
en la soledad y en la fraternidad,
de modo que podamos ser hoy reflejo de tu amor.

Cristo, Hijo del Dios vivo,


tú, que casto, pobre y obediente,
has caminado por nuestras calles,
se nuestro compañero en el silencio y en la escucha:
conserva en nosotros la pertenencia filial
y hazla fuente de amor.
Haz que vivamos el Evangelio del encuentro:
ayúdanos a humanizar la tierra y a crear fraternidad,
que sepamos compartir la fatiga
de quien se ha cansado de buscar
y la alegría de quien aún espera,
de quien busca
y de quien mantiene viva la esperanza.

Espíritu Santo, Fuego que arde,


ilumina nuestro camino en la Iglesia y en el mundo.
Concédenos la valentía de anunciar el Evangelio
y la alegría del servicio en la vida cotidiana.
Abre nuestro espíritu a la contemplación de la belleza.
Conserva en nosotros la gratuidad
y la admiración por la creación;
haz que reconozcamos las maravillas
que Tú realizas en cada viviente.

María, Madre del Verbo,


vela sobre nuestra vida
de hombres y mujeres consagrados
para que la alegría que recibimos de la Palabra
llene nuestra existencia, y tu invitación
a hacer cuanto el Maestro dice (cf. Jn 2,5),
nos transforme en agentes activos
en el anuncio del Reino. Amén

Canto

La profecía de la vida conforme al Evangelio

El tiempo de gracia que estamos viviendo, con la insistencia del papa Francisco de poner en el centro el Evangelio
y la esencialidad cristiana, es para los religiosos y las religiosas una nueva llamada a la vigilancia, a estar
preparados para las señales de Dios. «Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el
agua». Luchamos contra los ojos cargados de sueño (cf. Lc 9,32) para no perder la capacidad de discernir los
movimientos de la nube, que guía nuestro camino (cf. Nm 9,17) y reconocer en los signos pequeños y frágiles la
presencia del Señor de la vida y de la esperanza.

El Concilio nos ha encomendado un método: el método de la reflexión que se lleva a cabo en el mundo y en el
entramado vital, en la Iglesia y en la existencia cristiana a partir de la Palabra de Dios, Dios que se revela y está
presente en la historia. Reflexión que se sostiene en una actitud: la escucha, que abre al diálogo, enriquece el
camino hacia la verdad. Volver a la centralidad de Cristo y de la Palabra de Dios, como el Concilio y el Magisterio
sucesivo nos han invitado a hacer con insistencia, de manera bíblica y teológicamente fundada, puede ser
garantía de autenticidad y de cualidad para el futuro de nuestra vida de consagrados y consagradas.

Una escucha que transforma y nos hace ser anunciadores y testigos de las intenciones de Dios en la historia y de
su acción eficaz para la salvación. En las necesidades de hoy volvamos al Evangelio, saciemos nuestra sed en las
Sagradas Escrituras, donde se encuentra la «fuente pura y perenne de la vida espiritual». De hecho, como decía
san Juan Pablo II: «no cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a
partir de una renovada escucha de la Palabra de Dios». (Escrutad 7)

Momento de silencio para meditar.

Canto

Para la reflexión

No pierdan jamás el impulso de caminar por los senderos del mundo, la conciencia de que caminar, ir incluso
con paso incierto o renqueando, es siempre mejor que estar parados, cerrados en los propios interrogantes o en
las propias seguridades. La pasión misionera, la alegría del encuentro con Cristo que los impulsa a compartir con
los demás la belleza de la fe, aleja el peligro de permanecer bloqueados en el individualismo.
Los religiosos son profetas. Son aquellos que han elegido un seguimiento de Jesús que imita su vida con la
obediencia al Padre, la pobreza, la vida de comunidad y la castidad. [...]
En la Iglesia los religiosos están llamados especialmente a ser profetas que dan testimonio de cómo ha vivido
Jesús en este mundo, y que anuncian cómo será el Reino de Dios en su perfección. Un religioso no debe jamás
renunciar a la profecía.
Ésta es una actitud cristiana: la vigilancia. La vigilancia sobre uno mismo: ¿qué ocurre en mi corazón? Porque
donde está mi corazón está mi tesoro. ¿Qué ocurre ahí? Dicen los padres orientales que se debe conocer bien si
mi corazón está turbado o si mi corazón está tranquilo. [...] Después ¿qué hago? Intento entender lo que sucede,
pero siempre en paz. Entender con paz. Luego, vuelve la paz y puedo hacer el examen de conciencia. Cuando
estoy en paz, no hay turbulencia: “¿Qué ha ocurrido hoy en mi corazón?”. Y esto es vigilar. Vigilar no es ir a la sala
de tortura, ¡no! Es mirar el corazón. Tenemos que ser dueños de nuestro corazón. ¿Qué siente mi corazón, qué
busca? ¿Qué me ha hecho feliz hoy y qué no me ha hecho feliz?. (Escrutar 18)

Momento de silencio para meditar

Oración

La Iglesia en oración por la vida consagrada


¡Ven, Espíritu Creador, con tu multiforme gracia
ilumina, vivifica y santifica a tu Iglesia!
Unida en alabanza te da gracias
por el don de la Vida Consagrada, otorgado y confirmado
en la novedad de los carismas a lo largo de los siglos.
Guiados por tu luz y arraigados en el bautismo,
hombres y mujeres, atentos a tus signos en la historia,
han enriquecido la Iglesia,
viviendo el Evangelio mediante el seguimiento de Cristo
casto y pobre, obediente, orante y misionero.
¡Ven Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del Hijo!
Te pedimos que renueves
la fidelidad de los consagrados.
Vivan la primacía de Dios en las vicisitudes humanas,
la comunión y el servicio entre las gentes,
la santidad en el espíritu de las bienaventuranzas.
¡Ven, Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación de tu pueblo!
Infunde en ellos la bienaventuranza de los pobres
para que caminen por la vía del Reino.
Dales un corazón capaz de consolar
para secar las lágrimas de los últimos.
Enséñales la fuerza de la mansedumbre
para que resplandezca en ellos el Señorío de Cristo.
Enciende en ellos la profecía evangélica
para abrir sendas de solidaridad
y saciar la sed de justicia.
Derrama en sus corazones tu misericordia
para que sean ministros de perdón y de ternura.
Revístelos de tu paz
para que puedan narrar, en las encrucijadas del mundo,
la bienaventuranza de los hijos de Dios.

Fortalece sus corazones en las adversidades y en las tribulaciones,


se alegren en la esperanza del Reino futuro.
Asocia a la victoria del Cordero a los que por Cristo
y por el Evangelio están marcados con el sello del martirio.
Que la Iglesia, en estos hijos e hijas suyos,
pueda reconocer la pureza del Evangelio
y el gozo del anuncio que salva.
Que María, Virgen hecha Iglesia,
la primera discípula y misionera
nos acompañe en este camino.
Canto

Llevar el abrazo de Dios


«La gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre todo tiene necesidad de que demos
testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el
bien. ¡La alegría de llevar la consolación de Dios! ».
Papa Francisco nos confía a nosotros consagrados y consagradas esta misión: encontrar al
Señor, que nos consuela como una madre, y consolar al pueblo de Dios.
De la alegría del encuentro con el Señor y de su llamada brota el servicio en la Iglesia, la misión: llevar a los
hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la consolación de Dios, testimoniar su misericordia.
Según Jesús la consolación es don del Espíritu, el Paráclito, el Consolador que nos consuela en las pruebas y nos
da la esperanza que no defrauda. La consolación cristiana se convierte así en consuelo, aliento, esperanza: es
presencia activa del Espíritu (cf. Jn 14, 16-17), fruto del Espíritu, y el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza (Ga 5, 22).
En un mundo de desconfianza, desaliento, depresión, en una cultura en la cual hombres y mujeres se dejan llevar
por la fragilidad y la debilidad, el individualismo y los intereses personales, estamos llamados a trasmitir confianza
en una felicidad verdadera, en una esperanza posible, que no se apoye únicamente en los talentos, en las
cualidades, en el saber, sino en Dios. A todos se nos da la posibilidad de encontrarlo, basta buscarle con corazón
sincero.
Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo esperan una palabra de consolación, que los acerquen al perdón y
de alegría verdadera. Estamos llamados a llevar a todos el abrazo de Dios, que se inclina con ternura de madre
hacia nosotros: consagrados, signo de humanidad plena, facilitadores y no controladores de la gracia, inclinados
como signo de consolación. (Alegraos 8)
Momento de silencio para meditar

Oración

María, Mujer de la nueva Alianza, te decimos dichosa porque has creído (cf. Lc 1,45) y has sabido «reconocer
las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y ¡también en aquellos que parecen
imperceptibles!».

Sostén nuestro desvelo en la noche, hasta las luces del amanecer a la espera del nuevo día. Concédenos la
profecía que narra al mundo la alegría del Evangelio, la bienaventuranza de aquellos que escrutan los horizontes
de tierras y cielos nuevos (cf. Ap 21,1) y anticipan su presencia en la ciudad de los hombres.

Ayúdanos a confesar la fecundidad del Espíritu en el signo de lo esencial y de lo pequeño. Concédenos realizar
la acción valiente del humilde en quien Dios se fija (Sal 137,6) y a quien se revelan los secretos del Reino (cf. Mt
11,25-26), aquí y ahora. Amén

Canto

También podría gustarte