Está en la página 1de 8

MISIÓN DEHONIANA 2023: MISIONAR ES ACERCARSE

Tema 1: La experiencia de los apóstoles


Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de
Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo
que hemos visto y oído. La relación de Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos
revela en el misterio de la encarnación, en su Evangelio y en su Pascua nos hacen ver hasta
qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos,
nuestros deseos y nuestras angustias (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et
spes, 22). Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de
redención no le es ajena y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión:
«Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (Mt 22,9). Nadie es
ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión.

Foto de Enes Ersahin

La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que
llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad
(cf. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el
día y la hora en que fueron encontrados: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn
1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores,
alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse
con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena
de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría
expansiva y gratuita que no se puede contener. Como decía el profeta Jeremías, esta
experiencia es el fuego ardiente de su presencia activa en nuestro corazón que nos impulsa
a la misión, aunque a veces comporte sacrificios e incomprensiones (cf. 20,7-9). El amor
siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más
hermoso y esperanzador: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41).
Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró, ya
para hoy, los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser
humanos, tantas veces olvidada: «Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza
en el amor» (Carta enc. Fratelli tutti, 68). Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de
impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a
hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la
amistad social (cf. ibíd., 67). La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que
recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19). Esa «predilección
amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos
poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. […] Sólo así puede florecer el milagro de la
gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como
consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un
efecto del agradecimiento» (Mensaje a las Obras Misionales Pontificias, 21 mayo 2020).
Sin embargo, los tiempos no eran fáciles; los primeros cristianos comenzaron su vida de fe
en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierros se cruzaban
con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían
visto y oído; pero eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o
ensimismarse, los impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y
dificultades en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron
también un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Espíritu del Señor. Nada ni
nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador.
Tenemos el testimonio vivo de todo esto en los Hechos de los Apóstoles, libro de cabecera
de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge cómo el perfume del Evangelio fue
calando a su paso y suscitando la alegría que sólo el Espíritu nos puede regalar. El libro de
los Hechos de los Apóstoles nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para
madurar la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en
medio de aparentes fracasos» y la certeza de que «quien se ofrece y entrega a Dios por
amor seguramente será fecundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279).
(Mensaje para la jornada mundial de las misiones 2021)

Tema 2. Atravesar la puerta de una casa


«Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te
comunicaré» (Jon 3,2). Después de algunas divagaciones, Jonás se encuentra delante de la
llamada insistente de Dios. El Señor no lo ha olvidado y le renueva su orden misionera:
esta vez no puede rehuirle. Muchas veces también nosotros somos como Jonás, rápidos
para encontrar excusas y evitar nuestro deber misionero. El mundo en el que vivimos y al
que hemos sido enviados en misión es tan pagano, que Nínive se encuentra en cualquier
puerta, en cada ciudad, en los cruces de los caminos que atravesamos. Jonás se levantó y,
según la palabra del Señor, partió para Nínive, una ciudad extraordinariamente grande:
eran necesarios tres días para atravesarla. También a nosotros el mundo a evangelizar nos
parece enorme y delante de nosotros la incredulidad se mantiene fuerte, aparentemente
impenetrable. El estilo de vida moderno, la sociedad consumista, el desenfreno ante el
dinero y una felicidad que se revela ficticia son una gran Nínive. «Dentro de cuarenta días,
Nínive será arrasada» (Jon 3,4). 
Comprendemos la reticencia del profeta, dado que se encuentra hablando con esos
«paganos malvados» que él quisiera ver eliminados por Dios. Pero Dios es Dios, es decir,
lleno de misericordia para con sus hijos y, a pesar de que el profeta no confiaba en la
posibilidad de su conversión, los ninivitas regresaron completamente hacia Dios. «Los
ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el
más importante al menor» (Jon 3,5). La predicación de los profetas a lo largo de los siglos
no había sido suficiente para convertir al pueblo de Israel, pero es suficiente la predicación
de un solo día para cambiar el corazón de los tan despreciados ninivitas. He aquí las
maravillas de Dios: Él siempre nos sorprende en nuestras expectativas pastorales. Jesús
mismo se refiere a ellos en el Evangelio: «Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio
contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la
predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás» (Mt 12,41). Y Dios ha
restablecido su misericordia: en simples palabras, esto significa que Dios no desea la
muerte del pecador, sino su conversión (cf Ez 33,11). También en los momentos en los que
Dios parece amenazarnos con un castigo, es el amor y únicamente el amor lo que
prevalece y la fe la que nos salva. El mundo de hoy también necesita sentir este anuncio.
Jonás es enviado a entrar en la ciudad de Nínive, en las relaciones con los ninivitas, con su
presencia profética y su predicación de conversión. Jesús es enviado por el Padre para
entrar en el corazón de la ciudad, en la casa de Marta y María. La alegría de la inesperada
conversión de los ninivitas suscita resistencia en el corazón de Jonás. La alegría del
servicio y de la acogida ante la presencia del Maestro hacen de Marta y de María
verdaderas hermanas en el discipulado misionero de Jesús.
Foto de Ketut Subiyanto

Atravesar la puerta de una casa significa entrar en el corazón de las relaciones y descubrir,
junto con las alegrías y los afectos, las heridas y las fragilidades del vivir en familia.
Estamos hechos de carne, y esto nos lo revela cada relación profunda y plena con quien
parece acercarse a nuestras necesidades: Jesús, hombre y Señor de nuestra historia, tiene
los rasgos del que sabe hacerse extremadamente cercano a nuestro corazón. Tan cercano
como para entrar en nuestra casa. Jesús, de camino hacia Jerusalén, de camino hacia el
misterio de su muerte y resurrección, cruzando el umbral de la casa no hace sino cruzal el
umbral del corazón de Marta y de María.
La casa de Betania, reconocida como la casa de los afectos, nos revela la humanidad de
Cristo, es decir, al Jesús de Nazaret que no permanece extraño ante los sufrimientos y las
dificultades humanas: él llora, escucha, consuela, predica, enjuga las lágrimas, se ofrece a
sí mismo como alimento y como bebida (Eucaristía). Esto significa «atravesar la puerta de
una casa».
Jesús entra íntimamente en la casa de Betania: lo hace como amigo, poniendo en juego su
corazón y sus relaciones con los vivos y con los muertos (cf Jn 11). En la misión que le
había dado su Padre, Jesús se implica totalmente. Jesús nos invita a cambiar nuestro modo
de pensar y de actuar: a través del personaje fundamental de la mujer, atareada y agitada
por el servicio, se nos proponen nuevas reglas sobre la hospitalidad que debe reservarse a
Cristo por parte de los discípulos misioneros, acerca de la salvación para vivir y
comunicar.
Las de Marta y María son dos vocaciones distintas y complementarias, movidas por la
misma intención: reconocer la unicidad de Aquel que ha llamado a la puerta (cf Ap 3,20).
Las dos mujeres, por tanto, no deben configurarse como antítesis, como muchas veces se
ha subrayado. El servir y el escuchar son acciones recíprocas, en lugar de opuestas, en la
misión que Jesús ha confiado a la Iglesia para la salvación del mundo. La presencia de
Jesús nos invita a ponernos en camino para entrar en el corazón de cada hombre con la
escucha de la Palabra y el servicio fraterno, con el anuncio de la Pascua de la resurrección
y con el banquete eucarístico de la reconciliación que crea comunión y unidad. Todo esto
acontece en la casa de Betania, donde la muerte de su amigo Lázaro es la ocasión para
purificar y para fortificar la propia escucha, el propio servicio, la propia fe en la muerte y
resurrección de Jesús, amigo y Señor.
(BAUTIZADOS Y ENVIADOS: LA IGLESIA DE CRISTO EN MISIÓN EN EL MUNDO)

Tema 3. Guadalupe y Copacabana


Ante un mundo hostil por creencias ancestrales de los pueblos que habitaban estas tierras
conquistadas, la evangelización no progresaba del todo bien, las conversiones no eran
numerosas ni mucho menos espectaculares y cuando se lograban se daba un sincretismo.
Sin embargo, para 1528 México cuenta con su primer obispo electo, fray Juan de
Zumárraga, quien pronto se distinguirá como protector de indios. El número de órdenes
religiosas y de misioneros aumenta.
Ni el número, ni la variedad de instrumentos pastorales, como el dominio de las lenguas
nativas, mejoraron muchos las cosas. Pero muy pronto las cosas cambiaron. Los naturales
empezaron a aproximarse a la fe y las multitudes pedían el bautismo. Cinco años después
el entusiasta fray Toribio de Benavente (apodado Motolinía) escribía, en 1536, en su
Historia de los Indios de la Nueva España, que ya habían sido bautizados más de cuatro
millones, y que se esperaba que para el año siguiente el total de bautizados de esta Nueva
España alcanzara unos nueve millones. ¿Qué es pues lo que había pasado, si hasta 1531
sólo había un millón de bautizados, según los datos proporcionados por el Obispo de esas
tierras, y, sin embargo, entre 1531 y 1537 se multiplicó tan impresionantemente el número
de conversos?
Un hecho trascendente marcó este cambio: El 9 de diciembre de 1531 se produjeron las
apariciones de la Virgen de Guadalupe que dieron inicio a la etapa masiva del proceso
evangelizador. “El motivo principal de estas conversiones no fue otro que el influjo que
empezó a ejercer entre los indios la presencia de la Virgen Santísima de Guadalupe”.
El nacimiento de esta nueva personalidad histórica que llamamos América Latina ocurrió
en torno de Santa María de Guadalupe. Es la intuición que vuelve a recoger la III CELAM
en Puebla al afirmar que “el Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una
originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza
muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de
la Evangelización”  (n. 446).
América Latina comienza así a considerar a la Virgen María como su Madre. Esta
manifestación de María como rostro materno de Dios dio inicio a nueva comprensión del
papel de Ella en la historia de la salvación y, abrió nuevos caminos de la evangelización.
Todos fueron llamados a la “ periferia ” para encontrar a la Madre de los oprimidos que
libera a los más pobres y es solidaria con ellos. Pero Guadalupe no es un caso aislado, en
toda América Latina la devoción mariana se va difundiendo por medio de imágenes y
títulos cuya historia está siempre en relación con los pobres y los marginados: indios,
negros, personas oprimidas, esclavos. En las numerosas devociones a la Virgen que van
surgiendo, María aparece siempre con actitud intensamente materna de cercanía y
preocupación por la situación de miseria y opresión de sus hijos. Todo eso ha dejado una
profunda huella en la Piedad Mariana de los nuestros pueblos latinoamericanos.
Existe otro acontecimiento importante en el proceso evangelizador en América Latina:
Copacabana. Este acontecimiento revelador de la Providencia impulsó la evangelización
en los pueblos asentados en las riberas del lago Titicaca.
La Virgen de Copacabana es una imagen labrada por las manos de un indio, Francisco Tito
Yupanqui, hacia los años 1580, y que, tras diversas dificultades fue recibida con toda
veneración el 2 de febrero de 1583 por un pequeño grupo de españoles y por una
población entera de naturales.
Foto de Rodolfo Clix

En la época precolombina ya existía un afamado santuario indígena en el lago Titicaca.


Parece que el adoratorio original estaba en una isla cercana al pueblo de Copacabana y era
una gran peña, de donde los indios, según la leyenda, vieron salir resplandeciente al sol
tras varios días de densa oscuridad. Una vez conquistada la provincia del Collao, los Incas
tomaron bajo su protección este santuario, levantaron un templo al sol junto a la piedra
sagrada. En otra isla cercana edificaron un templo a la luna, construyeron santuarios y
albergues para los peregrinos. Parece que eran muchos los peregrinos que venían a la
piedra santa, a la que no podían acercarse con las conciencias manchadas y con las manos
vacías.
La piedra sagrada preincaica quedó incorporada religiosamente en el complejo panteón
incaico, entre cuyos dioses se encontraba la tierra misma con el nombre de Pachamama,
cuyo culto era muy importante para la gran mayoría de la población que se dedicaba a la
agricultura.
La Pachamama era, por tanto, el principio materno de identificación del mundo indígena,
la madre telúrica, el seno maternal al que había que tratar con todo cariño, y del que
dependía su vida. Los indígenas de Copacabana, al encontrarse con una imagen de la
Virgen María tallada por las manos de un hijo de su pueblo, establecen espontáneamente la
conexión entre María y la Pachamama, encontrando en ella el inicio de su salvación.
Nos encontramos ante dos acontecimientos providenciales que marcan la maternidad como
clave de la teología popular Mariana en América Latina: 
– En Guadalupe del Tepeyac se presenta la Virgen María como madre, con rostro materno
de Dios: “Yo soy la Madre del verdadero Dios por quien se vive”. En el mundo azteca la
maternidad va ser comprendida como “nantzin”, madre hogareña. 
– En el mundo aymará-inca la maternidad de María está relacionada a la Pachamama,
madre-telúrica que habría de venerarse con mucho cariño y respeto porque de ella
dependía la vida. En esta imagen de la Virgen la población encontró el inicio de su
salvación.
La Piedad Mariana en América Latina, parte de la experiencia de la maternidad. La
Tonantzin y la Pachamama son como un binomio, camino seguro para que Cristo penetre
en nuestras culturas.
En el proceso evangelizador cada país venera la maternidad, fuente de vida, y con
dedicación construye templos en honor de ella.
Los evangelizadores de estos pueblos fueron los primeros que, al anunciar la salvación,
tomaron en cuenta la importancia que los nativos daban a la maternidad y de acuerdo a sus
múltiples culturas, en María comprendieron el gran signo del rostro maternal
misericordioso del Padre y de su Hijo Jesucristo.
María es, pues, el camino de la misericordia, la protectora del género humano, la madre
llena de piedad para sus hijos. Contemplar de esta manera a la Virgen María llena de
confianza a los fieles que Ella acuden y les colma de santa alegría al ver la grandeza del
Señor con tan humilde esclava. Este acercamiento a María se convierte en impulso de
devoción y estímulo para acercarse más a Jesús, que es la verdadera causa de la alegría de
la Iglesia.
No es, pues, de extrañar que el misterio y la figura de la Virgen Madre de Dios esté tan
presente en la religiosidad popular. Con las formas y expresiones más hermosas y con una
devoción muy arraigada. Al nombre de María el pueblo se congrega de forma
multitudinaria.
(Incidencia de la Piedad Popular en el proceso de Evangelización de América Latina)

También podría gustarte