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ORACIÓN DE LA TARDE

Evangelio según san Mateo 22, 15-21


Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones.
Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: “Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios,
sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la
categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al
César o no?”
Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una
trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto”.
Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: “¿De quién es esta figura y
esta inscripción?”
Le respondieron: “Del César”.
Jesús les dijo: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.

Reflexión
Al tomar la primera lectura de hoy, podemos pensar: ¡Qué cosas le pasaban a
aquel tal Ciro, hace no sé cuántos años! Es digno de admiración. ¡Qué suerte tuvo
de que el Señor se dirigiera a él de forma tan clara! Sin embargo, ¿qué tiene que
ver lo que le pasó a aquel profeta con lo que me pasa a mí? Cuando Dios y el
hombre se encuentran, su Palabra pretende cambiarnos a nosotros y las
relaciones y situaciones de nuestro mundo. Y decíamos también que, cuando Dios
nos sale al paso, se encuentra con unos hombres concretos, que viven en
situaciones concretas, y es con ellos en esas circunstancias, con quienes quiere
entrar en diálogo.
En tiempos de Isaías, cuando escribe a Ciro, el pueblo lo estaba pasando mal:
había muchos problemas, se habían desanimado, cada cual se buscaba la vida
como podía, y se consolaban y entretenían con falsas esperanzas: no estaban
dispuestos a enfrentar su situación con valentía. Derrotismo, comodidad,
confusión y desesperanza. Ahí surge el profeta, para proclamar su mensaje.
El profeta es, ante todo, una persona muy sensible a lo que está ocurriendo en
medio de su pueblo. Es también alguien con profunda experiencia de oración,
consciente de sus limitaciones y... Poca cosa más.
Si miramos a nuestro mundo, vemos que no todo está en orden. Hay muchas
guerras activas. Nos vemos envueltos en situaciones de violencia, con muchos
muertos, demasiado a menudo. La ciencia sigue amenazándonos con
descubrimientos que rozan los márgenes de la moralidad. Podíamos añadir
muchas más cosas... Pero lo que importa ahora es decirse: ¿Y yo qué puedo
hacer? Diga lo que diga, haga lo que haga, no me van a hacer caso...
La misma sensación que tuvo el gran Isaías. Y no es distinto lo que le pasó a Jesús:
el profeta, el mensajero de Dios, siempre es rechazado. No es creíble que las
actitudes que nos anuncia su Palabra, puedan servir para algo. Nos llamarán
retrógrados, desinformados, o fanáticos. O nos buscarán las cosquillas, podemos
tener problemas.
A Jesús le quisieron liar, buscaban acusarle con sus propias palabras. Si decía
pagad el impuesto, los revolucionarios podían acusarle de colaborar con los
romanos. Si decía no paguéis, le podían acusar los herodianos de revolucionario. Y
no se podía responder, como en las encuestas, no sabe, no contesta.
Jesús nos hace una invitación muy concreta. Dar a Dios lo que es de Dios.
Reconocer que está en nuestras vidas, que sin Él podemos hacer poco, o nada, y
que necesitamos su apoyo. Y después, desde esta clave, mirar al mundo de otra
manera. Cada cosa en su sitio, a cada cosa su momento y su importancia. Lo serio,
con seriedad. Las cosas alegres, con alegría. Y así podremos ser profetas.
Y dar al César lo que es del César, también nos obliga. No estamos fuera de la
sociedad, no estamos fuera de la ley. También ahí podemos dar testimonio de vida
cristiana, ser profetas. En el ambiente donde nos movemos. Que no se nos olvide
que en nuestra vida no puede haber compartimentos estancos. No podemos vivir
de 10 a 12 de la mañana como cristianos, de 12 a 2 de la tarde como ciudadanos
trabajadores, de 2 a 4 como hijos o padres de familia y por la noche, ya veremos.
Como tampoco podemos decir te quiero mucho, mamá, de lunes a jueves. No
podemos poner límites a nuestra vida de cristianos. Es decir, no podemos poner
límites al amor, a Dios y a los demás.

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