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Cuando Fernando VII fue restaurado en el trono, en nuestro territorio la situación era cada vez más
difícil por el cansancio de cuatro años de guerra, la falta de recursos para afrontar las necesidades
urgentes del Estado y las disidencias dentro del bando patriota. Para afrontar todos esos problemas,
se acentuó la tendencia a la centralización del poder. Si se observa en perspectiva la sucesión de
gobiernos revolucionarios, se puede notar claramente esa tendencia: luego de la Junta Grande, que
amplió el número de miembros de la Primera Junta, la cantidad de integrantes de los gobiernos se
redujo, y de los Triunviratos se pasó al Directorio, es decir que el Poder Ejecutivo quedó en manos
de una sola persona.
Surgieron diferencias en cuanto a la forma de gobierno que las Provincia Unidas habrían de adoptar.
En el clima reaccionario de la Restauración, las potencias europeas miraban con desconfianza las
experiencias revolucionarias y republicanas. En parte por prudencia y en parte porque también en el
Río de la Plata se sintió la influencia de las nuevas ideas, las opiniones de los congresistas
favorecían las opciones tendientes a centralizar el poder. Se propusieron, incluso, proyectos
monárquicos constitucionales, entre ellos el de coronar un descendiente de los incas. Uno de los
partidarios de esta idea fue Manuel Belgrano. El proyecto, que buscaba despertar simpatías entre los
grupos revolucionarios altoperuanos, suscitó airadas polémicas. El diputado por San Juan, fray
Justo Santa María de Oro, objetó las facultades del congreso para decidir solo la forma de gobierno
y propuso una consulta a las provincias. El diputado por Buenos Aires, Tomás Manuel de
Anchorena (…) se pronunció por una federación de provincias.
La discusión en torno de la centralización del nuevo estado y de la autonomía de que podrían gozar
las provincias generó desencuentros entre Buenos Aires y el interior, y entre centralistas y
autonomistas. En 1817, el Congreso se trasladó a Buenos Aires y se fortaleció la influencia de las
opiniones centralistas que predominaban en la antigua capital virreinal. En ese contexto, en 1819, el
congreso sancionó una constitución que se ganó la indignación de los autonomistas y puso a varias
provincias en estado de rebeldía. Ya se perfilaban en la política rioplatense las opciones por el
federalismo y por el unitarismo que, en la segunda mitad de la década de 1820, se cirstalizaron en la
formación de los partidos unitario y federal.
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Fragmento extraído de: Chiaramonte, J. C. y otros, Historia 1 Argentina y latinoamericana: 1780-1930,
Buenos Aires, Tinta Fresca, 2008, pp. 29 y 30.
Luego de la lectura de la bibliografía propuesta, respondé por escrito las siguientes preguntas:
1. ¿En qué consiste la tendencia a la centralización del poder del que nos hablan los autores
para el caso de las Provincias Unidas del Río de la Plata?
2. ¿Por qué era crítica la situación en la que se encontraban los representantes de las
Provincias Unidas al momento de declarar la independencia?
3. ¿Estuvieron todos de acuerdo en la forma que debía adoptar el territorio luego de declarar la
independencia? ¿Cuáles eran las propuestas e tensión?
4. ¿Qué ocurrió en 1817? Y en 1819?