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DESEJO
Equipo IASE
El teatrólogo brasileño Augusto Boal es considerado como uno de los nombres más
importantes del panorama teatral latinoamericano, especialmente a lo que se refiere
al teatro con gancho político y social.
Durante más de treinta años ha sido la voz teórica más potente, comprometida y de
mayor alcance del teatro latinoamericano. Su nombre figura junto a grandes nombres
del teatro mundial, como Antonin Artaud, Bertolt Brecht, Jerzy Grotowski, Tadeusz
Kantor -ya fallecido- o Peter Brook y Eugenio Barba, como uno de los pensadores
teatrales fundacionales de la segunda mitad del siglo XX, y cuya visión y propuestas
teórico-prácticas siguen siendo plenamente vigentes en la actualidad.
En este texto aprenderemos un poco sobre el Teatro del Oprimido, las técnicas y su
desplazamiento como práctica terapéutica.
La principal creación de Augusto Boal fue sin duda el Teatro del Oprimido. Hoy es una
realidad mundial conocida y practicada en los cinco continentes.
El Teatro del Oprimido, además de ser una formulación teórica, es también un método
estético, basado en diferentes formas de arte y no sólo en el teatro. Está hecho a partir
de un conjunto de ejercicios, juegos y técnicas teatrales, técnicas que tienen como
objetivo la desmecanización física e intelectual de sus practicantes y sobre todo la
democratización del teatro. Su objetivo es el uso del teatro y las técnicas dramáticas
como herramienta eficaz para comprender y encontrar alternativas a los problemas
sociales e interpersonales.
El objetivo es estimular a los participantes -no actores- para que expresen sus
experiencias cotidianas, de situaciones cotidianas y de opresión, a través del teatro.
Desde su carácter pedagógico, social, para ayudar al sujeto e implicarlo en la
resolución de conflictos sociales, culturales, políticos y terapéuticos. Propone la
transformación del espectador - pasivo- en protagonista de la acción dramática -sujeto
creador-, estimulándole a reflexionar sobre su pasado, a modificar la realidad en el
presente y a crear su futuro. El espectador ve, observa; el espect-actor ve y actúa, o
mejor dicho, ve para actuar en el escenario y en la vida (Boal, 1980).
En el libro "El Arco Iris del Deseo - El Método de Teatro y Terapia de Boal", en sus
propias palabras, explica cómo se le ocurrió la idea de un teatro participativo, donde
no hubiera espectadores, sino agentes dispuestos a hacer un cambio social, teniendo
el teatro como una herramienta que permitiera a la gente leer su vida, su cotidianidad,
y presentar propuestas y alternativas a lo que no estaba bien para el colectivo.
Si en los años 70 el Teatro del Oprimido (y todas sus técnicas) funcionó como estrategia
político-artística para que la clase trabajadora accediera a la alfabetización y pudiera
hablar de sus sufrimientos cotidianos, generados por la opresión de las dictaduras y los
diversos intentos de excluir a estas personas de su derecho a reclamar mejores
condiciones de vida, en los años 80 Boal se encontró con otras enfermedades sociales, no
menos importantes, en sociedades que en su totalidad no pasaban hambre, habían sido
alfabetizadas y tenían una mejor calidad de vida. Estos Estas enfermedades estaban
relacionadas con la opresión de la subjetividad y la salud emocional de los sujetos.
En una sesión de Teatro del Oprimido no hay espectadores, sino observadores activos. El
centro de gravedad se desplaza del escenario al eje espacial de la sala. Esta forma teatral
se basa en dos principios fundamentales: 1) ayudar al espectador a convertirse en
protagonista de la acción dramática 2) transponer a la vida real las acciones que ha
ensayado en el práctica del teatro del oprimido. Tres hipótesis constituyen el
fundamento de esta práctica.
(Tomado del libro El arco iris del deseo, pp. 53 a 59.) Ed. Civilização Brasileira, 1996)
En las células más pequeñas de la organización social (la pareja, la familia, el barrio, la
escuela, la oficina, la fábrica, etc.), así como en los acontecimientos más pequeños de la
vida social (un accidente en la esquina de la calle, la comprobación de los documentos de
identidad en el metro, una cita con el médico, etc.) están contenidos todos los valores
morales y políticos de la sociedad, todas sus estructuras de dominación y poder, todos
sus mecanismos de opresión. Los grandes temas generales se inscriben en los pequeños
asuntos personales.
Hace veinte años se llevó a cabo un interesante experimento en Estados Unidos, en el sur
segregacionista y en Nueva York, donde la integración estaba más avanzada. Se
mostraron a los niños muñecos blancos, verdes, azules y negros. Se les pidió que
nombraran al más bello y al más feo. En el Sur, donde los negros "segregados" se
aferraban más a sus propios valores, los niños afirmaban que la más bella era la negra, y
la blanca era señalada como la más fea. En el Norte, donde la integración impuso los
valores de la sociedad blanca, el resultado fue inverso : la chica blanca era considerada
hermosa, mientras que la negra era considerada fea. Los niños negros habían adquirido
los valores de los blancos.
En el Teatro del Oprimido, intentamos romper esta inmovilidad y hacer que el diálogo
público-escenario sea totalmente transitivo: el escenario puede intentar transformar al
público, pero el público también puede transformarlo todo, puede intentarlo todo. Esta
transmisión no siempre se produce de forma pacífica. Se basa en la relación sujeto-
objeto. Sin embargo, nadie puede ser reducido a la condición de objeto absoluto. Así, el
opresor produce, en el oprimido, dos tipos de reacción: la sumisión y la subversión.
Todo oprimido es un sumiso subversivo. Su sumisión es su tira en la cabeza, su
introyección. Sin embargo, también presenta el otro elemento, la subversión. Nuestro
objetivo consiste en dinamizar esta última, haciendo desaparecer la primera.
En una sesión del Teatro del Oprimido, en la que los propios oprimidos han creado su
propio mundo de imágenes de sus propias opresiones, la relación observador
activo/personaje cambia esencialmente y se convierte en simpatía:Sym, com. Ya no
somos conducidos, conducimos. Ya no me penetran las emociones de los demás, sino
que proyecto las mías.
Yo realizo mi acción, soy el sujeto. O bien, es alguien como yo quien realiza la acción:
somos los sujetos.
En el primer caso, la escena que se mueve me arrastra con ella, pero en el segundo, soy
yo quien la hace moverse. El oprimido se convierte en artista. El artista oprimido produce
un mundo de arte. Crea las imágenes de su vida real, de sus opresiones reales. Este
mundo de imágenes contiene, transubstanciadas estéticamente, las mismas opresiones
que existen en el mundo real que las provocó.
Cuando es el propio oprimido, como artista, quien crea las imágenes de su propia
realidad opresiva, llega a pertenecer a estos dos mundos de forma plena y total, y no
simplemente de forma "vicaria".
En este caso se producirá el fenómeno de la metaxis, que es la pertenencia total y
simultánea a dos mundos diferentes y autónomos. Comparte y pertenece a estos dos
mundos autónomos: la realidad y la imagen de su realidad, que han sido creadas por él
mismo. Es muy importante que estos dos mundos sean realmente autónomos.
La creatividad artística del oprimido-protagonista no debe limitarse a la simple
reproducción realista, o a la ilustración simbólica de la opresión real: debe poseer su
propia dimensión estética. A menudo, los participantes insisten en el significado de cada
imagen. Esto significa que es necesario traducir una imagen (que pertenece a un
determinado lenguaje, el lenguaje de las imágenes) a otro lenguaje, el lenguaje
idiomático, el lenguaje verbal. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las imágenes
no se pueden traducir, lo mismo que ocurre con los primeros acordes de la Quinta
Sinfonía de Beethoven, que no se pueden traducir por el destino llamando a la puerta,
como ya ha intentado hacer alguien, en un libro de 500 páginas.
A muchas personas les resulta difícil apreciar la pintura abstracta porque siempre
intentan interpretar, traducir las imágenes. Si un cuadro se llama Naturaleza muerta,
Esta gente trata de distinguir, de ver dónde están las uvas, o las piñas, o los plátanos...
Como en el cuadro Mujer desnuda con manzana, de Picasse, donde se intenta ver a la
mujer, o al menos la manzana, y no se encuentra ni una ni otra. La mujer y la manzana ya
no existen en la misma sustancia que existía en su origen: se transubstancian en el
marco. La metaxis se produce en él, en su interior. Es necesario que, a través de la
simpatía, nos identifiquemos con el propio Picasso y, en ese caso, se producirá también
en nosotros la metaxis: podremos pintar un cuadro similar. Si nuestra sociedad, nuestra
cultura y nuestra vida social no tienen nada en común con la de Picasso, la metaxis no se
realizará en nosotros, porque nuestra identificación transitiva (simpatía) con él resultará
imposible.
imposible. Frente a este cuadro, un chino o un chileno difícilmente vivirán la misma
experiencia, la misma naturaleza del placer experimentado por un francés o un europeo
de la misma clase social y de la misma época.
Lo mismo ocurre con un oprimido que produce imágenes de su propia opresión: es
necesario que nos identifiquemos con él, de forma simpática. La solidaridad no es
suficiente. Su opresión debe ser la nuestra. Para que se produzca la metaxis, la imagen
debe ser autónoma. En este caso, la imagen de lo real es real mientras que la imagen. El
oprimido crea imágenes de su realidad. Luego, debe jugar con la realidad de estas
imágenes. Las opresiones son las mismas, pero se presentan de forma transubstanciada.
Es necesario que se olvide del mundo real que estaba en el origen de la imagen y que
juegue con la propia imagen, en su plasmación artística. Debe hacer una extrapolación de
la realidad social hacia la realidad de lo que llamamos ficción (hacia el teatro, hacia la
imagen) después de haber jugado con la imagen, después de haber hecho "teatro", debe
hacer una segunda extrapolación, ahora a la inversa, hacia la realidad social que es la
suya.
En una sesión de Teatro del Oprimido en la que los participantes pertenecen al mismo
grupo social (alumnos de la misma escuela, residentes del mismo barrio, trabajadores de
la misma fábrica, etc.) y están sometidos a las mismas opresiones (en relación con la
escuela, el barrio o la fábrica), el relato individual de una persona se pluralizará
inmediatamente: la opresión de uno es la opresión de todos.
La particularidad de cada caso individual es insignificante frente a su similitud con todos
los demás. Así, durante la sesión, la simpatía será inmediata. Todos hablaremos de
nosotros mismos. Por otro lado, en una sesión concreta de La Franja en la Cabeza, puede
ocurrir que alguien relate un episodio de opresión individual cuyas particularidades
pueden llegar a ser extremadamente singulares, pueden estar muy alejadas de las
circunstancias particulares de los demás participantes.
Tercera hipótesis: si, partiendo de una imagen o escena inicial, procedemos por analogía
y creamos otras imágenes (u otras escenas) producidas por los demás participantes en la
sesión sobre sus propias y similares opresiones individuales, y si, a partir de esas
imágenes y por inducción, conseguimos construir un modelo exento, libre de las
circunstancias singulares de cada caso concreto, este modelo contendrá los mecanismos
generales a través de los cuales se produce la opresión, lo que nos permitirá estudiar con
simpatía las diferentes posibilidades de romper esa opresión.
La función de la inducción analógica es hacer posible un análisis distanciado, ofrecer
varias perspectivas, multiplicar los posibles puntos de vista a través de los cuales se
puede considerar cada situación. Nada se interpreta, nada se explica, sólo se ofrecen
múltiples puntos de vista. Hay que ayudar a los oprimidos a reflexionar sobre su propia
acción (observando las alternativas quizás posibles que les muestran los otros
participantes que piensan, a su vez, en sus propias singularidades). Debe producirse una
distancia entre la acción y la reflexión sobre la acción. El protagonista debe verse a sí
mismo como protagonista y como objeto.
PRELIMINARES PARA EL USO DE LAS TÉCNICAS DEL ARCO IRIS DEL DESEO
(extraído del libro El Arco Iris del Deseo pgs 70 a 78 Ed. Civilização Brasileira, 1996)
Los modos
Todas las técnicas presentadas en este libro pueden utilizarse de diferentes maneras. El
modo es una técnica auxiliar y puede utilizarse de diferentes maneras. Para
complementar otra técnica, para profundizar en la búsqueda que se está realizando y
facilitar el descubrimiento y la comprensión de una escena, así como las relaciones que
se establecen entre los personajes. La misma técnica puede aplicarse en diferentes y
variadas modalidades, cada una de las cuales conserva su utilidad y propiedades
peculiares.
MODO "NORMAL
El modo normal es la verdadera base sobre la que se realiza una improvisación. Digo real
y no realista, porque realista es una palabra ya demasiado llena de connotaciones de
estilo teatral. En una improvisación, es necesario tener como objetivo la realidad, no el
realismo. El protagonista y los demás actores deben tener en mente la verdad, no la
verosimilitud. Una improvisación puede ser real aunque sea surrealista, expresionista,
simbólica o metafórica. Una improvisación es real cuando se siente. Antes de comenzar
una improvisación en modo normal, que suele servir de base a cualquier obra, el que
dirige debe asegurarse -e insisto mucho en este punto- de que la estructura de la
improvisación sea suficientemente teatral.
En general, es en este núcleo, en esta cuna del conflicto, donde se encuentran los
elementos más importantes de la estructura de las relaciones entre los personajes. Por lo
tanto, es este punto de crisis el que debe ser estudiado, analizado y profundizado. Para
lograr una crisis china, es indispensable que la voluntad de los personajes sea intensa. El
teatro es conflicto, y ello por la sencilla razón de que la vida es conflicto. A menudo los
participantes cuentan historias y proponen improvisaciones en las que el protagonista es
extremadamente débil, resignado y carente de deseos. Esto suele deberse a que la
escena real "ya ha ocurrido". Y en la medida en que todo lo que ya ha pasado "sigue
pasando" (en grados de intensidad que difieren según la importancia emocional del
episodio vivido), el protagonista muchas veces ya se ha resignado prácticamente: "Ya
está, no hay nada que hacer".
Si realmente no hay nada que hacer, ni siquiera vale la pena intentarlo, pero
normalmente se puede hacer algo. La experiencia demuestra que el protagonista, por el
simple hecho de contar la escena que ha vivido o proponer una improvisación de la
misma, revela su deseo de revivirla, de transformarla, de examinar sus variantes y
alternativas. Por lo tanto, es necesario experimentar. Puede ocurrir que la primera
improvisación se revele demasiado frágil, sin fuerza, sin interés.
En este caso, es necesario rehacerlo para que los demás participantes puedan intervenir
posteriormente y para que el el propio protagonista puede recargar su deseo de
transformar la escena y arriesgar otras alternativas. Observemos que si nos encontramos
ante un conflicto demasiado débil o poco interesante, nuestra creatividad no podrá ser
estimulada. Sería como si estuviéramos viendo un combate de boxeo en el que uno de
los boxeadores entrara en el ring cojeando, apoyándose en muletas. Evidentemente, una
competición de este tipo no despertaría nuestro interés, ya que su final sería previsible
incluso antes de dar el primer golpe.
Lo mismo ocurre con el teatro, con la improvisación. El protagonista debe tener una
oportunidad de ganar. Si, por el contrario, el protagonista está inexorablemente
condenado al fracaso, por su debilidad innata o por la extrema disparidad de las fuerzas
en conflicto, no seamos masoquistas: no trabajemos teatralmente una escena que
seguramente nos llevará a la desesperación.
El modo de parar y pensar es una técnica de repetición que vengo utilizando desde hace
varios años durante los ensayos de espectáculos del llamado teatro normal. Se basa en el
hecho de que, al igual que no podemos impedir que nuestro corazón lata y nuestros
pulmones respiren, no podemos impedir que nuestro cerebro piense.
Una palabra ocupa tiempo y espacio. Se necesita cierto tiempo para pronunciar una
palabra, incluso cuando se hace mentalmente, con la boca cerrada.
A veces nos basta una fracción de segundo para tener una idea: "¡Tengo una idea!". - y
ahí está, entera, completa, ramificada y compleja. Sin embargo, si nos pidieran que
expusiéramos esta idea que nos llegó como un rayo, necesitaríamos mucho tiempo para
explicarla. El pensamiento vuela con la velocidad de la luz, pero su enunciación, su
articulación en palabras comprensibles para el interlocutor viaja, a su vez, en un carro de
bueyes. Así, pensamos en la luz y hablamos de la materia.
En esto, gran parte de la luz queda desprovista de carne, casi nada de lo que pensamos
se expresa. Esta forma es relativamente sencilla: una vez que la improvisación está en
marcha, el director dirá "¡Para!" cada vez que sospeche que un gesto encubre cosas
ocultas. Los actores deben entonces congelar sus movimientos.
Si uno de ellos está caminando y su pie está en el aire, debe dejarlo en el aire. Si otro
extiende la mano a un tercero y sus manos aún no se han tocado, no deben hacerlo. Si el
"¡Alto!" sorprende a un actor mirando lo mismo que quería evitar, debe asumir la
mirada. Y todo permanecerá inmóvil. El director dirá entonces: "¡Piensa!" Todavía
inmóviles, sin ningún tipo de censura o autocensura, todos deben hablar, hablar todo,
hablar sin parar, transformar en palabras todos los pensamientos que les vengan a la
mente. Sin censura y sin autocensura, deben permitir que su cuerpo piense, que piense
en su posición en el espacio y también en relación con otros cuerpos, otras personas y
objetos. Al cabo de un rato, el director dirá: "¡Acción!" y los actores reanudarán la
improvisación desde el punto en que se interrumpió.
A veces una escena se vuelve demasiado violenta. En este caso, los actores que lo
interpretan tienden a ser menos creativos, a no improvisar más profundamente, a
gastar toda su energía en gritos y fuerza física, en tensiones y tensiones sólo
musculares. Entonces es aconsejable que el director proponga la vía suave y gentil:
después de unos minutos de una improvisación normal pero violenta -no hay que
olvidar que la violencia puede servir para "cargar" a los actores-,
el director pide a los actores, durante el resto de la improvisación, que hablen lo más
bajo posible, con una voz apenas audible, de forma lenta pero clara.
Sus movimientos también deben ser muy lentos: deben moverse a cámara lenta. Al
hablar en voz tan baja y moverse tan lentamente, los actores adquieren un mayor
poder de autoobservación, se convierten en espectadores más atentos en relación con
ellos mismos y sus acciones. Debido a la lentitud, cada gesto parece amplificado; a
través de su tono secreto, las palabras revelan su verdadero contenido. El modo suave
y liso se puede utilizar en el proceso de trabajo de cualquier técnica de Teatro del
Oprimido, sobre todo después del uso del modo normal, si este último
También es una parte integral de la técnica. Es; también, una parte integral de la
técnica que desarrollaremos más adelante (Imagen del antagonista). Es una modalidad
a la que suelo recurrir durante los ensayos de las representaciones teatrales
convencionales; hace aflorar la sensibilidad de los actores y les permite percibir con
mayor agudeza sus relaciones con los demás personajes.
En una sesión de Teatro Foro, el espectador tiene derecho a interrumpir la acción para
experimentar su alternativa. Para ello, necesita tiempo. Hay que darle todo el tiempo
que necesite y garantizarle toda la tranquilidad para que pueda aplicar su táctica o
estrategia de la mejor manera posible. Se trata de comprobar a fondo cada una de las
alternativas.
Sin embargo, es posible que, en el proceso de trabajo de El arco iris del deseo, el foro
no se utilice para el análisis detallado de cada intervención, sino para proporcionar al
protagonista una paleta de posibilidades, aunque sólo sean enunciadas, anunciadas o
anticipadas.
En el Teatro del Foro propiamente dicho, donde lo que importa es poder analizar la
situación propuesta, poder estudiarla objetivamente, es necesario que cada
intervención se haga con toda libertad y con toda seguridad. Pero ocurre que, en el
caso de El arco iris del deseo, si la situación en sí misma es importante, el protagonista
lo será aún más que la situación. No se trata de verificar "qué podríamos hacer en tal
situación", sino "qué puede hacer el protagonista en tal situación, y si es capaz de
hacerlo".
Cada uno dispondrá de un tiempo muy breve, uno o dos minutos como máximo, para
probar, de forma condensada pero intensa, su alternativa. El director limitará, según su
criterio, el tiempo asignado a cada uno y enviará a otra persona al escenario que ocupará
el lugar del anterior sin que por ello se detenga la improvisación. Esto significa que el
antagonista continuará su acción hasta que el último actor haya intentado su propuesta
o hasta que el verdadero protagonista vuelva a ocupar su lugar.
el MODO "AGORA
El modo âgora comprueba las fuerzas que actúan en el interior del protagonista, durante
sus momentos de reposo; no las fuerzas que actúan durante la acción propiamente dicha
-acción de conflicto en relación con otros personajes- sino las que actúan cuando está en
conflicto consigo mismo, cuando se opone. En la medida de lo posible, siempre que
utilicemos una técnica que analice y descomponga de forma general los elementos de la
voluntad o el deseo del protagonista, como ocurre en la técnica específica denominada el
arco iris del deseo, es deseable concluir por el modo âgora. Consiste en que el
protagonista abandone el escenario y pida a los demás personajes que dialoguen con él.
El modo ágora también puede utilizarse cuando hay varios antagonistas. En ese caso, el
protagonista quedará excluido y serán los antagonistas los que entren en conflicto, se
alíen, creen nuevas estructuras.
EL MODO "JUSTO"
La gran ventaja de la modalidad de feria es que libera a los actores de la excesiva presión
que ejerce el público, ya que, aunque sea considerado como un grupo de espect-actores,
tiene una presencia física. Los actores corren el riesgo de ponerse tensos cuando el
público les está observando, cuando la totalidad de la audiencia se concentra en
observar la misma acción. Podemos entonces apelar al modo justo : varias
improvisaciones se presentan simultáneamente, lo que permite a los actores
concentrarse exclusivamente en la que están participando. La confusión que reina en una
sala tiene efectos estimulantes y exacerba la creatividad de cada actor.
A veces, la multiplicación de movimientos y sonidos ayuda a la concentración en lugar de
dificultarla. Para el actor, concentrarse no significa situarse en un estado cercano al
nirvana, en un estado de vacío.
Para él, concentrarse significa dotarse de la capacidad de dirigir intensamente su
atención y percepción hacia aquello que realmente le interesa y con lo que entra en
contacto, establece una relación. Si ese "ello" es otro actor, concentrarse significa
establecer una intensa interrelación con él, hablar y escuchar, ver y ser visto, dar y
recibir.
Cuando observamos una escena, una situación, fuera del momento fugaz en el que se
desarrolla, es posible que no podamos entender lo que realmente quiere el protagonista,
hecho que puede impedirnos ayudarle, imaginar -y proporcionarle- alternativas. El modo
de los tres deseos puede desbloquear la situación. El director impone la transformación
de la escena en una imagen fija, concede al protagonista el derecho a pedir tres deseos, y
dirá: "¡Primer deseo ahora!" Diez segundos después: "¡Para!" Y así, tres veces.
El protagonista tendrá derecho a modificar sustancialmente la imagen de la escena a
cada deseo, sin que los actores le obstaculicen o ayuden. El protagonista deberá realizar
por sí mismo todas las modificaciones requeridas o deseadas por él. En esta modalidad,
el propio protagonista esculpe sus deseos manipulando la imagen, modificándola
físicamente y, en el proceso, modificándose a sí mismo. A veces, después de la primera
serie de tres deseos, propongo al protagonista otros tres deseos; y luego, tres más.
Ocurre algo bastante curioso: casi siempre el protagonista se cansa de desear, u opta por
detenerse al tercer o cuarto deseo, revelando así que su El deseo consistía, sobre todo,
en eliminar lo que no deseaba, en suprimir lo que le estorbaba, sin por ello desear crear
algo nuevo.
A menudo, al final de la técnica, le propongo que pida un último deseo y le dejo todo el
tiempo que necesite para llegar hasta el final. Por lo general, responde: "Eso lleva
demasiado tiempo", como si el ser humano no estuviera preparado para realizar sus
deseos, sino como mucho para desearlos. Como si fuera mejor no realizar el primer
deseo, pues el segundo, el tercero y el último vienen después. Sin embargo, nuestra vida
está permanentemente marcada por el deseo, por el querer, por la necesidad, incluso
cuando nuestro único deseo es desear...
EL MODO "DECÁLOGO"
Este modo consiste en separar el monólogo interno del diálogo externo y el deseo en
acción. El primer paso es pedir a los actores de la imagen que verbalicen sus
pensamientos durante unos minutos, manteniendo la imagen quieta y rígida. En una
segunda fase, se les pedirá que dialoguen, permaneciendo lo más quietos posible. Por
último, en una tercera fase, tratarán de mostrar, mediante una acción física silenciosa,
sus deseos, convertidos así en realidad: la imagen en movimiento.
Esta técnica es especialmente útil cuando una escena parece depender demasiado de las
palabras, en detrimento de la acción o la expresión corporal; en estos casos, a veces
parece que la escena puede elaborarse como una radionovela. En la actuación para
sordos, los actores retoman la improvisación de una escena, buscando esta vez que sea
lo más clara posible para los espectadores como si fueran realmente sordos. Los gestos
serán así más significativos, más densos, más fuertes. Sin la ayuda de las palabras, los
actores se aplicarán para hacerse entender a través de sus cuerpos, sus movimientos los
movimientos, los objetos que utilizan, la duración de sus acciones... en resumen, a través
de sus sentidos, todo lo que, antes, se traducía en palabras. Cuando no podemos
verbalizar algo, es nuestro cuerpo el que empieza a hablar. (Fin de la cita)
Tomamos como punto de partida algunas páginas del libro Arco Iris del Deseo para
facilitar el contacto con esta metodología, que tiene sus propias nomenclaturas como
hemos visto hasta ahora.
Los modos sirven para orientar las acciones, técnicas y actividades desarrolladas en el
método. Dirigen la mirada de la persona facilitando la sensibilización del problema que
pueda estar en cuestión en las improvisaciones y ayudan a reconducirlo si es necesario,
recurriendo a técnicas que están en el abanico de posibilidades del Arco Iris del Deseo.
(extraído y traducido del libro Arco íris do desejo Ed. Civilização Brasileira, 1996 (páginas
87 y 88)
El trabajo con un nuevo grupo debe comenzar con esta técnica. La imagen de las
imágenes también puede utilizarse para las evaluaciones periódicas de un grupo.
Relaciona los problemas individuales y singulares con los problemas colectivos que
experimenta el grupo. Los participantes forman grupos de cuatro o cinco personas. Cada
uno de los participantes en estos grupos debe, en un breve periodo de tiempo, imaginar
una opresión actual (que sigue actuando en la actualidad, o que podría volver a
manifestarse). Esta imagen puede ser realista o surrealista, puede ser simbólica o
metafórica. Lo único que importa es que sea verdad, que sea sentida como tal por el
protagonista.
El protagonista esculpe la imagen y luego ocupa su lugar en ella, es decir, asume su
posición de oprimido. Está prohibido hablar durante la construcción de la imagen.
Para que los demás le entiendan, el protagonista puede utilizar el lenguaje del espejo,
produciendo él mismo el gesto y la expresión del rostro que quiere ver reproducido, o
bien el lenguaje del modelado, tocando al actor con sus propias manos, como haría un
escultor con una estatua. La interdicción de la palabra es necesaria para que todos los
participantes puedan ver realmente la imagen. La imagen es un lenguaje; si se habla,
todas sus posibles interpretaciones se reducirán a una, y se destruirá la polisemia de la
imagen. Sin embargo, es precisamente en esta polisemia donde reside la riqueza de esta
lengua.
Segunda etapa:
el desfile de imágenes En una segunda etapa, todo el grupo mayor se reúne c cada
pequeño grupo entra en escena, en el espacio estético, de uno en uno. Allí vuelven a
representar, delante de todos, cada una de las imágenes. Para cada imagen, el director
pide al grupo que la observa que haga comentarios objetivos. También pueden
expresarse comentarios subjetivos, pero el director debe subrayar que sólo se trata de
percepciones individuales que no deben interpretarse. Si en la imagen presentada una
persona está sentada o de pie, se trata de un hecho objetivo, que puede ser percibido de
diferentes maneras subjetivas.
Por ello, el director debe diferenciar entre observaciones como "veo esto o aquello" (que
todo el mundo puede ver) y aquellas como "esto me da la impresión de . .", "me parece
que así, una por una, deben desfilar todas las imágenes
todo el grupo. En este punto, el director hará hincapié en los puntos comunes entre las
diferentes imágenes. Si el grupo es más o menos homogéneo, es muy probable que
muchos gestos, posturas y relaciones físicas sean similares.
A continuación, el director propondrá al grupo formar con todas estas imágenes una
única imagen, que contendrá los elementos esenciales de ésta. Para ayudar, se puede
empezar con la imagen del principal oprimido, el escultor. Los participantes deben, uno
por uno, presentar sus imágenes de los oprimidos, utilizando sus propios cuerpos. Los
participantes elegirán el más representativo del grupo, el más completo, no el "mejor",
"el más bonito", sino el más consensuado. Dos imágenes pueden ser igualmente
representativas, ofreciendo dos caras, dos características, ambas esenciales, del principal
oprimido. En ese caso, se pueden construir dos grupos de imágenes. Luego, alrededor de
la imagen central (la imagen del oprimido) se construirán, una a una, las demás
imágenes, que se relacionarán con la imagen central y que completarán el cuadro
retomando los elementos importantes del conjunto de imágenes individuales.
Para dinamizar las imágenes, el director debe verificar el grado de interrelación actor-
imagen:
1. ¿se identifican todos los participantes con las imágenes que representan? Los que
respondan afirmativamente permanecerán en esas imágenes. A continuación, el director
preguntará a los demás participantes si hay alguno que se identifique con las imágenes
restantes, es decir, con las que no se identificaron los actores que las representaron. Si
hay respuestas positivas, esos participantes sustituirán a los primeros.
2. 2 Si, a pesar de ello, quedan imágenes con las que ninguno de los participantes se
identifica, el director les pregunta si reconocen esas imágenes o personajes.
Durante unos tres minutos (el tiempo que se establezca dependerá de la creatividad del
grupo), todos los actores de la imagen deben decir, sin interrupción, lo que sus
personajes están pensando en ese momento. Los actores, todavía, dirán todo lo que se
les ocurra, no como actores, sino como personajes; es decir, todo lo que esté relacionado
con la situación de los personajes que animan y no con la situación teatral que ellos -los
actores- están viviendo. Esta conversación ininterrumpida puede ser extremadamente
difícil. Es necesario advertir a los actores de esta dificultad para estimularlos. En general,
después de un comienzo difícil, los actores se acostumbran y ocurre que, agotados los
tres minutos, muchos de ellos siguen teniendo ganas de continuar. Esta etapa nutre
enormemente las imágenes.
Segunda dinamización: el diálogo
Durante aproximadamente tres minutos más, los actores, siempre inmóviles, podrán
dialogar. Al no poder moverse, si un actor quiere hablar con otro que no puede ver, o si
quiere combinar una acción con él, tendrá que encontrar la manera -siempre inmóvil- de
afrontar esta dificultad.
LA PRÁCTICA
La amenaza de Alzira
En Río de Janeiro, en septiembre de 1988, aplicamos esta técnica con un grupo de unas
veinte personas. Llegamos a una imagen colectiva en la que el principal oprimido estaba
en el centro, sentado en el suelo, por lo tanto incapaz de caminar, con las manos juntas
entre las piernas, por lo tanto incapaz de usarlas para defenderse o atacar. Sus ojos se
fijan en el suelo, por lo que no ve nada más que el suelo, y nada de lo que ocurre a su
alrededor. Estos tres elementos se encuentran muy a menudo en las imágenes de los
principales oprimidos: pies que no caminan, manos que no pueden agarrar nada, ojos
que no ven. De este modo, todas las imágenes construidas en torno a esta persona
oprimida son imágenes que él percibe. Alrededor de esta figura central, los participantes
han creado un verdadero muro de estatuas:
I Alguien señala con el dedo al principal oprimido, cargándolo de frente. 2 Alguien se
aleja o al menos mira en otra dirección.
3 Dos personas se abrazan tiernamente, ajenas a lo que les ocurre a los demás. 4 Una
persona se sitúa detrás del principal oprimido, con las manos apoyadas en la cabeza,
como si quisiera empujarle hacia abajo.
5 Otro, más lejos, le da una patada, pero sin tocarlo.
6 Hay una figura autorizada, que parece estar dando un discurso.
7 Una mujer, personificada por Alzira, en la actitud de quien quiere irse, su rostro
desesperado y amenazante.
Estas fueron las imágenes que más sensibilizaron al grupo y que, de forma similar,
encontraron mayor presencia entre las imágenes individuales. Para el grupo, la figura I,
con el dedo señalador, y la figura 6 eran las más irritantes y las más repugnantes;
representaban a los opresores más feroces. Las figuras 4 y 5, aunque fueron
aparentemente los más violentos, fueron percibidos como agresivos, pero no realmente
como opresivos. No habían sido interiorizados por los oprimidos y el miedo que
provocaban era sólo físico. Las figuras 2 y 3 produjeron sufrimiento porque, en realidad,
se dieron cuenta de lo que los oprimidos del grupo querían, pero no tuvieron el valor de
hacer: irse y amar. Estas dos figuras representaban simultáneamente sus deseos y sus
lagunas. Finalmente, fue con la última imagen, la de Alzira, la que quería irse pero se
quedó, la que estaba desesperada pero amenazante, con la que se identificaron la
mayoría de los participantes. Se identificaban más con Alzira que con los principales
oprimidos, a los que sin embargo reconocían como ellos mismos:
"Somos así: tenemos piernas y no caminamos, manos y no sostenemos nada, ojos c no
vemos nada".
Sin embargo, Alzira los conmovió más profundamente. Hemos seguido las tres etapas de
la dinamización. En el monólogo interno, el actor que animaba la imagen del oprimido
presentaba muchas dificultades para pensar en algo distinto al "no": "No quiero, no iré,
no puedo, no debo":
"Debo asustarlo porque si siente miedo, me obedecerá".
2 Pensamientos sobre el futuro: otro trabajo, otro país, amigos, una nueva vida.
3 Pensamientos de amor.
4 "Oh, si pudiera sentarme en su cabeza". 5 Pensamientos de violencia física.
6 Autocontemplación narcisista.
- Me señaló con el dedo, más amenazante que nunca. 2 Salió de la habitación, se alejó.
- 3 Rodado en el suelo.
- 6 Se subió a una mesa, como si quisiera despegar, volar, planear por encima de todo y
de todos, en lo alto del cielo, desde donde podía ver todo y podía asegurarse, así
- con sus propios ojos, de su omnipresencia. ¿Y Alzira? Pues bien, Alzira hacía gestos que
expresaban su amenaza de irse, que revelaban su deseo de hacerlo... pero era incapaz
de dar un paso en ninguna dirección, atascada en una inmovilidad física que entraba
en total contradicción con sus amenazas. Una vez terminada la dinamización, pregunté
a Alzira:
- No estoy de acuerdo:
- - Por el contrario, el intento de suicidio fue un éxito. Si estamos de acuerdo con todo
lo que hemos dicho hasta ahora, si estamos de acuerdo con la comprensión de lo que
hemos visto hoy, debemos reconocer que el intento de suicidio no quería ser un
suicidio: era un intento. Elegiste una píldora que quizás no era demasiado fuerte,
tragaste algunas, pero quizás no demasiadas; todo esto fue suficiente para caracterizar
el intento, pero no lo suficiente para poner realmente tu vida en peligro. Y consiguió lo
que quería: que su marido volviera a tener miedo de sus amenazas. ¿No es así?
- Se puso morado de miedo. el riesgo que corres con los intentos de suicidio "exitosos" es
tu incertidumbre.
¿Cuál es el número suficiente de pastillas? ¿Cuál sería la píldora fatal? (Creo que lo mejor
de tal intento es no entenderlo).
El intento de suicidio, o la amenaza de irse, caracteriza un mecanismo psicológico
bastante común; una persona ama una situación y la odia al mismo tiempo; se complace
en el dolor, se complace en su dolor. Y, en este caso, siempre le resulta difícil abandonar
la situación que le causa sufrimiento, porque para él es también una fuente de placer.
Percibimos con nuestros propios ojos que cada imagen se autoobservaba, se complacía
en sí misma, se limitaba a sí misma. En este grupo sintético, como en los primeros
grupos, en esta imagen de imágenes, como en las imágenes iniciales, no había una
verdadera estructura: todas las estatuas estaban yuxtapuestas y no dialogaban entre
sí. Era una gran imagen de muchas soledades. Fin de la cita del libro Arco íris do
desejo.
Como podemos ver, muy bien ilustrado por el discurso de Boal y la descripción de una
de las técnicas, la metodología del Arco Iris del Deseo se da de manera colectiva,
donde si bien el foco son las opresiones subjetivas y los "carceleros" mentales, es en lo
colectivo, en la alianza comunitaria que se da el fenómeno catártico.
La catarsis en el Teatro del Oprimido y en su ramificación terapéutica, sucede
destruyendo bloqueos dañinos a la persona que decide entrar en escena e intervenir.
La persona actúa según una imagen real, reverberando y aportando sentido a sí
misma, a través de una acción. La palabra catarsis, del griego, significa purificación y
limpieza y aunque hay otros métodos para llegar a un proceso catártico, el método de
Boal se asemeja a otras posibilidades, como el Psicodrama, por ejemplo, donde a partir
de la acción vivida en el cuerpo, la persona o el grupo se purifica de elementos que lo
ponen en desequilibrio interno, emocional y mental.
La práctica del Arco Iris del Deseo, el método de Teatro y Terapia de Boal, dentro del
amplio abanico de posibilidades que es el Teatro del Oprimido, fue fuertemente
desarrollado por él, en muchos contextos psiquiátricos y terapéuticos, demostrando
una gran eficacia en lo que consiste, en la mejora de la relación y comunicación entre
aquellos sujetos con variaciones psicológicas o sufrimientos psíquicos intensos.
Referencia bibliográfica:
BOAL, AUGUSTO: EL ARCO IRIS DEL DESEO - MÉTODO BOAL DE TEATRO Y TERAPIA. ED.