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Por Santiago Giordano

Con una versión “de concierto” --es decir, sin puesta en escena-- de Anna Bolena continua
desde el viernes la temporada de ópera del Teatro Colón. Con la dirección musical del vasco
Iñaki Encina, al frente de la Orquesta Estable y el Coro estable del Teatro Colón, la obra de
Gaetano Donizetti completará su ciclo de cuatro funciones el viernes 23, martes 27 y jueves 29,
a las 20, y el domingo 25 a las 17.

La Anna Bolena de Donizetti, que no se representa en el Colón desde 1970, es una ópera con
arias vistosas arias, sí, pero también con un andamiaje dramático cabal. El libreto de Felice
Romani tiene verdadera profundidad narrativa y le permitió al compositor llegar por primera
vez en su producción a un lenguaje dramático maduro, capaz de imponerse a través de su
valor expresivo, más allá de la alternancia de fórmulas melodramáticas tradicionales. El
resultado es una ópera en principio larga y articulada, con numerosos personajes, que a
través de un realismo que nunca termina de cumplirse del todo se sirve también de parciales
aires góticos para contar una historia de afanes amorosos e incontinencia decimonónica, con
traición, lubricidad, desprecio y la cuota de locura necesaria para no necesitar un final feliz.

Queda esperar que los cortes necesarios para darle dimensión “de concierto” a esta nueva
producción del Colón sean benévolos con el espíritu de una obra en la que el compositor tuvo
que volver varias veces sobre la partitura para minimizar las naturales e inevitables cesuras,
entre el tejido narrativo de los recitativos y el momento lírico-contemplativo de las piezas
cerradas. En esta ópera además el compositor ensaya la idea de buscar mayor coherencia y
cohesión dramatúrgica mediante el uso de motivos recurrentes.

En esta versión, la rusa Olga Peretyatko tendrá a su cargo el papel protagónico. El barítono
bergamasco Alex Espósito será Enrique VIII. La triestina Daniela Barcellona asumirá el rol de
Giovanna Seymour. El tenor vasco Xavier Anduaga encarnará a Lord Riccardo Percy. La
mezzosoprano rosarina Florencia Machado será Smeton. El bajo Christian De Marco debutará
el papel de Lord Rocherford y el tenor Santiago Vidal hará lo propio con el rol de Harvey. Se
trata sin dudas de un elenco que despierta grandes expectativas y que de alguna manera
podría justificar la poco explicable idea –al menos desde el punto de vista artístico– de poner
un título como Anna Bolena en versión “de concierto”. La producción, de todos modos, prevé
algunos recaudos visuales a cargo de Marina Mora y Gabriel Caputo, la iluminación de Rubén
Conde y vestuarios de Mercedes Nastri.

La historia

Cuando a mediados de 1830 Gaetano Donizetti firmó el contrato con el Teatro Cárcano de
Milán para componer una ópera seria que se estrenaría a fines de ese año en la apertura de la
temporada de carnaval, era reconocido casi exclusivamente como compositor de ópera
cómica, cosa que por entonces, si no eras Rossini, representaba un rango menor. Sin embargo,
la oferta de volver a una plaza exigente como Milán, donde ocho años antes había hecho un
“sapo” clamoroso en La Scala con Chiara e Serafina –una ópera semiseria, también con libreto
de Romani– resultaba una inmejorable oportunidad de reivindicación para el compositor, que
en tanto se había asegurado la participación de Giuditta Pasta, la gran soprano rossiniana, y el
hoy legendario tenor Giovanni Battista Rubini.

Así fue que apenas tuvo el libreto a disposición, Donizetti aceptó la invitación de la misma
Pasta para terminar la partitura en Blevio, una localidad a orillas de lago de Como, cerca de
Milán. Con la soprano como consejera, que según cuentan entre otras cosas le dio la idea de
reutilizar una cabaletta de Enrico di Borgogna para la estremecedora aria final de Anna “Al
dolce Guidami castel natío”, el compositor completó la ópera en pocas semanas. Nunca como
en Anna Bolena Donizetti había prestado tanta atención a la escritura vocal: la búsqueda del
detalle expresivo y la posibilidad de concordar con las necesidades de la protagonista dio
óptimos resultados. Por otro lado, los concertati cobran particular importancia en la economía
de una trama que no reserva un aria para Enrique VIII. El de las escenas colectivas es un
terreno en el que Donizetti siempre se movió con soltura, en este caso afinando su
sensibilidad para mediar entre la regularidad que impone la construcción formal y la necesidad
de un canto expresivo, especialmente en las partes dominadas por la calidez y humanidad de
los protagonistas.

El estreno de Anna Bolena, el 26 de diciembre de 1830, fue un éxito: aplaudieron los leales y
los más intransigentes y hostiles no silbaron. Fue suficiente para acreditar a Donizetti entre los
compositores del momento, junto a Mercadante, Pacini y el temido Bellini.

Superada la prueba de Milán, Anna Bolena se representó enseguida en las principales ciudades
del norte de Italia y sobre todo en Londres y París, capitales culturales que daban la verdadera
dimensión de lo que desde Italia se entendía como éxito. Años después, la dinámica de la
novedad que regía el mercado de la ópera la confinó en el olvido. Recién la reposición de
1957 en la Scala, protagonizada por María Callas, con la dirección musical de Gianandrea
Gavazzeni y la puesta en escena de Luchino Visconti, la reincorporó, de ahí para siempre, al
repertorio.

Con Anna Bolena, Donizetti inaugura una etapa fundamental en la evolución de su estilo, que
ahora sí gana un amplio margen de autonomía respecto de la tradición rossiniana. Con la
búsqueda del detalle musical para sostener la sutil y compleja psicología de los
protagonistas, el compositor llega a su madurez y abre las puertas de la tradición romántica
trazando una línea que encontrará su apoteosis algunos años después con Lucia di
Lammermoor.

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