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CULTURA
El hombre está condenado a conocer la realidad no directamente sino a través de ese rodeo que son
las palabras que lo interpretan. Todas las personas sin excepción poseen por fuerza una interpretación
del mundo. Interpretar lingüísticamente es ya un quehacer genuinamente filosófico. En este sentido,
todas las mujeres y todos los hombres del planeta son filósofos y no pueden dejar de serlo sin dimitir
de su condición humana. La filosofía es un “universal antropológico”, lo que quiere decir que -como el
amor, la mortalidad o el arte- encontraremos filosofía siempre que nos hallemos ante lo humano
dotado de los rasgos que lo hacen identificable precisamente como humano.
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interpretación del mundo muchas veces inconsciente y heredada adherida al lenguaje natural cuyo
uso cotidiano compartimos con los demás miembros de la misma comunidad, sino como esa visión
del mundo hiperconsciente y personal contenida en las obras literarias compuestas por unos
escritores llamados filósofos. La filosofía en esta segunda forma y manifestación ya no es universal
sino achaque de unos pocos. Quienes escriben estas obras constituyen una minoría social porque, de
hecho, sólo un pequeño número de personas en cada época caen presos de una vocación literaria tan
específica. Esta vocación implica, primero, una visio de la totalidad del mundo, donde los fragmentos
de la experiencia común, aparentemente absurdos, se ensamblan en un cuadro general completado
por la imaginación adquiriendo dentro de él una cierta razón de ser; y en segundo lugar, una missio
que apremia por encerrar esa visión primera en un sistema ordenado de conceptos, literariamente
expuesto.
Otras disciplinas se ocupan de regiones particulares de la realidad mientras que sólo la filosofía está
llamada a hacerse cargo del todo de ella. Y eso tanto en su aspecto metafísico como en el pragmático.
En el metafísico, la filosofía interroga sobre el “ser” general (aquello que hace inteligible al mundo y a
los entes particulares que lo componen). En el pragmático, no se preocupa tanto de lo que es –el
cometido de las ciencias- como de lo que debe-ser y propone un ideal prescriptivo: de conocimiento,
de verdad, de justicia, de belleza, en suma, un ideal de lo humano. Podríamos decir, en conclusión,
que la filosofía es una actividad intelectual esencialmente no-positivista y no-especializada, aunque,
por supuesto, no desdeña los resultados de la ciencia positiva y especializada cuando le convenga a
sus fines propios.
Y, ¿quién creará el diccionario de las palabras que tomarán en préstamo las generaciones futuras? Los
actuales fundadores del lenguaje: novelistas, poetas, dramaturgos y, con especial conciencia, los
filósofos. Auténtico escritor es, al final, quien logra hacerse dueño de un glosario propio y de un
puñado de metáforas eficaces. El filósofo de hoy suministra el vocabulario y la semántica que servirán
para construir las interpretaciones del futuro. En su mano está moldear la visión del ser y el ideal
moral de las generaciones venideras a fin de que su vida sea mejor y más propicia a la convivencia.
¿Cabe imaginar una responsabilidad superior a ésta?
Cuando a veces me preguntan para qué sirve la filosofía, como si su mismo estatus estuviera
cuestionado por los apremios de esa clase de necesidades serias que satisface el dinero, suelo
responder invirtiendo los términos. Lo único verdaderamente importante es la filosofía. Porque el
dinero satisface los deseos humanos pero es la filosofía la que los moldea.
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