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BATALLA DE AYACUCHO.

LA BATALLA
A las 8 de la mañana, Monet, se adelantó a las posiciones patriotas y le propuso a Córdova que,
dado que en ambos ejércitos había jefes y oficiales ligados amistad o parentesco, “darse un abrazo
antes de rompernos la crisma”. Con la autorización de Sucre, los oficiales se saludaron
caballerosamente.

Croquis de la batalla de Ayacucho.

A. Posiciones realistas en la noche del 8 al 9

B. Maniobra preparatoria para el ataque realista

C. Marcha de los batallones al mando del coronel Rubín de Celis

D. Maniobra y ataque de la división Monet

E. Ataque de la vanguardia de Valdés sobre la casa ocupada por los independentistas

F. Carga de la caballería realista

M. Avance y dispersión de los batallones de Gerona parte de la reserva realista

K. Batallón Fernando VII, última reserva realista

El dispositivo organizado por los planes del general Canterac preveía sobre el mapa que en un
primer movimiento la división de vanguardia de Valdés, cruzara el río Pampas y en solitario
rodease el flanco del ejército enemigo, para fijar en el terreno a las unidades peruanas de la
izquierda de José La Mar. En una segunda fase, dejando solo en la trinchera al regimiento de
Fernando VII, el grueso del ejército realista, compuesto por las dos divisiones de Monet y
Villalobos, debía abandonar sus posiciones defensivas y descender en hileras desde el cerro
Condorcunca, y por su estrecho paso, formar en columnas de marcha para llegar a la llanura y
desplegarse en la pampa para cargar contra el grueso del enemigo, al que esperaba encontrar
desorganizado, en teoría. Quedarían en reserva los dos batallones Gerona dispuestos para una
eventualidad.

Sucre se dio cuenta inmediatamente de la arriesgada maniobra, que resultaba evidente en la


medida que los realistas se encontraban en una pendiente, imposibilitados de camuflar sus
movimientos durante el descenso del cerro. El coronel español Joaquín Rubín de Celis, que
mandaba el regimiento primero del Cuzco, seguido del Imperial, y que debía proteger el
emplazamiento de la artillería, la cual había descendido de forma anticipada y se encontraba
despiezada y cargada en sus mulas, interpretó defectuosamente órdenes directas de Canterac, y
se adelantó impetuosamente al llano, "se arrojó solo y del modo más temerario al ataque", donde
su unidad fue destrozada y él mismo muerto en el decisivo ataque de la caballería colombiana y la
división de Córdova, que seguidamente avanzan, en formaciones compactas de batalla por el
llano, hacia la base del cerro Condorcunca y que, con un fuego eficaz, empuja atrás a los dispersos
tiradores de la división de Villalobos, acabados de formar una Guerrilla y fusila las columnas que
descienden del cerro. La división de Córdova y la caballería de Colombia entonces son reforzadas
por el resto la caballería de Miller, los Húsares de Junín y Granaderos de los Andes, junto a la
legión peruana y el regimiento número uno del Perú. Todos juntos acribillan directamente a la
masa desorganizada que desciende de las montañas y que bajo el fuego trata de agruparse en
columnas para descender y formar infructuosamente su línea en el llano de la pampa. Fue en este
momento del ataque cuando el general José María Córdova pronunció su famosa frase "División,
armas a discreción, de frente, paso de vencedores". La artillería realista era capturada sin apenas
disparar seis tiros.

Carga de la caballería llanera venezolana en la batalla de Ayacucho.

El general Monet y su infantería, lo mismo que la caballería de Ferraz, bajan del cerro a pie, en
hileras, y trata de reagruparse en columnas bajo el fuego enemigo, para alcanzar el llano de la
pampa y formar la línea de batalla. Monet a la cabeza de su división cruzó el barranco, y ordenó a
sus batallones lanzarse sobre la división de Córdova. En columna cerrada recibían la lluvia de
metralla durante el descenso, y cuando apenas lograba formar uno de sus batallones en el llano,
este era aniquilado, y seguido de otro, relevado por el siguiente y así sucesivamente el Infante, el
Burgos y el Guías fueron destruidos por el ejército de Sucre. Durante estas acciones Monet fue
herido y tres de sus jefes muertos. Los dispersos arrastraron en su retirada a los restos la milicia de
Monet. La caballería realista al mando de Ferraz, que bajaba a pie el descenso, llevando de la brida
sus caballos, se reagruparon igualmente bajo la lluvia de balas con el propósito de formar en el
llano, pero uno tras o otro eran cargados por los escuadrones de caballería patriota, apoyados por
el vivo fuego de la infantería de Córdova, que causaron una enorme cantidad de bajas en los
jinetes de Ferraz, cuyos escasos sobrevivientes fueron obligados a volver grupas y retirarse del
llano.

En el otro extremo de la línea, la segunda división de José de La Mar, apoyada por el batallón
Vargas de la tercera división de Jacinto Lara, detuvieron la acometida de los veteranos de la
vanguardia de Valdés, que se habían lanzado a tomar la solitaria casa ocupada por algunas
compañías independentistas, las cuales fueron arrolladas y obligadas a retroceder, y
posteriormente serían reforzadas por la carga de los Húsares de Junín bajo la dirección de Miller
al que se sumaría luego la Legión peruana, que apoyaba a la división de Córdova.

El Virrey La Serna y demás oficiales intentaron restablecer la batalla y reorganizar a los dispersos
que huían y el mismo general Canterac dirigió la división de reserva, compuesta por ambos
batallones de Gerona, para descender a la llanura. Sin embargo los reclutados de los batallones
Gerona no eran los mismos que habían vencido en las batallas de Torata y Moquegua, pues
durante la rebelión de Olañeta habían perdido a casi todos sus veteranos e incluso a su antiguo
comandante Cayetano Ameller. Esta tropa fue atropellada por los restos de la caballería en
retirada y se dispersó antes de enfrentarse al enemigo, siguiéndole, luego de una débil resistencia,
el disminuido batallón Fernando VII que había quedado guardando la trinchera. A la una de la
tarde el virrey había sido herido y hecho prisionero junto a gran número de sus oficiales, y aunque
la división de Valdés seguía combatiendo en la derecha de su línea, la batalla estaba ganada para
los independentistas. Las bajas confesadas por Sucre fueron 370 muertos y 609 heridos mientras
que las realistas fueron estimadas en 1800 muertos y 700 heridos, lo que representa una elevada
mortandad en combate.
Denis Auguste Marie Raffet - Memorable y decisiva batalla de Ayacucho en el Perú. 1926

Con los diezmados restos de su división Valdés logró retirarse a las alturas de su retaguardia donde
se unió a 200 jinetes que se habían agrupado en torno al general Canterac y a algunos pocos
dispersos de las derrotadas divisiones realistas cuyos desmoralizados soldados en fuga llegaron
incluso a disparar contra los oficiales que intentaban reagruparlos. Con el grueso del ejército real
destruido, el mismo virrey en poder de los patriotas, y su enemigo Pedro Antonio Olañeta ocupó la
retaguardia, los jefes realistas optaron por la capitulación tras la batalla.

La capitulación de Ayacucho
"Don José Canterac, teniente general de los reales ejércitos de S. M. C., encargado del mando
superior del Perú por haber sido herido y prisionero en la batalla de este día el excelentísimo
señor virrey don José de La Serna, habiendo oído a los señores generales y jefes que se reunieron
después que, el ejército español, llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de
sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú, ha tenido que ceder
el campo a las tropas independientes; y debiendo conciliar a un tiempo el honor a los restos de
estas fuerzas, con la disminución de los males del país, he creído conveniente proponer y ajustar
con el señor general de división de la República de Colombia, Antonio José de Sucre, comandante
en jefe del ejército unido libertador del Perú".

Es el tratado firmado por el jefe de Estado Mayor realista, Canterac, y el general Sucre al concluir
la batalla de Ayacucho, el mismo 9 de diciembre de 1824. Sus principales consecuencias fueron
varias:

El ejército realista bajo el mando del virrey La Serna renunciaba a seguir la lucha.

La permanencia de los últimos soldados realistas en las fortalezas del Callao.

La República del Perú debió saldar la deuda económica y política a los países que contribuyeron
militarmente a su independencia.

Bolívar convocó desde Lima al Congreso de Panamá, el 7 de diciembre, para la unidad de los
nuevos países independientes. El proyecto fue ratificado únicamente por la Gran Colombia. Cuatro
años más tarde la Gran Colombia, a causa del deseo personal de muchos de sus generales y de la
ausencia de una visión unitaria, terminaría dividiéndose en las naciones que forman actualmente.

La ciudad de Cuzco, sería tomada por las tropas de Agustín Gamarra el 24 de diciembre.

Se rendían los tenientes generales, virrey José de la Serna y José de Canterac, mariscales
Gerónimo Valdés, José Carratalá, Juan Antonio Monet y Alejandro González Villalobos, brigadieres
Ramón Gómez de Bedoya, Valentín Ferraz, Andrés García Camba, Martín de Somocurcio, Fernando
Cacho, Miguel María Atero, Ignacio Landázuria, Antonio Vigil y Antonio Tur y Berrueta, 16
coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 mayores u otros oficiales y 2000 soldados.11
Teorías sobre la batalla de Ayacucho
Escudo honorífico otorgado a los oficiales que participaron en la Campaña de Perú en 1823-24.

La capitulación ha sido llamada por el historiador español Juan Carlos Losada como "la traición de
Ayacucho" y en su obra Batallas decisivas de la Historia de España (Ed. Aguilar, 2004), afirma que
el resultado de la batalla estaba pactado de antemano. El historiador señala a Juan Antonio Monet
como el encargado del acuerdo: “los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de
silencio y, por tanto, solo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos” (Pág.
254). Una capitulación sin batalla se habría juzgado indudablemente como traición. Los jefes
españoles, de ideas liberales, y acusados de pertenecer a la masonería al igual que otros líderes
militares independentistas, no siempre compartían las ideas del rey español Fernando VII, un
monarca firme sostenedor del absolutismo.

Por el contrario el comandante español Andrés García Camba refiere en sus memorias como, los
oficiales españoles apodados más tarde "ayacuchos", fueron injustamente acusados a su llegada a
España: "señores, con aquello se perdió masónicamente" se les dijo acusatoriamente, -"Aquello se
perdió, mi general, como se pierden las batallas", respondieron los veteranos de la batalla.

En contra de esta teoría masónica está el encarnizamiento de la batalla que se refleja en la elevada
mortalidad en la oficialidad y la tropa, en su mayoría indígenas peruanos, lo mismo que la
oficialidad española peninsular. Entre las bajas sufridas se contaron las de los coroneles Francisco
Cucalón, aragonés, jefe del Infante Don Carlos, Joaquín Rubín de Célis, leonés, jefe del primer
regimiento del Cuzco, Juan Lugo, del Burgos, los comandantes de batallón, Francisco Villabase, del
primer regimiento, Francisco Palomares, del primer batallón del Imperial Alejandro, y Francisco
Brisvela, ayudante del mariscal de campo Monet, muertos. Heridos de consideración o
gravemente, el teniente coronel José Fernández, del Húsares de Fernando VII, y los comandantes
Francisco López, del Dragones de la Unión, y del mismo estado mayor José Manriques y Luis
Raseti, y el mismo virrey José La Serna e Hinojosa.

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