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CAP. LA TRANSVERSALIDAD
La terapia institucional es un niño endeble, por lo que es conveniente seguir de cerca su desarrollo
y vigilar sus relaciones, pues está rodeada de malas compañías. La amenaza mortal que pesa sobre
ella no reside en una debilidad congénita, sino más bien en que todo tipo de facciones están al
acecho para arrebatarle su objeto específico.
Proclamamos en primer lugar que existe un objeto de la terapia institucional y que este tendrá que
ser defendido de todos los que intentan sacarla de la problemática social real. Esto implica, a la vez,
una toma de conciencia del nivel social en su más amplio sentido. En cierto modo, podemos
considerar que la carencia de una concepción unitaria en el movimiento psiquiátrico actual es el
reflejo de la segregación que persiste, bajo diferentes formas, entre el mundo de los locos y el resto
de la sociedad.
La subjetividad real de los estados modernos, sus verdaderos poderes de decisión, cualesquiera
sean los sueños anacrónicos de los defensores de la “legitimidad nacional”, no podrían identificarse
con una encarnación individual, como tampoco con la existencia de un pequeño estado mayor
esclarecido. Hasta ahora, este permanece inconsciente y ciego, sin esperanzas de que un Edipo
moderno pueda guiar sus pasos. Por cierto que la solución no está en confiar en una invocación y
una tentativa de rehabilitación de sus formas ancestrales, precisamente en razón de que la
experiencia freudiana nos lleva a plantearnos la cuestión, por una parte, de esta persistencia de la
angustia más allá de las modificaciones situacionales, y por otra, de los limites asignables a tal
proceso.
Lo que propondré ahora no tiene más que un carácter provisorio. Se trata de cierto número de
formulaciones que me han parecido útiles para precisar diferentes etapas de una práctica
institucional.
Los grupos con los que nos enfrentamos en la terapia institucional están ligados por una actividad
concreta, no tienen nada que ver con los que están cuestionados, generalmente, en las
investigaciones llamadas de dinámica de grupos. Vinculados a una institución, tienen de un modo u
otro una perspectiva, un punto de vista sobre el mundo, una “misión” que cumplir.
El grupo sujeto, o que tiene vocación de serlo, se esfuerza en influir sobre su conducta, intenta
elucidar su objeto y, en la ocasión, secreta los medios de esta elucidación. Schotte diría de este tipo
de grupo que es oído y oyente, y que por este hecho opera el desprendimiento de una
jerarquización de las estructuras que le permitirá abrirse hacia un más allá de los intereses del
grupo.
Esta distinción no es absoluta, no constituye sino una primera aproximación que nos permite
señalar el tipo de grupo con el cual nos enfrentamos en nuestra práctica. En realidad sirve como
dos polos de referencia; cualquier grupo, pero especialmente los grupos sujetos, tienden a oscilar
entre estas dos posiciones: la de una subjetividad que tiene vocación de tomar la palabra, y la de
una subjetividad alienada hasta perderse de vista en la alteridad social.
Esta referencia nos servirá de escudo para evitar que caigamos en el formalismo del análisis de los
roles, y nos llevara a plantear la cuestión del sentido de la participación del individuo en el grupo
en tanto que ser parlante y a cuestionar de este modo el mecanismo habitual de las descripciones
psicosociológicas y estructuralistas.
Hemos encontrado cómodo además distinguir, en el nivel de los grupos, los “contenidos
manifiestos” constituidos por lo que es dicho y hecho, por las actitudes de unos y otros, las
escisiones, la existencia de líderes, de candidatos a líderes, chivos emisarios, etc., y el “contenido
latente” que demanda ser descifrado a partir de una interpretación de las diversas rupturas de
sentido que surgen en el orden fenomenal. Definimos esta instancia latente como DESEO DE
GRUPO: la que tendría que estar articulada con un orden pulsional de Eros y de muerte especifico
del grupo.
Freud describía la existencia en las neurosis graves de una desintrincacion de las pulsiones
fundamentales, cuyo problema analítico consistía en llegar a una reinstrincacion susceptible de
hacer desaparecer, por ejemplo, una sintomatología sadomasoquista. La misma estructura de las
instituciones que no tienen otra corporeidad que imaginaria exige, para intentar tal operación, la
instalación de medios institucionales particulares, pero sin perder de vista que no podrían constituir
otra cosa que mediaciones simbólicas que se inclinan por esencial a deshilvanarse en efectos de
sentido. El objeto en juego no es el mismo que el que encontramos en la relación de transferencia
psicoanalítica. Los fenómenos de captura imaginaria no pueden ser comprendidos y articulados a
partir de la interpretación de un analista. El fantasma de grupo es por esencia simbólico. Su inercia
no conoce otra regulación que la remisión, repetida incansablemente, a las mismas impases
problemáticas.
Desde los primeros pasos por esta vida, surgirá una distinción primordial entre la desalienación de
grupo y su análisis. En efecto, el rol de un análisis de grupo no es idéntico al de una ordenación del
colectivo de inspiración más o menos psicosociológico o a la intervención de un ingeniero en
organización. El análisis de grupo se sitúa más acá y más allá de los problemas del ajustamiento de
roles, de transmisión de las informaciones, etc. Las cuestiones claves se plantean antes de la
cristalización de las constelaciones, de las repulsiones y atracciones, en el nivel de una creatividad
posible del grupo, aunque generalmente este se ahoga en sí mismo en la trama del sin-sentido que
se niega a asumir, prefiriendo el grupo consagrarse al balbuceo de sus “consignas”, obturando todo
acceso a una palabra verdadera, es decir articulable en las demás cadenas del discurso histórico,
científico, estético, etc.
En el hospital psiquiátrico tradicional, por ejemplo, existe un grupo dominante constituido por el
director, el ecónomo, los médicos, sus mujeres, etc., que forman una estructura opaca que impide
el surgimiento de una expresión del deseo de los conjuntos humanos constitutivos de la institución.
¿Dónde puede refugiarse ese deseo? En un primer momento, la interpretación deberá dejarse guiar
por los síntomas manifestados en el nivel de los diversos subconjuntos, soporte de las tareas
sociales clásicas, de la sedimentación de la chochera, de la agitación, de las segregaciones de todo
tipo, pero igualmente por otros signos como, por ejemplo, el alcoholismo, que padece tal grupo de
enfermeros, o la tontería difusa de tal otro grupo, tanto es así, según una fórmula de Lacan, que
esta también es expresión de una pasión.
El análisis de grupo no se propondrá por objetivo poner al día detrás de esta sintomatología una
verdad estática, sino de realizar las condiciones favorables en un modo particular de interpretación,
la que, al modo de Schotte consideraba las cosas, es idéntica a la transferencia. Transferencia e
interpretación constituyen un modo de intervención simbólico, pero no podrían ser el quehacer de
una persona o de un grupo que, para el caso, se hubiera bautizado de “analizador”. Se debe ir al
encuentro de la interpretación. Conviene, pues, liberar previamente a su escucha de todo prejuicio
psicológico, sociológico, pedagógico o incluso terapéutico. En tanto que el psiquiatra o el
enfermero poseen una parcela del poder, deben ser considerados responsables de la limitación de
las posibilidades de expresión de la subjetividad inconsciente de la institución. La transferencia
petrificada, mecánica insoluble, por ejemplo la que hacen los enfermeros y los enfermos sobre el
médico, la transferencia obligatoria, predeterminada, “territorializada” en un rol, un estereotipo
dado es peor que una resistencia al análisis, es una forma de interiorización de la represión
burguesa por el surgimiento repetitivo, arcaico y artificial de los fenómenos de casta con su cortejo
de fantasmas de grupo, fascinantes y reaccionarios.
- Una verticalidad como la que encontramos por ejemplo en las descripciones hechas por el
organigrama de una estructura piramidal (jefes, subjefes, etc.)
- Una horizontalidad como que se puede realizar en el patio del hospital, en el pabellón de los
furiosos, mejor aún en el de los chochos, donde las cosas y la gente se las arreglan como
pueden en la situación en que se encuentran.
Pongas en un corral cerrado algunos caballos con anteojeras regulables y digamos que el
“coeficiente de transversalidad” será justamente esa regulación de las anteojeras. Comprendemos
que a partir del momento en que los caballos estén completamente enceguecidos, un cierto modo
de choque traumático tendrá que producirse. A medida que se vayan abriendo las anteojeras
podemos imaginar que la circulación se realizara de una manera más armoniosa.
La transversalidad es una dimensión que pretende superar las dos impasses, la de una pura
verticalidad y la de una simple horizontalidad; tiende a realizarse cuando una comunicación máxima
se efectúa entre los diferentes niveles y sobre todo en los diferentes sentidos. Es el objeto mismo
de la investigación de un grupo-sujeto.
Tomemos el caso bastante raro, en el que existiera un fuerte coeficiente de transversalidad entre
los internos: al no tener estos por lo general ningún poder real sobre la institución, este fuerte
coeficiente permanecerá latente y no podrá repercutir más que sobre un área muy limitada. De
este estado de la transversalidad, podría decirse que su gran entropía institucional desemboca en la
absorción o en el enquistamiento, el hecho de que postulemos que uno o varios grupos poseen la
clave de la regulación de la transversalidad latente del conjunto de la institución no nos designa sin
embargo de que grupos se trata.
Hay que distinguir, pues, cuidadosamente el poder real del poder manifiesto. El problema de la
relación de fuerzas reales exige ser analizado: todo el mundo sabe que el estado no hace la ley en
sus miembros. Sucede igualmente que en un hospital psiquiátrico el poder de hecho escape a los
representantes patentados por la ley y se reparta entre diversos subgrupos. Parece eminentemente
deseable que los médicos y los enfermeros, a quienes corresponde en principio el cuidado de los
enfermos, se aseguren un contacto colectivo en la regulación de lo que, más allá de la legalidad
ordinaria, controla los factores susceptibles de modificar el ambiente, los intercambios, el modo de
funcionamiento real de la institución. Pero esto no podría ser instituido por una reforma; las
buenas intenciones en esta materia no garantizan ningún acceso a esta dimensión de la
transversalidad.
Para que la pregonada intención de los terapeutas tenga un alcance más que negador, es su ser
mismo, como ser del deseo, lo que debe estar interesado y cuestionado por la estructura
significante en la cual están confrontados. El sujeto de la institución, el sujeto efectivo, es decir
inconsciente, el que posee el poder real, no está dado de una vez por todas. Habrá que desalojarlo
en el momento que se dé una búsqueda analítica que implica a veces enormes rodeos que pueden
llevar no obstante a plantearse los problemas cruciales de nuestra época.
Si el análisis de una institución consiste en fijarse por tarea abrir está a la vocación de apoderarse
de la palabra, toda posibilidad de intervención creadora dependerá de la capacidad de sus
iniciadores de existir en el sitio donde “eso habrá podido hablar”, según el modo de ser marcado
por el significante del grupo, es decir asumir un cierto modo de castración. Esta excoriación , esta
barra, este freno de sus potencialidades imaginarias remite por cierto al análisis de esos objetos
que el freudismo descubrió como soporte de una asunción posible por el sujeto del orden
simbólico: seno, heces, pene, etc., todos elementos inseparables, al menos fantásticamente; pero
igualmente remite al análisis del papel desempeñado por el conjunto de los objetos transicionales
que están efectivamente articulados en la máquina de lavar, en la televisión, en una palabra en ¡la
“razón de ser” moderna!. Por otra parte, la colección de los objetos parciales, comenzando por la
imagen del cuerpo como soporte de la identificación en sí mismo, ¿acaso ella misma no es lanzada
cotidianamente al mercado, cotizada en la Bolsa oculta de los valores pseudoeroticos, estéticos,
deportivos…? La sociedad industrial se asegura así el control inconsciente de nuestro destino por la
exigencia, satisfactoria desde el punto de vista de la pulsión de muerte, de una desarticulación de
cada consumidor-productor, y de tal manera que en el límite de humanidad podría resolverse a
devenir un inmenso cuerpo destrozado vuelto a armar únicamente en el grado y en los lugares de
las exigencias del Dios económico supremo.
Es inútil, pues, forzar un síntoma social a ubicarse en el “orden de las cosas”, pues en última
instancia este es su verdadero soporte; lo recorre como las manifestaciones de un asesino a quien
se encierra en un cuarto donde no hay lavabo, cuando se lavaba las manos cien veces por día, y que
desplaza su sintomatología en el pánico y en una crisis de angustia insostenible.
Solo la puesta al día de un nivel más o menos grande de transversalidad permitirá que se
desencadene, durante un tiempo, un proceso analítico que ofrezca una real posibilidad a los
individuos de servirse del grupo al modo de un espejo. Entonces, el individuo manifestara al grupo y
a si mismo de una vez. Si es el grupo, en tanto que cadena de significantes pura quien lo aprueba,
podrá revelarse a sí mismo más allá de sus impasses imaginaras y neuróticas. Pero, si por el
contrario, descansa en un grupo profundamente alienado, fijado en su propia imaginería
deformante, el neurótico hallara la oportunidad de un reforzamiento de su narcisismo, mientras
que el psicótico podrá continuar consagrándose en silencio a sus sublimes pasiones universales.
Que sea posible a un individuo estar insertado en el grupo al modo de ser oído-oyente y tener
acceso por ello mismo al más allá del grupo que interpreta, más bien que de manifestarlo, tal es la
alternativa propuesta a la intervención analítica de grupo.
La transversalidad aparece como la exigencia de la demarcación inevitable de cada rol más bien que
como la comedia de la existencia, correlativa de la cosificación del grupo, que cada uno representa
para sí mismo y en los otros. Una vez instalado de modo durable por un grupo que posea una parte
del poder legal y del poder real, este principio de impugnación y de redefinición de los roles tiene
todas las posibilidades, si es aplicado en una perspectiva analítica, de repercutir en todos los otros
niveles.
Tal recomposición de los ideales del yo modifica los elementos de aprobación del superyó y permite
la puesta en circuito de un tipo de complejo de castración articulado con exigencias sociales
diferentes de las que los enfermos habían conocido precedentemente en sus relaciones familiares,
profesionales, etc. La aceptación de ser “cuestionado”, de ser desnudado por la palabra del otro, un
cierto estilo de impugnación recíproca, de humor, la eliminación de las prerrogativas de la
jerarquía, etc. Todo esto buscara fundar una nueva ley del grupo cuyos efectos “iniciáticos”
permitirán el surgimiento, digamos un semisurgimiento, de cierto número de signos
presentificantes de los aspectos trascendentales de la locura, que hasta entonces, habían
permanecido reprimidos. Los fantasmas de muerte, o bien de estallido del cuerpo, tan importantes
en la psicosis, podrán ser recobrados en un contexto de calor de grupo cuando hubiera podido
creerse que, por esencia, su destino era permanecer cativos de una neosociedad que tiene además
por misión exorcizarlos.
Dicho esto, no hay que perder tampoco de vista que, aun empedrada de buenas intenciones, la
acción terapéutica arriesga sin embargo, a cada instante, caer en la mitología entontecedora del
“nosotros”. Pero la experiencia demuestra que el surgimiento de las instancias pulsionales del
grupo constituye la mejor garantía contra este peligro. Estas interpelan a cada cual, los tratantes
como los tratados, para cuestionarlos sobre su ser y sobre su destino.
El grupo deviene entonces una escena ambigua, percibida en un doble plano, uno tranquilizante y
protector, velo en todo acceso a la trascendencia, generador de defensas obsesivas, de un modo de
alienación “ a pesar de todo reconfortante”, de eternidad improvisada, y el otro dejando aflorar
detrás de este reaseguramiento artificial la imagen más acabada de la finitud humana, toda
empresa mía esta desposeída en nombre de una instancia más implacable que mi propia muerte: la
de su captura por la existencia ajena, única garante de todo lo que puede llegar por la palabra. A
diferencia de lo que ocurre en el psicoanálisis llamado dual, aquí no subsiste ningún recurso
imaginario en el nivel de las dialécticas de los amos y los esclavos, lo que constituye, según me
parece, una superación posible del complejo de castración.
La transversalidad es el lugar del sujeto inconsciente del grupo, el más allá de las leyes objetivas
que la fundan, el soporte del deseo del grupo.
Esta dimensión no puede ser puesta de relieve sino en ciertos grupos que, deliberadamente o no,
intentan asumir el sentido de su praxis y de instaurarse como grupo-sujeto, poniéndose asi en
posición de tener que ser el agente de su propia muerte.
En oposición a esos grupos misioneros, los grupos sometidos reciben pasivamente sus
determinaciones del exterior y, con la ayuda de mecanismos de auto conservación, se protegen
mágicamente de un sin-sentido experimentado como externo. Hecho esto, rechazan toda
posibilidad de enriquecimiento dialectico fundado en la alteridad del grupo.
La incidencia del significante del grupo sobre el sujeto se experimenta, para este último, en el nivel
de un “umbral” de castración por el hecho de que en cada etapa de su historia simbólica el grupo
posee como propio un modo de exigencia respecto de los sujetos individuales que implica un
renunciamiento relativo de sus incitaciones pulsionales a “estar en grupo”.
Hay, o no, compatibilidad entre este deseo, este Eros de grupo y, las posibilidades concretas de
asunción para cada sujeto de tal experiencia , la que puede ser vivida según diversas modalidades
desde el sentimiento de rechazo, incluso de mutilación, hasta una aceptación de estilo iniciático
que puede desembocar en una recomposición irreversible de su personalidad. Este marcado por el
grupo no es de sentido único: da derechos, un poder, a los que lo han experimentado, pero, en
contrapartida, puede llevar a modificaciones en el nivel de tolerancia del grupo respecto de las
separaciones-tipos individuales, y arrastrar a crisis susceptibles de cuestionar el destino del grupo
en situaciones mistificadas.
El rol de analizador de grupo consistía en sacar a luz tales situaciones y llevar el conjunto del grupo
a no poder sustraerse de las verdades que encubren.
A pesar de una práctica efectiva de treinta años, la noción de intervención, que busca designar este
trayecto, sigue siendo vaga y ambigua. Además, la etimología nos introduce en principio en esta
equivocidad. Intervenir es venir entre, interponerse. Por esta razón, en el lenguaje corriente, esta
palabra es sinónimo de mediación, de intersección, de buenos oficios, de ayuda, de apoyo, de
cooperación; pero también, al mismo tiempo o en otros contextos, es sinónimo de intromisión, de
injerencia, de intrusión en las que la intención violenta, o cuando menos correctiva, se puede
convertir en mecanismo regulador, puede asociar la coerción y la represión para el mantenimiento
o el restablecimiento del orden establecido.
Nuevas formas del análisis social se vuelven concebibles mientras que, hasta ahora, las
investigaciones tendían a ser calca de las metodologías experimentales de las ciencias nobles y
mauras a las que las jóvenes ciencias humanas buscaban asemejarse. De los laboratorios científicos
y las experimentaciones reducidas a la manipulación de variables, en el seno de modelos
hipotéticos para la administración de la prueba, se pasa a la perspectiva de una búsqueda de datos,
incluyendo los testimonios obtenidos en “laboratorios” a cielo abierto, que coincidía con tal o cual
resquebrajamiento de la realidad social.
Aun cuando ambos tienen por objeto el cambio personal o interpersonal en la situación grupal en la
que se desarrollan, las acciones de formación en profundidad, que al mismo tiempo conforman en
ciertos aspectos los procedimientos educativos, y la aproximación psicoterapéutica se definen por
su carácter ad hoc. Ya se trate de sesiones puntuales de una o varias jornadas, o de largos ciclos
extendidos en el tiempo, los participantes son extraídos de su medio profesional habitual para
verse inscritos en el medio artificial de formación, en una situación de “cursillificacion”. La
intervención psicosociológica pretende dirigirse a grupos naturales cuya historia y estructuras no
serán descuidadas. No obstante, conviene recalcar que el simple hecho de incorporar un
“dispositivo analizador”, un grupo de intervinientes, e introducir condiciones sistemáticas de
análisis en grupos naturales acarrea una cierta artificializacion de lo vivido.
La intervención se distingue pues de la formación, sin por ello dejar de pertenecer a la corriente
psicosociológica de la que ha nacido. Este proceso de “oposición-rechazo-diferenciación-
conservación de lazos de parentesco” se ha vuelto característico en el campo de la psicología social
durante el siglo XX.
En un primer esfuerzo de síntesis, pueden señalarse, con D. Anzieu, tres grandes corrientes sobre
las que se apoyan las representaciones científicas y sociales del grupo.
La primera, ilustrada por la escuela de la dinámica de grupos (K. Lewin) , aplica al campo micro-
social un modelo derivado de las ciencias fisicoquímicas (Campo de fuerza electromagnético)
traducido por formulaciones matemáticas (algebra topológica).
La problemática teórica de la intervención se alimentara entonces, de acuerdo más o menos con los
estilos y las escuelas, de estas tres corrientes a las que debemos añadir la integrada por quienes
sostienen la aproximación lógica y tecnológica de los organizadores. A pesar de sus diferencias
específicas, el arte y el método de los organizadores, la tecnicidad de las relaciones humanas y la
aproximación terapéutica se combina y se reconocen como complementarios en procedimientos.
La “visión del mundo” en la que coinciden todas estas prácticas es siempre la de sistemas sociales
regidos por leyes y reglas cuyo buen funcionamiento puede verse entorpecido por deficiencias,
degradaciones y carencias que es preciso remediar. Ahí se alternan y mezclan más o menos
confusamente los “modelos” de la coherencia lógica, de la homogeneidad mecánica o de la
cohesión biológica. Los disfuncionamientos se consideran, de acuerdo con ella, efectos de errores,
efectos de crisis, o de descomposturas.
El orden, racional o natural, se postula como algo normal, mientras que el desorden reviste un
carácter patológico. Así, las concepciones del desarrollo de las organizaciones y de la socioterapia
se conjuntan y se alían, definitivamente, para la defensa de cierto orden social. Si se adopta este
punto de vista reformista, la aproximación sistemática tiene como función, frecuentemente,
permitir que las descripciones de la sociología de las organizaciones se vuelvan “operacionales”. Sin
negar necesariamente la importancia de las fuerzas políticas que estructuran el campo social y
atraviesan los grupos restringidos, el interviniente se definirá naturalmente como apolítico en el
ejercicio de sus funciones porque es, antes que nada, técnico e investigador-practico.
En el lado opuesto, pareciera que la intuición original del análisis institucional, del socioanalisis y del
sociopsicoanalisis confiere al desorden otro estatuto. En este sentido, el análisis institucional se
define también como contrasociologia y el sociopsicoanalisis subraya la importancia de lo político.
Para los objetivos de la intervención es mucho menos interesante la rehabilitación de los
organismos sociales o el tratamiento de “los disfuncionamientos”, que la interrogación acerca del
sentido, la puesta en evidencia y la elucidación de lo que hasta entonces quedaba oculto en los
fenómenos institucionales debido al juego de los intereses y a su opacidad resultante. Ya en la
perspectiva precedente el rol que se reconocía a la implicación variaba de acuerdo con el carácter
más o menos racionalista de las aproximaciones.
Es preciso entonces reconocer que la implicación es un dato complejo que debe encontrar su lugar
en la teorización que se esfuerza por hacer más inteligible la situación, ya que trazar su economía
parece una tarea imposible. Pero ahí se trataba únicamente de implicación libidinal en relación con
la determinación de elementos fantasmaticos, en mucha mayor medida de elementos sociales que
traducen el juego de las pulsiones y del imaginario personal.
El análisis de los discursos, de los componentes, pero además de tosas las otras formas de
manifestación institucional, entre las que se hallan comprendidas el implícito y lo no dicho, lo
reprimido y lo suprimido, desembocara en los fenómenos de poder. En esta toma de partido, el
carácter deliberado, metodológicamente des-ordenante de la intervención, predomina sobre las
funciones de adaptación, de regulación y de reducción de las tensiones que la clínica
psicosociológica llegó incluso a privilegiar sistemáticamente.
Es preciso aun poner en evidencia las diferentes concepciones del cambio social que se encuentran
en estas “visiones del mundo”. Aun cuando, en un intento por considerar lo más esencial,
convengamos en dejar a un lado el problema, notable en nuestras sociedades de consumos, de las
novedades intercambiables y, por lo tanto, en una trampa; y dejar también para otro párrafo la
distinción entre el cambio como alteración subjetiva, personal y el cambio social; debemos
distinguir desde ahora intenciones políticas por completo opuestas unas a otras, a través de los
empleos triviales o más sofisticados de ese término;
Estas breves observaciones históricas y los elementos de una problemática todavía muy
esquemática nos han parecido necesarios para “situar” las así llamadas “técnicas de intervención”
en un contexto más amplio que el de la metodología, donde las interrogaciones críticas sobre el
sentido de lo que se hace no encuentran fácilmente su hogar. Esto se debe a que el problema de la
instrumentación corresponde mucho más al “como” que al “por qué”.
Es necesario, sobre todo, comprender que dicha práctica se encuentra atravesada por los distintos
componentes que han marcado la historia de las ideas en las alternativas de las ciencias humanas
en la primera mitad del siglo XX.
Recordemos: la intervención es un derrotero clínico que va a hacer actuar, al mismo tiempo que
ciertos procedimientos, una forma de presencia para asumir y tratar los procesos sociales,
buscando su evolución.
En este sentido, la demanda debe ser distinguida con frecuencia del encargo. La demanda debe,
más aun que el encargo, ser considerada procedente y respetable para el o los practicantes de la
intervención. Hay pues aquí, en el momento de negociación previo, un trabajo de apreciación y de
estimación de la situación, de las fuerzas que la estructuran y las oportunidades de evolución.
Conviene subrayar que si la metodología insiste justamente en la demanda del cliente, deja en la
sombra muchas veces la existencia indudable, de una demanda de la demanda de los clientes. En
efecto, debe haber originalmente un deseo, motivaciones y además capacidades para asumir la
responsabilidad de demandas provenientes de clientes eventuales. Si las primeras formulaciones de
la demanda, inevitablemente ambiguas, son bien enunciadas, en el curso de las negociaciones
previas estas formulaciones se verán modificadas en la medida de su elucidación parcial a lo largo
de la intervención.
b) Estas negociaciones previas tienen además como objetivo elaborar con los distintos compañeros
de los intervinientes el contrato metodológico, es decir, el conjunto de reglas prácticas que regirán
a partir de ese momento las relaciones entre los intervinientes y los clientes. Estas reglas
constituyen la parte más identificable de los instrumentos del interviniente y son, al mismo tiempo,
aspectos que condicionan su empleo. Deben por consiguiente hacerse tan explícitos como sea
posible, si es que el interviniente no quiere utilizar el misterio como un instrumento suplementario.
En la medida en que quiere diferenciarse del brujo, el practicante se define a partir de la utilización
de instrumentos que pueden ser de uso común. Son estos los que va a presentar a sus clientes, aun
si sus compañeros parecen “tenerle confianza” o no quieren saber nada de su técnica. Inicialmente,
el cliente debe admitir, y con frecuencia debe hacerlo en bloque, la legitimidad del conjunto de
reglas practicas; si no, la intervención no podría realizarse. Pero, a continuación, en el curso mismo
de la intervención, se asistirá a un cuestionamiento progresivo y a la contestación de esas
condiciones técnicas de funcionamiento, bajo una profunda marca de ambivalencia. Esto se
producirá a partir del surgimiento de la conciencia de que estas condiciones están sobrecargadas
tanto por proyecciones fantasmaticas, como por implicaciones ideológicas.
Recordemos que no se podría tratar aquí de un modelo al que se plegaran y se conformaran los
distintos tipos de intervención, sino más bien de un esquema que intenta perfilar un camino que
permita la intuición.
NEGATIVOS: Habrá, por el hecho de la ambivalencia señalada más arriba, reacciones de huida y de
rechazo ante las consecuencias de tomas de conciencia acarreadas por el análisis. No lo olvidemos,
el interviniente es percibido como un tercero mediador que aporta sus buenos oficios; pero puede
también, y lo hemos visto, ser sospechoso de intromisión, de injerencia y de intrusión. En
detrimento propio el cliente intentara manipular al consultor que interviene.
En este estudio, la intervención tendrá como objeto y como efecto poner a la luz procesos
informales que actúan más o menos clandestinamente al margen de las estructuras formales. Los
disfuncionamientos en las comunicaciones, la entropía de la información, las zonas de poder y de
contrapoder, los “territorios” reivindicados por unos y otros serán mejor advertidos, lo que dará a
veces la ilusión de una movilidad reencontrada. Será posible igualmente interesarse por los roles
particulares de ciertos individuos que ocupan situaciones claves, que no coinciden necesariamente
con la jerarquía evidente y con la influencia de sus psicologías personales.
El problema real, desembarazado de sus fantasmas, es pues el de un conjunto tríadico: los analistas
(entre los cuales es preciso comprehender a los clientes, capaces de apropiarse de las capacidades
de análisis inducidas por los intervinientes), el dispositivo analizador, histórico, natural o construido
y el análisis que se encuentra especificado por el sistema de referencia que lo define. De hecho,
será preciso un largo tiempo para que los elementos más determinantes de la situación aparezcan
anidados en el vacío mismo de la historia de la organización. La reconstrucción de esta “historia” es
ardua debido a que ha sido ignorada u olvidada por la mayoría, en nombre de la lógica de la
eficiencia, que coincide en la mayoría de los casos con una centracion sobre el “aquí y ahora”.
Los verdaderos detentadores de una memoria histórica son frecuentemente quienes quieren
resguardar, ocultar, si no es que monopolizar lo que saben que constituyen “claves” para una
lectura fina de la situación.
La presencia y los roles de los intervinientes se modularan de muy distintas maneras según los
“terrenos” y la naturaleza de los problemas. Puede haber, en ciertos periodos en el curso de la
intervención, sesiones de formación o de sensibilización con respecto a problemas particulares.
Comportamientos profesionales, formas de trabajar o de realizar las tareas pueden ser observados
en la práctica, discutidos y comentados enseguida con los interesados. Un registro en video puede
también ser utilizado. Estudios de problemas previos a la decisión pueden ser hechos con los
“consultores”.
De tiempo en tiempo, o de etapa en etapa, serán establecidos algunos “puntos”. ¿Dónde se está
respecto de los proyectos iniciales? Los cambios, los mejoramientos en el funcionamiento, en las
relaciones, en la definición de tareas, en el clima, en el conocimiento de las políticas y en la
comprensión de las estrategias, en las comunicaciones y en la circulación de información ¿Pueden
ser advertidos, puestos en evidencia, “medidos”? ¿Por quién? ¿En qué niveles? ¿Las decisiones se
toman más democráticamente? ¿Se trata entonces de una asociación con alternativas
fundamentales o de una “participación” reducida a su porción congruente por los cálculos de la
administración?
Entrevistas, entrevistas grupales, cuestionarios, test, escalas de actitudes serán empleados a veces
para intentar puntuar “objetivamente” esos señalamientos. En especial, en el marco de una
aproximación conductual, estas modalidades de evaluación armada o estructurada adquieren
enorme importancia.
Lo que nos parece fundamental, aquí, es el empleo de múltiples sistemas de referencia que den la
posibilidad de realizar una lectura suficientemente fina de las situaciones, dadas su riqueza y su
complejidad. Los problemas de la organización son, en efecto, coloreados y modulados por las
historias personales, los intereses, los deseos y las necesidades de cada uno. Pero existen también
condiciones más objetivas, menos subjetivas, en las cuales se expresan estas expectativas, estas
pulsiones, estos fantasmas. El marco organizacional se define lógicamente no solo en términos
psicológicos. Finalmente, las ideologías, los sistemas de valores, las políticas implícitas o explicitas,
las intenciones generalmente inconfesadas de la institución constituyen además los lineamientos
de la trama más profunda de la cual el tejido social observado será el producto siempre
sobredeterminado.
Por lo que hemos expuesto precedentemente, es posible ver la importancia que puede tener la
duración, como una dimensión esencial, para una práctica de la intervención. Más allá de su
carácter de provocación espectacular, las “intervenciones breves” del socioanálisis, no han
contribuido en mayor medida al desarrollo de la psicosociología clínica. Por el contrario, es posible
observar en el curso de las intervenciones de una duración mayor cierta fagocitosis del o de los
intervinientes. El hecho de trabajar en equipo, con un colectivo de intervinientes, disminuye
parcialmente ese riesgo.
Se pone fin a la intervención ya sea por la convención mutua de las partes, o por la decisión
unilateral de darle término ya sea de una parte o de otra parte. De todas maneras, una intervención
es y deber ser limitada en el tiempo, si no se convierte en parasitismo. Por su parte, la institución se
defiende y, si alguna manifestación del espíritu crítico la cuestiona exageradamente, le pone fin. En
el doble sentido del término, el fin de la intervención es pues su terminación, cuando los procesos
de cambio han podido emerger del encuentro mediador o provocador que se propone ser la
intervención.
40. LAS CONSECUENCIAS CIENTIFICAS DE LA INTERVENCION
Es preferible prever, desde el principio, que la intervención podrá ser, deberá ser, el objeto de
comunicaciones científicas, o negociar con los compañeros que esta divulgación se hará cuando el
interés de una publicación sea común a unos y a otros. Pero, prácticamente también, esta
eventualidad debe ser prevista desde el principio. Es necesario que los datos se hayan registrado
en ciertas condiciones precisas, coherentes de acuerdo con el conjunto de la metodología. Los
“protocolos” de experiencia no pueden ser el producto de recuerdos conjuntados con toda
simplicidad. Los dispositivos de registro, de búsqueda de datos, de tratamiento de las
informaciones recogidas, los “modelos” de interpretación utilizados para encontrarles una
significación, forman parte del “protocolo” y deben ser expuestos con el conjunto del material.
20- El cambio que se espera en la práctica permanente inasible, y por lo tanto indefinible, fuera de
los límites del campo clínico en el cual es considerado como el fruto de una elaboración particular.
En otros términos, las transformaciones experimentadas, apreciadas, “medidas”, en el seno de las
practicas, cuando no aparecen como francamente míticas, no pueden ser asimiladas a cambios en
la organización- institución, la cual resulta generalmente intacta.
Por esta razón el número de las intervenciones disminuye al mismo tiempo que los “terrenos” se
renuevan. Después de las empresas industriales, comerciales o administrativas y las
administraciones públicas, quienes han hecho un llamado a los intervinientes o a consultores
externos han sido sobre todo, en Francia al menos, los sectores del trabajo social y de la salud.
Además la práctica de las “intervenciones internas” se ha generalizado y sus objetos se limitan en la
mayoría de los casos a los problemas de organización de “relaciones humanas” y de formación, es
decir, a la búsqueda de “un mejoramiento de las condiciones de trabajo” y a la optimización del
funcionamiento social.
1-Al querer paliar las dificultades epistemológicas enfrentadas por las ciencias sociales, en el curso
de su reciente--------------
En segundo lugar, la misma ambición praxiologica debe ser señalada como doble. La
referencia a la práctica condiciona a la vez la implicación del sujeto y del objeto. Si el
refinamiento del conocimiento figura ahí, es casi siempre para lograr una optimización de
los procedimientos y la eficacia. El riesgo que resulta de ello es que la preocupación por la
eficacia y la urgencia de las soluciones ligadas al carácter productivo, desplazan la intención
de conocimiento y la calidad en el tratamiento de la información.
Aun cuando la referencia a la acción no se halle nunca excluida por completo, la
investigación científica, a la inversa, privilegia siempre el conocimiento. Con respecto a los
procedimientos precedentes, las ponderaciones respectivas de los dos factores que hemos
considerado parecen invertirse.
Las concepciones tradicionales de la ciencia suponen un proceso a través del cual los datos
brutos sensibles son transformados por una construcción explicita, a partir el empleo de una
metodología apropiada, en hechos científicos.
Estos, a su vez, se convierten en la materia prima de un tratamiento sistemático, cuando no
matemático, de la información, gracias a nuevas intervenciones metodológicas. Se llega así a
la determinación de constantes, de invariantes y de leyes.
Estos procedimientos, en su mayor parte inductivos, fundaran en un tercer estadio un
seguimiento deductivo que permite la generalización, extrapolaciones y predicciones,
cuando los modelos formalizados y las teorías hayan constituido el resultado provisorio de
este seguimiento hipotético-deductivo.
Diferentes formas de cientificidad tienden efectivamente a confrontarse dependiendo de la
variedad de las “Epistemes”.
De hecho, para que sus enunciados y conclusiones alcancen el nivel de un conocimiento
científico, las investigaciones-acciones con intenciones praxiologicas deben constituirse en
el objeto de un re-tratamiento de la información recogida, es decir, de la relectura de
antiguos datos y, tal vez, de la obtención de nuevos datos en relación con un nuevo plan de
investigación y de tratamiento probatorio de información.
En este sentido, un trabajo de investigación puede, a la vez, presentar un material de datos con una
perspectiva praxiologica y con una perspectiva de investigación científica, siendo lo esencial que
estos dos derroteros sean señalados, distinguidos y especificados como tales. Ahora bien, en el
campo practico que aquí nos interesa: el de la intervención, y en especial cuando se trata de
investigaciones-acciones, de encuestas, de estudios de caso, de experimentaciones, se permanece
comúnmente en el estadio de elaboración primera que es confundida con el producto final
eventual y que es considerado como tal, diciendo de manera un poco autosugestiva que se trata de
nuevas formas de cientificidad.
Es preciso todavía reconocer y distinguir en el campo de las prácticas sociales un tercer tipo de
investigación que llamaremos histórico-practico, bien ilustrado por las investigaciones-acciones de
tipo clínico, que no pueden ser confundidas con los procedimientos praxiologicos, en la medida en
que la especificidad de lo clínico reside en la consideración de una dimensión temporal irreductible
y singular que se designa generalmente mediante el termino implicación y que recogen para su
desciframiento un procedimiento hermenéutico, analítico e interpretativo.
Se ve con claridad que, por supuesto, “el objeto” más o menos fantasmatico de la intervención no
es el mismo según las formas que acabamos de distinguir. La ambigüedad y la polisemia de la
noción de la cual hemos partido no son solamente peripecias de lenguaje que podía remediar un
código exigente. Aluden más bien a la complejidad y la movilidad del objeto que a la metodología.
Desde el punto de vista de las investigaciones que puede inspirar, este objeto, descuartizado entre
los “campos” de la psicología, de la sociología, y de la psicología social, sigue siendo huidizo puesto
que se halla inscrito en la temporalidad y es susceptible de alteración.
2-El cambio que la intervención se da como objeto y a la vez como efecto que busca provocar o
facilitar no es de ninguna manera aquel al que aspiran profundamente los miembros más
insatisfechos de las colectividades involucradas. Cuando los análisis económicos o políticos utilizan
la noción de cambio, es con una perspectiva global de la dinámica de las fuerzas colectivas,
considerando una transformación más o menos radical de las estructuras, de las instituciones y de
las ideologías que organizan los distintos tipos de relaciones sociales en una escala nacional o
mundial. Cuando los diferentes protagonistas de la intervención mencionan lo que deberían
cambiar se refieren, en la mayor parte de los casos implícitamente, a esta última acepción. Pero
cuando hablan de lo que ha podido “moverse” en el curso de la intervención , de aquello en lo que,
por ejemplo, se sienten diferentes a partir del trabajo específico efectuado durante la experiencia,
designan, de hecho, otra cosa. Esta vez se trata del marco micro-social de las organizaciones y de
los grupos.
Sin duda, estos microcosmos se hallan atravesados y estructurados por las relaciones de fuerza y
los sistemas de valores que ordenan el campo social, pero si en el límite es posible aprehender tales
factores y su peso en el seno de las instituciones de trabajo, es imposible, no obstante, actuar sobre
ellos y contrabalancear su influencia. Y sin embargo, esa es la confusión que tiende a establecerse
implícitamente dentro del perímetro de la intervención: de una empresa de identificación de
factores de fuerza, más o menos determinantes, articulados en relaciones complejas que tienen en
el extremo hacia tomas de conciencia , se pasa, bastante insensiblemente , a la hipótesis de un
cambio social en dosis homeopáticas. Para esto ha sido necesario postular un continuo entre lo
macro-social y lo micro-social. Es la ilusión psico-sociologica por excelencia la que funda “estrategia
de fallas y de intersticios” para esperar la obtención final de resultados más globales, a partir de
una generalización de acciones “suaves” y de alcance más limitado.
Tal vez, lo que realmente cambia en el curso de la intervención es la mirada que los actores dirigen
hacia la situación que sufrían hasta entonces sin poderla comprender muy bien, por el hecho de su
complejidad y de su opacidad. El trabajo de elucidación, aun cuando sea parcial, modifica pues, en
cierta medida, la relación de cada uno con la situación. En este sentido se puede decir que la
economía libidinal de las relaciones se ha modificado efectivamente. La lectura de los fenómenos
se enriquece y se vuelve más exigente. Hay un desarrollo de las capacidades críticas. Pero la
situación en sí misma, en la medida en que se halla determinada por fuerzas externas, en la medida
en que constituye la traducción de modelos más generales que la trascienden y que quedan fuera
del alcance del poder real de los protagonistas, se mantiene fundamentalmente incambiada en lo
esencial. Se produce en esta confusión semántica un escamoteo político, un funcionamiento
imaginario de la intervención.
Toda la cuestión es saber si este imaginario va a desembocar en una invocación ritual de un cambio
social, que no se encuentra nunca donde se lo evoca, o en la intención de transformación de los
imaginarios individuales y colectivos a través de un trabajo de educación y de formación critica.
Según nuestra visión de las cosas, las matrices sociales más determinantes de las relaciones sociales
de producción no se vuelven más accesibles, más vulnerables, por las capacidades de análisis
desarrolladas en el curso de la intervención. Quedan fuera de alcance. Se evoca o se invoca lo
institucional en los grupos restringidos. No se lo convoca ni se lo revoca. Pero el desarrollo del
espíritu crítico, en el nivel de cada uno, como en el de los reagrupamientos orgánicos y de lazos de
solidaridad, constituye una adquisición que no es ni con mucho despreciable. Es preciso pues
conservar este objetivo realizándolo lo mejor posible.
Ahora tal vez se comprenda mejor que la declinación de la práctica de la intervención es sin duda
solo provisoria. Más allá del entusiasmo de los comienzos y de las facilidades que suscitaba, el
afinamiento de la metodología es algo posible y necesario. Es un esfuerzo de desmitificación que
hoy escruta e interroga la práctica de la intervención, sus presupuestos y las ambigüedades que de
ella se desprenden. Pero el desarrollo del espíritu crítico que tiende a una cierta elucidación de lo
vivido cotidiano y de las formas repetitivas de lo que termina, debido a su ininteligibilidad, por ser
percibido como fatalidad es algo necesario y posible, una vez podadas ciertas ilusiones,
ingenuidades y supercherías. Con esta perspectiva, la intervención vuelve a surgir explícitamente
como algo que nunca, sin duda, ha dejado de ser: un trabajo educativo.
En la conferencia anterior intente definir el panoptismo que, en mi opinión, es uno de los rasgos
característicos de nuestra sociedad: una forma que se ejerce sobre los individuos a la manera de
vigilancia individual y continua, como control de castigo y recompensa y como corrección, es decir,
como método de formación y transformación de los individuos en función de ciertas normas. Estos
tres aspectos del panoptismo (vigilancia, control, y corrección), constituyen una dimensión
fundamental y característica de las relaciones de poder que existen en nuestra sociedad.
En una sociedad como la feudal no hay nada semejante al panoptismo, lo cual no quiere decir que
durante el feudalismo o en las sociedades europeas del siglo XVII no haya habido instancias de
control social castigo y recompensa, sino que la manera en que se distribuían era completamente
diferente. Hoy en día vivimos en una sociedad programada por Bentham, una sociedad panóptica,
una estructura social en la que reina el panoptismo.
En esta conferencia tratare de poner de relieve como es que la aparición del panoptismo comporta
una especie de paradoja. Hemos visto como en el mismo momento en que aparece o, más
exactamente, en los años que preceden a su surgimiento, se forma una cierta teoría del derecho
penal, de la penalidad y el castigo, cuya figura más importante es Beccaria, teoría fundada
esencialmente en un legalismo escrito. Esta teoría del castigo subordina el hecho y la posibilidad de
castigar, a la existencia de una ley explicita, a la comprobación manifiesta de que se ha cometido
una infracción a esta ley y finalmente a un castigo que tendría por función reparar o prevenir, en la
medida de lo posible, el daño causado a la sociedad por la infracción.
Esta teoría legalista, teoría social en sentido estricto, casi colectiva, es lo absolutamente opuesto
del panoptismo. En este la vigilancia sobre los individuos no se ejerce al nivel de lo que se hace sino
de lo que se es o de lo que se puede hacer. La vigilancia tiende cada vez más a individualizar al
autor del acto, dejando de lado la naturaleza jurídica o la calificación penal del acto en sí mismo.
Por consiguiente el panoptismo se opone a la teoría legalista que se había formado en los años
precedentes.
En realidad lo que merece nuestra consideración es un hecho histórico importante: el que esta
teoría legalista fuese duplicada en un primer momento y posteriormente encubierta y totalmente
oscurecida por el panoptismo que se formó al margen de ella, colateralmente. Este panoptismo
nacido por efectos de una fuerza de desplazamiento en el periodo comprendido entre el siglo XVII y
el XIX, inicia una era que habrá de ofuscar la práctica y la teoría del derecho penal.
Las gentes de comienzos del siglo XIX no ignoraban la aparición de esto que yo denomine
panoptismo. En efecto, muchos hombres de esta época reflexionan y se plantean el problema de lo
que estaba sucediendo en su tiempo con la organización de la penalidad o la moral estatal.
Treilahrd utiliza una metáfora: el procurador no debe tener como única función la de perseguir a los
individuos que cometen infracciones: su tarea principal y primera ha de ser la de vigilar a los
individuos antes de que la infracción sea cometida. El procurador no es solo un agente de la ley que
actúa cuando esta es violada, es ante todo una mirada, un ojo siempre abierto sobre la población.
El ojo del procurador debe transmitir las informaciones al ojo del Procurador General, quien a su
vez las transmite al gran ojo de la vigilancia que en esa época era el Ministro de la Policía. Por
último el Ministro de la Policía transmite las informaciones al ojo de aquel que está en la cúspide de
la sociedad, el emperador, que en esa época estaba simbolizado por un ojo. El emperador es el ojo
universal que abarca la sociedad en toda su extensión. Ojo que se vale de una serie de miradas
dispuestas en forma piramidal a partir del ojo imperial y que vigilan en toda la sociedad.
No analizare aquí las instituciones en que se actualizan estas características del panoptismo propio
de la sociedad moderna, industrial, capitalista. Quisiera simplemente captar este panoptismo, esta
vigilancia en la base, allí donde aparece menos claramente, donde más alejado esta del centro de la
decisión, del poder del Estado. Quisiera mostrar cómo es que existe este panoptismo al nivel más
simple y en el funcionamiento cotidiano de instituciones que encuadran la vida y los cuerpos de los
individuos: el panoptismo, por lo tanto, al nivel de la existencia individual.
¿En que consistía, y sobre todo, para que servía el panoptismo? Propongo una adivinanza:
expondré el reglamento de una institución que realmente existió en los años 1840-1845 en Francia;
no diré si es una fábrica, una prisión, un hospital psiquiátrico, un convento, una escuela, un cuartel;
se trata de adivinar a que institución me estoy refiriendo. Era una institución en la que había
cuatrocientas personas solteras que debían levantarse todas las mañanas a las cinco. A las cinco y
cincuenta habían de terminar su aseo personal, haber hecho la cama y tomado el desayuno; a las
seis comenzaba el trabajo obligatorio que terminaba a las ocho y cuarto de la noche, con un
intervalo de una hora para comer; a las ocho y quince se rezaba una oración colectiva y se cenaba,
la vuelta a los dormitorios se producía a las nueve en punto de la noche. El domingo era un día
especial; el articulo cinco del reglamento de esta institución decía: “Hemos de cuidar del espíritu
propio del domingo, esto es, dedicarlos al cumplimiento del deber religioso y al reposo. No
obstante, como el tedio no tardaría en convertir el domingo en un día más agobiante que los demás
días de la semana, se deberán realizar diferentes ejercicios de modo de pasar esta ornada cristiana
y alegremente”. Por la mañana ejercicios religiosos, en seguida ejercicios de lectura y de escritura y,
finalmente, las ultimas horas de la mañana dedicadas a la recreación. Por la tarde, catecismo las
vísperas, y paseo después de las cuatro siempre que no hiciese frio, de lo contrario, lectura en
común. Los ejercicios religiosos y la misa no se celebraban en la iglesia próxima para impedir que
los pensionados de este establecimiento tuviesen contacto con el mundo exterior; así, para que ni
siquiera la iglesia fuese el lugar o el pretexto de un contacto con el mundo exterior, los servicios
religiosos tenían lugar en una capilla construida en el interior del establecimiento. No se admitía ni
siquiera a los fieles de afuera; los pensionados solo podían salir del establecimiento durante los
paseos dominicales, pero siempre bajo la vigilancia del personal religioso que, además de los
paseos, controlaba los dormitorios y las oficinas, garantizando así no solo el control laboral y moral
sino también el económico. Los pensionados no recibían sueldo sino un premio- una suma global
estipulada entre los 40 y los 80 francos anuales- que solo se entregaba en el momento en que
salían.
En general, los dos principios organizativos básicos según el reglamento eran: los pensionados no
debían estar nunca solos, ya se encontraran en el dormitorio, la oficina, el refectorio o el patio, y
debía evitarse cualquier contacto con el mundo exterior: dentro del establecimiento debía reinar
un único espíritu.
¿Qué institución era esta? En el fondo, la pregunta no tiene importancia, pues bien podría ser una
institución para hombre o mujeres, jóvenes o adultos, una prisión, un internado, una escuela o
reformatorio, indistintamente. Como es obvio, no es un hospital, pues hemos visto que se habla
mucho del trabajo y, por lo mismo, tampoco es un cuartel. Podría ser un hospital psiquiátrico, o
incluso una casa de tolerancia. En verdad, era simplemente una fábrica de mujeres que existía en la
región del Rodano y que reunía cuatrocientas obreras.
Tratase pues de un fenómeno que tuvo en su época una amplitud económica y demográfica muy
grande, por lo que bien podemos decir que más que fantasía fue el sueño realizado de los patrones.
En realidad, hay dos especies de utopías: las utopías proletarias socialistas que gozan de la
propiedad de no realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a
realizarse con mucha frecuencia. La utopía a la que me refiero, la fábrica-prisión, se realizó
efectivamente y no solo en la industria sino en una serie de instituciones que surgen en esta misma
época y que, en el fondo, respondían a los mismos modelos y principios de funcionamiento.
En este libro se intentó analizar cómo fue que aparecieron este tipo de edificios e instituciones en
los Estados unidos y se esparcieron por toda la sociedad occidental. El estudio ha comenzado en los
Estado Unidos.
No solamente existieron estas instituciones industriales y al lado de estas otras, sino que además
estas instituciones industriales fueron en cierto sentido, perfeccionadas, dedicándose múltiples y
denodados esfuerzos para su construcción y organización.
Sin embargo, muy pronto se vio que no eran viables ni gobernables. Se descubrió que desde el
punto de vista económico representaban una carga muy pesada y que la estructura rígida de estas
fábricas-prisiones conducía inexorablemente a la ruina de las empresas. Por último,
desaparecieron. En efecto, al desencadenarse la crisis de la producción que obligo a desprenderse
de una determinada cantidad de obreros, reacondicionar los sistemas productivos y adaptar el
trabajo al ritmo cada vez más acelerado de la producción, estas enormes casas, con un número fijo
de obreros y una infraestructura montada de modo definitivo se tornaron absolutamente inútiles.
Se optó por hacerlas desaparecer, conservándose de algún modo algunas de las funciones que
desempeñaban. Se organizaron técnicas laterales o marginales para asegurar, en el mundo
industrial, las funciones de internación, reclusión y fijación de la clase obrera que, en un comienzo,
desempeñaban estas instituciones rígidas, quiméricas, un tanto utópicas. Se tomaron algunas
medidas, tales como la creación de ciudades obreras, cajas de ahorro y cooperativas de asistencia
además de toda una serie de medios diversos por los que se intentó fijar a la población obrera, al
proletariado en formación, en el cuerpo mismo del aparato de producción.
La siguiente es una pregunta que necesita respuesta: ¿Cuál era el objetivo de esta institución de la
reclusión en sus dos formas: la forma compacta, fuerte, que aparece a comienzos del siglo XIX e
incluso después en instituciones tales como las escuelas, los hospitales psiquiátricos, los
reformatorios, las prisiones, etc.; y la forma blanda, difusa, como la que se encuentra en
instituciones tales como la ciudad obrera, la caja de ahorros o la cooperativa de asistencia?
A primera vista, podría decirse que esta reclusión moderna que aparece en el siglo XIX en las
instituciones que he mencionado, es una herencia directa de dos corrientes o tendencias que
encontramos en el siglo XVIII: la técnica francesa de internación y el procedimiento de control de
tipo inglés. Puede decirse, que la reclusión del siglo XIX es una combinación del control moral y
social nacido en Inglaterra y la institución propiamente francesa y estatal de la reclusión en un local,
un edificio, una institución, en un espacio cerrado.
Sin embargo, el fenómeno que aparece en el siglo XIX significa una novedad en relación con sus
orígenes. En el sistema ingles del siglo XVIII el control se ejerce por el grupo sobre un individuo o
individuos que pertenecen a este grupo. Este era, al menos, la situación inicial, a finales del siglo
XVII y comienzos del siglo XVIII. Los cuáqueros y los metodistas ejercían su control siempre sobre
quienes pertenecían a sus propios grupos o se encontraban en el espacio social o económico del
grupo. Solo más tarde se produce este desplazamiento de las instancias hacia arriba, hacia el
Estado. El hecho de que un individuo perteneciera a un grupo lo hacía pasible de vigilancia por su
propio grupo. En las instituciones que se forman en el siglo XIX la condición de miembro de un
grupo no hace a su titular pasible de vigilancia; por el contrario, el hecho de ser un individuo indica
justamente que la persona en cuestión está situada en una institución, la cual, a su vez, había de
constituir el grupo, la colectividad que será vigiada. Se entra en la escuela, en el hospital o en la
prisión en tanto se es un individuo. Estas, a su vez, no son formas de vigilancia del grupo al que se
pertenece, son la estructura de vigilancia que al convocar a los individuos, al integrarlos, los
constituirá secundariamente como grupo. Vemos así como se establece una diferencia sustancial
entre dos momentos en la relación entre la vigilancia y el grupo.
Asimismo, en relación con el modelo francés, la internación del siglo XIX es bastante distinta de la
que se presentaba en Francia en el siglo XVIII. En esta época, cuando se internaba a alguien se
trataba siempre de un individuo marginado en relación con su familia, su grupo social, la
comunidad a la que pertenecía; era alguien fuera de la regla, marginado por su conducta, su
desorden, su vida irregular. La internación respondía a esta marginación de hecho con una especie
de marginación de segundo grado, de castigo. En consecuencia puede decirse que en la Francia de
esta época había una reclusión de exclusión.
En nuestra época todas estas instituciones (fabrica, escuela, hospital psiquiátrico, hospital, prisión) ,
no tienen por finalidad excluir sino por el contrario fijar a los individuos. La fábrica no excluye a los
individuos, los liga a un aparato de producción. La escuela no excluye a los individuos, aun cuando
los encierra, los fija a un aparato de transmisión del saber. El hospital psiquiátrico no excluye a los
individuos, los vincula a un aparato de corrección y normalización. Y lo mismo ocurre con el
reformatorio y la prisión. Si bien los efectos de estas instituciones son la exclusión del individuo, su
finalidad primera es fijarlos a un aparato de normalización de los hombres. La fábrica, la escuela, la
prisión o los hospitales tienen por objetivo ligar al individuo al proceso de producción, formación o
corrección de los productores que habrá de garantizar la producción y a sus ejecutores en función
de una determinada norma.
En consecuencia es licito oponer la reclusión del siglo XVIII que excluye a los individuos del círculo
social a la que aparece en el siglo XIX, que tiene por función ligar a los individuos a los aparatos de
producción a partir de la formación y corrección de los productores: tratase entonces de una
inclusión por exclusión.
Por último, existe un tercer conjunto de diferencias en relación con el siglo XVIII que da una
configuración original a la reclusión del XIX. En la Inglaterra del siglo XVIII se daba un proceso de
control que era, en principio, claramente extra-estatal e incluso anti-estatal, una especie de
reacción defensiva de los grupos religiosos frente a la dominación del Estado, por medio de la cual,
estos grupos se aseguraban su propio control. Por el contrario, en Francia había un aparato
fuertemente estatizado, al menos por su forma e instrumentos formula absolutamente extra-
estatal en Inglaterra y formula absolutamente estatal en Francia. En el siglo XIX aparece algo nuevo,
mucho más blando y rico, una serie de instituciones que no se puede decir con exactitud si son
estatales o extra-estatales, si forman parte o no del aparato del Estado. En realidad, en algunos
casos y según los países y las circunstancias, algunas de estas instituciones son controladas por el
aparato del Estado.
Lo verdaderamente nuevo e interesante es, en realidad, el hecho de que el Estado y aquello que no
es estatal se confunde, se entrecruza dentro de estas instituciones. Más que instituciones estatales
o no estatales habría que hablar de red institucional de secuestro, que es infra-estatal; la diferencia
entre lo que es y no es aparato del Estado no me parece importante para el análisis de las funciones
de este aparato general de secuestro, la red de secuestro dentro de la cual está encerrada nuestra
existencia.
¿Para qué sirven esta red y estas instituciones? Podemos caracterizar la función de las instituciones
de la siguiente manera: en primer lugar, las instituciones pedagógicas, medicas, penales e
industriales tienen la curiosa propiedad de contemplar el control, la responsabilidad, sobre la
totalidad o la casi totalidad del tiempo de los individuos: son, por lo tanto, unas instituciones que
se encargan en cierta manera de toda la dimensión temporal de la vida de los individuos.
Con respecto a esto creo que es lícito oponer la sociedad moderna a la sociedad feudal. En la
sociedad feudal y en muchas de esas sociedades que los etnólogos llaman primitivas, el control de
los individuos se realiza fundamentalmente a partir de la inserción local, por el hecho de que
pertenecen a un determinado lugar. El poder feudal se ejerce sobre los hombres en la medida en
que pertenecen a cierta tierra: la inscripción geográfica es un medio de ejercicio del poder. En
efecto, la inscripción de los hombres equivale a una localización. Por el contrario, la sociedad
moderna que se forma a comienzos del siglo XIX es, indiferente o relativamente indiferente a la
pertenencia espacial de los individuos, no se interesa en absoluto por el control espacial de estos
en el sentido de asignarles la pertenencia de una tierra, a un lugar, sino simplemente en tanto tiene
necesidad de que los hombres coloquen su tiempo a disposición de ella. Es preciso que el tiempo
de los hombres se ajuste al aparato de producción, que este pueda utilizar el tiempo de vida, el
tiempo de existencia de los hombres.
Dos son las cosas necesarias para la formación de la sociedad industrial: por una parte es preciso
que el tiempo de los hombres sea llevado al mercado y ofrecido a los compradores quienes, a su
vez, lo cambiaran por un salario; y por otra parte es preciso que se transforme en tiempo de
trabajo. A ello se debe que encontremos el problema de las técnicas de explotación máxima del
tiempo en toda una serie de instituciones.
Una institución compra de una vez para siempre y por el precio de un premio el tiempo exhaustivo
de la vida de los trabajadores, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El mismo
fenómeno se encuentra en otras instituciones: en las instituciones pedagógicas cerradas que se
abrirán poco a poco con el transcurso del siglo, en los reformatorios, los orfanatos y las prisiones.
Tenemos además algunas formas difusas surgidas, en particular, a partir del momento en que se vio
que no era posible administrar aquellas fabricas-prisiones y hubo de volverse a un tipo de trabajo
convencional en que las personas llegan por la mañana, trabajan, y dejan el trabajo al caer la noche.
Vemos entonces como se multiplican las instituciones en que el tiempo de las personas está
controlado, aunque no se lo explota efectivamente en su totalidad, para convertirse en tiempo de
trabajo.
A lo largo del siglo XIX se dictan una serie de medidas con vistas a suprimir las fiestas y disminuir el
tiempo de descanso: una técnica muy sutil se elabora durante este siglo para controlar la economía
de los obreros. Por una parte, para que la economía tuviese la necesaria flexibilidad era recido que
en épocas críticas se pudiese despedir a los individuos; pero por otra parte, para que los obreros
pudiesen recomenzar el trabajo al cabo de este necesario periodo de desempleo y no muriesen de
hambre por falta de ingresos, era preciso asegurarles unas reservas. A esto se debe el aumento de
salarios que se esboza claramente en Inglaterra en los años 40 y en Francia en la década siguiente.
Pero, una vez asegurado que los obreros tendrán dinero hay que cuidar de que no utilicen sus
ahorros antes del momento en que queden desocupados. Los obreros no deben utilizar sus
economías cuando les parezca, para hacer una huelga o celebrar fiestas. Surge entonces la
necesidad de controlar las económicas del obrero y de ahí la creación, en la década de 1820 y sobre
todo, a partir de los años 40 y 50 de las cajas de ahorro y las cooperativas de asistencia, etc., que
permiten drenar las economías de los obreros y controlar la manera en que son utilizadas. De este
modo el tiempo del obrero, no solo el tiempo de su día laboral, sino el de su vida entera, podrá
efectivamente ser utilizado de la mejor manera posible por el aparato de reproducción. Y es así que
a través de estas instituciones aparentemente encaminadas a brindar protección y seguridad se
establece un mecanismo por el que todo el tiempo de la existencia humana es puesto a disposición
de un mercado de trabajo y de las exigencias del trabajo. La primera función de estas instituciones
de secuestro es la explotación de la totalidad del tiempo.
Pero si analizamos de cerca las razones por las que toda la existencia de los individuos está
controlada por estas instituciones veríamos que, en el fondo, se trata no solo de una apropiada o
una explotación de la máxima cantidad de tiempo, sino también de controlar , formar, valorizar,
según un determinado sistema, el cuerpo del individuo.
Si hiciéramos una historia de control social del cuerpo podríamos mostrar que incluso hasta el siglo
XVIII el cuerpo de los individuos es fundamentalmente la superficie de inscripción de suplicios y
penas; el cuerpo había sido hecho para ser atormentado y castigado. Ya en las instancias de control
que surgen en el siglo XIX el cuerpo adquiere una significación totalmente diferente y dejar de ser
aquello que debe ser atormentado para convertirse en algo que ha de ser formado, reformado,
corregido, en un cuerpo que debe adquirir aptitudes, recibir ciertas cualidades, calificarse como
cuerpo capaz de trabajar. Vemos aparecer así, claramente, la segunda función. La primera función
del secuestro era explotar el tiempo de tal modo que el tiempo de los hombres, el vital, se
transformase en tiempo de trabajo. La segunda función consiste en hacer que el cuerpo de los
hombres se convierta en fuerza de trabajo. La función de trasformación del cuerpo en fuerza de
trabajo responde a la función de trasformación del tiempo en tiempo de trabajo.
Por último, hay una cuarta característica del poder. Poder que de algún modo atraviesa y anima a
estos otros poderes. Tratas de un poder epistemológico, poder de extraer un saber de y sobre estos
individuos ya sometidos a la observación y controlados por estos diferentes poderes. Esto se da de
dos maneras. Por ejemplo, en una institución como la fábrica el trabajo del obrero y el saber que
este desarrolla acerca de su propio trabajo, los adelantos técnicos, las pequeñas invenciones y
descubrimientos, las micro-adaptaciones que puede hacer en el curso de su trabajo, son
inmediatamente anotadas y registradas y, por consiguiente, extraídas de su práctica por el poder
que se ejerce sobre el a través de la vigilancia. Así, poco a poco, el trabajo del obrero es asumido
por cierto saber de la productividad, saber técnico de la producción que permitirá un refuerzo del
control. Comprobamos de esta manera como se forma un saber extraído de los individuos mismos
a partir de su propio comportamiento.
Además de este hay un segundo saber que se forma de la observación y clasificación de los
individuos, del registro, análisis y comparación de sus comportamientos. Al lado de este saber
tecnológico propio de todas las instituciones de secuestro, nace un saber de observación, de algún
modo clínico, el de la psiquiatría, la psicología, la psico-sociologia, la criminología, etc.
Los individuos sobre los que se ejerce el poder pueden ser el lugar de donde se extrae el saber que
ellos mismos forman y que será retranscrito y acumulado según nuevas normas; o bien pueden ser
objeto de un saber que permitirá a su vez nuevas formas de control.
En esta tercera función de las instituciones de secuestro a través de los juegos de poder y saber
tenemos la transformación de la fuerza del tiempo y la fuerza de trabajo y su integración en la
producción. Que el tiempo de la vida se convierta en tiempo de trabajo, que este a su vez se
transforme en fuerza de trabajo y que la fuerza de trabajo pase a ser fuerza productiva; todo esto
es posible por el juego de una serie de instituciones que, esquemática y globalmente, se definen
como instituciones de secuestro,
CONCLUSIONES
Para terminar, desarrollare precipitadamente algunas conclusiones. En primer lugar creo que este
análisis permite explicar la aparición de la prisión, una institución que, como hemos visto, resulta
ser bastante enigmática.
La prisión se absuelve de ser tal porque se asemeja al resto y al mismo tiempo absuelve a las demás
instituciones de ser prisiones porque se presenta como válida únicamente para quienes cometieron
una falta. Esta ambigüedad en la posición de la prisión me parece que explica su increíble éxito, su
carácter casi evidente, la facilidad con que se la acepto a pesar de que, desde su aparición en la
época en que se desarrollaron los grandes penales de 1817 a 1830, todo el mundo sabía cuáles eran
sus inconvenientes y su carácter funesto y dañino. Esta es la razón por la que la prisión puede
incluirse y se incluye de hecho en la pirámide de los panoptismos sociales.
La segunda conclusión es más polémica. Alguien dijo: la esencia completa del hombre es el trabajo.
Lo que yo quisiera que quedara en claro es que el trabajo no es en absoluto la esencia concreta del
hombre o la existencia del hombre en su forma concreta. Para que los hombres sean efectivamente
colocados en el trabajo y ligados a él es necesaria una operación o una serie de operaciones
complejas por las que los hombres se encuentran realmente, no de una manera analítica sino
sintética, vinculados al aparato de producción para el que trabajan. Para que la esencia del hombre
pueda representarse como trabajo se necesita la operación o la síntesis operada por un poder
político.
Por lo tanto, creo que no puede admitirse pura y simplemente el análisis tradicional del marxismo
que supone que, siendo el trabajo la esencia concreta del hombre, el sistema capitalista es el que
transforma este trabajo en ganancia, plus-ganancia o plus-valor. En efecto, el sistema capitalista
penetra mucho más profundamente en nuestra existencia. Tal como se instauro en el siglo XIX, este
régimen se vio obligo a elaborar un conjunto de técnicas políticas, técnicas de poder, por las que el
hombre se encuentra ligado al trabajo, por las que el cuerpo y el tiempo de los hombres se
convierten en tiempo de trabajo y fuerza de trabajo y pueden ser efectivamente utilizados para
transformarse en plus-ganancia. Pero para que haya plus-ganancia es preciso que haya sub-poder,
es preciso que al nivel de la existencia del hombre se haya establecido una trama de poder político
microscópico, capilar, capaz de fijar a los hombres al aparato de producción, haciendo de ellos
agentes productivos, trabajadores. La ligazón del hombre con el trabajo es sintética, política; es una
ligazón operada por el poder. No hay plus-ganancia sin sub-poder.
Cuando hablo de sub-poder me refiero a ese poder que se ha descripto y no me refiero al que
tradicionalmente se conoce como poder político: no se trata de un aparato de Estado ni de la clase
en el poder, sino del conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en un nivel más bajo.
Para que existan las relaciones de producción que caracterizan a las sociedades capitalistas, es
preciso que existan, además de ciertas determinaciones económicas, estas relaciones de poder y
estas formas de funcionamiento de saber. Poder y saber están sólidamente enraizados, no se
superponen a las relaciones de producción pero están mucho más arraigados en aquello que las
constituye. Llegamos así a la conclusión de que la llamada ideología debe ser revisada. La
indagación y el examen son precisamente formas de saber-poder que funcionan al nivel de la
apropiación de bienes en la sociedad feudal y al nivel de la producción y la constitución de la
plusganancia capitalista. Este es el nivel fundamental en que se sitúan las formas de saber-poder
tales como la indagación y el examen.
MICROFISICA DEL PODER – MICHEL FOUCAULT
Michel Foucault: Un mao me decía: “Entiendo bien por qué Sartre está con nosotros, porque hace
política y en qué sentido la hace; respecto a ti, en último término, comprendo solo un poco; tú has
planteado siempre el problema del encierro. Pero a Deleuze verdaderamente no lo entiendo”. Esta
cuestión me ha sorprendido enormemente porque a mí esto me parece muy claro.
Gilles Deleuze: Se debe posiblemente a que estamos viviendo de una nueva manera las relaciones
teoría-practica. La práctica se concebía bien como una aplicación de la teoría, como una
consecuencia, o bien por el contrario como debiendo inspirar la teoría, como siendo ella misma
creadora de una forma de teoría futura. De todos modos se concebían sus relaciones bajo la forma
de un proceso de totalización, en un sentido o en el otro. Es posible que, para nosotros, la cuestión
se plantee de otro modo. Las relaciones teoría-practica son mucho más parciales y fragmentarias.
Por una parte, una teoría es siempre local, relativa a un campo pequeño, y puede tener su
aplicación en otro dominio más o menos lejano. La relación de aplicación no es nunca de
semejanza. Por otra parte, desde el momento en que la teoría se incrusta en su propio dominio se
enfrenta con obstáculos, barreras, choques que hacen necesario que sea relevada por otro tipo de
discurso. La práctica es un conjunto de conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría un
empalme de una práctica con otra.
Cuando usted organizo el Grupo de Información sobre las Prisiones fue sobre esta base: instaurar
las condiciones en las que los prisioneros pudiesen hablar por sí mismos. Seria completamente falso
decir, como parecía decir el mao, que usted pasaba a la práctica aplicando sus teorías. No había en
su trabajo ni aplicación, ni proyecto de reforma, ni encuesta en el sentido tradicional. Había algo
muy distinto: un sistema de conexión en un conjunto, en una multiplicidad de piezas y de pedazos a
la vez teóricos y prácticos. Para nosotros el intelectual teórico ha dejado de ser un sujeto, una
conciencia representante o representativa. Los que actúan y los que luchan han dejado de ser
representados ya sea por un partido, ya sea por un sindicato que se arrogaría a su vez el derecho de
ser su conciencia. ¿Quién habla y quien actúa? Es siempre una multiplicidad, incluso en la persona,
quien habla o quien actúa. Somos todos grupúsculos.
M.F: Me parece que la politización de un intelectual se hace tradicionalmente a partir de dos cosas:
su posición de intelectual en la sociedad burguesa, en el sistema de la producción capitalista, en la
ideología que esta produce o impone; su propio discurso en tanto que revelador de una cierta
verdad, descubridor de relaciones políticas allí donde estas no eran percibidas. Estas dos formas de
politización no eran extrañas la una a la otra, pero tampoco coincidían forzosamente. Estas dos
politizaciones se confundirían fácilmente en ciertos momentos de reacción violenta por parte del
poder: el intelectual era rechazado, perseguido en el momento mismo en que las “cosas” aparecían
en su “verdad”, en el momento en que no era preciso decir que el rey estaba desnudo. El
intelectual decía lo verdadero a quienes aún no lo veían y en nombre de aquellos que n podían
decirlo: conciencia y elocuencia.
Lo que los intelectuales han descubierto después de la avalancha reciente, es que las masas no
tienen necesidad de ellos para saber. Pero existe un sistema de poder que obstaculiza, que prohíbe,
que invalida ese discurso y ese saber. Poder que no está solamente en las instancias superiores de
la censura, sino que se hunde profundamente, mas sutilmente en toda la malla de la sociedad. Ellos
mismos, intelectuales, forman parte de ese sistema de poder, la idea de que son los agentes de la
“conciencia” y del discurso pertenece a este sistema. El papel del intelectual no es el de situarse
“un poco en avance o un poco al margen” para decir la muda verdad de todos; es ante todo luchar
contra las formas de poder allí donde este es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del
“saber”, de la “verdad”, de la “conciencia”, del “discurso”.
En este sentido la teoría no expresa, no traduce, no aplica una práctica; es una práctica. Pero local y
regional, como usted dice: no totalizadora. Lucha contra el poder, lucha para hacerlo aparecer y
golpearlo allí donde es más invisible y más insidioso. Lucha no por una “toma de conciencia”, sino
por la infiltración y la toma de poder, al lado, con todos aquellos que luchan por esto, y no por
retirado para darles luz. Una “teoría” es el sistema regional de esta lucha.
G.D: eso es, una teoría es exactamente como una caja de herramientas. Ninguna relación con el
significante… Es preciso que sirva, que funcione. Y no para uno mismo. Si no hay personas para
utilizarla, comenzando por el teórico mismo, que deja entonces de ser teórico, es que no vale nada,
o por el momento no llego aun. No se vuelve sobre una teoría, se hacen otras, hay otras a hacer. La
teoría no se totaliza, se multiplica y multiplica. Es el poder quien por naturaleza opera
totalizaciones, y usted, usted dice exactamente: la teoría por naturaleza esta contra el poder. Desde
que una teoría se incrusta en tal o cual punto se enfrenta a la imposibilidad de tener la menor
consecuencia práctica, sin que tenga lugar una explosión, incluso en otro punto. Por esto la noción
de reforma es tan estúpida como hipócrita. O bien, la reforma es realizada por personas que se
pretenden representativas y que hacen profesión de hablar por los otros, en su nombre, y entonces
es un remodelamiento del poder, una distribución del poder que va acompañada de una represión
acentuada; o bien es una reforma , reclamada, exigida , por aquellos a quienes concierne y
entonces deja de ser una reforma, es una acción revolucionaria que, desde el fondo de su carácter
parcial está determinada a poner en entredicho la totalidad del poder y de su jerarquía.
M.F: Y cuando los prisioneros se pusieron a hablar, tenían una teoría de la prisión, de la penalidad,
de la justicia. Esta especie de discurso contra el poder, este contradiscurso mantenido por los
prisioneros o por aquellos a quienes se llama delincuentes es en realidad lo importante, y no una
teoría sobre la delincuencia. La prisión es el único lugar en el que el poder puede manifestarse de
forma desnuda, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral. “Tengo razón
para castigar puesto que sabéis que es mezquino robar, matar…” Es esto lo que es fascinante en las
prisiones, que por una vez el poder no se oculta, no se enmascara, se muestra como tiranía llevada
hasta los más ínfimos detalles, poder cínico y al mismo tiempo puro, enteramente “justificado” ya
que puede formularse enteramente en el interior de una moral que enmarca su ejercicio.
G.D: Al mismo tiempo lo inverso es igualmente verdad. No son solamente los prisioneros los que
son tratados como niños, sino los niños como prisioneros. Los niños sufren una infantilización que
no es la suya. En este sentido es cierto que las escuelas son un poco prisiones, las fábricas son
mucho más prisiones.
M.F: Pienso que bajo el odio que el pueblo tiene a la justicia, a los jueces, a los tribunales, a las
prisiones, no es conveniente ver solamente la idea de otra justicia, más justa, sino, y en primer
lugar, y ante todo, la percepción de un punto singular en el que el poder se ejerce a expensas del
pueblo. La lucha anti-judicial es una lucha contra el poder; no creo que esta sea una lucha contra las
injusticias, contra las injusticias de la justicia, y por un mejor funcionamiento de la institución
judicial. Mi hipótesis es que los tribunales populares por ejemplo en el momento de la Revolución,
han sino una manera utilizada por la pequeña burguesía aliada a las masas, para recuperar, para
recobrar el movimiento de lucha contra la justicia. Y para recobrarlo, se ha propuesto este sistema
de tribunal que se refiere a una justicia que podría ser justa, a un juez que podría dictar una
sentencia justa. La forma misma del tribunal pertenece a una ideología de la justicia que es la de la
burguesía.
G.D: Si se considera la situación actual, el poder tiene por fuerza una visión total o global. Quiero
decir que todas las formas de represión actuales, que son múltiples, se totalizan fácilmente desde el
punto de vista del poder: la represión racista contra los inmigrados, la represión en las fábricas, la
represión en la enseñanza, la represión contra los jóvenes en general. Es desde este punto de vista
como encuentran su unidad: la limitación de la inmigración, recordando que se asignan a los
emigrados los trabajos más duros e ingratos, la represión de las fábricas, ya que se trata de
devolverle al francés el “gusto” por un trabajo cada vez más duro, la lucha contra los jóvenes y la
represión en la enseñanza, ya que la represión de la política es tanto más viva cuanto menos
necesidad de jóvenes hay en el mercado de trabajo.
Todas las clases de categorías profesionales van a ser convidadas a ejercer funciones policiales cada
vez más precisas: profesores, psiquiatras, educadores en general, etc. Hay aquí algo que usted
anuncia desde hace tiempo y que se pensaba que no se produciría: el refuerzo de todas las
estructuras de encierro. Entonces, frente a esta política global del poder, se hacen respuestas
locales, cortafuegos, defensas activas y a veces preventivas. Nosotros no tenemos que totalizar lo
que es totalizado por parte del poder, y que no podríamos totalizar por nuestra parte más que
restaurando formas representativas de centralismo y de jerarquía. En contrapartida, lo que
nosotros podemos hacer es llegar a instaurar conexiones laterales, todo un sistema de redes, de
base popular. Y es esto lo que es difícil. En todo caso, la realidad para nosotros no pasa en absoluto
por la política en sentido tradicional de competición de distribución de poder, de instancias
llamadas representativas a lo PC o a lo CGT. La realidad es lo que pasa efectivamente hoy en una
fábrica, en una escuela, en un cuartel, en una prisión, en una comisaria. Si bien la acción comporta
un tipo de información de naturaleza muy diferente a las informaciones de los periódicos.
M.F: Esta dificultad, nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿No proviene
de que ignoramos todavía en que consiste el poder? Después de todo ha sido necesario llegar al
siglo XIX para saber lo que era la explotación, pero no se sabe quizá siempre que es el poder. Y
Marx y Freud no son quizá suficientes para ayudarnos a conocer esta cosa tan enigmática, a la vez
visible e invisible, presente y oculta, investida en todas partes, que se llama PODER. La teoría del
Estado, el análisis tradicional de los aparatos de Estado no agotan sin duda el campo del ejercicio y
del funcionamiento del poder. La gran incógnita actualmente es: ¿Quién ejerce el poder? Y ¿Dónde
lo ejerce? Actualmente se sabe prácticamente quien explota, a donde va el provecho, entre que
manos pasa y donde se invierte, mientras que el poder… Se sabe bien que no son solo los
gobernantes los que detentan el poder. Del mismo modo, sería necesario saber bien hasta donde
se ejerce el poder, porque conexiones y hasta que instancias, ínfimas con frecuencia, de jerarquía,
de control, de vigilancia, de prohibiciones, de sujeciones. Por todas partes en donde existe poder, el
poder se ejerce. Nadie es el titulas de él; y sin embargo, se ejerce siempre en una determinada
dirección, con los unos de una parte y los otros de otra; no se sabe quién lo tiene exactamente,
pero se sabe quién no lo tiene.
G.D: En cuanto a este problema que usted plantea; se ve bien quien explota, quien se aprovecha,
quien gobierna, pero el poder es todavía algo más difuso – y haría la hipótesis siguiente: incluso y
sobre todo el marxismo ha determinado el problema en términos de interés (el poder esta poseído
por una clase dominante definida por sus intereses)-. De repente, se tropieza con la cuestión:
¿Cómo es posible que gentes que no tienen precisamente interés sigan, hagan un maridaje
estrecho con el poder, reclamando una de sus parcelas? Es posible que, en términos de inversiones,
tanto económicas como inconscientes, el interés no tenga la última palabra; existen inversiones de
deseo que explican que se tenga la necesidad de desear, no contra su interés, ya que el interés
sigue siempre y se encuentra allí donde el deseo lo sitúa, sino desear de una forma más profunda y
difusa que la de su interés.
Hay inversiones de deseo que modelan el poder, y lo difunden, y hacen que el poder se encuentre
tanto a nivel del policía como el primer ministro, y que no exista en absoluto una diferencia de
naturaleza entre el poder que ejerce un simple policía y el poder que ejerce un ministro. La
naturaleza de estas inversiones de deseo sobre un cuerpo social es lo que explica por qué los
partidos o los sindicatos, que tendrían o deberían de tener inversiones revolucionarias en nombre
de los intereses de clase, pueden tener inversiones reformistas o perfectamente reaccionarias a
nivel del deseo.
M.F: Como usted cie, las relaciones entre deseo, poder e interés, son más complejas de lo que
ordinariamente se piensa, y resulta que aquellos que ejercen el poder no tienen por fuerza interese
en ejercerlo. Aquellos que tienen interés en ejercerlo no lo ejercen, y el deseo de poder juega entre
el poder y el interés que es todavía singular. Sucede que las masas, en el momento del fascismo,
desean que algunos ejerzan el poder, algunos que, sin embargo, no se confunden con ellas, ya que
el poder se ejercerá sobre ellas y a sus expensas, hasta su muerte, su sacrificio, su masacre, y ellas,
sin embargo, desean este poder, desean que este poder se ejercido.
Este juego del deseo del poder y del interés es todavía poco conocido. Hizo falta mucho tiempo
para saber lo que era la explotación. Y el deseo ha sido y es todavía un largo asunto. Es posible que
ahora las luchas que se están llevando a cabo, y además estas teorías locales, regionales,
discontinuas que se están elaborando en estas luchas y que hacen cuerpo con ellas, es posible que
esto sea el comienzo de un descubrimiento de la manera en que el poder se ejerce.
C.G: Pues bien, yo vuelvo a la cuestión: el movimiento revolucionario actual tiene múltiples focos, y
esto no es por debilidad ni por insuficiencia, ya que una determinada totalización pertenece más
bien al poder y a la reacción. Pero, ¿Cómo concebir las redes, las conexiones transversales entre
estos puntos activos discontinuos, de un país a otro o en el interior de un mismo país?
M.F: Esta discontinuidad geográfica de la que usted habla significa esto: desde el momento que se
lucha contra la explotación, es el proletariado quien no solo conduce la lucha sino quien además
define los blancos, los métodos, los lugares y los instrumentos de lucha; aliarse al proletariado es
unirse a él en sus posiciones, su ideología, es retomar los motivos de su combate. Es fundirse. Pero
si se lucha contra el poder, entonces todos aquellos sobre los que se ejerce el poder como abuso,
todos aquellos que lo reconocen como intolerable, pueden comprometerse en la lucha allí donde se
encuentran y a partir de su actividad (o pasividad) propia. Comprometiéndose en esta lucha que es
la suya, de la que conocen perfectamente el blanco y de la que pueden determinar el método,
entran en el proceso revolucionario. Como aliados ciertamente del proletariado ya que, si el poder
se ejerce tal como se ejerce, es ciertamente para mantener la explotación capitalista. Sirven
realmente la causa de la revolución proletaria luchando precisamente allí donde la opresión se
ejerce sobre ellos.
G.D: Y no se puede tocar un punto cualquiera de aplicación sin encontrarse enfrentado a este
conjunto difuso que desde ese momento se estará forzado a intentar reventar, a partir de la más
pequeña reivindicación. Toda defensa o ataque revolucionario parciales se ensamblan así con la
lucha obrera.
Fontana: ¿Podría esbozar brevemente el trayecto que le condujo desde su trabajo sobre la locura
en la Edad clásica al estudio de la criminalidad y de la delincuencia?
Foucault: Cuando yo hice mis estudios hacia los años 50-55, uno de los grandes problemas que se
planteaban era el del estatuto político de la ciencia y las funciones ideológicas que ella podría
vehiculizar. No era exactamente el problema Lyssenko el que dominaba, pero creo que alrededor
de este ruin asunto, que ha estado durante mucho tiempo disimulado y cuidadosamente oculto,
todo un conjunto de cuestiones interesantes han sido removidas. Se resumen en dos palabras:
poder y saber.
Creo que existían para que esto sucediese tres razones. La primera es que el problema de los
intelectuales marxistas en Francia era el de hacerse reconocer por la institución universitaria y por
el establishment; debían pues plantear las mismas cuestiones que ellos, tratar los mismos
problemas y los mismos dominios. El marxismo quería hacerse aceptar como renovación de la
tradición liberal, universitaria.
De aquí que hayan querido, en el campo que nos ocupa, retomar los problemas más académicos y
los más “nobles” de la historia de las ciencias. La medicina, la psiquiatría, no hacia ni muy noble ni
muy serio, no estaba a la altura de las grandes formas del racionalismo clásico.
La segunda razón es que el estalinismo postestaliniano, excluyendo del discurso marxista todo lo
que no era repetición temerosa de lo ya dicho, no permitía abordar dominios todavía no
explorados. No había conceptos formados, vocabulario validado para cuestiones tales como los
efectos de poder de la psiquiatría o el funcionamiento político de la medicina; mientras que los
numerosos intercambios que habían tenido lugar desde Marx hasta la época actual pasando por
Engels y Lenin, habían realimentado entre los universitarios y los marxistas toda una tradición de
discursos sobre la “ciencia” en el sentido en que esta era entendida por el siglo XIX. Los marxistas
pegaban su fidelidad al viejo positivismo, al precio de una sordera radical respecto a todas las
cuestiones de la psiquiatría pauloviana.
Lo que yo había intentado hacer en este campo ha sido recibido con un gran silencio en la izquierda
intelectual francesa. Y solamente alrededor del 68, superando la tradición marxista, todas estas
cuestiones han adquirido su significación política, con una intensidad que no había sospechado y
que mostraba bien en qué medida mis anteriores libros eran todavía tímidos y confusos.
En fin, existe posiblemente una tercera razón, pero no estoy totalmente seguro de su influencia. Sin
embargo me pregunto si no existía en los intelectuales del PCF un rechazo a plantear el problema
del encierro, de la utilización política de la psiquiatría, de una forma más general, de la
cuadriculación disciplinaria de la sociedad.
Me ha parecido que en ciertas formas empíricas de saber cómo la biología, la economía política, la
psiquiatría, la medicina, etc., el ritmo de las transformaciones no obedecía a los esquemas dulces y
continuistas del desarrollo que se admite habitualmente.
En una ciencia como la medicina , por ejemplo, hasta finales del siglo XVIII existe un cierto tipo de
discurso en el que las transformaciones lentas -25, 30 años- rompieron no solamente con las
proposiciones “verdaderas” que fueron formuladas hasta entonces, sino más profundamente, con
las formas de hablar, con las formas de ver, con todo el conjunto de prácticas que servían de
soporte a la medicina: no se trata simplemente de nuevos descubrimientos ; es un nuevo “régimen”
en el discurso y en el saber.
Se trata de saber no cuál es el poder que pesa desde el exterior sobre la ciencia, sino que efectos de
poder circulan entre los enunciados científicos; cual es de algún modo su régimen interior de poder;
cómo y por qué en ciertos momentos dicho régimen se modifica de forma global.
Son estos diferentes regímenes los que he intentado localizar y describir en las palabras y las cosas.
Pero lo que faltaba en mi trabajo, era este problema del “régimen discursivo”, de los efectos de
poder propios al juego enunciativo.
Fontana: Por tanto es preciso volver a situar el concepto de discontinuidad en el lugar que le
corresponde. Existe posiblemente un concepto que es aún más denso, que es más central en su
pensamiento, el concepto de suceso. Ahora bien, a propósito del suceso , toda una generación ha
estado durante mucho tiempo en un callejón sin salida pues tras los trabajos de los etnólogos, e
incluso de los grandes etnólogos, se estableció esta dicotomía entre las estructuras de una parte y
el suceso de otra, suceso que sería el lugar de lo irracional, de lo impensable , de lo que no entra y
no puede entrar en la mecánica y en el juego del análisis , al menos en la forma que este ha
adoptado en el interior del estructuralismo.
Foucault: Se admite que el estructuralismo ha sido el esfuerzo más sistemático para evacuar el
concepto de suceso no solo de la etnología sino de toda una serie de ciencias e incluso, en el límite
de la historia.
Pero lo que es importante es no hacer con el suceso lo que se ha hecho con la estructura. No se
trata de colocar todo en un cierto plano, que sería el del suceso, sino de considerar detenidamente
que existe toda una estratificación de tipos de sucesos diferentes que no tienen ni la misma
importancia, ni la misma amplitud cronológica, ni la misma capacidad para producir efectos.
El problema consiste al mismo tiempo en distinguir los sucesos, en diferenciar las redes y los niveles
a los que perteneces, y en reconstruir los hilos que los hacen engendrarse unos a partir de otros.
Pienso que no hay que referirse al gran modelo de la lengua y de los signos, sino al de la guerra y de
la batalla. La historicidad que nos arrastra y nos determina es belicosa; no es habladora. Relación de
poder, no relación de sentido. La historia no tiene “sentido”, lo que no quiere decir que sea absurda
e incoherente. Al contrario es inteligible y debe poder ser analizada hasta su más mínimo detalla:
pero a partir de la inteligibilidad de las luchas, de las estrategias y de las tácticas. Ni la dialéctica, ni
la semiótica sabrían dar cuenta de la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos.
Fontana: Creo que se puede decir tranquilamente que usted ha sido el primero en plantear la
cuestión del poder, plantearla en el momento en que hacia furor un tipo de análisis que pasaba por
el concepto de texto, digamos objeto de texto con la metodología que conlleva, es decir, la
semiología, el estructuralismo, etc.
Foucault: No pienso haber sido el primero en plantear esta cuestión. Al contrario, estoy
sorprendido de la dificultad que tuve para formularla. Soy perfectamente consciente de no haber
prácticamente empleado el término y de no haber tenido este campo de análisis a mi disposición.
Puedo decir que ciertamente existía una incapacidad que estaba ligada con toda seguridad a la
situación política en que nos encontrábamos. No se ve de qué lado habría podido ser planteado
este problema del poder. A la derecha, no se planteaba más que en términos de constitución, de
soberanía, etc., por lo tanto en términos jurídicos. Del lado marxista, en términos de aparato de
Estado. La manera como el poder se ejercía concretamente y en detalle, con toda su especificidad,
sus técnicas y sus tácticas, no se planteaba: uno se contentaba con denunciarlo en el “otro”, en el
adversario, de un modo a la vez polémico y global: el poder en el socialismo soviético era llamado
por sus adversarios totalitarismo; y en el capitalismo occidental era denunciado por los marxistas
como dominación de clase, pero la mecánica del poder jamás era analizada.
Solo se ha podido comenzar a realizar este trabajo después del 68, es decir a partir de luchas
cotidianas y realizadas por la base, con aquellos que tenían que enfrentarse en los eslabones más
finos de la red del poder.
Foucault: Si, si usted quiere, en la medida en que es verdad que las personas de mi generación han
estado alimentadas cuando eran estudiantes con estas dos formas de análisis: una que reenvía al
sujeto constituyente, y la otra que reenvía a lo económico en última instancia, a la ideología y al
juego de las superestructuras y de las infraestructuras
Fontana: Siguiendo en este marco metodológico, ¿Cómo situaría usted entonces la aproximación
genealógica? ¿Cuál es su necesidad como interrogación sobre las condiciones de posibilidad, las
modalidades y la constitución de los “objetos” y de los dominios que sucesivamente ha analizado?
Foucault: Quería ver como se podían resolver estos problemas de constitución en el interior de una
trama histórica en lugar de reenviarlos a un sujeto constituyente. Es preciso desembarazarse del
sujeto constituyente, desembarazarse del mismo, es decir, llegar a un análisis que pueda dar cuenta
de la constitución del sujeto en la trama histórica. Y es eso lo que yo llamaría genealogía, es decir,
una forma de historia que da cuenta de la constitución de los saberes, de los discursos, de los
dominios de objeto, etc., sin tener que referirse a un sujeto que sea trascendente en relación al
campo de los acontecimientos o que corre en su identidad vacía, a través de la historia.
Fontana: La fenomenología marxista, un cierto marxismo ciertamente han actuado como pantalla y
obstáculo; existen también dos conceptos que continúan siendo pantalla y obstáculo actualmente,
el de la ideología por una parte, y el de represión por otra.
Foucault: La noción de ideología me parece difícilmente utilizable por tres razones. La primera es
que, se quiera o no, está siempre en oposición virtual a algo que sería la verdad. Yo creo que el
problema no está en hacer la participación entre lo que, en un discurso, evidencia la cientificidad y
la verdad y lo que evidencia otra cosa, sino ver históricamente como se producen los efectos de
verdad en el interior de los discursos que no son en sí mismo ni verdaderos ni falsos.
Segundo inconveniente, es que se refiere, pienso, necesariamente a algo como un sujeto. Y tercero,
la ideología está en posición secundaria respecto a algo que debe funcionar para ella como
infraestructura o determinante económico, materia, etc. Por estas tres razones, creo que es una
noción que no puede ser utilizada sin precaución.
La noción de represión, es más pérfida o en cualquier caso yo he tenido mucha más dificultad de
librarme de ella en la medida en que parece conjugarse bien con toda una serie de fenómenos que
evidencian los efectos del poder.
Me parece que la noción de represión es totalmente inadecuada para dar cuenta de lo que hay
justamente de productivo en el poder. Cuando se definen los efectos del poder por la represión se
da una concepción puramente jurídica del poder, se identifica el poder a una ley que dice no; se
privilegiaría sobre todo la fuerza de la prohibición. Ahora bien, pienso que esta es una concepción
negativa, estrecha, esquelética del poder que ha sido curiosamente compartida. Si el poder no
fuera más que represivo, sino hiciera nunca otra cosa que decir no, ¿Pensas realmente que se le
obedecería? Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa
solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho va mas allá, produce cosas, induce
placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que
atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función
reprimir.
Fontana: Para terminar, una cuestión que ya le han planteado: estos trabajos que usted hace, estas
preocupaciones, estos resultados a los que lleva, en suma todo esto, ¿Cómo pueden servir,
digamos, en las luchas cotidianas? ¿Cuál es el papel de los intelectuales hoy?
Foucault: Durante mucho tiempo, el intelectual llamado “de izquierdas” ha tomado la palabra y se
ha visto reconocer el derecho de hablar en tanto que maestro de la verdad y de la justicia. Se le
escuchaba, o el pretendía hacerse escuchar como intelectual universal. Ser intelectual, era ser un
poco la conciencia de todos. El intelectual por su elección moral, teórica y política, quiere ser
portador de esta universalidad, pero en su forma consciente y elaborada. El intelectual seria la
figura clara e individual de universalidad de la que el proletariado seria la forma sombría y colectiva.
Hace ya bastantes años que no se le pide al intelectual que juegue este papel. Un nuevo modo de
“ligazón entre la teoría y la práctica” se ha constituido. Los intelectuales se han habituado a trabajar
no lo “universal”, lo “ejemplar”, lo “justo y verdadero para todos”, sino sectores específicos, puntos
precisos en los que los situaban sus condiciones de trabajo, o sus condiciones de vida. Han
adquirido así una conciencia mucho más inmediata y concreta de las luchas. Y han encontrado
problemas que eran determinados, no “universales”, diferentes con frecuencia de los del
proletariado y de las masas. Y entre tanto se han acercado por dos razones: porque se trata de
luchas reales, materiales , cotidianas, y porque encontraban con frecuencia, pero bajo una forma
distinta, al mismo adversario que el proletariado, el campesinado o las masas ; es lo que llamare
intelectual “especifico” por oposición al intelectual “universal”.
Esta nueva figura tiene otra significación política: ella ha permitido si no soldar, al menos rearticular
categorías bastante próximas que habían permanecido separadas. Desde el momento en que la
politización se opera a partir de la actividad específica de cada uno, el umbral de la escritura, como
marca sacrilizante del intelectual, desaparece; y pueden producirse entonces lazos transversales de
saber a saber, de un punto de politización al otro: así los magistrados y los psiquiatras , los médicos
y los trabajadores sociales, los trabajadores de laboratorio y los sociólogos pueden cada uno en su
lugar propio y mediante intercambios y ayudas , participar en una politización global de los
intelectuales.
Me parece que esta figura del intelectual “especifico” se ha desarrollado a partir de la segunda
guerra mundial. Es posiblemente el físico atómico, Oppenheimer, el que ha hecho de bisagra entre
el intelectual universal y el intelectual específico. El físico atómico intervenía porque tenía una
relación directa y localizada con la institución y con el saber científico.
Bajo la cobertura de esta protesta que concernía a todo el mundo, el sabio atómico ha hecho
funcionar su posición específica en el orden del saber. Y por primera vez, el intelectual ha sido
perseguido por el poder político, no en función del discurso general que tenía, sino a causa del
saber que detentaba: era en este nivel en el que constituía un peligro político, no hablo aquí más
que de los intelectuales occidentales.
El intelectual universal deriva del jurista-notable y encuentra su expresión más plena en el escritor,
portador de significaciones y de valores en los que todos pueden reconocerse. El intelectual
especifico deriva de otra figura, no de la del “jurista-noble”, sino del “sabio-experto”.
Las relaciones tormentosas entre el evolucionismo y los socialistas, los efectos muy ambiguos del
evolucionismo señalan el momento importante en el que en nombre de una verdad científica
“local” se produce la intervención del sabio en las luchas políticas que le son contemporáneas.
Siempre la biología y la física han sido, de forma privilegiada, las zonas de formación de este nuevo
personaje del intelectual especifico. La extensión de las estructuras técnico-científicas en el orden
de la economía y de la estrategia le han conferido su importancia real. La figura en la que se
concentran las funciones y los prestigios de este nuevo intelectual, no es ya la del “escritor genial”,
es la del “sabio absoluto”, no es aquel que lleva sobre sí mismo los valores de todos, se opone al
soberano o a los gobernantes injustos, y hace oír su grito hasta en la inmortalidad; es aquel que
posee con algunos otros, estando al servicio del Estado o contra él, poderes que pueden favorecer
o matar definitivamente la vida.
Admitamos que con el desarrollo en la sociedad contemporánea de las estructuras técnico-
científicas, adquiere importancia el intelectual especifico desde hace una decena de años y que se
acelera este movimiento desde 1960. El intelectual específico encuentra obstáculos y se expone a
peligros. Peligro de atenerse a luchas de coyuntura, a reivindicaciones sectoriales. Riesgo de dejarse
manipular por los partidos políticos o los aparatos sindicales que conducen estas luchas locales.
Riesgo sobre todo de no poder desarrollar estas luchas por la ausencia de una estrategia global y de
apoyos exteriores. Riesgo también de no ser seguido o de serlo por grupos muy reducidos.
Me parece que nos encontramos en un momento en el que la función del intelectual especifico
debe ser reelaborada.
Se puede también decir que el papel del intelectual especifico tendrá que ser cada vez más
importante, a la medida de las responsabilidades políticas, que de buen o mal grado está obligado a
adoptar en tanto que físico nuclear, genetista, técnico de informática, farmacólogo, etc. No
solamente sería peligroso descalificarlos en su relación específica a un saber local, con el pretexto
de que es un asunto de especialista que no interesa a las masas, o que sirve a los intereses del
Capital y del Estado, o también que vehicula una ideología cientista.
Lo importante, creo, es que la verdad no está fuera del poder, ni carece de poder. La verdad es de
este mundo; está producida aquí gracias a múltiples imposiciones. Tiene aquí efectos
reglamentados de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su “política general de la
verdad”: es decir, los tipos de discurso que ella acoge y hace funcionar como verdaderos; los
mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera
de sancionar y otros; las técnicas y los procedimientos que son valorizados para la obtención de la
verdad; el estatuto de aquellos encargados de decir que es lo que funciona como verdadero.
En sociedades como las nuestras la “economía política” de la verdad está caracterizada por cinco
rasgos históricamente importantes: la “verdad” está centrada en la forma de discurso científico y
en las instituciones que lo producen; esta sometida a una constante incitación económica y política;
es objeto bajo formas diversas de una inmensa difusión y consumo ; es producida y transmitida
bajo el control no exclusivo pero si dominante de algunos grandes aparatos políticos o económicos
(universidad, ejercito, escritura, medios de comunicación); en fin, es el núcleo de la cuestión de
todo un debate político y de todo un enfrentamiento social (luchas “ideológicas”).
Me parece que lo que es preciso tener en cuenta, ahora, en el intelectual no es, en consecuencia, al
“portador d valores universales”, es más bien, alguien que ocupa una posición especifica- pero de
una especificidad que está ligada a las funciones generales del dispositivo de verdad en una
sociedad como la nuestra. Dicho de otro modo, el intelectual evidencia una triple especificidad: la
especificidad de su posición de clase; la especificidad de sus condiciones de vida y de trabajo,
ligadas a sus condiciones de intelectual. En fin, la especificidad de la política de verdad en nuestras
sociedades. Y es aquí donde su posición puede tener una significación general, donde el combate
local o específico que desarrolla produce efectos, implicaciones que no son simplemente
profesionales o sectoriales.
Funciona o lucha a nivel general de este régimen de verdad tan esencial a la estructuras y al
funcionamiento de nuestra sociedad. Existe un combate “por la verdad”, o al menos “en torno a la
verdad”- una vez más entiéndase bien que por verdad no quiero decir “el conjunto de cosas
verdaderas que hay que descubrir o hacer aceptar”, sino “el conjunto de reglas según las cuales se
discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero efectos políticos de poder”: se entiende
asimismo que no se trata de un combate “a favor” de la verdad sino en torno al estatuto de verdad
y al papel económico- político que juega-. Hay que pensar los problemas políticos de los
intelectuales no en términos de “ciencia/ideología” si no en términos de “verdad/poder”. Y es a
partir de aquí que la cuestión de la profesionalización del intelectual, de la división entre trabajo
manual/intelectual puede ser contemplada de nuevo.
La “verdad” está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a
los defectos de poder que induce y que la acompañan. “Régimen” de la verdad.
El problema político esencial para el intelectual no es criticar los contenidos ideológicos que
estarían ligados a la ciencia, o de hacer de tal suerte que su práctica científica este acompañada de
una ideología justa. Es saber si es posible constituir una nueva política de la verdad. El problema no
es “cambiar la conciencia” de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político,
económico, institucional de producción de la verdad.
No se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder sino de separar el poder de la verdad de
las formas hegemónicas (Sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por
el momento.
INTRODUCCION
El desarrollo del socioanalisis durante el decenio que parte de 1962-1963, constituye nuestra
investigación y nuestra practica; en cambio, el movimiento del potencial humano nos llega del
exterior, y ello para cuestionar y rebatir por lo menos un aspecto fundamental de nuestra actividad,
a saber, el habismo, que es la actitud analítica construida a partir de un habla social, de un discurso.
El punto de partida del presente libro es también la ruptura con la concepción freudiana del
análisis. Una ruptura que tiene una función ejemplar. Decirlo todo: tal la regla fundamental del
psicoanálisis; da fundamento a todo el dispositivo analizador freudiano. Determina el campo del
análisis y su médium, esto es, la palabra. En este sentido, se puede decir que el psicoanálisis se
presenta como una “logoterapia”- basada en una doble habla: la del analizado y la del analista,
supuesto interprete del material suministrado por el analizado.
Nos parece necesario someter ahora a la crítica, como lo hizo Reich, la técnica fundamental del
psicoanálisis. En efecto, el modelo “hablista” del análisis, ha pasado sin crítica alguna al
socioanalisis, al mismo tiempo que el hablismo psicológico de los grupos denominados de
formación.
Con el hablismo analítico tenemos, hoy, que romper si deseamos avanzar en la construcción de
trasanalisis.
Para construir el trasanalisis hay que tomar en cuenta, ante todo, los dos movimientos que lo
preceden: el movimiento institucionalista y el movimiento del potencial humano, que aporta al
análisis institucional el método al fin hallado para hacer actuar el cuerpo y el deseo en el campo de
la intervención.
La preparación del libro Groupes, organisations, institutions habría debido atraer, no obstante, mi
atención sobre los riesgos de confusión entre los dos conceptos de organización e institución. Si la
confusión se ha mantenido tanto tiempo entre nosotros, así como entre los psicoterapeutas, la
causa incumbe, sin duda, a razones vinculadas a la práctica y a la voluntad de intervención:
llamábamos institución a conjuntos psicopracticos en los que es posible actuar directamente y a los
que se puede manejar y modificar a voluntad.
Por consiguiente, yo habría debido seguir más bien la orientación que me llevaba a escribir, en
1963, que “la institución social también existe al nivel del inconsciente del grupo”. La definición de
la institución en términos de inconsciente político es más rigurosa que una definición en términos
de establecimientos.
Durante esta primera fase, el concepto de institución es central; pero se halla mal elucidado.
Entre 1964 y 1968, el movimiento institucionalista sigue siendo asunto de unos cuantos medios
profesionales. Los acontecimientos de mayo de 1968 van a otorgarle súbitamente una audiencia
masiva, en la medida en que la crisis de mayo aparece como una crisis general de las instituciones.
Ya he dicho por lo demás, de qué modo esos acontecimientos nos condujeron a retomar el
concepto de analizador. Es el concepto que se vuelve esencial, que ocupa el primer plano de la
escena, hasta entonces llenado por el concepto de institución.
Nuestra posición nos acerca al movimiento del potencial humano; este se define por la ruptura con
las psicoterapias analistas y “hablistas”.
Sin embargo, hallamos algunas dificultades en avanzar por este camino. La definición de implicación
en términos de pertenencias y referencias no es suficientemente “implicante”. Constituye, sin
duda, una ruptura con el dogma hueco de la supuesta neutralidad analítica. Pero la implicación que
se le pone es política más que “emocional” y existencial.
El movimiento del potencial humano nació en los Estados Unidos de América hacia 1960. “Centros
de crecimiento” y “desarrollo del potencial humano” se crean más o menos por doquiera y cuentan
con adeptos. Diferentes escuelas de pensamiento y técnicas que poseen sus respectivos cabos de
fila convergen en este movimiento, que sintetiza las nuevas psicoterapias de grupo del anfiteatro,
de las filosofías llegadas a Oriente con sus técnicas del cuerpo, el grito y la meditación.
El principal foco de difusión es California. Allí encuentra el movimiento de los grupos la nueva
cultura, igualmente difundida hacia 1960 por el movimiento hippie.
a) Se advertirá, ante todo, por continuidad y a la vez por ruptura del Grupo de formación al
Grupo de encuentro. En ello radicaría el nivel psicosociológico de la evolución en el trabajo
de los grupos.
b) Al mismo tiempo se desarrollan y vienen a mezclarse con la corriente de los grupos de
encuentro nuevas terapias de grupo (bioenergía, guestalterapia, etc.)
Hay, sin embargo, una diferencia entre el movimiento del encounter group, y el nuevo movimiento
terapéutico.
¿En qué autor y en qué escuela deberemos, pues, buscar el primer origen de este movimiento? J.L
Moreno se atribuye la paternidad del término, de la idea y hasta de las técnicas del encuentro. No
obstante, no se puede decir que todo lo que caracteriza hoy a los grupos de encuentro sea, como si
lo es el psicodrama, una producción especifica de Moreno. Es verdad, por el contario, que en los
grupos de encuentro ocupa un sitio nada desdeñable un psicodrama astillado; con mayor exactitud,
los actuales grupos de encuentro toman elementos del psicodrama y del T. Group, así como de la
bioenergía, y estos se mezclan en un sincretismo en constante evolución.
Para otros autores, el movimiento de los grupos de encuentro surgió de la “dinámica de grupos” en
su aplicación clínica: el T. Group, grupo de diagnóstico, grupo de formación.
Solo por deslizamiento a partir de este proyecto psicopedagógico inicial adquirirá el T. Group, aquí
y allá, los visos de un “grupo de encuentro de finalidad terapéutica”.
Hoy se introducen en estos grupos el cuerpo, el grito, el trance y el desnudo, que no estaban en el
programa de los grupos rogerianos.
Y además se ubica hasta el “teórico”: si escribo acerca de los grupos de encuentro, lo hare a partir
de un punto de vista psicosciologico, porque mi formación inicial, mi primera practica de grupo es
el T. Group.
Hoy, los “grupos de encuentro” se multiplican; pero el termino empieza a deteriorarse. Entonces se
habla de “grupos de expresión”, etc.
III.HACIA EL TRASANALISIS
El tema fundamental del movimiento californiano es la liberación del cuerpo. Es un tema que indica
y a la vez disimula al de la liberación sexual.
Que la dimensión libidinal está presente en este movimiento y se la ha puesto en primer plano,
parece, desde luego, irrebatible: al “paso por el acto” se lo presenta como una exigencial esencial, y
ello en contra del psicoanálisis. Se trabaja la sensualidad, y a la vez la desnudez de los cuerpos
dentro de los grupos se la define como un valor.
Sin embargo, esa liberación no llega hasta el fondo de sus implicaciones. Preciso es, entonces,
respetar los “limites” y mantener el control de las trasgresiones. La liberación se detiene ante esos
límites; funciona como un taparrabos.
Pero las barreras parecen al mismo tiempo cada vez más frágiles. Y los “pasos por el acto” en los
grupos tienden, cada vez más, al paso al acto sexual colectivo. El fantasma de una libre sexualidad
de grupo esta cada vez más presente y es más exigente; en todo caso, ya se halla en la imagen que
el público forja a propósito de estos grupos.
Se trata de retener lo más ofensivo que tiene el movimiento del potencial humano, politizándolo
mediante la introducción de una actividad institucionalista. Inversa y conjuntamente, se trata de
transformar la actividad institucionalista actual mediante el reconocimiento y la aceptación práctica
de la actividad libidinal en los grupos y las instituciones.
Trabajar en el doble nivel del sexo y el dinero: tal es el proyecto del trasanalisis.
El socioanalisis institucional tiene por objeto específico la exploración activa del inconsciente
político merced a la disposición de un dispositivo analizador construido que define a la institución
del análisis como lugar de reproducción de los conjuntos institucionales.
Las grandes instituciones del orden social- las iglesias, las escuelas, los establecimientos médicos,
pero también los partidos y los sindicaos- se ven atravesados por la crisis, y la crisis institucional, a
la vez sectorial y general, determina la demanda de análisis institucional.
Recordemos brevemente las etapas esenciales. Hacia 1940, algunos psiquiatras comienzan a
desarrollar principios y prácticas de psicoterapia institucional a partir de una experiencia anterior
de las psicoterapias individuales y de las psicoterapias de grupo. La expresión psicoterapia
institucional se forma en 1952.
Poco después, en 1962, aparece el concepto de pedagogía institucional, en relación con las técnicas
de los grupos autoadministrados.
1. LA PSICOTERAPIA INSTITUCIONAL.
Hacia 1940, el concepto sociológico de institución habiase vuelto para los sociólogos de la nueva
generación; mas marcados por otras escuelas, un concepto menor, equivoco, no operativo. Ahora
bien, precisamente a partir de ese momento la corriente de investigación y acción que se había
arrogado el nombre de psicoterapia institucional devuelve al mismo concepto un nuevo vigor a
través de un efecto de lenguaje: en el caso del hospital psiquiátrico, el termino institución es
sinónimo de establecimiento. Solo posteriormente se llevara a cabo un esfuerzo para impulsar más
lejos el análisis conceptual.
En la segunda etapa se busca resocializar a los enfermos mediante la vida de grupo. Y por fin, en el
curso de la tercera y última etapa, se elabora el concepto de institución.
El doctor Le Guillant, que ha sido uno de los fundadores de este movimiento, ha dicho de qué
modo, en la situación de la ocupación alemana en Francia, algunos médicos de silos tomaron
conciencia de la opresión que ejercían sobre los enfermos. De ahí que la búsqueda de una actitud
nueva para con estos, “su reconocimiento como personas”.
Aquella primera fase era “empírica”. Pero nuevas técnicas- las psicoterapias de grupo- iban a
proporcionarles a las investigaciones un marco a la vez técnico e ideológico. Esas técnicas, llegadas
de Estado Unidos, y particularmente el psicodrama de Moreno se importaron a Francia en 1940. A
ellas se añaden técnicas denominadas de “psicoterapia ocupacional”.
Y se llega, por in, a la idea de hacer participar a los propios enfermos en la “gestión” de tan
complejo proceso de cura.
En 1950 comienza una fase de elaboración teórica más intensa, sobre todo con los grupos del
hospital psiquiátrico de Saint-Alban y de la clínica de La Borde. La novedad teórica y práctica es el
descubrimiento de la dimensión inconsciente de la institución.
De Moreno y Marx a Freud y Lacan, vamos a intentar mostrar la búsqueda de una nueva teoría
institucionalista, que no siempre es clara, pero que está en marcha y en vías de elaboración. La fase
socializante dentro de la teoría institucionalista en psicoterapia era el momento de la “revolución
psicométrica”. Es la fase del microsocialismo. Es el momento en que se identifica la alienación
mental con la alienación social. Pero ya en aquel momento hay entre los pioneros del movimiento,
quienes denuncian las ilusiones del hospital-falansterio: para ellos, el clima así creado es de tal
índole, que el enfermo ya no puede desear salir de aquella isla de sociedad ideal para encararse
nuevamente con la sociedad real y sus contradicciones.
Y por su parte “rene Lourau comenta esa evolución: “He aquí el punto ciego de la actitud que,
desde la mejora de las relaciones humanas hasta las técnicas de grupos y hasta la multiplicación de
las reuniones de la institución, conduce al movimiento hacia el psicoanálisis y hacia el análisis
institucional propiamente dicho”.
Así se descubre ahora que el problema fundamental radica en el hecho mismo de instituir la terapia
en sus diferentes formas: relacional e institucional.
Ahora se hace visible que es la sociedad quien instituye. Es el sistema social exterior quien instituye
el corte hospitalario mismo si los muros son simbólicamente destruidos, aunque las puertas
permanezcan abiertas permanentemente. También instituye la jerarquización del personal de
atención (que persiste, no obstante la “vida comunitaria”). Mantiene un sistema de normas y
compulsiones que atraviesan al más “liberado” hospital: desde el exterior, constituye todo lo
instituido de la institución.
Conviene hacer un balance de las etapas precedentes. Hemos visto que la primera etapa
institucional- que implica una primera definición, implícita o explícita, de la institución- es la
denominada “socializante”. En ese momento se introducen las técnicas de grupo y el psicodrama,
pero también las técnicas Freinet, y se organizan asimismo las reuniones del club, de taller, de
pabellones, así como las reuniones del personal de atención.
Observemos bien, una vez más, que todo ese dispositivo organizativo va a permanecer en su lugar.
Lo que si cambia, con el esclarecimiento del inconsciente institucional, es la estrategia terapéutica,
al mismo tiempo que la teoría de tales “instituciones”.
El problema consiste ahora, en construir la teoría de las relaciones entre los analistas y los
analizadores; estos últimos son las herramientas de la terapia, así como los elementos del campo
institucional, o los acontecimientos de la vida diaria, etc.
2. PEDAGOGIA INSTITUCIONAL.
En 1963 contribuimos a darle una extensión más amplia, pues escogimos el empleo del lenguaje
institucionalista para designar en un sector distinto del de la terapéutica a ciertos datos adscritos a
la organización de la formación.
En el curso de los últimos diez años las técnicas socioanaliticas de intervención han intentado tener
en cuenta el aporte de las otras técnicas institucionales, para lo cual han procurado construir
nuevos dispositivos técnicos de intervención, en especial el del balance institucional.
Hemos definido estos dispositivos como “analizadores construidos”, más o menos a la manera de
Guattari y Torrubia, quienes definen en términos de “analizador”, una institución que habla y
escucha organizada en el establecimiento de atención.
a. La orientación psicoanalítica
Esta definición de la institución es muy legalista. Debido a ello se une a la gran tradición clásica del
institucionalismo sociológico, que otorga privilegio a lo que ya está instituido, o sea, el conjunto de
las reglas de funcionamiento de un grupo, de una organización, de una sociedad.
Los mismos autores añaden enseguida: “Pero también llamamos ‘instituciones’ a lo que instituimos:
la definición de los lugares, de los momentos, de los estatutos de cada cual, de acuerdo con su nivel
de comportamiento, es decir, de acuerdo con sus posibilidades, las funciones (servicios, puestos,
responsabilidades), los papeles (presidente, secretario), las diversas reuniones (jefes de equipo,
clases de nivel, etc.) y los ritos que aseguran su eficacia”.
Lo que aquí se define es una actividad creadora de instituciones, una actividad instituyente.
En el otro libro de Oury y Vásquez encontramos esta definición: “Llamamos pedagogía institucional
a un conjunto de técnicas de organización de métodos de trabajo, de instituciones internas, nacidas
de la praxis de clases activas. Este conjunto ubica a niños y adultos en situaciones nuevas y
variadas, que requieren de todo compromiso personal, iniciativa, acción, continuidad. Tales
situaciones desembocan en conflictos que, no resueltos, prohíben a la vez la actividad común y el
desarrollo afectivo e intelectual de los participantes. De allí la necesidad de utilizar, además de las
herramientas materiales y de las técnicas pedagógicas, herramientas conceptuales e instituciones
sociales internas, variables, capaces de resolver los conflictos por la permanente facilitación de los
intercambios materiales, afectivos y verbales en niveles conscientes o inconscientes.
Poco más adelante, los autores se preguntan por fin de qué modo “va la clase a insertarse, sin
desaparecer, en las instituciones escolares, políticas y económicas de la sociedad adulta actual”.
Nuestros autores ignoran por completo, en 1972, todo lo que se comienza a advertir, poco menos
que en todas partes, acerca de la “declinación de la escuela” y la “desescolarización”.
Para ellos se trata, sencillamente, de saber cómo va la escuela a “insertarse sin desaparecer” en la
sociedad adulta. Este segundo punto pone de relieve el carácter reformista del primer movimiento
institucionalista. Por reformismo se entiende aquí la actitud que consiste en introducir reformas de
método sin interrogarse sobre los principios, sin poner realmente en tela de juicio a la Escuela
como institución social.
En 1964, una intervención socioaanalitica en el Grupo Educación y Técnicas, salido del Movimiento
Freinet, facilitaba el esclarecimiento de conflictos y debía conducir, tras una escisión, al nacimiento
de dos grupos: el grupo animado por F. Oury y A. Vásquez, cuya orientación acabamos de definir, y
el Grupo de Gennevilliers , que iba a participar en el Grupo de Pedagogía Institucional a partir del
mismo año. La escuela de Gennevilliers ha servido de punto de partida a la autogestión pedagógica
y, de allí, a la segunda orientación institucionalista en pedagogía, esto es, a la orientación
autogestionaria.
Esta orientación toma por base técnica ciertos datos de la dinámica de grupo aplicada a la
formación. Del grupo de formación se ha pasado al grupo autoadministrado. Se descubren las
posibilidades de una “autorregulación de grupo”: un grupo es capaz de tomar a su cargo, no solo su
análisis, o, más exactamente, su “autoformación por el autoanálisis”, sino también muchas otras
actividades.
Había, por lo demás, aun antes de la difusión de la dinámica de grupo, experiencias pedagógicas de
self-govern-ment que preparaban la nueva orientación, que la anunciaban. La autogestión se
hallaba asimismo en germen en las técnicas de cooperación y consejo de cooperativa, convertidas,
en Gennevilliers, en el consejo de clase.
Ese paso del “consejo de cooperativa” al “consejo de clase” ha ido un elemento determinante. En
efecto, el consejo de cooperativa solo administra en la escuela Freinet una actividad limitada y
marginal, mientras que el consejo de clase va a tomar a su cargo, al menos en principio, el conjunto
de las actividades escolares. La clase comienza entonces a funcionar como una cooperativa.
Así, la autogestión pedagógica se origina en la encrucijada donde se cruzan los métodos nuevos de
self-govern-ment, la escuela Freinet y la dinámica de grupo. Es el lugar en el que se puede definir
una situación en la que el conjunto del colectivo docente-educandos administra la formación,
decide respecto de los métodos, de los objetivos, de los horarios, de los programas…
Todas esas decisiones son posibles solo dentro de ciertos límites: únicamente se puede administrar
instituciones internas a la clase. Las instituciones externas, o “sociales” , escapan al control y al
poder del colectivo docente-educandos. La segunda tendencia institucionalista en pedagogía se ha
definido en este nivel de oposición entre los dos sistemas institucionales.
Para Michel Lobrot, el sistema de las instituciones externas es completamente burocrático: “El
problema consiste, pues, en saber cómo es posible introducir en la escuela oficial, que es
integralmente burocrática, un principio nuevo, no burocrático”.
La autogestión pedagógica se ha presentado desde un primer momento como una nueva técnica de
grupo.
Esos son los medios que constituyen las instituciones internas de la clase, y de este modo llegamos
a la definición adelantada por Michel Lobrot: “La pedagogía institucional se define, por una parte,
por la vacante del poder en un grupo dado y, por la otra, por la posibilidad concedida al grupo de
procurarse instituciones satisfactorias gracias a las iniciativas divergentes de los participantes”.
Hoy, a diez años del nacimiento de nuestro primer movimiento institucionalista, la situación ha
cambiado. Descubrimos que, según la expresión de Nietzche, “las instituciones se vacían”. También
la escuela ha sido afectada por la “decadencia institucional”. Dentro de este contexto, ya no
podemos conformarnos con innovaciones tecnológicas, ni aun con el “análisis”. Hay que tomar en
cuenta las nuevas aportaciones de los movimientos a los que llamaremos “antinstitucionalistas”.
II. EL ANTINSTITUCIONALISMO
1. LA ANTIPSIQUIATRIA
Hacia 1960, una nueva corriente nace y se desarrolla: la antipsiquiatria. Señalemos brevemente las
diferentes etapas de crisis de la psiquiatría.
La vieja psiquiatría tradicional se había visto “impugnada” en un primer tiempo, sobre todo a partir
de 1918, por el psicoanálisis, el psicodrama, las técnicas de grupo y por ideas un poco más liberales
para con la locura. Después, en oportunidad de la guerra del 40 y de la ocupación alemana, la
psicoterapia institucional sustituyo a “la impugnación y al encierro psiquiátrico y abrió nuevos
horizontes, al principio sobre bases políticas y en seguida sobre bases psicoanalíticas. A la sazón, el
desarrollo de una nueva crisis de la cultura va acompañado por la producción y la difusión de
nuevas ideas, salidas a su vez de experiencias que se agrupan bajo el nombre de antipsiquiatria.
Robert Lefort procura destacar las diferencias, cuando escribe: “En la psiquiatría comunitaria, la
locura es lo antisocial y su tendencia sigue siendo la adaptación del sujeto a su medio circundante.
Para la psiquiatría institucional, la creación de una microsociedad tiene valor terapéutico, pero a
costa de la exclusión y la segregación del loco. La antipsiquiatria, solo ella…, plantea el problema del
habla y del discurso de la locura como cuestionamiento de la sociedad y sus defensores, aun
cuando la locura yerre el tiro.
2. LA ANTIPEDAGOGIA
Otro tanto ocurre con la pedagogía. En Francia y otras partes se ve aparecer una antipedagogia
cuyos militantes son a menudo reprimidos, mientras que la pedagogía institucional, ahora
enseñada en las escuelas, se inscribe en los programas de las facultades. Pero actualmente existe
una interrogación sobre la declinación de la escuela, así como un movimiento por su “liberación”.
Ya se ve: la crisis supera hoy el problema de los métodos pedagógicos. La crisis de la escuela no es
solo interna de la institución escolar; se halla vinculada la crisis de las instituciones de la sociedad.
La crisis institucional generalizada se inscribe tanto en la institución educacional como en las demás
instituciones. Ahora se reconoce e identifica a la crisis institucional: determina la apertura de un
espacio crítico al que el análisis institucional intenta explorar.
Althusser oponía una “demostración” cuyo principio consistía en “desplazar la línea divisoria de
clase de la relación docente/educando desde donde la habían trazado los teóricos de la UNEF hasta
el contenido del saber: la línea divisoria no para por la trasmisión del saber entre el docente y el
educando; pasa por el contenido mismo del saber, entre la ciencia y la ideología”. Ranciere deslinda
su significación institucional: “Seguramente, la mayor parte de los cursos dictados en las facultades
de Medicina, o en las grandes escuelas científicas, tienen un contenido perfectamente válido
científicamente. Si esos docentes tienen una evidente función reaccionaria, no es tan solo porque
las ciencias se enseñen de una manera positivista; es su razón de las estructuras mismas de la
enseñanza: tipo de institución, mecanismos de selección, relaciones entre los educandos y los
docentes, que son a la vez los poseedores de cierto saber y miembros de la jerarquía social.
Jacques ranciere llama expresamente institución lo que para el análisis institucional no es más que
un aspecto, los “mecanismos de selección” y las “relaciones docentes-educandos” están en la
institución del saber. Ranciere distingue las instituciones y las formas de transmisión sin elaborar el
concepto. La elaboración del concepto conduciría, por el contrario, a mostrar como las “formas de
transmisión” son constitutivas de la institución. Pese al no elaborado uso del término institución,
Ranciere efectúa el análisis institucional de la Universidad para oponerlo al análisis ideológico de
Althusser. Muestra que no se puede plantear el problema de la ideología y la ciencia sin formular el
de la institución del saber, del saber cómo institución. Muestra que a través de la institución, en el
sentido en que la entendemos (relaciones de formación, selección y deslinde del saber) , se
reproduce la sociedad clasista.
Estos análisis han hallado su primer origen en el movimiento de mayo; son el fruto de mayo, es
decir, de una lucha institucional activa dentro de la institución universitaria. El trabajo de los
analizadores sociales produce el análisis institucional.
El análisis de la institución universitaria se articula directamente con el análisis del Estado y con la
lucha de clases. La división de las clases sociales atraviesa a la Universidad: en el medio
universitario se organizan mecanismos institucionales para reproducir las relaciones de producción,
para que se mantenga una sociedad clasista con sus dirigentes y sus ejecutantes; una sociedad
basada en la explotación de la fuerza de trabajo.
3. LA ANTIESCUELA
Ivan Illich no ataca directamente a la pedagogía institucional. Pero declara- y en ello estriba su idea
central- que ha llegado al tiempo de rever, no ya los métodos, sino el principio mismo de la escuela
en su carácter de institución.
“Por el momento la desescolarización de la sociedad sigue siendo una causa sin defensores
organizados. No deberíamos dejar de sentirnos sorprendidos, en una época en la que, entre los
adolescentes de doce a diecisiete años, se manifiesta una resistencia cada vez mayor, aunque
todavía desordenada, a toda forma de instrucción planificada”.
Illich desplaza la problemática institucional. Sostiene por ejemplo, que el campo institucional es un
campo autónomo con respecto a los sistemas económicos y políticos. Es uno de sus temas
fundamentales: “Las escuelas son fundamentalmente semejantes en todos los países, así sean estos
fascistas , democráticos, socialistas, pequeños o grandes , ricos o pobres”. Este principio de la
identidad institucional no deja de traer a la memoria la idea de que la dinámica de los grupos y las
organizaciones debe ser igualmente idéntica en los diferentes sistemas escolares, o bien que los
mecanismos del inconsciente según el psicoanálisis son universales. Las instituciones descritas por
Illich son las del modo de producción capitalista en todas partes donde domine, inclusive en la
variable denominada “socialista”.
Un segundo tema es la similitud, aseverada por nuestro autor, entre la decadencia de la Iglesia y la
desescolarización.
Un cuarto tema es el de la reproducción. Illich define la escuela como “agente productor de una
sociedad de consumo”.
Un sexto tema del institucionalismo illichiano- que acaso sea su tema central- es el de la muerte
inscrita en las instituciones.
La aparente diferente entre Marx e Illich consiste en que el primero insiste respecto de la
interrelación de las estructuras dentro del modo de producción, mientras que el segundo propone
una autonomía de la instancia institucional. Pero Illich no emplea la noción de modo de producción;
para él, la sociedad capitalista es “la sociedad de consumo” y de “alienación institucional” del
hombre institucionalizado”.
Entonces se podrá utilizar los edificios escolares, “a los que parece difícil convertir a otros usos”,
como lugares de reunión.
La autonomía del campo institucional.
Ivan Illich sostiene la tesis de la autonomía institucional de la escuela. Pero es una autonomía
relativa, ya que la escuela prepara para consumir instituciones en una sociedad del consumo
institucionalizado.
La escuela tiene una función específica de ocultación, reemplaza a la iglesia. Nunca nadie ha
terminado con la escuela: esta jamás cierra sus puertas a quien fuere sin ofrecerle una probabilidad
de redención. Tiene sus cursos de recuperación, su educación para adultos, su formación
permanente.
La escuela crea una demanda de consumo para la gama completa de las instituciones modernas
que se encuentran a la derecha del espectro institucional: “Las escuelas tuercen la inclinación
natural que los lleva a crecer y a aprender; hacen de ella una demanda de escolaridad… y esta
demanda para una “madurez” fabricada de la cabeza a los pies conduce a renunciar a la iniciativa
personal, sea cual fuere”.
La escuela se sitúa, por tanto, completamente del lado del asilo-prisión. Illich declara: “Todas las
instituciones tienen a volverse una sola “burocracia” posindustrial… Todo debe comenzar por una
renovación del estilo de las instituciones, y antes que nada, por un florecimiento de la educación”.
III.INSTITUCIONALISMO Y ANTIINSTITUCIONALISMO.
Para concretar mejor la oposición entre el primer movimiento institucionalista francés y las
corrientes “anti”, partiremos ahora de un ejemplo: la historia de una crisis colectiva en una UTB de
la clínica de la Borde. Jean Oury sitúa su posición con respecto a un “peligro”, no mencionado al
principio, pero que resulta ser, al final del artículo, la corriente de la antipsiquiatria.
Luego se viene el relato de los acontecimientos: “La UTB de que se trata habíase estructurado en
torno de un núcleo de instructores y alumnos internos durante una estadía de una quincena, en
febrero, en los campos, de deportes de invierno”.
A partir de allí comienza a “organizarse” un pequeño grupo de tres internos- León, Christian y
Gustave- con referencia a la UTB. Llega entonces un preceptor practicante contratado
provisionalmente: “Tenía un comportamiento poco equilibrado y arrastraba a Gustave a aislarse
por completo… Había desinvestidura el grupo y fortalecimiento del trio, de lo cual resulto una
potencialización de las pulsiones agresivas de los tres personajes… Entonces se lleva a cabo una
reunión ampliada de los miembros de personas de la UTB en la que participan mucho otros
preceptores y los médicos de la clínica. Se toman algunas decisiones: despedir inmediatamente al
preceptor “seductor” de Gustave, ubicar a León en otro hospital y tratar a Christian en un plano
biológico medicamentoso más intenso. Pero al día siguiente mismo de la reunión ampliada, el
hecho de haber sido despedido el preceptor por una instancia superior del colectivo provoca una
crisis de ADHOC (la adhoc es un organismo de decisión en el plano de la estructura del
establecimiento). Los miembros de la ADHOC dimitieron, innovando argumentos parecidos a los
que se hallan en las publicaciones antipsiquiatricas (democracia-decisión, etc.).
En la nota de Oury, todo ocurre como si la segunda crisis, la del personal de atención, hubiera sido
provocada por la mala influencia de las “predicaciones de moda”, llegadas desde el exterior para
envenenar a Cour-Cheverny. Con sus slogans, esas “publicaciones antipsiquiatricas” han
“trastornado la cabeza” de los dimitentes. Pero podemos preguntarnos si la crisis no tiene razones
mas complejas , vinculadas a un tiempo, por ejemplo , al desarrollo de la crisis institucional
generalizada y de las ideologías que intentan informar acerca de estas, así como a ciertas
dificultades teóricas y “técnicas” que aparecen progresivamente en el interior mismo de la
psicoterapia institucional.
Dentro de ese contexto se sitúa el movimiento antinstitucionalista actual, que significa una manera
nueva de formular el problema institucional, en vinculación con las nuevas formas de los
movimientos sociales.
La “politización” del análisis institucional conduce, a profundizar el concepto de institución. Al
mismo tiempo, investigaciones realizadas guerra de Francia contribuyeron igualmente a redefinir el
concepto.
c) Un desplazamiento.
Cooper, Illich, Basaglia: he aquí nuevas formas, más radicales, de análisis institucional. Pero esta vez
ya no hay “tecnología institucional”: las “instituciones” ya no son herramientas terapéuticas y
pedagógicas.
En el segundo enfoque institucionalista (el de los anglosajones) se ataca a los principios. Este
movimiento internacional se halla explícitamente ligado, desde 1967, al de la contracultura.
Antianalisis, antipsiquiatria, antipedagogia: fases provisionales que no se pueden ignorar, que se las
debe situar históricamente en el doble movimiento de la génesis social y de la génesis teórica. Una
contrasociologia, un contraanálisis, una contrapsiquiatria y una contrapedagogia comienzan; en sus
balbuceos actuales, a tomar conciencia del siguiente hecho capital: no han de ser etapas
posteriores del movimiento iniciado con la fase “critica”, “anti”, sino una serie de superaciones
convergentes, que comprenden en adelante, y de manera prioritaria, la superación de las fronteras
asignadas a cada una de las disciplinas consideradas.
La contrasociolgica no es solo una crítica sociológica interna, sino también una crítica de la
sociología por el psicoanálisis, por la teoría política, etc., pero sobre todo una crítica activa merced
a nuevos y concretos métodos de intervención. En el caso de la sociología, pues el verdadero
adversario no es el adversario teórico, sino las fuerzas que lo legitiman, que le dan la palabra.
I.PROBLEMAS DE VECINDAD.
Fuertemente signado por sus orígenes, cuéstale al análisis institucional efectuar un corte
epistemológico que le permita despejar ambigüedades, articular mejor sus principios y sus modos
de intervención, definir de más cabal modo sus vinculaciones y sus diferencias con disciplinas
vecinas.
El análisis de las relaciones de vecindad con prácticas que dan con las instituciones, o que las
soslayan, presenta un carácter académico. Pero no lo podemos rehuir. Se trata, en efecto, de
deslindar una especificidad de este tipo de análisis en momentos en que se lo difunde en múltiples
direcciones. Así, los psicosociologos contribuyen ahora a la difusión del análisis institucional, pero
con arreglo a múltiples modelos. Para algunos, el análisis institucional parece ser solo el último
nivel o el último piso del cohete psicosociológico… No es asombroso, desde este punto de vista, que
un libro reciente sobre el sociopsicoanalisis presente el análisis institucional, por alusión, en el
capítulo dedicado a la crítica del T. Group.
Para analizar este vínculo hay que analizar la institución psicoanalítica misma.
a) Como, según la expresión de Michel Foucault, “hacia el medico ha hecho Freud deslizar
todas las estructuras que Pinel y Tuke habían instalado en la internación… Ha agrupado
todos sus poderes, los ha tendido al máximo entre las manos del médico”. El psicoanalista
es el “resumen”, el “condensado” de las instituciones terapéuticas anteriores; las simboliza,
y de tal modo también él es ya una institución. Con mayor exactitud, la situación
psicoanalítica reproduce, aunque de una manera nueva, a la institución psiquiátrica. En este
punto encaramos un ejemplo muy complejo de reproducción institucional.
b) Como las instituciones psicoanalíticas sobredeterminan la doctrina y la técnica, y como ellas
mismas están atravesadas por las instancias del modo de producción capitalista.
c) Como la psicoterapia institucional ha servido de posta entre el psicoanálisis y el análisis
institucional.
d) Como, por último, hoy se nos propone con el nombre de “esquizoanalisis”, una definición
nueva del análisis institucional, construida especialmente a partir de un análisis critica del
psicoanálisis confrontado con la concepción marxista del modo de producción capitalista.
Hemos emprendido la elaboración del análisis institucional a partir de una experiencia crítica de los
seminarios de formación. Mostramos entonces que la experiencia del autoanálisis de grupo se
desenvolvería en el olvido de sus condiciones institucionales. Hoy, esa situación parece superada.
En 1924, Marcel Mauss reclama “las relaciones de la sociología y la psicología” una exploración
interdisciplinaria del campo simbólico (psicosocial).
En 1924 también ocurre, el nacimiento del movimiento psicodramatico, y es Elton Mayo con la
corriente de las “relaciones humanas”.
Todavía hoy subsiste un corte entre la sociología y la psicosociología. De este modo, los sociólogos
ignoran o rechazan, sin examinarla, la dinámica de grupo como teoría y como práctica de la
formación y la intervención.
Pero al mismo tiempo, el trabajo del psicosociologo se desarrolla en el olvido de las instituciones. La
“formación psicosociológica” implica la reproducción no critica del sistema institucional dominante
de toda formación. Y aun cuando el “formador psicosociológico” quiera saber y se proclame “no
directivo”, su lugar y su función están garantizadas por el hecho de que se lo supone saber lo que
otros acuden a aprender. Ese aprendizaje se desarrolla, generalmente, con arreglo a un marco
horario establecido por los formadores. Se paga por adelantado el precio de la formación. Uno se
somete, para “formarse”, a una progresión establecida por los formadores y “analistas”. “Tomar en
cuenta la dimensión institucional” significa sencillamente añadir, por lo general al nivel del discurso
mucho más que en los actos de análisis, algunas consideraciones nuevas sobre las “instituciones”.
A decir verdad, el material sacado a luz por las intervenciones recibía una interpretación en
términos de análisis de grupo y de análisis organizativo.
La organización aparecía descrita como “un grupo de grupos”. Y el gran grupo organizado- la
organización- perseguía objetivos a través del empleo de ciertos medios. El análisis organizativo era
funcional o estructural funcional. Se describían las dificultades de la organización en términos de
disfunciones, atinentes a una terapia social.
Ahora bien, ¿Qué es una función? Tal cual respecto del Derecho, aquí se puede formular una
distinción entre la función visible y la función invisible: “La fábrica tiene por función producir
automóviles o gas natural, pero ante todo tiene por función producir ganancia”. Estas
observaciones nos conducen a mostrar ahora la relación entre la sociología de las organizaciones y
el análisis institucional.
El análisis organizacional ha saca a luz, los fenómenos de poder, los procesos internos de cambio y
resistencia al cambio y las compulsiones de la burocracia. Pero es un resultado obtenido a costa de
una autonomizacion de la instancia organizacional, que desconoce la transversalidad de las
instancias de la formación social. Por ejemplo, el hecho de que la instancia económica (la
producción de plusvalía) se vea “olvidada” en el análisis funcional de las organizaciones (se hace
hincapié en la función productiva visible, “olvidando” la función invisible, esto es, la producción de
plusvalía) ilustra ese desconocimiento. También se pone entre paréntesis el hecho de que lo que
ocurre en la empresa tiene vinculación con las organizaciones sindicales, organizadas exteriormente
en relación con otras instituciones del campo social, pero que atraviesan el campo organizacional.
Del mismo modo, el análisis organizacional de la escuela desconoce su función de triada social y de
reproducción de las relaciones de producción.
Ahora bien, parécenos ahora que el termino dispositivo es, dentro de este contexto, preferible al de
institución. Hasta se puede formular una pregunta: ¿No se halla el desplazamiento del concepto de
institución hacia dispositivos internos ligado al hecho d que ya no se lo utiliza para designar al
conjunto del establecimiento-clínica o escuela? Al “depurar” así el empleo del término, al limitarlos,
al encontrarle, incluso, un nuevo uso, se lo legitima retrospectivamente.
El movimiento antistitucional
Se puede, pues decir, que el análisis institucional, si toma al pie de la letra los pedidos de
intervención, que son análisis de establecimiento, se convierte en un análisis organizacional, en el
sentido más trivial del término, es decir, en un sentido que no toma siquiera cuenta a la
organización como proceso y que solo la capta como producto, sistema y disposición instrumental,
como conjunto practico organizado para determinados fines. Para que haya análisis institucional
distinto de las demás operaciones de intervención, preciso es que la mira de análisis tal sea lo que
da un sentido a la organización, a determinado conjunto práctico “cliente”, que se instrumentalice
en una organización social determinada, en un establecimiento cliente.
En rigor, el termino institución solo puede ser útil con la condición de definir algo que, como el
inconsciente de Freud, no sea el mismo tiempo reconocible e inmediatamente problemático. Por
otra parte hay que hacer un esfuerzo permanente para renunciar a su uso trivial, a no ser que se
agregue cada vez la mención “en el sentido corriente del término”.
Si en tales condiciones el termino institución se ha conservado, pese a todos los enredos que
provoca, no ha sido tan solo porque connote un movimiento, cosa que sigue siendo aún muy
imprecisa y llena de ambigüedades, sino sobre todo porque conserva en el uso mismo el sentido
que le da la etimología: su sentido activo de hacer que se mantenga en pie la maquina social y hasta
de producirla, y además con la vertiente de lo instituido, no para significar el establecimiento , sino
porque la noción de instituido remite a formas universales de relaciones sociales, originariamente
nacidas en una sociedad instituyente, que nunca son definitivas, sino que, por el contrario, se
trasforman y hasta pueden entrar en el tiempo de su declinación.
A la pregunta formulada a menudo a los antipsiquiatras , y que consiste en decir: “¿Qué haréis
vosotros, concretamente, por los enfermos mentales?”, no responden tan solo a las comunidades
terapéuticas de los antipsiquiatras: la inscripción de esta problemática institucional en el
movimiento de la historia y el hecho de que las prácticas y los escritos publicados de los
antipsiquiatras hacen nacer entre los jóvenes psiquiatras interrogaciones que no son efectos de la
moda y la barbarie, sino, por el contrario, una necesaria interrogación sobre la institución de la
enfermedad y las practicas asociadas a ella.
Todas las reglas, normas, costumbres, tradiciones, etc. , que el individuo encuentra en la sociedad
son lo que se halla instituido y es susceptible de estudio por el sociólogo.
Para Durkheim, las instituciones son el orden institucionalizado. En pos de Saint-Simón, Auguste
Comte y Spencer, las considera como pura compulsión exterior, impuesta por la sociedad como una
necesidad de regulación social. Admite sin retaceos que las instituciones pueden dejar de
desempeñar su papel y sea menester cambiarlas, pero se asigna a lo instituido mismo, a los
organizadores al servicio del Estado, la iniciativa de un cambio. Es una concepción a la vez positiva
(la institución es una “cosa”, un “hecho social” que fuerza al hombre desde el exterior) y
funcionalista (de acuerdo con un modelo biológico, las instituciones se encargan de la regulación de
la sociedad para prevenir la anomia, es decir, la anonadación de la cohesión social).
En todas estas teorías, se escotomiza una importante dimensión de la institución, esto es, lo
instituyente, el hecho de que la institución, si bien se presenta como un dato exterior al hombre,
necesita su poder instituyente. Si el hombre sufre las instituciones, por otra parte las funda y las
mantiene gracias a un consenso que no es únicamente pasividad frente a lo instituido, sino también
actividad instituyente, la cual puede además servir para volver a cuestionar a las instituciones.
Opuestamente a estos sistemas objetivos, que solo estudian la institución como reglas de
funcionamiento social exteriores al hombre, algunos autores han elaborado una concepción de las
instituciones a partir de la psicología.
Así, para Monnerot, las instituciones son objetos imaginarios; son sistemas de defensa contra la
angustia, que se proyectan al exterior.
Lo instituyente contra lo instituido.
Desde sus orígenes, la corriente institucionalista ha hecho hincapié en la relación antagónica entre
lo instituyente y lo instituido, en los procesos activos de la institucionalización. La alienación social
significa la autonomízacion institucional, la dominación de lo instituido basada en el olvido de sus
orígenes, la naturalización de las instituciones. Producidas por la historia, terminan por aparecer
como fijas y eternas, como un dato, como una condición necesaria y trashistorica de la vida de las
sociedades.
Ese olvido, ese no-dicho que fundamenta los discursos analíticos sobre el silencio en el lugar de lo
que los instituye, eso, en fin, es lo que el análisis institucional hace aparecer cuando interroga al
acto de instituir que define a la institución.
Niveles e instancias.
En realidad, la institución atraviesa todos los niveles de una determinada formación social.
Ahora bien, la base económica de la sociedad se define por relaciones de producción que se hallan
institucionalizadas: la venta de la fuerza de trabajo, por ejemplo, se articula dentro de un sistema
institucional. No se trata del todo, tampoco aquí, de describir “instituciones económicas”, como lo
hace ahora la ciencia economía clásica, y tampoco se trata de analizar la “institucionalización de la
vida económica”.
Hoy ya no es posible, de ahí, concebir las instituciones como un plano, una “instancia” o un nivel de
una formación social determinada. Por el contrario, hay que definir la institución como un “cruce de
las instancias” (económica, política, ideológica), o bien, si es cierto que toda institución está
atravesada por todos los “niveles” de una formación social, entonces la institución debe definirse,
necesariamente, por la transversalidad.
Así, pues, no se podrá considerar la institución como un nivel, precisamente porque se la encuentra
presente en todos los niveles. Se trata de una dimensión fundamental que atraviesa y da
fundamento a todos los niveles de la estructura social.
Pero además es necesario explicar la fuente del desconocimiento, del olvido institucional. Hay que
decir cómo es posible que seamos ignorantes y hasta ciegos para con nuestras propias
instituciones, y como se explica que ignorancia tal no sea generalmente tomada en cuenta por las
ciencias sociales.
En este punto, la hipótesis fundamental reza que el estado clasista es el lugar originario de la
represión. La ilusión institucional y el desconocimiento son necesarios para que se mantenga el
sistema social, para la estabilidad de las relaciones sociales dominantes, que las instituciones
producen y reproducen.
El Estado centralizado funciona no solo como fuente de las represiones, sino también mediante
todos sus mecanismos ideológicos, mediante todos sus aparatos ideológicos como productor
permanente del desconocimiento institucional.
Las instituciones venidas a menos siempre pasan a ser instituciones malditas, diabólicas, reprimidas
y finalmente destruidas.
“Ese hacer es, pues, institución de una realidad, de un nuevo mundo y de un nuevo modo de
existencia social-histórica. En esta institución subtiende y unifica la innumerable multitud e
instituciones secundarias, de instituciones en el sentido corriente del término, en las cuales y por
las cuales se instrumenta: desde la empresa capitalista hasta el ejército de Lazare Carnot, desde el
Estado de derecho hasta la ciencia occidental, desde el sistema de educación hasta el arte de los
museos.
Únicamente por referencia a ellas se dejan captar en su especificidad histórica tanto el modo de
instituir como el contenido de las significaciones instituidas y la organización concreta de las
instituciones particulares de la era capitalista.
La idea central es la de que una sociedad instituye un conjunto organizado de relaciones sociales
mediante un “hacer instituyente” que se apoya en “una situación dada”, en “creaciones del pasado
todavía vivas”, en el hecho de que ya existe una sociedad instituida cuando el nuevo hacer
instituyente la transforma. No todas las instituciones son nuevas cuando se construye la nueva
sociedad: la Iglesia, el Ejército, la Familia, y el Estado no son instituciones que aparezcan con el
capitalismo. Pero la institución del capitalismo trastorna sus articulaciones, su lugar en las nuevas
relaciones sociales, su equilibrio y su poder. Lo que se instituye es, a través de esos
reacondicionamientos y también de la producción de instituciones nuevas, “una nueva definición
de la realidad, inscripta, no en los libros, sino en el proceder de los hombres, sus relaciones, su
organización.”
La institución del capitalismo introduce una nueva división entre los hombres, entre “lo que cuenta
y lo que no cuenta”, y esta nueva división, esta separación, atraviesa todo el sistema nuevo.
Lo instituyente orgánico, que se halla a la vez en todas partes y que en parte alguna se lo puede
captar cual si se tratara de una esencial realizada, es a un tiempo “el proceder”, “las relaciones”,
“la organización”, de la vida y de la sociedad, y “las instituciones por las cuales se instrumenta”,: la
empresa capitalista, un sistema de educación , “el encierro de los locos”… Y ahí, en esos grupos, en
esas relaciones, organizaciones e “instituciones en el sentido corriente del término”, se puede
analizar la institución del capitalismo. Pero la base del sistema, que es la constitución del capital, se
halla oculta. Y debido a esto es necesario, un análisis. Tal es la base de nuestro trabajo.
Felix Guattari escribía (una revista del movimiento institucionalista): “El análisis institucional implica
una radical descentración de la enunciación científica. Pero para llegar a ello no es suficiente
contentarse con ´dar la palabra´ a los sujetos incumbidos; suele ser un criterio formal, jesuítico
incluso, pero aún falta crear las condiciones de un ejercicio total y hasta paroxístico de esa
enunciación. La ciencia nada tiene que hacer con las medidas justas y los compromisos de buen
tono. Romper las barreas del saber establecido de hecho las del poder dominante, no cae de su
propio peso… Lo que hay que rehacer es todo un ´nuevo espíritu científico´”.
Este texto indica lo que hay que construir y lo que es preciso efectuar: una “radical descentración”.
En el presente capitulo intentaremos señalar de qué modo se lleva a cabo la descentración y cuáles
son los “centros” que se desplazan por el movimiento.
I-EL ANALISIS.
Análisis institucional: se trata, antes que nada, de definir estos términos y establecer en qué
medida se modifica su contenido.
¿Qué significa, ante todo, análisis? Comenzaremos por la definición que nos propone Yves Barel:
“¿En qué consiste el método analítico? Esencialmente, descansa en la hipótesis de que es posible
comprender y explicar una realidad completa descomponiéndola en elementos simples, analizando
cada uno de estos y adicionando o llevando al tope los análisis. El método analítico no desatiende
las relaciones y la interacción entre elementos. Se basa en la idea de que las relaciones se explican
mejor por la acción de los elementos, más aun de lo que ellas explican la acción.
Precisemos algo más: la conducta clásica del método analítico para estudiar el papel de un
elemento dentro de un conjunto consistirá en hacer variar experimental o idealmente al elemento
sosteniendo constantes a los otros, o , por el contrario, en mantener constante al elemento
mientras los otros varían. De esta manera, procediendo elemento por elemento, o relación por
relación, se llega a una comprensión del conjunto.
He ahí la definición “clásica” del análisis. Cuando se habla de análisis en ciencias humanas
(psicoanálisis, análisis institucional, socioanalisis), también se tiene en cuenta la descomposición de
un todo en sus elementos.
Marx emplea el mismo término –análisis- en El capital. Precisa que el análisis solo es necesario
cuando hay elaciones sociales que no son inmediatamente visibles, sobre todo la relación de
explotación. En efecto, la explotación es visible en el sistema feudal: el discurso analítico no es ,
pues, necesario. Pero en el sistema capitalista se disimula: para sacarla a luz, para revelarla, es
necesario, por lo tanto, un análisis.
2. LO OCULTO, LO INCONSCIENTE, LO REPRIMIDO.
Las instituciones forman la trama social que vincula y atraviesa a los individuos, quienes, gracias a
su praxis, son sostenedores de las instituciones y creadores o innovadores de instituciones nuevas
(instituyentes).
Las instituciones no son tan solo objetos o reglas visibles en la superficie de las relaciones sociales.
Presentan una faz oculta, y esta, que es la que el análisis institucional se propone sacar a luz, se
revela en lo no-dicho. Tal ocultación es fruto de una represión. En este punto se puede hablar de
represión social, que produce al inconsciente social. Lo censurado es el habla social, la expresión de
la alienación, la voluntad de cambio. Así como hay un regreso de lo reprimido en el sueño o en el
acto fallido, así también hay un “regreso de lo reprimido social” en las crisis sociales.
Las leyes, las reglas, los prejuicios, que limitan la sexualidad a su “función” de procreación, han
ocultado la verdad sobre el deseo sexual. La lucha instituyente contra las reglas instituidas se ha
manifestado en ciertos comportamientos o en algunas obras artísticas condenadas: se quemó a
Urbain Grandier como tiempo después las obras de Diderot o de Sde. Estas manifestaciones en
desacuerdo con lo instituido son en sí mismas reveladoras de la naturaleza de este. Son su
analizador. De igual modo, la Comuna de Paris fue el revelador del Estado clasista y su verdad:
gracias a la Comuna descubre Marx que es realmente el Estado.
Marx y Freud elaboraron sus teorías gracias a lo que revelaban los dispositivos analizadores: la
práctica revolucionaria y el ceremonial de la cura psicoanalítica.
3-LOS ANALIZADORES
El “nuevo espíritu científico” halla su origen en el trastrueque a partir del cual es el analizador quien
conduce el análisis.
En esta noción se encuentra asimismo la idea esencial de la descomposición de una totalidad en sus
elementos componentes. El analizador químico es lo que descompone a un cuerpo en sus
elementos, con lo que produce, de alguna manera, un análisis. Estamos en las ciencias físicas: no se
trata de interpretar, sino tan solo, en este primer nivel, de descomponer un cuerpo. No se trata de
construir un discurso explicativo, sino tan solo de sacar a luz un discurso que compone el conjunto.
Cuando llama “analizadores” a la corteza cerebral y a los órganos de los sentidos, Ivan Pavlov,
quiere destacar el hecho de que el aparato neurológico produce un primer “análisis” del mundo
exterior. A partir de ese primer “análisis” se construirán teorías.
4-LA EXPERIMENTACION.
Rene Lourau escribe: “El objeto del análisis institucional en situación de intervención consiste en
validar el concepto de analizador. Propuesta tal parece referirse de modo inmediato a una mira
experimental. Si bien es cierto que no se trata ya de ratas ni de monos, no menos cierto es por ello
que el aspecto experimental o experiencial, está siempre presente en la intervención socioanalitica.
Todas las situaciones de análisis e intervención se basan en el manejo de analizadores construidos y
artificiales, hechos para hacer emerger, como dice Freud, un material analizable. El “ceremonial de
la cura analítica” es, en rigor, un dispositivo casi experimental que produce artificialmente una
“neurosis de transferencia”.
Los analizadores históricos –huelgas, crisis sociales, revoluciones- son una fuente casi experimental
de conocimiento. Definen el “laboratorios social”: para las ciencias sociales son el equivalente dl
laboratorio.
A “proponer se lo debe entender de la siguiente manera: la teoría del análisis social, como producto
de prácticas sociales de intervención, no deja de ser, en tiempo normal una actividad intelectual. El
intelectual tiene por oficio formular proposiciones (y no dictar dogmas científicos o supuestamente
tales) extraídas de las relaciones que establece entre las prácticas sociales y su propia practica
social, siempre menos rica que la de las categorías o de los grupos directamente (originariamente)
enfrentados a la explotación. Es, pues, muy claro que esas proposiciones no son productos de su
espíritu, más o menos brillante, como tampoco puros reflejos de las luchas llevadas por los demás.
Más bien se trata de la resultante de los efectos de la práctica social de los otros sobre su propia
práctica social, que comprende, principalmente y a veces de modo único, la práctica de la escritura
y el habla. El intelectual no es analizador, sino analista, un analista que puede asimismo tomar
conciencia de los efectos analizadores entrañados por su intervención; no solo tiene que reconocer
y legitimar, y aun exaltar, la existencia de los analizadores, sino también que comprender que
únicamente los analizadores lo constituyen en su condición de analista.
Esta primacía del analizador sobre el analista- este último fue al mismo tiempo un extraordinario
analizador- vale no solo para la relación entre masa y líder; también se aplica a las relaciones entre
líderes opuestos , aun cuando en la mayoría de los casos la historia no canoniza a los verdaderos
rivales de los héroes.
El análisis organizacional define la posición del sociólogo experto en términos que significan la
distanciación con respecto al objeto. El análisis institucional opone, en cambio, a la distanciación la
implicación del analista.
La implicación quiere poner fin a las ilusiones e imposturas de la “neutralidad” analítica, heredadas
del psicoanálisis y, más generalmente, de un cientificismo superado, que olvida que ya para el
“nuevo espíritu científico” el observador se halla cogido en el campo de la observación, y que su
intervención modifica el objeto de estudio, lo trasforma. El analista es siempre, por el mero hecho
de su presencia y aun cuando lo olvide, un elemento del campo.
b) Y es parcial en la medida en que nos detenemos en una imple comprensión sin explicación
posible de los fenómenos sociales.
Superando la contradicción entre la concepción de la institución que hace de esta algo como una
cosa exterior al hombre (sociología positivista) y la concepción que hace de la institución un puro
objeto interior imaginario (fenomenología social), nos orientamos hacia una concepción de la
institución sintetizada por la instancia objetiva y la instancia imaginaria.
El ejemplo más claro de una institución a la vez exterior e interior al individuo es el de la lengua. La
lengua es un sistema de reglas que el individuo encuentra ahí, exterior a él, y que los lingüistas
pueden estudiar de manera objetiva. Al mismo tiempo es también una instancia interior al sujeto,
que es instituyente gracias al habla. Esta dialéctica de lo exterior y lo interior es el fundamento de
los sistemas simbólicos.
Se suele decir que la desmistificacion de la “neutralidad” llevada a cabo por el análisis institucional
en acto y el acento recaído sobre nuestras implicaciones se traducen en el “narcicismo”, en la
irrupción del deseo incontrolado de los analistas de la intervención. He aquí una crítica que
desconoce por completo la teoría de los analizadores construidos: cuando decimos que el
analizador construido debe reemplazar al analista- de todas maneras, en la realidad es siempre el
analizador quien conduce el análisis- queremos indicar, como regla fundamental, que el analista no
debe procurar sustraerse a los efectos analizadores del dispositivo de intervención.
El acento puesto por la corriente institucionalista en la implicación del analista supone una
alteración de la noción de ciencia social. Se trata, en especial, de terminar con el falso problema por
excelencia: la oposición entre la conciencia inmediata o ingenua, por una parte, y, por la otra, la
conciencia reflexionada, la teoría, la ciencia, etc. Aquí es donde interviene nuevamente la teoría de
los analizadores como mediación entre la experiencia y todo conocimiento “verdadero”, esto es,
tanto al nivel de nuestro cuerpo como al de las construcciones intelectuales más abstractas,
pasando por el nivel de la conciencia social y del saber social. La ideología del analista, su sistema
conceptual, pero también su cuerpo y su sexo, son elementos del dispositivo analizador.
El cambio institucional se define a la vez por “el deterioro y la destrucción de las formas
instituidas”.
Conque, no se puede plantear el problema del “cambio social” sin plantear al mismo tiempo el de la
revolución, es decir, el del paso de un modo de producción a otro modo dentro de una
determinada formación social. En efecto, permanentemente se produce cambio en el interior
mismo de la sociedad capitalista, que se caracteriza, por un continuo trastorno de las técnicas y las
relaciones sociales. La sociedad capitalista es lo contrario de una sociedad estable debido y debido
a ello la sociología se presenta dentro del modo de producción capitalista en relación con ese
trastorno permanente.
Pero el cambio se efectúa dentro de un sistema que, desde el punto de vista de la estructura
fundamental, permanece fijo en su condición de sistema basado en la dominación del capital y en la
explotación de la fuerza de trabajo.
La noción de cambio social puede pues, tener dos sentidos diferentes y hasta opuestos, ya sea que:
a) El “cambio” se efectúe dentro de una estructura capitalista intacta, que es lo que define el
reformismo, y
b) El “cambio” se efectúe, por el contario, en el paso del capitalismo al socialismo.
Muy evidente es que los “agentes del cambio” tendrán prácticas sociales diferentes, según opten
por trabajar en el cambio limitado, en la reforma parcial de las instituciones o, por el contrario, en
pro del cambio del sistema social en su conjunto.
En el caso de la segunda hipótesis falta establecer la relación entre la lucha institucional y la lucha
de clases. A este problema se lo puede articular distinguiendo, como hace Rene Scherer, entre la
lucha de clases y las luchas por cambiar la “civilización”, lo que la fuerza es la limitación
históricamente asignada a la noción de “lucha de clases”.
Cuando se define la revolución a partir de una lucha de clases a su vez definida poniendo
privilegiadamente el acento sobre la destrucción de las instituciones económicas; cuando se declara
que todo lo demás llegara por añadidura, o bien, incluso cuando se plantea el problema al nivel
único de la instancia política del Estado, del que los revolucionarios deberían “apoderarse”, se
define un proceso en el que el proletariado debería tomar a su cargo instituciones como la familia o
la nación.
De este modo, comenta rene Scherer, el proletariado “será el depositario de los valores en el
momento en que la burguesía los abandona. Así la civilización se presenta como un ´eter´
indiferente a las luchas que lo atraviesan y que solo aguarda un cambio de signo”.
El sistema institucional, que es la forma que adquiere la civilización, también se vuelve un “éter”, o
un mole neutro que parece sencillamente esperar cambiar de contenido.
Ahora bien, como también Scherer lo recuera, para ese proletariado al que se invoca como
portador de la Revolución, la lucha revolucionaria es a la vez lucha de clases, y lucha de civilización,
por nuevas relaciones humanas, por la supresión de la familia, por la transformación completa de la
educación, por la emancipación de la mujer, por el amor libre”, es decir, por un cambio institucional
cabal y radical.
Y de ahí esta conclusión de Scherer: “Una lucha que no pudiera en tela de juicio a un hecho de
civilización- en el plano de la autoridad, de las estructuras, de las instituciones o de los valores- no
sería aún revolucionaria, sino simple búsqueda de una mejor integración en la sociedad”.
Cambiar la vida: esta fórmula, retomada ahora en el programa de los partidos oficiales – formula de
Rimbaud-, señala la necesidad de trastornar el orden institucional para hacer efectivo un cambio
social, de manera , pues, que no es solo la organización social en sentido estricto, o la organización
de la producción , lo que define a una “revolución social”: una revolución como esta tomaría en
cuenta el conjunto de las instituciones sociales existentes, como lugar de sutura, de fijación, y de
represión de los antagonismos y las luchas que atraviesan a una determinada formación social.
Como vemos, el cambio social se lo debe definir en términos de cambio institucional, y a este
último término se lo debe distinguir de la reforma organizativa de la sociedad. Por último, todo se
vincula al estado, pero el cambio institucional no es solo el despejo de la sobredeterminacion
estatal: cambiar la escuela no es solo “liberarla” de su sumisión al Estado; es inventar otras
instituciones.
Para resumir brevemente la problemática del cambio institucional tal y como la hemos recordad,
plantearemos que:
El análisis institucional está en vías de elaboración. Tratamos de producir los conceptos que puedan
permitir articular el análisis. Con esta reserva daremos aquí algunos conceptos fundamentales del
socioanalisis.
1) La autogestión
2) La base material
3) La simbolización institucional
4) El discurso de la institución
5) El analizador
6) La transversalidad.
1) LA AUTOGESTION.
La discusión sobre la autogestión atraviesa hoy las organizaciones (políticas y sindicales) que luchan
en pro del cambio social. Divide a los que definen la revolución por el dominio, primeramente
estatizado, de la producción y las inversiones y a los que ven en la autogestión un medio que tiende
a organizar contrainstituciones, un programa de lucha institucional en todos los planos del modo de
producción capitalista.
En el curso de los últimos diez años, la búsqueda de nuevos métodos de formación, basados en la
autogestión de los grupos (autoformación), se ha desarrollado en diversos organismos de
formación, constituidos en primer término sobre la base de la dinámica de grupo.
Por esos diversos caminos, el concepto de autogestión ha entado en el vocabulario de base del
análisis institucional. Pero a este respecto el paso esencial se ha dado cuando se pudo definir el
dispositivo autogestionario como un dispositivo analizador de las instituciones. Importaba
destacarlo desde ahora para subrayar a la vez la herencia del concepto (que no ha sido invento de
los institucionalistas) y su transformación a través de las prácticas institucionales que han
conducido a retocar su contenido.
Es lo que hemos intentado hacer al plantear como segunda regla de la intervención socioanalitica la
autogestión de la intervención.
El manejo de esta regla plantea problemas a la vez teóricos y técnicos. Desde un punto de vista
teórico, se quiere romper con la relación mercantil que sirve de modelo explicito, tanto para la
relación psicoanalítica dual como para la de intervención. Corrientemente, los psicosociologos y
otros consultores economistas tienen tarifas. De igual modo, los seminarios de formación exhiben
precios fijos determinándose todo, claramente y por anticipado, en los prospectos que anuncian las
prácticas y sesiones. Conviene recordar, por lo demás, que a menudo estos gastos los asumen las
empresas y otros organismos, que envían gente a formarse en las sesiones. Pero también se
encuentran en estos algunos individuos que llegan a título personal para aprender el oficio y que
pagan.
Si se tiene en cuenta el hecho de que el trabajo de formación e intervención define una profesión,
como el trabajo del psicoanalista, hay una legitimación muy simple y que no exige referencias al
inconsciente, o a la motivación, etc. La legitimación consiste en que un trabajo dentro del sistema
actual es pagado, que el formador o el consultor deben vivir y que realizan oficio de formación e
intervención, ante todo y sobre todo, para vivir de él. Esa es la muy material base de su trabajo.
El problema se vuelve un poco más complicado desde el instante en que se considera que:
a) Los precios de ese trabajo son, las más de las veces, altos.
b) Se ha creído necesario hallar otras legitimaciones para el pago de la cura o de la formación.
No se quería definir la base del servicio público, ni sobre la de la relación característica de la
profesión liberal. Al mismo tiempo, nunca se ha abordado realmente de manera sistemática,
articulada, publica, este tipo de problema. Hemos dado con todas estas ambigüedades y
hemos procurado soslayarlas validos del principio de la autogestión. Se trata de proponer a
los clientes de una formación, o de una intervención, que fijen ellos mismos las modalidades
de pago de los analistas;
c) Como también se los ha invitado a construir la institución del análisis sobre la base de la
autogestión pedagógica.
En rigor, la noción de autogestión que sirve de vehículo a una ideología, por una parte, y dadas, por
la otra, las libertades así instituidas, a menudo se ha visto a individuos y grupos autorizarse para dar
vuelta la situación de manera tal, que hasta los gastos se dejan por cuenta del analista, a quien
tampoco se le asignan ya honorarios, para significarle que su trabajo no es bueno.
De ese modo se tiende a construir una relación inversa de la primera y a traducir la autogestión
propuesta simbólicamente, en términos de informalidad. Implícitamente, se procede como si quien
propone la autogestión financiera fuese antes que nada un militante, que debido a ello debe
trabajar gratuitamente, por “la causa”…
3. LA SIMBOLIZACION INSTITUCIONAL.
La institución es el punto de articulación entre los grupos y las formas sociales denominadas
“organizaciones” e “instituciones”, por una parte , y , por la otra, las estructuras globales de la
sociedad, del Estado, de la lucha de clases, los grupos de determinación y sobredeterminacion que
hacen que los hombres estén instituidos.
Ese punto de articulación, que define al lugar teórico del análisis institucional, su tema de
exploración e intervención, no es aquel en el que quiere establecerse la psicosociología, en la
frontera de lo psíquico y lo social, o bien , se suele decir, de lo microsociologico y lo
macrosociologico.
Generalmente, en efecto, se entiende por macrosocial el nivel de la sociedad global. Al llegar aquí,
el termino instituciones, en su sentido tradicional, remite a los sistemas de derecho, así como a las
instituciones políticas (constituciones, gobiernos, parlamentos).
Lo microsocial designa conjuntos más restringidos que los del sistema sociopolítico global. En este
segundo nivel se entiende por instituciones, como hemos visto, conjuntos prácticos tales como los
establecimientos escolares, hospitalarios, etc. En el nivel microsocial, el termino institución se
“despolitiza” y da con la vida cotidiana. Así, el término refleja en su ambigüedad y su polisemia la
ideología de la sociedad la manera en que la sociedad se piensa en sí misma, su imagen de sí misma
con la vida política arriba y la vida cotidiana abajo. Esta complejidad se refleja en la ambivalencia
del concepto de institución.
Ahora bien, en la dinámica social se produce un proceso permanente de simbolización tal, que lo
macrosocial se proyecta y reproduce en los microsocial, de un modo más general, se denominara
simbolización institucional, de acuerdo con P. Cardan, al hecho de que toda institución regional
especifica tiende a reproducir y a resumir el conjunto del sistema institucional.
4. EL DISCURSO DE LA INSTITUCION.
En toda organización política hay que hablar el lenguaje de la institución, que está hecho a la vez de
las reuniones oficiales y de los encuentros informales: la suma de esos lenguajes constituye el
lenguaje de la institución.
Para elaborar los principios de una lectura institucional del discurso social, la lectura de los
documentos y la observación de las situaciones institucionales, o bien la experiencia histórica
reinterpretada, son excelentes medios, diferentes, pero complementarios de los que nos
proporciona el análisis institucional en situación de intervención (socioanalisis). Se trata, en dos
palabras de buscar los mecanismos de la retórica institucional.
Se debe hablar de acuerdo con ciertas normas que ya existen en la institución, que preexisten a la
eventual llegada de nuevos miembros. La impugnación se expresa a su ve en el lenguaje de la
institución. Todo discurso incongruente, si es tolerado, corre el riesgo de no ser realmente
comprendido. Los miembros pueden cambiar y renovarse: la institución permanece. Lo importante
es que esta se reproduce a través del movimiento de entrada y salida.
El hermetismo es el rasgo de todo lenguaje institucional, que siempre posee su código específico.
La institución produce permanentemente un discurso acerca de ella misma, que en cierta manera
es un análisis implícito, un discurso centrado en su propio funcionamiento, pero sin que se lo
instituya como tal. Las palabras atraviesan un discurso que siempre está oficialmente centrado en
el contenido.
5. EL ANALIZADOR.
Vemos, pues, que la teoría de los analizadores “naturales”, o, por el contrario, “construidos”, es
capaz de unificar el conjunto teórico de la investigación activa que va del análisis consultante al
análisis militante para retomar una oposición que en la práctica está aún lejos de haber sido
superada.
A partir de allí se podría adelantar una definición del análisis institucional, con la proposición de que
apunta al esclarecimiento, dentro de los grupos y formas sociales, del inconsciente político a partir
de los analizadores institucionales. Debido a ello, el análisis institucional es a la vez el análisis de las
instituciones sociales y de los analizadores sociales que las revelan.
6. LA TRANSVERSALIDAD.
La transversalidad tiende a instaurarse cuando se efectúa una comunicación máxima entre los
diferentes niveles jerárquicos y, sobre todo, en los diferentes sentidos.
Sin caer en las trampas de la ideología grupista, la transversalidad se manifiesta cuando las
relaciones institucionales toman en consideración la realidad de la organización en la que los
grupos se encuentran aquí y ahora.
La transversalidad es el objeto mismo del grupo-sujeto, la condición necesaria para que todo grupo
tenga la palabra y escape de la sujeción (grupo sojuzgado) que caracteriza a la verticalidad (en la
que la palabra solo se encuentra en un sentido con forma de órdenes).
Agreguemos que al aislar estas leyes completamente relativas siempre se intenta permanecer lo
más cerca posible del análisis institucional, que poco a poco las ha impuesto o recordado a su
público. Por el momento y dentro del marco de esta breve exposición no entramos en la discusión
acerca de la validez de determinada ley, o acerca de la validez de la noción misma de “ley
sociológica”; Conque, hemos preferido el termino, menos general, de “efecto” , antes que el de ley,
a fin de subrayar el carácter contingente, coyuntural, de los mecanismos sociales en cuestión.
1. EFECTO WEBER.
A medida que ve progresar la racionalización, la tecnología y la ciencia, la sociedad se vuelve cada
vez más opaca a los individuos que la componen. El análisis institucional se vuelve a la vez una
exigencia vital y una imposibilidad, pues el no-saber social se “produce” como un estado normal.
2. EFECTO LUKACS.
El no saber de la sociedad sobre ella misma es la consecuencia del progreso de la ciencia. Cuanto
más formalizada, cuantificada y rigurosa es una ciencia, mas pierde de vista las condiciones sociales
de su nacimiento y de su desarrollo. Cuanto más se empeña en llevar a cabo el “corte
epistemológico”, más desconoce las relaciones entre génesis social y génesis teórica de los
conceptos.
3. EFECTO HEISENBERG.
Muy de moda en cierta época, el principio de Heisenberg que regla la observación en las ciencias
físicas, fue igualmente muy combatido por el marxismo, que veía en él un residuo de idealismo
burgués, un vestigio de oscurantismo, de irracionalismo, en el corazón mismo de la ciencia.
Sin poder entrar en esa querella en el plano de las ciencias físicas, preciso es señalar, sin embargo,
la convergencia entre la aparición de ese aguafiestas teórico y la conciencia cada vez más viva,
entre los especialistas de las ciencias sociales, de su implicación en el objeto de su investigación. El
concepto de implicación, esencial para el análisis institucional y surgido en parte de las nociones de
transferencia y contratransferencia institucionales producidas por la psicoterapia institucional,
designa, además de una nueva posición del investigador, una posición nueva del objeto.
Por último, el efecto Heisenberg da a conocer su pertinencia en el acto de escribir sobre el análisis
institucional. Pone en tela de juicio el estatuto del intelectual en su vida diaria.
Mientras que la etnología ha querido oponer a la historia caliente de los pueblos industrializados la
historia fría de los pueblos “primitivos”, conviene señalar la alternancia de periodos calientes y fríos
en el curso mismo de una línea histórica dada y comprender las relaciones entre esos climas
sociales y el análisis institucional. Está claro que en los periodos calientes el análisis institucional se
generaliza extendiéndose al conjunto de la población, lo cual transforma en falso problema a la
famosa exigencia de un corte epistemológico entre conciencia ingenua y saber científico.
Esto es válido no solo para la ciencia social, ya que en efecto, todo el saber social se halla entonces
en ebullición, las experiencias se multiplican, las informaciones circulan fuera de los canales
académicos y las investigaciones bosquejadas en el periodo (frio) anterior súbitamente se
concretan, como se lo ve en todos los campos científicos bajo la Revolución Francesa, o, en escala
más reducida bajo la comuna de 1871.
Los periodos calientes (persistente agitación, trastornos políticos, huelgas, etc.) son a la vez el
horizonte y la negación del análisis institucional como actividad separada, especializada. Y, a la
inversa, las mejores condiciones sociales de su desarrollo “científico” son las peores condiciones de
su generalización. La psicoterapia institucional y la pedagogía se cogieron muchos dedos en el
periodo revolucionario de 1968. Pero se recuperaron a partir del momento en que el horizonte
revolucionario, se halló de nuevo desplazado lejos ante nosotros.
5. EFECTO MUHLMANN
6. EFECTO PERIFERICO.
Al criticar los estudios donde se esboza la psicología social, Freud procura articular los conceptos
del psicoanálisis con el concepto de “multitud” o de “masa”. De ningún modo intenta definir las
bases de una intervención, sino que explora el campo, todavía virgen, donde los sociólogos
“psicologizan” lo social reduciéndolo a la “interpsicologia” y donde otros “sociologizan” los
fenómenos psíquicos reduciéndolos a hechos objetivos.
Freud demuestra que la psicología colectiva no debe apelar a los conceptos de la psicología
prepsicoanalitica. Su procedimiento consiste en reducir -ambos campos – el de individuo y el de la
colectividad- a un campo único, a una misma estructura: la estructura libidinal. El modelo de
inteligibilidad propuesto por Freud deja un lugar importante a otros dos niveles a los que no se
trata de reducir a la estructura libidinal: el de la ideología y el de la organización.
Freud consigna la oposición entre la psicología individual y la psicología colectiva. Señala que, la
primera no puede “abstraer de las relaciones que existen entre el individuo y sus semejantes”, y
prosigue: “Ocurre que en la vida del individuo, el otro cumple siempre la función de un modelo, de
un objeto, de un asociado o de un adversario, y la psicología individual se presenta desde el
comienzo como si fuera un cierto aspecto, al mismo tiempo, una psicología social, en el sentido
lato, pero plenamente justificado, del término”.
“Al mismo tiempo”, “en cierto aspecto”, “sentido lato”: estos matices son olvidados con presteza,
ya que Freud opone luego los “fenómenos sociales”, constituidos por las actitudes del individuo
respecto de su prójimo a los fenómenos “narcisistas”. Estos últimos son caracterizados por el hecho
de que “el individuo busca y obtiene la satisfacción de necesidades y deseos, fuera y al margen de
la influencia de otras personas”.
Desde el punto de vista de las actitudes, los fenómenos de psicología individual son asimilables por
lo tanto a fenómenos sociales, y son simultáneamente objeto del psicoanálisis y de la psicología
colectiva. Pero desde el punto de vista de la satisfacción “de las necesidades y de los deseos”,
existiría un campo de análisis donde el individuo debe ser considerado, solo.
En verdad, esta oposición, es rechazada. Para salir de una situación poco clara, Freud propone
entonces una inversión notable. Mientras que la psicología colectiva pretende delimitar su campo a
partir de fenómenos donde el individuo estaría sumergido y ausente, aquel propone al contrario
analizar la influencia de la colectividad en el nivel mismo del individuo. “Postulamos en cambio
otras dos posibilidades, a saber: que el instinto está lejos de ser un instinto primario e irreductible,
y que ya existe, aunque sea en estado rudimentario, en círculos más estrechos, como el de la
familia”.
Resumamos las tesis de Le Bon: “La psicología de las multitudes indica cuan poca acción ejercen
sobre su naturaleza impulsiva las leyes y las instituciones, y cuan incapaces son de tener opiniones,
salvo las que se les sugiere”. Las multitudes son entonces formas sociales específicas, y Le Bon
pretende exponer la “ley psicológica de la unidad fundamental de las multitudes”. Para ello
distingue las “multitudes homogéneas” y las “multitudes heterogéneas”, y estudia los factores de
creencias y de opiniones, tales como la raza, las tradiciones, la época, las instituciones políticas y
sociales, la instrucción y la educación.
En cuanto a la educación y a la instrucción, tienen una desgraciada influencia sobre las multitudes,
porque reclutan “muchos discípulos para las peores formas de socialismo”.
Más interés presenta la última parte de su obra, donde ofrece una clasificación de las diversas
categorías de multitudes. La multitud homogénea incluye las sectas, las castas y las clases. La
multitud homogénea incluye numerosas variantes. Le Bon opta por describir sucesivamente:
Una “multitud” constituida, dotada de una organización, de un consenso a la vez interno y externo,
no es analizable solamente en términos de sentimientos degradados.
Conviene analizar los tres factores que, según Le Bom, hacen “aparecer nuevas propiedades” en el
individuo: sentimiento de poderío, contagio, sugestibilidad. Quizá interpretemos mejor su
pensamiento si decimos que el contagio resulta de la acción reciproca que los miembros de la
multitud ejercen unos sobre otros, mientras que los fenómenos de sugestión, que Le Bon identifica
con la influencia hipnótica, provendrían de otra fuentes.
Freud pone de relieve la noción de organización porque esta vuelve problemática la sugestión (o lo
que Tarde llama imitación), subraya constantemente por la psicología de las multitudes. De allí su
tendencia a pensar que, si la sugestión tenía por misión explicarlo todo, necesitaba ser explicada a
su vez. Aquí se sitúa el viraje decisivo de su teoría sobre la psicología colectiva: “Por ello intentare
simplemente aplicar a la explicación de la psicología colectiva la noción de libido, que ya nos ha sido
tan útil en el estudio de las psiconeurosis”.
Los tres componentes del grupo así delimitado son entonces los siguientes:
a) La estructura libidinal (ilusión de la presencia de un jefe que ama con igual amor a todos los
miembros de la multitud, garantizando al mismo tiempo el prestigio de los líderes
carismáticos; e identificación de los individuos entre ellos).
b) La organización coercitiva y diferenciada, que permite controlar el ingreso y la salida, la
afiliación y la expulsión.
c) La ideología, cuya misión es contribuir a la cohesión del conjunto, a vencer la no
homogeneidad.
Estos tres componentes son los elementos de la “estructura elemental” de las masas
convencionales, es decir, de las instituciones en el sentido morfológico del término.
Hallándose el individuo vinculado con “dos centros diferentes”, ligado con “una apretada red” de
relaciones, la estructura libidinal es primaria con respecto a los otros dos componentes de la
multitud convencional que hemos señalado: organización e ideología.
La observación según la cual “el alma colectiva se disuelve en el momento mismo en que manifiesta
su característica más importante, y gracias a dicha manifestación”, podría aplicarse a Freud, ya que
también el demuestra la existencia de la estructura libidinal en la multitud y asimila el pánico a la
angustia neurótica, a través de un ejemplo de disgregación. Analiza el funcionamiento del ejército
en un fenómeno de disfunción.
Freud dedica menos atención a la multitud religiosa, porque su disgregación no es tan fácil de
observar como el pánico militar. Las experiencias psicosociológicas confirmaran que la multitud
religiosa es notable por su estructuración libidinal.
Las observaciones que, al final del capítulo 8 de la mencionada obra de Freud, se refieren al “líder”
nos interesan en la medida en que Freud trasciende los supuestos de la psicología de las multitudes
a propósito de ese rol. La actitud de la multitud respecto de el recuerda la producida por la
hipótesis. Pese a las dificultades que obstaculizan la comprensión de la hipnosis, Freud puede
definir “una multitud primaria” , “como una reunión de individuos, todos los cuales ha reemplazado
su ideal del yo por el mismo objeto , consecuencia de lo cual ha sido la identificación de su propio
yo”.
Esta definición de la multitud primaria, tiene ante todo el mérito de mencionar el problema
fundamental de la articulación entre el nivel de la estructura libidinal y el nivel de la organización.
Freud llega a preguntar “si la presencia de un jefe es condición indispensable para que una reunión
de hombres se trasforme en una multitud psicológica”.
Los últimos capítulos no carecen de interés para el análisis institucional. En el que dedica al
“instinto gregario”, Freud vuelve a plantear el problema de la hipnosis, al que se había reducido
hasta entonces “el enigma de la multitud”. El factor que quiere valorizar, y al que llama “sugestión
recíproca”, actúa no ya de “líder a liderados” sino de individuo a individuo, es decir, entre los
propios liderados. Se trata justamente del proceso que, Tarde había designado, oponiéndose a
Durkheim, como la imitación.
Una vez más: ¿Cómo estudiar este vínculo “horizontal” sin referirse al vínculo “vertical” que existe
entre individuos y líderes”? Es lo que señala Freud al hablar del medio escolar. El clima escolar
muestra como la reivindicación, de igualdad, de justicia, es alimentada por los celos de todos con
respecto al afecto dispensado por el maestro.
En el capítulo dedicado a la horda primitiva se vuelven a exponer las tesis desarrolladas en Totem y
Tabú. “El líder de la multitud encarna siempre al padre primitivo” es una formulación muy
aceptable, a condición de precisar cómo se opera tal “encarnación” en los grupos, multitudes,
formaciones colectivas y otros conjuntos sociales.
La ideología de la encarnación se ha vuelto tan habitual que integra tanto los instrumentos del
análisis sociológico como los instrumentos de propaganda destinados a reforzar los fenómenos de
identificación en las multitudes.
Como se ve, es cada vez más necesario articular la estructura libidinal no solo con el nivel
interindividual, sino también con el nivel de la organización y con el nivel de la ideología. El sistema
de parentesco simbólico que sustenta las relaciones sociales no es una simple reproducción del
sistema de parentesco simbólico que instituye al individuo en el triángulo edipico.
Por lo demás, el capítulo 11 pone de relieve la necesidad de la articulación que se acaba de señalar.
En una formulación importante acerca de la distinción entre “formación colectiva permanente y
duradera” y “multitud efímera”, Freud utiliza el término “multitud” en dos sentidos diferentes, uno
de los cuales ya no conviene: “Cada individuo forma parte de numerosas multitudes, presenta las
más variadas identificaciones, es orientado a través de sus vínculos en múltiples direcciones y ha
construido su ideal del yo según los más diversos modelos. Cada individuo participa así de
numerosas almas colectivas: la de su raza, su clase, su comunidad confesional, su Estado, etc.; y
puede elevarse además a cierto grado de independencia y de originalidad. Estas formaciones
colectivas permanentes y duraderas tienen efectos uniformes que se imponen al observador con
menos fuerza que las manifestaciones de las multitudes efímeras, que se forman y se disgregan
rápidamente y que proporcionaron a Le Bon los elementos para su brillante caracterización del
alma colectiva”.
Este pasaje delimita con bastante aproximación el campo del análisis institucional. Recordemos que
el tipo de “multitud convencional”, en el cual reconocemos lo que más se asemeja a una institución,
se caracteriza por los criterios de:
a) No homogeneidad
b) Composición artificial debida a una coerción exterior.
c) Diferenciación, ligada a un alto grado de organización.
d) Existencia de líderes visibles o no.
Si bien los primeros criterios convienen a toda “formación colectiva permanente y duradera” , los
segundos constituyen elementos de diferenciación entre diversas formaciones colectivas: la
pluralidad de instituciones , parecería basarse entonces en una diversificación en el plano de la
estructura libidinal; es mediante ordenamientos y desordenamientos específicos de dicha
estructura como el vínculo social, lejos de ser explicable por la existencia de una única y “gran”
familia; se mantendría como una cadena interminable de “vínculos libidinales” que van
especificándose al distanciarse de la célula familiar conservando una relación constante con esta.
Esto nos conduce a la necesidad de diferenciar los dos sentidos de las palabras multitud o masa. El
problema reside en comprender como debe pensarse la incoherencia, propia de la psicología de las
multitudes, que consiste en mezclar la “multitud” en el sentido morfológico del término con la
“multitud” en el sentido tópico del término.
Decir que “el individuo forma parte de numerosas multitudes” ya no significa nada, desde el
momento en que la multitud es sinónimo de agregado efímero.
Ya se ha visto que sería un tanto absurdo tomar al pie de la letra el termino de multitud, en la
formulación según la cual “el individuo forma parte de numerosas multitudes”, ¿No se puede decir
lo mismo de la formulación: “cada individuo participa también de numerosas almas colectivas? Hay
que admitir que resulta difícil clarificar los criterios étnicos en un sistema sincrónico, y que las
explicaciones históricas son insuficientes cuando se trata de explicar la lucha de razas.
Términos tan vagos como “alma de la raza” o “alma colectiva” siguen siendo entonces nociones
arraigadas en las fronteras ideológicas de la ciencia, nociones hasta ahora irreductibles a conceptos
más rigurosos.
Es sabido que esta dinámica tiende a restringir y aun a destruir el sentido de otra teoría de la
dinámica social: la teoría de las clases y de la lucha de clases. Sin embargo, cualquiera que sea el
significado y el valor que se asigne al concepto de clase, habría que examinar si los conceptos de
grupo de pertenencia y de grupo de referencia lo agotan o no.
La comunidad confesional y el Estado no entran con mayor comodidad que la clase social en la
tipología de la multitud convencional. En lo que concierne a la comunidad confesional, hay que
especificar si se habla de institución eclesiástica o bien del conjunto formado por:
1) El aparato
2) El sistema cultural e ideológico, difundido y defendido por dicho aparato.
3) La articulación entre los dos primeros elementos, en los tipos de actividad religiosa.
De todos modos, las fronteras de la multitud convencional o alma colectiva definidas por la religión,
nunca pueden ser definibles en términos exclusivos de grupos ni de institución.
Extraigamos una conclusión provisional de esta primera parte de los desarrollos de Freud. El
concepto de estructura libidinal no constituye la clave de las relaciones entre grupos e instituciones
y menos aún el equivalente del concepto de institución. Nos informa sobre la índole del vínculo
social, a condición de rodear este concepto de una prudente imprecisión: lo que está estructurado
libidinalmente no es la “sociedad” como vasta organización de los posibles, sino cada eslabón
constitutivo del vínculo social.
En los pasajes siguientes, Freud subrayara no solamente el poder de integración de la estructura
libidinal, sino también su poder complementario de separación. Con ello, el concepto de institución
revelara con mayor claridad su ambigüedad: por cuanto designa a la vez lo que vincula y lo que
sepa , lo que organiza los posibles y lo que organiza las prohibiciones, la institución se nos
presentara cada vez más diferente de los objetos reales que designa empíricamente. Así, aparecerá
reforzada la necesidad de construir el concepto de institución, ya no como representante de los
objetos reales sometidos a los métodos empíricos de la sociología o de la psicología social, sino
como objeto de conocimiento irreductible a sus manifestaciones empíricas.
En el capítulo 11 del ensayo del Freud se indica un punto esencial para la teoría de la institución: la
idea, según la cual la estructuración libidinal de la multitud se vincula con un “divorcio” , un
“renunciamiento”, una separación entre el yo y el ideal del yo.
También se menciona el renunciamiento del individuo a su ideal del yo en favor del ideal colectivo.
La palabra separación es reemplazada a veces por la expresión: “Rebelión periódica del yo contra el
ideal del yo”.
“Podemos admitir perfectamente que tampoco la separación operada entre el yo y el ideal del yo
es soportable durante mucho tiempo, y que debe sufrir de vez en cuando una regresión. Pese a
todas las privaciones y restricciones que se imponen al individuo, la violación periódica de las
prohibiciones constituye la regla en todas partes, y teneos la prueba de ello en la institución de las
fiestas que, al principio, no eran sino periodos durante los cuales la ley autorizaba los excesos, cosa
que explica la alegría que las caracterizaba.
Ahora bien: como el ideal del yo abarca la suma de todas las restricciones a las que debe plegarse el
individuo, el reingreso del ideal en el yo, su reconciliación con el yo, debe equivaler, para el
individuo que recobra así la autosatisfacción, a una fiesta magnifica”.
Para ser “soportada”, la separación exige una suma enorme de energía y, en el límite, no es
soportable sino a condición de ser suspendida periódicamente.
Ateniéndose al aspecto colectivo de la dinámica descripta por Freud, advertimos en primer lugar
una serie de homologías: entre la separación, las privaciones y restricciones, las prohibiciones, la
regla, la ley, la “suma de todas las restricciones”.
Se establece además otra serie de homologías, que forman oposición con la primera serie, entre la
violación periódica de las prohibiciones, la regla, los excesos autorizados por la ley, la institución de
la fiesta, el reintegro del ideal del yo, su reconciliación con el yo, y la autosatisfacción. Freud retoma
aquí la idea de periodicidad que se vincula con lo que designamos con el término de institucional,
en el sentido de división del tiempo y del espacio por acontecimientos producidos a su vez en una
estructura.
Pero sobre todo cabe señalar que las ideas según las cuales “la violación periódica, constituye en
todos lados la regla”, y “la ley autorizaba los excesos”, son en verdad formulaciones aproximadas o
redundantes con respecto al empleo concomitante, por parte de Freud, del concepto de institución.
Los términos de regla y de ley no definen bien la idea de una regulación no represiva, sobre todo si
se tiene en cuenta que una ley requiere un aparato de control para hacerse respetar.
Por añadidura, nada se opone a la universalidad de la regla o de la ley como esta idea de
periodicidad. El modo habitual de inserción de la regla o de la ley en la temporalidad discontinua
reside en la promulgación, los criterios de aplicación, los precedentes que sientan o no
jurisprudencia, las modificaciones oficiales, la prescripción, la abrogación, el desuso. Las
excepciones y exenciones no se aplican sino a casos particulares y a circunstancias particulares: casi
nunca se refieren al conjunto de la población. En cambio, la institución es lo que designa el poder
de dividir el tiempo y el espacio, de hacer que los actos sean posibles, deseables o recomendables.
En esto reside la gran diferencia entre el plano jurídico y el plano institucional.
Si “instituir” significa tomar una más libre y total posesión del tiempo y del espacio, la institución de
la fiesta, elegida por Freud, es un excelente ejemplo.
Freud establece una analogía entre dos tipos de oscilación periódica: en el plano colectivo, entre la
represión y la fiesta; y en el plano individual , entre la “depresión exagerada” del melancólico y la
“sensación de sumo bienestar” del maniaco.
El reino de la ley engendra la melancolía, mientras que la fiesta libera la actividad maniaca. O aun:
la melancolía de la ley pone de relieve la estructura de las relaciones sociales instituidas, mientras
que la excitación propia de ese acontecimiento que es la fiesta parece barrer con los rigores de la
estructura, o al menos diluirla por un tiempo.
El acontecimiento instituido, como los pequeños actos de la vida cotidiana y todo lo que ocurre,
proviene de alguna parte, está inscripto de antemano en la estructura de las relaciones sociales.
Está inscripto en la estructura social y, a diferencia de la ley, no solamente en la escritura jurídica,
es la institución.
Si la institución no tiene sentido en sí misma, tan vez sea porque crea el sentido. Sería más exacto
decir que la institución crea lo significante o, por lo menos, que lo descubre. El sistema del lenguaje
transforma elementos materiales en signos de reconocimiento. Para que este sistema funcione,
necesita una gran labilidad, que la ley procura reducir constantemente.
B) Si se quiere dar cuenta del vínculo social que asegura la permanencia de los agregados sociales
en nivel tópico, no se deben separar los conceptos de organización y de ideología del concepto de
estructura libidinal.
C) El enfoque de Freud permite entonces proporcionar una base para la teoría moderna de los
grupos. Permite también aproximarse al concepto de institución. Freud, no acentúa únicamente los
“vínculos” sociales; la originalidad de su método, que consiste en no perder nunca de vista el
sistema de referencia de la segunda tópica , lo lleva a subrayar la importancia de la separación
entre el yo y el ideal del yo como articulación entre el individuo y la “multitud”. Esta separación se
halla presente en la estructura del yo tanto como en la estructura de las relaciones sociales. Por su
intermedio se dividen el tiempo y el espacio social, se produce el sentido y las cosas tienen un
comienzo.
La fase instituyente de la institución completa aquí la fase instituida, que atestiguaban los niveles
morfológicos y tópico: lo instituyente, lo que da comienzo, lo que distribuye la consigna para
convertirla en un lenguaje, es por excelencia la operación del significante. Entendamos por esto,
aquello por cuyo intermedio algo acontece, tiene lugar y origina sentido.
Psicología colectiva y análisis del yo descarta la falsa oposición entre una clínica “individual” y otra
“social”, entre el dominio del individuo y el dominio de la sociedad como objetos de ciencia. Freud
demuestra sin cesar que la oposición es otra: reside en la propia estructura del inconsciente, en la
separación entre el yo y el ideal del yo. Planteado por un lado el psicoanálisis como estudio de la
estructura inconsciente y por otro lado el análisis institucional como estudio de la estructura de las
relaciones sociales, no se pretende aislar estos dos procedimientos. El sociólogo no puede ignorar
el psicoanálisis, como no puede ignorar la economía política.
Estudiar las relaciones sociales en función de un modelos institucional, y tratar de intervenir en esas
relaciones planteándolas dentro de un juego de estructuras instituidas e instituyentes , significa
tener en cuenta a la vez el descubrimiento de Freud y el aporte de las ciencias sociales: a saber, que
lo “social” no es una categoría que se superpondría a las categorías psicológicas, políticas,
económicas, culturales, etc., sino un sistema de referencia especifico, un objeto de ciencia que no
compite con los demás objetos de ciencia ligados a la exploración del concepto de hombre, no los
abarca ni omite.
El análisis institucional, no describe la sociedad global de las sociologías empíricas , sino un sistema
de instituciones que, desde la elaboración del complejo de Edipo hasta los ritos funerarios, pasando
por todas las estructuras , estructuras-acontecimientos y acontecimientos instituyentes, es el
lenguaje de las relaciones sociales.
Elliot Jaques se refiere de manera explícita a la noción de institución. Según el, esta tiene tres
funciones principales:
Las definiciones funcionales tiene el inconveniente de naturalizar el dato que se ofrece a la vista del
observador, de producir un deslizamiento insidioso del dominio del hecho al dominio del derecho,
de agregar al “hecho” su propia legitimación y, por último, de confundir objeto real y objeto de
conocimiento.
Jaques habla de un “poner en común” de los individuos “asociados” en las instituciones. Aparece
con frecuencia esta ideología, que ve en la institución un efecto del consenso, siendo este último un
efecto sin causa, una magnifica variable independiente, impuesta por la naturaleza de las cosas.
La definición de institución que se propuso más tarde reúne las orientaciones funcionalistas,
culturalistas y estructural-funcionalistas en un todo poco explicito, o al menos poco operativo:
“Las instituciones sociales son estructuras sociales que entrañan mecanismos culturales
reguladores de las relaciones internas. Las estructuras sociales son sistemas de rol, o de posiciones,
que las personas pueden adoptar u ocupar. Los mecanismos culturales son convenciones,
costumbres, tabúes, reglas, etc., utilizados para regular las relaciones entre los miembros de una
sociedad”.
Las instituciones son enormes estructuras (que son a su vez sistemas de roles y de posiciones) y
mecanismos culturales (que son convenciones, etc.): estas definiciones “flexibles” tienden a borrar,
una tras otra, las tautologías que reaparecen sin cesar. Están constituidas por una acumulación de
puntos ciegos.
Si jaques se refiere a Freud, es porque las funciones que asigna a la institución utilizan el sistema de
referencia del psicoanálisis. La institución no es un objeto exterior, objetivable, ya que tiene por
misión reforzar los mecanismos de defensa, satisfacer las pulsiones y favorecer la sublimación,
“funciones” todas que corresponden con bastante exactitud a la descripción freudiana. Jaques
habla de una función latente de la institución, que consiste en producir relaciones fantaseadas por
identificación proyectiva con el objeto común. Aunque esta función latente parezca concordar con
lo que Freud designa como estructura libidinal, el desacuerdo aparece en este punto.
Jaques cuestiona a Freud el derecho de afirmar que la sustitución no es una identificación. Declara:
“La identificación del yo con un objeto es una identificación; esto se halla explícito en Freud. Me
parece, sin embargo, que el reemplazo del yo ideal por un objeto externo contiene implícitamente
la concepción de la identificación por proyección”.
Los autores reconocen que “las relaciones entre la identificación y la proyección están muy
embrolladas, debido en parte a una utilización poco rigurosa de la terminología”. En efecto,
agregan, no siempre se encuentra en “el empleo abusivo del termino de proyección lo que siempre
se presupone en la definición psicoanalítica de la proyección: una bipartición en el seno de la
persona, y un rechazo sobre el otro de la parte de sí mismo que se niega”.
Jaques se refiere a un “deposito”, cosa no solo diferente, sino difícil de situar en el sistema de
referencia del psicoanálisis. En cambio, se puede hablar de “bipartición”, aunque la evocada por
Jaques se parezca más a la contraseña de hospitalidad y, en general, a una prestación, que a una
expulsión y a una separación.
Para el, la clínica hace surgir una instancia denominada grupo básico, que no es sino el conjunto de
virtualidades, de asociación contenidas en todo agregado de personas, cualquiera que sea dicho
agregado. Estas virtualidades constituyen, según Bion, la valencia, concepto definido como la
“Facultad que tienen los individuos de combinarse de manera espontánea e involuntaria para
actuar de acuerdo con una hipótesis básica que comparten”. La valencia se refiere entonces a la
existencia de una estructura libidinal de las relaciones sociales, es decir, a una pulsión que lleva a
los individuos a identificarse unos con otros y a introyectar un objeto exterior que sustituye al ideal
del yo.
Aunque el concepto de “grupo de trabajo” no abarque el grupo real y requieren a su vez una
formalización, la teoría según la cual todo grupo real posee su regulación implícita – inconsciente-
no es menospreciable desde el punto de vista del análisis institucional.
Si la hipótesis básica cambia con frecuencia, manteniéndose al mismo tiempo único según Bion, es
porque se diversifica en tres hipótesis básicas:
Por otra parte, el trabajo también produce cambios en la hipótesis básica, y la misión del análisis es
articular en todo momento el nivel de la organización con el nivel del grupo básico: “La cualidad
esencial de la organización consiste en adaptarse a la vez al objetivo exterior del grupo y a la
manipulación de la hipótesis básica que su actividad tiene más posibilidades de originar”. A partir
de esta teoría, Bion se propone “completar”, más bien que “rectificar”, las concepciones de Freud
sobre masas y grupos.
Bion reprocha a Freud que utilice conceptos de libido y de estructura libidinal en el análisis de las
multitudes. Según el, la teoría freudiana se aplica solo a una de las hipótesis básicas del grupo, a
saber, HBC (copula). Y específicamente el psicoanálisis “puede ser considerado como un grupo de
trabajo tendiente a favorecer la hipótesis de copula”. De allí proviene el lugar preponderante de la
sexualidad en Freud. Bion, en cambio, piensa que el vínculo libidinal no es esencial en HBD y HBAF.
Al igual que Jaques, agrega el proceso de identificación por proyección al de identificación por
introyección (sustitución).
El líder se convierte en alguien que, lejos de crear el grupo, se eclipsa “ante las exigencias del grupo
de trabajo”. “No es más libre de ser el mismo que los demás participantes”.
En cuanto al dirigente del grupo básico, parece encarnar, para Bion, el principio de placer del grupo.
Es un “autómata”, “penetrado por las emociones del grupo”, a la vez foco de irradiación y
receptáculo de la afectividad del mismo, lo cual en nada disminuye la pertinencia de la estructura
libidinal, aunque se trate de “mecanismos más primitivos”.
Sin embargo, la teoría de Bion ofrece puntos mucho más claros. Por ejemplo, cuando refiriéndose a
la articulación entre grupo básico y grupo de trabajo, habla de un “cisma” entre los dos subgrupos
que en un mismo grupo tienden, uno hacia el grupo de base, el otro hacia el grupo de trabajo.
Bion señala que la psicología colectiva no aparece solamente cuando cierto número de personas se
reúnen en el mismo momento o en un mismo lugar; e indica que el nivel morfológico solo es
necesario para “posibilitar la observación”. Esto destaca la importancia de la distinción entre campo
de análisis y campo de intervención, o incluso entre “objeto real” y “objeto de conocimiento”. Las
representaciones tópica y dinámica deben completar la representación objetiva, morfológica, que a
menudo corresponde solo al punto de vista más empírico, mas ideológico, sobre los grupos.
“El individuo es y ha sido siempre miembro de un grupo, aun cuando esa pertenencia consista en
comportarse de manera tal que parezca probar que no pertenece a ninguno”. El concepto de
pertenencia toma aquí un contenido cargado de consecuencias, ya que en el límite suprime la
dimensión grupal, falsamente objetivada en la ideología grupista y además nos invita a reflexionar
sobre el concepto de grupo básico como concepto-imagen: imagen preservada con demasiada
complacencia, sin duda, en lo imaginario de los grupos y de los individuos, pero cuya fuerza de
sugestión es innegable.
La articulación entre grupo básico y grupo de trabajo es uno de los aportes más positivos de Bion:
indica el camino a seguir para resolver el problema de la articulación entre estructura libidinal y
nivel de la organización, que hemos visto plantearse en Freud de manera implícita, pero constante.
Dos puntos deben subrayarse especialmente: uno concierne al nexo entre Bion y el análisis
institucional; el otro concierne con mayor precisión al acto analítico.
A. Según la primera hipótesis, el análisis institucional se descompone en tres momentos que serían:
b) Segundo momento: presentación de las hipótesis básicas y análisis de las mismas en su evolución
y su actualización en “subgrupos” básicos:
- HBAF: Permite analizar la situación del grupo frente al peligro vinculado al hecho de “ver
venir” el momento de la organización, y más generalmente, el momento del análisis.
- HBD: Subraya la relación del grupo con la institución que organizo las practicas o la sesión,
es decir, la relación con el staff instituyente. La hipótesis básica es entonces un material para
el análisis institucional, ya que mide en todo momento la distancia entre la demanda oficial
y la demanda implícita, o dicho de otro modo, la resistencia al análisis.
- HBC: Ofrece un material para el análisis de las relaciones entre el grupo (incluyendo el staff
instituyente) y el staff analítico. Por su intermedio se elabora la transferencia de grupo, que
es una transferencia institucional porque pasa por la mediación de una demanda instituida
por el staff instituyente, y no por la mera voluntad del grupo.
c) Tercer momento: el análisis institucional “comienza” recién cuando los materiales reunidos
durante la primera fase, confrontada con las hipótesis básicas, pueden ser inyectados en el grupo
para hacer que esté alcance un saber sobre sí mismo, que las hipótesis básicas no podían sino
ocultarle: se pone al grupo en el camino de saber que su existencia de grupo no es más que una
ilusión, que su ser es un falso ser , el ser de un “sujeto al que se atribuye saber”. El tercer momento
es aquel en que el análisis viene a deslizarse entre la demanda de análisis y las hipótesis básicas.
B. La segunda hipótesis concierne a la función del analista, o más precisamente, del staff analítico.
El momento de la presentación de las HB es aquel en que el staff analítico descubre el lugar que el
grupo le asigna en la estructura libidinal, en el sistema de parentesco simbólico recién instaurado
mediante el acto de intervención o acto de análisis. El grupo produce a medida que su análisis
avanza, un sistema de parentesco simbólico cada vez menos asintótico con respecto al sistema de
parentesco simbólico de la familia. Este sistema se erige mediante y contra la estructura de los
vínculos familiares, ya que los toma como hipótesis básicas antes de la intervención: esta última
introduce en la estructura una nueva relación, la relación con los analistas. Sean cuales fueren las
aproximaciones que los estudios sobre la transferencia hayan podido suministrar en cuanto a la
índole de dichas relaciones, se formulara la hipótesis según la cual el analista no puede instituir el
análisis sino deslizándose en un lugar siempre libre en el sistema de parentesco simbólico del
grupo. Lugar que no es asimilable, a priori, a una de las instancias parentales, pero cuyas relaciones
con los demás elementos de la estructura solo pueden ser reveladas al analista mediante el trabajo
clínico.
Un análisis institucional del movimiento y de los grupos que se vinculan con la psicoterapia
institucional exigirá numerosas intervenciones socioanaliticas.
La cuestión más importante, desde el punto de vista del análisis institucional como método
sociológico, es la siguiente: ¿De que manera la investigación y la experimentación sobre la
institución psiquiátrica nacieron de la psicoterapia de grupo y de una superación de dicha
psicoterapia? Para claridad de la exposición, distingamos tres fases:
La guerra contribuyo mucho a crear nuevas relaciones entre las categorías socioprofesionales de la
sanidad. La función cumplida por el contexto político está a la vista: esta fase empírica es, en
verdad, una fase ideológica.
A partir de 1940 aparecieron en Francia las técnicas grupales. El psicodrama moreniano llegara un
poco más tarde. Florecen la ergoterapia, la socioterapia y las técnicas activas.
Daumezon habla de sustituir la “vieja clínica” por una “clínica de actividad”. Es la “psicoterapia
ocupacional”. “Ya no se trata de escudriñar los signos de alienación, sino, esencialmente, de
estudiar de manera dinámica, en el curso de conductas que tienen ellas mismas un dinamismo
curativo, el comportamiento de los sujetos confiados a nuestros cuidados”.
El comportamiento humano es un conjunto, y es el conjunto lo que se debe “tratar”, en el sentido
de curar. Antes de que se perfile en la investigación la dimensión institucional, la psicología de la
forma constituye la plataforma instituyente.
Sin embargo, ¿Qué se debe entender en ese momento por “psicoterapia de grupo” y por
“socialización”?
La terapia de grupo aparece antes que nada como una técnica o una gama de técnicas que vienen a
yuxtaponerse a las técnicas tradicionales. Uno de sus efectos más originales consiste en provocar
un cuestionamiento de las relaciones sociales dentro de la institución, y en exigir una
reestructuración de dichas relaciones. Las intervenciones terapéuticas grupales dejan de ser
técnicas para convertirse en nuevas formas de sociabilidad en la institución. Surgen así las
reuniones de personal, de pabellón, de equipo y de barrio. El “esquema” que se convertirá más
tarde en el instrumento de control esencial de la psicoterapia institucional comienza a instalarse y
“funcionar”.
De acuerdo con las formulaciones teóricas de Moreno “cada miembro del grupo es un agente
terapéutico”. “El grupo es tratado como un todo en interacción”. Otra consecuencia de la terapia
de grupo, consiste en confundir las fronteras entre categorías de status o de funciones: la práctica
grupal mezcla no solamente enfermeros y médicos, sino, más en general, pacientes y encargados
de curarlos. Se alteran las relaciones jerárquicas.
La socialización de los enfermos a través del grupo y a través de una vida cotidiana consagrada a los
grupos, supone que esos enfermos, en tanto grupo y en tanto individuos, no quedan amorfos:
agentes de su propia cura, son llevados a jugar un papel cada vez mayor en el control de las
actividades de la institución. La autogestión de esta última aparece como el proyecto-límite de la
fase de socialización mediante el grupo.
Se examinaran sucesivamente:
Poncin caracteriza así esta crítica interna: “En el entusiasmo “activista” de la “pequeña revolución”,
se creía que la organización y, sobre todo, la “autoorganizacion”, es decir, la “autogestión” del
hospital en su conjunto, podían efectuarse de manera total en un plano consciente. Por el contrario
el grupo de Saint-Alban y Daumezon demostró que, paradójicamente, lo “real hospitalario” no tiene
poder curativo sino en la medida en que permite lo “irreal” de lo imaginario del enfermo mental.
Paradójicamente, mientras que nuestros autores creían en la “buena fe” de la acción in situ,
resultaba que los dados estaban cargados”.
La tentación del microsocialismo venía a confluir con la de las “buenas relaciones”: el movimiento
psiquiátrico conoció, mucho antes que los pedagogos, los deleites y venenos del sincretismo. En el
caso de los psiquiatras, Poncin no vacila en afirmar que “todo el movimiento evolucionaba
entonces hacia una concepción degradad de la alienación mental, confundiendo alienación social y
alienación mental”.
Por último, más allá de la crítica a las técnicas de grupo, a las técnicas activas y a la socialización del
medio, surge una crítica que resume todas las demás: “En su afán de instituir, nuestros promotores
de la “pequeña revolución psiquiátrica” olvidan a veces preguntarse qué hacen cuando instituyen”.
Este es el punto ciego del proceso que lleva el movimiento hacia el psicoanálisis y hacia el análisis
institucional propiamente dicho.
Llegamos aquí a la principal crítica que dirige Pontalis a las técnicas de grupo: ¿Qué ocurre cuando
se instituye un grupo, una intervención, un análisis? No es insignificante que el análisis “instituya
una paranoia artificial”, o incluso una crisis abierta permanente. Todavía más importante es que
dicha crisis afecte no solamente las relaciones entre el analista y el analizado, sino también la
relaciones del análisis y de la comunidad. Se puede entonces aplicar cómodamente, a la
psicoterapia institucional las observaciones hechas por Pontalis acerca del análisis individual.
Así se plantea el problema de la demanda social en la fase crítica del movimiento de la psicoterapia
institucional. La institución se inscribe en un campo social, en un sistema de instituciones, y
también en una estructura ecológica, morfológica y demográfica. La sociedad establece una ruptura
entre ella y los muros de la institución aunque esta tenga las puertas abiertas de par en par.
Instituye también, dentro mismo de la institución, una separación entre tres categorías de status,
de funciones y de roles: médicos, personal auxiliar y enfermos. También la sociedad instituye las
modalidades de ingreso, las modalidades generales del tratamiento y las modalidades de egreso.
Ante esta masa de normas ya-ahí, instituidas, ¿Cómo se inscribe el poder instituyente del personal
sanitario y de los enfermos? Desde esta perspectiva se puede abordar ahora la génesis del
concepto de institución en psicoterapia.
La comprensión y la extensión de este concepto varían durante los veinticinco años en que se
desarrolla la investigación. Reduzcamos esquemáticamente estas variaciones a dos etapas:
NIVEL 2: La institución como “esquema”, es decir como organización consciente del tiempo y del
espacio institucional, a través del personal sanitario:
1. Critica del nivel 1: el conjunto ecológico-administrativo y sus articulaciones con el exterior pasa
a ser un elemento del contexto (sistema de referencia); lo “real” social, la socialización, ya no
constituyen el conjunto del contexto; esta crítica de la institución como corpus o soporte global
de terapia es acelerada por los progresos que se manifiestan en la idea de sectorización.
2. Criticas de los niveles II y III: Los instrumentos particulares de socialización aparecen como
soportes de fantasías y de acting-out, como lugares y momentos de transferencia y de
contratransferencia; ya no tienen propiedades curativa en sí mismos; la actividad instituyente
de los enfermos tampoco es más que un soporte entre otros, no una técnica curativa en sí
misma.
3. El análisis institucional aparece como análisis del sistema de referencia implícito, latente, de los
usuarios de la institución. Lo que se convierte en el soporte de la cura no es la actividad
institucional de los pacientes y el personal sanitario, sino el análisis del lenguaje y los acting-
out.
La definición siguiente exigirá sin duda una corrección, ya que tal vez no tenga en cuenta
suficientemente la oposición radical entre “la estructura del inconsciente” y lo “real sociológico”.
“El concepto más amplio que adoptaremos supone, no solamente la transferencia del analista y la
respuesta del enfermo a la transferencia, sino también la respuesta a todas las realidades del
analizado, del analista y de las significaciones socioculturales y económicas de la institución
psicoanalítica”.
b)La sociología , en efecto, nos indica cuan “poca realidad” tienen aquellos componentes que los
autores de la definición antedicha describen como “todas las realidades”. Lo esencial de estas
separaciones instituidas y preexistentes entre individuos en nombre del sexo, de la raza, etc., es
decodificado en el plano de lo imaginario o entra en el simbolismo de una taxonomía salvaje, tanto
en los individuos normales como en los enfermos mentales.
Guattari agrega: Se podría decir del grupo sujeto que el enuncia algo, mientras que el grupo
sometido solamente se los oye en su alegato.
La asunción del grupo sujeto, en tanto momento de la práctica de los grupos, tiene por soporte la
transversalidad. La transversalidad se define por oposición a la verticalidad y a la horizontalidad.
La transversalidad, dice Guattari, supera ambas aporías; tiende a realizarse cuando se efectúa una
comunicación máxima entre los diferentes niveles y, sobre todo, en los diferentes sentidos. Es el
objeto mismo de la investigación de un grupo-sujeto.
El concepto de comunicación no debe ser interpretado aquí en el sentido “cibernético”, a partir del
esquema emisor-receptor. No se trata de analizar de una vez para siempre, según tal o cual modelo
sociológico, la estructura del poder en una institución, ni de establecer el sociograma latente tras el
organigrama manifiesto. La transversalidad es una dimensión permanente de la institución,
cuestionada sin cesar y sin cesar renovada. Dice Guattari: “El sujeto de la institución, el sujeto
efectivo, es decir, el inconsciente, el que posee el poder real, nunca se da de una vez para siempre”.
Indica también que “toda posibilidad de intervención creadora dependerá de la capacidad” de
poner en descubierto al sujeto de la institución.
La psicoterapia de grupo, y con ella cualquier tipo de intervención dentro de un grupo, es entonces
definida operacionalmente con referencia a la transversalidad.
LA INTERVENCION INSTITUCIONAL
J.B: Tu contribución a la corriente del análisis institucional es original. Por una parte, eres de los
primeros en haber explorado esta vía; por otra parte, participaste en las actividades de diferentes
grupos de terapia y de análisis institucional. Eres, por último, presidente del CERFI, ¿Podrías
describirnos la historia y tu itinerario en esta historia?
Genealogía
F.G: Esta historia está ligada a elementos biográficos relativos al funcionamiento de la clínica de La
Borde, a mi participación en lo que en esa época se llamaba el GTPsy (grupo de reflexión acerca de
la terapia institucional); está ligada también a toda una trayectoria política.
Un primer campo problemático se despejo para mí cuando vine a trabajar con Jean Oury en La
Borde, mientras era, por una parte militante político de un grupo de extrema izquierda y, por otra
parte, uno de los primeros no-médico que participaban en el Seminario de Jacques Lacan.
En los primeros capítulos adelantaba la idea de ir más allá de la psicoterapia institucional. Se debía
estudiar y poner en práctica, según yo, el vínculo de esta con prácticas similares en otros dominios:
la pedagogía, el urbanismo, el militantismo. Además, pensaba que solo se podría avanzar en esta
nueva “disciplina” en la medida en que ella se instituyera conectándose con cuestiones políticas
más amplias: la de oposición comunista por ejemplo.
Esta tentativa duraría hasta mayo del 68. Con todo un grupo de militantes llegamos a desarrollar
una intensa actividad multidisciplinaria, respetando los diferentes niveles considerados, los
diferentes rasgos específicos de cada una de las “materias” cuestionadas. Fue la época de la
Federación de los Grupos de Estudio y de Investigaciones Institucionales.
La FGERI reunía grupos psiquiátricos que se interesaban por la terapia institucional, grupos de
maestros provenientes del movimiento Freinet, grupos de estudiantes ligados a la experiencia de
los BAPU, arquitectos, urbanistas, sociólogos también psicosociologos.
Estimábamos que un proceso analítico particular podía incorporarse a dos vertientes de la actividad
de cada uno de estos grupos:
-“Una investigación acerca de la investigación”, es decir, un análisis que tuviera en cuenta el hecho
de que los investigadores no pueden comprender su objeto sino con la condición de que ellos
mismos se organicen, de que se cuestionen a propósito de cosas que no tienen nada que ver,
aparentemente, con el objeto de su investigación. Por ejemplo: un grupo de quince arquitectos y
urbanistas discutieron durante casi dos años, no solamente sus proyectos, referentes a su
profesión, sino también múltiples problemas que concernían a su vida cotidiana y a su vida de
deseo.
Una fermentación bastante sorprendente resulto de los múltiples encuentros organizados bajo la
egida de esta FGERI en su primera forma.
Mayo del 68 fue la gran ruptura. La mayor parte de los grupos de la FGERI se encontraron desde el
principio al nivel de los acontecimientos. Los principales animadores de la FGERI desarrollaron
actividades, ya sea en el “Movimiento del 22 de marzo”, ya sea en otros lugares de contestación.
Ha sido posible ver con claridad que las violentas agitaciones micro-sociales de un nuevo tipo que
se revelaron a partir de 1968 iban mucho más lejos que todo lo que nos habíamos imaginado en la
FGERI. Yo estimaba, por mi parte, que las transformaciones de las instituciones, de los
equipamientos colectivos, de los modos de vida, de los medios masivos, etc., ya no podían ser
considerados independientemente de una revolución social en el sentido marxista. El tiempo del
análisis institucional, para mí, había pasado ya. Lo que entonces importaba era la conjunción de las
revoluciones moleculares y la revolución social.
En los años que siguieron a 1968, me pregunte acerca de los eslabones faltantes que impedían o
retardaban esta conjunción.
Ese fue entonces, para mí, un largo periodo de latencia que correspondió a un intenso trabajo con
Gilles Deleuze. Se trataba de intentar una mejor delimitación de cuales podían ser las articulaciones
entre, por una parte, el metabolismo de deseo en el campo social, el imaginario colectivo; y por
otra parte, las estructuras de poder, los aparatos de Estado, la pirámide jerárquica que se
reconstituye de manera permanente y que tiene la capacidad de fagocitar, de recuperar todos los
sistemas analíticos embrionarios. Esto me condujo a reexaminar de manera crítica mis ideas
anteriores acerca del análisis institucional y a intentar reformular la problemática del inconsciente
en un marco social mucho más amplio.
Por eso ves que cuando echo una mirada hacia atrás hasta los principios del análisis institucional,
me veo tentado a situarlo como una primera aproximación, completamente parcial.
F.G. Yo la propuse durante una sesión del GTPsy, porque sentía la necesidad de una doble
demarcación respecto de la psicoterapia institucional.
La primera demarcación apuntaba a la corriente Daumezon, Bonafe, Le Guillant, etc. (corriente que
había lanzado la expresión “psicoterapia institucional”). Era un cierto número de entre nosotros el
que deseaba la introducción de una dimensión analítica en este tipo de práctica y no encontraba
satisfacción en las referencias que Tosquelles hacia frecuentemente a Moreno y a Lewin, y
accesoriamente a Marx y a Freud.
Por mi lado, evolucione lentamente hacia la idea de que el análisis no podía contentarse con ser
una fuerza de apoyo exterior, que coexistiera pacíficamente en ese campo con el marxismo, la
psisociologia, la dinámica de grupo, la terapia social, etc. Si debía haber un análisis, no era el
análisis del psiquiatra, o incluso el análisis de un grupo de individuos, sino del conjunto de un
complejo de procesos sociales. Esta primera demarcación tendía pues a oponer el análisis
institucional a una psicoterapia institucional microsociologica.
La segunda demarcación intentaba establecer que este género de procesos analíticos no podía ser
una “especialidad” del campo de la higiene mental, sino que involucraría también a la pedagogía, a
las ciencias sociales, etc.
F.G. Mi práctica profesional ha sido en principio, inmediatamente después de que mi amigo Jean
Oury fundo la clínica de La Borde, de trabajo en un medio psiquiátrico.
F.G. No, como miembro del equipo animador de su estructura, de las reuniones de vida, etc., casi
podría decir que en calidad de militante que introducía un estilo político en una institución: como
individuo que había sido muy activo durante los movimientos de Albergues de Juventud.
J.B. Nunca fuiste – y es algo relativamente raro que merece subrayarse- universitario y, a pesar del
itinerario que has recordado ahora, tampoco te has adherido a una escuela psicoanalítica…
F.G. Formalmente he seguido siendo miembro de la Escuela Freudiana, con el título de “Analista
miembro de la Escuela”. Esta fidelidad a la EFP, a pesar de mis críticas y mis ataques contra ciertos
aspectos del freudismo y del lacanismo, me ha sido reprochada de manera insultante por el
pequeño núcleo de universitarios que rodea a Lacan. Y sin embargo, mi posición no encierra ningún
misterio: he explicado siempre que, con razón o sin ella, seguía esperando que pudiera nacer, a
partir de ciertas corrientes analíticas y de trabajadores de la salud mental, algo que cuestionara
radicalmente este tipo de técnica elitista. Considero que las teorías freudianas y lacanianas son
fundamentalmente reaccionarias en todo lo que concierne a la articulación de los problemas del
deseo con el campo social. Estoy convencido que la parte verdadera de análisis que puede contener
la actividad de algunos analistas nada tiene que ver con sus referencias teóricas.
J.B. ¿Podrías desarrollar tu afirmación de que las prácticas de los analistas no tienen nada que ver
con las teorías analíticas?
F.G. Estoy consciente de la fragilidad de esta separación. Yo la establezco un poco como un
recorrido hacia el porvenir, porque hoy, de hecho, la mayor parte de las prestaciones
psicoanalíticas y la formación de los analistas son prácticas elitistas.
En ningún momento las críticas que Giles Deleuze y yo hemos desarrollado en contra del freudismo
y del lacanismo se hallan dirigidas a buscar una negación del análisis como tal. El análisis solo
tendrá sentido si deja de ser el asunto de un especialista, de un individuo psicoanalista o incluso de
un grupo analítico, que se constituyen, todos ellos, como una formación de poder. Pienso que debe
llegar a producirse un proceso que surja de lo que he llamado dispositivos de enunciación
analíticos. Dichos dispositivos no están compuestos solamente de individuos, sino que dependen
también de cierto funcionamiento social, económico, institucional, político, micropolitico.
¿Qué es lo analítico en ellos? No es lo que se refiere solamente al hecho de que la gente hable para
hacer la crítica de las ideologías a las que se enfrenta, o de que reivindiquen para sí mismos o para
los otros, mayor libertad, más creatividad...
F.G. Apunta hacia los soportes teóricos de esta individuación, de esta especialización, esta
“elitizacion” del análisis.
Este proceso analítico que, repito, no coincide con una técnica particular de análisis de grupo,
puede contribuir a desbloquear ciertas luchas políticas y sociales. El movimiento de las mujeres en
Francia, en Europa, por ejemplo, ha jugado y continua jugando un rol analítico, no a causa de tal o
cual líder que es analista, sino porque ha introducido , a través del modo en que la condición
femenina es sentida hoy en Francia, algo que ha sacudido al conjunto de la sociedad. Este impacto
analítico concierne a elementos que se sitúan “más allá” de las personas individuales, del lado del
socius, así como también a elementos infrapersonales, del lado de los modos de sensibilidad, de
apercepción del tiempo, de la relación con el cosmos, etc., lo que yo denomino maquinismos
abstractos.
Un maestro, un educador, que hoy, busque una mejor comprensión de los fenómenos
microsociales, de las relaciones afectivas, de las relaciones con el ambiente, etc., de los niños bajo
su responsabilidad, conducirá cierta actividad analítica, aun cuando sus referencias escapen a los
dogmas pedagógicos y psicoanalíticos y se apegue, esencialmente, a seguir la trayectoria de las
singularidades a las que se halla confrontado.
Estoy persuadido de que las luchas de clases en los países desarrollados, las transformaciones de la
vida cotidiana, todos los problemas de la revolución molecular, no encontraran ninguna salida si, al
lado de los modos de teorización tradicional, no se desarrollan una práctica y un modo de
teorización muy particular , a la vez individual y de masa que, de manera continua, conduzcan a una
reapropiación colectiva de las cuestiones de la economía del deseo.
Quiero decir que al mismo tiempo que uno formula algo que cree justo, o se involucra en una lucha
que cree eficaz, se vuelve necesario el desarrollo de una especie de “pasaje al otro”, de aceptación
de la singularidad heterogénea, de anti-proceso militante que coincide con un proceso analítico.
“Por qué vas en esta dirección, porque optas por este tipo de fórmula, cual es la carga de poder que
te incita y que es lo que ello implica paralelamente como tratamiento de las cargas de deseo, por
ejemplo, del deseo de los militantes que te siguen, pero también de los líderes que guían tus
acciones…” Y puede uno hacerse el mismo tipo de preguntas en lo que concierne a tus colegas, a
tus hijos, a tu cónyuge, etc.
En otros dominios (pedagogía, psiquiatría) uno se veía confrontado con el mismo tipo de
dificultades. ¿Cuáles son las verdaderas posibilidades de la intervención, los márgenes reales de
maniobra de los maestros, los trabajadores de la salud mental, de los trabajadores sociales? Para
determinarlos es necesario que se superpongan discursos de diferentes órdenes y no solamente
discursos de teorización general, sino también “micro-discursos” más o menos balbuceantes, en el
nivel de las relaciones de la vida cotidiana, de las relaciones con el espacio, etc. El análisis, según yo,
consiste en articular, en hacer coexistir- no en homogeneizar ni en unificar- en disponer según un
principio de transversalidad, en lograr que se comuniquen transversalmente estos diferentes
discursos.
J.B. Si dices que quienes deben plantear las cuestiones no son los analistas y los especialistas sean
quienes sean ¿Quiénes habrán de plantearlas?
F.G. Estamos aplastados por el peso de los medios masivos, por las imágenes de poder, por una
manipulación de lo imaginario al servicio de un orden social opresivo, por la fabricación, a cualquier
precio, de un consenso mayoritario, por el culto de la seguridad, por procedimientos que consisten
en apurar a la gente a propósito de todo y de nada, a infantilizarlos de manera que ya no se
planteen más problemas. Algunos centenares de jóvenes se organizan: instalan improvisadas
emisoras y lanzan radios libres. Experimentan un nuevo tipo de comunicación, da la palabra a la
gente, van a los barrios, graban colectivamente cassettes, etc. ¿Qué pasa entonces? La represión se
abate sobre ellos, pero al cabo de algún tiempo logran desencadenar un cierto movimiento de
opinión. Hombres políticos, que no coinciden ni de lejos con el trasfondo ideológico que subtiende
esta iniciativa, la sostienen.
Los grupos
J.B. Tú trabajaste y sigues trabajando con grupos: ¿Dónde sitúas al grupo? ¿El grupo como
“intermediario” entre el individuo y la sociedad; o bien el grupo en una organización y en una
institución tiene para ti, en este momento, alguna especificidad?
Aquí nos vemos remitidos a un viejo tema: se ve claramente la “terminal de la palabra, lo que sale
de la “caja negra”, se ve con claridad donde ello habla, se ve claramente a alguien frente a uno o,
en la t.v, en el micrófono, en el teléfono, se escucha algo, se reconoce bien la signatura de alguien,
pero ¿basta esto ara decir que ello habla verdaderamente desde ahí? La comunicación conlleva
puras redundancias. Pero los dispositivos de semiotizacion son portadores de bastantes otras cosas:
efectos sobre las realidades objetivas y subjetivas, lo que he llamado efectos diagramáticos.
A diferencia de la categoría de grupo, esta noción de dispositivo nos lleva a considerar el problema
en su totalidad, a saber que las mutaciones sociales, las transformaciones subjetivas , los
deslizamientos semánticos, todo lo que toca a las percepciones, a los sentimientos y a las ideas,
para ser comprendido, implica que se tomen en cuenta todos los componentes posibles.
El grupo y el individuo no adquieren su consistencia funcional más que a través del dispositivo de
componentes semióticos muy distintos. Con este termino de componente semiótico, quiero
abarcar componentes económicos, ecológicos, etnológicos, pero también estéticos, religiosos,
deportivos, etc.
Las relaciones de fuerza, las jerarquías, las mutaciones tecnológicas y las máquinas de
semitiozacion como las computadoras son una parte intrínseca de los dispositivos de enunciación.
En estas condiciones, lo que se pone en duda es la oposición entre enunciado y contexto, e incluso
entre lenguaje y referente. Se trata de determinar, en el seno de cada dispositivo, cuales son los
componentes operativos.
Regresamos así a aspectos simples de sentido común. Un niño tartamudea, una pequeña niña es
anoréxica, una mujer tiene una crisis de angustia: confrontados con estos fenómenos, los
especialistas recurrirán a sus corpus teóricos. Decretaran que se trata de un síntoma psicosomático,
de un problema de comunicación que compete a la psicoterapia familiar, del trastorno de un
“matema” del inconsciente… ¡Que se yo! Otros encontraran responsable al campo social: ¡Es la
escuela la que no funciona, cambiemos entonces la escuela antes de interesarnos en los problemas
psicopatológicos de los niños tomados individualmente! Es verdad, tal vez se trate de todo esto a la
vez. Pero no en una proporción cualquiera, ni en un orden cualquiera. Lo importante es determinar
aquí y ahora sobre que es posible intervenir.
F.G. En efecto, porque el grupo me da la impresión de una trampa. Mas alla del reconocimiento y la
apreciación de la importancia relativa de estos componentes, conviene explorar lo que he llamado
la “maquinica” propia de un dispositivo, la manera como articula sus componentes de pasaje, sus
modos de bloqueo, de inhibición, de hoyo negro, de catástrofe, etc. Prefiero hablar de “nucleo
maquinico” mas que de estructura, de sistema , de complejo, etc., para señalar que ninguna
formula general, ninguna receta psicosociológica estructural sistematica o cualquier otra nos
permite dar cuenta de este tipo de fenómenos. Solo la implantación de un dispositivo especifico,
singular, de enunciación, o lo que he llamado una intervención micro-politica abre la posibilidad de
una practica que sea a la vez de análisis y de cambio.
LA INTERVENCION
J.B. Hablemos de la intervención ¿Cuáles son tus prácticas profesionales, sociales o políticas? Por
una parte, eres una personalidad, por otra te encuentras inserto en una práctica de grupo: ¿Cuál?
En los grupos donde estas ¿haces o no intervenciones, con quién y cómo?
F.G. Como te lo dije, creo que es necesario ligar esta cuestión con la de la interpretación.
Yo pretendo que esta pretendida interpretación significante jamás es neutra. En la intervención uno
se halla comprometido del todo.
“Tomar en análisis” como se dice, una mujer casada, una madre de familia, un niño, no consiste en
establecer una relación de pura escucha con un sujeto trascendente. Uno tiene que ver, en
realidad, no con personas autónomas, sino con subconjuntos de dispositivos complejos que ponen
en juego , por ejemplo, el hecho de que la cura transite por el canal del padre, por el salario, por un
sistema de subsidio , etc.
La neutralidad es una trampa: siempre se está comprometido. Vale más tomar conciencia de ello
para contribuir a que nuestras intervenciones sean lo menos alienantes posibles. Más que conducir
una política de sujeción, de identificación, de normalización , de control social, de encarrilamiento
semiótico de las personas con quienes tenemos que ver, es posible escoger, por el contrario, una
micro-política que consiste en hacer presión a pesar del poco peso que se nos ha conferido, a favor
de un proceso de desalienación, de una liberación de la expresión, de un empleo de “puertas de
salida”, es decir, de “líneas de fuga” con respecto a las estratificaciones sociales opresivas.
J.B. En los grupos en que participas en este momento, ¿Cuál es tu calidad? ¿La de individuo
militante, la de profesional remunerado? ¿Los grupos con los cuales te relacionas son siempre
grupos que “encuentras” por azar? ¿Los grupos te llaman? ¿Cómo?
No tengo la intención de hacer un análisis crítico de lo que ocurre en La Borde. Sea como sea, a
pesar de su carácter limitado, incluso superado, esta experiencia tiene el interés de ser un “islote
de respiro”, un lugar donde es posible reflexionar o donde se pueden experimentar algunas cosas.
La Borde no constituye pues una ilustración de los propósitos que he tenido ahora.
EL CINEL
De hecho, el interés del Centro hay que buscarlo más en la influencia que manifiesta en las
relaciones habituales entre los militantes, intelectuales, artistas, trabajadores técnicocientíficos,
etc. Que en lo que efectivamente hacer.
A pesar de las apariencias, la gentes es mucho más “intelectual” de lo que se cree! O tienen por lo
menos muchas más aspiraciones intelectuales y artísticas que lo que el sistema intoxicación a través
de los medios masivos deja suponer.
ITALIA
Los intelectuales, los militantes que intentan abordar estos problemas son percibidos por el poder
como peligrosos agitadores, a pesar del carácter manifiestamente insignificante de sus medios de
acción. Comprendo bien que está la cuestión del territorismo, que envenena todos los debates y
que motiva todas las “sospechas”.
Los poderes en ejercicio no comprenden nada de la escalada de violencia y de los ilegalismos en los
pauses desarrollados, y, además, los interpretan a su manera. Siempre es la misma técnica: consiste
en imaginar la existencia de estados mayores ocultos y seleccionar chivos expiatorios intelectuales
cuando los interrogatorios se muestran incapaces de encontrar estos pretendidos estados mayores.
El poder se las arregla con palabras y fantasmas y busca vengarse de su impotencia con los
marginales y los disidentes de todas clases.
¿Pero de donde viene esa violencia? ¿Qué es lo que hace, por ejemplo, que los terroristas italianos
no sean gente aislada, sino que evolucionen sin dificultad real a través de amplias capas de la
sociedad italiana? Manifiestamente, eso se debe a que las fuerzas vivas de ese país no esperan
nada de las formaciones políticas tradicionales, sin que esto quiera decir que han encontrado ya
nuevas formas de expresión y de intervención eficaces.
Lo repito, hay muchas más gente de lo que se cree que es consciente de las trasformaciones
actuales del tejido social y no solamente de las relaciones cuerpo, las relaciones de vecindad, etc.
Esta convicción es la que me da una especie de optimismo inquebrantable. El poder es tal vez tanto
más represivo cuanto que siente que sus medios de control se disuelven, en principio y antes que
nada, en el nivel del inconsciente social.
La antigua separación de los poderes entre una derecha y una izquierda, en la que los participantes
se distribuían los roles: la derecha controlaba la policía, la armada, las empresas, y la izquierda los
sindicatos y la vida asociativa, parece superada ya. Hoy se puede esperar lo mejor y lo peor.
Y más allá de estas monstruosidades espectaculares, están esos millones de personas que ignoran
totalmente lo que la sociedad espera de ellos, que no se reconocen en absoluto en la finalidades
sociales y los modos de vida actual, que se preguntan para que sirven estas máquinas miliares
gigantescas, estos modos de producción contaminantes que nos conducen a devastaciones
ecológicas cada día mas catastróficas.
J.B. reaccionaste vivamente con respecto a las prácticas de intervención, al análisis institucional
contemporáneo. ¿Puedes volver sobre el problema de la intervención?
F.G. pienso que según el curso que siguen las cosas, pronto se contara con un Ministro de
Intervenciones Psicológicas y de un Innovación Social.
En este caso, todos los medios serán útiles para el poder. Se terminara por tener psicosociologos y
divanes de psicoanalistas hasta en las comisarías de la policía, lo que no impedirá a los policías
romperle la cara a la gente como lo hacen actualmente; se tendrá psiquiatras, como en Alemania,
que podrán decidir di se mantienen indefinidamente en prisión al detenido, más allá de su pena,
por tendencia asocial.
La marginalidad y su recuperación, a medida que ganen sectores cada vez más vastos de la
sociedad, estarán en camino de adquirir un nuevo carácter. Hoy, no solo se trata de las
marginalidades tradicionales que surgen del asilo psiquiátrico, de la prisión, de las instituciones
correccionales, etc.
Son verdaderos continentes sociales que se marginalizan en el marco de las llamadas tentativas de
reestructuración capitalista.
Ocurre que el CERFI es actualmente boicoteado por los organismos oficiales que se ocupan de los
contratos de investigación y se le niega todo estatuto en el marco de la nacionalización, o más bien
de la “CNRizacion” de la investigación.
Los micro-espacios de libertad, tales como el CERFI o La Borde, se hacen cada vez más raros en
nuestros días y creo que deberían ser defendidos por la gente de izquierda, más que ser atacados a
diestra y siniestra.
Ya no existen, desde hace mucho tiempo, “secretos de fabricación” sea cual sea el dominio
considerado. Todo se comunica a la velocidad del audiovisual. Es inútil pretender atravesar la
mezcla generalizada de investigaciones y de experimentaciones.
El verdadero problema está en otra parte: es el de la reapropiación efectiva de estas ideas, de estas
técnicas, de estas innovaciones por dispositivos colectivos de enunciación y por los motivos de
luchas liberadores.