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Psicologización de la sexualidad y la locura en torno a una cavilación

de la religión y la sublimación
Luis Alberto Ramírez Abad

No hay un ser sí mismo verdadero.


Sin embargo, las fuerzas son en sí mismas verdaderas.

Freud fue un adelantado para dar una explicación del psicoanálisis, en parte por

ser precursor de intentar una nueva ciencia que ligara o que al menos intentara

explicar la relación entre el alma y los complejos invisibles que actúan en ella. Algo

que hizo evidente fue su percepción de las patologías sexuales que se adueñan

de nuestros actos, de nuestras mentes. Así pues, considero apropiado comenzar

por ahí, por nuestra sexualidad, algo que generalmente es reprimido por las

normas sociales, categorizándolas de acuerdo a patrones establecidos desde una

moral generalmente dentro del adoctrinamiento de la moral cristiana, es decir,

dentro de la monogamia heterosexual, introvertida y por tanto únicamente útil para

la reproducción, sin decir más de su relación con Cristo, dios o la misma

religiosidad. Pero, ¿qué implica todo esto? Desde hace siglos, la

institucionalización ha sido parte fundamental para el establecimiento de un orden,

ya sea de corte moral, ético, religioso, político, etcétera, todos los órdenes, desde

el económico hasta el científico se hayan dentro de este sistema que establece lo

que está “bien” (sic) y lo que está “mal” (sic) de acuerdo con categorías que parten

de una cosmovisión ya determinada por ciertos intereses, ya sean particulares o

para un supuesto orden de convivencia normal (sic). Es por ello que, tanto las

conductas como los comportamientos se establecen dentro de una comunidad

consensuada, generalmente por su utilidad, reproductibilidad y pulcritud dentro de


un orden de higiene y salubridad (sic) que rechaza de esta forma todo contacto

con lo que rompa o corrompa dicho sistema controlado y, por tanto, de control.

Así pues, empezamos con Freud para señalar y destacar como el análisis

de la experiencia interior surge a partir de un análisis de la angustia, que

generalmente tiene que ver con nuestra sexualidad o miedo ante la muerte, ambas

fuertemente inmiscuidas y afines por un instinto no sólo de sobrevivencia, sino de

sensibilidad orgiástica ante el éxtasis. Dicho comportamiento al ser reprimido por

el orden social consensuado debido al miedo y a su correspondiente

establecimiento de un cuadro de seguridad que mantenga la estratificación a partir

de niveles jerárquicos que mantengan la opresión hacia aquellos comportamientos

no permitidos es lo que termina por justamente reprimir el resto de conductas y

degenerando por tanto patologías de comportamiento dentro de un esquema

asignado como enfermedad produciendo estrés, neurosis e histeria dentro de los

distintos grupos vulnerables que no pueden controlar ni tomar decisiones por sí

mismos. Estos comportamientos, más allá de tratarse de una enfermedad, surgen

de la incomprensión de sí por la búsqueda de la aceptación social, ya sea dentro

de un grupo, una comunidad o un orden que les brinde seguridad, por lo que la

enfermedad (sic) de ciertos traumas no son más que una simple desadaptación

social que busca ser aceptada e incorporada de nuevo, adquiriendo máscaras que

influyen en el comportamiento y en la personalidad.

Ahora bien, un trauma de real interés resulta frecuentemente de aneurismas

cerebrales (por utilizar un término científico sin ser especialista en el área)

producidos ya sea por ciertas insuficiencias químicas o de correcto desarrollo


durante la gestación o por problemas hereditarios sin tener que ver

fundamentalmente con el entorno social, sino que más bien se trata de genotipos

biológicos anormales (sic). Estos traumas de corte más biológico antes que social

influyen de manera permanente en lo que se considera sano de lo que no. Sin

embargo, el tipo de traumas alucinatorios como lo es la esquizofrenia (sic) pueden

corresponder a una no comprensión de qué hacer con las posibilidades que

exceden al yo. Así como no sabemos qué hacer con ciertas patologías más que

tratar de entenderlas y conflictuar todo lo relacionado a ellas, del mismo modo la

sexualidad y la locura terminan frecuentemente por el mismo camino, sino en una

patología en una represión constante, inhibiéndose nuestra actividad creativa en

tanto seguimos pensando en la simpleza reproductiva. La sexualidad, así como la

locura es casi siempre por no decir siempre un problema en nuestra sociedad.

Lo que pretendo demostrar esto no es una cura a la locura ni mucho menos

sino ver la relación que toma la locura y la sexualidad dentro del ámbito

psicologizante de nuestra sociedad casta y pulcra de pensamiento que

frecuentemente remite a una cierta conformación moral basada no solo en un

consenso social sino dentro de todo un esquema epistémico basado en una visión

de la creación del mundo, del hombre y de la mujer. La religión así contada, por

tanto, es la base de toda moralidad, de todo comportamiento y está a la base de

toda conformación social, nacional y cultural. Freud fue de los primeros en hablar

de la sexualidad, pero fue Foucault quien vio en esta incitación creciente de

convertir el deseo en un discurso de diván la represión, prohibición y censura de

una “policía sexual” que reglamenta la sexualidad mediante la utilidad del discurso
público a partir de relaciones de poder. La locura como la sexualidad son

actividades que se ejercen y que frecuentemente terminan por rebasar al yo que

intenta controlarlas. Son fuerzas sobre las cuales el intelecto, el yo, intenta evitar a

toda costa y si no termina por exacerbarla en mero placer, sin haber una

comprensión clara de una sublimación que lleve más allá del disciplinamiento de

los cuerpos, de su adiestramiento y finalmente su domesticación. Una liberación

de la locura y de la sexualidad, dentro de muchos otros esquemas de opresión de

los que no me ocupare acá, es un intento, al menos, que confronta la sofocación

del patrimonio constitutivo cultural imperante influido en su mayoría por el capital y

el consumo.

En principio el psicoanálisis da un tratamiento a partir de la revisión de la

temporalidad del yo que no se comprende dentro de su propia realidad y que, por

tanto, a partir de la generación de un trauma dentro de la experiencia vivencial

surgen una serie de anomalías y trastornos dentro de la personalidad del yo que

deben ser tratados para la reinserción social del que así los sufre. Por tanto,

resumo de manera breve al psicoanálisis en una comprensión del tiempo del yo,

pues en la comprensión del tiempo existe una comprensión de la realidad que

afecta o al menos debería, el fenómeno de la vida no solo del paciente sino a su

vez del analista mismo, pues se trata, como se entiende a partir de psicoanalistas

pos freudianos, de un espacio compartido transformacional por un campo de

vinculo y de comprensión mutua, de sí mismo como de quien atiende, algo que

puede comprenderse mejor desde la transferencia y contra transferencia que

produce un tercer analítico intersubjetivo pero que no ahondaremos aquí, sino que
más bien quisiera resaltar la unificación temporal dentro de una comprensión que

abarca no solo al paciente sino a toda una temporalidad cultural, es decir, que en

este, mi diván no se acuesta un paciente, sino que trato de identificar a la

temporalidad de la humanidad misma como paciente cultural, pues a partir del

psicoanálisis de uno mismo puede comprenderse la temporalidad no solo de los

traumas considerados propios del yo, sino de los traumas del yo inmersos en la

cultura de la que somos parte y por la que esos traumas propios son propios en sí

mismos.

Así pues, la temporalidad de uno es la temporalidad de la que se vive, y es

a partir del psicoanálisis de esta que se intenta dar sentido a la realidad, ya no

solo de un sí mismo particular, sino también desde un sí mismo que ya no es

propio y particular sino que infiere dentro de la religiosidad entendida como el sí

mismo que se religa por un ser común, tratándose no sólo de una impronta

personal, sino que está inmiscuida dentro de un ámbito social, frecuentemente

alienante pero claramente identificado como propio, lo que teóricos del

psicoanálisis como C. G. Jung han denominado el inconsciente colectivo.

A lo que quiero llegar con todo esto es que todos en cierto grado estamos

un poco locos y consagrados a la sexuación de nuestros actos, es decir, no somos

ajenos a lo que constituye el psicoanálisis como enfermedad y anormalidad.

Ambas tanto la sexualidad como la locura son fuerzas que se escapan a la

comprensión del yo, no desde el yo psicologizante del analista, pues ellos en parte

lo tienen bastante claro y catalogado, sino desde su relación más filosófica,

entendida como las fuerzas que constituyen la realidad del alma, de la psique. Por
lo que esto queda como una introducción al verdadero tema de las fuerzas de

sexuación y del inconsciente para una mejor comprensión de la religión sublimada

en libertad.

La sexualidad de algún modo nos permite penetrar en la sexuación como actividad

creadora y reguladora de la creatividad una vez que se ha entendido esta misma

desde la dualidad de la masculinidad y femineidad dentro de un mismo cuerpo

emocional y emotivo de la psique, terminando así con la condena hacia una

supuesta homosexualidad y más bien entendida como la concreción natural de la

que se es parte. Más allá de la sexualidad me gustaría por concluir con la

sexuación y su conexión necesaria con el inconsciente, no comúnmente entendido

sino desde lo que pudiera comprenderse como locura, pues existen campos

manifiestos de los que frecuentemente se hablan pero se olvida de lo que

permanece oculto, ya no de lo que es pensable, sino de lo que precisamente

escapa a todo entendimiento y se halla fuera del espectro manifiesto a simple

vista, un campo sutil que se ha explicado a partir de la conformación religiosa de

múltiples latitudes. Es por eso que me parecería necesario para sostener una tesis

como está la comparación entre distintas formas de religión y el modo de tratar de

cada una el aspecto de la creación desde las fuentes más originarias pues en ellas

se ha explicado de diversas maneras la correlación entre la sexuación creadora y

la palabra como modo de interpretar la psique, es decir, aquello que como

movimiento fundante penetra en todo ser vivo y al tratarse de lo humano en su

creatividad por medio de la palabra creadora entendida como logos, pues esta

comprensión de lo sagrado y espiritual a partir de la sexuación que se puede


comprender de manera amplia una explicación de lo sublime, de aquello que es

realmente verdadero, la fuerza creadora y creativa que permite entender los

complejos procesos de nuestra mente. La creación surge de un primer sonido

creador conservador y destructor y, la mitología y nuestros hábitos dan muestras

de ello.

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