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CAPÍTULO TERCERO
EL ESTADO DE DERECHO Y LA PERSONALIDAD
JURÍDICA DEL ESTADO
2. EL ESTADO DE DERECHO
Dentro de ese contexto, Víctor M. Martínez Bullé Goyri [“El tránsito del Estado
de Derecho al Estado Social de Derecho”. En: Revista Peruana de Derecho
Constitucional, Nº 1. Lima: Tribunal Constitucional, 1999] señala que el “Estado
de Derecho no es sino la vigencia real y efectiva del derecho en la sociedad, en
donde las conductas tanto públicas como privadas se someten a la norma
jurídica”. Por ende, a través de la ley el poder controla al poder.
En esa línea, el emperador Justiniano I (527 al 565 d.C.) señaló que Dios
había subordinado las leyes al emperador, porque Él lo había enviado a
los hombres como “ley viva”. El historiador Jean Touchard [Historia de
las Ideas Políticas. Madrid: Tecnos, 1983] sintetiza esta concepción como
ley encarnada en el capricho o voluntad del emperador.
Debe advertirse que en esta etapa se consideraba que la fuente del poder
del que se hallaban investidos los gobernantes, era consecuencia de una
delegación suprahumana; por ende, las responsabilidades de los actos
gobernantes se efectuaban única y exclusivamente ante la presencia del
Supremo.
Aparece a fines del siglo XVII en función a una actividad guiada por
parámetros enmarcados en la triada de seguridad, libertad e igualdad.
Este trino objetivo es tal, en razón de que la seguridad es la consecuencia
de la vigencia plena e integral del derecho; tal como sucede con la
libertad y la igualdad que son producto de la realización y verificación
efectiva del fenómeno jurídico.
Jorge Reynaldo Vanossi [El Estado de Derecho. Buenos Aires: Eudeba, 2000]
expone que “cabe concluir sin vacilación que toda la idea del Estado de
Derecho queda encerrada en la realidad de un Estado Constitucional”.
Ello conlleva como bien afirma Alberto Borea Odría [ob. cit.] a la
“existencia de un poder limitado”. En esta modalidad estadual “se
acredita la supremacía del derecho sobre el poder político, por el
modo de someter el accionar de los actores políticos y de cualquier
pretensión ordenadora del Estado, a las normas jurídicas que
expresan la convivencia [...] de los seres humanos”.