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Era pequeña y sus ojos eran demasiado grandes para el tamaño de su cabeza. No
tenía cabello y todo su cuerpo era casi del tamaño de mi brazo, era una cosa muy extraña.
Curioso que no hablaba, era tan odiosa que solo lloraba y gritaba. Al hacerlo mis padres
corrían a ver qué necesitaba, hacían de todo para que ella parara, mi mamá decía frases
como “debe tener hambre” y yo me confundía cada vez más. ¿Cómo sabe que tiene hambre
si no le dice? En ese momento comencé a sospechar que mi mamá era una bruja adivina, tal
vez por eso siempre sabía cuándo mentía y cuando decía la verdad, por bruja.
Pasaron los años y empezó a hablar, su voz al inicio me parecía algo interesante
porque por mucho tiempo intenté imaginar cómo sonaría, pero al poco tiempo mis oídos
pedían a gritos que volviera al silencio. Cuando caminó fue aún peor, corría por todos lados
Nunca me sentí tan cerca de ella cómo cuando cumplió 12 años. Antes jugábamos,
platicábamos y se podría decir que nos soportábamos, pero ella con 12 y yo con 16 las
lado hacía que todo fuera más sencillo. Fue justo por esos años cuando por fin dejé de
resistirme, dejé de pensar con celos, incluso con un poco de enojo y comencé a ver todo lo