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La dueña de mi corazón

Sofía Gutiérrez Mejía

Nunca olvidaré el día que vino a vivir con nosotros

Era pequeña y sus ojos eran demasiado grandes para el tamaño de su cabeza. No

tenía cabello y todo su cuerpo era casi del tamaño de mi brazo, era una cosa muy extraña.

Curioso que no hablaba, era tan odiosa que solo lloraba y gritaba. Al hacerlo mis padres

corrían a ver qué necesitaba, hacían de todo para que ella parara, mi mamá decía frases

como “debe tener hambre” y yo me confundía cada vez más. ¿Cómo sabe que tiene hambre

si no le dice? En ese momento comencé a sospechar que mi mamá era una bruja adivina, tal

vez por eso siempre sabía cuándo mentía y cuando decía la verdad, por bruja.

Pasaron los años y empezó a hablar, su voz al inicio me parecía algo interesante

porque por mucho tiempo intenté imaginar cómo sonaría, pero al poco tiempo mis oídos

pedían a gritos que volviera al silencio. Cuando caminó fue aún peor, corría por todos lados

y absolutamente toda la familia la perseguía para que no se lastimara y a mi me parecía

algo muy tonto.

Nunca me sentí tan cerca de ella cómo cuando cumplió 12 años. Antes jugábamos,

platicábamos y se podría decir que nos soportábamos, pero ella con 12 y yo con 16 las

cosas cambiaron. A pesar de que ambas estábamos en edades complicadas, el crecer a su

lado hacía que todo fuera más sencillo. Fue justo por esos años cuando por fin dejé de

resistirme, dejé de pensar con celos, incluso con un poco de enojo y comencé a ver todo lo

que ella significaba para mí y me di cuenta, me di cuenta de que ella es total y

absolutamente dueña de mi corazón.

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