Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por la cual no tiene costo alguno.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
3 Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Sobre el autor
Créditos
Sinopsis
En el primer día de Navidad, mi verdadero amor me dio... doce días para
demostrarle que no solo éramos mejores amigos, que eran más que nuestros
perros los que estaban locamente enamorados.
4
1
Dea
L
a Navidad estaba arruinada oficialmente.
Estaba arruinada.
—Deavienne —me regañó mi madre con esa voz que no era su voz real,
más bien una imitación inventada del acento transatlántico ya inventado de
Katherine Hepburn, que no era propio de ningún lugar, pero lo suficientemente
pretencioso para hacerte sonar más importante de lo que eras en realidad—. ¿No
crees que quizás estés siendo un poco egoísta? Por supuesto, necesitaría estar con
mi esposo en Navidad. De todos los días.
Uno pensaría que una madre necesitaba estar con su única hija en
Navidad. De todos los días.
Pero era mi madre de la que estábamos hablando. Tenía todos los instintos
maternos de una foca arpa: muy dedicada a la tarea durante doce días antes de
abandonar al bebé que aún no es capaz de cuidarse a sí mismo para ir a buscar
una pareja nueva.
Sí.
En defensa de mi madre, fue criada por una mujer muy parecida a ella:
buscando perpetuamente la validación externa en la forma de la apreciación de
un hombre por sus atributos externos, así como su voluntad de meterse en la
cama rápidamente.
Mi abuela había sido la que firmó la exención para permitir que mi madre
se casara con un hombre mucho mayor a la edad de dieciséis años.
Probablemente, pensaría, para que ella misma pudiera ir a citas una vez más sin
una bonita hija joven que les recordara a los hombres qué otro tipo de opciones
había por ahí.
¿Qué era menos sexy que un niño llorando y gritando cuando intentabas
conseguir un amante nuevo?
Tilly era gentil en todas las formas en que se puede usar esa palabra. De
buen corazón, ecuánime, paciente y dueña de esta sección media reconfortante y
blanda que hacía que los abrazos fueran aún más satisfactorios.
Incluso cuando mi madre se mudó de un lugar a otro (y de un hombre a
otro), Tilly fue una parte siempre presente de mi infancia. Recogiéndome de la
escuela. Viniendo a mis espectáculos de talentos. Ayudándome con la tarea.
Consolándome en los días difíciles con productos horneados. Lo que nunca dejó
de volver loca a mi madre, muy consciente de las apariencias. Vas a hacerla
engordar, Tilly. ¿Cómo va a llegar a alguna parte en la vida si siempre está
atiborrándose la cara?
Siempre tuve una habitación y comida, pero eso era todo lo que había. Sin
abrazos. Nadie que me recogiera después de la escuela. Sin consuelo en los días
difíciles.
A pesar de todo esto, que debe decir mucho sobre los lazos innatos entre
padres e hijos basados únicamente en la sangre, amaba a mi madre.
—Bueno, espero que tengan una Feliz Navidad, mamá —le dije,
esperando sinceramente que no tuviera que ver con que Donald bebiera
demasiado, se desmayara y la dejara completamente sola sin nada más que hacer
que beber demasiado vino por su cuenta y quedarse dormida en el sofá mirando
el árbol de Navidad que probablemente decoró la criada.
9
—Lo haremos, cariño. Hablamos pronto.
—Adiós, mamá.
Cuando entré a conocerlo, fue como si supiera que todos sus sueños
10 perrunos de refugio se estaban haciendo realidad.
Y así lo hicieron.
Salimos de allí directo a la tienda donde gasté una gran parte de mi cheque
de pago en camas, juguetes, comida, artículos de aseo personal y un libro sobre
perros, ya que nunca me habían permitido tener uno, y no tenía absolutamente
ninguna idea de cómo hacer para no arruinarlo.
11 Con cada cuadra, podía sentir que parte del estrés desaparecía.
Era una princesita mimada que aullaba con mucha menos frecuencia. A
menudo nos preguntamos si era tan problemática en el refugio porque se había
dado cuenta que estaba destinada a dormir en una cama circular afelpada lo
suficientemente suave para un humano, rodeada de huesos sin cuero crudo,
bebiendo de una fuente de agua para perros y vestida a la última moda de
cachorros.
Él la vio.
12 Se detuvo en seco.
El tiempo se congeló.
Crosby.
2
Crosby
E
lla pensaba que nuestros perros estaban enamorados.
Y, en su defensa, lo estaban.
Pero funcionaban.
Dicho esto, Dea, bueno, tenía algunos problemas con el sexo opuesto.
Iba a terapia.
Pero tenía esta profunda creencia de que los hombres, en su conjunto, solo
se preocupaban por lo superficial, nunca querían algo real, no creían en ningún
tipo de “para siempre”.
No estaba seguro que de hecho alguna vez hubiera tenido una relación
seria.
De hecho, era el único hombre en su vida que conocía desde hacía unos
meses. Aparte de, digamos, su jefe, que era como un abuelo para ella.
Pero Dea parecía tener un bloqueo mental sobre la idea de que un hombre
realmente supiera cómo amar, que pudiera comprometerse a más de una pequeña
aventura, que la quisiera por quién era como persona, no su aspecto externo.
Tenía el cabello que de alguna manera se las arreglaba para ser castaño y
rubio al mismo tiempo, lo mantenía largo, siempre resplandeciendo y oliendo a
coco, enmarcando su rostro en forma de corazón con ojos color avellana, una
nariz pequeña que se inclinaba ligeramente hacia arriba en el extremo, y unos
labios ligeramente regordetes que parecían curvados perpetuamente en una
sonrisa.
Sin embargo, lo que ella no entendía era que, era igualmente fácil amar
todo lo que había debajo.
Aún me reunía con ella, aún paseaba con ella, comía con ella, incluso
pasábamos algunas fiestas juntos. Año Nuevo, cuatro de Julio, día anti-San
Valentín. Ah, y no podemos olvidar el cumpleaños de Lockjaw. Eso era todo un
evento en sí. Había pastel. Regalos envueltos y abiertos a mordiscos. Se cantaban
canciones. Se pasaban buenos momentos. Se hacía más que en mis cumpleaños.
Por eso podía decir por su rostro, incluso a unas pocas cuadras de
distancia, que algo estaba mal.
Nos envió una sonrisa, pero no llegó a sus ojos. Su mandíbula estaba
apretada. Sus hombros parecían tensos.
Había visto a Marni dos veces. A todas luces, era una mujer bastante
egocéntrica, pero aún me costaba creer que dejaría plantada a Dea después de que
acudiera a su rescate cuando el idiota de su esposo la abandonó sin pensarlo dos
veces.
Oh, Donald.
El tipo que Dea me dijo una vez, mientras bebía tequila en la víspera de
Año Nuevo, le había agarrado el culo el día después de casarse con su madre.
Para ser justos, era una caja de zapatos. Pero era una caja de zapatos
cálida, feliz y cómoda. Incluso si era una choza, su hija vivía allí. Lo cual debería
haber sido razón suficiente para lidiar con la pequeña incomodidad que
conllevaba compartir un espacio pequeño con un par de personas. Y un perro.
Sabía que era mimado, crecí con dos padres amorosos y felizmente
casados que me complacieron a mis hermanos y a mí con más afecto y aliento del
que podíamos procesar. Por eso me costaba entender la situación con Dea y
Marni. Me hacía sentir menos comprensivo con los problemas de Marni, como
solía hacer Dea frecuentemente.
En palabras de mi madre: Dejas de ser de tú al segundo que decides traer
a un niño a tu vida. Si no estás listo para que tu vida ya no se trate de ti,
entonces no tienes por qué tener bebés.
Esto fue durante una charla sobre sexo seguro que terminó con una pecera
de condones de colores colocados en el baño que compartía con mis hermanos,
pero el sentimiento aún aplicaba.
Marni no solo no estaba lista para tener una hija cuando la tuvo, sino que
tampoco maduró lo suficiente como para aprender esa lección y darle a su hija
una educación adecuada.
—Eso apesta, Dea —le dije, viendo como su mirada se ponía vidriosa por
un momento antes de parpadear para contener las lágrimas.
—Planifiqué todos los días. Ya sabes que mi madre necesita tener algo en
su agenda constantemente.
Dea era simplemente una de las mejores personas que había conocido
alguna vez.
Que su propia jodida madre no pudiera verlo era un crimen. ¿Qué atenuara
parte de la luz de Dea al cancelarle? Sí, no iba a aguantar eso.
Lo hacía.
Doce citas.
Ahora tenía doce citas para mostrarle que podíamos ser infinitamente más,
que era más que su mejor amigo, que también podía ser su hombre.
3
Dea
E
l primer día de hecho no implicaba salir en absoluto.
Sabía que tal vez era una decisión tomada simplemente para apaciguar a
mi triste y solitaria niña interna querer imponerle la tradición como adulta, pero
era algo que en serio había estado esperando con ansias.
Crosby siempre lucía elegante. Se parecía a esas fotos que solía ver antes
de mudarme a la ciudad. De estos tipos con estos jeans a la medida, zapatos
geniales, cabello medio castaño limpio, llevando un chaquetón negro
perfectamente hecho a medida.
Dejé la bolsa de nuevo en sus manos expectantes, liberando las mías para
rebuscar entre el papel de seda, mis dedos encontrando algo suave, tirando de él
para sentir lo que era inconfundiblemente un suéter.
No cualquier suéter.
Oh, no.
Era algo chillón. Predominantemente verde con flores de Pascua doradas,
bombillas rojas y un cactus gigante envuelto en luces centelleantes.
No estaba segura de lo que había hecho para merecerlo, pero estaba muy
contenta de tenerlo cerca, de poder compartir esta experiencia con él.
¿Quién más te traía un suéter feo para combinar con su suéter feo mientras
decorabas tu árbol porque tu mamá te plantó?
Con el fin de evitar que las paredes se cerraran demasiado sobre mí, opté
por mantener todo lo que pude en blanco. Paredes blancas, cortinas blancas por
las que se filtraba la luz, armarios blancos. Incluso cubrí las viejas encimeras de
mármol falso marrón y negro con papel tapiz mármol blanco de modo que se
sintiera un poco más aireado. Luego solo agregué toques de color en el arte, las
almohadas, las alfombras.
24 —Por favor, dime que estas cajas no están llenas de esos contenedores de
plástico de bombillas simples —preguntó Crosby mientras regresaba, con la
mano apoyada en una de dichas cajas.
—Esos son los únicos adornos que vale la pena poseer —comentó,
asintiendo—. Ahora, tenemos que tener una conversación muy seria —me dijo
con voz severa.
—Yo… no entiendo.
—Bonitas, sí, pero sin algo del carácter que ambos valoramos tanto.
—Está bien. Tengo que estar de acuerdo con eso. Compré luces de
colores. Fijas y titilantes.
—Nuestra amistad vive otro día —declaró a medida que iba a buscar las
luces, poniéndolas sobre la mesa—. Entonces, ¿cómo vamos a colgar las luces?
—Creo que tal vez debería dejarlo en manos del experto. Mientras yo nos
preparo un poco de whisky irlandés.
Por lo que entendí, si era incluso posible, los padres de Crosby estaban
aún más involucrados en la Navidad que él. Claramente, ya que habían llamado a
sus hijos Crosby, como en Bing Crosby, Clarence, como el ángel buscando sus
alas en It's A Wonderful Life, y Noel.
Era tóxico enfocar a través de una lente de carencia. Todo lo que hacía era
reforzar la idea de que te faltaban cosas, que había agujeros que llenar, que no
podrías llenarlos por tu cuenta.
Y bueno, lo era.
Grité a Crosby por sus puntos ciegos, me quejé cuando puso demasiadas
luces intermitentes, le hice reajustar la estrella siete veces antes de que
finalmente se viera recta. E hice todo esto con una gran sonrisa en mi rostro, con
la calidez del licor caliente inundando mis venas, con villancicos sonando de
fondo.
—Está bien. Voy a necesitar saber por qué hay un adorno de pepinillo —
declaró Crosby, blandiendo el adorno en cuestión con el ceño fruncido.
26 —¿Qué? ¿El Señor Navidad en serio no comprende el significado del
pepinillo navideño? —pregunté, chasqueándole la lengua a medida que se lo
quitaba—. Bueno, el asunto es esconder el pepinillo en el árbol. Y la primera
persona que lo encuentre en la mañana de Navidad puede abrir el primer regalo.
—Está bien, tú sigues —le dije, tendiéndole la caja hacia él, observando a
medida que metía la mano, sacaba algo y lo desenredaba de la seguridad de su
papel de seda.
—Y es por eso que soy muy diligente con mi higiene dental —le dije,
sacudiendo la cabeza ante mi sonrisa desdentada—. No me veo mucho mejor sin
dientes. Por favor, dime que tienes al menos una foto vergonzosa de tu infancia.
—Tengo una que tomaron mis padres después de usar unas tijeras aquí en
mi cabello —me dijo, estirándose hacia su cuero cabelludo directamente sobre su
ojo izquierdo—. Antes de que me arrastraran al baño para afeitarme el resto.
No tuve ningún problema en imaginar que ese fuera el caso. Crosby era
uno de esos tipos que siempre lucían perfectamente elegante. Por supuesto,
27 siempre era más fácil para los chicos en general, pero incluso recién salido de la
cama, con los ojos aún nublados por el sueño, envuelto en una chaqueta de
burbuja gigante, caminando con una Lillybean impaciente por un paseo con Lock
y conmigo, parecía que pertenecía a una revista.
Probablemente era uno de esos niños cuyos padres siempre lo vestían con
suéteres elegantes en lugar de los tontos estampados de animales que siempre
llevaba ahora.
—Yo, ah, gracias —dije, pasando junto a él para agarrar otro adorno,
haciendo todo un alarde del que probablemente era el menos interesante en el
árbol, solo una simple llave con el año en que me mudé a mi apartamento
grabado en ella, porque de repente encontré la conversación un poco embarazosa,
casi un poco incómoda.
—Oye, este no es tan malo —dijo, sacando otro adorno escolar, esta vez
con mi foto escolar con el cabello totalmente lacio y un suéter en rojo y blanco.
—Me gusta más tu cabello así —me dijo, mirándome por lo que pareció
un momento prolongado antes de volverse hacia el árbol para encontrar un
espacio en blanco.
Quiero decir, arrojaba comentarios aquí y allá sobre él porque, bueno, era
estúpidamente perfecto, pero parecía entender que no era una gran fanática de ser
juzgada por mi exterior. Lo que significaba que casi nunca lo hacía.
Así que se sintió nuevo hacerlo dos veces en una noche. Y extraño.
Aunque, no del todo desagradable. En todo caso, sentí un pequeño revoloteo en
mi estómago.
Y eso era algo que iba a ignorar del todo y no pensar en ello.
—Entonces, ¿qué hay en el programa para mañana? —preguntó Crosby un
rato después, recostado junto a mí en el sofá, con otro whisky irlandés, a la que
llamó asquerosamente deliciosa, descansando en su mano, posada sobre su
estómago.
Estaba segura que era la ubicación extraña de la taza lo que hizo que mi
mirada se enfocara en esa región general, lo que me hizo casi demasiado
consciente del hecho de que su suéter se había deslizado cuando se estiró hace un
momento, dejando una franja de una piel tersa entre el dobladillo y la pretina de
sus pantalones, mostrando solo un poco de su cintura de Adonis y un rastro feliz.
Que eran cosas que no debería haber notado sobre mi mejor amigo.
Quiero decir, sí, había visto antes al chico sin camisa. Y sí, era todo un
espectáculo a la vista. Criado por dos médicos, creía en llevar un estilo de vida
saludable. De modo que, aunque cedía a la comida chatarra conmigo, por lo
general comía una dieta saludable, daba largas caminatas con Lillybean e iba al
gimnasio con regularidad.
Se notaba.
29 Y lo había notado.
—Deavienne —llamó. ¿Era solo yo, o su tono sonó casi, no sé, sedoso?
Pareció sedoso. Además, casi nunca usaba mi nombre entero de esa forma. Se
deslizó de su lengua de manera demasiado placentero.
Este era el punto en el que solía decir algo raro, algo tonto, una broma
sobre su cuerpo estúpidamente increíble, sobre cómo no era justo que su adicción
a las galletas navideñas no se notara en su cuerpo como si lo hacía en el mío.
—Está bien, bueno. Pensé en… chocolate caliente y dar un paseo por la
Quinta Avenida para ver todos los increíbles escaparates que tienen. Planeé que
solo fuéramos mamá y yo, pero ahora que vienes, podemos llevar a los perros.
Eso lo hará aún mejor.
—Mañana por la noche vamos a tener una cita doble —le dije a Lock en la
cama media hora más tarde, sintiendo el alcohol como una manta cálida y difusa
en mi cerebro, instándome a dormir—. Bueno, quiero decir, no una cita doble,
como en una cita doble. Ya sabes cómo es. No es así.
Lillybean dormía a sus pies, vestida con el pijama de seda blanca y azul
Tiffany verdaderamente ridículo que le había hecho él mismo. A menudo
—Está reapareciendo. Ew. ¿Quién cree que quiero ver fotos tuyas
sosteniendo un pescado muerto? —gruñó, deslizando agresivamente hacia la
izquierda—. Mira, sé que lo tienes todo planeado. Pero a veces, simplemente
tienes que… agarrar al amor por las bolas. O por cualquier extraña cosa florida
que tengan las mujeres allí abajo —dijo, señalando su regazo.
Eso no era del todo cierto. Al principio, aunque siempre había pensado
que era despampanante, en realidad había sido casual. Ya sabes… por
aproximadamente un mes. Y fue entonces cuando todo siguió cuesta abajo para
mí. Aunque, para entonces, era su amigo con el que salía a pasear, comía pretzels
y cenaba.
—De todos modos. Esta noche vamos a pasear por la Quinta Avenida.
—No me apresuro.
—Tienes doce días. Bueno, no. Ahora once. Necesitas acelerar un poco
todo.
—Oh, bueno, si hubo una vibra —dijo, poniéndome sus ojos en blanco—.
Muy bien, mira. Sé que conoces a Dea mejor que yo, pero conozco mejor a las
mujeres en general. Y les gusta un hombre que sabe lo que quiere y lo persigue
con confianza.
—A paso de caracol.
En serio, lo hacía. Había pasado desde una empresa emergente con una
pequeña herencia que nuestros abuelos le habían dejado a un negocio próspero
que tenía una lista de espera de tres meses. Y algunos de los nombres en esa lista
eran del tipo que tenía millones de seguidores en las redes sociales.
—Ese es el punto de estos doce días —le recordé. Cada uno de ellos, una
vez que lo había pensado, tenía una oportunidad romántica vinculada a ellos.
Supuse que la mirada persistente de la noche anterior era un paso en la dirección
correcta. Y si teníamos suficientes de esos, seguramente llevaría a donde yo
esperaba.
—Buen punto —concordé, incluso si era un golpe para mi ego cada vez
que sacaba ese carruaje para perros. En general, estaba bien con todas las muchas
necesidades de Lillybean. Que incluía chaquetas, tanto de invierno como de
lluvia, y un bolso de mano e incluso botines pequeños en el clima nevado. Solo
me afectaba el carruaje.
—Sí. Sígueme, conozco un lugar —le dije, llevándola por una calle
lateral.
—Oh, conoces los mejores lugares —declaró unos minutos más tarde, con
los ojos brillantes a medida que miraba por la ventana del café.
Para ser justos, Adie’s era un gran café todos los meses del año. Pero era
más excepcional durante las fiestas cuando en realidad cerraba sus puertas
durante cuarenta y ocho horas, atraía a todos sus trabajadores y ponía a todos a
trabajar para transformar el lugar en un país de las maravillas invernal.
—¡Oh, tenemos otra pareja! —dijo Adie, la dueña, una mujer felizmente
de mediana edad con trenzas largas, en su mayoría grises, una figura generosa y
numerosas líneas de sonrisa en su rostro redondo, sacudiendo sus cejas hacia
nosotros a medida que nos acercábamos al mostrador—. Vamos. Sé que ustedes
no están casados —agregó, ya conociéndome y echando un vistazo a las manos
de Dea en el mostrador. Sin anillos a la vista.
Como mínimo.
37 Mi mano se levantó, deslizándose a lo largo de su mandíbula para
enmarcar un lado de su rostro, inclinándola un poco hacia arriba, mirando como
su rostro iba de divertido y despreocupado a algo completamente diferente en el
lapso de un parpadeo.
Ese algo más, me pareció muy interesante. Y mientras bajaba hacia ella,
estaba muy seguro que el interés se convirtió en algo aún más cálido.
Mis labios se presionaron contra los de ella, un poco más fuerte, un poco
más exigente de lo que tal vez debería haber sido, sintiendo el jadeo fuerte que
escapó de ella por el toque, la forma en que su cuerpo se puso rígido y sus labios
se separaron.
No.
Así que, antes de que pudiera sentir sus labios plenamente debajo de los
míos, me alejé y vi sus párpados abrirse muy despacio.
No era tan conocido como el árbol o las Rockettes, pero era igualmente
digno de verlo. Preferiblemente con un rico chocolate caliente. Y la mujer de tus
sueños a tu lado.
—Vaya —dijo Dea, suspirando, sacudiendo la cabeza un poco como si
estuviera luchando por asimilarlo todo.
—¿Qué?
—Me alegra estar haciendo esto contigo —me dijo, dándome una sonrisa
temblorosa—. Mamá no apreciaría esto por lo que es. Estaría pensando en los
artículos que hay adentro que le gustaría comprar.
C
rosby tenía razón sobre las Rockettes siendo fascinantes. Nunca
antes había visto algo así en mi vida. Claro, había visto
fragmentos en televisión, pero eso no se parecía en nada a verlas
en persona.
—De repente tengo ganas de tomar clases de baile —le dije a Crosby
mientras salíamos del espectáculo, con los cuerpos cerca para intentar evitar la
aglomeración de la multitud—. Y creo que ambos sabemos la pesadilla que eso
40 sería.
Lo era.
Pareció haber un par de, no sé, momentos entre nosotros durante las
últimas noches. Esa cosa del estómago y su voz sedosa después de decorar el
árbol. Luego, bueno, estaba el beso.
Se suponía que no iba a ser nada, solo nosotros dos siguiéndole el juego a
una pequeña dulce y tonta tradición en la cafetería. Solo un besito. El más casual
de los besos. Podías dar un besito a un pariente. Era tan poco sexual como eso.
Claro, el beso había durado lo que dura tu besito típico, pero luego, bueno,
estaba su mano en mi mandíbula, la demanda leve de sus labios, el extraño
escalofrío en mi interior por el contacto.
—Um, ¡las luces navideñas de Dyker Heights, por supuesto! Oh, Dios
mío. ¿En serio encontré primero algo que tiene que ver con la Navidad que no
sabías?
—Creo que sí. Estoy impresionado, Dea —dijo, dándome una sonrisita
arrogante—. Entonces, ¿qué son las luces navideñas de Dyker Heights?
—Bueno, estoy listo. ¿En dónde vamos a beber? ¿Hay algún lugar con
temática navideña en ese rincón del mundo?
—Bueno, nada como tu pequeña cafetería —le dije, y pude sentir un calor
extraño subiendo por mi cuello, floreciendo en mis mejillas, haciéndome darme
cuenta que había estado repitiendo la escena del beso en mi mente durante un par
de segundos—. Pero encontré un lugar que tiene un par de árboles temáticos. Los
temas son ultrasecretos, así que tendremos que verlos cuando lleguemos allí. Y
espera, tienen karaoke navideño.
—Oh, Dea, esto suena demasiado bueno para ser verdad —dijo, con los
ojos iluminados—. Tenemos que cantar Baby, It's Cold Outside, ¿verdad?
—Y sabes que tengo que hacerlo —le dije, deteniéndome para darle un
asentimiento firme.
—Supongo que puedo darle otro intento. Tenías razón sobre ese nuevo
álbum.
—Por supuesto que sí. Está bien. Entonces, si vamos a beber, propongo
que comamos de antemano, ¿verdad? —pregunté a medida que tomábamos un
giro para caminar en dirección a mi apartamento. Siempre teníamos un lugar en
el que nos separábamos las noches en las que Crosby no insistía en acompañarme
de plano hasta casa antes de tomar un Uber de regreso a su casa.
—Eso sería prudente. No queremos que se repita nuestro recorrido por los
bares como el día anti San Valentín.
—Estoy escuchando.
—¿A las seis? Tenemos una gran noche —me recordó—. Tal vez puedas
44 llevar a Lock a mi casa para pasar el rato con Jellybean y Clarence. De esa
manera, no tienes que preocuparte por volver con él.
—Es una buena idea. Está bien, estaré allí a las seis.
Esa era una explicación mucho más fácil, pero también era mucho más
difícil convencerme mientras caminaba con Lock, me preparaba para la cama,
daba vueltas y vueltas.
Pero pronto, el trabajo terminó, estaba empacando algunas cosas de Lock,
metiéndolo en un ridículo portaequipaje de mano para pasar la regla de “no se
admiten perros a menos que estén en bolsas”, luego me dirigí hacia la casa de
Crosby.
No se podía negar que Crosby y sus hermanos tenían una gran ventaja en
la vida, pero la única razón por la que Crosby podía pagar su apartamento era
porque trabajaba duro, y se esforzaba constantemente por ganar más.
—¿Alguna vez dejará de fingir que no está loca por el perro del lado
equivocado de las vías? —preguntó Clarence, entrando como una brisa desde el
pasillo, poniéndose inmediatamente en cuclillas para aceptar parte del abundante
amor de Lock mientras yo me quitaba mi pesada chaqueta y la colgaba del brazo
del sofá—. Vamos a pasar un buen rato, amiguito. Algunas golosinas, un par de
caminatas largas, luego podemos dormir todos juntos. Parece que ustedes tienen
una divertida noche planeada —agregó, enderezándose, dándome una sonrisa.
—Teníamos que tener más suéteres feos para las festividades de esta
noche —declaró Crosby, agarrando los lados de su camisa para estirarla
ampliamente para su inspección.
Llevaba un suéter rojo con un objetivo gigante al frente con tres bolas de
plástico rojas y verdes envueltas en velcro con las palabras “Si fallas, bebes”
debajo.
Con eso, metí la mano en mi bolsa, sacando también un suéter rojo con un
gran árbol de Navidad al frente, luces centelleantes y las palabras
“¡Encendámonos!” a lo largo.
—Tiene un pequeño paquete de baterías para encender las luces —me dijo
Crosby, acercándose para encenderlas.
De modo que, si bien podría decir que mi comida favorita era el sushi o la
sopa, él sabía que lo que realmente disfrutaba más que nada era atiborrarme con
una mezcla heterogénea de varios favoritos.
Por eso me llevó a un lugar al que solo íbamos unas pocas veces al año
porque ambos sabíamos que nos iríamos sintiéndonos hinchados y arrepentidos
de la mitad de las decisiones que tomábamos dentro de esas paredes.
Una hora y cuatro platos después, me alegraba haber optado por unos
leggings porque la pretina de mis jeans se habría clavado en mi barriga cuando
salimos a la calle.
Así que, sí, bebimos entonces mientras caminábamos viendo los diferentes
árboles temáticos, turnándonos en la máquina de karaoke, mejorando (en
49 nuestras mentes) con cada canción que pasó y bebiendo.
—Oh, vaya —dije, suspirando sin aliento ante las luces frente a nosotros.
Algunas casas optaron por una exhibición más elegante, decorando solo
todos los ángulos de sus casas, porches y senderos frontales.
—Oh, aquí —dije, usando mi mano libre para alcanzar las gafas
especiales—. Está bien. Lo primero es lo primero… ¿Santa o renos?
—¿Estás bien? —preguntó, alzando su mano libre para quitarme las gafas
de la nariz, metiéndolas en su bolsillo a medida que me observaba.
—Yo… ah —comencé, sin saber qué decir, cómo explicar que su mano
sosteniendo la mía se sentía mal y bien al mismo tiempo, que parecía haber una
batalla en mi cuerpo entre lo que Crosby siempre había significado para mí y lo
que podría significar.
Demonios, me gustaba cómo sonaba cuando decía mi nombre con esa voz.
Pero entonces algo cruzó su rostro, algo que pareció una mezcla de
incertidumbre, decepción y pesar.
Estaba medio despierta para salir del metro, para que me llevaran a un taxi
y luego subiera en ascensor al apartamento de Crosby.
—Métete en la cama, Dea —exigió Crosby, con la voz tensa mientras solo
seguía allí parado, congelado en su lugar a medida que levantaba el edredón y me
metía debajo.
X X X
Crosby.
Nunca lo había sentido así, tan cercano y personal, con tan poco entre
nosotros. Porque Crosby se había ido a la cama sin camisa y solo con unos finos
pantalones de pijama. Y mi camiseta sin mangas y mis leggings tampoco eran
una gran barrera.
Siempre supe que estaba en forma, incluso lo había visto sin camisa, pero
era algo completamente diferente sentir todas esas líneas duras de músculos
debajo de mi cuerpo mucho más suave.
Se sentía bien.
Entonces, no me moví, solo me quedé ahí, me dejé sentir todas las cosas,
todas las líneas de su cuerpo.
Mi cuerpo se sacudió, sin esperar el sonido. Y supongo que eso fue algo
55 bueno; era lo que habría hecho si en realidad hubiera estado dormida como había
estado fingiendo.
Eso era lo que hacían los amigos cuando estaban desparramados sobre su
amigo platónico.
—Hola —dijo Crosby con esa misma voz suave/áspera, algo desconocida,
pero más que bienvenida de lo que tenía derecho a ser.
Mami y papi.
Las cosas habían estado raras con Crosby durante días. No sabía lo que
estaba pasando, pero tenía que parar. Tenía que ponerle fin.
—Oh, gracias, pero tengo que irme. Lock necesita comer —agregué,
agradecida por la excusa. Técnicamente, podía comer algo de la comida de
Lillybean, pero la de ella era del tipo con toda la grasa, mientras que mi amiguito
regordete necesitaba la fórmula de “peso saludable” con sabor a pavo.
Oh, cierto.
—No es hasta las ocho —dije, las palabras casi tropezando una sobre la
otra en su prisa por salir—. Y está a medio camino entre nosotros. Así que, nos
vemos allí —le dije, dándole una sonrisa tan falsa que me dolieron las mejillas
antes de girar para poner a Lock en su suéter y en su correa—. Muy bien. Bueno,
tenemos que irnos —dije, ya en la puerta, fingiendo que no estaba viendo la
mirada interrogativa en el rostro de Clarence, o en el de Crosby.
Verás, Dea había estado distante desde la noche que condujo a la mañana
en mi cama.
Sabía que esta no iba a ser una transición rápida y fácil de amigos a algo
mucho más. Por eso había tenido cuidado de moverme lentamente en esto.
Despertarme con ella encima de mí, sus piernas abiertas a ambos lados de
mis caderas, mi dureza presionada contra ella, sus pezones rozando mi pecho, sí,
había sido difícil olvidar eso, mantener mi mente en otras cosas.
—Está bien, una más —dijo Dea, levantándose para preparar chocolate
caliente—. Tú eliges —agregó mientras encendía el hervidor eléctrico.
—Está bien. Aquí tienes. Con tu raro agitador de menta —me dijo,
entregándome mi taza.
—La menta no pertenece a nada más que mentas y chicle —declaró Dea,
sacudiendo la cabeza a medida que se acomodaba nuevamente debajo de su
manta: una roja cubierta de gnomos navideños que complementaba la mía verde
cubierta de perros con suéteres navideños.
—Tú te lo pierdes.
Parecía que mi autocontrol no era tan bueno como necesitaba que sea.
Porque seguí echándole vistazos. Y estaba tan excitado que a esas alturas era
doloroso.
—Nada.
—Siempre es una locura que nos lleva a cerrar temprano por las fiestas —
le dije, aunque no tenía nada que ver con mi tensión en ese momento.
—Nah. Estoy bien. Esta tengo que verla hasta la perfecta escena final.
—¿Sabes qué? Creo que podrías ser más romántico que yo —decidió.
No tenía ni idea.
—Siempre —respondí.
X X X
Esta era la más parecida a una cita de todas nuestras citas, gracias a lo que
había planeado a sus espaldas. Quería que sea perfecto.
—¿No es mucho?
—¿Para la cita elegante que has preparado? No. Se está vistiendo para ti,
¿verdad? Como, ¿con un vestido elegante? Solo la harás sentir incómoda si la
llevas a ese restaurante y lleva un vestido informal.
Tenía razón.
—Creo que tu auto está aquí —dijo un par de segundos antes de que
recibiera la alerta en mi teléfono.
No.
Con chofer.
No una limusina, ya que habría sido exagerado, pero un auto con chofer.
—¿No es exagerado?
Había tenido muchas citas en mi vida. Nunca antes había sentido algo así.
Pero, por otra parte, lo que estaba en juego nunca había sido tan alto.
—Ven aquí, amiguito. Te conseguí el hueso grande —le dijo, antes de que
oyera que el objeto en cuestión golpeaba el suelo con un ruido sordo.
La puerta se abrió.
—Está bien, todo listo —dijo, entregándome los zapatos para que los
guardara mientras hablaba como bebé con Lock sobre estar pronto en casa y
algunas caricias al vientre y mimos.
—Clarence dijo que vendría más tarde para llevar a Lock a caminar, así no
tenemos que preocuparnos por regresar a una hora determinada.
—¿No cuesta una bufanda como dos de los grandes o algo así?
X X X
—Lo fue —coincidí, aunque, debo admitir que pasé la mayor parte de la
noche viéndola en lugar de ver el ballet. ¿Qué puedo decir? Dea era muy
animada cuando estaba fascinada. Sus ojos se abrieron de par en par, sus labios
se abrieron y cerraron con asombro. Jadeó, suspiró y sonrió dulcemente.
Prácticamente se podía saber lo que estaba pasando en el ballet con solo mirar su
rostro.
—Me alegra habernos vestido elegante. Juro que hizo que todo el
espectáculo se sintiera aún mejor. Eso no tiene sentido, pero es verdad.
Deberíamos vestirnos así más seguido —decidió mientras salíamos a la calle.
—Deberíamos. Podemos tener una noche de lujo todos los meses o algo
así —sugerí, deslizándome en el auto, esperando que ella hiciera lo mismo a
medida que alcanzaba el cubo de hielo y las copas que el conductor había
colocado en la parte de atrás como le había pedido.
—Eso fue una mierda —le dije, entregándole una copa—. Esto es lo
bueno.
—No vamos a comer todo lo que puedas comer —le dije, llenando su
copa de champán antes de dejar la botella—. Puedes acercarnos. Podemos dar un
paseo por la zona durante un par de minutos —le dije al conductor.
—Pero ahora tendrás frío —me dijo, apoyando su cara en la solapa para
respirar mi colonia profundamente.
Y luego se estremeció.
—Está bien, aquí estamos —dije cuando nos detuvimos frente al modesto
edificio de ladrillo con puertas y marcos de ventanas marrones.
—¿Qué es esto?
Cada mesa estaba puesta en blanco con una única vela de pilar alta
encendida en el centro, las llamas bailando alrededor mientras nos conducían
hacia nuestra mesa para dos en una esquina frente a las ventanas que daban al
patio trasero.
Me dio esperanza.
La cosa era que, no podía decir si era solo de mi parte o de su lado, si los
dos estábamos sintiéndonos de la misma manera, o si estaba creando algo en mi
cabeza que no estaba allí.
70 Y el no saber me estaba volviendo absolutamente loca. No había sido
capaz de pensar con claridad desde que me dejó de la cena en el restaurante
elegante, acompañándome hasta la puerta, estirándose para meterme el cabello
detrás de la oreja, luego diciéndome que había tenido una buena noche, que me
vería al día siguiente.
Y entonces, se fue.
Claro, siempre tuve debilidad por Crosby, pero esto era diferente. Este
afecto que estaba sintiendo era del tipo que hacía que mi vientre revoloteara a
medida que me vestía para nuestra próxima “cita”.
Revoloteara.
Después de todo, eso tenía sentido. Era uno de los restaurantes más
románticos de la ciudad. Además de eso, estábamos vestidos elegantes como si
fuéramos a una cita real. Hubo champán y vino. Y flores.
—Mañana, puedes venir con nosotros en nuestra cita —le dije, rascándolo
detrás de las orejas, un poco preocupada de que llevarlo de regreso al refugio
para la fiesta de Navidad pudiera desencadenar algunos malos recuerdos para él,
pero esperando que todas las golosinas hechas a mano y el tiempo de juego con
otros perros pudieran compensarlo todo—. Pero esta noche, estoy otra vez por mi
cuenta —dije, levantándome, volviendo a mi habitación y sacando otra capa de
mi armario.
—Vamos a estar sobre hielo de verdad —le dije, aunque admitía que, la
camiseta térmica manga larga, la sudadera, el suéter y la chaqueta estaban
empezando a sentirse más que un poco sofocantes. Si agregamos el sombrero, los
guantes y la bufanda, era prácticamente un horno por dentro.
Lo veíamos todos los años. Era imposible no hacerlo. Pero nunca nos
propusimos detenernos de verdad, mirar y asimilarlo todo.
—Entiendo por qué la gente viene de todas partes para verlo —decidí,
sintiendo algo de ese asombro de la infancia que solíamos perder un poco a
medida que envejecíamos.
—Es hermoso —coincidió, pero, curiosamente, sentí su mirada en mi
perfil, no en el árbol.
—No lo hice por mucho tiempo. Solo una temporada. Sabes, mis padres
querían que intentáramos cosas nuevas, que termináramos nuestros compromisos
con ellas, pero no les importaba si solo aguantábamos por un año antes de pasar a
otra cosa. Terminé el hockey y luego probé kárate. Después esgrima, piano,
72 batería. Puedo hacer un millón de cosas a un nivel mediocre —afirmó,
encogiéndose de hombros—. En realidad, era un buen patinador. Solo era un
asco en la parte de disparar el disco.
—Cada vez que escucho a Clarence o Noel tocar el piano, desearía haber
seguido con ello para llegar a su nivel.
—Bueno, si te sirve de consuelo, eres mucho mejor que yo. —Solo sabía
tocar la Oda a la Alegría e incluso eso, muy lentamente—. Oye, ese sería un
divertido Reto de Año Nuevo —dije, iluminándome. No teníamos resoluciones
porque sabíamos que estábamos condenados al fracaso, pero siempre nos
planteábamos un pequeño reto, generalmente tomar una clase de un par de
semanas u ordenar nuestras vidas, algo que no requiriera demasiado tiempo o
esfuerzo, pero, de forma lenta, aunque segura, mejorara un poco nuestras vidas.
—No dejaré que te caigas sobre tu trasero. Quiero decir, podríamos caer,
pero haré todo lo posible para que caigas encima de mí. ¿Qué? —preguntó,
inclinando un poco la cabeza hacia un lado, haciéndome darme cuenta que sus
palabras habían enviado otra de esas oleadas inesperadas de deseo a través de mí.
—Sí.
Con mis secretos, con mis esperanzas y sueños, con mi seguridad cuando
salíamos a altas horas de la noche.
Y de repente pude ver por qué a la gente le gustaba patinar sobre hielo.
Había esa sensación de liberación en tu pecho y vientre como la que tenías
cuando estabas en un columpio, esa sensación feliz, ligera y sin aire.
Pero justo antes de caer realmente hacia el suelo, los brazos de Crosby me
empujaron bruscamente hacia arriba, y giraron, luego me empujaron hacia atrás,
estrellándome contra la pared de la pista. Su frente se presionó contra mi frente
mientras sus manos agarraron la parte superior de la pared a cada lado de mis
caderas para mantenernos a los dos en su lugar a medida que intentaba encontrar
el equilibrio nuevamente.
—Te dije que podías confiar en mí —dijo Crosby, esa voz haciendo esa
cosa aterciopelada que estaba segura que solo había comenzado antes una
77 semana o dos. Intenté devanar mi cerebro por otras veces en que lo hubiera
escuchado, pero seguía quedándome en blanco.
—Mi héroe —dije, intentando aligerar las cosas, pero mi voz salió
demasiado tensa, demasiado jadeante, bueno, también necesitada.
—Yo, ah, es… —Quise decir que hacía frío. No tenía frío. Estaba
sobrecalentada, en todo caso. Y no solo por mis capas de ropa desacertadas. No,
este era un tipo de calor diferente, del tipo que venía del interior.
Y entonces, comprendí.
Iba a besarme.
Y decepción, porque a pesar de todas mis dudas, una gran parte, y cada
vez creciendo más, de mí quería estar a solas con él, ver si las cosas progresaban
con nosotros.
—C
reo que es dulce —decidió Noel, ayudándome a
desempacar algunas bolsas de cosas para hornear que
había comprado en la tienda. Dea traería la mayor
parte, pero con un par de manos extra, pensé que también necesitaba contribuir
un poco en todo esto.
Tenía los rasgos familiares del cabello medio oscuro que mantenía largo.
La mayoría de las veces, lo tenía recogido en un moño alto, de modo que no se
interpusiera en el camino en la escuela de medicina, pero ahora lo tenía suelto,
cayendo en ondas libres hasta la mitad de su espalda, enmarcando una cara que
era mucho más delicada que la mía y la de Clarence, con una nariz espolvoreada
con pecas tenues que la hacían parecer más joven de lo que era.
—Lo siento, estoy siendo tan corta rollos —dijo, haciendo una mueca—.
Me habría quedado hoy con mamá y papá si hubiera sabido que estaría
obstaculizando tu camino.
—Está bien —le dije. Era especialmente bueno porque la respuesta alegre
que recibí de Dea sobre la presencia de Noel pareció sugerir que no estaba muy
interesada como había pensado en la pista de patinaje sobre hielo el día anterior.
Pero no.
Eran amigas. Nos divertíamos cuando salíamos, pero nunca había habido
una chispa allí, nunca había sentido que hubiera potencial para algo más.
Había una cercanía allí que nunca antes había experimentado con amigos
de ningún género. Y si este experimento no hubiera producido absolutamente
ningún resultado, habría sabido con certeza que esto era unilateral. Pero todo lo
que había recibido de Dea eran señales contradictorias. Y, cuanto más avanzaba,
más estaba seguro que esas señales no estaban tan mezcladas como antes, que
también había una chispa en su extremo.
—¿Y después?
—Eso es prometedor.
Tal vez.
Con suerte.
—Eres un buen tipo, Crosby, un buen tipo. Y si viste incluso una pizca de
chispa, entonces creo que necesitas animarte y hacer ya un movimiento. Quiero
decir, no conmigo aquí. Asqueroso. Pero mañana o en la fiesta de Navidad
encuentra un momento robado. Te debes a ti mismo intentarlo.
Tenía razón.
—Es uno de esos días de “todo lo que puede salir mal, pasará” —dijo,
mirándome con ojos que decían que estaba a segundos de llorar si algo no
cambiaba.
—No siempre tienes que salvar el día —dijo, ofreciéndome una sonrisa
temblorosa.
—No siempre tienes que hacer todo tú misma —respondí—. Está bien
aceptar ayuda cuando has tenido un mal día. Ahora, relájate —le dije.
—Gracias —me dijo, su mano girando debajo de la mía para poder darle
un apretón a la mía. Entonces hubo una pausa, su mirada encontrando la mía, y
hubo algo allí, algo que pareció que quería compartir, pero luego apartó la mano
y se puso de pie—. Eres el mejor —agregó en un tono ligero, pero sonó
extrañamente forzado para ella.
—¡Lo siento mucho! —dijo Dea, haciendo una mueca dolida por el acoso
a Noel.
—Dea, esta es Noel. Noel, Deavienne —dije, dejando mis brazos llenos de
artículos en la isla de la cocina.
—También he escuchado mucho sobre ti. ¿Se siente bien alejarse un poco
de las clases?
82
—Casi siento que estoy haciendo algo mal —admitió Noel, sonriendo—.
Aunque, estoy emocionada de volver después de graduarme. Voy a hacer mi
residencia en la ciudad.
—Se apareció en mi casa con polvo astringente y un hueso gigante para él,
y un gran batido para mí —dijo Dea a Noel con una sonrisa cálida.
—Este chico, es un gran partido —acordó Noel, asintiendo, haciendo que
Dea me mire por encima del hombro.
—¿Chruściki? —repitió.
—Galletas polacas de alas de ángel —explicó Dea—. Oh, pensé que eran
sus favoritas —dijo, con los ojos completamente abiertos.
83 —Siempre pensé que eran las de mantequilla de maní —dijo Noel.
—Oh, ah —dijo Dea, mirándonos a los dos, insegura. Dado que le dije
otra cosa—. En realidad, es la tarta de queso con mantequilla de maní de Dea.
—Oh, ¿en serio? Ese debe haber sido una tarta de queso tremenda —dijo
Noel, con una sonrisa burlona tirando de sus labios. Porque desde que tenía
cuatro años, el pastel de crema Boston había sido mi favorito. Era lo que me
hacía mi madre para mi cumpleaños.
Ante eso, me dio una clásica mirada de, ¿qué vas a hacer al respecto?
A partir de ahí, nos pusimos en marcha con las galletas, poniendo una lista
de reproducción navideña en Spotify con la que Dea y yo habíamos trabajado el
año anterior, añadiendo todos nuestros favoritos. Incluyendo su amada Christmas
Tree Farm.
—¿Viste eso? La está cantando —dijo Dea cuando sonó, y Noel y ella
cantaban a todo pulmón—. Aún dice que no le gusta, pero definitivamente la
estaba cantando. Creo que estoy acabando con él.
84
—Creo que podrías tener razón —dijo Noel, dándome una mirada
cómplice detrás de la espalda de Dea.
9
Dea
M
e dolían los pies por hornear galletas durante diez horas el día
anterior. Ni siquiera habíamos terminado. Aún había una
tonelada de masa para galletas en el congelador de Crosby en
la que dijo que trabajaría antes de nuestra fiesta de Nochebuena en la casa de
nuestro amigo, donde se esperaba que nos presentáramos con algunos dulces.
85 moldes en forma de hueso para perro del refrigerador y agregándolas a la lata que
ya estaba cerca de desbordarse.
Crosby había comprado camas nuevas para cada perrera porque era así de
asombroso. También eran de las buenas, no solo de las que se ponen como forros
en la jaula y no eran nada blandas. Se había decantado por las cómodas que
tenían mantas que se desprendían para lavar.
Durante el año, ambos les dábamos dinero para ayudar con los gastos
generales de la alimentación, los exámenes de los perros callejeros y las entregas,
pero en Navidad, queríamos que se tratara de los perros, darles un poco de la
alegría que les dábamos a nuestros perros diariamente.
—Está bien, de acuerdo, pero esta es la última —le dije a Lock, quien dejó
escapar un gemido patético—. Y tienes que dar una caminata extra larga antes de
acostarte. Tal vez incluso una caminata rápida —le dije. Pero no estaba
escuchando mientras masticaba la golosina—. ¿Estás listo para ir a ver algunos
cachorros dulces? —pregunté, sellando la lata de golosinas, llevándola a la puerta
donde ya estaban colocadas las bolsas de juguetes.
Veinte minutos más tarde, Lock estaba en el patio cercado jugando a tirar
con una especie de mestizo dálmata de patas cortas a medida que yo ayudaba a
organizar las donaciones.
No me había vuelto loca por los perros después de Lockjaw, como pensé
que podría hacerlo, queriendo volver al refugio y tener un segundo bebé a solo
medio año. Estaba feliz con la monada que tenía. Y nunca miré a un perro y sentí
la misma conexión instantánea que sentí con Lock.
Hasta ahora.
Justo cuando las palabras salieron de mis labios, el hombre con el papeleo
se volvió.
87 —Bueno, si alguien tenía que robármelo, creo que es bueno que seas tú.
Al menos puedo pasar un tiempo con él —dije, frotando las suaves orejas de
Dasher.
No estaba equivocado. Cada vez que uno de nosotros tenía planes que nos
mantendrían alejados de la casa por un período de tiempo, nuestra primera
llamada o mensaje de texto era al otro, de modo que pudiéramos organizar el
cuidado de los perros, de modo que nuestros bebés no estuvieran solos en casa.
No sería lo mismo que volver a casa con Dasher todos los días como lo
hacía con Lock, ver dos pequeños traseros sacudiéndose, dos caras sonrientes y
dos amigos con los que dormir por las noches. Pero era algo.
—Me reuniré contigo cuando termine aquí —dijo Crosby, dándome una
sonrisa.
Como era de esperar, dado que Lockjaw amaba con entusiasmo a todos los
animales, Lock y Dasher fueron amigos rápidos, cayeron inmediatamente sobre
sus patas delanteras con sus colitas en el aire por un segundo y luego se lanzaron
a un juego de persecución.
—Hace que quieras mudarte de la ciudad para darles un patio para jugar,
¿verdad? —preguntó Crosby, deteniéndose junto a mí.
—Sabes, leí un artículo que decía que la gente de nuestra generación está
comprando casas con patios grandes no para tener hijos, sino mucho espacio para
que sus perros corran. Lo entiendo totalmente.
—Quizás algún día pueda ser lo suficientemente rico como para tener una
casa de piedra rojiza con un jardín en la parte de atrás —sugirió Crosby.
—Yo, ah, sí. Lo vi, y en cierto modo supe que lo necesitaba en mi vida.
—Sí, bien —respondió, avanzando para jugar con los perros, dándome la
espalda.
Un par de horas más tarde, cubierta de pelo y baba, vagué por el refugio,
buscando a Crosby, Lillybean y Dasher, queriendo preguntar si querían volver a
mi casa para cenar.
¿Se fue?
Para ser honesta, solo quería caminar, quería el tiempo y el espacio para
organizar mis pensamientos arremolinados.
Incluso había aparecido cuando había estado en cama con un terrible caso
de gripe, con el cuerpo destrozado por los escalofríos, tan agotada que apenas
podía llegar al baño. Se había puesto una mascarilla y me había preparado sopa,
me obligó a mantenerme hidratada, se ocupó de Lock por mí, limpió mi
apartamento, lavó mis sábanas sudorosas cuando la fiebre subió, me dio
vitaminas y me puso aceites esenciales en mi humidificador para ayudar a mi
congestión.
X X X
—¡Estoy siendo una amiga buena para variar! —declaré, dándole una gran
sonrisa mientras pasaba junto a él, y entraba—. Lock y yo notamos que hoy
parecías un poco triste, así que compramos algo de comida china, café y una gran
manta mullida para acurrucarnos y, por supuesto, la mejor película de distracción
—le dije, poniendo la comida y el café en la encimera de la cocina.
—¿Qué quieres decir con “para variar”? —preguntó, cerrando la puerta y
luego volviéndose para acercarse a mí.
—Siempre me haces sentir mejor, Dea —me dijo, tomando el café, pero
aún hubo un tono triste en sus palabras. Y una pequeña parte de mí estaba
empezando a preguntarse si tal vez su tristeza de hecho tenía algo que ver
91 conmigo.
Mientras sacaba las cajas, las colocaba en la mesa de café, luego llevaba el
DVD al reproductor, ya que no pude encontrarla para comprar digitalmente en
ninguna parte, y ponía el disco, me devané el cerebro, intentando averiguar si
había algo que había dicho o hecho que lo había enfurecido, pero no encontré
nada.
—Muy bien. Sube los brazos, debilucha —dijo, sus palabras ligeras,
incluso si el tono seguía siendo extrañamente pesado. Tan pronto como levanté
los brazos, me cubrió con la manta, me entregó mi Lo Mein, tomó su propia
comida y se sentó sobre el otro lado de la manta.
Sobre ella.
—¿Es romántica?
Entonces, ¿eso significaba que de alguna manera había hecho o dicho algo
importante sin darme cuenta? ¿Había herido sus sentimientos o lo había ofendido
de alguna manera?
La sola idea hizo que mi estómago se contrajera tanto que tuve que dejar
mi comida, olvidando cualquier pensamiento sobre atracones. Crosby también
pareció estar empujando su comida alrededor del plato por un largo rato antes de
descartarla por completo.
—Se acabó —dijo, sacudiendo la cabeza, sus ojos luciendo más tristes de
lo que nunca antes los hubiera visto.
—No hiciste nada, Dea. Y tal vez debí haberlo tomado como una señal
hace meses o un año en lugar de crear este gran plan en mi cabeza de hacer los
Doce Días de Navidad.
—Siempre nos divertimos. Pero eso no era lo que estaba haciendo esta
vez. No fue suficiente esta vez —dijo, suspirando, cerrando los ojos por un largo
segundo, como si estuviera intentando encontrar algo de fuerza interior para
seguir.
—No estoy diciendo que no podemos ser amigos, Dea. Solo estoy
diciendo que tal vez necesitamos algo de espacio. Y que ya no voy a intentar
convencerte de nada. Creo que, a estas alturas, he expresado mis sentimientos
muy claros. Y estoy bastante seguro que has hecho lo mismo. Buenas noches.
Y con eso, se apartó de la jamba de la puerta, cerró y bloqueó la puerta,
dejándonos a Lock y a mí en el pasillo sintiendo que acababa de pasar por la peor
ruptura de mi vida, como si todo el amor que tenía por él se estuviera
desangrando, como si todo ese espacio sobrante no dejara lugar para nada más
que dolor.
Lock trotó a mi lado mientras salíamos del edificio, hacia la calle, parando
un taxi porque me estaba sintiendo demasiado mal para caminar o esperar un
Uber.
Tenía que admitir que, había vivido en la ciudad durante años sin el rito de
paso de tener todo un colapso en la parte trasera de un taxi.
Una parte de mí sabía que era egoísta tener estos pensamientos cuando,
claramente, Crosby estaba sufriendo. Peor que eso, Crosby había estado
sufriendo durante mucho tiempo sin decir nada.
Me dolió aún más el corazón por eso, por saber que no solo era parte de
ello, sino la principal razón de ello.
Nunca quise lastimar a Crosby.
¿Por qué?
Lo quería a mi lado.
96 Y no lo quería con nadie más.
Lo quería cerca.
Y bueno, lo deseaba.
Sí, estaba triste por la idea de perder una amistad como la conocía, pero
estaba igual de perturbada por la idea de perder ser su todo.
Quería que fuera algo para recordar. Quería esforzarme para que él supiera
que estaba siendo genuina, que no solo estaba diciendo cosas impulsivamente
porque tenía miedo de perderlo.
Así que me lavé la cara, cepillé mis dientes, luego revisé mi armario,
escogiendo el mejor atuendo que podría encontrar para la fiesta de Nochebuena a
la que ambos íbamos a asistir la noche siguiente. Sabía que no había forma de
que se la saltara. Había sido una tradición para él incluso más tiempo que para
mí. Él estaría ahí. Y yo estaría ahí. En ese vestido. Luciendo descansada y
segura.
Que, como decía la canción, lo único que quería para Navidad era él. Pero,
ya sabes, menos cursi. O no. A Crosby le encantaba lo cursi y la Navidad y, yo al
parecer.
No era el tipo de hombre que andaba por ahí lastimando a las mujeres.
Ciertamente, nunca quise lastimar a Dea, de todas las personas. Pero la situación
solo pareció volverse cada vez más desesperada con cada día que pasaba, y la
decepción por eso había estado pesando sobre mí. Me puso de un humor
inusualmente bajo. No había sido capaz de quitármelo de encima, o fingir ni un
día más.
Aparentemente, la única forma de poner fin a eso era crear algunos límites
con Dea, de modo que no siguiera siendo confuso para mí, ya que esperaba algo
que se estaba volviendo claro que nunca tendría.
Por supuesto, no se sintió mejor. Tenía el presentimiento de que no se
sentiría mejor en mucho, muchísimo tiempo.
Al final resultó que, cada vez que miraba a Dasher, pensaba en ella. Y ese
amor en sus ojos cuando lo vio.
—Eres un idiota.
—¿Qué?
—Ah, ¿no? Porque estoy bastante seguro que soy con quien has estado
hablando sobre eso durante años. Lo sé todo. Siento que lo he vivido contigo. Y
creo que tengo el derecho siendo un tercero objetivo para decir que eres un
cobarde que no le dio la oportunidad que se merecía. Y, ¿qué, ahora vas a hacer
que esa pobre chica se siente sola en su apartamento en Navidad porque no
pudiste darle la oportunidad plena que dijiste que ibas a darle?
No había pensado mucho más allá del día actual. Pero Clarence tenía
razón.
La había abandonado.
No tendría a nadie con quien intercambiar regalos, nadie con quien cantar
villancicos, nadie con quien cenar.
—Ahora estás viendo lo estúpido que fue —dijo Clarence, poniendo sus
ojos en blanco—. Tal vez iré a su casa después de nuestra cena. Llevarle algo de
postre. De todos modos, tengo regalos para ella.
100 Hubo acusación en su voz, algo que decía que yo debería ser quien
acudiera a ella para hacer las paces.
Pero sabía que esa era solo la parte de mí que estaba perdidamente
enamorada de ella, que quería estar cerca de ella, que quería compartir los
momentos especiales de su vida.
Por mucho que arruinar mis fiestas arruinen las de ella, no veía muchas
otras opciones.
Rebecca y Zach eran mis amigos. Y las reglas de las rupturas, amistad y
otras, decían que quien tuviera los amigos primero, podía quedárselos después de
las consecuencias.
Dea lo sabía. Después de su última relación medio seria, rompió los lazos
con una chica con la que en realidad había hecho clic porque era la hermana de
su ex.
No pasaban nada por alto. Lo que significaba que todo el loft estaba
decorado con luces titilantes. Decoraban las paredes, cubrían el techo, se
envolvían alrededor del enorme árbol que estaba decorado con adornos que
habían escogido cuidadosamente juntos a lo largo de sus viajes durante el tiempo
que se conocían.
La isla de la cocina estaba cubierta de bocadillos. El aparador estaba lleno
de licor. Los altavoces resonaban con villancicos. Y la gente estaba dispersa en el
gran espacio.
Quizás debería haberme ido a casa. Pero sabía que allí no había nada para
mí más que pensamientos sobre ella.
Me encantaba castigarme.
Fue como una patada en las entrañas y un cuchillo en mi pecho verla allí
de pie, luciendo como se veía, su mirada desplazándose por la habitación,
probablemente buscando a Rebecca y Zach.
¿Y qué hice?
103 Zach era científico de profesión. Pero era artista en esencia. Su habitación
era prueba de ello con un caballete colocado junto a las ventanas, varios cuencos
y tazas esculpidas a mano en el alféizar. El hombre incluso tenía un telar medio
bloqueando la puerta de su armario, una capa multicolor casi terminada en él.
—Y aún no hemos recibido como diez mil fotos del cachorro porque…
—Feliz Navidad —le dije, dándole lo que esperaba que fuera una sonrisa
medio convincente, incluso si no la sentía en lo más mínimo.
Era extraño sentirse tan deprimido durante las fiestas. Supongo que esto
era lo que experimentaban otras personas que asociaban las fiestas con una
pérdida de algún tipo. Había un agujero que parecía que no podías llenar. Hacía
que incluso las luces titilantes parecieran mediocres. Hacía que los villancicos
del estéreo sonaran forzados y sin alegría.
Tal vez si dormía un poco, sería mejor fingiendo en la reunión familiar del
día siguiente. Iba a necesitar un poco de descanso si iba a lidiar con todas las
preguntas sobre dónde estaba Dea, cómo me sentía al alejarme de ella. A veces,
la amabilidad de la familia se parecía mucho a la crueldad cuando seguían
desenterrando algo en lo que querías dejar de pensar.
En ella.
O eso pensé.
Hasta que giré, listo para encontrar mi abrigo y salir, y la encontré parada
en la puerta.
Gracias a Dios.
Una vez más, no vi ninguna tristeza, ningún enojo, solo el mismo tipo de
determinación que había visto antes.
¿Hablarme?
105 ¿Hacerme cambiar de opinión?
Se detuvo justo frente a mí, tomando una gran respiración profunda, luego
ambos brazos se alzaron, enmarcando mi cara, atrayéndome ligeramente justo
antes de sellar sus labios sobre los míos.
—No me diste ni un minuto para pensar las cosas —me acusó, apretando
la mandíbula—. Dijiste lo que tenías que decir, luego me cerraste la puerta en la
cara antes de que tuviera la oportunidad de responder.
—Al principio, pensé lo último —admitió—. Pero una vez que llegué a
casa y tuve un par de minutos para repasar algunas cosas, llegué a otras
conclusiones.
—Todo esto de los Doce Días de Navidad que hemos estado haciendo. He
estado… las cosas han sido un poco confusas para mí —dijo, apartando la
mirada, sus ojos estudiando mi camiseta.
—¿Y ser ese tipo? —respondí—. Odias a ese tipo. Aquel que no puede ser
amigo de las mujeres. Aquel que espera que las cosas cambien de la amistad a
algo más. No quería ponerme en esa posición. Quería ver si, cuando desarrollara
las cosas de mi lado, dejando las cosas más claras, responderías a eso o no.
—Pero entonces… entonces, ¿por qué la gran escena de anoche? ¿Por qué
pensaste que me enamoré de Dasher a primera vista, pero no de ti?
—Renunciarías a mí.
—No, sí, pero no. Solo iba a renunciar a ser algo más que tu amigo.
—No soy idiota, Dea —respondí, sacudiendo la cabeza—. Sabía que mis
sentimientos por ti no iban a desaparecer. Pero estaba seguro que, dado un poco
de tiempo y distancia, no dolería tanto estar enamorado de alguien que no me
ama igual. O, al menos, esperaba que fuera cierto.
—Bueno, sí. Es importante para mí. Tú eres importante para mí. Y, no sé,
tal vez tengas razón. Ambos sabemos que no soy buena en todo el asunto de la
relación.
109 Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando mi mano se levantó, pasando
mi pulgar debajo de su labio inferior hinchado.
—Oh —dijo, sus mejillas sonrojándose un poco más ante sus palabras.
Respiró hondo otra vez, su mirada encontrando la mía y la sosteniéndola—. Te
amo. Estoy enamorada de ti. Y quiero darle una oportunidad a esto.
Fue tanto que tuve que aligera los ánimos en ese momento.
—Sí, justo así —objetó, sus manos haciéndose cargo, desabrochando mis
pantalones, deslizándose dentro, llevándome al punto sin retorno al mismo
tiempo que sus labios se burlaban de mis labios, mi cuello—. Crosby, por favor
—exigió, con una voz desesperada y sin aliento.
111
11
Dea
S upongo que pensé que sería incómodo.
Sin embargo, debí haber sabido que no había nada de qué preocuparse.
De todos modos, no tuve mucho tiempo para pensar demasiado las cosas
directamente después. Para cuando toda nuestra ropa volvió a estar en su lugar, la
puerta se abrió de golpe, estrellándose contra la pared.
—Niños, ¿qué les dije de follar en…? Oh —dijo Zach, la voz falsa de
papá desvaneciéndose a medida que su mirada se posaba en nosotros—. Oooh —
prosiguió, con los ojos completamente abiertos, mientras observaba mi cabello
desordenado, nuestras caras ruborizadas y, más que probablemente, culpables—.
En ese caso, tómense todo el tiempo que necesiten —dijo, agarrando la puerta y
comenzando a cerrarla—. Pero haremos el Elefante Blanco en unos quince
minutos —añadió, dándole a Crosby una sonrisa radiante antes de cerrar la
puerta.
Pensé que no había forma de que una fiesta fuera mejor que con mi mejor
amigo a mi lado. Sin embargo, estaba equivocada, porque era infinitamente
mejor con el hombre que amaba. En la capacidad que había estado negando
durante tanto tiempo que quería.
Dejamos la fiesta cada uno un poco ebrio. Crosby era ahora el orgulloso
propietario de un juego de soportes para tacos de triceratops mientras yo miraba
mi taza “Fowl Language” que era una compilación de pájaros reales con nombres
que sonaban obscenos. El Pico Rojo Cabezón, la Chillona Sureña, la Patiazul
Tetona.
¿Iba a dejarme?
Y entonces, ¿qué?
Intenté objetar cuando mi terapeuta me dijo que, para ser lo más diferente
posible de mi madre, siempre saboteaba y terminaba mis relaciones antes de que
tuvieran la oportunidad de ponerse en marcha.
Le debía una disculpa porque tenía toda la razón.
Y la única vez que no hice eso, un hombre que significaba demasiado para
mí me estaba llevando a casa en Nochebuena.
—¿Sí?
—¿Crees que he esperado tanto tiempo por solo media noche contigo? —
preguntó, inclinándose para presionar un beso en mi sien—. No seas ridícula —
agregó cuando el taxi se detuvo junto a la acera frente a mi apartamento.
—Está bien. Dame cinco minutos —dije, saliendo del taxi a toda prisa y
corriendo hacia mi apartamento, confundiendo al pobre Lock mientras arrojaba la
mitad de todo lo que tenía en mi bolsa de fin de semana, ya que tampoco me veía
yendo a casa después del día de Navidad, y luego lo até a su arnés, y casi lo
arrastré conmigo, prometiéndole ver a Lillybean y Dasher.
Y luego, bueno, fue prácticamente como cualquier otra noche con Crosby.
Regresamos a su casa, agarramos a los perros, los llevamos a todos a dar un
último paseo rápido en el frío, después nos cambiamos a ropa cómoda, nos
metimos en su cama y comenzamos a ver Vacaciones de Invierno juntos.
Así que, me apresuré a salir de la cama para preparar el café, luego regresé
al baño de Crosby, preparando mi atuendo para el día, cepillándome los dientes y
luego metiéndome en la ducha que se calentó unas diez veces más rápido que la
115 de mi apartamento.
Gloriosamente desnudo.
Sí, gloriosamente.
—En serio necesito una taza de café —dijo, moviéndose bajo el rocío del
agua a medida que sus manos se hunden en mis caderas, acercándome más—.
Pero te necesito un poco más.
—Por favor, dime que no coinciden —le dije riendo—. Pareceríamos una
secta.
—Está bien. Entonces, ¿qué hacemos con los perros? —pregunté, mirando
a Lock y Lillybean abrazados en el sofá mientras Dasher mordía un muñeco de
jengibre—. Me refiero a que, Lock y Lillybean están bien. ¿Pero Dasher?
¿Queremos correr el riesgo de accidentes en todo el lugar? ¿O queremos
arriesgarnos a que lloriquee y arruine las fiestas de los vecinos al encerrarlo?
—Voto por cerrar todas las puertas del pasillo y esperar lo mejor.
116 —Buen plan —decidí, haciendo precisamente eso mientras él terminaba
de empacar, luego encendí la televisión para que los perros tuvieran algo de ruido
de fondo.
El árbol era una cosa enorme que casi tocaba los techos altos y estaba
decorado con luces y bombillas de colores.
Los dos padres hermosos, cariñosos, generosos y estables, y sus tres hijos
muy diferentes pero muy cercanos.
La familia perfecta.
Y la Navidad perfecta.
—Le debo algo brillante y caro —acordó Crosby, envolviendo sus brazos
alrededor de mí.
—Sus dos cosas favoritas —coincidí. Y, por una vez, no sentí amargura
por ese hecho. Había comprendido durante muchos años que nunca estaría ni
cerca de la cima en la lista de prioridades de mi madre.
Pero estaba empezando a darme cuenta que estaba muy cerca del primer
lugar en la lista de Crosby. Y eso, bueno, eso era más que suficiente para mí.
Fin
Sobre la autora
Twitter: https://twitter.com/JessicaGadziala
Traducción
LizC
Diseño
JanLove
121