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Piazzolla popular y sinfónico: “dos personas a veces”

Por Jaime Andrés Monsalve B.

Muchos asuntos emparentaban y diferenciaban al músico argentino Astor Piazzolla de sí


mismo cuando se encontraba dirigiendo alguna de sus formaciones propias, frente a
aquellos otros momentos en que se plantaba, con su bandoneón solista, en el atril de una
orquesta sinfónica. Esos cambios se adivinaban incluso en detalles extramusicales, como en
el vestuario. “Si viera cómo toco con una sinfónica”, le dijo Piazzolla a la periodista Edda
Pilar Duque del periódico El Colombiano en octubre de 1982, durante su única visita a
Colombia. “Me visto de frac y me pongo anteojos, parezco un profesor distraído. Me
divierte mucho ser dos personas a veces”.
Habiéndose convertido ya, en ese entonces, en el máximo renovador del tango, Astor
Piazzolla había partido de las posibilidades de la música académica como uno de los pilares
de su revolución. Mientras su padre lo instaba a aprender los rudimentos del bandoneón en
Nueva York, a donde se había ido a vivir la familia Piazzolla Manetti, a sus 11 años el
pequeño Astor ya había sido flechado por la música de Bach, que se colaba por el ventanal
de su casa en el East Village neoyorkino directamente desde el piano del profesor húngaro-
americano Bela Wilda, quien a su vez había sido alumno de Rachmaninov. Wilda le
impartió esas primeras lecciones de piano y a cambio de cada sesión cobraba un plato de
los suculentos gnocchi que solía preparar doña Asunta, madre del pequeño.
Ser músico clásico fue una obsesión para Piazzolla en determinados momentos de su
carrera. Tal vez el más álgido de todos se dio hacia 1946, a sus 25 años, cuando decidía
dejar el tango y su inframundo de trasnocho y cabaré en aras de hacerse una carrera como
compositor serio, lejos del bandoneón. El músico marplatense no volvería a tomar el
instrumento para una grabación sino 10 años después cuando pudo comprender, de manos
de la pedagoga francesa Nadia Boulanger, que ambos mundos no tenían por qué reñir. Pero
vayamos por partes.
Mientras se hacía a un nombre como el benjamín de los bandoneonistas y arreglistas de la
más importante orquesta típica de la época de oro del tango, como lo fue la de Aníbal
Troilo, a sus 20 años Piazzolla empezó a tomar clases con el compositor nacionalista
Alberto Ginastera, junto con algunos cursos puntuales con el director Hermann Scherchen y
el pianista Raul Spivak. Fueron años de desvelo sobre los escenarios de la calle Corrientes
y de dormir poco para cumplirles a sus profesores.
Hacia 1946 ya había decidido abandonar su primer emprendimiento como líder de una
orquesta propia de formato tradicional con la que acompañó al malogrado cantor Francisco
Fiorentino, leyenda vocal de la escuela troileana, para dedicarse de lleno a sus intereses
clásicos. Fueron tiempos de aventurarse por los terrenos de las bandas sonoras, lo cual
paliaba sus necesidades económicas inmediatas y le permitía hacerse diestro en el empleo
de nuevos recursos. Las muy pocas composiciones en clave tanguera compuestas entre ese
año y 1956 fueron hechas por encargo para otras orquestas como las de Osvaldo Fresedo,
José Basso y el propio Troilo. Igual había que ganarse la vida: ya Piazzolla tenía dos hijos y
cuatro años de matrimonio.
Así, empiezan a aparecer los primeros opus del ahora compositor serio Astor Piazzolla. La
primera obra de la que se tiene noticia en este ámbito es de su Preludio No. 1 en do menor
para violín y piano, de 1943, acerca de la que el pianista Carlos Franzetti rescata “en su
lento cantar fúnebre, sus reminiscencias a la baguala, música folclórica norteña”.
Luego vendrían la Suite No. 2, de ese mismo año, la Sonata para piano No. 1 (1945), Tres
piezas breves para violonchelo y piano (1944), Contemplación y Danza para clarinete y
orquesta de cámara (1950), Suite para oboe y orquesta (1950) y Sinfonietta para orquesta
de cámara (1953), entre otras. Estas piezas hacen gala de elementos que él mismo decía
haber descubierto en la música de Stravinsky, Villa-Lobos y sus contemporáneos
argentinos.
Una de esas piezas en particular, la Sinfonía Buenos Aires, de 1951, premiada dos años
después por el concurso del director norteamericano Fabien Sevitzky, le permitió la
consecución de un recurso para especializarse en otro país. Si bien su primera intención
había sido la de ingresar a la Berklee Academy de Boston, finalmente decidió viajar a París,
donde la vida era más económica y donde su esposa podía tomar algún curso de pintura,
que era su afición artística. Y de hecho lo tomó, del propio André Gide.
Y quién lo creyera, el músico que por aquel entonces desdeñaba el tango decidió viajar con
el bandoneón a París, no fuera que de repente tuviera que depender de él. De hecho, para su
sorpresa, aquel puñado de tangos que había compuesto para otras orquestas en el interregno
de su crisis artística, entre los que se encontraban Triunfal, Prepárense y el fundacional
Para lucirse, habían logrado llegar a los oídos del público parisino y le significaron pingües
francos en regalías, muy útiles en aquella estancia.
Es en ese 1954 parisino que Nadia Boulanger pone un espejo frente a Piazzolla, retándolo a
no perderse entre cantos de sirena, en una suerte de anécdota recurrida de confrontación
consigo mismo. Apenas una semana después estaba desenfundando el desdeñado fuelle
para grabar sus nuevas composiciones, una selección de tangos de espíritu absolutamente
vanguardista, con la presencia de las cuerdas de La Ópera de París, para no desentonar, y el
acompañamiento del importante pianista de jazz Martial Solal, reemplazado en ocasiones
por el argentino Lalo Schifrin.
Si bien la “epifanía Boulanger” resultaba fundamental para que Astor Piazzolla decidiera
seguir por los terrenos del tango a su manera, no fue impedimento para que la vena clásica
siguiera estando presente en sus intereses. Posteriores a 1960 son piezas que hacen parte
actual del repertorio de grupos de cámara y orquestas sinfónicas como Tres tangos para
orquesta, Tangazo: Variaciones sobre Buenos Aires, Concierto de Nácar, la suite Historia
del tango para flauta y guitarra y el Concierto para bandoneón, guitarra y orquesta. Entre
todas ellas, las que siguen gozando de mayor favoritismo es el Concierto para bandoneón y
orquesta (1979), también conocido como Aconcagua, y la Suite Punta del Este (1982), en
la que se basó el compositor Paul Buckmaster para la banda sonora de la cinta 12 monos del
director Terry Gilliam.
Dado que a partir de esos opus se involucra directamente al tango y al bandoneón, puede
decirse que aquellas primeras intentonas juveniles, lejanas de este nuevo lenguaje y más
pretendidamente rayanas con las escuelas nacionalistas y modernistas, pasaron al limbo,
cuando no al completo olvido.
Muchas de las obras populares de Piazzolla han sido llevadas al lenguaje de las grandes
orquestas, con mayor o menor fortuna. Este servidor descree de la gran mayoría de ellas, en
especial de la forzada estética barroca con la que se ha pretendido llevar el ciclo hoy
conocido como Las cuatro estaciones porteñas a términos vivaldianos, que hace creer al
público que las versiones originales del Quinteto de la década del 60 son menos valiosas
que éstas en formato de concerto grosso. A quienes estén interesados en ese tipo de
transcripciones, recomiendo a pies juntillas todo lo que vaya formado por José Bragato, que
entre otras cosas contaba con el favoritismo y la autorización expresa del marplatense.
Pero por fortuna, la unión que nos propone el actual Quinteto Piazzolla con la Orquesta
Sinfónica Nacional en concierto tiene como punto de partida la discografía de tango
contemporáneo de Piazzolla que alguna vez requirió el apoyo de cuerdas, cobres, etcétera.
Pocas oportunidades de encontrarnos con un Piazzolla tan bien envuelto en dos ropajes.

El Quinteto Piazzolla
La Fundación Astor Piazzolla es una institución creada por Laura Escalada, viuda del
vanguardista mayor, creada para preservar su legado y mantener vigente un repertorio
creado por el músico a lo largo de 50 años para diferentes formaciones. Recreado a la
manera del Quinteto que Piazzolla fundó en 1959 y cuya etapa más decisiva abarcó toda la
década del 80, el Quinteto Piazzolla fue creado por la Fundación en 1998, y actualmente
está conformado por Pablo Mainetti (bandoneón), Nicolás Guerschberg (piano), Serdar
Geldymuradov (violín), Daniel Falasca (contrabajo) y Armando de La Vega (guitarra), con
dirección musical del flautista Julián Vat. Luego de haber sido protagonistas de las
celebraciones por el centenario de Piazzolla en el Teatro Colón de Buenos Aires en marzo
pasado, el Quinteto regresa a Bogotá para interpretar obras de Piazzolla, algunas de ellas
con el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección de Leonardo
Rubín. Dentro de esa conjunción sobresalen temas pensados con apoyo importante en las
cuerdas como Bragattísimo (dedicatoria a su chelista, José Bragato) y Tango Ballet, pieza
compuesta para su Octeto Buenos Aires, reinterpretada 20 años después por su Sexteto.

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