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La comunicación política de los últimos años está marcada por la emergencia virulenta del
autoritarismo en diferentes versiones, que relanzan las proclamas neoliberales con una aparente
nueva fuerza. Este signo de época, que enlaza con otros fenómenos emergentes, nos lleva a
repasar las condiciones de posibilidad del pensamiento autoritario en los tiempos de acceso
masivo a las herramientas de la denominada inteligencia artificial.
Estos conglomerados actitudinales nos permiten pensar las subjetividades que son correlatos de
este ideario de intolerancia y violencia que parecen marcar la agenda comunicacional, sobre todo
en redes sociales.
Lo primero que emerge es que estas subjetividades están moldeadas en la convergencia del
descontento social y el desencanto político.
Estas dos variables –descontento y desencanto-, aunque independientes, forman parte de una
matriz retroalimentada y complementaria en la cual se moldean las condiciones para la
polarización actual.
Para comprender la genealogía de estas condiciones hay que hacer referencia a proyectos y
gobiernos presentados electoralmente como alternativas progresistas que fueron cómplices y/o
artífices de un proceso por cual el capital financiero transformó el derecho humano de vivienda y
las jubilaciones en una fuente de enormes ganancias mediante la especulación. Estas gestiones
han llevado adelante programas económicos que, a diferentes ritmos, resultaron en un
empobrecimiento creciente y un fortalecimiento de las estructuras políticas y económicas de
concentración de la riqueza y la desigualdad.
La crisis del sistema capitalista —que pegó un salto en 2008, profundizando la desigualdad de los
ingresos y el desencanto masivo hacia los organismos de representación política tradicionales— se
expresa también en un creciente descreimiento en las instituciones, las que cada vez son más
cuestionadas. De esta manera, surge un sujeto político que se caracteriza, entre otras cuestiones,
por estar políticamente desencantado y ofuscado, culturalmente despreciado y económicamente
frustrado.
La actualidad y precisión de la descripción que hacía León Trotsky en 1935 cobra una vigencia
espeluznante. El ideario autoritario encuentra su material humano fundamentalmente en los
sectores medios y la pequeña burguesía. Estos sectores totalmente arruinados y empobrecidos
por la dinámica de concentración del gran capital perciben certeramente que no tiene salvación
alguna en la coyuntura actual. Pero sus niveles de conciencia no le permiten visualizar alguna
salida en sus mapas cognitivos. Su descontento y malestar, su indignación, su desesperación, es
desviada por los voceros mediáticos del gran capital y redirigidos contra los sectores populares y
las y los trabajadores. Una verdadera operación de alienación brutal de los sectores medios al
servicio de los responsables de su ruina. La operación política ideológica es casi perfecta, el
capitalismo arruina primero a las clases medias e inmediatamente, con ayuda de sus
comunicadores, los demagogos mediáticos autoritarios, dirige contra sectores desposeídos y sus
conquistas a las clases medias sumidas en la desesperación y el descontento.3
Pero en la post crisis del 2008 y sobre el campo de las desilusiones sembradas por las alternativas
autodenominadas progresistas, cobró sentido agitar contra los migrantes indocumentados,
difundir los mitos de las leyes antidiscriminación y de equidad de género, militar contra el lenguaje
inclusivo, difamar a la educación sexual integral y el acceso a la salud reproductiva, promover
acciones punitivas avalando y exaltando la violencia institucional y demonizar a los planes sociales,
responsabilizándolos por la pobreza creciente.
Así se va consolidando un estilo comunicacional que tiene como medio y fin la indignación
vociferante (a veces claramente impostada, a veces sobreactuada) que apoya la eficacia del
mensaje en la apelación constante a la emoción.
Se presenta un actor político caracterizado por una mezcla de movimientos que en la etapa
anterior podía definirse como marginales —nacionalistas, negacionistas, antiderechos, libertarios,
antigobierno, neofascistas— conectados entre sí vía Internet.
En el núcleo de este esquema pensamiento proliferan los discursos de odio como actos de
comunicación con el objetivo de promover y alimentar creencias dogmáticas y de hostilidad, con
referencias o connotaciones discriminatorias contra una persona o un colectivo, por lo general,
históricamente discriminado, marginado y/o perseguido4.
Así, podemos ver un discurso enfurecido contra la ciencia y la razón despreciando elaboraciones
basadas en la evidencia. Tributando a todo tipo de negacionismo que adquiere diversas formas,
tales como la minimización o relativización, la construcción de falsas equivalencias, la
sobresimplificación y la elaboración de teorías conspirativas.
Es posible pensar este advenimiento del accionar envalentonado del pensamiento autoritario en
términos de reacción. Respuesta rabiosa que tiene su anclaje en la herida del sujeto blanco-
masculino-heterosexual ante su descentramiento como sujeto universal. Según esto, la sensación
de amenaza ante el peligro de la pérdida de sus privilegios sobreviene en furia conservadora e
impulso antidemocrático2.
En este sentido, es importante recordar que, aunque parezca algo nuevo, la violencia y sus
discursos soportes lejos de ser una desviación, históricamente han sido parte indisoluble del
pensamiento autoritario.
Para los esquemas de pensamiento autoritario la confluencia de las luchas feministas y LGTBI,
ambientales, de pueblos originarios, de las y los trabajadores y sectores populares en general son
en conjunto una grave amenaza subversiva, ante la cual las expresiones de la derecha reaccionan
desplegando una contraofensiva que abarca de manera simultánea a diferentes niveles como la
teoría económica, la moral occidental, la narrativa histórica y hasta las teorías conspirativas.
Así las fake news puestas al servicio de la manipulación política informativa cobran una nueva
vigencia, ocupando a veces la centralidad como insumo y recurso en la comunicación política
Dirigidas a hacer pie en los sectores golpeados por las políticas de ajuste, desencantados y
descontentos, esta reacción se gesta desde arriba, se sintetiza en proyectos políticos de
ultraderecha que con una gran cobertura mediática y una legitimidad construida en el sentido
común mediático que disputa en el terreno de las subjetividades y afectos, engendradas a su vez
en el fracaso de los progresismos posibilistas.
2) Brown, W., & Sarmiento, J. D. A. (2021). Frankenstein del neoliberalismo: libertad autoritaria en
las “democracias” del siglo XXI. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana, 42(124), 12.
3) Trotsky, L. (2005). ¿Adónde va Francia?. Editorial Antídoto.
4) Gómez, R. A. (2022). Breve diccionario psicológico-político de las redes sociales y la era digital –
Córdoba: Editorial de la UNC, 2022