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Adolescencia y música, una realidad positiva

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José Fernando Fernández-Company María García Rodríguez


Universidad Internacional de La Rioja Universidad Internacional de La Rioja
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Cita: (Fernández-Company et al., 2020)
Referencia:
Fernández-Company, J.F., García-Rodríguez, M., Alvarado, J.M. y Jiménez, V.
(2020). Adolescencia y música, una realidad positiva. En M. del C. Pérez et al.
(Comps.), La Convivencia Escolar: Un acercamiento Multidisciplinar a las
nuevas necesidades (47-59). Dykinson.

Adolescencia y música, una realidad positiva


JOSÉ FERNANDO FERNÁNDEZ COMPANY*, MARÍA GARCÍA RODRÍGUEZ**,
JESÚS MARÍA ALVARADO IZQUIERDO**, Y VIRGINIA JIMÉNEZ RODRÍGUEZ**
*Universidad Internacional de La Rioja; **Universidad Complutense de Madrid

Introducción

El arte, creación humana, sirve como mediador comunicativo para aquellas


personas que a él tienen acceso, ya que transmite mensajes tanto de los y las artistas como
de los propios/as intérpretes. Asimismo, la música es la expresión artística que más
conmueve al ser humano, siendo numerosas las investigaciones que documentan los
efectos que, de diversa naturaleza, este arte puede producir (Larwood et al., 2020;
Lindblad y de Boise, 2020; Mallik et al., 2017; Mehr et al., 2019; van den Elzen et al.,
2019; Welch et al., 2020). El sonido es un hecho natural, pero la música es un hecho
cultural que se encuentra inmerso en la realidad cotidiana y en los diferentes modelos de
sociedad que el ser humano ha creado. Indudablemente, es lógico considerar que el
contexto social tenga alguna forma de vinculación con las formas de vida de las personas
y con sus códigos de conducta y conocimiento, es decir, con lo que se denomina cultura
(Torres et al., 2004). En este sentido, la relación entre la estructura de la música y la
estructura de la sociedad es más profunda de lo que comúnmente se supone Blaukopf
(1998).

Con el paso del tiempo, la música ha ido adquiriendo nuevas funciones


sobrevenidas por las exigencias de la sociedad a la que pertenece. En una sociedad de
masas, en la cual se proyecta una democratización de la cultura, la música parece haber
alcanzado la función de participar, activamente, en infinidad de contextos sociales. Si
bien la música influye en cada individuo de forma particular, hay determinados rasgos
que permiten creer que su aplicación grupal y sus efectos totales, pueden afectar a una
mayoría de la sociedad, por lo que el factor social de este tratamiento posee una evidente
dimensión social, considerándose dentro de los diferentes ámbitos que en sociología
consiguen valerse para la mejora de la sociedad. Escuchar música es la actividad cultural
más frecuente entre la población española (87,2%), siendo los hombres los que escuchan
música con más frecuencia, y significativamente los adolescentes entre 15 y 19 años.
Asimismo, una de cada tres personas (30,1%), asiste a conciertos de música actual por lo
menos una vez al año principalmente Pop-Rock español (46,6%), (igualmente,
observándose en este sentido, tasas más elevadas especialmente entre los 15 y 19 años y
en varones que en mujeres). Asimismo, dentro de los espectáculos escénicos vistos por
internet, en primer lugar, se encuentra la visualización de conciertos de música actual
(13,5%), seguidos de conciertos de Música Clásica (4,8%) (MCUD, 2019). El objetivo
principal de la presente investigación es conocer el uso y las funciones que hacen de la
música los/as adolescentes contemporáneos. Además, se pretende evaluar la importancia
que conceden al hecho de saber cantar o tocar un instrumento musical, así como el grado
de motivación para aprender a cantar o tocar un instrumento musical. Para ello, resulta
preciso conocer cómo influye la música y si ésta puede mejorar ciertos parámetros que
favorecen el desarrollo personal y la socialización en este grupo social.

Música, estilos e identidad

La interacción entre las personas y su ambiente social y cultural ocupa un lugar


central en las teorías evolutivas contemporáneas. De esta manera, los cambios en el
comportamiento producen cambios en el entorno y viceversa, lo cual indica que no
podemos estudiar un fenómeno sin el otro ni pensar que la interpretación o la audición se
producen en una especie de vacío social (Hargreaves, 2002). Desde diferentes
acercamientos sociológicos se ha subrayado el importante papel de factores extra
musicales sobre la evolución, usos y funciones de la música a lo largo del tiempo, aunque
desde el acercamiento a otras perspectivas de vanguardia relacionadas con la
neuropsicología, psicología de la música o neurociencia se pueden enriquecer
sustancialmente estas perspectivas (Greenberg et al., 2015; Osuc et al., 2009).
La música forma parte de la vida de muchas personas, encontrándose
especialmente presente durante la adolescencia, siendo una de las realidades más
frecuentes en la vida de este grupo de población, así como un componente más de su
identidad (Fernández-Company, 2015). En el espacio social donde actúa el ser humano
se dan lugar importantes puntos de referencia que permiten el desarrollo de la identidad.
De este modo, la identidad se desarrolla en el entorno en el que se despliegan e interactúan
innumerables variables relacionas con la etnicidad, las fortalezas, la edad o el género, así
como temas relacionados con la naturalidad o el desarrollo de habilidades sociales;
conformando la música una excelente representación simbólica de la identidad (Aldridge,
1996). Cuando se hace referencia al término referencia musical se hace para describir el
agrado que produce una pieza musical con respecto a otra, en cambio, la expresión gusto
musical hace referencia al patrón global de las preferencias musicales de una persona
(Hargreaves, 2002). En este sentido, cada estilo musical constituye en sí mismo una
muestra de expresión única con identidad propia. El uso de ciertos estilos musicales puede
convertirse en un mediador comunicativo, facilitando en la adolescencia nuevas
posibilidades de actuación. La música, en tal caso, actuaría como un mecanismo
preventivo durante la adolescencia, etapa en la que, en ocasiones, se encuentran ciertas
dificultades para encontrar un espacio en el cual desarrollar la convivencia en el entorno
en el que viven (Fernández-Company, 2015), generando o fortaleciendo a través de
preferencias musicales compartidas vínculos personales y de amistad (Oriola y Gustems,
2015).Desde esta línea de análisis, algunas investigaciones indican que escuchar estilos
musicales relacionados con la música Soul, actúa como un factor moderador de la relación
predictiva entre neuroticismo y depresión, lo cual indica que escuchar este tipo de música
puede representar un factor protector contra la depresión. Asimismo, la apertura, como
rasgo de la personalidad, tiene una correlación con el eclecticismo musical en cuanto a
preferencias musicales se refiere (Miranda y Claes, 2008).

Adolescencia y música

La adolescencia se caracteriza por muchos cambios personales, siendo la etapa


evolutiva en la que pueden aparecer problemas de salud mental; hecho que suscita un
enorme interés en conocer las habilidades cotidianas en las que se apoyan los/as
adolescentes para mejorar su bienestar (Papinczak et al., 2015). La influencia del grupo
y de las redes sociales son factores cada vez más importantes en la sociedad (Punset,
2012). Desde un punto de vista sociocultural, durante la adolescencia se puede elegir
pertenecer a diversas manifestaciones culturales, adquirir el sentimiento de pertenencia a
un grupo, identidad o incluso ser parte creadora de un nuevo movimiento de cambio
estético, ideológico o cultural (Elzo, 1999), de lo cual se desprende, por tanto, que la
inadaptación correspondería al fracaso ante los estímulos que el medio ofrece a aquellos
sujetos que no sólo se encuentran al margen, sino que además manifiestan un
comportamiento discordante respecto a lo apreciado como normal en un contexto dado
(Campoy, 2002).

Desde una perspectiva cultural, la música fomenta multitud de estímulos


ambientales que permiten crear nuevas relaciones sociales (Fubini, 2001), interviniendo
como un mecanismo significativo en los procesos identitarios, pudiendo permitir el
análisis de diversas dinámicas sociales y grupales (Megías y Rodríguez, 2003). De la
interacción grupal nacen elementos culturales compartidos, de identificación y cohesión
social como el consumo de música (Pedreira y Martín, 2000), a través de la cual los/as
adolescentes refuerzan su identidad (Artola, 2000). Desde esta línea de análisis, se puede
considerar que la audición musical activa procesos afectivos y de socialización. El
impacto de la experiencia musical sobre la esfera emocional tiene una función integradora
ya que permite formar una imagen del mundo exterior y satisfacer determinadas
necesidades emocionales en la adolescencia (Dierssen, 2004). Desde la teoría de la
identidad social se han comparado los efectos de la influencia de las preferencias
musicales dentro y fuera de un grupo social formado por chicos. La percepción interna
grupal influye positivamente sobre la imagen de los miembros que lo conforman,
asociándolos con música estereotipada positivamente y calificando al grupo interno como
más divertido, masculino y deportivo y menos aburrido, snob y raro (Tarrant et al., 2001).

Escuchar música es la actividad a la que dedican más tiempo los/as adolescentes


(Fernández-Company, 2015; MCUD, 2019; Papinczak et al., 2015), en la actualidad,
específicamente, escuchar música a través de internet (Rodríguez y Ballesteros, 2019) y
del smartphone con auriculares (Pedrero-Esteban et al., 2019). Sobre este particular, en
el año 2015 la OMS puso en marcha la iniciativa Make Listening Safe con el objetivo de
reducir el riesgo de pérdida auditiva que supone la exposición insegura a sonidos en
entornos recreativos (discotecas, pubs, bares, cines, conciertos, actividades deportivas,
etc.) o a través de dispositivos móviles de audio. Este uso a gran volumen y durante largas
exposiciones de tiempo puede generar daños permanentes en la audición; estableciéndose
en el caso de usuarios sensibles (por ejemplo, niños/as) un nivel seguro recomendado de
75 dB durante 40 horas a la semana para el sonido de ocio y de inferior a 80 dB para un
máximo de 40 horas semanales en el caso de personas adultas (WHO-ITU, 2019). En este
sentido, Widén et al. (2018) añaden que los adolescentes escuchan música a través de
dispositivos personales a un nivel medio de sonido entre 85,5 dB y 100 dB. Asimismo,
Twardella et al. (2017) exponen que una cuarta parte los adolescentes superaba los 85 dB
cuando escuchan música desde dispositivos móviles y que un tercio los 80 dB
recomendados por el Scientific Committee on Emerging and Newly Identified Health
Risks (SCENIHR, 2008). Aunque el uso de la música es la actividad de ocio preferida
por los/as adolescentes, no se tienen muchos datos acerca de la relación que existe entre
esta y los índices de bienestar de esta población. Sobre este particular, la escucha musical
se encuentra significativamente relacionada con el bienestar social, la regulación
emocional y la conexión social (Papinczak et al., 2015), es decir, la mayoría de los y las
adolescentes usan la música para mejorar su estado de ánimo (McFerran et al., 2015). De
igual forma, la música ofrece experiencias asociadas con los sentimientos y la autoestima
(Ruud, 1989) y contribuye esencialmente en el desarrollo y salud mental de los/as
adolescentes cuando se promueven objetivos psicológicos desde un punto de vista
identitario, emocional o de las relaciones interpersonales, en las que dichos objetivos dan
sentido a las actividades musicales de la vida cotidiana en esta etapa evolutiva (Laiho,
2004). Individualmente, las personas recurren a la música para regular su estado
emocional o contactar con su propia identidad. A nivel colectivo, la música, al compartir
intereses comunes, permite unir a las personas a través de la participación grupal y
contribuye en la formación de vínculos sociales (Harmon y Adams, 2018).

Materiales y método

Participantes

La investigación se realizó según los principios éticos fijados en la Declaración de


Helsinki, manteniendo tanto el anonimato de las personas participantes como sus
resultados (Williams, 2008). Participaron en el estudio, de forma voluntaria y previo
consentimiento informado por parte de las familias o personas encargadas de la tutela del
alumnado, un total de 248 estudiantes de E.S.O. y Bachillerato (detallados según las
variables reflejadas en la Tabla 1) de las cuales el 59.27% eran chicas. No se aplicó ningún
criterio de exclusión adicional para la participación en el estudio, siendo la edad media
de 15.05 años (SD = 1.77).

Tabla 1
Distribución de la muestra por género, estudios musicales y edad
N válida= 248 Frecuencia Porcentaje
Chicos 101 40.73%
Género
Chicas 147 59.27%
Sí 69 27.82%
Estudios Musicales
No 179 72.18%
12 años 22 8.87%
13 años 29 11.69%
14 años 49 19.76%
Edad 15 años 50 20.16%
16 años 38 15.32%
17 años 33 13.31%
18 años 27 10.89%

Medidas

Para esta investigación se ha utilizado como instrumento de recopilación de


información un cuestionario elaborado ad hoc, aplicado al alumnado participante en la
investigación. En este caso, tras el proceso de elaboración y diseño del cuestionario, se
procedió a realizar una prueba previa de validación para su propia aplicación y el análisis
de los datos, procurando evitar generalizaciones incorrectas. El cuestionario incluye la
recopilación de datos sobre variables sociodemográficas como: género, edad o estudios
musicales (Escuela de Música o Conservatorio). La cumplimentación del cuestionario es
totalmente anónima, no precisando la realización de ninguna identificación por parte del
alumnado.

Procedimiento

La aplicación del instrumento se ha realizado mediante Google Forms,


asegurando el anonimato de las personas participantes en la muestra mediante la
eliminación del Internet Protocol (IP) y configurando la herramienta para no recopilar
direcciones de correo electrónico de las mismas y controlar que cada persona solo pudiera
responder una vez al cuestionario.
Análisis de datos

Un primer análisis se conformó como una lectura aislada de cada variable por
frecuencias de una forma absolutamente descriptiva, intentando descubrir relaciones
significativas mediante el cruce de variables. Seguidamente, se realizó la prueba t de
Student para comparar medias entre muestras independientes y detectar las posibles
diferencias entre los grupos con alto y bajo interés en aprender música y las dimensiones
relacionadas con la importancia que otorgan al hecho de saber música en cada caso
particular. De igual forma se utilizó la prueba de Levene para conocer las diferencias
entre las varianzas. Finalmente, se procedió a realizar una correlación entre variables con
el fin de estudiar las que más influyen en el funcionamiento del factor deseo de aprender
a cantar o tocar un instrumento musical junto a la valoración que hacen los adolescentes
al hecho de saber hacer esto último.

Resultados

Los resultados reflejados en la Figura 1 indican que la mayoría de adolescentes


escuchan música diariamente o casi todos los días.

Figura 1
Frecuencia voluntaria de escucha musical
90,00%
80,24%
80,00%

70,00%

60,00%

50,00%

40,00%

30,00%

20,00%
10,48%
10,00% 6,85%
1,61% 0,81%
0,00%
Todos los 4-7 días en 1-3 días en Fines de Nunca
días semana semana semana

En la Figura 2, se observa que la mayoría de adolescentes consideran que escuchan


música con una intensidad de volumen media-alta.
Figura 2
Intensidad con la que se escucha la música

45,00%
40,73%
40,00% 38,31%

35,00%

30,00%

25,00%

20,00%

15,00% 13,31%

10,00%
6,05%
5,00% 1,61%
0,00%
Muy baja Baja Media Alta Muy alta

Asimismo, en los datos expuestos en la Figura 3 se aprecia que la mayoría de las


personas encuestadas manifiestan usar la música con la intención de disfrutar (36.63%),
evadirse (13.31%), divertirse o sentirse mejor anímicamente, ambas opciones con el
(10.08%).

Figura 3
Función atribuida a la música
40,00% 36,69%
35,00%
30,00%
25,00%
20,00%
13,31%
15,00% 10,08% 10,08% 9,68%
10,00% 6,45% 4,84% 3,63% 4,84%
5,00% 0,41%
0,00%
Respecto a la valoración que hacen los y las adolescentes sobre el hecho de saber
cantar o tocar un instrumento musical las apreciaciones oscilan entre la indiferencia
(33.87%) y la importancia (30.65%) (véase Figura 4).

Figura 4
Valoración al hecho de saber cantar o tocar un instrumento musical
40,00%
33,87%
35,00%
30,65%
30,00%

25,00%

20,00%

15,00% 12,50% 12,50%


10,48%
10,00%

5,00%

0,00%
Nada Poco Indiferente Importante Muy
importante importante importante

No obstante, a pesar de los resultados expuestos en la Figura 4, la Figura 5 muestra


diferencias significativas entre los grupos de adolescentes que desean, o no, aprender a
cantar o tocar un instrumento musical con el deseo real de hacerlo t (248) = 5.867, p =.000
y d = 0.983.

Figura 5
Relación entre la importancia y el deseo de aprender a cantar o tocar un instrumento
musical
90,00%
79,03%
80,00%

70,00%

60,00%

50,00%

40,00%

30,00%
20,97%
20,00%

10,00%

0,00%
Sí No
Asimismo, los resultados expresados en la Tabla 2 indican que la variable que
presenta una mayor relación es deseo de saber cantar o tocar un instrumento musical,
especialmente con la dimensión importancia de aprender a cantar o tocar un instrumento
musical con una correlación negativa de (r = -,351; p = .000). De este modo, aunque las
personas consideren indiferente o poco importante saber cantar o tocar un instrumento
musical sí que desearían poder hacerlo. Asimismo, se observa una relación
estadísticamente significativa entre la variable importancia de aprender a cantar o tocar
un instrumento musical con la edad (r = ,223; p = .000) con la variable género (r = ,260;
p = .000), lo cual indica que las chicas consideran más importarte y tienen más interés en
aprender a cantar o tocar un instrumento musical (r = ,338; p = .000), que los chicos
conforme queda reflejado en la Figura 6.

Tabla 2
Correlaciones significativas entre variables
Correlaciones

Importancia Deseo Edad Género

Importancia de saber Correlación de Pearson 1 -,351** ,223** ,260**


cantar o tocar un Sig. (bilateral) ,000 ,000 ,000
instrumento musical N 247 247 247 247
Deseo de aprender a Correlación de Pearson -,351** 1 -,101 -,338**
cantar o tocar un Sig. (bilateral) ,000 ,114 ,000
instrumento musical N 247 247 247 247
Correlación de Pearson ,223** -,101 1 ,064
Edad Sig. (bilateral) ,000 ,114 ,317
N 247 247 247 247
Correlación de Pearson ,260** -,338** ,064 1
Género Sig. (bilateral) ,000 ,000 ,317
N 247 247 247 247
**. La correlación es significativa en el nivel 0,01 (bilateral).
Figura 6
Relación entre la importancia y el deseo de aprender a cantar o tocar un instrumento
musical con la variable género

Finalmente, en la Tabla 3 se muestran los resultados obtenidos sobre las


preferencias musicales mayoritarias, observándose una importante diferencia en cuanto
al estilo de música pop como opción mayoritaria por parte de las chicas respecto a la de
chicos.

Tabla 3
Preferencias musicales mayoritarias
Preferencias musicales mayoritarias

Pop Rock Reguetón M. Clásica M. Variada Rap M. Electrónica

Chicos 13,36% 2,83% 4,05% 2,83% 5,67% 4,86% 2,83%

Chicas 28,34% 2,43% 6,88% 4,45% 7,29% 3,64% 0,40%


Discusión

Actualmente, el hábito de escuchar música de forma voluntaria constituye una


práctica común y diaria por parte de los/as adolescentes, dato que ha salido claramente
identificado en el presente estudio en línea con los alcanzados en otras investigaciones
previas (Fernández-Company, 2015; MCUD, 2019; Papinczak et al., 2015; Rodríguez y
Ballesteros, 2019). Según los datos obtenidos casi de forma unánime, los/as participantes
en el estudio escuchan música voluntariamente todos o casi todos los días prefiriendo,
mayoritariamente, escuchar música con un volumen medio-alto. De igual modo, el
consumo de música por los/as adolescentes no es un acto de simple consumo, sino que
responde a la búsqueda de una satisfacción personal. En los resultados obtenidos se
muestra que el consumo musical responde a una intencionalidad, principalmente para
disfrutar, evadirse, divertirse o sentirse mejor anímicamente. Por tanto, existe una
relación directa entre los usos que los/as adolescentes hacen de la música y los efectos
que ésta les produce, en línea con los resultados de otras investigaciones en las que se
indican que la mayoría de los/as adolescentes usan la música para mejorar su estado de
ánimo (McFerran et al., 2015; Papinczak et al., 2015). Asimismo, la mayoría de los/as
adolescentes querría saber cantar o tocar un instrumento musical, especialmente las
chicas, incluso en aquellos casos en los que consideran indiferente o muy poco importante
el hecho de saber cantar o tocar un instrumento musical, sí desearían aprender a hacerlo.

Aunque los resultados obtenidos en esta investigación apuntan a la identificación


de ciertos factores psicosociales que intervienen en el consumo de música por parte de la
etapa estudiada, este estudio no carece de limitaciones. La presente investigación podría
abrir nuevas líneas de investigación en otros ámbitos, considerando necesario realizar
más estudios de este tipo, en poblaciones más extensas y diversas para comparar los
resultados tanto en población clínica como no clínica, así como estudiando en
profundidad la exposición insegura a sonidos a través de dispositivos de audio personales
por parte de los/as adolescentes.

A pesar de estas limitaciones, se considera que el conocimiento de estos datos


puede contribuir en la mejora personal del alumnado y, por consiguiente, en el clima
escolar, procurando un componente motivador ante la propia asignatura curricular de
música. La posibilidad de que los/as adolescentes puedan expresar y comunicar
emociones y sensaciones a través de la música, puede favorecer un aumento de la
autoestima y de la autoafirmación, tan significativa en esta etapa evolutiva. De tal forma
que, datos recogidos en este estudio pueden contribuir en la creación nuevas líneas de
investigación en diferentes ámbitos educativos o terapéuticos, incluso compartir los
resultados con el alumnado e implementar programas más ajustados a sus necesidades y
preferencias en las aulas de música. Asimismo, el estilo de música pop continúa siendo
el preferido en la actualidad. En este caso, la variable género también muestra una
influencia significativa en las preferencias musicales, siendo la música pop y el reguetón
mayoritarios entre las chicas y la música electrónica entre los chicos coincidiendo con los
resultados de Faure et al., (2020). De igual modo, entre las chicas se denota una tendencia
ecléctica en el gusto musical, así como un mayor gusto que los chicos por la música
Clásica. Estos resultados reflejan tanto por parte de los chicos como de las chicas una
preferencia hacia la oferta musical no culta (popular), además de ser aquellos estilos con
mayor proyección mediática pertenecientes a la denominada música popular los más
preferidos (Dunbar-Hall y Wemyss, 2000). El pop, como confirman otros estudios,
continúa teniendo una amplia representación en el entorno sonoro de los jóvenes
estudiantes y es el estilo más relacionado con este grupo de edades (Faure et al., 2020;
Stalhammar, 2000; Wells y Tokinoya, 1998).

Para finalizar y exceptuando las observaciones acerca de la exposición insegura a


sonidos, a través de dispositivos de audio, planteadas desde la OMS (WHO-ITU, 2019),
con las que coinciden los resultados de este estudio, esta investigación muestra que existe
una relación positiva entre música y adolescencia, considerando que la música es un
mediador eficaz en el acompañamiento inclusivo e integrador durante la adolescencia
debido a su alto nivel motivacional derivado de su uso diario, por su dimensión social e
identitaria, así como por su posible idoneidad para la identificación y regulación
emocional, constituyendo, en este sentido, un recurso cotidiano en el que se pueden
apoyar los/as adolescentes para mejorar sus índices de bienestar.
Referencias

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