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EL CORAZÓN OXIDADO

Por: Ferio van Fanel

– ¿Alguna vez te has preguntado si el corazón de una persona se puede oxidar?

– ¿Oxidar?

– Sí. Estoy seguro que has visto el metal expuesto al agua y al ambiente por mucho

tiempo, ¿verdad?

– Sí.

– Y has sentido ese mismo óxido en tus dedos, como el de la hoja de la daga que

olvidaste un día en el jardín, o lo has escuchado en los goznes de aquella vieja puerta que

daba al invernadero, también lo percibiste ese peculiar olor cuando limpiamos las arandelas

del hogar, y lo probaste cuando usaste esa misma daga olvidada cuando cortaste una

manzana, ¿no es cierto?

– Sí, así es.

– Entonces, ¿cómo crees que sea un corazón que está oxidado?

– No lo sé, nunca lo había pensado.

– Lo sé, eres joven aún. Pero yo conocí a alguien que tenía el corazón así.

– ¿Y cómo sabías que su corazón estaba oxidado?

– Pues… ella me lo dijo.

– ¿Cómo que te lo dijo?

– Sólo me lo dijo.

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– ¿Por qué no me lo dices tú ahora? Estaremos toda la noche aquí.

– Está bien. Sólo déjame acercarme al fuego, porque hace un poco de frío ¿no lo

sientes?

– No, en realidad no.

– Ah, entonces soy yo. Bien, ella era una vieja amiga de la familia, y a mis padres les

gustaba invitarla a las fiestas que hacían, llenas de gala y lujos, ¿las recuerdas?

– Sí, claro.

– Ella iba muy a menudo, era amable y de sonrisa cordial, muy hermosa. Era unos

varios años mayor que yo; no obstante, algo en ella me atraía mucho y me provocaba estar

a su lado, aunque no de manera romántica… lo que me gustaba de ella era otra cosa, tal vez

que lucía elegante y refinada: recuerdo muy bien sus largos vestidos y su inmutable figura,

su cabello recogido hacia atrás con sus broches de piedras, los camafeos heredados de su

abuela, sus largas y gruesas capas cubriendo sus hombros, y su rostro afable envuelto en

una… ¿cómo describirlo? …una tristeza sutil.

– ¿Tristeza? ¿Cómo te dabas cuenta?

– Sus ojos… eran lo más enigmático y triste de ella. Yo siempre lo supe, de una manera

u otra siempre supe que estaba triste, aunque en ese entonces no pudiera decir que era eso

lo que la caracterizaba.

Una vez, cuando yo era joven todavía, sólo un poco más joven que tú; mi padre hizo

una gran fiesta, una celebración, algo por lo que todos teníamos que estar alegres. Hubo

muchos invitados, y como es obvio, ella estaba entre toda esa gente que asistiría.

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Yo estaba emocionado, algunos de mis mejores amigos, que dejaban, junto conmigo, la

adolescencia, irían a ese baile; y la ocasión prometía diversión, música y baile… pero

además ella estaría allí.

Fue una de las primeras en llegar, yo ansiaba verla, siempre me había gustado admirarla

y escucharla platicar con mi madre, aunque yo nunca participara de sus asuntos. Pero esa

vez fue diferente, porque yo ya no era un niño. Arribó a nuestra mansión unos días antes de

la fiesta, una mañana, y eso me dio oportunidad de estar con ella por un buen tiempo y

conocer la causa de su mirada melancólica.

Esta vez, cuando la vi llegar, me impresionó su belleza, habían pasado unos cinco años

desde que la había visto por última vez, pero parecía que no envejecía. Su sonrisa era la

misma y sus ojos seguían reflejando esa misma irresistible belleza triste. Lo único diferente

era su cabello pues dos franjas grises adornaban cada lado de su frente. Cuando bajé a

recibirla me saludó efusivamente y reconoció que yo había crecido y que era apuesto…

recuerdo que me sonrojé y me sentí avergonzado por ello. Después regresé a mis

ocupaciones aún apenado por el cumplido. Ese día por la tarde decidí salir a caminar en el

jardín, el crepúsculo del día se antojaba cálido y una suave brisa corría por entre las flores

liberando su suave perfume, era la época en que las plantas de nuestros jardines florecían.

Todo estaba envuelto en ese sutil y delicado aroma de los nuevos brotes y las flores recién

abiertas.

Caminé sin rumbo por los jardines un rato; para mi sorpresa ella había salido a caminar

al igual que yo, supongo que también para disfrutar de la agradable tarde. “¿Puedo

acompañarte?” me preguntó alegremente. Yo respondí que sí y caminó a mi lado. Tomó mi

brazo después de algún tiempo. Anduvimos por un largo rato antes de que dijéramos nada.

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De pronto, comenzó a hablar conmigo. Me preguntó si sabía lo que era un corazón oxidado

y yo le respondí de la misma manera en que tú me respondiste a mí.

– El corazón de una persona se oxida cuando las lágrimas que llora son silenciosas.

Cuando las lágrimas no resbalan por tus mejillas y parece que eres feliz aunque por dentro

tienes un gran dolor que te hace llorar en silencio…– dijo gravemente.

– ¿Por qué alguien podría llorar en silencio? – le pregunté.

– Es nocivo para el corazón que las lágrimas no salgan, porque hacen que el corazón se

oxide sin poder evitarlo. Eres joven, querido amigo, no sabes aún lo que es el dolor… – dijo

golpeando suavemente mi brazo. La miré, le sonreí y guardé silencio. Continuó. – Todo

principia siendo bello, divino, sublime; y un buen día, sin saber cómo, te enamoras

perdidamente, y no hablo sólo del amor hacia una persona, puede ser amor a la vida, a lo

que haces, a la música, a cualquier cosa; y en tu corazón empieza a crecer un sentimiento

que inunda todo tu cuerpo, que te fortalece y te hace sentir completo; y eso está bien; pero

luego, de la misma manera en que te enamoras, súbitamente todo termina, se rompe, se

resquebraja, y entonces lloras, pero como no quieres ver tu sufrimiento, lloras hacia

adentro, sin que las lágrimas mojen tus mejillas, porque eres fuerte y soportas cualquier

dolor. Y tu corazón comienza a absorber toda la humedad que se queda dentro… ¿sabes

cómo se siente? Duele, duele mucho, primero duele el pecho cuando tomas aire, cuando

comes, cuando despiertas, cuando ves tu vida pasar frente a ti… eso es lo primero que se

siente, y pasas mucho tiempo con ese dolor, el dolor más puro que pueda haber, cuando ya

le has quitado los resentimientos, el odio y el rencor.

“Luego dejas de sentir, nada te hace sentir… ni siquiera los seres más queridos evocan

en ti cualquier sentimiento. Tal vez un atardecer de fuego, o una sonrisa amable de un

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desconocido, o una pequeña flor que se abre paso entre la nieve puedan darte un poco del

calor que te da el sentir, pero es sólo momentáneo, nada permanente y en cuanto la flor se

marchita, el sol se oculta y la sonrisa se borra, el frío vuelve a ti, porque debido a la falta de

sentir, llega el frío, un frío que invade tu ser, y que aunque te cubras con las mantas más

gruesas no se quita, y se hace crónico. Poco a poco, sientes que tu cuerpo se entumece, las

manos, los pies, los dedos… el corazón, por supuesto, todo en ti se entumece; y el resultado

de todo esto es un corazón oxidado.”

Repliqué diciendo que ella parecía disfrutar de las reuniones y de los bailes y de la

compañía de la gente.

–¿Estás insinuando que mi corazón está oxidado? –exclamó deteniéndose en seco y

mirándome fijamente. Lucía entre sorprendida e inconforme. Me disculpé de todas las

maneras posibles, apenado por lo que acababa de decir, y me sentí de esa manera hasta que

la expresión de su rostro cambió. Sonrió y se volvió a acercar a mí para que siguiéramos

caminando. Me pidió que no me sintiera mal y me dijo que ella parecía alegre, pero que

sólo era un recuerdo de cuando podía sentir, no algo que sintiera dentro de su corazón.

Guardé silencio, tratando de asimilar lo que me acababa decir. Ella también se quedó

callada un buen rato.

Le pregunté qué se sentía no poder sentir y al haber dicho esto me di cuenta de que la

ironía me confundía. Sonrió amablemente.

– Cuando puedes sentir es cuando tu corazón reacciona ante algo, por ejemplo… el olor

de las flores llenando tus pulmones… una bella vista del mar… la brisa de verano… una

joven hermosa… ¿Qué sientes cuando ves algo hermoso? – preguntó.

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Contesté que mi corazón se aceleraba y que una calidez muy agradable invadía mi

cuerpo y recordé a aquella joven que me hacía sentir de esa manera.

– Exactamente eso, eso es sentir… imagínate cómo sería si nada pudiera hacerte sentir

esa calidez.

Me observó con atención. Contesté que eso me haría muy infeliz. Bajó la vista y siguió

caminando a mi lado.

Ese día me había explicado qué era un corazón oxidado, y fue en ese momento que me

di cuenta de que ese era el motivo de sus ojos tristes. Me pregunté entonces por qué tendría

su corazón así. La miré discretamente y sentí pena por el dolor que sentía.

– No sientas pena por mí. – dijo como si adivinara mis pensamientos. – Me he

acostumbrado a vivir con el dolor y el frío, aunque todavía me cuesta trabajo aceptar que no

puedo sentir nada. – Puso con delicadeza su mano sobre la mía, estaba fría. Nos miramos y

le agradecí que hubiera confiado en mí.

A partir de ese día la vi con distintos ojos. Nos hicimos amigos cercanos y participó de

muchas de mis alegrías y logros, dolores y fracasos. Nos frecuentábamos mucho y conoció

a la persona que más amé, de quien estuve enamorado.

– ¿Estuviste?

– Sí, desgraciadamente perdí ese amor; pareciera que los corazones cálidos dejan de

latir antes de tiempo dejando a los otros corazones para oxidar. Hace poco mi querida

amiga también corrió la misma suerte. Al fin descansa y ya no sufre por el frío ni por el

dolor. Pero ahora ya no podré escuchar más sus historias, ni caminar con ella por los

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jardines de mi antigua mansión, ni bailar con ella, ni ver sus bellos ojos tristes para consolar

a los míos… ¿sabes que fue lo último que me dijo?

– ¿Qué fue?

– Me dio las gracias por ayudarla a quitar un poco de herrumbre de su viejo corazón

antes de morir; dijo que gracias a mí el entumecimiento, el dolor y el frío se habían

olvidado un poco de ella. “Cuando quieras llorar, hazlo hacia fuera, no dejes que tus

lágrimas oxiden tu corazón.” Y esas fueron sus últimas palabras.

Pero ahora que se fue, creo que mi corazón se está oxidando… ya siento el dolor dentro

de mi pecho y me acosa el frío. Ahora sólo queda esperar el entumecimiento y el no poder

sentir. Cuando eso llegue, no volveré a sentir nunca más. ¿Sabes? siempre que deseo llorar

lo hago… porque me he dado cuenta de que, como ella me dijo, son las lágrimas silenciosas

las que más oxidan el corazón.

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