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para estudiantes de DERECHO
A
Tercera edición

l4HUEDICIONES TEO Velásquez Rodríguez


Aeldlos
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AAA
Cuentos para APRENDER a
leer en la universidad
Estrategias de comprensión lectora
para estudiantes de DERECHO

Carlos Augusto Velásquez

Selección, presentación, notas y di-


seño de actividades de comprensión
lectora
ECOediciones

eco_edicionesdiyahoo.com
66298883

Tercera edición, 2020


Indice

Presentación ccionsnocorionocrioraconeas a Y
Carlos Augusto Velásquez ..ooonoconicormimmommmmmmo.. Y
El gato negro
Diseño de portada: César Quemé Bdgar Allan POB comico LL
Diagramación y fotografía de portada: Carlos Augusto Velásquez
Impresión: Samuel Antonio Velásquez Fuentes La piedra de la verdad
Robert Louis Stevenson ......... ar aaa
Mr. Taylor
Augusto Monterroso ..............
La joven Aurora y el niño cautivo
Dt LAAO qú [ú rTO
La prodigiosa tarde de Baltazar
Gabriel Garcia Márquez. cooooncincnomisoscommm.. DO
Exposición de la carta del canónigo Lizardi
Bernardo ÁÍXaga ...ommico.oo.. A 71)
La puerta del cielo
Lie de LiOR ... ooo nero +sromeris
(Y CARLOS AUGUSTO VELÁSQUEZ
La rama seca
ARQMatÍa MACUL: ios cnecri] ao
Impreso en Guatemala No hay olvido
Talleres de ECOediciones. 105
Ana María Rodas............ FAA
Reservados todos los derechos. Salvo excepción previ
El ruido de un trueno
permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su
informático, ni su transmisión en cu Ray Bradbury coocooccionocnoo»»» A
cualquier lio (electrónic copia, grabación u otros) sin
autorización prev > de los titulares del copyright. La infrac- Anexo: actividades de comprensión lectora
3 y puede constituir un
El gato Regro ...oiomomomm»o.... AUORATIEAARTRTGNR coso 135
La piedra de la verdad a

ME Tal br a IA

La joven aurora y el niño cautivo suosiianioo LAN

La prodigiosa tarde de Baltazar. civpuoisca LOT


Exposición de la carta del canónigo Lizardi
iron LOT:

La puerta del cielo...... iia ADO Estimado lector: si usted está leyendo este libro
es muy probable que sea estudiante de Derecho.
La rama Secta ommociioooo. rr 108
Déjeme confirmarle que eligió una carrera en la que
> py
No hay olvido............... ...on...... f es vital e imprescindible su capacidad para leer, in-
terpretar y utiliza la información. El éxito de su
El ruido de un trueno.
vida profesional y de su buen desenvolvimiento
como estudiante dependen de ello.
El problema es que —si no lo sabe, al menos lo
sospecha— usted llegó a la universidad con algunas
limitaciones al respecto: en el colegio o en el insti-
tuto seguramente le pidieron leer algunas obras li-
terarias, pero difícilmente le enseñaron que el
aprendizaje de la lectura es un proceso riguroso y
metódico. Déjeme contar] le que más del 85% de es-
tudiantes llega a la universidad siendo un analfa-
beto funcional. ¿Qué significa eso? Que pueden de-
codificar palabras y páginas, pero difícilmente son
capaces de relacionar lo leído con su realidad, cono-
cimientos previos y expectativas de aprendizaje.
Lo anterior cobra especial vigencia si se toma
en cuenta el mundo híper informado en el que vivi:
mos. Cada vez, se “aprende” más de lo que se reci:
ben por las redes sociales o lo que se baja de inter-
net. Se tiene más acceso a fuentes infinitas de con-
tenidos, por lo que el profesor ha dejado de ser ese
viejo sabio, poseedor exclusivo del conocimiento.
Bien encausado, el fenómeno resultaría de mu" El título de esta antología no pretende criticar
cha ventaja: nunca tuvimos tantas bibliotecas vir- a los estudiantes; ellos solo son las víctimas de un
tuales con acceso inmediato. Lo triste es que, hasta sistema educativo obsoleto. Más bien, busca invitar
ahora, ha resultado el efecto contrario: en las clases a la reflexión profunda para que los profesores to-
de comunicación y lenguaje no hemos dados los ins” memos conciencia sobre la necesidad de superar el
trumentos necesarios para que los estudiantes pue" analfabetismo funcional aludido en párrafos ante:
dan distinguir entre los datos buenos y los malos; riores.

tampoco desarrollamos estrategias efectivas para Iniciamos con una cuidadosa selección de cuen-
que la información sea procesada adecuadamente. tos. Para cualquier curso, el primer objetivo do-
Por otra parte, está generalizado el error de cente debe ser el de despertar el interés en el
creer que la enseñanza de la lectura es exclusiva de alumno. Por ello, en este caso nos dimos a la tarea
los cursos de comunicación, lenguaje o literatura. de buscar, entre cientos de historias, aquellas que
Como bien sabemos, esta es una actividad que pudieran resultar atractivas para un lector poco
acompaña a todas las materias; es su fuente pri” adicto a la lectura. Además de ese primer criterio,
mordial para la adquisición de conocimientos. se siguió el de la calidad estética de los cuentos se-
leccionados. De ahí la presencia exclusiva de gran-
Gracias al ilimitado acceso a la información que des escritores en los ámbitos nacional, hispanoame”
el alumno posee, el papel del docente, en cualquier ricano y mundial.
materia, no debe ser ya el de transmitir los conte”
nidos curriculares. Por supuesto, ello no implica de- Tras la selección de cuentos, se siguió un rigu-
jar de desarrollar los temas establecidos. Más bien, roso proceso de redacción de actividades de com-
significa desplazar el énfasis de la transmisión de prensión. Para ello, en esta segunda edición nos ba-
conocimientos hacia el desarrollo de estrategias di- samos en los criterios emanados de la prueba PISA
dácticas que permitan a los alumnos adquirir los (Programa para la Evaluación Internacional de
saberes por su propia cuenta. Alumnos, por sus siglas en inglés). Se trata de un
examen aplicado a estudiantes egresados del nivel
El cambio puede parecer sutil, pero es radical
medio en los países desarrollados. Este instru-
Con tantas fuentes a su alcance, el estudiante ne- mento evalúa tres niveles de comprensión lectora:
cesita dominar estrategias lectoras efectivas que le
obtener información; integrar e interpretar; y refle-
permitan discernir entre la información apropiada
xionar y evaluar.
y la que no. Se debe hacer énfasis especial en la in-
vestigación, la búsqueda de fuentes, la selección de + Obtener información. Se trata de aprender a re-
los datos significativos, etcétera. parar en los datos más relevantes de la respec-
tiva historia. Las primeras actividades fueron di-
Y esto, para todos los cursos.
señadas para que el lector repare en los datos
fundamentales del cuento.
9
+ Integrar e interpretar. Persigue que el lector sea
-apaz de integrar la historia leída y construir
una interpretación válida. Las actividades de in"
tegración buscan evaluar si se ha comprendido
la coherencia del texto y la concatenación de las
acciones narradas. Algunas, persiguen que el
lector infiera la relación que existe entre diferen" No espero ni pido que alguien crea en el ex-
tes partes; otras, motivan la elaboración de un traño, aunque simple relato que me dispongo a es-
resumen. cribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sen-
+ Reflexionar y evaluar. Este es el nivel más alto tidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy
de la competencia lectora. Implica la necesidad loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana
de recurrir a conocimientos que el lector debe po- voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi pro-
seer antes de leer el cuento, de acuerdo con su pósito inmediato consiste en poner de manifiesto,
nivel educativo. Las últimas actividades para simple, sucintamente y sin comentarios, una serie
'ada cuento plantean al lector el reto de confron- de episodios domésticos. Las consecuencias de esos
tar la lectura realizada con la realidad propia. episodios me han aterrorizado, me han torturado y,
De ahí que se apele constantemente a la necesi" por fin, me han destruido. Pero no intentaré expli-
dad de investigar, externar un punto de vista, carlos. Si para mí han sido horribles, para otros re-
construir finales diferentes a partir de marcos de sultarán menos espantosos que barrocos. Más ade-
referencia distintos, etcétera. lante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia
Esta antología fue diseñada especialmente reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una in-
para estudiantes de Derecho. Por ello, al menos una teligencia más serena, más lógica y mucho menos
actividad de cada historia plantea la necesidad de excitable que la mía, capaz de ver en las circuns-
investigar o refrescar algunos principios generales tancias que temerosamente describiré, una vulgar
desarrollados en los cursos de introducción al dere- sucesión de causas y efectos naturales.
cho. El objetivo es que los estudiantes sean capaces
Desde la infancia me destaqué por la docilidad
de vincular los conocimientos teóricos adquiridos
y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba
en dicho curso con las realidades planteadas en
mi corazón era tan grande que llegaba a conver-
cada cuento.
tirme en objeto de burla para mis compañeros. Me
gustaban especialmente los animales, y mis padres
me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su
lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía
más feliz que cuando les daba de comer y los acari-
ciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y,

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cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de fui volviendo más melancólico, irritable e indife-
mis principales fuentes de placer. Aquellos que al- rente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, in-
guna vez han experimentado cariño hacia un perro cluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y ter-
fiel y sagaz no necesitan que me moleste en expli" miné por infligirle violencias personales. Mis favo-
carles la naturaleza o la intensidad de la retribu- ritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de
ción que recibía. Hay algo en el generoso y abne- mi carácter. No solo los descuidaba, sino que llegué
gado amor de un animal que llega directamente al a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, con-
corazón de aquel que con frecuencia ha probado la servé suficiente consideración como para abste-
falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre. nerme de maltratarlo, cosa que hacía con los cone-
jos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino,
compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto Mi enfermedad, empero, se agravaba —pues ¿qué
por los animales domésticos, no perdía oportunidad enfermedad es comparable al alcohol?—, y final-
de procurarme los más agradables de entre ellos. mente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por
Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso pe tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las conse-
rro, conejos, un monito y un gato. cuencias de mi mal humor.
Este último era un animal de notable tamaño y Una noche en que volvía a casa completamente
hermosura, completamente negro y de una sagaci- embriagado, después de una de mis correrías por la
dad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presen-
mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, cia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violen-
aludía con frecuencia a la antigua creencia popular cia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se
de que todos los gatos negros son brujas metamor: apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo
foseadas. No quiero decir que lo creyera seria" que hacía, Fue como si la raíz de mi alma se sepa-
mente, y solo menciono la cosa porque acabo de re- rara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que
cordarla. diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció
Plutón —tal era el nombre del gato— se había cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del cha-
convertido en mi favorito y mi camarada. Solo yo le leco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al
daba de comer y él me seguía por todas partes en pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le
casa. Me costaba mucho impedir que anduviera hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo
tras de mí en la calle. mientras escribo tan condenable atrocidad.

Nuestra amistad duró así varios años, en el Cuando la razón retornó con la mañana,
curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi tem- cuando hube disipado en el sueño los vapores de la
peramento y mi carácter se alteraron radicalmente orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con
por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi

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sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a in” pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo
teresar al alma. Una vez más me hundí en los exce- ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis
sos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo ojos y el más amargo remordimiento me apretaba
sucedido. el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me ha-
bía querido y porque estaba seguro de que no me
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque
Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado
un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir mortal que comprometería mi alma hasta llevarla
ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, —si ello fuera posible— más allá del alcance de la in-
aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al finita misericordia del Dios más misericordioso y
verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua más terrible.
manera de ser para sentirme agraviado por la evi"
dente antipatía de un animal que alguna vez me La noche de aquel mismo día en que cometí tan
había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!”
en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda
caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudi-
la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a mos escapar de la conflagración mi mujer, un sir-
este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de viente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terre-
que mi alma existe como de que la perversidad es nales se perdieron y desde ese momento tuve que
uno de los impulsos primordiales del corazón hu- resignarme a la desesperanza.
mano, una de las facultades primarias indivisibles, No incurriré en la debilidad de establecer una
uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del relación de causa y efecto entre el desastre y mi cri-
hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo minal acción. Pero estoy detallando una cadena de
cien veces en momentos en que cometía una acción hechos y no quiero dejar ningún eslabón incom-
tonta o malvada por la simple razón de que no debía pleto, Al día siguiente del incendio acudí a visitar
cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia per- las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplo-
manente, que enfrenta descaradamente al buen mado. La que quedaba en pie era un tabique divi-
sentido, una tendencia a transgredir lo que consti- sorio de poco espesor, situado en el centro de la
tuye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera
de perversidad se presentó, como he dicho, en mi de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de
caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente
alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia aplicación. Una densa muchedumbre habíase
naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me in- reunido frente a la pared y varias personas pare-
citó a continuar y, finalmente, a consumar el supli- cían examinar parte de la misma con gran atención
cio que había infligido a la inocente bestia. Una ma- y detalle. Las palabras “extraño!, ¡curioso!” y otras
ñana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el
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similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme atención algo negro posado sobre uno de los enor-
vi que, en la blanca superficie, grabada como un ba" mes toneles de ginebra que constituían el principal
jorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco moblaje del lugar. Durante algunos minutos había
gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente estado mirando dicho tonel y me sorprendió no ha-
maravillosa, Había una soga alrededor del pes" ber advertido antes la presencia de la mancha ne-
cuezo del animal. gra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano.
Kra un gato negro muy grande, tan grande como
Al descubrir esta aparición —ya que no podía Plutón y absolutamente igual a este, salvo un deta-
considerarla otra cosa— me sentí dominado por el lle. Plutón mo tenía el menor pelo blanco en el
asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta,
mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en aunque indefinida mancha blanca que le cubría
un jardín contiguo a la casa. Al producirse la casi todo el pecho.
alarma del incendio, la multitud había invadido in-
mediatamente el jardín: alguien debió de cortar la Al sentirse acariciado se enderezó pronta"
soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana mente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi
abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme mano y pareció encantado de mis atenciones. Aca-
en esa forma. Probablemente la caída de las pare- baba, pues, de encontrar el animal que precisa
des comprimió a la víctima de mi crueldad contra el mente andaba buscando. De inmediato, propuse su
enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la ac" compra al tabernero, pero me contestó que el ani-
ción de las llamas y el amoniaco del cadáver, pro" mal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni
dujo la imagen que acababa de ver. sabía nada de él.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi ra” Continué acariciando al gato y, cuando me dis-
zón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño epi” ponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a
sodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi acompañarme. Le permití que lo hiciera, detenién-
imaginación. Durante muchos meses no pude li: dome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo.
Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de in-
brarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo
dominó mi espíritu un sentimiento informe que se mediato y se convirtió en el gran favorito de mi mu-
parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al Jer,

punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una an-
en los viles antros que habitualmente frecuentaba, tipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo con-
algún otro de la misma especie y apariencia que pu” trario de lo que había anticipado, pero —sin que
diera ocupar su lugar. pueda decir cómo ni por qué— su marcado cariño por
Una noche en que, borracho a medias, me ha" mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el
llaba en una taberna más que infame, reclamó mi sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcan-
zar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con
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el animal; un resto de vergienza y el recuerdo de de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me
mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. siento casi avergonzado de reconocer que el terror,
Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o el espanto que aquel animal me inspiraba, era in-
de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gra" tensificado por una de las más insensatas quimeras
dualmente —muy gradualmente— llegué a mirarlo que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer
con inexpresable odio y a huir en silencio de su de" me había llamado la atención sobre la forma de la
testable presencia, como si fuera una emanación de mancha blanca de la cual ya he hablado, y que cons-
la peste. tituía la única diferencia entre el extraño animal y
el que yo había matado. El lector recordará que esta
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi mancha, aunque grande, me había parecido al prin-
odio fue descubrir, a la mañana siguiente de ha" cipio de forma indefinida: pero gradualmente, de
berlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plu- manera tan imperceptible que mi razón luchó du-
tón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisa" rante largo tiempo por rechazarla como fantástica,
mente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa
como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos precisión. Representaba ahora algo que me estre-
humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo mezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hu-
distintivo y la fuente de mis placeres más simples y biera querido librarme del monstruo si hubiese sido
más puros. capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen
El cariño del gato por mí parecía aumentar en de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patí-
el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos bulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y
con una pertinencia que me costaría hacer entender del crimen, de la agonía y de la muerte!
al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovi" Me sentí entonces más miserable que todas las
llarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodi- miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo se-
gándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, mejante había yo destruido desdeñosamente, una
se metía entre mis pies, amenazando con hacerme bestia era capaz de producir tan insoportable an-
caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en gustia en un hombre creado a imagen y semejanza
mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de
esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un la bendición del reposo! De día, aquella criatura no
solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de me dejaba un instante solo; de noche, despertaba
mi primer crimen, pero, sobre todo —quiero confe- hora a hora de los más horrorosos sueños, para sen”
sarlo ahora mismo— por un espantoso temor al ani" tir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su
mal. terrible peso —pesadilla encarnada de la que no me
Aquel temor no era precisamente miedo de un era posible desprenderme— apoyado eternamente
mal físico y, sin embargo, me sería imposible defi: sobre mi corazón.
nirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado
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Bajo el agobio de tormentos semejantes, su cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como
cumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. si se tratara de una mercadería común, y llamar a
Solo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi un mozo de cordel para que lo retirara de casa.
intimidad; los más tenebrosos, los más perversos Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expe"
pensamientos. La melancolía habitual de mi humor diente y decidí emparedar el cadáver en el sótano,
creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo tal como se dice que los monjes de la Edad Media
lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi emparedaban a sus víctimas.
pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la El sótano se adaptaba bien a este propósito.
habitual y paciente víctima de los repentinos y fre" Sus muros eran de material poco resistente y esta”
cuentes arrebatos de ciega cólera a que me abando- ban recién revocados con un mortero ordinario, que
naba. la humedad de la atmósfera no había dejado endu-
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, recer, Además, en una de las paredes se veía la sa-
me acompañó al sótano de la vieja casa donde nues" liencia de una falsa chimenea, la cual había sido re-
tra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió llenada y tratada de manera semejante al resto del
mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los
punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar
hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en el agujero como antes, de manera que ninguna mi-
mi rabia los pueriles temores que hasta entonces rada pudiese descubrir algo sospechoso.
habían detenido mi mano, descargué un golpe que No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente
hubiera matado instantáneamente al animal de ha- saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y,
berlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la
su trayectoria. Entonces, llevado por su interven- pared interna, lo mantuve en esa posición mientras
ción a una rabia más que demoníaca, me zafé de su aplicaba de nuevo la mampostería en su forma ori-
abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo ginal. Después de procurarme argamasa, arena y
quejido, cayó muerta a mis pies. cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del
Cumplido este espantoso asesinato, me entre- anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enla-
gué al punto y con toda sangre fría a la tarea de drillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que
ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo todo estaba bien. La pared no mostraba la menor
de casa, tanto de día como de noche, sin correr el señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el
riesgo de que algún vecino me observara. Diversos menor fragmento de material suelto. Miré en torno,
proyectos cruzaron mi mente. Por un momento triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he tra-
pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los peda- bajado en vano”.
zos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso Mi paso siguiente consistió en buscar a la bes"
del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el tia causante de tanta desgracia, pues al final me
20 21
había decidido a matarla. Si en aquel momento el los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente
gato hubiera surgido ante mí, su destino habría de aquí para allá. Los policías estaban completa-
quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, mente satisfechos y se disponían a marcharse. La
alarmado por la violencia de mi primer acceso de alegría de mi corazón era demasiado grande para
cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cam- reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo me-
biara mi humor. Imposible describir o imaginar el nos, una palabra como prueba de triunfo y confir-
profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de mar doblemente mi inocencia.
la detestada criatura trajo a mi pecho. No se pre" —Caballeros —dije, por fin, cuando el grupo
sentó aquella noche, y así, por primera vez desde su subía la escalera—, me alegro mucho de haber disi-
llegada a la casa, pude dormir profunda y tranqui" pado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco
lamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta
sobre mi alma. casa está muy bien construida... (En mi frenético
Pasaron el segundo y el tercer día y mi ator- deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no
mentador no volvía. Una vez más respiré como un me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una
hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya
de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contem- se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran
plarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa solidez.
de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se Y entonces, arrastrado por mis propias brava-
practicaron algunas averiguaciones, a las que no tas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba
me costó mucho responder. Incluso hubo una per- en la mano sobre la pared del enladrillado tras de
quisición en la casa; pero, naturalmente, no se des" la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi co-
cubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía razón.
asegurada.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías del archidemonio! Apenas había cesado el eco de
se presentó inesperadamente y procedió a una mis golpes cuando una voz respondió desde dentro
nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al co-
escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve mienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego
inquietud. Los oficiales me pidieron que los acom- creció rápidamente hasta convertirse en un largo,
pañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón agudo y continuo alarido, anormal, como inhu-
sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, baja" mano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad
ron al sótano. Los seguí sin que me temblara un de horror, mitad de triunfo, como solo puede haber
solo músculo, Mi corazón latía tranquilamente brotado en el infierno de la garganta de los conde-
como el de aquel que duerme en la inocencia. Me nados en su agonía y de los demonios exultantes en
paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado la condenación.
22 23
Hablar de lo que pensé en ese momento sería
locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta
la pared opuesta. Por un instante el grupo de hom-
bres en la escalera quedó paralizado por el terror. a "1 ya é (A Y 2110

Luego, una docena de robustos brazos atacaron la


pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy
corrompido y manchado de sangre coagulada, apa" El soberano era un hombre respetado en todo el
reció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre mundo; su sonrisa apacible mostraba que vivía,
su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo efectivamente, a cuerpo de rey; pero en su interior
como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia su alma era pequeña y mezquina como una arve-
cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya jita. Tenía dos hijos: el menor era de su agrado, pero
voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había temía al mayor. Una mañana sonaron los tambores
emparedado al monstruo en la tumba! en el castillo, y el rey partió con sus hijos a caballo,
seguido por una importante escolta. Marcharon por
dos horas hasta llegar al pie de una montaña os-
cura, muy escarpada y casi sin vegetación.
| RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE —¿ Hacia dónde vamos? —preguntó el hijo ma-
LAS PÁGINAS 135-138
—Atravesaremos esa montaña —dijo el rey, y
sonrió para sí.
—Mi padre sabe lo que hace —replicó el hijo me-
nor.

Cabalgaron dos horas más, hasta llegar a ori-


llas de un río negro que era increíblemente pro-
fundo,
—( Adónde vamos? —preguntó el mayor.
—Cruzaremos el río negro —dijo el rey, y ocultó
una sonrisa.
—Mi padre sabe lo que hace —dijo el menor.

24
Luego de cabalgar todo el día, con las últimas —Padre —dijo—, permíteme decirte una palabra
luces del atardecer, llegaron al borde de un lago, al oído: si cuento con tu apoyo y aprobación, ¿no po-
donde se alzaba un castillo. dría ser yo quien se casara con la doncella, puesto
e me parece que es a mí a quien sonríe?
—Ese es nuestro destino —dijo el rey—, es la mo*
rada de un rey que también es sacerdote; en esa —Y yo te digo —ontestó el rey, su padre— la pa-
casa aprenderán cosas muy importantes. ciencia asegura una buena cacería, y guardar silen-
cio es signo de prudencia.
El señor de la casa —que era rey y también sa:
cerdote— los aguardaba en la entrada. Era un hom- Entraron en el castillo y fueron agasajados con
bre de aspecto solemne. A su lado estaba su hija: un festín. La casa era hermosa e imponente y los
tenía la belleza del amanecer, la sonrisa suave y los jóvenes quedaron maravillados. El rey que era sa-
párpados entornados con recato. cerdote estaba sentado en la cabecera de la mesa y
permanecía en silencio, así que los jóvenes mantu-
—Estos son mis dos hijos —dijo el primer rey vieron una actitud reverente. La doncella les servía
—Y esta es mi hija —dijo el rey que era también con su discreta sonrisa, de modo que el corazón de
sacerdote. los jóvenes se colmaba de amor.
Es una doncella muy hermosa y delicada Cuando el mayor se levantó al amanecer, en-
—continuó el primer rey—, y me agrada la manera contró a la doncella hilando, puesto que la joven era
como sonríe... hábil y diligente.
—Tus hijos son gallardos —respondió el se- —Doncella —le dijo—, quiero casarme contigo.
gundo rey—, y me gusta su seriedad. —Debes hablar con mi padre —respondió, mien-
Los dos reyes se miraron y se dijeron: “Puede tras miraba hacia abajo sonriendo, y lucía como una
que esto resulte bien”. rosa.

Entretanto, ambos jóvenes contemplaban a la "Su corazón me pertenece”, se dijo el hijo mayor
doncella. Uno de ellos palideció y el otro se ruborizó, y, cantando, se encaminó hacia el lago,
mientras ella miraba hacia abajo y sonreía. Poco después llegó el hijo menor,
—Esta es la doncella con la que me voy a casar —Doncella —le dijo-, si nuestros padres lo
—dijo el hermano mayor—, pues creo que me ha son: aprueban, mucho desearía casarme contigo.
reído.
—Puedes hablar con mi padre —respondió ella.
Pero el menor tomó al padre del brazo. Miró hacia abajo, sonrió y floreció como una rosa.

26
"Es una joven respetuosa de su padre", se dijo Ya sea que despose o no a tu hija, me permi-
el menor. "Será una esposa obediente”. Y entonces hiro llamarte con ese nombre por amor a tu sabidu-
pensó: "¿Qué debo hacer””. ri, y de inmediato saldré a recorrer el mundo en
husca de esa piedra.
Recordó que el rey, su padre, era sacerdote, así
que se dirigió hacia el templo y sacrificó una coma" Se despidió y se lanzó a cabalgar por los cuatro
dreja y una liebre. vientos.

Rápidamente se propagaron las noticias; los -Creo que yo haré lo mismo, padre, si tengo tu
dos jóvenes y el primer rey fueron convocados ante permiso, pues esa doncella está en mi corazón.
el rey que también era sacerdote, quien los aguar- -Tú vendrás a casa conmigo —respondió el pa-
daba sentado en su trono. dro

—Poco me importan bienes y posesiones —dijo De modo que cabalgaron de regreso a su hogar;
el rey que también era sacerdote—, y poco el poder. ¡| llegar al castillo, el rey guio a su hijo hacia la
Pues nuestra vida transcurre entre las sombras de estancia donde guardaba sus tesoros.
las cosas y el corazón está hastiado del viento. Pero
hay una cosa que amo, y esa es la verdad. Y solo por —He aquí —dijo el rey- la piedra que muestra
una cosa entregaré a mi hija, y esa es la piedra de la verdad, pues no hay otra verdad que la simple
la verdad. Porque al reflejarse en esa piedra, las verdad, y si te miras en ella, te verás tal como eres.
apariencias se esfuman y se ve la esencia del ser, y El hijo menor se miró en ella, y vio su rostro
todo lo demás carece de valor. Por lo tanto, jóvenes, como el de un joven imberbe, y se sintió muy com-
si desean desposar a mi hija, vayan en busca de ese placido, ya que la piedra era también un espejo.
piedra y tráiganmela porque ese es el precio por
—No se trata de algo tan especial que merezc:
ella.
un gran esfuerzo —dijo—, pero si me permite despo-
Padre, permíteme decirte una palabra al oído sar a la doncella, bienvenido sea. ¡Qué tonto es mi
—dijo el menor a su padre—. Creo que podríamos hermano! ¡Sale a recorrer el mundo buscando algo
arreglarnos muy bien sin esa piedra. que está en su propia casé
—Y yo te digo —respondió el padre—: comparto Y así fue como cabalgaron de regreso hacia el
tu idea, pero guardar silencio es lo más prudente castillo y le mostraron el espejo al rey que era sa-
—y le sonrió al rey que también era sacerdote. cerdote. Cuando se hubo mirado en el espejo y se
Pero el hijo mayor se dispuso a partir y se diri" vio a sí mismo como rey y a su castillo y a su trono
vió al rey que era sacerdote con el nombre de “pa: tal como eran, comenzó a bendecir a Dios a viva voz,
y dijo:
dre”:

28
—Ahora sé que no hay otra verdad más que la y resonaban entre sí mientras cabalgaba. Cada
simple verdad, que soy en realidad un rey, aunque tanto se detenía a la vera del sendero, sacaba las
mi corazón me llenaba de dudas. piedras y las ponía a prueba hasta que la cabeza le
giraba como aspas de molino.
Y mandó destruir su templo y construir uno
nuevo, y el hijo menor del primer rey se casó con la ¡Maldito sea este asunto! —exclamó el hijo
doncella. mayor—. ¡No percibo su fin! He aquí la piedra roja,
allá la azul y la verde, todas me parecen excelentes,
Mientras tanto, el hijo mayor recorría el mundo y, sin embargo, una empalidece a la otra. ¡Maldito
en busca de la piedra de la verdad; cada vez que sea el trato! Si no fuera por el rey que es un sacer-
llegaba a un paraje habitado, preguntaba a los lu- dote, y al que he llamado padre, y si no fuera por la
gareños si habían oído hablar de aquella piedra. hermosa doncella del castillo, que endulza mis la-
Y en todas partes le respondían: bios y colma mi corazón, arrojaría todas las piedras
al agua salada, y regresaría a mi hogar para ser un
—No solo hemos oído hablar de ella, sino que
rey como cualquier otro.
somos los únicos, entre todos los hombres, que la
poseemos, y desde siempre cuelga a un lado de Pero él era como el cazador que ha visto un
nuestra chimenea. ciervo en las montañas, y aunque caiga la noche y
se encienda el fuego y las luces brillen en su hogar,
Entonces el hijo mayor sentía gran alegría y ro"
no puede arrancar de su corazón las ansias de po-
gaba que le permitieran verla. Algunas veces se tra"
seer aquel ciervo...
taba de un trozo de espejo, que reflejaba las cosas
tal como se veían, y el joven decía: Y bien, después de muchos años, el hijo mayor
llegó a la orilla del mar; la noche era oscura y el
—No puede ser esta, porque tiene que haber
lugar desolado. Se sentía el clamor de las olas. Por
algo más que la apariencia.
fin divisó una casa y a un hombre sentado a la luz
Otras veces se trataba de un tozo de carbón, de una vela, pues no tenía fuego. El hijo mayor se
que nada reflejaba, y él decía: acercó a él y el hombre le ofreció agua para beber,
ni siquiera pues no tenía pan; y movió la cabeza cuando le ha-
—Es imposible que sea esta, pues
bló, pues carecía de palabras.
muestra las apariencias.
—¿Tienes
na
tú la piedra de la verdad? —preguntó
En más de una ocasión encontró una piedra de
el hijo mayor, y cuando el hombre asintió con la ca-
toque real, de bellos matices, lustrosa y resplande-
beza, exclamó— ¡Debí haberlo imaginado! ¡Tengo
ciente; en tal caso, rogaba que se la dieran, y la
conmigo un saco lleno de piedras! —y rio, aunque su
gente así lo hacía, pues todos los hombres eran ge:
corazón estaba exhausto.
nerosos de aquel obsequio, hasta que, por fin, su
saco estuvo tan lleno de tales piedras que chocaban
o
30 .
El hombre rio también, y con el aliento de su Gracias a Dios —susurró el hijo mayor—, he
risa apagó la vela. mtrado la piedra de la verdad, y ahora puedo
regresar al castillo del rey y de la doncella que en-
—Duerme —le dijo el hombre—, porque creo que
lulza mis labios y colma mi corazón.
has llegado muy lejos, tu búsqueda ha concluido y
mi vela ya no tiene luz. Pero cuando llegó al palacio vio a unos niños
nando delante de la puerta donde el rey lo había
Entonces, por la mañana, el hombre puso un
recibido en los viejos tiempos, y se desvaneció su
simple guijarro entre sus manos. Carecía de belleza
placer, pues dentro de su corazón pensó: "Mis pro-
y de matices. El hijo mayor lo miró con desprecio, pios hijos deberían estar jugando aquí in
meneó la cabeza y se fue, porque aquello le parecía
muy poca cosa. Cuando entró en el castillo su hermano estaba
untado en el trono y la doncella a su lado. Sintió ira,
Cabalgó durante todo el día, tranquilo de
pues dentro de su corazón pensó: "Yo debería estar
mente, y aliviado su deseo de cazar. untado en ese trono, con la doncella a mi lado”.
—¿Y si este pequeño guijarro fuera la piedra de
-¿Quién eres tú? —dijo su hermano—. ¿A qué
la verdad, después de todo? —murmuró para sí; se
his venido a mi castillo?
apeó del caballo y vació su saco a un lado del sen-
dero. Soy tu hermano mayor —le respondió— y he
venido a tomar por esposa a la doncella, he traído
Unas junto a otras, todas las piedras parecían
conmigo la piedra de la verdad.
desprovistas de matices y de fuego, y empalidecían
como las estrellas del amanecer, pero a la luz del Kl hermano menor, rio a carcajadas.
guijarro mantuvieron su belleza, aunque el guijarro -¿Cómo dices? Yo encontré la piedra de la ver-
era, entre todas, la más brillante. dud hace años y me casé con la doncella y los niños
El hijo mayor se golpeó la frente: que viste jugando son nuestros hijos.

—¿Y si esta fuera la verdad? —exclamó—. ¿Qué -Ante estas palabras, el rostro del hermano
todas ellas encierran un poco de verdad? mayor adquirió el tono gris del alba:
Tomó el guijarro y dirigió la luz hacia el cielo y Ruego que hayas obrado con justicia, porque
el cielo abismó su alma; dirigió la luz hacia los ce- percibo que he malgastado mi vida.
rros, y las montañas eran frías y escarpadas, pero ¿Con justicia? —dijo el hermano menor—. No
la vida corría por sus laderas de modo que su propia cs digno de ti, que eres un prófugo y un vagabundo,
vida renació; dirigió la luz hacia el polvo, y lo con- dudar de mi justicia o de la del rey, mi padre, pues
templó con alegría y temor; dirigió la luz hacia sí 108 somos sedentarios y conocidos en toda la co-
mismo, y cayó de rodillas y elevó una oración. marca,

32

de]
po]
—No -dijo el hermano mayor—, posees todo lo
demás, pero ten paciencia también, y permíteme
decirte que el mundo está lleno de piedras de la ver-
dad, y no es fácil saber cuál es la auténtica.
—No me avergiienzo de la mía —dijo el hermano
más joven—. Aquí la tienes, mírate en ella.
Entonces el hermano mayor se miró en el es-
pejo y se asombró de pena, porque ya era un an" Menos rara, aunque sin duda más ejemplar
ciano de cabellos blancos. Se sentó en la sala y lloró. dijo entonces el otro—, es la historia de Mr. Percy
Piu ylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.
—Ah —dijo el hermano más joven—. Fuiste un
tonto; recorriste el mundo buscando lo que se en* Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massa-
contraba en el tesoro de nuestro padre, y regresaste chussets, en donde había pulido su espíritu hasta
como un pobre viejo infeliz al que ladran los perros, el extremo de no tener un centavo, En 1944 aparece
sin mujer y sin hijos. Y yo, que cumplí con mi deber por primera vez en América del Sur, en la región
y fui cauto, estoy aquí, sentado en mi trono, coro" del Amazonas, conviviendo con los indígenas de
nado de virtudes y placeres, y feliz a la luz de mi una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.
hogar. Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto
Creo que tu lengua es cruel —dijo el hermano llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los
mayor, y sacó del bolsillo su simple guijarro y dirigió niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo
su luz sobre su hermano, ¡Ah!, el hombre mentía, su y lo tiraban piedras cuando pasaba con su barba
alma se había encogido hasta el tamaño de una ar- brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no
vejita, y su corazón era una bolsa llena de pequeños ía la humilde condición de Mr. Taylor porque
temores parecidos a escorpiones, y el amor había hubía leído en el primer tomo de las Obras comple-
muerto en su pecho. Entonces el hermano mayor tas de William G. Knight que si no se siente envidia
lanzó un grito, y dirigió la luz hacia la doncella. ¡Oh! de los ricos la pobreza no deshonra.
No era sino una máscara de mujer, y estaba muerta Kin pocas semanas los naturales se acostumbra-
en su interior, y sonreía como hace tictac el reloj, sin ron a él y a su ropa extravagante. Además, como
saber siquiera por qué. tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el
—i¡Qué vamos a hacer! —dijo el hermano ma- presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo
yor—. Veo que existe tanto lo bueno como lo malo. trataban con singular respeto, temerosos de provo-
Espero que les vaya bien en el palacio, Yo iré por el car incidentes internacionales. Tan pobre y mísero
mundo con mi guijarro en el bolsillo. a, que cierto día se internó en la selva en

RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE |

a
cn
LAS PÁGINAS 139-142
busca de hierbas para alimentarse. Había cami" Ilombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía en-
nado cosa de varios metros sin atreverse a volver el lregarse a la contemplación; pero esta vez en se-
rostro, cuando por pura casualidad vio a través de uida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dis-
la maleza dos ojos indígenas que lo observaban de- puso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston,
cididamente. Un largo estremecimiento recorrió la residente en Nueva York, quien desde la más tierna
sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, mfancia había revelado una fuerte inclinación por
intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino sil- lis manifestaciones culturales de los pueblos hispa-
bando como si nada hubiera visto. nodmericanos.

De un salto (que no hay para qué llamar felino) Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió
el nativo se le puso enfrente y exclamó: previa indagación sobre el estado de su impor-
lante salud— que por favor lo complaciera con cinco
—Buy head? Money, money. más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr.
A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Rolston y —no se sabe de qué modo— a vuelta de co-
Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indí- rrco "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos".
gena le ofrecía en venta una cabeza de hombre, cu: Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez.
riosamente reducida, que traía en la mano. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder ser-
virlo", Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el
Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba
envío de veinte, Mr, Taylor, hombre rudo y bar-
en capacidad de comprarla; pero como aparentó no
bado, pero de refinada sensibilidad artística, tuvo
comprender, el indio se sintió terriblemente dismi:
el presentimiento de que el hermano de su madre
nuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pi"
estaba haciendo negocio con ellas.
diéndole disculpas.
Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda
Grande fue el regocijo con que Mr, Taylor regresó
franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una
a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la
inspirada carta cuyos términos resueltamente co-
precaria estera de palma que le servía de lecho, inte"
merciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas
rrumpido tan solo por el zambar de las moscas acalo"
del sensible espíritu de Mr. Taylor.
radas que revoloteaban en torno haciéndose obscena”
mente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite du- De inmediato concertaron una sociedad en la
rante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor que Mr, Taylor se comprometía a obtener y remitir
goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pe- cabezas humanas reducidas en escala industrial,
los de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que
ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradeci- pudiera en su país.
dos por aquella deferencia.

36 37
Los primeros días hubo algunas molestas difi: perdiendo interés y ya solo por excepción adquirían
cultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Tay- una, si presentaba cualquier particularidad que
lor, que en Boston había logrado las mejores notas li salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes
con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se re- prusianos, que perteneciera en vida a un general
veló como político y obtuvo de las autoridades no bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto
sólo el permiso necesario para exportar, sino, ade- lDanfoller, el que a su vez donó, como de rayo, tres
más, una concesión exclusiva por noventa y nueve millones y medio de dólares para impulsar el desen-
años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero volvimiento de aquella manifestación cultural, tan
Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel excitante, de los pueblos hispanoamericanos.
paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la co- Mientras tanto, la tribu había progresado en
munidad, y de que luego, luego estarían todos los tal forma que ya contaba con una veredita alrede-
sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada dor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita
vez que hicieran una pausa en la recolección de ca” paseaban los domingos y el Día de la Independencia
bezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo
mágica él mismo proporcionaría. sus plumas, muy serios riéndose, en las bicicletas
Cuando los miembros de la Cámara, después de
Al
que les había obsequiado la Compañía.
un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se die" Pero
dam
¿qué
. Á
quieren?
; "
No todos los tiempos
$
son
ron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su í .
buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó 2 la
e

amor a la patria y en tres días promulgaron un de- primera escasez de cabezas.


creto exigiendo al pueblo que acelerara la produc-
ción de cabezas reducidas. Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.
Las meras defunciones resultaron ya insufi-
Contados meses más tarde, en el país de Mr.
cientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sin-
Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad
cero, y una noche caliginosa, con la luz apagada,
que todos recordamos. Al principio eran privilegio
después de acariciarle un ratito el pecho como por
de las familias más pudientes; pero la democracia
no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba
es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión
incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a
de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos
los intereses de la Compañía, a lo que ella le con-
maestros de escuela.
testó que no se preocupara, que ya vería cómo todo
Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase iba a salir bien, y que mejor se durmieran.
por un hogar fracasado. Pronto vinieron los colec-
y, con ellos, las contradicciones: poseer Para
dea ye
compensar
» y
esa+ deficiencia
m4 1
administrativa
mi 5
cionistas
fue indispensable tomar medidas heroicas y se es”
diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal
tableció la pena de muerte en forma rigurosa.
gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgari-
zaron tanto que los verdaderos elegantes fueron
38 39
Los juristas se consultaron unos a otros y ele” Con el empuje que alcanzaron otras industrias
varon a la categoría de delito, penado con la horca diarias (la de ataúdes, en primer término, que
o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta rreció con la asistencia técnica de la Compañía) el
más nimia. país entró, como se dice, en un período de gran auge
económico. Este impulso fue particularmente com-
Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser probable en una nueva veredita florida, por la que
hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación paseaban, envueltas en la melancolía de las dora-
banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho das tardes de otoño, las señoras de los diputados,
calor", y posteriormente podía comprobársele, termó" cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que
metro en mano, que en realidad el calor no era para todo estaba bien, cuando algún periodista solícito,
tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pa” desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose
sado ahí mismo por las armas, correspondiendo la ca” cl sombrero.
beza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las
extremidades a los dolientes. Al margen recordaré que uno de estos periodis-
tas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso es-
La legislación sobre las enfermedades ganó in- tornudo que no pudo justificar, fue acusado de ex-
mediata resonancia y fue muy comentada por el tremista y llevado al paredón de fusilamiento. Solo
Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de poten”
después de su abnegado fin los académicos de la
cias amigas. lengua reconocieron que ese periodista era una de
De acuerdo con esa memorable legislación, a los las más grandes cabezas del país; pero una vez re-
enfermos graves se les concedían veinticuatro ho: ducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la
as para poner en orden sus papeles y morirse; pero diferencia.
si en este tiempo tenían suerte y lograban contagiar
¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido
a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como
designado consejero particular del Presidente
parientes fueran contaminados. Las víctimas de en-
Constitucional, Ahora, y como ejemplo de lo que
fermedades leves y los simplemente indispuestos
puede el esfuerzo individual, contaba los miles por
merecían el desprecio de la patria y, en la calle, miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había
cualquiera podía escupirles el rostro. Por primer:
leído en el último tomo de las Obras completas de
vez en la historia fue reconocida la importancia de
William G. Knight que ser millonario no deshonra
los médicos (hubo varios candidatos al premio No-
si no se desprecia a los pobres.
bel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió
en ejemplo del más exaltado patriotismo, no solo en Creo que con esta será la segunda vez que dig:
el orden nacional, sino en el más glorioso, en el con” que no todos los tiempos son buenos.
tinental. Dada la prosperidad del negocio llegó un mo-
mento en que del vecindario solo iban quedando ya

40 41
las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus En la patria de Mr, Taylor, por supuesto, la de-
señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Tay- manda era cada vez mayor. Diariamente aparecían
lor discurrió que el único remedio posible era fo- nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en
mentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamerica-
no? El progreso. nas,

Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desespe-
tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres rado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las
meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus acciones de la Compañía sufrieron un brusco des"
dominios. Luego vino la segunda; después la ter- censo, Mr. Rolston estaba convencido de que su so-
cera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió brino haría algo que lo sacara de aquella situación.
con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más Los embarques, antes diarios, disminuyeron a
esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de
encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra niño, de señoras, de diputados.
Fue el principio del fin. De repente cesaron del todo.
Las vereditas empezaron a languidecer. Solo de Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa,
vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna aturdido aún por la gritería y por el lamentable es-
señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el pectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr.
brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de
haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de
damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y terror) cuando al abrir un paquete del correo se en-
casi desaparecieron del todo los alegres saludos op” contró con la cabecita de Mr, Taylor, que le sonreía
timistas. desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una son-
El fabricante de ataúdes estaba más triste y fú- sa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, per-
nebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran dón, no lo vuelvo a hacer".
de recordar de un grato sueño, de ese sueño form:
dable en que tú te encuentras una bolsa repleta de
monedas de oro y la pones debajo de la almohada y
sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano,
al despertar, la buscas y te hallas con el vacío. RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE
LAS PÁGINAS 143-146
Sin embargo, penosamente, el negocio seguía
sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por
el temor a amanecer exportado.

42 43
Siempre que regreso a Guatemala, voy a visitar
ln avenida Bolívar, con la misma reverencia del que
visita un cementerio. El tránsito avorazado, las ca-
as azules, verdes, coloradas, cuyas puertas se
bren y cierran dejando salir gentes activas y san-
muíneas, solo son como sombras, porque dentro de
mí surgen otras gentes más vivas, más consisten"
les. Me vienen ganas de gritar, pero callado, y si
¡alguna vez yo hubiera llorado, sería delante de fe-
rreterías, tiendas, electrodomésticos, cines, dentis-
tas, depósitos de azúcar, abarroterías, farmacias,
tortillerías, ventas de ropa, impermeables y auto-
buses dolientes.
Antes venía contento. Pero cuando has cum-
lido 35 años y los Estados Unidos solo te han dado
cl privilegio de un salario alto desparramado inme-
diatamente en automóviles de lujo, televisor a colo-
res, la humillación de ser latino, la paranoia de la
migra y la creencia de que la vida es un trabajo
odioso del que urge descansar, entonces regresas a
tu país, haces el inventario de los amigos que ya no
tenés, constatas que también allí sos extranjero y
se te vacian estómago y cerebro. Hay un volcán,
pero ya no es el mismo! es menos verdadero.

45
La primera vez que regresé de Nueva Orleans mujer débil; sentía, en cambio, una ternura que era
fue en el 60, Hicieron una gran fiesta en la casa. Mi casi compasión por la mujercita antigua. Esas va-
hermana Nicolasa me dijo: "Vamos a alquilar ma- caciones, que había pensado pasar junto a mi fami-
rimba". Pasamos la tarde vaciando habitaciones y lia, las invertí, con gran pérdida de dinero, en cor-
amontonando muebles en el último cuarto. Luego, tejar a Aurorita. Yo recuerdo que llegamos a besar-
mientras mi madre, sudorosa, cocinaba los tamales nos. Pero muchas veces, en mis sueños, he besado
en el viejo poyo, nosotros regábamos pino en el piso a Aurorita y su saliva tiene un amargo sabor a ro-
y colgábamos papel de china y vejigas de una pared sas. Así que ahora no puedo distinguir entre el re-
a otra. La fiesta fue igual a todas: sudor, embria- cuerdo de un sueño y el recuerdo de la realidad. Al
guez y deseo circulaban entre las conversaciones final de las vacaciones, nos despedimos arrebata:
enloquecidas de los que alzaban la voz para ser oí: dos, como a tirones, como en las películas habíamos
dos sobre el ruido de la marimba. Parecía todo de visto que se separan los amantes. Yo regresé a los
mentiras! parecía un espacio creado solo para sub" Estados Unidos dispuesto a acumular un capital
sistir mientras durasen la marimba, el ron, la Coca- para casarme con ella,
Cola. Una primera carta de la Nico me dejó sobresal-
Fue en esa fiesta cuando conocí a la joven Au- tado. Me hablaba de "extraños rumores” que co-
rora. Era pequeña, vestía bien, pero fuera de moda rrían en el barrio acerca de Aurorita. Como era evi-
y se peinaba como si los años cuarenta hubieran dente que mi hermana estaba esperando mi autori-
sido definitivos. Me la presentó Nicolasa: "Es la hija zación para soltarme el chisme, le escribí una carta
de la dueña de esta casa", me dijo. Yo vi las moldu- urgida y apremiante, en donde le suplicaba que me
ras de oro de los anteojos, los dientes blancos e in” contara todo, "hasta en los mínimos detalles". La
tachables, la minucia de sus manos, la breve nariz, respuesta, cuyo volumen mostraba cuan feliz era
los ojos miopes. Vi la irresolución, el ansia de estar Nicolasa en contarme esas cosas, con su mucho de-
contenta, la infelicidad mordida a solas. Debo de ser cir no revelaba mayores cosas. En ella, la Nico me
un degenerado, porque esos atributos inocentes me decía que la señora de la tienda de la esquina la ha-
la hicieron deseable. Cuando aceptó que bailáramos bía advertido de que yo debía de tener cuidado "con
y mientras a codazos nos abríamos paso hasta un cesa mosquita muerta”. El carnicero le desvió la con-
claro cerca de la marimba, ella sabía, yo sabía tam- versación, pero la viejita de la panadería le había
bién, que un gran amor se iniciaba. Nunca lo alcan- dicho que Aurorita ya tenía novio. Ese conocimiento
zaríamos. Mientras bailábamos un 6x8, traté de fuc, para mí, el más brutal de todos, porque, si bien
empujar su cuerpo contra el mío. lo que sabría después era abundantemente peor,
ese primer hecho significaba la lejanía de Aurorita,
Al día siguiente, la Nico me interrogó acerca de de sus manos anilladas, de su piel pálida, de su
mis avances con Aurorita. Yo fingí cinismo, la alta: aliento tembloroso.
nería del que siente próximo el sentimiento de una

46 47
En la segunda carta, Nicolasa me contaba que La cuarta carta de mi hermana fue definitiva.
había averiguado algo más: la señorita Aurora no Había corregido y pulido la versión del carnicero a
tenía novio. La historia era más delicada: había te- través de francos diálogos entre ella y los tenderos
nido un amante y por eso había sido desheredada. del barrio. Aunque variaban en la apariencia, todos
Respondí a mi hermana que la estancia en los Es- coincidían en la sustancia: la señorita Aurora había
tados Unidos había modificado mi mentalidad. Re- tenido un hijo con un desconocido; el niño existía,
afirmaba mis intenciones hacia la señorita Aurora escondido en el segundo patio, sin más contacto hu-
y revelaba mi propósito de casarme con ella, en las mano que con el manso perro que siempre se oía
próximas vacaciones. ladrar en el fondo de la casa. Todos fingían ignorar
su existencia; engañaban a la joven Aurora que
La tercera carta de mi hermana estaba aplanada por creía engañarlos.
un estilo policial. Acuciada por mis deseos, comenzó a sol-
tar, en los negocios llenos de gente o en las salas de apaci- Con esto, decidí romper con Aurorita, No le res-
bles sillones de mimbre, la afirmación del probable matri- pondí sus cartas y me dediqué a beber. La siguiente
monio. En medio de rostros inexpresivos, demasiado ocu" vez que regresé a Guatemala, no me fue difícil en-
pados en verificar la exactitud del vuelto, ella sonreía y de contrar al hombre que todos señalaban como el
cía; "tal vez", "es probable". El carnicero mordió el anzuelo. amante de la joven Aurora. Quien nos hubiera oído
Esperó que se vaciara el local y le anunció su formal visita hablar tranquilamente acerca de una mujer que ha-
esa noche, Cuando leí lo que el carnicero dijo, sentí pro" bíamos amado y, luego, perdido, pensaría que éra-
fundo, tuve la sensación de que mis pies realmente exis” mos poco hombres. Tal vez. Pero hay una edad, o
tían, de que mi cerebro era más pequeño que mis cuerdas debe de haberla, en que las pruebas de virilidad pa-
vocales, de que mis ojos giraban en blanco, Según el hom- recen torneos de cansancio, fiestas de toros pare
bre de las sangres, la historia de la señorita Aurora era animales domésticos. Así que una noche, aceptó ir
mucho más compleja. Dijo que revelaba todo eso por mi conmigo a una cantina, a beber y a contar su histo-
bien, por el cariño que le tenía a mi familia desde que ha- ria, de menuda infelicidad, como la mía. Esa noche
bíamos emigrado de Chimaltenango. Yo lo odié esa vez por fui otro; a través de las palabras de aquel hombre
un motivo diferente al que me hace odiarlo ahora. Lo odié viví otras vidas, no la mía. En parte, mi solitaria
porque me puso en vergúenza, porque su historia me hacía mansedumbre se debe a esa conversación.
parecer tonto, cornudo e ingenuo. Yo lo era, en verdad, El hombre que, delante de mí, se miraba y estrujaba
pero dicho por otra persona me hizo infeliz. La joven Au- los dedos como si recitara un rosario, era ya maduro, muy
rora, dijo el carnicero, no era señorita: tenía un hijo, fruto moreno y con los labios gruesos, cubiertos de un bigote
de una relación con un pariente, No me pude conformar. graso y negro. Alguien ponía, obsesivamente, la misma
Le escribí a mi hermana suplicándole que "averiguara la canción en la rockola, La canción salía, girando, del apa-
verdad hasta el fondo". rato y se retorcía entre las mesas, entre los ojos del hom-

48 49
bre lleno de calvicie y presbicia que me tomaba como pre- "¿Qué iba a saber mi tía que al responder afir-
texto para recordar. Yo debía hacer un gran esfuerzo para imtivamente se estaba desgraciando la vida? No
ponerle atención, pues el ruido, su lengua pastosa y mi ce- podía saberlo y menos viéndome llegar, como me
rebro lleno de alcohol eran una masa de grumo sobre lo lo, entre las risas de ella y de mis primas, car-
que yo quería oír. ndo una valija que olía a cuero crudo y un traje
que era elegante en Reu, pero triste en la ciudad.
Puede ser que la memoria me falle; es más pro- Me dieron un cuarto cerca del segundo patio y poc:
bable que la misma atención haya nublado mi inte- confianza. Yo seguía siendo el pariente pobre,
ligencia allí, en el momento preciso de escuchar. Re- mientras ellas se echaban encima, en perfumes y
cuerdo esto: el hombre me dijo cómo se llamaba. Joyas, las ventas del comerciante muerto.
Luego me contó su historia.
Tenía diecisiete años. Mis primas eran apenas
"Nací en la costa", comenzó. "Cerca de Retalhu- menores. Aurora tenía dieciséis; Margot, quince.
leu, hay un pueblo en donde las indias andan des- ¿Cómo iba a pensar en ellas? Yo era estudioso, pero
nudas de la cintura para arriba. Allí nací yo, Es un l:mbién inquieto. Ya hacía pequeños trabajos para
pueblo tan atrasado que todavía ahora el agua la v! partido comunista y viajaba los viernes a la die-
van a traer al río en cubeta, y la luz eléctrica viene cisiete calle, antes de que sacaran de allí a las pu-
a las seis de la tarde y se va a las nueve de la noche tias. Yo enamoraba a otras muchachas, pero con
Yo odiaba ese hoyo en el que había nacido, así que stracción, un poco por feo, otro poco porque me
me apliqué en la escuela, hasta ser el primero de la parecían tontas de boca pintada.
clase. No contento con eso, me fui a Retalhuleu, en
"
donde fui el abanderado del instituto. Usted sabe Sería un roce, una mirada, una equivocación.
que los retaltecos dicen que su ciudad es la capital No me acuerdo, para serle sincero. Lo cierto es que
un día, mientras oíamos las noticias
del mundo. Para mí, ese mundo de déspotas vacu: del radio, mi
nos era el sucedáneo de otro que yo había creado en brazo se quedó junto al de Aurora y se me fue el
mi imaginación y que todavía busco. Para no ha- aliento. La vi que estaba colorada y lo último en que
cerla larga, me gané una beca y me vine a estudiar pensé es que fuera mi prima. Todo fue jugarle las
a la capital. vueltas a la vieja. Sé que le contarán también cosas
de mí con Margot. No las crea.
"Y aquí es donde entra la joven Aurora, que es
como le decían a mi prima hasta después de muerta. "Creamos, en esa casa, un aire caliginoso, como las
Mi tía había enviudado de un comerciante rico de la | gajosidades de las cantinas de la costa en donde se
capital y mi familia no ignoraba que vivía encerrada soban las gentes. Yo no supe que había embarazado a
con dos hijas y un Cadillac en su casa enorme. Mis pa" la Aurora. Solo me acuerdo que mi tía me gritó, me in-
dres le escribieron una carta servil, en donde, en resu- ultó como se debe insultar a un malagradecido, y me
midas cuentas, le pedían que me diera posada. ) en la calle. No me pregunte cómo supe que Aurora

50 51
esperaba un hijo. No me acuerdo. La tía mandó a mis
primas a la Antigua, en vacaciones de nueve meses.
"Recuerdo que un día reuní todas mis fuerzas y
me presenté a mi tía. Ella me escuchó la propuesta
de matrimonio y lo mismo me echó a la calle, entre
insultos y vociferaciones. Ya no volví. Fue un jura"
mento y lo he cumplido. Mi tía ha seguido endure-
cida. Lo que hizo fue infame. Obligó a la joven Au- La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó en
rora a mentir, a seguir fingiéndose señorita. Y lo el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando
peor, lo que yo no les perdono, es haber tenido es- acabó de almorzar ya se decía por todos lados que
condido a ese niño durante tantos años, pudrién- era la jaula más bella del mundo. Tanta gente vino
dose en mi habitación del segundo patio, hablando a verla, que se formó un tumulto frente a la casa, y
solo con el perro". Baltazar tuvo que descolgarla y cerrar la carpinte-
Quién sabe qué otras cosas me dijo. Ahora no
quiero recordarlas, porque he vuelto a la Avenida —Tienes que afeitarte —le dijo Ursula, su mu-
Bolívar y me he parado frente a la casona donde jer—. Pareces un capuchino.
funciona un pequeño comercio. El joven que lo
atiende tiene todos los tics de la mezquindad del pe- —Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo
queño comerciante. Yo entro y lo veo igual a mí y Jaltazar.
siento un asco profundo, como si ese muchacho Tenía una barba de dos semanas, un cabello
fuera una cucaracha repetida: pienso que su cabeza corto, duro y parado como las crines de un mulo, y
estará llena de los días vacíos que pasó aislado en una expresión general de muchacho asustado. Pero
su infancia. Lo veo y mi semilla me repugna. Debía era una expresión falsa. En febrero había cumplido
de ser diferente. ¿Pero qué decirle, si lo único que 30 años, vivía con Úrsula desde hacía cuatro, sin
me recuerda esta cuadra, esta casona llena de olo- casarse y sin tener hijos, y la vida le había dado
res marrones, es a la joven Aurora, blanca, con las muchos motivos para estar alerta, pero ninguno
manos cruzadas sobre el vestido de primera comu" para estar asustado. Ni siquiera sabía que, para al-
nión, después de que la encontraron flotando en la gunas personas, la jaula que acababa de hacer era
tina, donde se bañaba con esencia de rosas, en un la más bella del mundo. Para él, acostumbrado a
agua tibia cuyo vapor empañaba los espejos, los hacer jaulas desde niño, aquél había sido apenas un
frascos de medicina, los potes de cosméticos, los ojos trabajo más arduo que los otros.
pequeños y cerreros de la madre que murmuraba:
"Así debía de ser, perra, así gn

RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE


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LAS PÁGINAS 147-150
—Entonces repósate un rato —dijo la mujer—. ¡cabó de vestirse, Baltazar abrió la puerta del patio
Jon esa barba no puedes presentarte en ninguna para refrescar la casa, y un grupo de niños entró en
parte. wl comedor,

Mientras reposaba tuvo que abandonar la ha" La noticia se había extendido. El doctor Octavio
maca varias veces para mostrar la jaula a los veci- (jiraldo, un médico viejo, contento de la vida, pero
nos. Úrsula no le había prestado atención hasta en- ¡nsado de la profesión, pensaba en la jaula de Bal-
tonces. Estaba disgustada porque su marido había lizar mientras almorzaba con su esposa inválida.
descuidado el trabajo de la carpintería para dedi- 2 terraza interior donde ponían la mesa en los
carse por entero a la jaula, y durante dos semanas dias de calor, había muchas macetas con flores y
había dormido mal, dando tumbos y hablando dis" dos jaulas con canarios.
parates, y no había vuelto a pensar en afeitarse. A su esposa le gustaban los pájaros, y le gusta-
Pero el disgusto se disipó ante la jaula terminada. bin tanto que odiaba a los gatos porque eran capa-
Cuando Baltazar despertó de la siesta, ella le había cus de comérselos. Pensando en ella, el doctor Gi-
planchado los pantalones y una camisa, los había raldo fue esa tarde a visitar a un enfermo, y al re-
puesto en un asiento junto a la hamaca, y había lle” preso pasó por la casa de Baltazar a conocer la
vado la jaula a la mesa del comedor. La contem-
plaba en silencio.
Había mucha gente en el comedor. Puesta en
—¿Cuánto vas a cobrar? —preguntó. xhibición sobre la mesa, la enorme cúpula de
—No sé —contestó Baltazar—. Voy a pedir alambre con tres pisos interiores, con pasadizos y
treinta pesos para ver si me dan veinte. compartimientos especiales para comer y dormir, y
lrapecios en el espacio reservado al recreo de los pá-
—Pide cincuenta —dijo Ursula—. Te has trasno-
laros, parecía el modelo reducido de una gigantesca
chado mucho en estos quince días. Además, es bien fábrica de hielo. El médico la examinó cuidadosa-
grande. Creo que es la jaula más grande que he mente, sin tocarla, pensando que en efecto aquella
visto en mi vida. jaula era superior a su propio prestigio, y mucho
Baltazar empezó a afeitarse. más bella de lo que había soñado jamás para su mu-
Jor,
—¿Crees que me darán los cincuenta pesos?
—Esto es una aventura de la imaginación —dijo.
—Eso no es nada para don Chepe Montiel, y la
lbuscó a Baltazar en el grupo, y agregó, fijos en él
jaula los vale —dijo Ursula—. Debías pedir sesenta.
sus ojos maternales— Hubieras sido un extraordi-
La casa yacía en una penumbra sofocante. Era nario arquitecto,
la primera semana de abril y el calor parecía menos
Baltazar se ruborizó.
soportable por el pito de las chicharras. Cuando

54

Qi
ao
—Gracias —dijo. —Sirve hasta para un loro —intervino uno de
los NIÑOS.
is verdad —dijo el médico. Tenía una gordura
lisa y tierna como la de una mujer que fue hermosa -Así es —dijo Baltazar.
en su juventud, y unas manos delicadas. Su voz pa” E] médico movió la cabeza.
recía la de un cura hablando en latín—. Ni siquiera
será necesario ponerle pájaros —dijo, haciendo girar —Bueno, pero no te dio el modelo —dijo—, No te
la jaula frente a los ojos del público, como si la es” hizo ningún encargo preciso, aparte de que fuera
tuviera vendiendo—. Bastará con colgarla entre los una jaula grande para turpiales. ¿No es así?
árboles para que cante sola. —Volvió a ponerla en la Así es —dijo Baltazar.
mesa, pensó un momento, mirando la jaula, y dijo:
—Entonces no hay problema —dijo el médico-.
—Bueno, pues me la llevo. (na cosa es una jaula grande para turpiales y otre
—Está vendida —dijo Ursula. cosa es esta jaula. No hay pruebas de que sea esta
la que te mandaron hacer.
—Es del hijo de don Chepe Montiel —dijo Balta"
zar—. La mandó a hacer expresamente. —Es esta misma —dijo Baltazar, ofuscado—. Por
) la hice.
El médico asumió una actitud respetable.
El médico hizo un gesto de impaciencia.
— (Te dio el modelo?
—Podrías hacer otra —dijo Ursula, mirando a
—No -—dijo Baltazar—. Dijo que quería una jaula u marido. Y después, hacia el médico—: Usted no
grande, como esa, para una pareja de turpiales. tiene apuro,
El médico miró la jaula. —Se la prometí a mi mujer para esta tarde
—Pero esta no es para turpiales. dijo el médico.

—Claro que sí, doctor —dijo Baltazar, acercán- —Lo siento mucho, doctor —dijo Baltazar—, pero
dose a la mesa. Los niños lo rodearon—. Las medi- no se puede vender una cosa que ya está vendida.
das están bien calculadas —dijo, señalando con el El médico se encogió de hombros. Secándose el
índice los diferentes compartimientos. Luego gol: sudor del cuello con un pañuelo, contempló la jaula
peó la cúpula con los nudillos, y la jaula se llenó de en silencio, sin mover la mirada de un mismo punto
acordes profundos. ndefinido, como se mira un barco que se va.
—Es el alambre más resistente que se puede —¿Cuánto te dieron por ella?
encontrar, y cada juntura está soldada por dentro y
por fuera —dijo. Baltazar buscó a Ursula sin responder.
—Sesenta pesos —dijo ella.
56 57
El médico siguió mirando la jaula. daltazar no era un extraño en la casa de José
Montiel. En distintas ocasiones, por su eficacia y
—Es muy bonita —suspiró—. Sumamente bo-
uen cumplimiento, había sido llamado para hacer
nita. rabajos de carpintería menor. Pero nunca se sintió
Luego, moviéndose hacia la puerta, empezó a bien entre loa ricos. Solía pensar en ellos, en sus
abanicarse con energía, sonriente, y el recuerdo de eres feas y conflictivas, en sus tremendas ope”
aquel episodio desapareció para siempre de su me" aciones quirúrgicas, y experimentaba siempre un
moria. :entimiento de piedad, Cuando entraba en sus ca-
sas no podía moverse sin arrastrar los pies.
—Montiel es muy rico —dijo.
—¿Está Pepe? —preguntó.
En verdad, José Montiel no era tan rico como
parecía, pero había sido capaz de todo por llegar a Había puesto la jaula en la mesa del comedor.
serlo. A pocas cuadras de allí, en una casa atibo-
—Está en la escuela —dijo la mujer de José
rrada de arneses donde nunca se había sentido un
Montiel-. Pero ya no debe demorar —Y agregó—
olor que no se pudiera vender, permanecía indife-
Montiel se está bañando.
rente a la novedad de la jaula. Su esposa, torturada
por la obsesión de la muerte, cerró puertas y venta- En realidad, José Montiel no había tenido
nas después del almuerzo y yació dos horas con los tiempo de bañarse. Se estaba dando una urgente
ojos abiertos en la penumbra del cuarto, mientras fricción de alcohol alcanforado para salir a ver lo
José Montiel hacía la siesta. Así la sorprendió un que pasaba. Era un hombre tan prevenido, que dor-
alboroto de muchas voces. Entonces abrió la puerta mía sin ventilador eléctrico para vigilar durante el
de la sala y vio un tumulto frente a la casa, y a Bal- sueño los rumores de la casa.
tazar con la jaula en medio del tumulto, vestido de —Ven a ver qué cosa tan maravillosa —gritó su
blanco y acabado de afeitar, con esa expresión de mujer. José Montiel —<orpulento y peludo, la toalla
decoroso candor con que los pobres llegan a la casa colgada en la nuca— se asomó por la ventana del
de los ricos. dormitorio.
—Qué cosa tan maravillosa —exclamó la esposa —¿Qué es eso?
de José Montiel, con una expresión radiante, con:
duciendo a Baltazar hacia el interior—. No había —La jaula de Pepe —dijo Baltazar.
visto nada igual en mi vida —dijo, y agregó, indignada La mujer lo miró perpleja.
con la multitud que se agolpara en la puerta— Pero
—¿De quién?
llévesela para adentro que nos van a convertir la
sala en una gallera. —De Pepe —confirmó Baltazar. Y después diri-
riéndose a José Montiel Pepe me la mandó a ha-

58
Nada ocurrió en aquel instante, pero Baltazar ¡la en la mano. Entonces emitió un sonido gutu-
se sintió como si le hubieran abierto la puerta del como el ronquido de un perro, y se lanzó al suelo
baño. José Montiel salió en calzoncillos del dormi- lindo gritos.
torio. José Montiel lo miraba impasible, mientras la
—Pepe —gritó. madre trataba de apaciguarlo.

—No ha llegado “murmuró su esposa, inmóvil. —No lo levantes —dijo—. Déjalo que se rompa la
enbeza contra el suelo y después le echas sal y limón
Pepe apareció en el vano de la puerta. Tenía para que rabie con gusto.
unos doce años y las mismas pestañas rizadas y el
quieto patetismo de su madre. El niño chillaba sin lágrimas, mientras su ma-
dre lo sostenía por las muñecas.
—Ven acá-le dijo José Montiel-. ¿Tú mandaste
a hacer esto? —Déjalo —insistió José Montiel.

El niño bajó la cabeza. Agarrándolo por el cabe" Baltazar observó al niño como hubiera obser-
llo, José Montiel lo obligó a mirarlo a los ojos. vado la agonía de un animal contagioso. Eran casi
las cuatro.
—Contesta.
A esa hora, en su casa, Ursula cantaba una can"
El niño se mordió los labios sin responder. ción muy antigua, mientras cortaba rebanadas de
—Montiel —susurró la esposa. José Montiel ( cbolla.

soltó al niño y se volvió hacia Baltasar con una ex —Pepe —dijo Baltazar.
presión exaltada.
Se acercó al niño, sonriendo, y le tendió la jaula.
Lo siento mucho, Baltazar —dijo—-. Pero has Ki niño se incorporó de un salto, abrazó la jaula,
debido consultarlo conmigo antes de proceder. Solo que era casi tan grande como él, y se quedó mirando
a ti se te ocurre contratar con un menor. —A medida a Baltasar a través del tejido metálico, sin saber
que hablaba, su rostro fue recobrando la serenidad. qué decir. No había derramado una lágrima.
Levantó la jaula sin mirarla y se la dio a Baltazar—.
Llévatela en seguida y trata de vendérsela a quien —Baltazar —dijo Montiel, suavemente—. Ya te
puedas —dijo—. Sobre todo, te ruego que no me dis" e que te la lleves.
cutas. —Le dio una palmadita en la espalda, y ex- —Devuélvela —ordenó la mujer al niño.
plicó—: El médico me ha prohibido coger rabia.
—Quédate con ella —dijo Baltazar. Y luego, a
El niño había permanecido inmóvil, sin parpa José Montiel— Al fin y al cabo, para eso la hice.
dear, hasta que Baltazar lo miró perplejo con la
José Montiel lo persiguió hasta la sala.

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—No seas tonto, Baltazar —decía, cerrándole el Le ofrecieron una cerveza, y Baltazar corres"
paso—. Llévate tu trasto para la casa y no hagas más pondió con una tanda para todos. Como era la pri-
tonterías. No pienso pagarte ni un centavo. mera vez que bebía, al anochecer estaba completa-
mente borracho, y hablaba de un fabuloso proyecto
—No importa —dijo Baltazar—. La hice expresa" de mil jaulas de a sesenta pesos, y después de un
mente para regalársela a Pepe. No pensaba cobrar millón de jaulas hasta completar sesenta millones
nada. de pesos.
Cuando Baltazar se abrió paso a través de los —Hay que hacer muchas cosas para vendérse-
curiosos que bloqueaban la puerta, José Montiel is a los ricos antes que se mueran —decía, ciego de
daba gritos en el centro de la gala. Cataba muy pá- la borrachera—. Todos están enfermos y se van a
lido y sus ojos empezaban a enrojecer. morir, Cómo estarán de jodidos que ya ni siquiera
—Estúpido —gritaba—. Llévate tu cacharro. Lo ¡eden coger rabia.
último que faltaba es que un cualquiera venga a dar Durante dos horas el tocadiscos automático es”
órdenes en mi casa. ¡Carajo! tuvo por su cuenta tocando sin parar. Todos brin-
En el salón de billar recibieron a Baltasar con daron por la salud de Baltazar, por su suerte y su
una ovación. Hasta ese momento, pensaba que ha- fortuna, y por la muerte de los ricos, pero a la hora
bía hecho una jaula mejor que las otras, que había de la comida lo dejaron solo en el salón.
tenido que regalársela al hijo de José Montiel para Úrsula lo había esperado hasta las ocho, con un
que no siguiera llorando, y que ninguna de esas co” plato de carne frita cubierto de rebanadas de cebo-
sas tenía nada de particular. lla. Alguien le dijo que su marido estaba en el salón
Pero luego se dio cuenta de que todo eso tenía de billar, loco de felicidad, brindando cerveza a todo
una cierta importancia para muchas personas, y se el mundo, pero no lo creyó porque Baltazar no se
sintió un poco excitado, había emborrachado jamás. Cuando se acostó, casi
a la medianoche, Baltasar estaba en un salón ilu-
—De manera que te dieron cincuenta pesos por
minado, donde había mesitas de cuatro puestos con
la jaula.
sillas alrededor, y una pista de baile al aire libre,
—Sesenta —dijo Baltazar. por donde se paseaban los alcaravanes. Tenía la
cara embadurnada de colorete, y como no podía dar
—Hay que hacer una raya en el cielo —dijo al:
un paso más, pensaba que quería acostarse con dos
guien—. Eres el único que ha logrado sacarle ese
mujeres en la misma cama. Había gastado tanto,
montón de plata a don Chepe Montiel. Esto hay que
que tuvo que dejar el reloj como garantía, con el
celebrarlo.
compromiso de pagar al día siguiente. Un momento
después, despatarrado por la calle, se dio cuenta de
que le estaban quitando los zapatos, pero no quiso
63
abandonar el sueño más feliz de su vida. Las muje"
res que pasaron para la misa de cinco no se atrevie-
ron a mirarlo, creyendo que estaba muerto.

RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE


LAS PÁGINAS 151-154

Se trata de una carta que ocupa once hojas de


se que llaman holandesa, ilegible en alguna
de sus partes debido a la humedad del sótano
donde, al no haber sido enviada en su día, ha per-
manecido durante muchos años. La primera hoja,
que es la que ha estado en contacto directo con el
suelo, se encuentra particularmente deteriorada, y
tiene tantas manchas que apenas si es posible en-
tender algo de lo que el canónigo decía en ese co-
mienzo, El resto, con la salvedad hecha de alguna
que otra línea de las de arríba, se halla en muy
buen estado de conservación.

Aunque la carta no lleva fecha, podemos supo”


ner que fue escrita en mil novecientos tres, ya que
al final de ella, en la despedida que precede a la
firma, su autor declara llevar tres años en Obaba;
y todo parece indicar —así lo afirma al menos el clé-
rigo que ahora ocupa su puesto— que fue a princi-
pios de siglo cuando Camilo Lizardi se hizo cargo de
la rectoría del lugar.

Debió de ser un hombre culto, tal como lo de-


muestra su elegante grafía, muy barroca, y la
65
forma, perifrástica, llena de símiles y citas, con que viviendo que casi no cabe en ninguna metáfora.
aborda el delicado asunto que le llevó a coger la Pues dicen los discípulos de Laplace que nuestro
pluma. Lo más probable es que se tratara de un dis" universo nació de la destrucción de una muy ex-
cípulo de Loyola que, abandonando su orden, se ha- tensa bola o núcleo que vagaba por el espacio, y
bía decidido por la clerecía común. que vagaba, además, solitaria, sín otra compa-
ñía que la del Creador que lo construyó todo y
En cuanto al destinatario, fue sin duda un an-
está en el origen de todas las cosas; y que de esa
tiguo amigo o familiar suyo, aun cuando no nos sea
destrucción provienen así las estrellas como los
posible, por el citado mal estado de la primera hoja,
planetas y los asteroides, trozos de una misma
conocer su nombre y circunstancias. No obstante,
materia expulsados de aquella su primera casa
parece lícito suponer que se trataba de una persona y abocados desde entonces al alejamiento y a la
con gran autoridad eclesiástica, capaz de actuar
separación.
como maestro y guía incluso en una situación tan
difícil como la que, de creer los hechos narrados en Los que, como yo, hemos avanzado en Ía
la carta, se dio por aquella época en Obaba. No hay edad lo suficiente como para poder divisar ya
que olvidar, además, que Lizardi se dirige a él con la oscura frontera de la que nos había Solino,
ánimo de confesión, y que su tono es siempre el de quedamos abatidos al leer esa descripción que
un hombre acorralado que necesita el consuelo, algo con tanta frialdad nos ofrece la ciencia. Pues no
triste, de un superior. vemos, al mirar atrás, aquel mundo que en un
tiempo nos acogía por entero, tal como acoge el
En la primera hoja, según lo poco que es posible manto al niño recién nacido. Aquel mundo ya
leer al final de ella, Lizardi habla de la pesadumbre no está con nosotros, y nos faltan, por ello, todas
que le embarga en ese momento, y declara sentirse las queridas personas que nos ayudaron a dar
incapaz de soportar la prueba. En su poquedad, es" los prímeros pasos. Al menos a mí me faltan:
tas palabras nos ayudan a situar la historia que el hace quínce años murió mi madre; hace dos, la
canónigo desarrolla en las diez hojas siguientes, e hermana que vivía conmigo. Nada sé, por otra
impiden que malinterpretemos las muchas vueltas parte, de mí único hermano, el cual marchó a
y circunloquios de su estilo. Veamos, ahora, cuáles ultramar siendo todavía adolescente. Y tú
pudieron ser las características de esa prueba a la mismo, querido amigo, estás lejos; en esta época
que se refiere en el comienzo mismo de la carta. en que tanto te necesito, estás lejos.
Dice así Lizardi en la segunda hoja, en texto que
Siguen a este pasaje unas líneas borrosas que,
transcribo sin añadir ni quitar nada:
por lo que he podido descifrar, aluden al salmo en
.. pero déjame antes, querido amigo, hablar que los hebreos desterrados a Sión se quejan de su
una pizca acerca de los astros, pues encuentro suerte. Luego, ya en la tercera hoja, el canónigo
que es en los libros de astronomía donde mejor completa su larga introducción y entra de lleno en
se describe este errar diario, este misterio de ir el tema central de la carta:
66 67
... porque, tú lo sabes tan bien como yo, la intemperie, escondidos en un campo de maíz...
vida nos golpea con esa misma tenacidad y pero, como te refíero, el caso de Javier no era de
fuerza que emplea el mar para destruir la roca. esta indole.
Pero me estoy desviando del camíno, y ya te veo Llegado a este punto, debo decirte que Ja-
impaciente y preguntándote qué es lo que me su- vier era de padres desconocidos; o para expre-
cede, a qué se deben estas quejas y estos prolegó- sarlo con las mismas burlonas palabras con que
menos míos. Pues recuerdo muy bien cuan ín- aquí tantas veces lo calificaron, un hijo de las
quieto y apasionado eras, y lo muy poco que te zarzas. Vivía, por esa razón, en la hostería de
gustaban las dilaciones. Mas acuérdate tú de la Obaba, donde le vestían y le daban de comer a
querencia que yo tenía por la retórica, y perdó- cambio de los duros de plata que —vox populí
name: ahora mismo paso a explicar los sucesos dixit— sus verdaderos progenitores hacían (le-
que han motivado esta carta. Espero de todo co- gar a los dueños.
razón que me escuches con buen ánimo, y que
tengas presente, mientras tanto, aquel lamento No es mí intento, en esta carta, aclarar el
del Eclesiastés: ¡Vae soli! Sí, es muy amarga la misterio de las continuas huidas del pobre mu-
suerte del hombre que está solo, y aún más chacho, pero tengo por seguro que el comporta-
amarga la del que, además, y al igual que los miento de Javier obedecía almismo instinto que
últimos mosquitos del verano, se ve incapaz de hace a un perro moribundo escapar de sus amos
levantarse y vive trastabillando. Pero no sigo y correr hacía los ventisqueros; pues, siendo del
con mis males; vuelvo mi atención hacía los he- mismo orígen que los lobos, allí es donde se en-
chos que he prometido contar. cuentra con sus verdaderos hermanos, con su
mejor familia. Del mismo modo, y según mi con-
Ahora hace nueve meses, en enero, un mu- sideración, Javier se marchaba al bosque en
chacho de once años desapareció en los bosques busca del amor que sus cuidadores no le ofrecían
de Obaba; para siempre, según ahora sabemos. en casa, y más de una razón hay para creer que
Af principio, nadie se inquietó por su falta, ya era entonces cuando, caminando solitario entre
que Javier —pues éste era el nombre que llevaba árboles y helechos, se sentía bienaventurado.
el muchacho, el de nuestro mártir más que-
rido— tenía esa costumbre: la de huir de casa y Las ausencias de Javier a casi nadie [lama-
permanecer en el bosque durante días. Era, en ban, a casí nadie hacían suspirar o padecer; ni
ese sentido, especial, y nada tenían que ver sus siquiera a sus cuidadores, los cuales —con esa
huidas con las rabietas que empujan a todo mu- maldad que casi siempre acompaña a la falta de
chacho a hacer de vez en cuando lo mismo; como lecturas— se desentendían de él afirmando que
aquella vez que tú y yo, en protesta de un cas- ya regresaría cuando tuviera hambre. En ver-
tigo escolar injusto, nos escapamos de la vigilan- dad, solamente yo y otro le buscábamos, siendo
cia de nuestros padres y pasamos la noche a la
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ese otro Matías, un anciano que, por ser nacido he hecho por limpiarla no han dado gran resultado.
fuera de Obaba, vivía también en la hostería. l)nicamente he podido salvar un par de líneas.
De todos modos, no sucedió así la última Leyéndolas, se tiene la impresión de que el ca-
vez, pues tanto empeño puse en que lo buscaran nónigo Lizardi abandona el relato y recae en las
que una cuadrilla entera de hombres se decidió Iristes reflexiones del comienzo. Eso deduzco yo, al
a ello. Pero, tal como te he referido antes, el po- menos, de la presencia en ellas de una palabra
bre Javier no aparece, y ya va para nueve me- como santateresa, nombre vulgar de la mantis reli-
ses. No hay, pues, esperanza. losa? un insecto que, según la guía de campo que
Piensa ahora, querido amigo, en el tierno co- he consultado, resulta excepcional en todo el reino
razón de los niños, y en la inocencia con que, por de la naturaleza por cómo se ensaña con sus víeti-
ser ellos tan queridos de Dios, actúan siempre. mas. Las devora lentamente y procurando que no
Pues de esta naturaleza son también los que te- mueran enseguida; como si su verdadera necesidad
nemos en Obaba, y da alegría verlos siempre fuera la tortura, y no el alímento, comenta el autor
juntos y siempre corriendo; corriendo alrededor de la guía.
de la iglesia, además, ya que tienen el convencí ¿Compararía Lizardi el comportamiento del in-
miento de que, una vez dadas once vueltas alre- secto con el que la vida había mostrado con el mu-
dedor de ella, la gárgola de la torre romperá a chacho? Personalmente, creo que sí. Pero dejemos
cantar. Y cuando ven que a pesar de todo no estas elucubraciones; vayamos con lo que real-
canta, pues entonces ellos, sín perder la ifusión,
mente escribió Lizardi en la parte legible de la
atribuyen el fracaso a un error de cuentas, 0 a
cuarta hoja.
lo rápido o a lo lento que se han movido, y por-
fían en su empresa. ... pero no pienses, querido amigo, que por
mi parte hubiera renuncia o dejación. Lo visi-
Sín embargo, Javier nunca los acompañaba.
taba con frecuencia, y siempre con una palabra
Ni en esa hora ní en ninguna otra. Vivía al lado
amable en los labios. Mas todo era inútil.
de ellos, pero apartado. Quizá los rehuyera por
su carácter, demasiado serio y silencioso para En esas consideraciones me enredaba
su edad; quizá, también, por el temor de ser bur- cuando a principios de febrero, un mes después
lado, ya que una mancha violácea le cogía me- de que Javier huyera, un jabalí completamente
día cara y lo afeaba mucho. Fuera como fuese, blanco apareció en la calle mayor de Obaba.
la conclusión... Para gran admiración de quienes lo contempla-
ban, no retrocedió ante la presencia de gente,
Ahí termina la tercera hoja. La cuarta y si" sino que correteó por delante de ellas de tal ma-
suiente se halla, desgraciadamente, muy enmohe- nera, con tal sosiego y mansedumbre, que más
cida por la parte superior, y todos los esfuerzos que parecía una criatura angélica que una fiera. Se

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detuvo luego en la plaza, y allí permaneció Al ser el jabalí de color blanco, y por lo
quieto durante un rato, mirando hacia un tanto muy extraño, los cazadores estaban muy
grupo de niños que jugaban con los restos de la excitados; lo imaginaban ya como trofeo. Mas
nieve caída durante la noche... no hubo tal, al menos aquel día. Volvieron de
La quinta hoja también está dañada por la vacío y, desfallecidos de cansancio como esta-
parte superior, pero no tanto como la que acabo de ban, acabaron todos en la hostería, bebiendo y
transcribir. La parte humedecida sólo afecta a las riendo, y prometiéndoselas muy felices para el
tres primeras líneas. A continuación, dice lo si- día siguiente. Y fue entonces mismo, aquel pri-
guiente: mer día de cacería, cuando Matías se enfrentó
a ellos hoscamente, y con estas palabras:
... Pero ya sabes cómo es nuestra gente. No
siente amor por los animales, ni siquiera por —N0 hacéis bien. Él ha venido sin ánimo de
aquellos muy jóvenes y pequeños que, siendo fía- hacer daño, y en cambio vosotros le habéis recí-
cos para defenderse, deberían ser objeto de sus bido a tíros. Mejor será que os atengáís a las con-
cuidados. Recuerdo ad [item que, al poco de (le- secuencias.
gar yo a Obaba, un pájaro de colores muy vivos Como bien recordarás por lo mencionado al
víno a posarse en el campanario de nuestra igle- comienzo de esta carta, Matías era el anciano
sía, y que yo lo miraba y me regocíijaba pen- que más quería al muchacho; y tanta pena tenía
sando que era el mismo Padre quien, por su in- por su desaparición que muchos temían que se
finita bondad, me envíaba aquella bellísima trastornara. Y allí en la hostería, oyendo esas
críatura suya como señal de bienvenida; y he sus palabras y las que luego salieron de su boca,
aquí que llegan tres hombres con sus escopetas nadie dudó de que así había sucedido en efecto.
de pistón al hombro... el pobre pájaro quedó des- Pues, según su consideración, el jabalí blanco no
trozado antes de que yo tuviera tiempo de acer- era otro que nuestro muchacho, no era otro que
carme a ellos. Así de seco es el corazón de nues- Javier, quien había mudado de naturaleza a
tra gente, en nada se parecen al buen Francisco. causa de la triste vida que llevaba como per-
Pues de esa misma manera actuaron con el sona. Y, al parecer, argumentó su juicio de la
jabalí blanco. Así de las ventanas como, los más siguiente manera:
atrevidos, de la misma plaza, comenzaron a dís- ¿Acaso no habéis visto cómo se ha que-
pararle, y tanta fue la bulla que armaron que dado en la plaza, mirando a los niños que juga-
me espanté y salí corriendo de la iglesia, donde ban con la nieve? ¿Y acaso no hacía Javier lo
en ese momento estaba. Sin embargo, no consí- mismo? ¿Y no tenía este jabalí, igual que Javier,
guieron otra cosa que herir al animal, y este, en una mancha violácea alrededor del hocico?
medio de fuertes chillidos, escapó al bosque.

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Por lo que cuentan los que en ese momento Yo no debería decir que el animal actuó con
estaban presentes, a este razonamiento del an- voluntad criminal, pues sé que no es lícito atrí-
cíano siguió una gran discusión, y ello porque buir a los animales las potencias que única-
algunos cazadores negaban que el jabalí tuviera mente corresponden al hombre. Y, sin embargo,
mancha, en tanto que otros lo afirmaban apa- estoy tentado de hacerlo. De lo contrario, ¿cómo
sionadamente. Y díme, querido amigo, si puede explicar su empeño en entrar a la casa? ¿Cómo
fingirse mayor desatino, dime qué clase de per- explicar los destrozos que luego, al ver que no
sona es la que, sin poner objeción alguna a la podía romper la puerta, hizo entre la ha-
mudanza, y creyendo, por lo tanto, que era Ja- cienda?... porque has de saber que, antes de per-
vier quien se escondía bajo la áspera piel del ja- derse en el bosque, el jabalí acabó con la vida de
baíí, se siente ofendida y discute por el accesorio un caballo y de un buey que los de la casa guar-
detalle de la mancha. Mas, como bien conoces, daban en un cobertizo. Pero no soy soberbio, y
la superstición no ha desaparecido de los lugares sé que sólo nuestro Padre conoce las verdaderas
como Obaba, y, al igual que las estrellas conser- razones de aquel comportamiento.
van su brillo aun mucho tiempo después de
Después de lo sucedido, los ánimos de los ca-
muertas, las viejas creencias...
zadores se soliviantaron, y fueron muchos [los
Las diez primeras líneas de la sexta hoja están que, habiendo permanecido pacíficos hasta en-
borradas del todo, y nada podemos saber de lo que tonces, decidieron unirse a las partidas que ya
ocurrió durante los días que siguieron a la apari- había. Y, como siempre, el anciano Matías fue
ción del jabalí. Sí podemos saber, en cambio, lo ocu” la voz de la discordia. Salía a los caminos y su-
rrido posteriormente, ya que toda la parte que va plicaba a los que marchaban hacía el bosque:
desde la mitad de la sexta hasta el final de la sép- en paz al jabalt! ¡Así sólo conseguí-
— ¡Dejad
tima se halla en perfecto estado de conservación. réis que se enfurezca con vosotros! ¡Javier os re-
... pero una noche el jabalí volvió a bajar a conocerá!
Obaba, y, deslizándose entre las sombras, se en-
Los cazadores le respondían con violencia,
caminó hacía una casa que se levanta, solitaria, sín reparar en que se trataba de un anciano
a unos quinientos metros de la plaza. Una vez que, además, hablaba desde su trastorno, y
frente a ella, comenzó a golpear la puerta y a luego seguían camino. Mas no debes ser severo
mordería, con una furía Laly con tales bufidos al juzgar su mala educación y su poca tem-
que a los habitantes que dormían tras de ella se planza. Estaban, como te he dicho, muy fuera de
les fue la voz que necesitaban para pedir auxi- sí, porque temían que el jabalí porfíara en hacer
lio; tanto era el miedo que les embargaba. daño a sus haciendas, que son generalmente
muy pobres; tan pobres que apenas consiguen de

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ellas lo suficiente para comer y vestir. Pero tam- pequeño criado, y no supe responder a mis pro-
bién Matías tenía sus razones: pías preguntas. Quizás haya sido torpe; quizá
fuera, el hilo que iba de Javier al jabalí, más di-
—¡Javier no tiene nada contra vosotros! ¡So-
fícil de desentrañar que el que ataba la vida del
lamente ataca a los que antes le hacían daño!
padre al huevo de la paloma.
Por desgracia para todos, lo que decía el an-
De todos modos, los acontecimientos se en-
cíano no era puramente locura, pues la familia con tanta prontitud que apenas
cadenaron
atacada por el jabalí es la menos cristiana de hubo tiempo para la reflexión. Porque sucedió
Obaba, siendo sus miembros, desde hace varías que, al tercer día de cacería, el jabalí persiguió
generaciones, muy dados a la crueldad; lo cual e hirió a uno de los cazadores rezagados de la
quedó muy demostrado en la última guerra. Y,
partida.
muchas veces, estando borrachos en la hostería,
habían empleado esa su crueldad con Javier, La carta sigue en la octava hoja, que, por haber
burlándose de éle incluso golpeándole; porque la estado colocada en sentido inverso a las demás, con-
maldad siempre se ensaña con el más débil serva bien la parte superior. No así la inferior, en
Pero, ¿existía alguna relación entre los dos he- la que aproximadamente ocho líneas resultan ilegi-
chos? ¿Debía desechar por entero lo que decía el bles.
ancíano?; ésas eran las preguntas que me hacía
Según consideraron los que le acompaña-
y que me atormentaban.
ban, eljabalí blanco volvió a actuar con pruden-
Hay un cuento, que las madres de Obaba cía y discernimiento, guardándose entre el fo-
cuentan a sus niños, donde una hija pregunta a (laje y celando a la partida hasta que uno deter-
su malvado padre sí cree que algún día le [le- minado de ellos, el que luego resultó herido,
gará la muerte. Y el padre le responde diciendo quedó solo y sin defensa. El anciano Matías re-
que es muy dificil que tal ocurra, porque: yo sumíió lo que ya estaba en la mente de todos:
tengo un hermano que es un león y víve en la
—Será mejor que, de ahora en adelante, (le-
montaña, y dentro de ese león hay una liebre, y véis la cara cubierta. Sobre todo, los que alguna
dentro de la liebre una paloma, una paloma con vez le hicisteis mal. Ya se ve que quiere tomar
un huevo. Pues bien, sí alguien consigue ese
venganza,
huevo y luego me lo rompe aquíen la frente, mo-
riré. De lo contrario, nunca. Sín embargo, el que Uno de aquellos días caí en la cuenta de que
está escuchando el cuento sabe que esa relación la primavera ya estaba entre nosotros, y que los
será descubierta por el pequeño criado de la campos estaban olorosos y llenos de todas [as
casa, y que el hombre, en realidad es un demo- hermosas flores con las que el Creador nos pro-
nio, será muerto. Mas yo no tuve el ingenio del veyó. Mas, así para mí como para el resto de los
habitantes de Obaba, todo ese jardín era inútil

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ninguna flor pudo aquí cumplir su oficio, nín- había diferencia alguna entre el muchacho que
guna flor sirvió para el recreo de nuestro espí- había conocido y el jabalí que aquellos días aso-
rítu, Las clavellinas y las azucenas nacían solas laba nuestro valle. Y yo mismo, tengo que confe-
en el bosque, e igual de solas morían, porque na- sártelo, dudaba acerca de esa cuestión. Mal he-
die, ni los niños, ni las mujeres, ní siquiera los cho, dirás; un símple sacerdote no tiene derecho
hombres más avezados, se atrevían a (llegar a dudar de lo que tantos teólogos y sabios han
hasta ellas; y la misma suerte corrían las gen- demostrado. Pero soy un hombre vulgar, un pe-
cíanas de la montaña, y las matas de rododen- queño árbol que siempre ha vivido entre densas
dros, y las rosas, y los lirios. El jabaíí blanco era tinieblas, y aquel animal que parecía actuar
el único dueño del terreno donde ellas crecían, con conocimiento y voluntad me tenía subyu-
Bien lo dijo una de las gacetas que se publican gado.
en tu ciudad: un animal salvaje aterroriza a la
Quise, por todo ello, evitar una respuesta dí-
pequeña población de Obaba. ¿Y sabes cuántas
recta. Le dije:
noches ha bajado a visitarnos para luego...?
—Es inútil que lo intentes, Matías. Eres un
La octava hoja se interrumpe ahí. Afortunada- cazar a un animal
anciano. No conseguirás
mente, las dos siguientes no plantean ningún pro"
como ese, capaz de burlar a los mejores cazado-
blema de lectura. En esta parte final de la carta, la res.
letra del canónigo Lizardi se vuelve muy pequeña
—Para mi será fácil, porque conozco bien
.... lo que Matías había anunciado fue cum-
las costumbres de Javier —me respondió él al
de una profecía. El
pliéndose con la exactitud
zando la voz y mostrando cierta arrogancia.
jabalí blanco siguió atacando las casas de los que añadió: Además, eso queda de mí
Luego
formaban las partidas de caza, noche a noche, ma-
cuenta. Lo que yo quiero saber es sí puedo
sin descanso, con el cálculo de quien se ha tra-
tarle o no. Y usted tiene la obligación de respon-
zado un plan y no desfallece en cumplirlo. En-
derme.
tonces, cuando ya el pánico se había adueñado
de todos los corazones, el anciano vino a vísi- de ello? ¿Por qué ma-
—Pero ¿hay necesidad
tarme a la rectoría. tar a un animal que antes o después acabará
marchándose de Obaba? Siempre que...
— Vengo a hacerle una pregunta, y cuanto
antes tenga su respuesta, mejor. ¿Puedo matar — ¡Claro que hay necesidad! —me interrum-
al jabalí blanco? —me dijo nada más entrar. pió casi grítando—. ¿Acaso no se apiada usted
de él? ¿No le da pena Javier?
Sus palabras me [lenaron de angustia, y no
solamente por la brusquedad con que fueron di- —Matías, no quisiera...
chas. Pues lo que el anciano realmente deseaba
de mí era la bendición de un crimen; para él no
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Mas tampoco esta vez me dejó acabar. Se momento era la de un padre que está orgulloso
incorporó en su asiento y, tras hurgar en una de las hazañas de su hijo.
bolsa que traía, puso sobre mí mesa un pañuelo
Asentí a lo que decía, y pensé que el sentí-
muy sucio. ¿Sabes lo que había allí? No, no pue-
miento de aquel hombre era legítimo; que, [le-
des imaginártelo, porque se trataba de la san- Señor no ten-
gado el último día, Dios Nuestro
guinolenta pezuña de un jabalí. Era una visión
dría reparo alguno en concederle la paternidad
horrible, y retrocedí espantado.
que reclamaba. Sí, Matías era el verdadero pa-
-Javier está sufriendo mucho —comenzó dre de Javier; no aquel que lo abandonara al na-
entonces el anciano. cer; ni tampoco aquel otro que, después de adop-
Yo permanecía callado, incapaz de articu- tarle en la hostería, solo le ofreció mezquindad.
lar palabra. — ¿Puedo matarle? —me preguntó entonces
el anciano. Volvía a mostrarse sombrío.
—La gente de Obaba es cobarde —siguió des-
pués de una pausa—. No quiere enfrentarse con Como tú, querido amigo, bien sabes, la pie-
él de frente, y se vale de cepos, o de trampas, o dad es la forma extrema del amor; la que más
de veneno. No le importa que su muerte sea nos conmueve, la que con mayor fuerza nos em-
lenta y dolorosa. Ningún buen cazador haría puja al bien. Y, sin duda alguna, Matías me ha-
eso, blaba en su nombre. No podía soportar que el
—Es natural que estén asustados, Matías. muchacho siguiera sufriendo. Había que acabar
cuanto antes.
Haces mal en despreciarles por eso.
Mas no tenía convencimiento de lo que de- —Sí, puedes hacerlo —le dije—. Matar a ese
jabalí no es pecado.
cía, y me costaba gran esfuerzo sacar las pala-
bras de mí boca. De cualquier modo, el anciano Bien hecho, me dirás. Sín embargo, y te-
no me oía; parecía sumido en un soliloquío. niendo en cuenta lo que sucedió después...
-Cuando el jabalí cae en un cepo, se libera La décima hoja se interrumpe en ese punto. Á
de él cortando la parte presa con sus propios la siguiente y última le faltan las cuatro primeras
dientes. Esa es su ley. líneas; el resto, firma incluida, se ha conservado
Hablaba entrecortadamente, respirando muy bien.
hondo. existe en los alrededores de Obaba, no
muy lejos de esta casa, una hondonada muy bos-
— ¿No le parece a usted que Javier ha
aprendido muy pronto? —pregunto al fin mi- cosa que, teniendo la forma de una pirámide in-
rándome a los ojos. La sonrisa que tenía en ese vertida, acaba en una cueva que parece pene-
trar en la tierra. Pues bien: Matías presentía

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que era allí donde se escondía el jabalí blanco. enseguida que estaba en lo cierto. Con la ayuda
¿Por qué?, preguntarás; ¿Por qué se hacía una de Dios, había adivinado lo sucedido.
suposición de esa indole, una suposición que
Matías ya estaba muerto cuando [legue a la
fuego —ya te lo adelanto— resultó acertada? hondonada. Yacía en la misma entrada de la
Pues porque sabía que Javier hacía lo mísmo cueva, boca abajo, sosteniendo aún su escopeta.
cuando se escapaba de la hostería. Se escondía
A unos metros de él, más hacía el interior, es-
allí, en la cueva, sin otra compañía, el pobre mu-
taba el jabalí blanco, jadeando, desangrándose
chacho, que las salamandras. por el cuello.
Mas, como te he dicho, supe todo eso cuando Entonces, entre los jadeos, creí escuchar una
ya era tarde. De haberlo sabido antes, no habría voz. Atendí mejor y ¿qué crees que escuché?
dado mi consentimiento a Matías. No, no pue-
Pues la palabra que, en un trance como aquél,
des entrar en esa cueva, le habría dicho. Ningún hubiera proferido cualquier muchacho: ¡Madre!
cazador esperaría a un jabalí en un lugar como
Ante más propios ojos aquel jabalí se quejaba y
ese. Es demasiado peligroso. Cometerás un grave
(oriqueaba, y decía madre, madre, una y otra
pecado yendo allí y poniendo en riesgo mortal
vez... pura ilusión, dirás tú, puras fíguraciones
tu vida. de un hombre cansado y de poca templanza; y
Pero Dios no quíso ifuminarme. Me equívo- eso es lo que yo mismo me digo cuando recuerdo
qué al encarar una cuestión cuya bondado mal lo que he leído en los libros de ciencia o lo que
dad no podía de ninguna manera dilucidar, y nos exige la fe. Sin embargo, no puedo olvidar lo
luego ya no hubo tiempo para rectificaciones. que ví y escuché en la cueva. Porque, además,
Los hechos, que ahora mismo paso a contarte, se Dios mío, tuve que coger una piedra y rema-
precipitaron como las piedras que, una vez per- tarlo. No podía dejar que siguiera desangrán-
dido el sostén, caen a saltos ladera abajo. En dose y sufriendo, tenía que actuar con la misma
realidad, bastaron unas cuantas horas para que virtud con que lo había hecho el anciano.
todo estuviera concluido. No puedo más, y aquí termino. Soy ahora,
Ocurrió que, después de marcharse Matías, como ves, un hombre deshecho. ¡Qué gran favor
y estando yo dentro de la iglesia, escuché lo que me harías, querido amigo, si vinieras a vist
en aquel momento, y con gran sobresalto, me pa- tarme! Llevo ya tres años en Obaba ¿No es sufí-
reció una explosión, Al principio no reparé en ciente soledad?
cuál podría ser la procedencia de aquel ruido
Jon esa pregunta —y con la firma que le si-
tan fuerte, completamente inusual en Obaba.
gue— acaba la carta, y también esta exposición. Sin
No ha sido una escopeta, pensé.
embargo, no quisiera poner punto final a mi trabajo
¡Ano ser que el disparo haya retumbado sin aludir antes a un hecho que, tras varias charlas
en una cueva! —exclamé a continuación. Supe con los actuales habitantes de Obaba, me parece
82 83
significativo. Se trata de la paternidad de Lizardi.
Muchos de los que han hablado conmigo afirman
que Javier era, sin lugar a dudas, hijo suyo; creen”
cia que, a mi entender, queda bastante legitimada
en una segunda lectura del documento. Esa cir-
cunstancia explicaría, además, el que la carta el C ielo

mide
nunca saliera de la rectoría donde fue escrita: un
'anónigo como él no podía atreverse a enviar una
confesión en la que, al cabo, faltaba lo esencial. Aquí en San Juan existe la única puerta del
cielo.
No hay otra ni adelante ni a los lados. Yo, que
conozco a mi patria, que he caminado sus caminos,
que he subido sus montes, que he bajado a sus cos”
| RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE
tas, que he puesto mi pie en sus ciudades, que he
| LAS PÁGINAS 155-158
vivido en sus aldeas y caseríos, que la conozco en-
tera, entera como a mi mujer, doy fe. Que esta len-
gua se la coman las hormigas antes que muera si
miento. Pero tampoco hay otra en toda la naranja
del mundo. Yo no he salido más allá de los ixcos de
Guatemala, pero a todos aquéllos que traen en sus
pestañas prendido el color de otras tierras, que
traen su corazón bailando con otras músicas distin"
tas de la música de la marimba, que traen en sus
zapatos miles de capas de polvo de otros caminos —
tanto que ya nos parecen más altos— les he pregun-
tado si en alguna otra parte donde no hay guarda-
barrancos ni cenzontles ni quetzales ni xaras ni chi-
pes, sino otra clase de pájaros, hay alguna puerta
del cielo. Me han dicho que no.
Así pues, la única solo existe aquí en San Juan.
No es una gran puerta. No tiene arriba una
cruz que anuncie que Dios se encuentra adentro.
No hay a sus lados ángeles o santos de piedra o de
mezcla. No es la entrada de la iglesia. Si solo tiene
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en cada costado agujeros donde las lagartijas se casi todo el domingo lo ocupábamos en ayudar en
asoman para ver el mundo desde sus dos gotas de otras cositas a nuestros tatas, por ejemplo, barrer
rocío prendidas en su cabecita verde, telas de araña el patio, acarrear agua, ir a conseguir leña por si no
donde el sol es devuelto convertido en barrilete, pie- había en la casa, cortar frutas para que nuestra
dras como costras de llagas, plantas de chocón que nana las vendiera en el mercado, y solo en la tarde,
alumbran, con sus grandes hojas verdes, con sus en la mera tarde de este día, cuando el sol se vuelve
blancas espinas y con sus flores moradas, como si el pan de que se alimenta el volcán de Fuego, nos
fueran lámparas. Si está detrás de la iglesia, por juntábamos un rato en el quiosco que está enfrente
donde a veces a uno se le ocurre hacer sus necesi" de la iglesia a jugar desconecta o en el pedrero
dades. Si no es siquiera como todas las puertas. Si donde ahora está la escuela nueva a jugar futbol
no es una puerta, si apenas se mira su marco. Si es con una pelota de trapo para después terminar pe-
un hoyo abierto en una paré que se quedó solitaria liando, sacándonos sangre por una nada; por no te-
después de los terremotos de Santa Marta, cuando ner que hacer otra cosa.
la tierra tembló como tiembla de vieja la señora Va"
Pero había entre todos nosotros uno, Chabello,
leriana Chajón, y cayeron pedazos de Antigua, pe-
que tenía mucho de poeta porque miraba las cosas
dazos de San Juan y San Bartolo, el otro pueblo de
donde nosotros no veíamos nada, tal vez porque era
este pueblo, que desapareció para siempre.
choco de un ojo, y una tarde, una de las muchas tar-
Mirála, es esa. Solo que ahora está cerrada. Y des de hace años, algún domingo de los muchos do-
es por gusto que tratemos de abrirla. Porque eso mingos que tuvo el tiempo pasado, cuando estába-
que se mira es pintura. Y detrás, debajo, de la pin- mos en la mera hora del partido del fut, él fue a ha-
tura no hay adobe de lodo, sino hierro, piedra y ce- cer su necesidá y cuando regresó venía con el ojo
mento. Y si tratamos de botarla caerá con todo y bueno más brillante que de costumbre y con el otro,
paré y entonces no nos quedará ni el recuerdo. Que el opaco, como si quisiera encendérsele.
si damos la vuelta, por gusto. Es como si quisiéra”
—¡Muchá, vengan a ver!, ¡vengan a ver! —nos
mos ver lo que hay detrás de un espejo. Para mirar
eritó con su voz gangosa porque nunca se limpiaba
es necesario entrar por aquí, al frente. Pero ya ves,
la nariz.
la puerta está cerrada. Y para siempre.
—¿Qué vos? —le preguntamos sin hacerle mu-
Nosotros no nos habíamos dado cuenta. Pasá-
cho caso, porque estábamos preocupados en desem-
bamos y pasábamos frente a ella sin mirarla. En
patar el partido.
ese tiempo, todos los que ahora somos ya grandes,
casados, cargados de hijos y penas, éramos una —¡Vengan, hombre, vengan a ver! —asi nos su”
plebe de patojos tixudos, piojentos, media Castilla, plicó con su voz y con sus manos.
que de lunes a sábado íbamos la mitá del día a la Paramos el partido. Cuando él nos llamaba era
escuela y la otra mitá a trabajar duro en el monte y porque de seguro había algo bueno y ahora pior,
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puesto que nos neceaba. Dejamos tirada la pelota a Entonces nos levantábamos y salíamos en di-
medio pedrero y bebiéndonos el sudor, lo seguimos. rección de nuestras casas. Nuestros tatas que eran
Bajamos por allá, por donde se ve aquella pila vieja, tristes y bravos, como la primera vez solo nos mira"
de un brinco pasamos sobre esa grada que está an- ban, sonreían y no nos decían nada. Después traji-
tes de esos cipresalitos, dejamos atrás el palo de mos a nuestros hermanitos y después después invi-
mora, ese del que ahora solo quedan sus huesos, tamos a otros patojos que no eran de nuestra pan-
saltamos sobre estas grandes piedras y llegamos dilla para que vinieran a ver. Pero fuera de ellos
hasta aquí, enfrente, donde ahora estamos po" nunca se lo contamos a nadie. Ni aun de grandes.
niendo nuestros pies. Vos tenés suerte de que te lo cuente.
Y entramos. Pero una vez vino un hombre. Vino porque no
era de aquí. Todos los que no son de aquí vienen,
Y vimos.
siempre estarán viniendo aunque se queden. Com-
—¿Les gusta, muchá? —nos preguntó Chabello, pró un sitio allá arriba, levantó una casa que es
mirándonos, un poco afligido de que le dijéramos aquella que todavía se ve atrás de aquel palo de
que no. gravilea y se puso a vivir en el pueblo.
—Sí, vos. ¡Que chulo! —le contestamos casi to- Era un hombre... Sí, lo recuerdo. Dejame que
dos en coro. me recuerde porque no se me borra de la cabeza
Porque era La Puerta del Cielo, No podría ser aunque yo siempre trato de que se me borre. Sí, su
otra. cara era colorada y llena de rayitas de lo chupada;
tenía unas cejas grandes, como si fueran de paja,
Ya no pensamos más en la pelota y nos estuvi- que le cubrían gran parte de la frente y de color en-
mos aquí el resto de la tarde y parte de la noche. tre negro y cenizo y unos ojos que podían ser negros,
Cuando regresamos a nuestros ranchos a saber qué azules, verdes, morados, de todos los colores, según
cara llevábamos porque a ninguno de nosotros nos la hora del día, unos ojos que miraban, que busca-
pegaron por andar trasnochando. ban a saber qué; su nariz era larga, puntiaguda, afi-
Y desde ese domingo, todas las tardes de todos lada como machete, de gruesos pelos en las venta”
los domingos, después de jugar y en lugar de peliar, nas, y debajo de la nariz le nacían unos bigotes que
nos veníamos a meter aquí. Callados, abrazados, se alargaban y luego se enrollaban como patas de
como si fuéramos un solo patojo, Chabello en medio, mesa colonial. Era alto y seco y sobre su cuerpo lle-
nosotros a los lados, nos sentábamos a mirar hasta vaba siempre un traje de puro luto y sobre su ca-
que la noche sacaba sus grillos y sus tecolotes y se beza llevaba también un sombrero del mismo color.
ponía a soplarlos. Tenía una voz vieja, reguardada, podrida, que, an-
tes de que le saliera por la boca, le hervía primero
en el pecho.

88 89
Cuando nosotros lo vimos por primera vez sali" —Nada. Solo le dio risa. Yo me di cuenta que le
mos corriendo. Nos dio miedo. Él estaba parado en dio risa porque antes de venirme aquí, con ustedes,
la orilla del campo, mirándonos sin que nos diéra- me paré todavía otro ratito para ver qué hacía —le
mos cuenta, cuando en eso, Chabello nos dijo: dijo China.
—¡Muchá, miren a ese hombre! Nos reímos de la risa de él. Pero nos reímos con
miedo.
Y fue el primero en salir pura bala. Nosotros
todavía nos detuvimos un rato para examinarlo, Después, cuando de repente aparecía en el
pero de repente sentimos su mirada como si nos es campo o en el quiosco y antes de que nos desparpa-
tuviera quemando y seguimos a Chabello que ya se járamos nos decía que no le huyéramos y nos tiraba
había venido a refugiar aquí, a La Puerta del Cielo. pisto y cuando, ya cansados, dejábamos a un lado la
pelota o rompíamos la desconecta para venirnos
—¡Puches, yo pensé que no se iban a venir!
para acá, entonces él nos decía adiós y se iba. Todos
—nos dijo este, mirándonos con su ojo vivo que le
pensábamos que, a pesar de dar miedo, tenía en
daba vueltas y vueltas de la pena, como si fuera
medio de su cuerpo un corazón puro pan y nos hici-
centavo, y casi mirándonos con su ojo muerto que
mos sus amigos. Entonces, él dispuso, primero, par-
cada día le iba resucitando.
licipar en nuestros juegos, después enseñarnos
«Ja, como para que no. También a nosotros otros, unos extraños, desconocidos, hasta que una
nos dio mucho miedo —le contestó Eligio. tarde, después de que terminamos de jugar, nos
—¿Y quién será, mucha? —nos preguntó Nallo. hizo que formáramos una rueda alrededor de él y
sentado encima de la piedra que está debajo de ese
—¡A saber, vos! Yo no lo había visto antes —dijo gran pájaro verde que es el palo de jocote pinto, nos
Gúicho. empezó a enseñar bien la Castilla y a meternos en
—Ni yo —dijo Juan. la cabeza la doctrina.

—NIi yo —dijo Trapo. Y eso fue todos los domingos. Pero nosotros,
mientras él nos corregía cada vez que decíamos una
Los demás también dijeron: —ni yo.
palabra mal dicha, mientras él nos decía cosas bo"
—Ha de ser fuerano porque, ya vieron: no se nitas acerca de Dios y el cielo o cosas feas acerca del
parece a nuestros tatas ni se viste igual que ellos Diablo y el infierno, seguíamos pensando en La
—nos dijo Chabello. Puerta del Cielo y repetíamos todo lo que nos decía
como repetíamos la tabla de multiplicar en la es-
—Si —dijimos todos.
cuela y, cuando se descuidaba, de uno en uno, de
—¿Y qué hizo cuando vio que ustedes salían co- dos en dos, de tres en tres, nos íbamos retirando,
rriendo? —nos preguntó Chabello bastante preocu- arrastrándonos, brincando de repente de un lugar
pado.
90 91
a otro, escondiéndonos detrás de las piedras, hasta regresarse, entró otra vez por donde era la entrada
que llegábamos hasta aquí. y no miró nada.
Pero una vez, él se descuidó a propósito y nos Ha de haber sentido envidia porque, aunque si-
siguió. Nosotros no nos dimos cuenta y entramos en guió regalándonos pisto, enseñándonos otros juegos
el hoyo uno por uno, como lo hacíamos siempre, ce- más extraños todavía, aunque siguió corrigiéndo-
remoniosos, lentos, callados, patojos, indios, y luego nos nuestro modo de hablar y dándonos más duro
nos sentábamos y miramos. En eso estábamos con el martillo del Credo, ensartándonos hasta muy
cuando de repente vimos que su sombra tapaba la adentro el tornillo del Yo Pecador y dejando que nos
entrada, luego, que su cuerpo se agachaba y se acu- escapáramos, una tarde que Chabello, que, como ya
rrucaba junto a nosotros. le latía, que cada vez iba más bueno del ojo apa-
gado, llegó a buscarnos a nuestras casas con este
—A ver, ¿por qué se vinieron? —nos preguntó.
ojo ya totalmente muerto y con el otro, el bueno en
—Porque sí —le contestó Chabello. camino de oscurecerse, llorando, solo llorando sin
—Esa no es respuesta —dijo él, pero como si ya hablar: pensamos que algo malo había sucedido y
le latiera, nos preguntó: —¿Y siempre vienen para corrimos inmediatamente para acá y encontramos
acá? La Puerta del Cielo cerrada con piedra, con hierro,
con cemento, con odio, con rabia, con envidia, con
—Sí —le contestó Juan. tiempo.
—¿Y a qué vienen? —nos preguntó otra vez. También regresamos mudos de la lengua pero
—A mirar —le respondió China. hablando con nuestras lágrimas. Y sin decírnoslo,
agarramos para la casa del hombre dispuestos a re-
—¿A mirar? —Nos dijo con su voz y con sus ojos,
clamarle, porque estábamos seguros de que había
arrugando más la cara.
sido él el que nos había cerrado la puerta pero
—SHí, a mirar. Sí es La Puerta del Cielo —le dijo cuando llegamos ya no estaba, se había ido ese
Chabello. mismo día en la mañana. Y se había ido aunque sin
—¿La Puerta del Cielo? —nos preguntó irse porque se había muerto. Ahí estaba su cuerpo,
intri-
tieso, solo, fallecido de alguna enfermedad natural,
gado.
en medio de la sala, en su cama, rodiado de la gente
Entonces nosotros le dijimos que mirara y él del pueblo que le iba a hacer la caridá de enterrarlo,
agrandó todo lo que pudo sus ojos, los achiquitó,
Cuando lo vimos, ya no lloramos pero tampoco
después salió, dio la vuelta por donde vos pensabas
nos alegramos. Lo que hicimos fue venirnos para
darla, se paró enfrente de nosotros, se regresó por
acá y tratamos de abrir la puerta, de botarla si era
donde mismo, dio la vuelta por el otro lado, volvió a
posible, y aún hoy de vez en cuando nos entra esa

92 93
idea y estoy seguro que llegaremos a viejos y segul-
remos con la misma manía. Pero luego nos dimos
cuenta que entonces caería la paré entera. Por eso,
en recuerdo, cuando crecimos y ya trabajamos, yo
les di parte de las ganancias de mis limosnas a los
demás para que compraran cal y la repellaran;
luego le dijimos a Chabello, es decir, me dijeron a
mí, porque yo soy Chabello, el ahora ya choco de los
ojos aunque parezcan buenos, que pintara encima Apenas tenía seis años y aún no la llevaban al
del repello una puerta, no así colonial como se acos” campo. Era por el tiempo de la siega, con un calor
tumbra, sino como vos la ves, una puerta de salida grande, abrasador, sobre los senderos. La dejaban
de a saber dónde, de qué otra muestra. en casa, cerrada con llave, y le decían:
—¿Que qué mirábamos? Tu pregunta está de —Que seas buena, que no alborotes: y si algo te
, A
más. De veras. No es por ofenderte. Solo pensá en pasara, asómate a la ventana y llama a doña Cle
lo que mirarías si ésta que es La Puerta del Cielo mentina.
se abriera.
Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le
Ah, sí, yo quisiera que entraras, que miraras. ocurría nada, y se pasaba el día sentada al borde de
Pero ya ves, La Puerta del Cielo está cerrada. Y la ventana, jugando con "Pipa".
para siempre.
Doña Clementina la veía desde el huertecillo.
Sus casas estaban pegadas la una a la otra, aunque
la de doña Clementina era mucho más grande, y te-
nía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos.
| RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE Al otro lado del muro se abría el ventanuco tras el
LAS PÁGINAS 159-162 | cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Cle-
mentina levantaba los ojos de su costura y la mi-
raba.
—¿Qué haces, niña?
La niña tenía la carita delgada, pálida, entre
las flacas trenzas de un negro mate.
—Juego con "Pipa" —decía.

94 95
Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a —Cuando acaben con las tareas del campo y la
pensar en la niña. Luego, poco a poco, fue escu: niña vuelva a jugar en la calle, la echaré a faltar —
chando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, se decía.
a través de las ramas del peral. En su ventana, la
pequeña de los Mediavilla se pasaba el día ha-
blando, al parecer, con alguien. | 2 |
—¿Con quién hablas, tú? Un día, por fin, se enteró de quién era "Pipa".
—Con "Pipa". —La muñeca —explicó la niña.
Doña Clementina, día a día, se llenó de una cu- —Enséñamela...
riosidad leve, tierna, por la niña y por "Pipa". Doña
Clementina estaba casada con don Leoncio, el mé- La niña levantó en su mano terrosa un objeto
dico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al que doña Clementina no podía ver claramente.
vino, que se pasaba el día renegando de la aldea y —No la veo, hija. Échamela...
de sus habitantes. No tenían hijos y doña Clemen-
La niña vaciló.
tina estaba ya hecha a su soledad. En un principio,
apenas pensaba en aquella criatura, también soli- —Pero luego, ¿me la devolverá?
taria, que se sentaba al alféizar de la ventana. Por
—Claro está...
piedad la miraba de cuando en cuando y se asegu-
raba de que nada malo le ocurría. La mujer Media- La niña le echó a "Pipa" y doña Clementina,
villa se lo pidió: cuando la tuvo en sus manos, se quedó pensativa.
"Pipa" era simplemente una ramita seca envuelta
—Doña Clementina, ya que usted cose en el
en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la
huerto por las tardes, ¿querrá echar de cuando en
vuelta entre los dedos y miró con cierta tristeza ha-
cuando una mirada a la ventana, por si le pasara
cia la ventana. La niña la observaba con ojos impa-
algo a la niña? Sabe usted, es aún pequeña para lle-
cientes y extendía las dos manos.
varla a los pagos...
—¿Me la echa, doña Clementina...?
—Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cui-
dado... Doña Clementina se levantó de la silla y arrojó
de nuevo a "Pipa" hacia la ventana. "Pipa" pasó so”
Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y bre la cabeza de la niña y entró en la oscuridad de
su charloteo ininteligible, allá arriba, fueron me-
la casa. La cabeza de la niña desapareció y al cabo
tiéndosele pecho adentro.
de un rato asomó de nuevo, embebida en su juego.

96 97
Desde aquel día doña Clementina empezó a es- —No sabía nada...
cucharla. La niña hablaba infatigablemente con
"Pipa". Claro, ¿cómo iba a saber algo? Su marido nunc:
le contaba los sucesos de la aldea.
—"Pipa”, no tengas miedo, estate quieta. ¡Ay,
"Pipa", cómo me miras! Cogeré un palo grande y le —Sí —<ontinuó explicando la Mediavilla—. Se
romperé la cabeza al lobo. No tengas miedo, conoce que algún día debí dejarme la leche sin her-
"Pipa"... Siéntate, estate quietecita, te voy a contar, vir... ¿sabe usted? ¡Tiene una tanto que hacer! Ya
ve usted, ahora, en tanto se reponga, he de pri-
el lobo está ahora escondido en la montaña...
varme de los brazos de Pascualín.
La niña hablaba con "Pipa" del lobo, del hombre
mendigo con su saco lleno de gatos muertos, del Pascualín tenía doce años y quedaba durante el
horno del pan, de la comida. Cuando llegaba la hora día al cuidado de la niña. En realidad, Pascualín
de comer la niña cogía el plato que su madre le dejó salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto ve-
tapado, al arrimo de las ascuas. Lo llevaba a la ven- cino, al del cura o al del alcalde. A veces, doña Cle-
tana y comía despacito, con su cuchara de hueso. mentina oía la voz de la niña que llamaba. Un día
Tenía a "Pipa" en las rodillas, y la hacía participar se decidió a ir, aunque sabía que su marido la rega-
de su comida. ñaría.

—Abre La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto


la boca, "Pipa", que pareces tonta...
al establo nacía una escalera, en la que se acosta”
Doña Clementina la oía en silencio. La escu- ban las gallinas. Subió, pisando con cuidado los es-
chaba, bebía cada una de sus palabras. Igual que calones apolillados que crujían bajo su peso. La
escuchaba al viento sobre la hierba y entre las ra- niña la debió oír, porque gritó:
mas, la algarabía de los pájaros y el rumor de la
acequia. —¡Pascualín! ¡Pascualín!
Entró en una estancia muy pequeña, a donde la
claridad llegaba apenas por un ventanuco alargado.
3 Afuera, al otro lado, debían moverse las ramas de
Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. algún árbol, porque la luz era de un verde fresco y
encendido, extraño como un sueño en la oscuridad.
Doña Clementina le preguntó a la mujer Mediavi-
Kl fajo de luz verde venía a dar contra la cabecera
lla:
de la cama de hierro en que estaba la niña. Al verla,
—¿Y la pequeña? abrió más sus párpados entornados.
—Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice —Hola, pequeña —dijo doña Clementina—. ¿Qué
que le dieron las fiebres de Malta. tal estás?

98 99
La niña empezó a llorar de un modo suave y si- El llanto levantaba el pecho de la niña, le lle-
lencioso. Doña Clementina se agachó y contempló naba la cara de lágrimas, que caían despacio hasta
su carita amarillenta, entre las trenzas negras. la manta,
—Sabe usted —dijo la niña—, Pascualín es malo. —Yo te voy a traer una muñeca, no llores.
Es un bruto. Dígale usted que me devuelva a
"Pipa”, que me aburro sin "Pipa"... Doña Clementina dijo a su marido, por la no-
che:
Seguía llorando. Doña Clementina no estaba
acostumbrada a hablar a los niños, y algo extraño —Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas com”
agarrotaba su garganta y su corazón, pras.

Salió de allí, en silencio, y buscó a Pascualín. —Baja —respondió el médico, con la cabeza
Estaba sentado en la calle, con la espalda apoyada hundida en el periódico.
en el muro de la casa. Iba descalzo y sus piernas
morenas, desnudas, brillaban al sol como dos piezas
de cobre. [4]
—Pascualín —dijo doña Clementina. A las seis de la mañana doña Clementina tomó
el auto de línea, y a las once bajó en Fuenmayor. En
El muchacho levantó hacia ella sus ojos descon- Fuenmayor había tiendas, mercado, y un gran ba
fiados. Tenía las pupilas grises y muy juntas y el zar llamado "El Ideal". Doña Clementina llevaba
cabello le crecía abundante como a una muchacha, sus pequeños ahorros envueltos en un pañuelo de
por encima de las orejas. seda. En "El Ideal" compró una muñeca de cabello
—Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu crespo y ojos redondos y fijos, que le pareció muy
hermana? Devuélvesela. hermosa. "La pequeña va a alegrarse de veras",
pensó. Le costó más cara de lo que imaginaba, pero
Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.
pagó de buena gana.
—¡Anda! ¡La muñeca dice! ¡Aviaos estamos!
Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la
Dio media vuelta y se fue hacia la casa, mur- escalera y, algo avergonzada de sí misma, notó que
murando. su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba
ya en casa, preparando la cena. En cuanto la vio
Al día siguiente, doña Clementina volvió a visi-
alzó las dos manos.
tar a la niña. En cuanto la vio, como si se tratara
de una cómplice, la pequeña le habló de "Pipa": —i¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios,
ya disimulará en qué trazas la recibo! ¡Quién iba a
—Que me traiga a "Pipa", dígaselo usted, que
pensar...!
la traiga...

100 101
sortó sus exclamaciones. Salió. La mujer Mediavilla cogió la muñeca en-
—Venía a ver a la pequeña, le traigo un ju- tre sus manos rudas, como si se tratara de una flor.
guete... —¡Ay, madre, y qué cosa más preciosa! ¡Ha-
Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar. brase visto la tonta ésta...!

—Ay, cuitada, y mira quién viene a verte... Al día siguiente doña Clementina recogió del
huerto una ramita seca y la envolvió en un retal.
La niña levantó la cabeza de la almohada. La Subió a vera la niña:
llama de un candil de aceite, clavado en la pared,
temblaba, amarilla. —Te traigo a tu "Pipa".

—Mira lo que te traigo: te traigo otra "Pipa", La niña levantó la cabeza con la viveza del día
anterior. De nuevo, la tristeza subió a sus ojos os”
mucho más bonita.
Ccuros.,
Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y ex-
traña. —No es "Pipa".

Los ojos negros de la niña estaban llenos de una Día a día, doña Clementina confeccionó "Pipa"
luz nueva, que casi embellecía su carita fea. Una tras "Pipa", sin ningún resultado. Una gran tristeza
sonrisa se le iniciaba, que se enfrió en seguida a la la llenaba, y el caso llegó a oídos de don Leoncio.
vista de la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en —Oye, mujer: que no sepa yo de más majade-
la almohada y empezó a llorar despacio y silencio" rías de ésas... ¡Ya no estamos, a estas alturas, para
samente, como acostumbraba. andar siendo el hazmerreír del pueblo! Que no vuel-
—No es "Pipa" —dijo—. No es "Pipa". vas a ver a esa muchacha: se va a morir, de todos
modos...
La madre empezó a chillar:
—¿Se va a morir?
—¡Habrase visto la tonta! ¡Habrase visto, la
desagradecida! ¡Ay, por Dios, doña Clementina, no —Pues claro, ¡qué remedio! No tienen posibili-
se lo tenga usted en cuenta, que esta moza nos ha dades los Mediavilla para pensar en otra cosa... ¡Va
salido retrasada...! a ser mejor para todos!

Doña Clementina parpadeó. (Todos en el pue-


blo sabían que era una mujer tímida y solitaria, y
| 5 |
le tenían cierta compasión).
En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se
—No importa, mujer —dijo, con una pálida son- murió. Doña Clementina sintió un pesar grande,
risa—. No importa. allí dentro, donde un día le naciera tan tierna cu”
riosidad por "Pipa" y su pequeña madre.
102 103
6
Fue a la primavera siguiente, ya en pleno des-
hielo, cuando una mañana, rebuscando en la tierra,
No hay olvido
bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta
en su pedazo de percal. Estaba quemada por la
nieve, quebradiza, y el color rojo de la tela se había De pronto se dio cuenta que estaba ahí parado
vuelto de un rosa desvaido. Doña Clementina tomó con la pistola en la mano y temió que alguien hu-
a "Pipa" entre sus dedos, la levantó con respeto y la biera oído los disparos. Envolvió el arma en una
miró, bajo los rayos pálidos del sol. bolsa de plástico y la guardó en la chumpa. Más
tarde la iba a tirar al lago. Ahora, se le hacía difícil
—Verdaderamente —se dijo—. ¡Cuánta razón te- salir de la casa sin que lo vieran los vecinos y se
nía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste arriesgó, porque cada vez podía soportar menos la
tiene esta muñeca! mirada vidriosa del padre. Cuando le disparó, el
hombre solo tuvo tiempo de medio incorporarse en
la cama y echarle una mirada de perro sorprendido.
RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE | Al hijo le temblaban las manos y la voz al decirle lo
LAS PÁGINAS 163-166 último que iba a oír en su vida.
—Por haber hecho mierda a Linda.

A lo mejor no oyó nada, porque lo único que hizo


fue resbalarse hacia un lado, y quedarse en esa po
sición idiota, de polichinela roto. Viendo ya sin ver
al hijo, que se echó el pasamontañas encima de la
cabeza, antes de saltar la barda y caminar hasta
donde tenía escondida la moto.
En camino a Sololá, en medio de la niebla, re-
cordó.
La primera vez fue cuando él tenía catorce
años. Linda no podría haber tenido siquiera doce, y
sorprendió al padre con ella sentada en el regazo,
pasándole despacio las manos por los muslos. La

104 105
niña tenía los ojos encendidos y las piernas separa: Sintió el motor del carro a medianoche. Bajó co-
das. Carlos cerró la puerta de golpe y se fue a la rriendo y se le tiró encima al hombre cuando abrió
calle. No sabía qué hacer. la puerta. No le dijo nada, ni siquiera un insulto, el
Regresó después de haberse mojado la cabeza
3 £ £ .
más corriente. Padre e hijo rodaron por el piso y
en la fuente del Obelisco. El carro del padre había esta vez el escándalo fue peor. Cuando lograron se”
desaparecido y subió al cuarto de Linda, donde en- pararlos, Carlos tenía la ropa manchada con la san-
contró a la niña viendo por la ventana con una ex- gre del padre, que se levantó trastrabillando, apo”
presión rarísima en la cara. yándose como pudo en los muebles. Linda había
visto todo, con aire ausente, desde la escalera.
—¿Qué te hizo el desgraciado?
El doctor llegó al poco rato, le dio calmantes y
—Lo que me hace siempre. quiso saber por qué semejante violencia. Pero Car-
Carlos lloró y se puso a romper todo lo que en- los no habló, solo miraba con odio al padre, que con
contraba. Ante el escándalo, subieron las sirvien- un vaso en la mano ya casi no podía coordinar sus
tas, y como el joven no se calmaba, llamaron al cho- movimientos. La madre mandó a Linda a la cama,
fer, que se lo llevó a la cocina y le sirvió un trago de tuvo un ataque de nervios, le pegó una bofetada al
whisky. Trató de sacarle plática, pero Carlos se ce- hijo y zamarreó al padre. El doctor volvió a sacar
rró. jeringas y valium del maletín, vio que eran las dos
de la mañana y decidió que ya era suficiente por esa
Al regresar la madre entró al cuarto del hijo,
noche. Ayudado por la servidumbre dejó a todos en
que la ignoró mientras le pegaba al aire con una ra-
cama, y personalmente echó llave al cuarto de Car-
queta de tenis.
los. El chofer tiró un colchón atravesado frente a la
—Dice Carmen que hiciste una barbaridad. puerta. Por la mañana, se llevaron a Carlos al sa-
Silencio.
natorio.
. Las primeras semanas lo tuvieron amarrado y
Contame por qué rompiste todo en el cuarto
de la nena. bajo vigilancia constante. Los calmantes lo mante-
nían en un estado de línea horizontal que no pierde
Silencio, su lisura en momento alguno. Repensó muchas ve"
—La nena no me ha querido decir nada. ¿Qué ces a Linda, a merced del padre, pero el pensa-
tenés? ¿Qué pasó? Y trató de acercarse, pero la ra- miento solo era una prolongación de sus reflexiones
queta le rozó el pelo anteriores, sobre la idiotez que supone nadar, o ver
sobre la frente. Le dio miedo,
cine, o hacer cualquier cosa de esas que uno hace
sobre todo por la cara negra del hijo que parecía dis-
puesto a saltar sobre ella para deshacerle los sesos. cuando no está aquí dentro.

106 107
Sabía que la noche iba a llegar cuando la enfer- —Don Carlitos tiene mejor cara ahora, dijo el
mera bajita se le acercaba y le ponía la mano en la chofer y Carlos recordó que él también tenía rostro.
frente.
Se sentaron en la banca de un parque. Recono-
—¿Le comieron la lengua los ratones? ció sin odio el olor a alcohol. El chofer y el enfermero
Siempre la misma broma, pero al menos Carlos estaban cerca pero no demasiado cerca como para
sabía, dentro de su nirvana programado, que el co- oír.
mentario no tenía intención alguna. Era parte del —Vos no sabés cómo es de duro esto. Yo te
ritual. Lo desnudaba, le pasaba una toalla enjabo- quiero, todos te queremos (¿Le comieron la lengua
nada, le quitaba el jabón con otra toalla mojada en los ratones? Que duerma con los angelitos.) Si que-
agua tibia y se iba haciéndole un segundo comenta- rés, pegame, pero decí algo. Yo ya no aguanto y te
rio infantil. voy a decir la verdad, pero hablame, por favor.
—Que sueñe con los angelitos. Le contó una historia que Carlos escuchó a tra"
Carlos no soñaba, o no recordaba sus sueños. vés del filtro de las drogas y que olvidó de inme-
Cerraba los ojos y se perdía quién sabe dónde. Vol- diato.
vía a abrirlos y allí estaba el doctor dándole los bue- Entró en Panajachel, sumergido entre la nie”
nos días. Con el tiempo todos se habituaron al es- bla. Llegó a la casa, hizo café y esperó a que se
tado de las cosas y ya nadie preguntaba nada. La abriera el día. Entonces cogió la lancha y a mitad
comida, las inyecciones, el letargo. Linda y su padre del lago tiró el arma. Le temblaba todo. Pasó el
e-
eran unos seres ajenos a los que había conocido al- resto de la mañana tirado en la playa del cement
guna vez. rio, esperando en vano que el sol lo calentara. Por

Un día lo vistieron y un enfermero lo hizo cami- la tarde fue a enmontañarse por Quetzaltenango y
nar hacia la puerta. Allí estaba el padre. Y también regresó a la semana, ya calmado y hambriento.
el chofer. Lo metieron al carro y se alarmó, porque Paró su moto frente al restaurante. En cuanto
ya estaba habituado al hospital. El padre lo miró lo vio, el mesero se fue a buscar a los dueños, que lo
a
dolorosamente, le cogió una mano entre sus manos miraron con mucha lástima antes de atreverse
de venas abultadas y Carlos no pudo retirarla. No contarle la tragedia. Mientras su mamá y su her-
quiso retirarla. Sentía mucha aprensión ante la po- mana andaban fuera, los ladrones habían entrado
sibilidad de estar afuera. a la casa y habían matado a su papá.
—¿Cómo Empezar otra vez a los veinte años no es nada,
“GE ' .
has estado? Hemos venido a verte,
pero estabas dormido. Siempre estabas dormido pensaba por el camino de regreso. Pero cómo le ha-
¿Te gusta el paseo? bía pesado el tiempo. Sobre todo, después que salió
Y 5 ,

del hospital y regresó a su casa. Los em pleados eran

108 109
todos nuevos. Le costó reconocer los rincones que y sentía algo terrible en su interior, que se borraba
había medido con su cuerpo de niño. Linda lo ayu- en cuanto Linda lo abrazaba y lo arrastraba a su
daba. Por la noche entraba a gu cuarto y se acostaba cama.
a su lado. Lo acariciaba y lo besaba y lo enternecía.
—¿Por qué te dejás?
Entonces lo obligaba a repetir palabras.
—Porque no sé qué voy a hacer. Imaginate qué
—Gato, decí gato. Ahora decí flores. Ahora decí
duro sería para mamá. Ella es muy débil. Vos y yo
suave. Tranquilo, tranquilo. Yo te voy a enseñar a
somos los fuertes. Además, siempre está borracho y
hablar otra vez.
no hace nada más que desnudarme y tocarme el
Y él decía gato y flores y todo lo que a ella se le cuerpo. Antes era peor. Pero no, para qué te lo voy
ocurría, y por las mañanas durante los desayunos a contar. Ya pasó. Está pasando. Y dentro de poco
silenciosos le daban ganas de somatar las cosas, podremos hacer algo. Sos demasiado joven, le decía
pero Linda parecía leerle las intenciones y lo abra- como si ella, con sus doce años hubiera vivido más
zaba y lo mimaba y le murmuraba cosas muy dulces que él. Entonces Carlos entendía que Linda se pre-
al oído, hasta que lo amansó y él comenzó a pedir paraba, lo preparaba a él para hacer justicia. Y be
que le alcanzaran la leche, o el pan y sus palabras saba su rostro para limpiarla, y con las manos le
resonaban casi como burbujas. iba escurriendo la vergúenza de los pechos, de las
El padre se mantenía borracho y esta vez era él piernas y la metía a la cama y se quedaba a su lado,
quien hacía viajes periódicos al hospital. La madre, enfebrecido con una idea fija. Matar al padre.
temerosa de echarlo a perder todo, se iba a la calle Se volvió la razón de su vida. Sabía que tenía
y él se quedaba solo con Linda. Una tarde, la her- que hacerlo secretamente, porque no estaba dis"
mana lo encerró en la sala y habló de la seducción, puesto a pagar precio alguno por la muerte del gu-
de cómo hay cosas que duelen al principio, pero que sano. Regresó a estudiar, y jugaba futbol y hacía las
después sanan con el olvido. Él alzó su rostro ago” cosas que hacían los muchachos de su edad. Pero en
nizante y la abrazó y lloró durante un rato. las noches se transfiguraba en animal apaleado. Ya
no tenía que bajar hasta el estudio. Era Linda
Por las noches, despierto, esperaba oír ruidos
quien llegaba y se dejaba hacer, hasta quedar otra
que le dijeran algo. Se consumía de angustia y a ve”
vez limpia y pura mientras él recuperaba su huma-
ces se levantaba buscando a Linda, pero la cama
nidad.
estaba vacía. Entonces sintiendo que algo se le ar-
día en el pecho iba hasta el estudio, cerrado con Abrió la puerta y allí estaban las dos, vestidas
llave, y se quedaba ahí con gran desolación, echado de negro. La madre vieja y encogida, Linda con el
ante la puerta hasta que su hermana salía envol- rostro de una virgen en Sábado de Gloria. Hasta
viéndose en la bata con el rostro de otra gente, en- creyó verle un puñal de plata asomando por encima
cendido. Medio veía al padre, derrumbado en el sofá

110 111
de los pechos. Llegaron los parientes y le expresa-
ron su pena. ¿Qué sabían ellos de penas? Que el
viejo asqueroso se quedara en el infierno, ardiendo
para siempre. Aguantó los cafés y las galletas y fin-
gló dolor, pero no era difícil, le bastaba con mirar el
rostro pálido de Linda y recordar los años pasados. un trucno

Después del entierro se acostó temprano. Escu-


chó el silencio de la casa y se alegró de que todo hu-
El anuncio en la pared parecía temblar bajo
biera terminado. Tapió recuerdos porque ya era
una móvil película de agua caliente. Eckels sintió
maestro en eso y se durmió. Despertó cuando su
que parpadeaba, y el anuncio ardió en la momentá-
hermana le pasaba la mano por el rostro, como él
nea oscuridad:
hacía antes para limpiarla. Ahora, ella le iba pa-
sando las manos por el cuerpo y ronroneaba como
gata. No quedaba otra cosa que el olvido. SAFARI EN EL TIEMPO S.A.
Recordó cuando ya era muy tarde y su miembro Safaris a cualquier año del pa”
erguido estaba atrapado fieramente por la mano de sado.
Linda. La vio como debió haberla visto hacía seis
años. Recordó la historia que el padre le contó, pero Y Usted elige el animal.
Y” Nosotros lo llevamos allí.
ya no había retorno. El cuerpo firme y afiebrado se
frotaba contra el suyo y las piernas de virgen dolo- Y Usted lo mata.
rosa se abrieron para que él la cogiera con violencia,
libre ya de los celos y la rabia. Una flema tibia se le formó en la garganta a
Eckels. Tragó saliva empujando hacia abajo la
flema. Los músculos alrededor de la boca formaron
una sonrisa, mientras alzaba lentamente la mano,
| RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE y la mano se movió con un cheque de diez mil dóla-
LAS PÁGINAS 167-170 | res ante el hombre del escritorio.
—(¡Este safari garantiza que yo regrese vivo?
—No garantizamos nada —dijo el oficial—, ex”
cepto los dinosaurios. —Se volvió—. Este es el señor
Travis, su guía safari en el pasado. El le dirá a qué
debe disparar y en qué momento. Si usted desobe-
dece sus instrucciones, hay una multa de otros diez

112 113
mil dólares, además de una posible acción del go" nemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, ten-
bierno, a la vuelta. dríamos la peor de las dictaduras. Es el antitodo,
Eckels miró en el otro extremo de la vasta ofi- militarista, anticristo, antihumano, antintelectual.
cina la confusa maraña zumbante de cables y cajas La gente nos llamó, ya sabe usted, bromeando, pero
de acero, y el aura ya anaranjada, ya plateada, ya no enteramente. Decían que, si Deutscher era pre-
azul, Era como el sonido de una gigantesca hoguera sidente, querían ir a vivir a 1492. Por supuesto, no
donde ardía el tiempo, todos los años y todos los ca- nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris.
lendarios de pergamino, todas las horas apiladas en De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su
llamas. El roce de una mano, y este fuego se volvería única preocupación es...
maravillosamente, y en un instante, sobre sí mismo. Eckels terminó la frase:
Eckels recordó las palabras de los anuncios en la
—Matar mi dinosaurio.
carta. De las brasas y cenizas, del polvo y los carbo-
—Un 'Tyranmnosaurus rex. El lagarto del
nes, como doradas salamandras, saltarán los viejos
años, los verdes años; rosas endulzarán el aire, las Trueno, el más terrible monstruo de la historia.
canas se volverán negro ébano, las arrugas desapa- Firme este permiso. Si le pasa algo, no somos res”
recerán. Todo regresará volando a la semilla, huirá ponsables. Estos dinosaurios son voraces.
de la muerte, retornará a sus principios; los soles se Eckels enrojeció, enojado.
elevarán en los cielos occidentales y se pondrán en —(Trata de asustarme?
orientes gloriosos, las lunas se devorarán al revés a
—Francamente, sí. No queremos que vaya na”
sí mismas, todas las cosas se meterán unas en otras
como cajas chinas, los conejos entrarán en los som- die que sienta pánico al primer tiro, El año pasado
breros, todo volverá a la fresca muerte, la muerte en murieron seis jefes de safari y una docena de caza”
la semilla, la muerte verde, al tiempo anterior al co- dores. Vamos a darle a usted la más extraordinaria
mienzo. Bastará el roce
emoción que un cazador pueda pretender. Lo enviare-
de una mano, el más leve
roce de una mano. mos sesenta millones de años atrás para que disfrute
de la mayor y más emocionante cacería de todos los
—¡Infierno y condenación! —murmuró Eckels tiempos. Su cheque está todavía aquí. Rómpalo.
con la luz de la máquina en el rostro delgado—. Una
verdadera máquina del tiempo. —Sacudió la ca- El señor Eckels miró el cheque largo rato. Se le
beza—. Lo hace pensar a uno. Si la elección hubiera retorcían los dedos.
ido mal ayer, yo quizá estaría aquí huyendo de los —Buena suerte —dijo el hombre detrás del
resultados. Gracias a Dios ganó Keith. Será un mostrador—. El señor Travis está a su disposición.
buen presidente. Cruzaron el salón silenciosamente, llevando los
—Sí dijo el hombre detrás del escritorio—. Te- fusiles, hacia la Máquina, hacia el metal plateado y
la luz rugiente.

114 115
Primero un día y luego una noche y luego un —Cristo no ha nacido aún —dijo Travis—. Moisés
día y luego una noche, y luego día-noche-día-noche" no ha subido a la montaña a hablar con Dios. Las
día. Una semana, un mes, un año, ¡una década! pirámides están todavía en la tierra, esperando.
2055, 2019, ¡1999! ¡1957! ¡Desaparecieron! La Má- Recuerde que Alejandro, Julio César, Napoleón,
quina rugió. Se pusieron los cascos de oxígeno y pro- Hitler... no han existido.
baron los intercomunicadores. Eckels se balan-
Los hombres asintieron con movimientos de ca-
ceaba en el asiento almohadillado, con el rostro pá-
beza.
lido y duro. Sintió un temblor en los brazos y bajó
los ojos y vio que sus manos apretaban el fusil. Ha- —Eso —señaló el señor Travis— es la jungla de
bía otros cuatro hombres en esa máquina. Travis, sesenta millones dos mil cincuenta y cinco años an-
el jefe del safari, su asistente, Lesperance, y dos tes del presidente Keith.
otros cazadores, Billings y Kramer. Se miraron Mostró un sendero de metal que se perdía en la
unos a otros y los años llamearon alrededor. vegetación salvaje, sobre pantanos humeantes, en”
—¿Estos fusiles pueden matar a un dinosaurio tre palmeras y helechos gigantescos.
de un tiro? —se oyó decir a Eckels, —Y eso —dijo— es el Sendero, instalado por Sa-
—S1 da usted en el sitio preciso —dijo Travis fari en el Tiempo para su provecho. Flota a diez cen”
por la radio del casco—. Algunos dinosaurios tienen tímetros del suelo. No toca ni siquiera una brizna,
dos cerebros, uno en la cabeza, otro en la columna una flor o un árbol. Es de un metal antigravitatorio.
espinal. No les tiraremos a estos, y tendremos más El propósito del Sendero es impedir que toque usted
probabilidades. Aciérteles con los dos primeros ti- este mundo del pasado de algún modo. No se salga
ros a los ojos, si puede, cegándolo, y luego dispare del Sendero. Repito. No se salga de él. ¡Por ningún
al cerebro. motivo! Si se cae del Sendero hay una multa. Y no
tire contra ningún animal que nosotros no aprobe-
La máquina aulló. El tiempo era una película
mos.
que corría hacia atrás. Pasaron soles, y luego diez
millones de lunas. —¿Por qué? —preguntó Eckels. Estaban en la
antigua selva. Unos pájaros lejanos gritaban en el
—Dios santo —dijo Eckels—. Los cazadores de to-
viento, y había un olor de alquitrán y viejo mar sa”
dos los tiempos nos envidiarían hoy. Africa al lado
lado, hierbas húmedas y flores de color de sangre.
de esto parece Illinois.
—No queremos cambiar el futuro. Este mundo
El sol se detuvo en el cielo.
del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta
La niebla que había envuelto la Máquina se des" que estemos aquí. Tenemos que dar mucho dinero
vaneció. Se encontraban en los viejos tiempos, tiempos para conservar nuestras franquicias. Una máquina
muy viejos en verdad, tres cazadores y dos jefes de sa- del tiempo es un asunto delicado. Podemos matar
fari con sus metálicos rifles azules en las rodillas.

116 117
de
inadvertidamente un animal importante, un paja" viviente. Es como asesinar a uno de los nietos
sobre el ratón des”
rito, un coleóptero, aun una flor, destruyendo así un Adán. El pie que ha puesto usted
rán
eslabón importante en la evolución de las especies. encadenará así un terremoto, y sus efectos sacudi
del
—No me parece muy claro —dijo Eckels. nuestra tierra y nuestros destinos a través
la muert e de ese hom-
£ tiempo, hasta sus raíces. Con
—Muy bien —<ontinuó Travis—, digamos que ac" es no
bre de las cavernas, un billón de otros hombr
cidentalmente matamos aquí un ratón. Eso signi- alce
saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se
fica destruir las futuras familias de este individuo, para
nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea
¿entiende? erezca Asia saluda "
siempre un bosque oscuro, y solo
ará las pi-
—Entiendo. ble y prolífica. Pise usted un ratón y aplast
un
—¡Y todas las familias de las familias de ese in- rámides. Pise un ratón y dejará su huella, como
nacerá
dividuo! Con solo un pisotón aniquila usted primero abismo en la eternidad. La reina Isabel no
Delaw are, nunca
uno, luego una docena, luego mil, un millón, ¡un bi- nunca, Washington no cruzará el
cui-
llón de posibles ratones! habrá un país llamado Estados Unidos. Tenga
!
dado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera
—Bueno, ¿y eso qué? —inquirió Eckels. pi"
—Ya veo dijo Eckels—. Ni siquiera debemos
—¿Eso qué? —gruñó suavemente Travis—. ¿Qué
sar la hierba.
pasa con los zorros que necesitan esos ratones para
sobrevivir? Por falta de diez ratones muere un zorro. —Correcto. Al aplastar ciertas plantas quizá
un pe-
Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. solo sumemos factores infinitesimales. Pero
licará en sesent a millo-
Por falta de un león, especies enteras de insectos, queño error aquí se multip
es extrao rdi-
buitres, infinitos billones de formas de vida son arro- nes de años hasta alcanzar proporcion
esté
jadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce narias. Por supuesto, quizá nuestra teoría
ar el
a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, equivocada. Quizá nosotros no podamos cambi
cambi arse de modos
un hombre de las cavernas, uno de la única docena tiempo. O tal vez solo pueda
que
que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un muy sutiles. Quizá un ratón muerto aquí provo
des-
tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplas- un desequilibrio entre los insectos de allá, una
co-
tado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber proporción en la población más tarde, una mala
es colect ivas, y,
pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas secha luego, una depresión, hambr
de ale-
se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no finalmente, un cambio en la conducta social
Quizá
lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, jados países. O aun algo mucho más sutil.
murmu llo, un cabell o, po"
¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez solo un suave aliento, un
leve que uno po”
hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a len en el aire, un cambio tan, tan
¿Quié n lo
nuestros días. Destruya usted a este hombre, y des" dría notarlo solo mirando de muy cerca.
sabe?
truye usted una raza, un pueblo, toda una historia sabe? ¿Quién puede decir realmente que lo

118 119
No nosotros. Nuestra teoría no es más que una hi- con nosotros, nuestro safari. ¿Qué ocurrió? ¿Tuvr
pótesis. Pero mientras no sepamos con seguridad si mos éxito? ¿Salimos todos... vivos?
nuestros viajes por el tiempo pueden terminar en
Travis y Lesperance se miraron.
un gran estruendo o en un imperceptible crujido,
tenemos que tener mucho cuidado. Esta máquina, —Eso hubiese sido una paradoja —habló Lespe-
este sendero, nuestros cuerpos y nuestras ropas rance—. El tiempo no permite esas confusiones..., Un
han sido esterilizados, como usted sabe, antes del hombre que se encuentra consigo mismo. Cuando
viaje. Llevamos estos cascos de oxígeno para no in- va a ocurrir algo parecido, el tiempo se hace a un
troducir nuestras bacterias en una antigua atmós- lado. Como un avión que cae en un pozo de aire.
fera. ¿Sintió usted ese salto de la Máquina, poco antes de
nuestra llegada? Estábamos cruzándonos con noso-
—¿Cómo sabemos qué animales podemos ma-
tros mismos que volvíamos al futuro. No vimos
tar?
nada. No hay modo de saber si esta expedición fue
—Están marcados con pintura roja —dijo Tra- un éxito, si cazamos nuestro monstruo, O Si todos
vis—. Hoy, antes de nuestro viaje, enviamos aquí a nosotros, y usted, señor Eckels, salimos con vida.
Lesperance con la Máquina. Vino a esta Era parti-
Eckels sonrió débilmente.
cular y siguió a ciertos animales.
—Dejemos esto —dijo Travis con brusquedad-.
—¿Para estudiarlos?
¡Todos de pie! Se prepararon a dejar la Máquina.
—Exactamente —dijo Travis—. Los rastreó a lo La jungla era alta y la jungla era ancha y la jungla
largo de toda su existencia, observando cuáles vi- era todo el mundo para siempre y para siempre. So-
vían mucho tiempo. Muy pocos. Cuántas veces se nidos como música y sonidos como lonas voladoras
acoplaban. Pocas. La vida es breve. Cuando encon- llenaban el aire: los pterodáctilos que volaban con
traba alguno que iba a morir aplastado por un árbol cavernosas alas grises, murciélagos gigantescos na”
u otro que se ahogaba en un pozo de alquitrán, ano- cidos del delirio de una noche febril. Eckels, guar-
taba la hora exacta, el minuto y el segundo, y le dando el equilibrio en el estrecho sendero, apuntó
arrojaba una bomba de pintura que le manchaba de con su rifle, bromeando.
rojo el costado. No podemos equivocarnos. Luego
—i¡No haga eso! —dijo Travis—. ¡No apunte ni si-
midió nuestra llegada al pasado de modo que no nos
quiera en broma, maldita sea! Si se le dispara el
encontremos con el monstruo más de dos minutos
arma...
antes de aquella muerte. De este modo, solo mata-
mos animales sin futuro, que nunca volverán a aco- Eckels enrojeció.
plarse. ¿Comprende qué cuidadosos somos? —¿Dónde está nuestro Tyrannosaurus?
—Pero si ustedes vinieron esta mañana —dijo —Lesperance miró su reloj de pulsera.
Eckels ansiosamente—, debían haberse encontrado —Adelante. Nos cruzaremos con él dentro de

120 121
sesenta segundos. Busque la pintura roja, por Venía a grandes trancos, sobre patas aceitadas
Cristo. No dispare hasta que se lo digamos. Qué- y elásticas. Se alzaba diez metros por encima de la
dese en el Sendero. ¡Quédese en el Sendero! mitad de los árboles, un gran dios del mal, apre-
Se adelantaron en el viento de la mañana. tando las delicadas garras de relojero contra el
—Qhué raro —-nurmuró Eckels—, Allá delante, a oleoso pecho de reptil. Cada pata inferior era un
sesenta millones de años, ha pasado el día de elec- pistón, quinientos kilos de huesos blancos, hundi-
ción. Keith es presidente. Todos celebran. Y aquí, dos en gruesas cuerdas de músculos, encerrados en
ellos no existen aún. Las cosas que nos preocuparon una vaina de piel centelleante y áspera, como la
durante meses, toda una vida, no nacieron ni fue- cota de malla de un guerrero terrible. Cada muslo
ron pensadas aún. era una tonelada de carne, marfil y acero. Y de la
gran caja de aire del torso colgaban los dos brazos
—¡Levanten el seguro, todos! —ordenó Travis—. delicados, brazos con manos que podían alzar y exa”
Usted dispare primero, Eckels. Luego, Billings.
minar a los hombres como juguetes, mientras el
Luego, Kramer.
cuello de serpiente se retorcía sobre sí mismo. Y la

e ima.
—He cazado tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, cabeza, una tonelada de piedra esculpida que se al-
pero esto, Jesús, esto es caza —comentó Eckels—, zaba fácilmente hacia el cielo, En la boca entre
Tiemblo como un niño. abierta asomaba una cerca de dientes como dagas.
—Ah —dijo Travis. Los ojos giraban en las órbitas, ojos vacios, que
nada expresaban, excepto hambre. Cerraba la boca
—Todos se detuvieron.
en una mueca de muerte. Corría, y los huesos de la
Travis alzó una mano. pelvis hacían a un lado árboles y arbustos, y los pies
—Ahí adelante —susurró—. En la niebla. Ahí se hundían en la tierra dejando huellas de quince
está Su Alteza Real. centímetros de profundidad. Corría como si diese
unos deslizantes pasos de baile, demasiado erecto y
La jungla era ancha y llena de gorjeos, crujidos,
murmullos y suspiros. De pronto todo cesó, como si en equilibrio para sus diez toneladas. Entró fatiga”
damente en el área de sol, y sus hermosas manos
alguien hubiese cerrado una puerta.
de reptil tantearon el aire.
Silencio.
—¡Dios mío! —Eckels torció la boca—. Puede in-
El ruido de un trueno. corporarse y alcanzar la luna.
: De la niebla, a cien metros de distancia, salió el —;¡Chist! —Travis sacudió bruscamente la ca-
yrannosaurus rex. beza—. Todavía no nos vio.
—Jesucristo — murmuró Eckels. —No es posible matarlo. —Eckels emitió con se-
—¡Chist! renidad este veredicto, como si fuese indiscutible.

122 123
Había visto la evidencia y esta era su razonada opi: ickels parecía aturdido. Se miró los pies como
nión. El arma en sus manos parecía un rifle de aire si tratara de moverlos. Lanzó un gruñido de deses-
comprimido—, Hemos sido unos locos. Esto es impo- peranza.
sible.
—¡Eckels!
—;¡Cállese! —siseó Travis. parpadeando,
Eckels dio unos pocos pasos,
—Una pesadilla. arrastrando los pies.
2
—Dé media vuelta —ordenó Travis. Vaya tran- —;¡Por ahí no!
quilamente hasta la máquina. Le devolveremos la
El monstruo, al advertir un movimiento, se
mitad del dinero.
lanzó hacia adelante con un grito terrible. En cua-
—No imaginé que sería tan grande —dijo tro segundos cubrió cien metros. Los rifles se alza”
Eckels—, Calculé mal. Eso es todo. Y ahora quiero ron y llamearon. De la boca del monstruo salió un
st Al 2 4 .

irme. torbellino que los envolvió con un olor de barro y


—¡Nos vio! sangre vieja. El monstruo rugió con los dientes bri-
—¡Ahí está la pintura roja en el pecho! llantes al sol.

El Lagarto del Trueno se incorporó. Su arma- Eckels, sin mirar atrás, caminó ciegamente
dura brilló como mil monedas verdes. Las monedas, hasta el borde del Sendero, con el rifle que le col-
embarradas, humeaban. En el barro se movían di- gaba de los brazos. Salió del Sendero, y caminó, y
caminó por la jungla. Los pies se le hundieron en

==
minutos insectos, de modo que todo el cuerpo pare-
cía retorcerse y ondular, aun cuando el monstruo un musgo verde. Lo llevaban las piernas, y se sintió
mismo no se moviera. El monstruo resopló. Un he- solo y alejado de lo que ocurría atrás.
dor de carne cruda cruzó la jungla. Los rifles dispararon otra vez. El ruido se per-
—Sáquenme de aquí —pidió Eckels—. Nunca dió en chillidos y truenos. La gran palanca de la
fue como esta vez. Siempre supe que saldría vivo. cola del reptil se alzó sacudiéndose. Los árboles es”
Tuve buenos guías, buenos safaris, y protección. tallaron en nubes de hojas y ramas, El monstruo
sta vez me he equivocado. Me he encontrado con retorció sus manos de joyero y las bajó como para
la horma de mi zapato, y lo admito. acariciar a los hombres, para partirlos en dos,
Esto es dema-
siado para mí. aplastarlos como cerezas, meterlos entre los dientes
y en la rugiente garganta. Sus ojos de canto rodado
—No corra —dijo Lesperance—. Vuélvase. Ocúl- bajaron a la altura de los hombres, que vieron sus
tese en la Máquina.
propias imágenes. Dispararon sus armas contra las
—BÍ. pestañas metálicas y los brillantes iris negros.
a

Como un ídolo de piedra, como el desprendi-


miento de una montaña, el Tyrannosaurus cayó. Con
124 125
A
un trueno, se abrazó a unos árboles, los arrastró en dad, a una glándula, y todo se cerraba para siem-
su caída. Torció y quebró el Sendero de Metal. Los pre. Era como estar junto a una locomotora estro"

AS
hombres retrocedieron alejándose. El cuerpo golpeó peada o una excavadora de vapor en el momento en
que se abren las válvulas o se las cierra hermética”

A
el suelo, diez toneladas de carne fría y piedra. Los
rifles dispararon. El monstruo azotó el aire con su mente. Los huesos crujían. La propia carne, perdido
cola acorazada, retorció sus mandíbulas de ser- el equilibrio, cayó como peso muerto sobre los deli-
piente, y ya no se movió. Una fuente de sangre le cados antebrazos, quebrándolos.
brotó de la garganta. En alguna parte, adentro, esta" Otro crujido. Allá arriba, la gigantesca rama de
lló un saco de fluidos. Unas bocanadas nauseabun- un árbol se rompió y cayó. Golpeó a la bestia
das empaparon a los cazadores. Los hombres se que"
muerta como algo final.
daron mirándolo, rojos y resplandecientes.
—Ahí está —Lesperance miró su reloj—. Justo a
El trueno se apagó. tiempo. Ese es el árbol gigantesco que original-
La jungla estaba en silencio. Luego de la tor- mente debía caer y matar al animal.
menta, una gran paz. Luego de la pesadilla, la ma- Miró a los dos cazadores: ¿Quieren la fotografía
nana.
trofeo?
Billings y Kramer se sentaron en el sendero y —¿Qué?
vomitaron. Travis y Lesperance, de pie, soste-
niendo aún los rifles humeantes, juraban continua- —No podemos llevar un trofeo al futuro. El
mente. cuerpo tiene que quedarse aquí donde hubiese
muerto originalmente, de modo que los insectos, los
En la Máquina del Tiempo, cara abajo, yacía
pájaros y las bacterias puedan vivir de él, como es”
¡ckels, estremeciéndose. Había encontrado el ca-
taba previsto. Todo debe mantener su equilibrio.
mino de vuelta al Sendero y había subido a la Má-
Dejamos el cuerpo. Pero podemos llevar una foto
quina. Travis se acercó, lanzó una ojeada a Eckels,
con ustedes al lado.
sacó unos trozos de algodón de una caja metálica y
volvió junto a los otros, sentados en el Sendero. Los dos hombres trataron de pensar, pero al fin
sacudieron la cabeza. Caminaron a lo largo del Sen-
—Límpiense.
dero de metal. Se dejaron caer de modo cansino en
Limpiaron la sangre de los cascos. El monstruo los almohadones de la Máquina. Miraron otra vez
yacía como una loma de carne sólida. En su interior el monstruo caído, el monte paralizado, donde unos
uno podía oír los suspiros y murmullos a medida raros pájaros reptiles y unos insectos dorados tra-
que morían las más lejanas de las cámaras, y los bajaban ya en la humeante armadura.
órganos dejaban de funcionar, y los líquidos corrían Un sonido en el piso de la Máquina del Tiempo
MT

un último instante de un receptáculo a una cavi-


los endureció. Eckels estaba allí, temblando.
—Lo siento —dijo al fin.
pan

126 127
—¡Levántese! —gritó Travis. pertenecen al pasado, pueden cambiar algo. Tome
Eckels se levantó. mi cuchillo. ¡Extráigalas!
—¡Vaya por ese sendero, solo! —agregó Travis, La jungla estaba viva otra vez, con los viejos
apuntando con el rifle—. Usted no volverá a la Má- temblores y los gritos de los pájaros. Eckels se vol-
quina. ¡Lo dejaremos aquí! vió lentamente a mirar al primitivo vaciadero de
Lesperance tomó a Travis basura, la montaña de pesadillas y terror. Luego de
por el brazo. —Es-
pera... un rato, como un sonámbulo, se fue, arrastrando los
pies.
—¡No te metas en esto! —Travis se sacudió
apartando la mano—. Este hijo de perra casi nos Regresó temblando cinco minutos más tarde,
mata. Pero eso no es bastante. Diablo, no. ¡Sus za- con los brazos empapados y rojos hasta los codos.
patos! ¡Míralos! Salió del Sendero. ¡Dios mío, esta- Extendió las manos. En cada una había un montón
mos arruinados! ¡Cristo sabe qué multa nos pon- de balas. Luego cayó. Se quedó allí, en el suelo, sin
moverse.
drán! ¡Decenas de miles de dólares! Garantizamos
que nadie dejaría el Sendero. Y él lo dejó, ¡Oh, con- —No había por qué obligarlo a eso —dijo Lespe-
denado tonto! Tendré que informar al gobierno. rance.
Pueden hasta quitarnos la licencia. ¡Dios sabe lo —¿No? Es demasiado pronto para saberlo,
que le ha hecho al tiempo, a la Historia! —Travis tocó con el pie el cuerpo inmóvil.
Cálmate. Solo pisó un poco de barro. —Vivirá. La próxima vez no buscará cazas
—¿Cómo podemos saberlo? —gritó Travis—. ¡No como esta. Muy bien. —Le hizo una fatigada seña
sabemos nada! ¡Es un condenado misterio! ¡Fuera con el pulgar a Lesperance—. Enciende. Volvamos a
de aquí, Eckels! casa. 1492. 1776. 1812.
Eckels buscó en su chaqueta. Se limpiaron las caras y manos. Se cambiaron
—Pagaré cualquier cosa. ¡Cien mil dólares! las camisas y pantalones. Eckels se había incorpo”
rado y se paseaba sin hablar. Travis lo miró furio-
Travis miró enojado la libreta de cheques de samente durante diez minutos.
Eckels y escupió.
—No me mire —gritó Eckels—. No hice nada.

A
—Vaya allí. El monstruo está junto al Sendero.
Métale los brazos hasta los codos en la boca, y —¿ Quién puede decirlo?
vuelva. —Salí del sendero, eso es todo; traje un poco de
—¡Eso no tiene sentido! barro en los zapatos. ¿Qué quiere que haga? ¿Que
me arrodille y rece?
—El monstruo está muerto, cobarde bastardo.
¡Las balas! No podemos dejar aquí las balas. No —Quizá lo necesitemos. Se lo advierto, Eckels.
Todavía puedo matarlo. Tengo listo el fusil.
128 129
—Soy inocente. ¡No he hecho nada! pared, más allá de este hombre que no era exacta"
1999, 2000, 2055. mente el mismo hombre detrás del mismo escrito”
rio..., se extendía todo un mundo de calles y gente.
La máquina se detuvo.
Qué suerte de mundo era ahora, no se podía saber.
—Afuera —dijo Travis. Podía sentirlos cómo se movían, más allá de los mu-
El cuarto estaba como lo habían dejado. Pero no ros, casi, como piezas de ajedrez que arrastraban
de modo tan preciso. El mismo hombre estaba sen- un viento seco...
tado detrás del mismo escritorio. Pero no exacta: Pero había algo más inmediato. El anuncio pin-
mente el mismo hombre detrás del mismo escritorio. tado en la pared de la oficina, el mismo anuncio que
Travis miró alrededor con rapidez. había leído aquel mismo día al entrar allí por vez
—¿Todo bien aquí? —estalló. primera.

—Muy bien. ¡Bienvenidos! De algún modo el anuncio había cambiado.

Travis no se sintió tranquilo. Parecía estudiar


hasta los átomos del aire, el modo como entraba la SEFARI EN EL TIEMPO. S. A.
luz del sol por la única ventana alta. SEFARIS A KUALKUIER AÑO DEL
—Muy bien, Eckels, puede salir. No vuelva PASADO
nunca. Uste nombra el animal nosotros lo lleba-
Eckels no se movió. mos ayi. Uste lo mata.
—¿No me ha oído? —dijo Travis—. ¿Qué mira?
Eckels sintió que caía en una silla. Tanteó in-
Kckels olía el aire, y había algo en el aire, una sensatamente el grueso barro de sus botas. Sacó un
sustancia química tan sutil, tan leve, que solo el dé- trozo, temblando.
bil grito de sus sentidos subliminales le advertía
No, no puede ser. Algo tan pequeño. No puede
que estaba allí. Los colores blanco, gris, azul, ana-
ser. ¡No!
ranjado, de las paredes, del mobiliario, del cielo
más allá de la ventana, eran... eran... Y había una Hundida en el barro, brillante, verde, y dorada,
sensación. Se estremeció. Le temblaron las manos. y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy
Se quedó oliendo aquel elemento raro con todos los muerta.
poros del cuerpo. En alguna parte alguien debía de —¡No algo tan pequeño! ¡No una mariposa!
estar tocando uno de esos silbatos que solo pueden —gritó Eckels.
oír los perros. Su cuerpo respondió con un grito si-
lencioso. Más allá de este cuarto, más allá de esta Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pe”
queña que podía destruir todos los equilibrios, de-
rribando primero la línea de un pequeño dominó, y
130 131
luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco
dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo.
La mente de Eckels giró sobre sí misma. La mari-
posa no podía cambiar las cosas. Matar una mari-
posa no podía ser tan importante. ¿Podía?
|
Tenía el rostro helado. Preguntó, temblándole
la boca:
—¿Quién... quién ganó la elección presidencial
ayer?
El hombre detrás del mostrador se rio.
—¿Se burla de mí? Lo sabe muy bien.
¡Deutscher, por supuesto! No ese condenado debilu-
cho de Keith. Tenemos un hombre fuerte ahora, un
hombre de agallas. ¡Sí, señor! —El oficial calló—,
¿Qué pasa?
Eckels gimió. Cayó de rodillas. Recogió la ma-
riposa dorada con dedos temblorosos.
—¿No podríamos —se preguntó a sí mismo, le
preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina,
no podríamos llevarla allá, no podríamos hacerla
vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo?
¿No podríamos...?
No se movió. Con los ojos cerrados, esperó estre-
meciéndose. Oyó que Travis gritaba; oyó que Travis
preparaba el rifle, alzaba el seguro, y apuntaba.
Se escuchó el ruido de un trueno.

| RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE |


LAS PÁGINAS 171-174

132 133
| Clave / carné Sección

| Nombre
1. Localice, a lo largo del cuento, diez párrafos que
puedan resumir lo que ocurre en la historia.
+ Asigne una letra, (a, b, c, d, e, f, g, h, i, j) según
el orden en que ocurrieron los sucesos. Colo"
que cada letra en el margen externo del res
pectivo párrafo, tal como muestra el ejemplo
de la página 13.
e Asigne un nombre que exprese lo narrado en
cada párrafo. El primero puede servirle de
ejemplo.

a. El gato queda tuerto

o
ao
Pp
a

|
|
|
pom

|
|
135
2. A continuación, encontrará algunas frases toma- 3. Dibuje una escena en donde se aprecie el final.
das directamente del cuento. Localice y subraye
cada fragmento. Con base en el contexto de cada
frase, explique qué quiso expresar el narrador.
a. Mañana voy a moriry quisiera aliviar hoy mi
alma. a

b. cuando llegué a la virilidad, se convirtió en


una de mis principales fuentes de placer.
4. Investigue acerca de los efectos del alcoholismo
== — - —_—— en quienes padecen dicha enfermedad. Escriba
acá una síntesis de lo investigado. Tate de rela"
; a ; cionarlo con lo ocurrido en el cuento.
c. mi temperamento y mi carácter se alteraron

radicalmente por culpa del demonio.

d. su marcado cariño por mí me disgustaba y me


fatigaba Ñ => A
5. Las reacciones del protagonista ¿se deben direc-
— a A > = bh tamente al consumo del alcohol o puede influir
algún otro aspecto paranormal?
e. aún en esta celda de criminales me siento casi — => >

avergonzado _ | AAA ——_—

136 137
6. Consulte la definición de “derecho” que ofrece su
libro de Introducción al Derecho. A partir de ella,
escriba un comentario acerca del papel que po"
dría jugar el derecho en la historia leída. | Clave / carné Sección | |
_——)

| Nombre

1. Localice los diez párrafos que contengan la infor-


mación más importante. Márquelos con una le-
tra, de la “a” a la 4”, según el orden en que apa-
rezcan. Asigne un título a cada párrafo y anótelo
en la línea que corresponda. Al final, debe tener
un resumen claro del cuento.
a. Entreviste a dos abogados. Pregúnteles qué
delito pudo haber cometido el protagonista de

p»p
este cuento. Pídale que explique su respuesta.

roo
Abogado A

Nombre

o
Respuesta

”a
Abogado B

Nombre

Respuesta
Realice las inferencias necesarias para explicar
lo que simboliza lo siguiente.
a. El protagonista encontró el guijarro cuando ya
era un anciano
b. Quien le dio el guijarro no tenía fuego ni pan, 5. Complete el esquema: sintetice las dos concep
» ciones de la verdad descubiertas por ambos.
y carecía de palabras.

Mi
c. Lo que vio: cuando dirigió .. : Hijo menor | | Hijo mayor |
el guijarro hacia su
hermano y la esposa de este . O

d. La decisión de ir por el mundo con el guijarro


en el bolsillo

e | Lana
3. Describa la piedra de la verdad. o

> qq — —= 6. Busque, en un libro de filosofía, en que consiste


—__— o — - — el criterio pragmático de la verdad. Analice la
postura de ambos hermanos y explique quién de
ellos podría estar más próximo al criterio prag”
4. Localice cinco frases breves en las que se indique mático.
el paso del tiempo en el cuento. Cópielas.
AAA
DA p.. ==
AAA == == _—
- PA 5 _ E
e.

140
7. Analice la forma en que se comporta el rey que
era a la vez sacerdote.
a. Luego, repase en su libro de Derecho las con-
cepciones acerca del derecho: naturalista, po-
| Nombre ] z |
sitivista y realista.
b. Indique con cuál de estas concepciones se po- Clave / carné Sección | |
dría vincular la forma de hacer justicia del
rey. Explique su respuesta.
1. Defina, en una palabra, la actitud de cada uno
de los siguientes personajes'
a. Mr. Rolston
b. Jefe de la tribu
ec. Diputados
d. Pueblo norteamericano
2. Describa la evolución de los sentimientos y va”
lores de Mr. Taylor en los tres momentos.
8. Investigue, en su libro de introducción al dere- a. Al principio
cho, acerca de las diferentes definiciones del con-
cepto “justicia”. Explique a cuál de ellas se re-
fiere el hijo mayor cuando dice a su hermano
“Ruego que hayas actuado con justicia”.

b. Después ES

c. Alfinal

143
3. Escriba siete oraciones simples que resuman 5. La invasión de Estados Unidos a Guatemala
cuento. puso fin a la Revolución de Octubre. Investigue
a. lo que ocurrió en esa ocasión y los pretextos que
utilizó Estados Unidos para derrocar a un go-
b. bierno democrático en nuestro país.

El cuento es una crítica a Estados Unidos y el


>

sistema capitalista. Averigúe sobre las principa”


les críticas que se hacen a dicho sistema desde la
perspectiva de los países latinoamericanos. Con
esa base, indique qué simbolizan. Augusto Monterroso escribió este cuento moti-
a. Mr. Taylor y Mr. Rolston vado por la furia e impotencia que le causó la in-
vasión de Estados Unidos a Guatemala, en 1954.
En ese caso, si analizamos el final, ¿el cuento es
optimista o pesimista? Argumente su respuesta.

Cc. Las cabezas reducidas

d. La Coca Cola

e. Las Obras completas, de G. Knight

144 145
7. Si consideramos a la tribu amazónica como un
Estado, describa cada uno de sus elementos
constitutuvos.
a. Población .
Nombre

| Clave / carné Sección | |

b. Territorio 1. Complete las oraciones que faltan para que la


historia quede ordenada.
Kl primo llega a vivir a casa de Aurora.


c. Poder
c. La mamá de Aurora manda a sus dos hijas a
la Antigua Guatemala.
d. A - - -
e. El protagonista conoce a Aurora.
f o A

8. Si consideramos a la tribu amazónica como un 8 — - > a


Estado, redacte un breve comentario sobre la si- h.
tuación de su soberanía.

147
3. Con los datos expuestos por el narrador, cuente b. Cuando supo, por medio de cartas, que Aurora
lo que pudo haber pasado desde que encerraron tenía un hijo.
al niño, hasta el final del cuento,

c. Cuando se enteró, de parte del primo de Au-


rora, cómo había quedado embarazada.

d. Al final, cuando la evoca, viendo al depen-


diente de la tienda.

4. Explique cómo pudo haber ocurrido la muerte de


Aurora.

9. Imaginque que usted va a colaborar para que se


apruebe una ley que castigue la actitud de la
mamá de Aurora. Realice lo que se le indica.

| Nombre que daría a la ley


5. Narre cómo evolucionaron los sentimientos del
protagonista con respecto a Aurora.
a. Cuando la conoció.

[ ¿Quién presentaría la iniciativa de ley? Explique. |

149
| ¿En qué comisión del Congreso se le daría trámite?

| Nombre
Clave / carné Sección
Describa, brevemente, el camino que seguiría
su Iniciativa de ley hasta entrar en vigencia. 1. Realice las inferencias necesarias para completar
las siguientes oraciones.
a. Al principio, Baltazar estaba barbado porque

b. La casa se llenó de curiosos porque

c. El médico se interesó en la jaula porque

d. Montiel salió en calzoncillos porque

e. Montiel rechazó la jaula porque

2. Describa, en una oración simple, cada uno de los


tres lugares indicados.
a. Casa de Baltazar

150 151
c. Salón de billar 5. Consulte, en un libro de teoría literaria, acerca
de las clases de narrador que existen. Indique a
cuál de ellas corresponde el narrador de este
cuento. Señale tres elementos que le permitan
demostrar su elección.

Personalidad El narrador es porque


a.
b.
C.

6. La propuesta del doctor plantea un dilema ético


para Baltazar. Consulte en un libro de filosofía
en qué consiste un dilema ético. Con la informa-
ción obtenida, complete el esquema.

Indique en cuánto tiempo transcurren las accio- Dilema ético


nes narradas. Localice cinco oraciones que evi- Vender al médico No vender al médico
dencien su respuesta. Cópielas literalmente en el
espacio respectivo. La primera le servirá de ejem-
plo.
Las acciones transcurren en _____ horas porque
a. Cuando acabó de almorzar, ya se decía...
AA SRA

Gr Solución

153
7. Repase, en su libro de Introducción al derecho, la
teoría acerca del derecho consuetudinario y so-
bre las fuentes del derecho. Con esa base, res- b |
ponda lo que se le pide. Argumente cada res- Í Nombre |
puesta. | — A |
a. ¿Podría Baltazar argumentar a José Montiel l: Clave / carné Sección | |
que se basó la costumbre, como fuente de de- L
recho para aceptar el trato que hizo con el EM | 1. Alo largo del cuento se intercalan tres historias:
niño? : | A, la de quien encontró la carta;
B, la de quien escribió la carta;
> ———_—— == C, la del protagonista de los sucesos narrados.
Anote, dentro del cuadro de la derecha, A, B, €,
según la historia a la que corresponda cada frag”
A 0 == __HH> * : mento.
y a. Debió ser un hombre muy culto, tal
O OS , como lo demuestra su elegante grafía.
A ————_ AA P b. Nada sé, por otra parte, de mi único

Dd
b. Cuando José Montiel dice a Baltazar “Solo a ti e hermano. ] s y ,
se te ocurre contratar con un menor” ¿podría e c. Las ausencias de Javier A nadie
afirmarse que el contrato es fuente de dere- | llamaban, a casi nadie hacían suspirar
cho? ¿En qué condiciones? > o padecer.
d. ¿Compararía Lizardi el comporta:

TANTA
miento del insecto con el que la vida ha-

0
|
bía mostrado con el muchacho?

AA
e. Y fue (...) aquel primer día de cacería,
cuando Matías se enfrentó a ellos.

Dd000
A | f. Como tú, querido amigo, bien sabes la
' piedad es la forma extrema del amor.
No puedo más, y aquí termino. Soy

qm
ahora, como ves, un hombre deshecho.
No quisiera poner punto final a mi tra-

p
bajo sin aludir a (...) la paternidad de
A | Lizardi.
| 1. Entonces, entre los jadeos, creí escu-

dd
char una voz.
154 155
2. Identifique a qué suceso se refiere Lizardi en c. Javier.
:ada una de las siguientes reflexiones.
a. Javier obedecía al mismo instinto que hace a
un perro moribundo escapar de sus amos y co- 4. Identifique la idea principal y dos ideas secunda-
rrer hacia los ventisqueros. rias en cada una de las historias.
a. La historia de quien encontró la carta

AA
Idea principal _
b. Pero ya sabes cómo es nuestra gente. No
siente amor por los animales, ni siquiera por

re
aquellos jóvenes y pequeños. Idea secundaria 1

Idea secundaria 2

c. Sé que no es lícito atribuir a los animales las


potencias que únicamente corresponden al b. La historia de Javier
hombre.
Idea principal _

AR
KA
d. Lo que el anciano realmente deseaba de mí

CA
era la bendición de un crimen.
Idea secundaria 2

Escriba una oración breve que defina a cada uno


ed

de los siguientes personajes.


5. Investigue sobre las características literarias del
a. Quien encontró la carta. cuento, la fábula y el género epistolar. Describa
cómo se presentan en esta narración
a. Cuento
b. Lizardi.

156
b. Fábula

A ¡Nombre .
| Clave / carné Sección L

¡ep

tl
S,
O
o

E
5

mn

O
O
2O

i
||

|
1. El autor escribe algunas palabras de acuerdo
|

|
|
con la forma en que suelen ser pronunciadas por

e
los niños de las áreas rurales. Subraye diez de
|
|
|

|
6. Cuando Matías pide a Lizardi autorización para ellas y escríbalas, ya corregidas, en las siguientes
matar al Jabalí, pone un dilema que tiene que
, . . Ñ

f
5

líneas. El ejemplo le servirá de guía.


E .] n 21 y Jay 1 A Ís

ver con tres clases de normas. Explique cómo se ll a. mitad E


manifiesta en esa petición cada una de esas cla-
ses de normas. Consulte su libro de Introducción b, === B- : >
al derecho. C.

ERIN
o h. mn
a. Norma moral

E A
d. 1 =
| |

| |
|

|
| e. _ TIA TE -

S — 2. Numere los siguientes sucesos, de acuerdo con


nd su importancia para el cuento. El número 1 co-
b. Norma religiosa | p +8 A :
rresponde al suceso de mayor importancia y el 4

Es E
= A AAA SÓ E al de menor.
! a. Una vez, los niños se descuidaron y el se- [ ]
o l ñor extraño los siguió hasta La Puerta L-—
E == ES p ; del Cielo.
Ñ '
c. Norma jurídic: | b. Casi todo el domingo lo ocupábamos en L |
ayudar en otras cositas a nuestros tatas.

E c. Desde ese domingo, todas las tardes de ——


7 AA todos los domingos, después de jugar y | |
] en lugar de peliar, nos veníamos a meter
aquí. E
|

d. Chabello localizó La Puerta del Cielo. |


158 159

nr.” Y
pl
3. Explique: b 5. Explique brevemente la idea principal contenida
a. ¿Quién narra los hechos? ) en el cuento.
b. ¿Qué características
tiene durante los hechos ¡ —_—_————— €xK<"AA<————_ ==

narrados? o | === ¿<A RÁ

A , | A
C. ¿Qué características tiene cuando narra los — == Ss AA E

hechos? o o A | | a E Ss


d. ¿A quién se dirige? a
A l
e. Describa el lugar donde están ubicados el na-
rrador y el receptor en el momento de la na- ¿ 6. Investigue acerca de las características litera-
rración. rias de un cuento. Identifique y explique tres de
+ y. — DR == = Ñ 4
ellas contenidas en esta historia.
h '
E A ====
UL. -.-— E=z — E O

_—— — —— p

4. Resuma el cuento en seis oraciones simples. | a — an


a ÓN o
b. _ 3 qe
b. A o

G
_————— ARA CN C.— o _ A
d, = > | E
e. A a Ml a e e
f. _ a _—

160 161
$
h

|
7. Haga un dibujo sencillo y esquemático en el cual |
represente la puerta del cielo. '
———_ A OA p
Ñ | | Nombre -
| E
| | i Clave / carné
|
Sección | |
o
| 1. Investigue qué es la fiebre de malta. De acuerdo
| | t con la información obtenida, conteste ¿por qué el
| | médico estaba tan seguro de que la niña moriría?

L. a -. — —_— ds —

8. Investigue acerca del sincretismo religioso y con- / Ñ A


teste.
a. ¿En qué consiste? y €á _—_—_————————=—=—+00
E A PI
S ; |
= E = a E
,
e ko ¡
b. ¿Detectó algunos rasgos de ese fenómeno en el ! 2. Anote el sustantivo y el adjetivo que mejor define
uento? a cinco de los personajes que participan en el
cuentos — ' cuento.

a A q — — = > Ñ í | . . 1 Adi .
| Personaje | Sustantivo | Jetivo
——— — —_— . - > — | 1 | |
c. Desde el punto de vista de quien narra los he- | ==
chos, ¿realmente existe el sincretismo reli- ; |
gloso entre los indígenas? |
AzeAaéAézñz :' |
|
_ a PS — — — — ; |
4

162 : 163
3. Numere las oraciones de acuerdo con el orden en 6. Haga un dibujo sencillo y esquemático en el cual

TR
que ocurrieron los sucesos en el cuento. represente el lugar donde ocurren los hechos re-

A
a. La niña enfermó. | latados en el cuento.

A
b. Pascual robó su muñeca a la niña. l
c. Doña Clementina encontró a la verda- | 1]
dera “Pipa”. =—
d. El médico dijo que la niña moriría. |
e. La niña murió.
a . :
f. Doña Clementina obsequió una muñeca | |
rubia a la niña. L
g. La niña jugaba con su muñeca todos los
días.

4. Conteste: ¿Por qué doña Clementina dio la razón


a la niña cuando encontró a la verdadera Pipa en

7
su terreno?
7. El decreto número 78-1996, Código de la niñez y

DAA
la juventud, entró en vigencia el 27 de septiem-
bre de 1996. Atendiendo a los ámbitos de validez
de una norma ¿por qué no podría aplicarse ese
código a los personajes de este cuento?

5. Investigue acerca de las clases de cuentos que


existen. Luego, indique a cuál de ellas pertenece
“La rama seca”. Argumente su respuesta.
8. Investigue acerca de los derechos de la niñez y
señale cuáles de ellos le estarían siendo violados
a la protagonista del cuento,

| Nombre

Clave / carné Sección

1. Explique lo que quiere decir Linda en estas ex-


presiones:
a. Lo que me hace siempre

La señora Mediavilla se lamenta de que la niña


so

es muy pequeña como para llevarla a trabajar.


Cuando b. Yo te voy a enseñar a hablar otra vez
la niña enferma, se lamenta de que no
podrá contar con el trabajo de Pascualín. Sabe-
mos que el trabajo infantil va en contra de sus
derechos humanos. Sin embargo, dada la miseria
en la que vive la familia, necesitan de ese trabajo
para sobrevivir. Desde el punto de vista legal, la
situación plantea un dilema ético. ¿Cómo debe
resolverse dicho dilema?

Resuma el cuento en los cinco sucesos más im-

yO
portantes. Anótelos en el orden que ocurrieron,
aunque no coincida con el orden en que fueron
presentados en el cuento
a.

166
3. Busque, a lo largo del cuento, una oración con 5. Describa, con detalles, dos de los lugares donde
sujeto tácito en la que la persona de quien se ha- ocurren los hechos. Use solo la información pro-
bla sea: porcionada por el cuento.
a. Carlos a.

b.La madre

e. El doctor

d.El padre

e. La enfermera

4. Explique por qué el cuento se llama “No hay ol-


vido”.

6. Explique el significado de la oración “Recordó la


historia que el papá le contó, pero ya no había
a. Proponga un nombre que refleje mejor lo que retorno”.
sucede en el cuento

168 169
7. Investigue, de acuerdo con la legislación guate-
malteca, el principal delito cometido por Carlos
y su papá. Explique las penas que se les podría
imponer si fueran vencidos en un juicio.
a. Carlos | Nombre
Clave / carné Sección

1. La frase “El ruido de un trueno” aparece en dos


— - — - | ocasiones. Relate el significado que adquiere en
cada una de ellas. Luego, explique por qué el
cuento lleva ese nombre.
a.

dl
Explicación
b. El papá de Carlos

UN | 2. Busque la frase que mejor define a cada perso-


== === == == naje. Cópiela literalmente sobre las líneas asig-
nadas. La frase debe ser breve y contundente,
para caber en el espacio respectivo.
a. Eckels
b.Travis

e. Lesperance
d. Billings
e. Kramer

170 171
3. Complete cada frase, de acuerdo con lo ocurrido. 5. Busque, en un libro de filosofía, la explicación
a. Eckels tuvo que firmar un permiso para del principio dialéctico llamado “concatenación
universal”.
a. Explique en qué consiste dicho principio.
b. La compañía instaló un sendero de metal an-
tigravitatorio para _

c. Algunos animales estaban marcados con


5 ó c : l pin- Els
b. Opine: :
¿Puede ser un ejemplo ,
de dicho o.
princi-
tura roja para
qe Pare pio: el final de este cuento? 9

d. Eckels se arrepintió de matar a su dinosaurio


porque _

e. Eckels regresó con una mariposa muerta entre 6. De acuerdo con la lógica del cuento, imagine qué
la suela de su zapato porque podría haber ocurrido si Eckels fuera abando-
A ; nado en el pasado a causa de su imprudencia.

4. Investigue las características de los cuentos de


ciencia ficción y analice cuáles de ellas están pre-
sentes en El ruido de un trueno.

173
7. eEckelelss eses oblig
obligadoado a: firmar un permiso en el que
, era de responsabilidades a la empresa
por si
egara a ocurrirle algo. Investigue en un libro
de
derecho la fundamentación y consecuenc
ias le-
gales de dicho documento firmado.

Bibliografía

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lla (Navarra): Salvat.

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