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UNIVERSIDAD POLITECNICA DE

HONDURAS
SEDE DANLI, EL PARAISO

ASIGNATURA:
CRIMINOLOGIA

TEMA:
CRIMEN ORGANIZADO EN HONDURAS (EVOLUCION,
CARASTERISTICAS, ORGANIZACIÓN E INFLUENCIAS)

CATEDRATICO:
ABOG. NERY ORDOÑEZ

ALUMNA:
AMERICA DENISSE SOSA ÚCLES

FECHA:
24/1/22

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En las últimas décadas, Honduras ha llamado la atención por los altos
niveles de violencia, la inseguridad, crisis política (el golpe de 2009 y la
crisis electoral de 2017) y el movimiento masivo de personas saliendo del
país conocido en los medios como las “caravanas migrantes”. Varios
informes de derechos humanos de organizaciones internacionales y
estudios han querido entender las razones que han llevado al país a una
situación constante de precariedad a nivel político y social que impacta
principalmente a las poblaciones de menos recursos. La historia de
fragilidad en las instituciones estatales, la permanencia de la pobreza y
desigualdad y un proceso de democratización inacabado son algunas
razones subyacentes. 
Otra razón que han señalado estudios e informes ha sido la presencia del
crimen organizado y el tráfico de drogas en Centro América (Ver Cantor
2014, Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2012,
Salomón 1994). En las últimas décadas, el narcotráfico y el crimen
organizado han ido formando parte del paisaje de violencia, inseguridad e
inestabilidad para muchos hondureños, propiciando muchos a desplazarse
internamente, así como fuera del país por su seguridad y porque no
encuentran protección del estado (Ver Gutiérrez Rivera 2019). Además, se
ha comprobado la participación de las elites políticas y económicas
hondureñas en el tráfico de drogas, así como la implicación de grupos de
crimen organizado como El Cartel de Sinaloa y Los Zetas en la
financiación de campañas presidenciales y el lavado de dinero a través de
actividades empresariales de las elites (Dudley 2016). En lo que resta de
esta nota, se explora algunos factores que contribuyeron al establecimiento
del tráfico de drogas y el crimen organizado en el país. 

Los militares
Si bien varias notas del periodismo investigativo recientemente han
señalado la implicación de altos oficiales de las fuerzas armadas en el
tráfico de drogas (Ver Lohmuller 2016), es importante señalar que su
participación no es reciente. La participación de los militares en el
narcotráfico se hizo evidente en los años setentas con el asesinato de Mario
y Mary Ferrari, una pareja de clase media alta que traficaban cocaína,
armas y esmeraldas. El asesinato de los Ferrari evidenció la participación
de altos oficiales de las fuerzas armadas y del narcotraficante hondureño
Ramón Matta Ballesteros en el tráfico de drogas. Los militares tenían una
posición privilegiada en el país en ese momento. Desde los sesentas
estaban en el poder mediante el establecimiento de una dictadura. 
Una coyuntura particular de la región centroamericana cimentó el poder
político y económico de los militares en el país. Por un lado, el surgimiento
de movimientos sociales y de grupos armados en la región y la revolución
Sandinista en Nicaragua generaron temor por parte de los gobiernos de
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Estados Unidos y Argentina, así como varios grupos económicos y
políticos locales frente a la posibilidad del establecimiento de socialismo
y/o comunismo. El gobierno de Estados Unidos financió operaciones
secretas de contrainsurgencia mientras que el gobierno de Argentina
entrenó a los militares hondureños para la ejecución del programa
contrainsurgente. Los militares se beneficiaron política y económicamente
de la llegada de fondos para combatir el socialismo y el comunismo. Por
ejemplo, el presupuesto de las fuerzas armadas era independiente del
presupuesto nacional el cual no pasaba por ninguna supervisión por el
gobierno. 
Por otro lado, los militares se beneficiaron económicamente del modelo de
desarrollo de industrialización por sustitución de importaciones. Si bien la
implementación del modelo ISI en el país fue débil, permitió, no obstante,
el surgimiento de nuevos grupos económicos distintos a los terratenientes
tradicionales. El acceso a créditos para los nuevos grupos económicos que
surgieron no sólo era administrado por los militares en el poder, sino
además también accedieron a créditos para diversificar sus iniciativas
empresariales (e.g. el establecimiento de bancos, inversión en el sector
agropecuario y manufacturero, etc.) y convertirse en un grupo económico y
político en el país. 
Esta posición privilegiada económica y política de las fuerzas armadas
hondureñas y el control sobre los puertos (aire, mar y tierra) y el territorio
nacional y la ausencia de veeduría del presupuesto de las fuerzas armadas y
sus actividades facilitaron la participación en el tráfico de drogas
proveniente de Sur América. 

Transformación de las elites


En los últimos años, han surgido varios reportes detallando los vínculos de
familias o miembros de la elite política y económica con el crimen
organizado. Este ha sido el caso de la familia Rosenthal y Handal que
tuvieron vínculos con los grupos de crimen organizado, “Los Valle Valle”
y “Los Cachiros” (Ver Dudley 2016, Insight Crime) y más recientemente
los vínculos del hijo del expresidente Porfirio Lobo y el hermano del actual
presidente de Honduras, Tony Hernández, con el narcotráfico. 
La participación de algunos miembros de la elite política y económica
hondureña con el narcotráfico es más reciente que los vínculos de las
fuerzas armadas. Su involucramiento con el crimen organizado se debe en
parte a la transformación de elite en la región. Como indica el estudio de
Bull et al (2014), las elites centroamericanas se transformaron en las
últimas décadas beneficiándose de varias políticas económicas orientadas a
la estabilización macroeconómica como el modelo de sustitución de
importación de productos en los sesentas y setentas y luego el programa de

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ajuste estructural (mediante préstamos del Fondo Monetario Internacional y
el Banco Mundial) en los ochentas y noventas. Estas políticas
contribuyeron que las elites diversificaran sus actividades económicas en
los sectores de la agricultura, industria, y, sobre todo, en el área financiero
y bancario. Asimismo, estas elites se vincularon con los partidos políticos
tradicionales, el partido Liberal y el partido Nacional, participando y
financiando sus campañas electorales y trabajando en el sector público
como altos funcionarios. 
La transformación de las elites las enriqueció en tanto que se beneficiaron
de exención de impuestos y de créditos para sus actividades económicas.
Su vínculo con el crimen organizado debe entenderse en este contexto de
transformación económica y de política pública en la región
centroamericana. Por un lado, diferentes grupos de crimen organizado
tenían una presencia cada vez más fuerte en la región. Esto debido a que
Centro América se había convertido en el principal tránsito de drogas
ilícitas hacia Norteamérica. Una consecuencia de la presencia de varios
grupos de crimen organizado en Honduras, como “los Valle Valle”, “Los
Cachiros”, entre otros, fue la necesidad de articular el capital obtenido de
actividades ilícitas con el sector económico legal, el cual estaba bajo
control de las elites. Varios miembros de diferentes grupos de crimen
organizado empezaron a establecer conexiones y relaciones con políticos y
con miembros de las elites. Si bien algunos miembros de las elites
apoyaron en el transporte de drogas, contribuyeron principalmente al
lavado de dinero a través de sus actividades económicas. Por ejemplo,
varios miembros de “Los Cachiros” tenían línea de crédito con el Banco
Continental, el cual era de la familia Rosenthal y que financiaba varias
actividades económicas de “Los Cachiros” como ganadería, la palma
africana, entre otras actividades. Asimismo, los miembros de crimen
organizado establecían conexiones con políticos para poder realizar sus
actividades de lavado de dinero. Este es el caso del vínculo de algunos
alcaldes de la costa norte de Honduras quienes permitieron actividades de
ganadería y construcción de miembros de crimen organizado. Estas
conexiones de las elites políticas y económicas de Honduras con el crimen
organizado, reforzadas con los altos niveles de corrupción en el sector
público y en las instituciones estatales, han tenido consecuencias nefastas
en el país, particularmente un alto nivel de violencia, así como la
emergencia de formas paralelas de gobernanza criminal. 

La Guerra Contra las Drogas


“La Guerra Contra las Drogas” hace parte de una agenda global liderada
por Estados Unidos para controlar la producción, tráfico y consumo de
drogas ilícitas. Inició en Estados Unidos en los sesentas por el aumento en

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el consumo de drogas en el país. La respuesta fue muy simplista: prohibir y
penalizar el consumo de drogas, así como detener la producción de drogas
en los países. En los ochentas, el presidente Ronald Reagan retomó la
“guerra contra las drogas” de manera más agresiva (y menos preventiva)
centrándose en América Latina, de donde venía la mayoría de droga
consumida en Estados Unidos, y adoptando una posición más punitiva
frente a las personas adictas a las drogas. 
Uno de los efectos de la política exterior de drogas de Estados Unidos en
Honduras fue el decreto 126 de 1989 que sanciona el cultivo, producción y
tráfico, así como el consumo y posesión de drogas ilícitas. Este decreto, el
cual aún está vigente, criminaliza y penaliza a cualquier persona con
drogas. En los últimos años se ha recrudecido la “guerra contra las drogas”
en Honduras y Centro América debido a la fuerte presencia del crimen
organizado y que la región centroamericana se ha convertido en uno de los
principales corredores de tránsito de droga proveniente de Suramérica y de
México. Los efectos de esta política han sido nefastos. Por un lado, la
ayuda financiera enviada a Honduras por parte de Estados Unidos para
combatir el crimen y las drogas contribuyó a la presencia más agresiva de
agentes de seguridad en zonas de bajos de recursos quienes se dedicaban a
realizar redadas relámpago para arrestar presuntos criminales y
delincuentes que participaban en la venta y tráfico de drogas. Por otro lado,
la “guerra contra las drogas” transformó la violencia, la cual se volvió más
cruda. Esto era evidente en las cárceles donde aumentaron
considerablemente motines y masacres de reos debido a la sobrepoblación
penitenciaria y a alteraciones en el ‘orden’ que existía en las prisiones y
que controlaban los reos. Asimismo, la “guerra contra las drogas” ha
empoderado a altos oficiales de la policía, a funcionarios políticos y
miembros de la elite política y económica. Algunos han participado con el
crimen organizado en el tráfico de drogas recrudeciendo las condiciones en
varias partes del país. 

Honduras no es un lugar seguro, evidente en la salida masiva de


hondureños hacia Estados Unidos. Si bien la migración hacia Estados
Unidos no es nueva, ésta sí ha aumentado considerablemente en los últimos
años en gran parte por la presencia del crimen organizado y el narcotráfico.
Sin duda, el narcotráfico y el crimen organizado son uno de los factores
que ha convertido al país en un lugar violento e inseguro. Los factores
descritos aquí no son los únicos, pero buscan visibilizar que el tema de
narcotráfico, violencia y crimen organizado en Honduras -y Centro
América- es complejo y esta nota ha buscado entrever algunos factores
relacionados a un fenómeno que no sólo ha tenido efectos negativos en la
sociedad hondureña, sino que está estrechamente vinculado a procesos

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globales que han transformado la región y afectado a los hondureños y
hondureñas.

Actualmente Honduras es uno de los países que no está en guerra más


violentos del planeta. La violencia en el país es perpetrada por
organizaciones criminales transnacionales, grupos locales de tráfico de
drogas, pandillas y miembros corruptos de las fuerzas de seguridad, entre
otros actores. Esta violencia constituye un foco de atención de los
organismos de cooperación internacional, los gobiernos y las
organizaciones multilaterales que suministran asistencia a Honduras, y es
un tema central de los medios de comunicación dentro y fuera del país.
Varias razones explican este hecho. La violencia afecta
desproporcionadamente a las personas de las zonas pobres y marginales, y
tiende a permanecer concentrada en ellas —un círculo vicioso difícil de
romper en las naciones pobres—. Además, la violencia impide el desarrollo
económico y altera la vida de todos en el espectro socioeconómico. Puede
dar lugar a significativos cambios demográficos y a crisis, cuando grandes
sectores de la población se trasladan a zonas urbanas o intentan migrar a
otros países. Puede socavar la gobernabilidad y la democracia y servir.
1. Durante muchos años desapareció la violencia político institucional
que provenía del Estado y de los sectores críticos del sistema,
caracterizada por:
 Concepto de seguridad centrado en el Estado;
 Ideologización de la protesta social;
 Represión generalizada a los críticos del sistema;
 Militarización de la seguridad pública;
 Violación de derechos humanos.
2. La finalización de la guerra fría y los procesos de paz y de
democratización que se produjeron en los años 90s del siglo pasado,
dieron paso a procesos de reforma en defensa y en seguridad, sin que
los mismos se hubieran completado.
 Separación de la Policía de las Fuerzas Armadas;
 Separación de las funciones de defensa y seguridad;
 Creación/fortalecimiento de la Secretaría de Defensa y la
Secretaría de Seguridad;

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 Pluralismo, tolerancia y apertura ideológica;
 Concepto de seguridad centrado en las personas
3. Ha existido poca o ninguna conducción civil de los temas de defensa
y seguridad. El conocimiento civil y el manejo de los temas sigue
siendo manejado por militares.
 Las Secretarías de Defensa y de Seguridad siguen funcionando
como apéndices de los militares y de los policías;
 Las Comisiones de Defensa y de Seguridad del Congreso
Nacional no funcionan con la independencia que se requiere;
 Los políticos prefieren dejar los temas de defensa y de seguridad
en manos de los militares activos o retirados;
 La sociedad civil no trabaja esos temas con la fuerza suficiente
para hacer incidencia en la toma de decisiones políticas.
4. La violencia político institucional del pasado fue siendo desplazada y
sustituida por una violencia que surge de la sociedad y se expresa
inicialmente como delincuencia común y posteriormente como
delincuencia organizada.
 Delincuencia común: Desde la delincuencia menor, con mucha
visibilidad y poco impacto económico global, hasta la
delincuencia mayor con menos visibilidad y mucho impacto
económico global;
 Delincuencia organizada: desde las organizaciones de maras o
pandillas hasta bandas de narcotraficantes ubicados en zonas
geográficas específicas.
5. Centroamérica en general y Honduras en particular, vuelve a
aparecer como una región violenta, esta vez asociada a las altas tasas
de homicidios por 100 mil habitantes y un ambiente generalizado de
delincuencia.
 Se ha producido una “estigmatización” de la pobreza que plantea
que: A mayor pobreza, mayor violencia, lo cual es una conclusión
errada;
 Los pobres aparecen involucrados en actividades de delincuencia
menor;
 Los antiguos mareros o pandilleros se han convertido en redes de
apoyo al narcotráfico y a las pandillas delincuenciales;
 La mayor cantidad de homicidios proviene del narcotráfico.

6. No solamente han crecido la inseguridad y violencia, ha crecido


también la incapacidad del Estado para enfrentarlas. El aumento de

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la inseguridad y violencia está asociado al alto grado de impunidad
de los delincuentes.
 Ineficiencia para producir resultados;
 Politización partidaria de las instituciones;
 Involucramiento delictivo de los operadores de justicia.
7. El aumento de la inseguridad y violencia está asociada también a la
debilidad del Estado de Derecho.
 Policías, fiscales y jueces enfrentan una crisis de legitimidad muy
fuerte, derivada de la ausencia de controles internos que aseguren
un desempeño eficiente y honesto;
 Existen leyes, pero no se aplican, no ex iste confianza en que la
ley se aplicará a todos por igual;
 La crisis del Estado de Derecho se evidenció desde el golpe de
Estado de 2009 y su deterioro ha agudizado la situación de
inseguridad.
8. El combate a la inseguridad y violencia tiene como requisito la
depuración de los operadores de justicia, en particular de la Policía.
Los operadores de justicia son parte del problema;
 Los controles internos son frágiles y los controles externos son
muy débiles o no existen;
 No existe voluntad política para realizar una depuración profunda
que comience con las instancias más altas.
9. Con el deterioro de los operadores de justicia y el aumento de la
inseguridad y violencia, la ciudadanía se siente indefensa y se
involucra en un proceso de armamentismo social que agrava el
fenómeno que se quiere combatir.
 Es muy alto el número de armas que circulan en la región; Hay
sectores geográficos en los cuales el Estado tiene un control muy
débil;
 El Estado no cumple con su función de garantizar la seguridad y
delega esta función en aquellos que tienen recursos para pagarla.
10.Los partidos políticos carecen de equipos que conozcan y manejen el
tema de la inseguridad, de ahí la inexistencia de una propuesta
política coherente y contundente para enfrentar la criminalidad.
 Sus propuestas se reducen a aumentar el presupuesto y el número
de policías;
 Su énfasis se centra en convertir a los militares en policías, sin
estar preparados para ello;
 Concentran su atención en el corto plazo y se olvidan del largo
plazo;
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 Impulsan el combate al delito y se olvidan de la prevención del
mismo.
11.Se presentan 5 tendencias muy claras en la región:
 Los políticos se inclinan por la militarización de la seguridad
confundiendo el papel que deben jugar los militares, otorgándoles
funciones policiales;
 A mayor inseguridad y violencia, mayor protagonismo de los
militares en la conducción de la seguridad;
 El involucramiento de militares en el combate a la delincuencia
común y organizada aumenta la gravedad de la inseguridad;
 La militarización de la función policial hace que los ciudadanos -
delincuentes o no- vuelvan a percibirse como el enemigo que hay
que combatir, colocando nuevamente al Estado en la razón central
de la seguridad;
 Inseguridad, violencia, armamentismo, remilitarización de la
seguridad, indefensión ciudadana y fragilidad del Estado de
Derecho constituyen una combinación explosiva que pone en
precario la paz social y la sostenibilidad de la democracia.
Cuando hablamos de criminalidad, crimen o delincuencia, hacemos
referencia a un fenómeno complejo que posee diferencias cuantitativas y
cualitativas que es preciso definir. Para comprenderlo mejor, podemos
hablar de una CRIMINALIDAD MENOR, referida a actos delictivos de
poca monta, por lo general contra la propiedad, expresada en hurtos y robos
en pequeña cuantía, fruto del descuido de las víctimas y de cierta
improvisación del delincuente o criminal. Se caracteriza por la velocidad,
la escasa sofisticación, una planificación elemental y cierta concentración
geográfica o circunstancial.
Esta criminalidad prolifera en la calle, el transporte colectivo, los puntos de
mucha concentración de personas, pasajes solitarios y puntos vulnerables
asociados a mercados, puntos de autobuses y taxis, cercanía de hospitales y
centros asistenciales, entre otros. También existe una CRIMINALIDAD
MAYOR, asociada a bandas delincuenciales y a narcotraficantes, asaltos
bancarios y secuestros, que supone niveles elevados de planificación,
equipamiento y tecnología, involucramiento de un mayor número de
delincuentes y, si es necesario, utilización de armas de grueso Criminalidad
y Violencia calibre y/o de actividades de inteligencia. Por lo general actúan
en el anonimato, poseen fuertes vínculos con el poder local, nacional e
internacional, ya sean políticos, militares, policías, fiscales, jueces,

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empresarios y funcionarios intermedios, los cuales actúan como
informantes, facilitadores, encubridores o cómplices.
Entre uno y otro extremo se encuentra una CRIMINALIDAD
INTERMEDIA que se encuentra en un nivel superior a la delincuencia
menor pero que todavía no adquiere los niveles de sofisticación de la
criminalidad mayor. Es más organizada que aquélla, pero menos equipada
que ésta. Maneja información de s u s víctimas, actúa de manera
coordinada, pero carece de los recursos humanos, técnicos y de inteligencia
que le permitan evadir por mucho tiempo las persecuciones o
investigaciones sobre sus actos e integrantes. Existe una relación
inversamente proporcional entre los niveles de delincuencia o criminalidad
que se ha detallado y el impacto económico que produce.
Así, la delincuencia menor, que es mucha, produce un impacto económico
menor, a diferencia de la delincuencia mayor, que es menor en cantidad
pero que produce un impacto económico mayor. Una situación diferente se
produce entre los niveles de delincuencia y la visibilidad de la misma. La
delincuencia menor tiene mucha visibilidad porque se produce en el día a
día, y se observa constantemente en la calle, en la casa, en el trabajo, en el
mercado, en los centros de salud y en los puntos de autobuses y taxis. Se
sabe dónde actúa, cómo lo hace, las horas y las circunstancias; inclusive, se
sabe quiénes son sus ejecutores, en donde viven y con quiénes se
relacionan.
En cambio, la delincuencia mayor tiene una visibilidad menor porque actúa
en la sombra, con perfil bajo y en el anonimato. Cuando la situación de
impunidad llega a niveles extremos, la delincuencia mayor se vuelve
visible en la forma de vida de sus ejecutores, en los lugares donde viven,
los lugares que frecuentan y las propiedades que poseen. La gente sabe
quiénes son, pero les temen y los evaden; las autoridades los identifican,
pero no hacen nada, los toleran y hasta los protegen.
La delincuencia puede ser un fenómeno que se produce sin violencia física
o sicológica, por ejemplo, cuando se producen hurtos en un descuido de la
víctima o en una casa sin habitantes. Pero también puede ejercerse con
violencia cuando el acto delincuencial va acompañado de armas, golpes o
intimidación.
Cuando en una sociedad se producen actos criminales acompañados de
muertes o lesiones, estamos hablando de un uso incontrolado de la
violencia, asociado comúnmente con maras, pandillas o narcotraficantes
que desean enviar mensajes contundentes, sin excluir a los delincuentes con

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problemas de comportamiento que los lleva a hacer uso excesivo de la
fuerza contra sus víctimas
Existe una fuerte tendencia en la gente común, a estudiar las causas y
condiciones que propician la criminalidad y la violencia. Han existido
múltiples explicaciones, unas más sostenibles que otras, que buscan
precisar lo que está ocurriendo en una comunidad, un municipio o un país.
Van desde aquéllas que adjudican el fenómeno a la crisis de valores, en
particular los religiosos, lo que les lleva a potenciar el papel de las
diferentes iglesias para controlar el fenómeno; también se encuentran los
que creen que es producto del libertinaje asociado a la falta de disciplina, lo
que les lleva a pensar que la restitución del servicio militar es la salvación
del país.
Otros plantean que se debe al hecho de que las mujeres trabajan fuera de
casa y dejan en el abandono a sus hijos, lo que les lleva a clamar por los
viejos tiempos en que el hombre era el jefe del hogar y proveedor de todas
las necesidades, mientras que la mujer permanecía en la casa, a la sombra
del marido y de sus hijos. Otros creen que se debe al boom de las
comunicaciones, incluyendo internet, celulares, vídeos, películas, libros,
folletos y otros, lo que les lleva a clamar por la * Deterioro de las
condiciones de vida * Escasas oportunidades de ascenso social *
Desintegración familiar * Consumismo/Efecto imitación * Uso y abuso de
drogas y alcohol * Machismo * Crisis de valores * Circulante de armas *
Maras y pandillas C ULT U R ALES SO CIO-DELIC T.
CONDICIONANTES DE LA DELINCUENCIA Y VIOLENCIA SO CIO-
ECONÓMICOS* Narcotráfico 12 C RIMIN A LID A D Y VIO L E N CIA
E N H O N D U R A S: R E T O S Y D E S A FÍO S PA R A IM P U L S
A R L A R E F O R M A censura, la prohibición de ver determinadas
películas, la negativa a tener computadoras en la casa, escuchar
determinada música o leer algunos libros considerados de influencia
maligna. También la academia se ha ocupado de estudiar el fenómeno y ha
aportado algunos elementos que con el paso del tiempo han dejado de
aparecer como causas y se han posicionado más como condicionantes. Se
trata del deterioro de las condiciones de vida, asociado también, aunque no
exclusivamente, con el aumento de la pobreza.
La referencia a la urbanización como fenómeno concentrador de personas,
problemas y oportunidades, se convirtió en una explicación directa del
fenómeno delincuencial. De igual manera la migración rural urbana,
urbana-urbana y nacional-internacional, pone a los migrantes en un
ambiente de necesidades reales o inducidas que, al no estar sustentadas en

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ingresos sólidos y suficientes, empujan a las personas a delinquir. También,
el contacto con delincuentes experimentados o con miembros de maras y
pandillas, reproduce un fenómeno que colinda con la delincuencia y el
rompimiento de leyes y normas.
El más famoso de estos monopolios fue United Fruit Company, que según
Sieder “consolidó su hegemonía” sobre la política local en los años treinta
y cuarenta del siglo pasado, durante la dictadura militar.4 Mientras tanto,
una élite más tradicional y de menor tamaño competía por el poder —
primero con estas empresas extranjeras y más tarde con los colonos
extranjeros que concentraron sus esfuerzos en controlar el flujo de capital
extranjero y facilitar los trámites de las empresas foráneas —. Estas
comunidades de inmigrantes llegaron de Europa y el Medio Oriente
durante el siglo XX. Desde entonces, han sido apodadas élites
“transnacionales” o “trasplante” (también conocidos como “turcos”, una
referencia más bien racista a sus orígenes del Medio Oriente, cuyo uso se
ha generalizado). Estas comunidades transnacionales establecieron control
sobre las que han llegado a ser las industrias dominantes de Honduras: los
sectores financieros y de servicios, las telecomunicaciones y los medios de
comunicación. También adquirieron tierras, compitiendo con la élite
tradicional y, finalmente, superando su control sobre la economía agraria a
medida que ésta se desplazaba hacia las exportaciones no tradicionales.
Esta élite tradicional estaba ampliamente basada en la tierra, y para ejercer
su influencia dependía de actividades como la ganadería o el cultivo de
café y cacao. Sin embargo, nunca se logró fusionar de la misma forma en
que las élites agricultoras lo hicieron en Guatemala, y quedó en gran
medida marginada cuando el capital estadounidense comenzó a salir
lentamente del país debido a la caída de los precios de las materias primas
por el aumento de la competencia en todo el mundo. Hoy en día, puede ser
difícil diferenciar entre la élite tradicional y la transnacional. Aunque esta
fusión es más comúnmente asociada a las élites transnacionales que a las
tradicionales, ambas han diversificado sus portafolios económicos, y ambas
están profundamente involucradas en la política. Sin embargo, lo que es
claro es que los principales grupos económicos de Honduras son dirigidos
por trasplantes relativamente recientes que acumularon capital durante el
último medio siglo. Los mayores conglomerados empresariales de
Honduras llevan nombres claramente foráneos, como Facusse, Maalouf y
Rosenthal.6 Mientras tanto, las élites agrícolas tradicionales han cambiado
su enfoque y han buscado controlar los puestos gubernamentales y los
cargos de elección popular. Dos de los tres últimos presidentes provienen
de familias ganaderas, y el actual presidente, Juan Orlando Hernández,

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viene de una familia cafetera. Tanto para la élite tradicional como para la
transnacional, sus perspectivas políticas y de negocios están entrelazadas
con las de un gobierno que durante la mayor parte de su existencia fue más
un facilitador que un ejecutor. A lo largo de la historia de Honduras, el
Estado ha sido una fuente de protección jurídica y física para esta economía
exportadora y para los terratenientes tradicionales y las clases comerciales
transnacionales. Como señala Hugo Noé Pino, el sector público era visto
como un “Estado concesionario”, que “estimula la inversión, pero no cobra
impuestos”. El gobierno también fue un medio a través del cual las élites
pudieron ampliar sus intereses. Y durante muchos años los partidos
políticos del país representaron los intereses de esta élite. Hay debate en
torno a qué fue lo primero que obtuvo la élite transnacional: el poder
económico o el político. Como dice Noé Pino, hay dos visiones sobre el
nexo político-económico en la cúspide del poder en Honduras: 1) que la
acumulación de capital estuvo íntimamente relacionada con las conexiones
políticas; 2) que la acumulación de capital fue lo que llevó a estas estrechas
conexiones políticas. Ciertamente, ambos fenómenos participaron en este
proceso. Y dado que las exportaciones tradicionales del país se redujeron,
sobre todo en los años setenta — con lo que se desvaneció el poder de la
élite tradicional—, la élite transnacional emergió para ejercer un control
más directo sobre los partidos políticos tradicionales. De hecho, la
evolución del Estado durante este período estuvo íntimamente relacionada
con el desarrollo de la élite económica transnacional. Esta clase se unió a
los dos partidos políticos tradicionales, a menudo haciendo contribuciones
a ambos durante las elecciones, lo cual les permitía mantener intacta su
influencia sin importar quién ganara. Noé Pino argumenta que este grupo
creó asociaciones empresariales para canalizar sus necesidades e influencia,
y que muchos de sus miembros han pasado por la puerta giratoria de los
ministerios gubernamentales y el sector privado que ha caracterizado a
Honduras durante al menos el último medio siglo. Para la élite
transnacional, el papel del Estado era simple: crear y hacer cumplir normas
que favorecieran su poder continuo sobre industrias clave y sobre la
acumulación de capital que acompaña este proceso. En el camino también
consiguieron controlar el discurso público: compraron periódicos,
estaciones de radio y televisión, y han dirigido los sentimientos populares y
los mensajes políticos hacia sus candidatos favoritos en apoyo a su modus
vivendi. Desde los años setenta, los medios de comunicación se han
convertido en gran medida en instrumentos de esta élite, así como en una
de sus fuentes de ingresos.7 La dependencia de las élites de las fuerzas de
seguridad del Estado para proteger sus empresas llevó al surgimiento de los
militares como actores políticos y económicos. Este crecimiento estuvo
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favorecido por Estados Unidos, que, temiendo por la aparición del
comunismo en la región, comenzó a capacitar funcionarios hondureños
masivamente y a suministrar una mayor cantidad de asistencia,8 un proceso
que se aceleró en los años ochenta y que ayudó a transformar la institución
para siempre. Los miembros de las fuerzas armadas se convirtieron en lo
que llamamos una “élite burocrática”, de la cual se tratará en mayor detalle
en el primer estudio de caso de esta investigación. Algunos de sus
descendientes conforman la élite política y económica de Honduras de hoy,
y la institución está en el epicentro de la cambiante dinámica del poder en
el país. El flujo de asistencia estadounidense se comenzó a presentar a
medida que las exportaciones tradicionales fueron presentando un descenso
continuo y el país trató de diversificar su economía. A instancias de
Estados Unidos, su principal país donante, Honduras amplió su portafolio
de exportaciones, redujo los aranceles, vendió empresas de propiedad
estatal y entregó incentivos financieros para la inversión nacional y
extranjera, en su mayoría en la forma de reducción de impuestos. En los
años noventa, la ayuda de Estados Unidos cayó en picada y los bancos
multilaterales llenaron el vacío y presionaron para la implementación de
nuevas políticas de liberalización. Sin embargo, los esfuerzos de
diversificación de la economía fracasaron en gran medida. A falta de una
base de ingresos sólida y con un Estado que no estaba dispuesto —o era
incapaz de extraer ingresos fiscales de las élites tradicionales y
transnacionales—, el gobierno se basó en fuentes externas para impulsar la
economía. Los préstamos de los bancos multilaterales y otros han
convertido a Honduras en un paria perenne de la comunidad bancaria
mundial, lo que ha dificultado aún más el crecimiento económico. (En
marzo de 2014, Honduras tenía una deuda de US$7 mil millones, frente a
US$ 2,7 mil millones en 2007.9) Y si bien la idea central era reducir el
papel del gobierno en la economía, con la continua caída del PIB, el Estado
terminó asumiendo una creciente carga para mantener la economía a flote.
Desde 1980, el porcentaje del PIB que representan la administración
pública, la defensa y otros servicios estatales han pasado del 16 al 22 por
ciento.
A pesar de estos grandes fracasos, las élites tradicionales y transnacionales
han encontrado maneras de continuar ganando dinero a costa de la gran
mayoría de los hondureños. Por su parte, la élite transnacional aprovechó
las políticas de liberalización de mercado que se iniciaron en los años
ochenta para dominar la industria textil, el turismo y las
telecomunicaciones. Se han hecho especialmente fuertes en el sector de
servicios, de financiación y en la construcción de centros comerciales, en la

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compra de las franquicias internacionales de alimentos; y se benefician de
una de las mayores fuentes de ingresos del país: las remesas. Éstas
representan entre el 18 y el 20 por ciento del PIB del país actualmente, e
impulsan el consumo interno, lo cual fomenta el crecimiento del sector de
servicios. Además de las remesas, en el país también surgieron otras
fuentes de ingresos lícitas e ilícitas, sobre todo en lo relativo a los
proyectos agrícolas no tradicionales como las plantaciones de palma
africana y las ganancias del tráfico de drogas. El dinero del narcotráfico en
sí puede ser considerado un tipo de remesa, pues el capital ilícito resultante
de este comercio ingresa a la economía hondureña, pasando por el sector
financiero y alimentando el crecimiento de las industrias del sector
agroindustrial, la construcción y el turismo. Es por medio de este flujo
financiero que las élites interactúan con actores ilícitos. Como veremos con
detalle más adelante, todos los tipos de élite se pueden beneficiar de esta
actividad económica ilícita, tanto directa como indirectamente. Por su
parte, la élite terrateniente tradicional ha experimentado un resurgimiento
de todo tipo al recuperar el control sobre los partidos políticos
tradicionales, apropiándose del aumento de los gastos del Estado y
aumentando su control sobre el flujo de capital extranjero a través de su
dominio de los cargos públicos. Al igual que la élite transnacional, este
grupo ve al Estado como un facilitador de las empresas comerciales,
aunque en su caso, con frecuencia las oportunidades vienen a través de
proyectos financiados con fondos públicos. La corrupción en este sistema
es endémica y generalizada.11Quienes participan en ella usan estos fondos
para mantener su control del poder, socavando o ignorando al Estado de
Derecho según su conveniencia. La batalla por estos recursos está en el
centro de muchas disputas políticas y, en cierto modo, ha moldeado al
gobierno y a los partidos políticos del país. La toma de decisiones en torno
a estos recursos puede prestarse para problemas, pues implica miles de
millones de dólares. Y, en definitiva, es visto por la élite como un juego de
suma cero: quienes controlan las palancas del gobierno controlan el botín
en este sistema; y aquellos que están lejos de estas palancas se arriesgan a
ser marginados. A medida que la dependencia de estos recursos
gubernamentales aumenta, también lo hace la necesidad de controlar los
filtros del gobierno para acceder a estos recursos. El resultado de esta
creciente dependencia de los recursos estatales ha dado lugar al
surgimiento de la mencionada élite burocrática. Como se ilustra en el
primer estudio de caso, el origen de ésta se remonta a la junta militar de los
años sesenta y setenta, y al control de facto de los militares durante los años
ochenta. Pero fue en esta última década cuando la élite burocrática se
convirtió tanto en una fuerza por derecho propio, como en una fuerza
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conjunta con la élite tradicional. El representante por excelencia de la élite
burocrática es el presidente Juan Orlando Hernández. Educado en una
escuela militar, Hernández siempre se ha rodeado de oficiales militares,
incluyendo a su hermano, que es coronel del ejército de Honduras. Ha
designado altos mandos militares en puestos que tradicionalmente han sido
ocupados por civiles, y bajo su presidencia ha centralizado el control de las
fuerzas de seguridad e inteligencia. El grupo de naturaleza híbrida que
controla Hernández, conocido como Grupo Colobri, reúne tanto mandos
militares como políticos locales y terratenientes, y coopera muy de cerca
con el Estado a nivel regional y nacional.
La aparición de grupos de crimen organizado de tamaño significativo en
Honduras comenzó a presentarse al menos hace 50 años. En sus más altos
niveles, éstos se centraron en facilitar el transporte de drogas ilegales como
marihuana y cocaína desde los países productores en el sur del continente a
las naciones consumidoras en el norte. Más recientemente, comenzaron a
facilitar la entrada de precursores químicos usados para la producción
masiva de drogas sintéticas. El dinero producto de esta actividad compite
con el de muchos negocios locales tradicionales y tiene la capacidad de
modificar el poder a nivel local, regional e incluso nacional. En Honduras
hay presencia de tres tipos de grupos criminales. El primero de ellos es el
crimen organizado transnacional (COT), con grupos de Colombia o
México, que usan al país como lugar de tránsito y punto de
almacenamiento para los cargamentos de cocaína que llevan hacia Estados
Unidos u otros mercados. Normalmente operan en grupos pequeños. Sus
emisarios en estos países usualmente buscan asegurar el transporte de los
cargamentos de drogas, la connivencia de los funcionarios y que todas las
transacciones resulten según lo planeado. El estatus de Honduras como un
lugar de refugio para el COT ha aumentado en los últimos años, y el país se
ha convertido en una base de operaciones para los altos mandos de dichos
grupos. Por ejemplo, según informes, miembros del liderazgo del Cartel de
Sinaloa actualmente tienen bases de operaciones en San Pedro Sula.
En segundo lugar, están los grupos locales de transporte —o
“transportistas”— que operan en Honduras. Estos grupos están formados
por familias hondureñas o redes de negocios muy estrechas que transportan
bienes legales e ilegales a través del país. Trabajan de manera cercana con
compradores y vendedores, así como con otras redes de transporte de
Centroamérica y otras regiones. Además de traficar cargamentos, también
almacenan grandes cantidades de éstos durante largos periodos de tiempo.
Pero ninguna de estas tareas es fácil. Existen rivales que roban y revenden
los productos ilegales; se cree que miembros de las fuerzas de seguridad,
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especialmente de la policía, hacen parte de dichas redes. Los transportistas
también deben lidiar con un alto número de agentes aduaneros en cada
frontera que atraviesan. Sin embargo —si se opera correctamente— el
transporte de bienes ilegales puede ser una actividad muy lucrativa. El
tercer tipo son los grupos criminales locales y las pandillas callejeras que
operan en Honduras. Estos grupos están enfocados en actividades menos
lucrativas, como la distribución local de drogas, la extorsión, el secuestro y
el tráfico de personas. Sin embargo, la competencia por estos mercados
criminales —en especial por el del tráfico local de drogas y la extorsión—
ha convertido a Honduras en uno de los países más violentos del mundo.
Las pandillas asesinan a sus rivales y con frecuencia se presentan disputas
al interior de ellas. También acuden a agentes de seguridad corruptos para
atacar a grupos enemigos. Su control territorial en algunas zonas es
absoluto, si bien su interacción con las élites es mínima. El COT y los
transportistas son los grupos criminales que tienen mayor interacción con
las élites hondureñas. Como se verá en los estudios de caso, estas
organizaciones necesitan de las autoridades judiciales para movilizar
mercancía ilícita por terrenos peligrosos. Su interacción con las fuerzas de
seguridad y con empresarios poderosos para lavar y legitimar su capital
ilícito es necesaria. En este proceso establecen contactos políticos y
financian candidatos para cargos públicos, en un esfuerzo para obtener
protección de alto nivel y mayores oportunidades de negocios. El dinero
producto del tráfico ilícito supera al obtenido de los negocios tradicionales
y tiene la capacidad de modificar el balance de poder a nivel local, regional
e incluso nacional. En Latinoamérica, el mejor ejemplo se presentó durante
los años ochenta, cuando el Cartel de Medellín —la infame organización
criminal colombiana— comenzó a secuestrar miembros de la élite, a
asesinar jueces y policías y a detonar bombas en lugares públicos. Sin
embargo, las raíces de esta dinámica vienen de años atrás, cuando las
organizaciones criminales colombianas, y posteriormente las
centroamericanas y mexicanas, comenzaron a traficar cocaína y otras
drogas hacia Estados Unidos.
El pionero en estas actividades de transporte en Honduras fue Juan Ramón
Matta Ballesteros, quien es objeto de nuestro primer estudio de caso.13
Durante los años setenta, cuando Matta Ballesteros comenzó a surgir como
transportista, los grupos criminales de Honduras ya controlaban el negocio
del transporte.14La red de distribución de Matta Ballesteros se extendería
desde Colombia hasta México. Sus aliados en México serían conocidos
como el Cartel de Guadalajara, del cual posteriormente se desprenderían
algunos de los grupos criminales más grandes del país: el Cartel de Sinaloa,

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el Cartel de Juárez y el Cartel de Tijuana. Sus aliados en Colombia eran
miembros de lo que posteriormente se convertiría en el Cartel de Medellín.
Como veremos, la red hondureña de Matta Ballesteros incluía a miembros
del ejército, una institución en ascenso gracias en parte al flujo de
asistencia de Estados Unidos durante la guerra de los Contras en la vecina
Nicaragua. Fue durante esta época que Honduras ganó el apodo de USS
Honduras. Un documento de 1988 del gobierno de Estados Unidos describe
a Matta Ballesteros como un “violador de clase I de la DEA.”16 Sus
negocios legales en Honduras estaban creciendo. Para entonces tenía
inversiones en plantaciones de café, tabaco y especias, ganado y productos
lácteos, y había fundado empresas constructoras y agroindustriales en
Honduras

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BIBLIOGRAFIA

http://www.casede.org/BibliotecaCasede/Novedades-PDF/
Elites_Crimen_Organizado_Honduras.pdf

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