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El poder y el dinero siempre han sido fuente de corrupción, en todas las épocas y en todos
los lugares. Sin embargo, con la aparición del capitalismo y, muy especialmente, con la caída
de las grandes utopías, esto ha adquirido su máxima potencia. Dinero y poder han motivado
los comportamientos más execrables de los seres humanos.
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Podríamos decir que el padre del cinismo moderno es Maquiavelo, el gran filósofo del poder.
Se le atribuye la famosa frase “El fin justifica los medios”. Con este pensador se inicia una
seguidilla de filósofos que exaltan al máximo el individualismo. Según ellos, lo propio de los
seres humanos es el egoísmo a ultranza. Puede ser válida cualquier actuación que brinde
beneficios individuales.
En general, los hombres con gran poder político o económico han actuado con gran cinismo,
en la acepción moderna, a lo largo de toda la historia. Al ser figuras que guían o dirigen a las
sociedades, se han convertido en modelo para muchos. Buena parte de la gente lo ve eficaz.
Mucho más después de la caída de las grandes ideologías y utopías. Venció el poder del
dinero y por eso que el fin justifique los medios se ha convertido en una máxima válida.
Mientras avanza una fuerte corriente que va en contra de todo ello, el cinismo sigue teniendo un
lugar importante en el mundo actual. Y se expresa a veces de manera sutil. Cuando el
empleador, o el hombre, o el adulto imponen un criterio o una norma arbitraria. Y si el
empleado, o la mujer o el niño lo resisten, entonces le contestan: “si no te gusta, puedes irte”.
Los comportamientos cínicos son perversos. Introducirlos en las relaciones humanas hace que
estas se vuelvan insanas. A corto, mediano o largo plazo, también tiene consecuencias
negativas para quien cae en este tipo de conductas. Falsean los afectos, promueven las
transgresiones soterradas, estimulan la hipocresía. Aunque brinden una satisfacción egoísta
inmediata, lo que se pierde es mucho más importante.