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A mis hijas, las quiero siempre y para siempre. Son mi razón de ser.

A mis chicas de la hora feliz, me ayudan a mantener la cordura. Lo


que pasa en la hora feliz, se queda allí. ¿Verdad?

A toda mi familia y amigos ¡gracias!


Sinopsis Capítulo 15 Capítulo 32

Playlist Capítulo 16 Capítulo 33

Prólogo Capítulo 17 Capítulo 34

Capítulo 1 Capítulo 18 Capítulo 35

Capítulo 2 Capítulo 19 Capítulo 36

Capítulo 3 Capítulo 20 Capítulo 37

Capítulo 4 Capítulo 21 Capítulo 38

Capítulo 5 Capítulo 22 Capítulo 39

Capítulo 6 Capítulo 23 Epílogo

Capítulo 7 Capítulo 24 Próximo Libro

Capítulo 8 Capítulo 25 Adelanto Libro 3

Capítulo 9 Capítulo 26 Staff

Capítulo 10 Capítulo 27 Creditos

Capítulo 11 Capítulo 28

Capítulo 12 Capítulo 29

Capítulo 13 Capítulo 30

Capítulo 14 Capítulo 31
Nico Morrelli.

Mi chantajista.

Un mentiroso.

Le robé.

Y cuando vino a cobrar, el dinero había desaparecido. Lo


utilicé para tratar de salvar a alguien que amaba, pero aún no
era suficiente.

Ahora Nico Morrelli me está chantajeando por el dinero que


tomé. Es despiadado e inflexible.

Un lobo con traje de Armani.

El hombre hace que mi cuerpo anhele la sumisión. Sin


embargo, puede costarnos todo a mí y a mis hijas. Cuando me
obligó a adentrarme en el inframundo, destruyó los sacrificios
que mi familia hizo para mantenerme a salvo.

No puedo convertirme en una herramienta para su venganza.


Porque lo que está en juego es mucho más importante. A
medida que mis secretos se revelan, ya no estoy segura de en
quién confiar.

Si solo mi corazón no lo deseara tanto.


Si quieres escuchar una banda sonora con canciones que
aparecen en este libro, así como canciones que me inspiraron,
aquí está el enlace:

“Play With Fire” - Nico Santos

“Hit the Road Jack” - Ray Charles

“Safe” - Nico Santos

“Salt” - Ava Max

“Temperature” - Sean Paul

“Raging on a Sunday” - Bohnes

“Can’t Stop Me Now” - Oh The Larceny

“Twisted” - MISSIO

“Play with Fire (feat. Yacht Money) - Sam Tinnesz

“Stronger” - The Score

“Don’t” - Ed Sheeran
—William, ¿estás loco? —siseé en voz baja—. Toma ese
dinero y devuélvelo. Pronto. —Y por si no entendía la
urgencia en italiano, añadí en inglés—. ¡Ahora mismo, joder!

¿En qué demonios estaba pensando para coger una maldita


bolsa de dinero de la mafia? No importaba si habían dejado la
bolsa por accidente o no. No podía comprender cómo alguien
podría olvidar una bolsa llena de dinero. ¡Mucho dinero! Debe
haber sido una prueba. Una en la que mi marido y John,
nuestro mejor amigo, fallaron. ¡A lo grande!

La familia Morrelli era conocida por su crueldad. Todo el


mundo les temía, a pesar que se movían en altos círculos
sociales y entre algunos de los políticos más prestigiosos. El
hecho es que gobernaban D.C. y Maryland con puño de
hierro. Dominico Morrelli era conocido como el Lobo, por el
amor de Dios. Le arrancaba la garganta a la gente por
cruzarse con él. Si eso no era algo para temer, no sabía qué
otra cosa era.

—No lo he robado, Bianca —protestó mi marido. Su cabello


rubio estaba despeinado y mojado por la lluvia. Tuvo suerte
de atracar su barco sin estrellarse contra el muelle. Se
avecinaba una tormenta, un huracán que se acercaba a las
costas de Maryland. Era uno de los únicos inconvenientes de
vivir en esta zona. Eso y lo jodidamente caro que era.

Mis ojos se dirigieron a John, quien parecía igual de


empapado. Esos dos encontraron un trabajo paralelo
transportando personas de un lado a otro de la bahía. Solo de
vez en cuando, lo justificaban.

Excepto que no eran personas normales. Eran criminales.


Debería retorcerles el cuello a ambos. No éramos rivales para
la mafia.

—No me mires así, Bee. —Las manos de John se alzaron en


señal de rendición, con un aspecto tan desaliñado como el de
mi marido—. Will está diciendo la verdad. Han dejado la
bolsa. Quien lo encuentra, se lo queda.

Quería abofetear a los dos por actuar de forma tan infantil.

—No funciona así con la mafia —argumenté en voz baja.


Los gemelos estaban profundamente dormidos, y lo último
que necesitaba ahora era que se despertaran. Había sido un
largo día cuidando de ellos, además de la preocupación por
mi marido que me agobiaba.
—Nos matarán. A todos nosotros. ¡Tienes que devolver el
dinero!

Era finales de mayo y llovía constantemente. Las cosas no


pintaban bien. Incluso este huracán era un fenómeno de la
naturaleza. Todavía no era temporada de huracanes.

La lluvia golpeaba las ventanas, la fuerza del viento


aullando hacía que toda esta situación fuera aún más oscura.
Me encantaba nuestra casa, pero ahora mismo me daba
miedo. Estábamos tan expuestos con las ventanas francesas
rodeándonos. Me sentía como si los bajos fondos de Baltimore
nos estuvieran observando desde la bahía, listos para
atacarnos.

Sí, mi imaginación estaba sacando lo mejor de mí. Porque


nadie inteligente estaría en la bahía con este tiempo. No, a
menos que tuvieran un deseo de morir.

—Dejaron la bolsa llena de dinero. —Mi marido se empeñó


en quedarse con el dinero—. Podría ser su forma de pagar el
servicio.

—William, ya os han pagado a ti y a John —le señalé lo


evidente—. Esa bolsa fue olvidada. No puedes quedártela. —
Me volví hacia John, a quien conozco desde hace tanto tiempo
como a William—. John, esos hombres son brutales. No solo
nos matarán a nosotros, matarán a toda nuestra familia.
¡Todos!
Pensó que estaba exagerando, pero todo lo que tenían que
hacer era leer los artículos en los periódicos y se darían cuenta
de lo peligroso que era esto.

—Si llaman y sacan el tema, lo devolveremos —razonó


John.

—¿Qué demonios estabais pensando los dos? Involucrarse


con esa gente es una sentencia de muerte.

—Necesitamos el dinero —respondieron ambos al mismo


tiempo—. Sabes que necesitamos el dinero, nena. —La voz
obstinada de mi marido intentó hacerme ver toda esta
situación a su manera—. Parecen bastante decentes,
manteniéndose reservados y con impecables trajes. Deberías
haber visto a Dominico Morrelli; llevaba un traje muy caro.
Nunca podrías decir que es un criminal.

Mi corazón se estremeció de miedo y exhalé


temblorosamente. Esos dos estaban en el mismo barco que
Dominico Morrelli. Tuvieron suerte de salir con vida. No
podía entender del todo la razón por la que estos criminales
estaban utilizando el barco de otra persona. No era como si
Dominico Morrelli no pudiera permitirse un barco de Grady
White1.

1Grady White: Una de las empresas de construcción de embarcaciones de mayor éxito en el


mundo, Grady-White Boats tiene una reputación legendaria para el diseño y la producción
de fibra de vidrio pendientes barcos. Desde 1959, Grady-Blancos se han construido en
Greenville, Carolina del Norte.
—Esos tipos no parecen tan malos —murmuró John,
dándole la razón a mi marido. Por supuesto, estaría de
acuerdo, aunque William estuviera equivocado.

El Papa podría proclamar santos a esos criminales y eso no


me haría cambiar de opinión. Esos mafiosos eran algunos de
los peores hombres que han pisado la Tierra. Había visto de
primera mano cómo destruían a la gente, a las familias.

John se inclinó y me dio un beso en la mejilla.

—Podemos hablar de todo esto cuando pase la tormenta.


Tengo que llegar a mi casa antes que se ponga realmente mal.

Con un suspiro, asentí y lo acompañé hasta la puerta


principal.

—¿Seguro que no quieres que te lleve en coche? O puedes


pasar la noche aquí —sugerí.

—Sí, seguro. —Cogió el paraguas y salió por la puerta,


conmigo justo detrás—. Intenta no preocuparte demasiado.

Me dio un beso más en la mejilla y se dio la vuelta,


dejándome atrás mientras salía a la lluvia, al tiempo que abría
el paraguas. Se adentró en la oscuridad, con la lluvia cayendo
sobre los bordes del paraguas.

—Mándanos un mensaje cuando llegues a casa —le dije.


No se giró, sino que se limitó a agitar la mano en el aire,
reconociendo que lo haría.
Vivía solo dos calles más allá, pero nos tranquilizaría saber
que había llegado a casa sano y salvo. De pie en el amplio
porche de piedra, cubierto únicamente por un pequeño
saliente, observé cómo la figura de John desaparecía en la
lluviosa y oscura noche. Mientras llovía a cántaros y el viento
aullaba, una sensación de temor se deslizó lentamente por mi
columna.

No tenía un buen presentimiento sobre lo que habían


hecho esta noche. La gente no se libra de llevarse una bolsa
con cientos de miles de dólares como si nada.

Por el rabillo del ojo, una luz parpadeó sobre el agua y mi


cabeza giró en su dirección. Como una colilla o un mechero.
Mis ojos escudriñaron la superficie oscura, las pequeñas gotas
de lluvia mojando mi cara. Vi algo; sabía que no era mi
imaginación hiperactiva. Contuve la respiración, la sensación
de ser observada aumentaba con cada segundo. Sentí miedo y
un escalofrío por mi espalda, percibiendo los peligros que
acechaban en la oscuridad. Algo o alguien estaba ahí fuera.

Es solo tu imaginación, traté de convencerme. Todo lo que


pasó esta noche me volvió paranoica.

Pero no podía deshacerme de la sensación de ser


observada, mi piel hormigueaba consciente. Los truenos
estremecían la tierra, el sonido de las olas era violento contra
la orilla.

—¿Bianca? —La voz de mi marido llegó detrás de mí.


Di un respingo asustada y giré la cabeza en su dirección.
Estaba justo detrás de mí en el porche, con el cabello todavía
mojado.

—No deberías estar aquí fuera —lo regañé suavemente—.


No quiero que te resfríes.

Su sistema inmunológico era débil. Comprometido, más


bien. Los tratamientos apenas han comenzado, pero le estaban
pasando factura.

—No vamos a devolver ese dinero —dijo, con esa


terquedad que llegué a conocer bien aflorando en su joven
rostro.

—William, tenemos que hacerlo. —Mi voz se quebró.


Estaba asustada. Miedo de perder a mi marido. Asustada por
la mafia y su crueldad. Miedo a las consecuencias—. Sabes tan
bien como yo que hay que devolver ese dinero. No es nuestro.
Que trabajes con ellos es un error. Una mala idea.

Sacudió la cabeza en señal de desacuerdo, pero sabía que


tenía razón. Estaba en sus ojos, junto con el agotamiento de
los últimos meses.

Nunca se sabría que mi marido estaba gravemente


enfermo, su sistema luchando contra un cáncer mortal. No a
menos que lo conozcas desde hace tanto tiempo como yo. No
a menos que hayas vivido con él. Lo ocultaba, pero se cansaba
rápidamente, dormía más y apenas comía.
—Necesitamos el dinero para los tratamientos —razonó.
Podía ver que estaba cansado; el cáncer estaba devorando
lentamente su fuerza y su juventud. Había envejecido al
menos diez años en los últimos meses. Su cabeza se inclinó
hacia la bolsa que aún permanecía junto a la puerta, donde
insistí en que se quedara hasta que la devolvieran—. Y para ti,
por si acaso, si yo…

—No lo digas —susurré, con el corazón oprimido en el


pecho—. No te atrevas jodidamente decirlo.

—Cariño, ya sabes lo que dijeron los médicos.

Sí, sabía lo que decían, pero me negaba a creer que no


hubiera esperanza. Tenía que haber algo que pudiéramos
hacer. La esperanza aún permanecía en mí, que se
recuperaría. Todavía teníamos mucho que resolver.
Necesitábamos otra oportunidad para compensar el tiempo
que habíamos permitido que la distancia creciera entre
nosotros.

Tiene que salir adelante.

Se acercó a mí, rodeándome con sus brazos. Enterré mi


rostro en su pecho, inhalando su aroma mientras mi garganta
se contraía por los sollozos que retenía.

—Bianca, quiero que te cuides —susurró en mi cabello, con


la voz cansada—. Quiero asegurarme que tú y las niñas estéis
bien cuando me vaya.
Los sollozos ganaron la batalla y enterré mi cabeza en su
pecho mientras las lágrimas corrían por mi rostro.

—No hables así —supliqué, con la voz ronca—. Por favor,


William. Tienes que mejorar. Podemos encontrar un médico
que tenga una cura —jadeé temblorosamente.

Me envolvió fuertemente en sus brazos, con la misma


fuerza que solía tener, alimentando mi esperanza mientras
presionaba sus labios suavemente sobre mi frente.

Su beso en mi frente fue el primer adiós.


Dieciséis meses después

Grecia es bonita en esta época del año.

El cielo es azul.

Y los mares son tormentosos.

Las palabras se arremolinaban en mi cabeza como una


inquietante canción infantil de una película de terror. El
miedo era casi un pensamiento paralizante de lo que les
seguiría si alguna vez lo escuchaba en voz alta. Aunque en ese
mismo momento, ansiaba un cielo azul y un poco de
esperanza.

Me apresuré por las calles, una ligera llovizna hacía que la


tarde fuera húmeda y ligeramente fría. Encontrar
aparcamiento era un auténtico suplicio en la ciudad. Cuando
por fin lo encontré, estaba a unas cuantas manzanas del punto
de encuentro. Vivía a solo una hora de Washington D.C., pero
ya no venía casi nunca a la ciudad. Prefería los suburbios con
menos congestión y menos gente. Sobre todo, últimamente.
No me importaba estar cerca de nadie, excepto de mis hijas.

Hacía quince meses, tres semanas y cinco días que había


perdido a mi marido. Ni en un millón de años habría pensado
quedarme viuda a los veintiséis años. Me dijeron que mi vida
apenas había comenzado, pero últimamente era como si mi
vida hubiera terminado. Me sentía ansiosa, agotada y sola.

Estábamos a mediados de septiembre y el tiempo reciente


consistía principalmente en lluvia, lo que reflejaba muy bien
mi estado de ánimo melancólico. Era como si hubiera estado
lloviendo desde el día en que murió William. Incluso los días
soleados parecían sombríos, cubiertos de nubes, pareciendo
seguirme a todas partes.

Mirando el edificio, observé el lugar de encuentro con mi


mejor amiga, Angie. Ella me convenció que sería una buena
idea, solo para alejarme un poco y tener un pequeño descanso
de las gemelas. Yo no estaba tan segura.
Los últimos quince meses habían sido duros. Ya casi no
socializaba. Tacha eso, no socializaba en absoluto. Evitaba
todos y cada uno de los eventos. Incluso los de preescolar del
colegio de las niñas. Por una multitud de razones. Era
consciente que me retraía cada vez más en mis propios
pensamientos y encontraba demasiada comodidad en mi
rutina. Fue un milagro que Angie me convenciera de
encontrarnos. Pero es que ella siempre había tenido esa
personalidad para arrastrarte. Era uno de sus mayores
cualidades, si tan solo pudiera verlo en ella misma.

Desde la muerte de William, perdí el contacto con muchos


de mis amigos... incluso con John. Especialmente con él.
Todavía no había decidido si lo protegía a él o a mí. Dejó el
ridículo trabajo en el momento en que murió mi marido. Que
fue justo después de esa espantosa noche. Ninguno de los dos
fue llamado de nuevo.

Para ellos significaba que salieron impunes.

Para mí significaba que, ni tan siquiera contemplaron sus


nombres, se habían dado cuenta que William y John no eran
de fiar.

Mi aislamiento fue una combinación de mi dolor y el


miedo a las consecuencias de aquella noche de tormenta, solo
unas semanas antes de la muerte de William. Me volvió
paranoica. La pena y la paranoia eran una combinación
mortal, si me preguntas. Lo único que me mantenía cuerda
eran mis gemelas, y la rutina en la que había convertido mi
vida.
De cualquier manera, aquí estaba, de vuelta en el mundo
social. Así que, podría terminar de una vez. Y con suerte, ella
no me molestaría hasta dentro de unos meses para volver a
salir. Mirando el reloj al costado del edificio registré la hora.

—No está mal —murmuré para mí mientras atravesaba la


puerta de cristal de The Lafayette, un restaurante
excesivamente lujoso. Hablar en voz alta se había convertido
en un efecto secundario por la falta de interacción con los
adultos—. Solo cinco minutos de retraso.

Ignorando la presencia detrás de mí, me alisé el cabello y la


camisa, consciente que no lucía mi mejor aspecto. Tenía el
cabello húmedo por la llovizna. Mi estado de ánimo también
estaba húmedo, pero no iba a entrar en eso ahora.

Mirando mi aspecto, fruncí el ceño. No estaba vestida de


manera correcta para este restaurante en el que todo el mundo
tenía un aspecto impecable. Llevaba un pantalón blanco con
una camisa rosa y un par de converse rosas. Pensé que era
una vestimenta adecuada para el almuerzo, pero ahora me
daba cuenta que iba mal vestida.

Ya no puedo hacer nada, me dije.

Recorrí el restaurante, buscando entre la gente. Este lugar


se caracterizaba principalmente por la afluencia de hombres
trajeados. Y algunas mujeres con vestidos de Chanel. Según
Angie, los ricos y poderosos comían aquí. Exactamente lo que
no me apetecía. No podía culpar a mi amiga por su
determinación de casarse bien. Después de todo, la
estabilidad financiera era importante.

Angie prácticamente seleccionaba a sus novios. Ella y John


solían ser pareja, hasta que ella determinó que él no era lo
suficientemente rico. No era que él fuera pobre, pero ella tenía
aspiraciones y estándares mucho más grandes.

Sus palabras, no las mías.

Solo quería mi hipoteca pagada y un marido cariñoso.


Todo lo demás lo podía resolver de alguna manera. Perdí a un
marido cariñoso, y la hipoteca impagada se cernía sobre mi
cabeza. Parece que ninguna de las dos estaba consiguiendo lo
que quería. Sí, la vida es una mierda.

Angie me dijo una vez que para sobrevivir a un


matrimonio de por vida, necesitaba mucho dinero, por lo que,
si necesitaba separarse, podría hacerlo. Tenía razón en una
cosa; los matrimonios eran difíciles y requerían mucho
trabajo. Y perdonar. Esto último, era difícil, aunque en una
relación los errores eran inevitables. La cuestión era de qué
magnitud serían, y dónde estaba el límite del perdón. Por
extraño que parezca, las complicaciones de la vida no se
perciben a pesar de todas las señales evidentes que aparecen
por todas partes.

Dinero, amor, perdón, angustias, peligro.

Tal vez Angie tenía problemas que nadie conocía. Dios


sabía que yo los tenía. Angie y yo crecimos en barrios
similares. No es que estuviéramos sin nada, pero en algún
momento durante el instituto, el dinero se convirtió en lo más
importante de su vida. Después de pasar por el infierno de los
últimos dos años, ya no podía discutir su punto de vista.

Es una de las cosas más importantes en la vida de cualquier


persona, pero no aprendí esa lección hasta la enfermedad de William.

La vida era una mierda. Una viuda a los veintiséis años,


gemelas de cuatro años a las que cuidar, al borde de la
quiebra y una ejecución hipotecaria amenazando. Así que no,
no podía discutir con ella sobre la importancia del dinero y de
un marido que tuviera todo un patrimonio apropiado.
Simplemente parecía que yo no tenía estómago para hacer lo
mismo.

Al verla saludándome con una amplia sonrisa en su rostro,


me apresuré hacia ella. Su hermoso cabello rubio cayendo
suelto hasta media espalda, me hizo sentir incluso menos
adecuada. Mi mente estaba tan desbordada como mi estado
actual de cabello y vestuario.

Continué hacia su mesa en la esquina más alejada de la sala


cuando el camarero me detuvo.

—Disculpe, señora. —Se puso delante de mí y presionó


ligeramente una palma contra mi hombro. Su maldito
uniforme parecía más caro y arreglado que mi atuendo de
hoy—. Este es un club privado, y es solo para miembros.

Inmediatamente, más de un par de ojos se dirigieron hacia


mí, observándome como si fuera una impostora. ¡Tanto por
intentar ser invisible!
—Lo entiendo, pero...

Me cortó.

—No hay excepciones —replicó, acercándose a mí. Su voz


sonó sarcástica y superior a mis oídos, haciéndome sentir
insignificante.

Instintivamente, di un paso atrás y me estrellé contra una


pared. Al mirar por encima del hombro, me di cuenta que no
era una pared. Era un hombre alto y ancho, con el cabello
negro azabache, una boca arrogante con labios sensuales y
una mandíbula cuadrada que hablaba de determinación.
Moviendo mi cuerpo para poder verlo mejor, se me cortó la
respiración. Este hombre era hermoso. ¡Duro y hermoso!

Mi mirada recorrió su duro y hermoso rostro hasta que


conecté con su fría mirada gris. Unos ojos con una mezcla de
nubes tormentosas, pestañas oscuras y espesas que serían la
envidia de cualquier mujer. Daba la impresión de ser un
hombre de negocios pulcro, pero su postura, sus ojos,
hablaban más bien de dominio y dureza. Su profundidad
contenía crueldad e indiferencia, lo que me produjo un
escalofrío.

¿Quién es él? Una sensación desconocida me recorrió en su


presencia. Tenía la sensación de haberlo visto antes. Sé que lo
he visto antes, pero ¿dónde? No era un hombre que pudiera
olvidar. Era el tipo de hombre que hace derretir tus bragas y
tu corazón se acelere.
Mi mirada recorrió su pecho macizo en el traje oscuro de
tres piezas. Su ropa era cara y elegante. Debía estar hecha a
medida porque se ajustaba a su fuerte cuerpo, acentuando su
imponente figura. Todo su atuendo era solo un disfraz. A este
hombre le importaba una mierda la opinión de los demás, o lo
que pensaran de él. Era un lobo disfrazado con un elegante
traje de Armani.

Rodeando el cuello de su camisa, había un indicio de tinta.


O eso o mi imaginación me jugó una mala pasada. Me
encontré inclinada hacia él, atraída por él, dándome cuenta
demasiado tarde de lo que estaba haciendo. Seguí mirándolo
fijamente, sin poder moverme.

—Lo siento —murmuré en voz baja. Hacía mucho tiempo


que no me encontraba cara a cara con alguien que acelerara
mi pulso. Y este tipo... cielos, me estaba poniendo de los
nervios. Era implacable, vestido con su costoso traje oscuro,
imponiéndose sobre mí y amenazando con engullirme por
completo. Sin embargo, mi cuerpo seguía acercándose a él.

Como si él fuera mi gravedad.

Con una sorprendente comprensión, sentí que sus dedos se


enroscaban alrededor de la parte superior de mi brazo, y mis
ojos se fijaron en su gran mano, rodeándolo, libre de tinta,
pero justo en su gemelo, juré que había un tatuaje jugando al
escondite conmigo.

Dando un paso atrás, puse la tan necesaria distancia entre


nosotros, su cercanía sacudiéndome hasta la médula.
—No hay problema —dijo, su voz profunda y
aterciopelada. Seguía encontrando mi mirada viajando hacia
su rostro, sin duda tallado en duro granito, que de alguna
manera hablaba de un asesino; un hombre que podía matarte
tan fácilmente como besarte. Y apostaría mi vida a que podría
besar bien.

¿Por qué estoy pensando en besar? me reprendí.

Al dejar que la distancia nos separara, mi cuerpo realmente


lo extrañaba, la necesidad de él era tan fuerte que tuve que
luchar contra el impulso de alcanzarlo de nuevo. Quería
inclinarme hacia él, sentir su calor.

¿Qué tenía este hombre que provocaba esta reacción? Sí,


era atractivo, fuerte y más que un poco aterrador, y la
advertencia resonando dentro de mi cabeza debería haber
sido suficiente para hacerme correr. Tal vez fue también la
sensación de protección y seguridad que percibí lo que me
hizo detenerme en mi camino.

—Sr. Morrelli —saludó el camarero, su voz distante a


través de la niebla de mis pensamientos, y se sintió como una
lluvia helada. Reconocería ese apellido en cualquier parte, el
pesado pavor se acumuló en mi estómago como un ácido. Lo
llamó Sr. Morrelli.

¡No, no puede ser!

El destino no sería tan cruel como para lanzarme un


criminal Morrelli, en mi primera salida. En realidad, el
apellido era bastante común. Era la primera vez que salía por
la ciudad desde la muerte de William. Estaba siendo
paranoica. ¿No es así?

Mi cuerpo se puso en modo de conciencia hiperactiva y de


autoconservación.

Independientemente de quién fuera o no este hombre, si


estaba relacionado de algún modo con la familia mafiosa
Morrelli, era peligroso.

Instintivamente, retrocedí dos pasos más, poniendo todo el


espacio posible entre los dos, mis ojos nunca se apartaron de
él, tratándolo como una amenaza potencial.

Mi cerebro me alertó y las sirenas se dispararon. Era


diferente a todo lo que hubiera experimentado antes. Mi
padre siempre me había dicho que confiara en mis instintos.
Pues bien, mis instintos me gritaban, diciéndome que tuviera
cuidado. Este hombre era un problema que no necesitaba.

Pero mi cuerpo, ¿por qué quería someterse? A él.

Desplazando mis ojos hacia su rostro de nuevo, observé su


cabello oscuro y un indicio del mismo color en su barba.
Curvé mis dedos a los lados, para evitar que se extendieran.
En realidad, picaban por sentir el vello de su cara, su piel bajo
las yemas de mis dedos. Mi piel se sonrojó instantáneamente.

Me encontré con sus ojos, como si buscara su conocimiento


en ellos y me olvidé de todos los que me rodeaban mientras
me ahogaba en la mirada de sus oscuros ojos acerados, con
peligros acechando en ellos.
No podía ser el mismo criminal que yo temía. Pero según
mi experiencia, normalmente lo que ves no es lo que parece.
¡Mira a mi madre! ¡Mi padre biológico!

—Vete. —La voz de Angie me sacó de mi estupor mientras


desviaba la mirada del hombre en busca de mi amiga que
miraba fijamente al camarero—. Está conmigo —añadió con
voz estridente.

Negué con la cabeza, la necesidad de advertirle que no


hablara así con ese chico, estaba en la punta de mi lengua.
Este hombre era peligroso.

—Hola, Sr. Nico Morrelli —ronroneó antes de poder


advertirle. Mi cabeza giró y seguí su mirada hacia el hombre
que estaba detrás de mí.

¿Nico Morrelli?

¡Oh, Dios mío! ¡Seguramente no podía ser! Quiero decir,


¿cuáles eran las probabilidades?

Mis ojos se movieron entre los dos. No te asustes. No saques


conclusiones precipitadas.

A la mierda, no había conclusiones que sacar. ¡Nico


Morrelli!
—Angie, tal vez deberíamos ir a otro lugar —le sugerí a
Angie, apenas encontrando mi voz y mirando de nuevo mi
atuendo. Estaba claro que no podía decirle que no quería estar
cerca de ese tipo. La misma ciudad estaba demasiado cerca.
Mi ropa inadecuada era una buena razón para ir a otro lugar,
lejos de él.

Con una mirada mordaz a Angie, le rogué que me


acompañara. Sin embargo, ella parecía ignorar mis
insinuaciones. Por supuesto, iba vestida con un traje chaqueta
tipo empresarial, pero aun así se las arreglaba para resultar
provocativa. Tal vez fuera la vibrante falda roja lo que la hacía
más coqueta que una profesional de negocios.
—No estoy realmente vestida para este lugar —me
atraganté. Mierda, en cualquier momento se me iría la olla.
Sentí que el pánico crecía dentro de mí, mi respiración
ligeramente agitada y el pulso se acelerado.

—¡No, no seas tonta! —objetó ella, sus ojos devorando al


hombre que estaba a mi lado—. ¿Cómo está usted, Sr.
Morrelli?

Gimiendo interiormente, deseé que se detuviera. Era el tipo


de hombre equivocado con el que debía relacionarse. ¿Por qué
tenía que lanzarse a los hombres? Especialmente a este. Sí,
sentí algo parecido a atracción, pero tuve el suficiente sentido
común para combatirla.

—Angie —saludó con voz profunda, y fue aterrador,


produciéndome escalofríos hasta el fondo de mis huesos. Sus
ojos permanecieron clavados en mí, como si lo estuviera
viendo todo. Tragué con dificultad, pues de repente me
costaba funcionar. La forma en que me estudiaba, como si
buscara algo en sus recuerdos. O tal vez ya lo sabía y estaba
contemplando cómo matarme.

¡No, no, no!

No podía ser el mismo Dominico Morrelli. Este tipo no se


parecía en nada a la descripción que me dio William. Pensé
que William había dicho que era de su altura y de aspecto
medio. Este tipo era claramente más alto que mi difunto
esposo y definitivamente no era de aspecto medio.
Tragué duro, sabiendo en el fondo que ese hombre era
realmente el infame Dominico Morrelli, jefe de la familia
criminal Morrelli. El hombre al que mi marido robó. Mierda.

¡Doble mierda!

Inhalando profundamente y luego exhalando lentamente,


traté de calmar mi ritmo cardíaco. Me moví incómodamente,
y con cada segundo que pasaba, mi ansiedad aumentaba,
ahogándome de angustia y miedo.

Este tipo está aquí solo como un hombre de negocios, me infundí


ánimos. No como mafioso. No sabe quién soy. No te matará a plena
luz del día.

—Señora, no está vestida según el código —objetó el


camarero, sacándome de mis pensamientos. No había duda
que se refería a mí. A la mierda el código de vestimenta
cuando había un mafioso a mi vista. ¿No había un código
contra los mafiosos que comían en este maldito club?

—Angie, vamos a Starbucks —intenté de nuevo,


suplicando con voz nerviosa. Estuve medio tentada de
gritarle, pero eso atraería más atención no deseada. No quería
estar aquí, y tantos ojos ya puestos en mí me ponían aún más
nerviosa. En particular, los ojos del hombre que me sacudía
con solo su mirada.

—La señora está conmigo —lo interrumpió Nico Morrelli,


esperando conseguir su propósito—. Se sentará en mi mesa.
—Mis ojos se fijaron en su fuerte mandíbula y sus labios
carnosos, con una determinación firmemente grabada en
ellos. Este hombre conseguía lo que quería. Siempre. Lo sabía
tan bien como mi propio nombre.

Mis ojos se dirigieron con un poco de pánico a Angie y


luego a él. Esto iba de mal en peor, rápidamente. No tuve que
preguntarme si Angie quería sentarse en su mesa.
Prácticamente estaba babeando por él. Si no estuviéramos
aquí, incluso podría haber saltado sobre sus huesos.

¡Maldita sea! No quería sentarme en su mesa. Mi sexto


sentido gritaba peligro, aunque mi cuerpo se calentaba bajo su
mirada. Debería huir ahora, cada fibra en mí me urgía a correr
y esconderme. Antes que se diera cuenta de quién era yo.

—Oh, muchas gracias, Sr. Morrelli —le soltó Angie, y una


pequeña parte de mí quiso abofetearla. No porque esté celosa,
me dije. Sino para despertarla de la sesión de babas.

—Yo no... —Mi voz tembló ligeramente, y me aclaré la


garganta—. No queremos abusar. Gracias por la oferta, pero...

—No seas ridícula —me cortó Angie—. Nos encantaría, Sr.


Morrelli. —Prácticamente ronroneó, y casi esperaba que
empezara a restregarse por todo él. Uf, si empezaba con eso,
me iría definitivamente. No necesitaba ver eso, aunque estaba
medio tentada de sentir su cuerpo contra el mío.

Soy una viuda afligida. Solo quiero a William.

Respiré profundamente, tratando de mantener la calma.


Estos sentimientos contradictorios, miedo y atracción, tiraban
de mí, empujándome en dirección contraria. No recordaba la
última vez que un hombre me puso tan nerviosa, haciendo
que mi cuerpo se calentara bajo su mirada. Y esos ojos suyos
mirándome... observándome. Tenía que permanecer invisible.

No podía permitirme ser vista. Si la mafia supiera...

¡Basta, Bianca! Esos pensamientos solo aumentarían mi


paranoia y ansiedad. Mantén la calma, y él nunca lo sabrá, me
mentí.

—Magnífico —nos dijo el camarero—. Tenemos lista su


mesa habitual Sr. Morrelli. Su invitado ya está allí.

Genial, un invitado también. ¿Otro mafioso? Nico Morrelli


me hizo un gesto para que fuera delante de él, lo seguí de
mala gana detrás del camarero. Me picaba el cuello al sentir
su mirada en mi espalda y la sensación era inquietante. Angie
parecía exultante por el giro de los acontecimientos.

Yo... no tanto. Tuve el impulso de darme la vuelta y correr.


¿Todos los mafiosos se movían en los mismos círculos? No lo
sabía, pero había una cosa de la que estaba segura. Llamar la
atención no deseada sería malo en este momento. ¡Realmente
malo!

Tal vez podría... no estaba segura de qué. ¿Esconderme?


¿Desaparecer? ¿Recoger a las niñas y salir a la carretera? Sin
dinero, sería difícil esconderse.

No, no podía llamar la atención. Lo mejor era pasar


desapercibida y no hacer ningún movimiento brusco. No
quería atraer la atención de Benito King hacia mí o hacia mis
niñas. Su atención estaba en otra parte, y me gustaría que
siguiera así.

Benito King dirigía los bajos fondos de la Costa Este,


traficaba con mujeres y facilitaba la venta de bellas entre los
peores mafiosos. Él y su hijo Marco eran algunos de los
mafiosos más crueles que han pisado la tierra. Secuestraban y
vendían chicas, de cualquier edad, a hombres sin escrúpulos
que las torturaban y las utilizaban como deseaban.

Si supiera que William y yo robamos dinero a la mafia, los


hombres de Benito nos arrastrarían a mí y a mis hijas a su
mundo pateando y gritando. Mamá siempre dijo que era
bueno cambiando las reglas a su antojo. Sin embargo, había
un trato, y ella pagó el precio. Me advirtió que me mantuviera
siempre alejada de cualquier conexión con los bajos fondos y
la gente de los mismos. Y tenía la intención de hacer caso a la
advertencia de mi madre.

De lo contrario, mi vida se convertiría oficialmente en un


infierno. No solo eso; mis acciones convertirían a mis hijas en
objetivos. Todos los sacrificios de mi madre, mi padre y mi
abuela habrían sido en vano.

Dolorosamente consciente de la presencia del hombre


detrás de mí, mi corazón tronó salvajemente en una
combinación de miedo y... ¿excitación? No, no puede ser.
Debe ser todo miedo, jugando con mi cerebro y mi cordura.

Justo antes de la muerte de William, John me advirtió que


no me acercara a los Morrelli, diciendo que no era buena idea.
Había tantas malas noticias en mi vida, que no necesitaba
más.

Aunque tuve que burlarme del consejo de mi mejor amigo.


Si sabía que los Morrelli eran malas referencias, ¿por qué él y
William harían algún negocio con ellos? Sí, estábamos
desesperados, ¿pero tanto como para desear la muerte? Y
tratar con la mafia siempre terminaba en muerte.

Miré a Angie y parecía estar entusiasmada con Nico


Morrelli, mirándolo por debajo de sus pestañas, tratando de
demostrarle que estaba interesada. Ni siquiera un ciego habría
pasado por alto esas señales. Para ella, él llenaba sus casillas.
Era asquerosamente rico, poderoso y atractivo. Solo le faltaba
añadir una casilla más: peligroso.

Nerviosamente, le lancé una mirada. Era mayor de lo que


esperaba, tal vez en sus cuarenta, y había algo en él que me
resultaba evasivo. No podía dar con la clave. Sí, la familia
Morrelli gobernó los bajos fondos de Maryland y D.C.
durante varias generaciones, pero existía un toque
despiadado en Nico Morrelli que gritaba habérselo ganado
aplastando a unas cuantas personas en su camino hacia la
cima. ¡Tal vez incluso más que unos pocos!

No tenía ninguna base para ello, pero me jugaría la vida a


que mi intuición daba en el clavo. Normalmente lo hacía. Fue
lo que me advirtió que algo pasaba con mi marido antes de
darme cuenta en qué se había metido.
—Aquí tiene. —La voz del camarero me sobresaltó.
Cambió su comportamiento grosero hacia mí
inmediatamente, solo porque estaba en la compañía de este
hombre. Era más que falso—. ¿Hay algo más que pueda hacer
por usted?

Me preguntaba a mí, pero la pregunta iba dirigida al


hombre del que era dolorosamente consciente, parado a mi
espalda. Sacudí la cabeza igualmente. Cuanto antes se fuera
este camarero, antes podría poner distancia entre Nico
Morrelli y yo.

Mis ojos recorrieron el restaurante y observé que teníamos


la mejor mesa, con la vista del Monumento a Washington
expuesta frente a nosotros. Mientras que otras mesas estaban
apiñadas para llenar este lugar hasta su capacidad, esta estaba
alejada de todas ellas, lo que le daba privacidad. Por
supuesto, era de esperar que Nico Morrelli consiguiera lo
mejor del lugar.

Había otro caballero ya sentado en la mesa, esperándonos.


No pude evitar gemir interiormente. Estos hombres eran
exactamente lo que Angie deseaba. Atractivos, ricos,
claramente establecidos y poderosos. ¿Este hombre también
era un criminal? De los dos, Nico Morrelli desprendía la vibra
de dominio y poder, acostumbrado a salirse con la suya. El
otro, no tanto.

Mi primera salida desde la muerte de mi marido y esto


sucede. Estaba atrapada en una situación incómoda con un
tipo que me producía escalofríos por la espalda y otro que me
miraba lascivamente como si estuviera expuesta. No es de
extrañar que decidiera ser una ermitaña. Después de hoy,
volvería a evitar a todo el mundo.

—Hola. —Angie ahora batía sus pestañas al amigo del Sr.


Morrelli, y tuve que contenerme en poner los ojos en blanco.
Parecía más joven, pero no tan atractivo. No es que el
atractivo de ninguno de los dos hombres me importara. Se
levantó de inmediato, sus ojos se dirigieron a mí y luego a su
amigo detrás de mí.

—Hola, Gabito —habló el Sr. Morrelli detrás de mí—.


Espero que no te importe que estas encantadoras damas se
unan a nosotros.

Uf, me importaba. Me mordí la lengua para contener las


palabras. Quería irme, ahora.

—Claro que no, Dominico —respondió Gabito y sus ojos


viajaron de su amigo a mí. ¡Jodido Dominico Morrelli! No hay
ninguna posibilidad en el infierno que sea una coincidencia—. ¿Y
tú eres? —preguntó, con curiosidad en sus ojos mientras me
observaba.

Me aclaré la garganta incómodamente y respondí con


dificultad.

—Bianca.

Deliberadamente oculté mi apellido. Mi corazón se aceleró,


latiendo con fuerza contra mis costillas, y respiré
profundamente, tratando de calmarme. Me aparté el cabello
de la cara con nerviosismo y mis manos temblaron
visiblemente. No debería haber venido. Debería haberme
quedado atrapada en mi pequeña rutina. Así no me habría
encontrado con Dominico Morrelli.

Un verdadero terror corrió por mis venas; mi pulso


palpitante de adrenalina.

Tranquilízate. Inhala y exhala. Calma.

Seguí intentando animarme. Nadie supo lo que pasó.


Nadie vino a buscar ese dinero. Nadie más que nosotros tres
sabía lo que habíamos hecho, y uno estaba muerto. Confiaba
explícitamente en John, así que eso significaba que nuestro
secreto estaba a salvo.

No, no solo nosotros tres. El que perdió la bolsa también lo sabía.

John dio su parte del dinero robado a William. Supongo que


esperaba que le comprara la cura, al igual que yo. Ambos
fuimos estúpidos. Los médicos seguían diciendo que no había
forma de salvarlo, aunque yo me negaba a creerlo. Pero nada
de eso le importaría a la mafia. Matarían a John sabiendo que
no se quedó con un centavo de ese dinero.

Pero los hombres de Morrelli nunca vinieron a buscarlo;


me justificaba. Tal vez tenían tantas bolsas de dinero que ni
siquiera lo echaron de menos. Mierda, lidiar con estas
consecuencias podría acabar con un ataque al corazón.

Desplazando mis ojos alrededor, me di cuenta de nuevo


que sobresalía como un pulgar dolorido, una evidencia de no
pertenecer a este lugar. Angie sobresalía en el buen sentido,
yo sobresalía en el peor sentido. Ella ya se había sentado a la
mesa, y yo podría haberla estrangulado por ser tan
desconsiderada en este momento. O por elegir el lugar donde
los mafiosos venían a comer.

Me quedé allí debatiendo si debía decirle algo al diablo y


darme la vuelta para irme. ¿O eso atraería una atención no
deseada hacia mí? Estos pensamientos paranoicos nunca
formaron parte de mí hasta que William se involucró con la
mafia. Incluso después de conocer el gran secreto que
albergaba mi madre, estaba segura que nunca saldría a la luz.
Porque se mantuvo con éxito durante veinticinco años. Pero
robar dinero a la mafia era algo totalmente diferente.

La mano de un hombre en la parte baja de mi espalda me


empujó suavemente hacia delante, haciéndome saltar ante el
abrasador contacto y las ondas de choque que detonaron en
mi cuerpo. Eché la cabeza hacia atrás y me encontré con unos
ojos grises dándome un susto de muerte.

—Me disculpo. —Su voz profunda se filtró por todos los


poros mientras retiraba la mano—. No quise asustarte.

—Está bien —murmuré con voz ronca, fascinada y


asustada por la profundidad de sus ojos. Hoy era la primera
vez que me tocaba un hombre desde la muerte de mi marido.
Por Nico Morrelli. Y su toque... era ardiente, e incluso ahora
que su mano ya no estaba sobre mí, todavía podía sentir la
sensación de ardor donde había estado. No era realmente lo
que esperaba.
Oh, ¡esto es malo! mi estado mental de pánico me advirtió,
mientras mi cuerpo ansiaba probar de nuevo su tacto.

Qué. ¿Infiernos?

No deseaba a este hombre. Nunca desearía a este hombre.


Mentirosa, mentirosa, bragas ardiendo.

—Vamos, Bianca. Siéntate.

De mala gana, puse mi bolso en el respaldo de la silla


mientras Nico la retiraba para mí. Caballero y mafioso, me burlé
silenciosamente en mi cabeza. ¡Qué jodida broma!

Murmuré mi agradecimiento y me senté, evitando sus ojos.


Era mejor no captar su atención. Solo tenía que pasar por este
almuerzo, y todo terminaría. Se olvidaría de mí, y yo fingiría
que nunca lo conocí. ¡Gran plan!

Sin embargo, sabía que no había ninguna posibilidad de


olvidar a este hombre intimidante, abrumador y apuesto. Alto
y hermoso, bien construido y de piel aceitunada con un aura
peligrosa e intimidante. Mi mente no podía comprender por
qué lo encontraba guapo, no se parecía en nada a William.

¡William, esposo mío!

Dios, cómo lo extrañaba. A pesar de todas las dificultades y


el dolor, seguía echándolo de menos con un sentimiento de
vacío en mi pecho. Nunca debería haber muerto tan joven,
arrebatado de su vida que apenas había comenzado.
En cambio, aquí estaba sentada con un perfecto
desconocido y un mafioso, fingiendo que la vida estaba bien,
que las cosas eran normales y que no estaba muerta de miedo.
Aunque, sin saberlo, mi vida no era normal desde el momento
en que mi madre me concibió. Podía fingir todo lo que
quisiera, pero la realidad es que era la hija biológica de un
maldito monstruo malvado.

Inspirando profundamente y exhalando temblorosamente,


me esforcé por calmar mis pensamientos y mi ritmo cardíaco,
y luego traté de concentrarme en la conversación, pero todos
mis sentidos estaban completamente confusos.

Nunca me ha gustado hablar de cosas sin importancia, así


que me quedé sentada, observando a Nico y a su amigo
mientras Angie seguía hablando. No pude captar una palabra
de lo que dijo, aunque sí capté su coqueteo con ambos
hombres.

Mirando el reloj de pared, recé para que el servicio fuera


rápido porque no podía esperar a salir de aquí.

Dolorosamente consciente de los ojos de Nico Morrelli


sobre mí, mantuve mi expresión inmóvil. ¿Podía ver que yo
no encajaba? ¿Sabía quién era yo? ¿O era algo más?

Moviéndome incómodamente, miré a mi alrededor. La


visión millonaria de la capital del país con despiadados
hombres en primera fila. ¿Qué me decía eso? Todo a mi
alrededor gritaba dinero, peligro, poder. Nada de eso era mi
mundo y nunca debería haberlo sido.
Volví a mirar a nuestra mesa y percibí que ambos hombres
me observaban. Forcé una sonrisa. Estaba fuera de mi
elemento, no solo en cuanto a la ropa o la situación. Había
estado envuelta en mi vida familiar durante los últimos seis
años. Era perfectamente feliz disfrutando de mi pequeña
afición y siendo una esposa.

Mi juventud me impulsó al tener éxito en el ámbito


materno y conyugal. A mi madre no le dieron la oportunidad
de ser madre ni esposa. En cambio, se sacrificó para
protegerme, al igual que yo intento hacer lo mismo ahora con
mis hijas.

—¿Bianca? —La mano de Angie en mi brazo me sobresaltó,


devolviéndome al presente.

—¿Sí? —Mis ojos se movieron entre tres personajes, mi


falsa sonrisa lastimando mis mejillas.

—¿Estás bien? —Su voz era ligeramente preocupada. Sí,


claro. Ahora estaba preocupada. Debería haber captado antes
mi indirecta de no querer estar aquí.

—Sí, sí —respondí—. Por supuesto. ¿Qué pasa?

—El Sr. Morrelli y Gabito nos han recomendado que


probemos la hamburguesa de langosta —canturreó
alegremente, entusiasmada con los dos hombres—. El Sr.
Morrelli me ha preguntado si te parece bien.

Mis ojos se dirigieron a Nico Morrelli. Me pregunté por qué


Angie seguía llamándolo Sr. Morrelli, y ya se tuteaba con
Gabito. Tal vez ella podía sentir el depredador que acechaba
bajo ese traje, al igual que yo. Mientras miraba fijamente la
oscura mirada acerada de Nico, tuve el impulso de ahogarme
en ella o de cerrar los ojos y fingir que estaba en cualquier
lugar menos aquí. Porque no había duda que este hombre
apestaba a crueldad. Podría destruirme con un chasquido de
dedos.

La mafia era un mundo desconocido para mí, pero conocía


lo suficiente como para saber que debía mantenerme alejada.
Comenzó con mi madre, las historias de mi abuela italiana y
terminó con la última experiencia con mi difunto marido.

Sacudí la cabeza.

—No, solo tomaré una ensalada —les dije—. No tengo


tanta hambre.

Y no puedo permitirme una hamburguesa de langosta, añadí en


silencio.

—No seas tonta —objetó Angie—. Parece que estás a punto


de marchitarte. Qué has perdido, ¿como seis kilos desde el
funeral de tu marido?

El dolor atravesó mi pecho al recordar la pérdida de


William. No fue la única razón por la que perdí peso. Fue
como si toda la baraja se desmoronara en el lapso de unos
pocos meses, destruyendo todos los cimientos que mi abuela
y mi padre me aportaron. Todo comenzó con la muerte de mi
padre, un año antes de la de William.
Las verdades que descubrí me sacudieron hasta la médula.
Resultó que yo no era quien creía ser. Ya ni siquiera estaba
segura de quién era.

¡Mi padre mafioso! Benito King.

Era temido entre los criminales, no importaba si se trataba


de alguien más. La verdad era amarga en mi lengua. La
revelación... mejor aún, la condena tenía un sabor agrio,
incluso ahora. ¿Qué habría dicho William si lo hubiera sabido
antes de morir? Era el único secreto que le ocultaba. Él no
necesitaba cargar también con mi cruz. Además, no podía
pensar en ese hombre como mi padre. Solo era un donante de
esperma. Yo tenía un padre, un padre de verdad que me crio
y protegió.

—No —respondí, con la voz ligeramente temblorosa. El


enfado con Angie, con esta situación, con los secretos que me
esforzaba por olvidar, bullía en mi interior.

Apreté los dedos en torno a mi vaso de agua, pero tuve


miedo de levantarlo y derramarlo. Volvió el sentimiento de
soledad que sentí el día que enterré a mi marido. A pesar de
nuestros desacuerdos, echaba de menos tener a alguien con
quien poder hablar. Fuimos amigos mucho antes de
convertirnos en amantes. La muerte viene de tres en tres, decían.
Tendía a creer que podía ser una verdadera superstición. Mi
abuela falleció hace tres años, mi padre le siguió al año
siguiente, y William el año siguiente a él.
Ahora me sentía más sola entre la multitud que cuando
estaba sola. Sí, el miedo también me retenía, pero también la
sensación de no poder conectar con los demás.

—En realidad, lo siento. —Me levanté bruscamente,


cogiendo mi bolso. No podía soportar estar sentada aquí
durante el almuerzo, fingiendo que todo estaba bien cuando
mi vida se ha ido desmoronando lenta pero constantemente.
No podía permanecer cerca de este mafioso y mantener la
calma por mucho más tiempo—. Acabo de recordar que tengo
que estar en un lugar. Um... para las niñas.

—¿Qué? —Los ojos de Angie me miraron con asombro—.


Dijiste que tu suegra se llevaría a las gemelas por la tarde y
que estabas libre. Me tomé el resto de la tarde libre.

Sacudí la cabeza, mirando entre los tres y centrándome en


Angie mientras le decía.

—Lo siento mucho, Angie. La próxima vez.

Sin mirar atrás, me apresuré a atravesar el restaurante. Oí


que Angie me llamaba, pero no me detuve. Ella no vendría
detrás de mí. La conocía lo suficientemente bien como para
estar segura de ello.
La vi salir corriendo del restaurante, dejándonos a todos atrás.
No recordaba la última vez que una mujer se marchó sin
mirarme de soslayo... al menos no voluntariamente. Por lo
general, había que empujarlas cuando terminaba con ellas.

¡Bianca! Hermoso nombre, y encaja perfectamente con ella.


Demonios, también podría haberla llamado Blancanieves. Se
adaptaría al papel a la perfección. Su rostro era pálido como la
nieve, sus labios rojo rubí y su cabello oscuro junto con esos
ojos que contrastaban fuertemente con su tez. Realmente
hermosa.

La deseaba. Y lo que deseo, siempre lo consigo. Le di un


pase libre la primera vez que la vi, cuando no sabía quién era.
Ahora, las circunstancias han cambiado. La usaría para
obtener mi venganza, follármela y luego asegurarme que
cuidaran de ella el resto de su vida. Era un escenario ideal.

En mi experiencia, enamorarse tendía a convertirse en un


lío. Solo había que mirar a Luciano, que llevaba años
buscando a su mujer y en estos momentos estaba en Italia
recuperándola.

El matrimonio de mis padres me enseñó que casarse por


amor puede destruirte. Mi padre era un imbécil débil que le
costó la vida a mi hermana. Si bien mi madre se descontroló
después de su muerte, no era mucho mejor antes. Las
infidelidades de mi padre y la persecución de faldas, muy
parecidas a las de Benito King, causaron estragos en su vida
antes perfecta. Era la única hija del famoso magnate
inmobiliario Cassidy. Mi padre era un bastardo codicioso al
que le gustaba aprovecharse de las mujeres ricas y hermosas.
Desafortunadamente, mi madre cayó en la trampa sin ver sus
verdaderos colores hasta que fue demasiado tarde. Los
matrimonios en nuestro mundo eran para toda la vida.
Nicoletta, mi hermana, pagó el precio más alto. Bianca Carter
sería la primera pieza del rompecabezas para vengar su
muerte.

Percibí el miedo que se desprendía de ella cuando Angie le


dijo mi nombre. Miedo mezclado con desesperación. A pesar
de su compostura, Bianca no era buena ocultando sus
sentimientos. Me pregunté cuánto sabía de la mafia o de lo
que había hecho su marido.
¿Sabía quién era yo? Generalmente, las mujeres conocían la
amplia cartera inmobiliaria de los Morrelli y acudían
masivamente ante la riqueza que representábamos. Mi
negocio legítimo y mi riqueza me mantuvieron fuera de las
noticias y del radar. Tripliqué la cartera inmobiliaria y creé
una compañía tecnológica de Información que utilicé tanto en
mis actividades legales como ilegales. Esto último fue lo que
me llevó a Bianca.

Cuando tendí la trampa a su marido, parecía que William


Carter y su mujer no sabían nada de la mafia. ¿Podría
haberme equivocado? La forma en que me observaba con una
expresión cautelosa, me hizo creer que su miedo estaba
relacionado con mis actividades en los bajos fondos. Aunque
me costaba comprender cómo podía saberlo. Ella no formaba
parte de nada y tenía muy poco contacto con su madre. Sin
embargo, si Bianca sabía más de lo que yo sospechaba, eso
explicaría su miedo.

No parecía una mujer que estuviera dispuesta a meterse en


las actividades del hampa. Pero mi sexto sentido me advirtió
que mantuviera la guardia alta porque había algo más en esta
mujer. Y he aprendido a confiar en mis instintos. Era lo que
me mantenía vivo en el inframundo, convirtiéndome en un
digno oponente en todos mis negocios, legítimos e ilegítimos.

—¿No deberías ir detrás de tu amiga? —le pregunté a


Angie. Una verdadera amiga nos habría dejado atrás y se
habría asegurado que su amiga estuviera bien. Eso me dijo
que esas dos no eran amigas íntimas.
—Oh, conozco a Bianca desde que éramos niñas —le quitó
importancia—. Cuando no quiere que la molesten, se cierra al
mundo entero. Podría haber una nueva guerra mundial en su
puerta y seguiría insistiendo en que la dejen tranquila.

Definitivamente no son amigas íntimas. Menos mal, porque


Angie Hartman no me caía especialmente bien.

—¿Tiene Bianca un apellido? —le pregunté, aunque lo


sabía. En los últimos tres años, he aprendido todo lo que
existía sobre Bianca y su vida.

—Bianca Carter —respondió ella, ligeramente reticente.

William Carter. Fue el único hombre que se atrevió a


robarme y se escapó. Bueno, técnicamente no se escapó. La
muerte lo encontró, pero ciertamente nunca devolvió el
dinero. Y con los intereses, ahora me debería millones. Mejor
aún, su viuda lo hacía.

La trampa que le tendí al marido de Bianca funcionó mejor


de lo que podría haber esperado. Era mi manera de llegar a
Bianca Carter, hacer que su marido estuviera en deuda
conmigo. Y ahora, la deuda era de ella, y solo había una forma
de saldarla. Ella sería mi venganza.

Mía para poseerla.

—Bianca juró no salir con nadie —continuó Angie, el


ronroneo insinuando que no tenía ninguna posibilidad con su
amiga, pero ella misma estaba más que dispuesta. La forma
en que miraba entre Gabito y yo me decía que no se opondría
a que ambos nos la folláramos.

No hay manera en el infierno. Nunca estaría ni


remotamente interesado en Angie. Era una joven insensata
que buscaba dinero y estatus. Era inteligente, pero nada de
eso la ayudaría a conquistar a los hombres que buscaba. La
mayoría de esos hombres estaban casados o tenían arreglos
con otras mujeres de nuestros círculos sociales. Eso aseguraba
que no se enredaran con cazafortunas.

Pero Bianca Carter, por otro lado.

Sí, me interesaría. No para compartir, sino para poseer. Mis


ojos recorrieron el restaurante. La mujer ya no estaba, no
había ni rastro de ella, salvo un ligero aroma de su persistente
perfume de lilas. Desapareció tan rápido como entró en mi
vida.

Bianca Carter sería mía. Para tenerla. Para poseerla. Para


destruirla.

Solo que ella aún no lo sabía.


Dos semanas después

Mis gemelas jugaban en nuestro jardín, la hermosa vista de la


bahía de Chesapeake se extendía por kilómetros frente a mis
ojos, el sonido de las olas y los barcos un ruido lejano entre las
risas de mis hijas. El olor único de la bahía invadía mis
pulmones y se mezclaba con el dolor sordo que persistía en
mi pecho.

No quiero perder también nuestro hogar.

La Isla Gibson daba la apariencia de aislamiento y


privacidad, era el lugar de mis sueños para criar a mi pequeña
familia. Me enamoré de esta casa desde el momento en que la
vi. No me importó que solo fuera una casucha cuando la vi.
Todo lo que percibí fue el potencial en una ubicación
privilegiada. William y yo habíamos invertido mucho trabajo
en ella. Acampamos en el salón durante meses mientras
renovábamos lentamente la casa.

El corazón se agitó en mi pecho. Debería estar buscando


apartamentos que pudiera pagar, no mirando al mar, incapaz
de moverme o actuar.

Les he fallado. En otras cuatro semanas, sus vidas darían


un revés.

Hoy por fin ha llegado esa temida carta. Ha formado parte


de mis pesadillas desde hace meses. Sabía con certeza que
llegaría, pero aún así fue un gran impacto ver la carta del
banco sobre la ejecución hipotecaria con la fecha límite en la
que tenemos que mudarnos. Cielos, si tuviera algo de ese
dinero que se llevó William. Probablemente lo usaría para
comprarnos algo más de tiempo aquí, a pesar de temblar
durante días después de encontrarme con Nico Morrelli.

Ese último mes de la vida de William, tomé cualquier


dinero que pudiera tener en mis manos. Incluso el dinero
sucio que robó. Me negué a rendirme, persiguiendo cualquier
tratamiento y esperanza por mantenerlo conmigo... con
nosotras. Financieramente, no estábamos preparados para su
enfermedad y muerte.

¿Habría hecho que William y John devolvieran el dinero si


tuviéramos otra oportunidad? Eso era lo que me daba miedo.
Al principio, insistí en que lo devolvieran, pero cuando me di
cuenta que William lo necesitaba para sus tratamientos
médicos, no volví a sacar el tema. Estaba casi segura que
probablemente habría utilizado ese dinero sucio, incluso
sabiendo que el resultado habría sido el mismo. William
habría muerto de cualquier manera. Pero solo gracias a ese
dinero mis hijas y yo tuvimos unas semanas más con mi
marido, y eso hizo que todo mereciera la pena. Después de su
muerte, llegó el castigo.

El karma era una maldita perra si me preguntas.

Acepté un trabajo solo para poder permitirme poner


comida en la mesa. Nos quedamos sin ahorros y una pequeña
suma de la póliza de seguro de vida apenas sirvió para pagar
los gastos del funeral. Con muy poca experiencia a mis
espaldas, no podía ser exigente y acepté el primer trabajo que
pagaba decentemente. Así que aquí estaba, haciendo de
secretaria en un pequeño bufete de abogados, intentando salir
adelante y fracasando estrepitosamente.

Mientras estemos juntas, podremos con todo. Me lo repetía una


y otra vez. Aunque no me hacía sentir mejor.

Me había esforzado mucho por mantener la calma desde la


muerte de William. No había ninguna diferencia. Seguía
fracasando. Resulta que no me di cuenta de lo mala que era
mi dependencia financiera de él hasta que se fue. No
importaba que la hipoteca fuera la mitad de lo que era, seguía
sin poder pagarla junto con los impuestos de la propiedad con
mi salario. Estaba tan desesperada que consideré llamar a mi
madre.
Pero entonces me recordé a que podía conducir eso. Había
una razón por la que rara vez hablábamos. Ella ya había
sacrificado mucho. No necesitaba nada más en su plato.

Mamá era la amante de Benito King. Mi infancia fue


complicada. Rara vez vi a mi madre mientras crecía. Hace
mucho tiempo que no la veo, pero hace un tiempo vi una foto
de ella y Benito King en los periódicos. Había otro hombre en
la foto, el hijo de Benito. Parecía tan cruel como su padre;
Marco King. Tenía algunas tendencias enfermizas y su
crueldad coincidía con la de su padre. Al menos eso decían los
periódicos.

Mamá se había teñido de rojo el cabello rubio y estaba del


brazo de Benito, sonriendo felizmente. Pero era una sonrisa
falsa. La luz de sus hermosos ojos azules se extinguía
lentamente. Todo por su culpa. No veía mucho a mi madre,
pero la conocía lo suficiente como para distinguir su sonrisa
feliz de una falsa. Toda su personalidad era falsa, lo que
Benito quería que fuera.

Dios, ni siquiera podía recordar la última vez que la vi


feliz. Quería salvarla, pero no sabía cómo. Ni siquiera podía
salvarme a mí y a mis hijas del desahucio. ¿Cómo diablos iba
a salvar a mi madre de las garras de Benito?

A veces me preguntaba cómo podía hacerlo: estar cerca de


un hombre tan cruel. Aunque lo hacía por mí, todo el mundo
tiene un punto de ruptura. Y ella había aguantado tanto a lo
largo de los años. ¿Estaba llegando su punto de ruptura o ya
lo había alcanzado? Me destrozó imaginar lo que tuvo que
soportar durante tanto tiempo.

—Las mujeres de nuestra familia son fuertes —resonó en


mi cabeza la voz de mi abuela—. Luchamos y nunca nos
rendimos. Al final, siempre prevalecemos.

Tenía que recordarlo. La protección en la que me envolvió


mi familia me hizo depender de ellos, pero tenía que ponerme
las pilas y dar un paso adelante.

Por lo que había aprendido, Benito King utilizaba a mi


madre cuando quería algo o necesitaba su cuerpo. Se me
revolvía el estómago y, a pesar que era mi padre biológico,
quería apuñalarlo a través de su negro corazón. No me
importaría verlo sufrir y sangrar, una muerte larga y
dolorosa.

Mamá esperaba que se cansara de ella, pero de alguna


manera eso nunca sucedió. Yo quería a mi madre, pero a
veces era difícil entender sus razonamientos cuando era niña.
Nada tenía sentido para mí, hasta que mi padre me reveló la
verdad en su lecho de muerte. Parecía que la mierda siempre
salía en esos últimos momentos.

Sinceramente, ni siquiera estaba segura de quién era mi


madre o de si sabía siquiera quién era. Ha sido la marioneta
de Benito durante tanto tiempo que creí que se había perdido
a sí misma. Es decir, ¿cómo no iba a hacerlo? Para sobrevivir a
ese hombre, tenías que hundirte.
Estar cerca de la mafia mata toda la alegría de la vida de una
mujer, diría mi abuela. Ella también lo sabría, ya que dejó a su
familia en Italia exactamente por esa razón. Quería una vida
normal en la tierra de la libertad, solo para ver a su propia hija
y a su familia caer en el mismo mundo del que ella intentó
escapar. Hablando de jodida ironía.

Aprendí muy pronto en mi infancia que la razón por la que


no podía ver a mamá cuando quería era por un jodido
acuerdo. La historia era que mamá se había quedado
embarazada antes que fuese entregada por el acuerdo de
Bellas y mafiosos. No me gustó, pero me lo creí. No me enteré
de los detalles hasta mucho, mucho después. La frase el diablo
está en los detalles nunca ha sido más cierta. Me enteré que
Benito King era mi padre biológico y que yo era la generación
adeudada en el jodido acuerdo cuando mi padre falleció. O el
hombre que yo creía que era mi padre hasta que supe lo
contrario. Excepto que ella intercambió su lugar, para que yo
no fuera parte del acuerdo. Por lo tanto, saltó a mis hijas.

Obviamente, todos compramos la verdad creada,


incluyéndonos a mí y a Benito King. Gracias a Dios. No podría
haber imaginado crecer con él como padre. A diferencia de
Benito, el hombre que mi madre amaba era cariñoso y
desinteresado. Era el mejor padre que cualquier niña podría
desear. Me enseñó a arreglar coches, a sobrevivir en la
naturaleza, a disparar e incluso a apuñalar a un hombre. Mi
abuela me enseñó a cocinar, a hornear, y coser, aunque decía
que debía renunciar a esto último.
Podía recordar la mirada hiriente en los ojos de mi madre
cuando le contaba todo lo que había hecho con la abuela y
papá. No pude entenderlo, hasta mucho, mucho después.
Tenía que haber una forma de poder ayudarla.

Aunque nunca había sido una constante en mi vida, no


podía abandonarla, sabiendo lo que había hecho por mí. La
quería y sabía que ella me quería. Después de todo, había
dado su vida por mí. Todavía recordaba las pocas veces que
vino a verme, rogándole que se quedara, pero sabiendo que
no podía. Las lágrimas de mi abuela mientras la acompañaba
a la salida. Ya casi no hablaba con mamá. Las gemelas ya
tenían cuatro años y ella aún no las conocía. Después de la
muerte de papá, supe por qué. Finalmente entendí.

Grecia es bonita en esta época del año.

El cielo es azul.

Y los mares son tormentosos.

Cuando era pequeña, me leía libros sobre los antiguos


dioses griegos. Me fascinaba tanto que me enseñó una frase
que se convertiría en nuestro propio código. Me la inculcó. Si
me decía que Grecia es bonita en esta época del año, significaba
que tenía que gritar y correr para que los hombres malos no
pudieran atraparme. Cuando crecí, se convirtió en algo
diferente. Significaba que tenía que correr y esconderme.

Incluso ahora, mi madre nos protegía a mí y a mis hijas.


Sin embargo, tanto la abuela como mamá tenían razón.
Benito King no era un hombre para tener niños. Mi familia me
protegía, ya era hora que aprendiera a proteger a mis hijas.

La imagen de Nico Morrelli con su impoluto traje oscuro


pasó por mi mente. Respiré con calma para tranquilizarme. Él
no me conocía. No podía saberlo. Si lo hiciera, ya estaría
muerta. Habían pasado tres semanas desde aquel terrible día.
Durante toda la semana siguiente, sentí pánico cada vez que
veía un vehículo desconocido en nuestro barrio. Seguía
esperando que pasara algo, pero a medida que pasaba el
tiempo y no ocurría nada, me iba relajando. Tal vez no tenía
nada de qué preocuparme por ese lado.

Un fuerte chillido de mis hijas hizo que mis ojos las


buscaran.

—Arianna, Hannah —Las llamé—. Salid de la playa.

Conocía a mis niñas, poniéndome a prueba, tentando a la


suerte, intentando acercarse al agua. No quería que se
mojaran. Hoy hacía un frío excepcional, a pesar de estar a
principios de octubre.

Mierda, no estaremos aquí para disfrutar de la playa el próximo


verano, ni para ver nevar sobre la bahía este invierno. ¿Por qué me
resultaba tan molesto?

La idea de desarraigarlas me entristecía. Pero el hecho era


que estábamos destinadas a ser desarraigadas
independientemente de si podía pagar la hipoteca o no.
Benito King tal vez nunca descubriría que era su hija, pero
vendría a cobrar una deuda con la última generación que la
familia Catalano tenía con él.

Fue mi abuelo, un italoamericano que no tenía conexiones


con la mafia, quien realizó el acuerdo. ¡Qué ironía! Mi abuela
dejó su vida en Italia para escapar de la mafia, se casó con un
tipo normal que tenía un desafortunado vicio con el juego, y
volvió al mismo mundo. El abuelo perdió una importante
suma en el Casino Royale. Por suerte para el abuelo, y
desgraciadamente para las mujeres de mi familia, Benito le
ofreció una salida a través de un acuerdo con Bellas. Tres
generaciones de Bellas, cada dos generaciones, comenzando
por la hermana del abuelo. Se suponía que yo sería la
siguiente, pero mi madre se cambió por mí. Una de mis hijas
sería el último pago.

No hay divorcio en la mafia, Bianca. La voz de mi abuela era


clara como el día. Tu madre fue prometida en el acuerdo de Bellas
y Mafiosos. Benito King la quería para él. Ya estaba casado, así que
la hizo su puta.

Excepto que mi abuela mintió. Me prometieron en el


acuerdo de Bellas y Mafiosos. Mi madre cambió su lugar por
mí, aprovechando el ciego deseo de Benito por ella.

Se debía una generación más a ese acuerdo que mi


bisabuelo aceptó tontamente. Mi madre ocupó mi lugar.
¿Podría de alguna manera tomar el lugar de mis hijas si todo
lo demás falla?
Tres vidas perdidas por la deuda de juego de un hombre.
Me parecía jodidamente injusto. Mi madre ha sido más
prisionera de Benito que una mujer libre. La hermana del
abuelo estaba quién diablos sabía dónde. Nadie supo nunca
de ella después de ser vendida. Aunque la abuela escuchó un
rumor sobre que se casó con un mafioso ruso, Iván Petrov.

Pase lo que pase, Bianca, nuestras hijas tendrán una infancia


feliz. Tenemos la mejor ubicación para nuestra pequeña familia.
Casi podía escuchar la voz de William, transportada por la
brisa.

Todo se estaba desmoronando lentamente. Dios, lo echaba


de menos. Echaba de menos su consuelo, sus suaves brazos a
mi alrededor. Incluso aquellos momentos en los que me ponía
furiosa con sus imprudentes acciones. ¿Qué habría dicho si
supiera todo esto? No quería tener hijos; las gemelas vinieron
por un condón roto. Nunca me arrepentí porque me hacían
muy feliz.

Lo único que lamenté fue después de saber quién era y lo


que significaba tener una hija. Mi madre y mi abuela deberían
haberme advertido. En cambio, me dejaron creer que
estábamos a salvo. Nunca estuvimos a salvo. Nuestro
sustento pendía de un hilo todo el tiempo.

Después de la muerte de papá, luché con su pérdida y aún


más con la revelación que vino con eso. Nunca lo vi venir.
William y yo nos distanciamos mientras yo intentaba asimilar
las verdades que había aprendido. Pero no podía decírselo,
simplemente no podía. Tal vez fuera la vergüenza o el miedo,
y no quería que él sintiera el mismo terror que yo. Que un día
alguien vendría y se llevaría a mis hijas, haciéndolas pasar por
el mismo sufrimiento que mi madre. No importaba que solo
se debiera una de ellas. Era imposible para una madre elegir.

Entonces William enfermó, y mi corazón se rompió al verlo


marchitarse ante mis ojos. A pesar que todos los médicos nos
decían que no había esperanza, yo seguía esperando un
milagro, que nunca llegó. Los médicos tenían razón. Dios,
odiaba cuando los médicos tenían razón.

Así que nunca se lo dije. ¿Por qué enviarlo a la muerte con


una revelación y una carga tan horribles? En lugar de eso, le
tomé la mano y le aseguré que estaríamos bien, que estaba
bien dejarlo ir. No tenía que preocuparse porque yo cuidaría
de nosotros.

Y lo haría. Solo tenía que resolverlo todo. Ahí iba de nuevo


con mi esperanza. Uno pensaría que había aprendido la
lección.

Mi teléfono móvil sonó en el portavaso. Ni siquiera me


molesté en mirar hacia abajo. Ya no podía hablar con la gente.
No podía fingir, así que los evitaba. Además, en las últimas
semanas los únicos que me llamaban regularmente eran los
cobradores. Ya no tenía sentido responder a ellos. Ya había
superado el punto de intentar que funcionara. Ya ni siquiera
me estaba ahogando. Me había hundido.

El timbre cesó por fin y exhalé aliviada. Nada más hacerlo,


el teléfono volvió a sonar, y otra vez, y otra vez, hasta que
finalmente descolgué el móvil mirando el identificador de
llamadas.

Fruncí el ceño. Era Angie. Me llamó después que me fuera


tan abruptamente ese día. No contesté y me dejó un mensaje
de voz para que la llamara. Nunca lo hice. No era habitual
que llamara repetidamente. Esperaba que no estuviera en
problemas.

Respondí al teléfono con un ligero temor en el estómago.


Sentí como una premonición advirtiéndome que la mierda
estaba a punto de estallar.

Basta, Bianca. Me maldije por alimentar mi ansiedad.

—Hola.

—Bianca —gritó su voz en el teléfono—. ¿Por qué no


contestas a mis llamadas?

Porque estoy ocupada preocupándome que me embarguen la casa.


Porque estoy endeudada hasta las cejas. Ah, y porque mi marido
robó a la mafia, y luego se puso enfermo y en lugar de devolver el
dinero, decidí usarlo para tratamientos desesperados. Y después me
arrastraste a almorzar en el mismo maldito lugar que Nico Morrelli.

—He estado ocupada —respondí en cambio.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—Recuerdas a ese tipo del restaurante —comenzó. ¿Cómo


podría olvidarlo? Nico Morrelli no era un hombre que
pudiera olvidar. Incluso su aroma estaba grabado en mi
mente, una mezcla de especias y cedro—. Llevamos tres
semanas saliendo.

No debería haber contestado. No estaba de humor para


conversaciones. O para escuchar cómo Angie se enrollaba con
un hombre que me asustaba mucho. Si mi amiga estaba
saliendo con Nico Morrelli, desde luego no volvería a salir
con ella. Mantendría mi distancia.

La amenaza de Benito cerniéndose sobre mí era suficiente.

Respiré entrecortadamente, sintiéndome al borde del


abismo. En cualquier momento perdería la compostura y
empezaría a reír histéricamente. O a gritar. O a llorar. No
estaba segura de qué. No había llorado desde el día en que
William murió. No había sentido felicidad desde la muerte de
papá.

—¿Estás escuchando? —preguntó Angie.

—Sí.

—¿Estás bien? —Sonó preocupada, pero no me salían las


palabras para contarle a nadie lo que estaba pasando en mi
vida. No sabría ni por dónde empezar ni cómo explicar aquel
desbarajuste.

—Sí.

—¿Por qué siempre tienes que ser fuerte? —su pregunta


me sorprendió. Yo no era fuerte. En realidad, me sentía
fracasada, débil... lista para derrumbarme en cualquier
momento—. De todos modos, deberías venir a una cita con
nosotros.

Sí, estaba loca.

—No, gracias.

—Gabito es fácil de tratar y te gustaría.

Fruncí el ceño.

—¿Gabito?

—Sí, el chico con el que salgo desde hace tres semanas. Lo


conocimos en el restaurante. ¿Has estado escuchando algo?

¿No está saliendo con Nico Morrelli?

Como no contesté, continuó.

—Bianca, ¿recuerdas a Nico Morrelli?

¿Lo recordaba? Esos ojos intensos, la mano que solo con un


leve roce me quemaba la espalda. Incluso ahora, después de
semanas, todavía podía sentir sus dedos sobre mi piel. ¿Cómo
podría olvidar a Nico Morrelli? Incluso antes de conocerlo,
era inolvidable. Ahora, él era la imagen que se me pasaba por
la cabeza cada vez que me tocaba.

¡Jesús, ayúdame! Solo de pensar en ello, me hizo doler. No


podía ser normal pasar de la tristeza y el miedo a encenderse
algo en mi en tan poco tiempo.

—Sí —fue todo lo que dije.


—Me ha preguntado por ti. —Su voz era vacilante, pero el
corazón se me grabó en las costillas. ¿Lo sabe?—. No quiero
molestarte —añadió.

¿Tal vez también piensa en mí mientras se toca?

Me di una palmada en la frente. Alguien tuvo que golpear


mi cabeza en una encuesta.

—¿Por qué iba a estar molesta? —Apenas alcancé a


pronunciar las palabras.

Lo que sea que estaba preguntando no tenía nada que ver


conmigo y no tenía ningún impacto en mi vida. ¿No es cierto?
Él no sabría lo que mi marido había hecho. O lo que yo había
hecho. Si lo supiera, esta conversación no estaría sucediendo.
Ya estaría muerta.

Y seguramente no sabría que me imaginaba sus manos


sobre mí mientras me tocaba. Fantasear con Nico Morrelli
tenía que parar, con efecto inmediato.

—Está buscando una joven para que sea su acompañante


en un evento al que tiene que asistir. Podría ser una gran
oportunidad —respondió ella, aunque no tenía sentido—. Me
ha preguntado si estarías interesada.

Una inhalación aguda y mis pulmones estaban llenos de


aire fresco. No me lo esperaba en absoluto.
—No entiendo —murmuré al teléfono—. ¿Cómo una
escort2?

—Supongo que puedes pensarlo así.

—¿Por qué no te lo pidió? —Esta conversación se volvía


más extraña a cada segundo. Observé a mis hijas mientras se
acercaban al agua, arrodillándose y salpicándose con las
manos. Sabía que no podrían resistirse.

De la misma manera que yo no podría resistirme a Nico


Morrelli si estuviera cerca de él continuamente. La reacción de
mi cuerpo ante él era demasiado intensa, como nunca antes
había sentido. Era peligroso, y tenía que mantener la
distancia.

Pensaré en él mientras me toco. Genial, solo hace apenas unos


minutos que decidí ponerle fin.

—En realidad le pedí que me considerara —admitió de


mala gana—. Le pregunté hace unos tres meses y de nuevo
ahora. Me dijo que no estaba interesado. Solo quiere a una
mujer de nuestra edad del brazo.

¿Una mujer de nuestra edad?

Bueno, Angie tenía mi edad. Si ella estaba dispuesta e


interesada, sería más fácil para él tenerla del brazo. Ella podía
manejar esas situaciones. Yo era pésima para socializar. Y ella
nunca le robó... era una ventaja adicional para ella.

2Un o una escort es una persona que actúa como acompañante remunerado, es decir, alguien
a quien un cliente paga por acudir con él o ella a reuniones, fiestas, salidas a otra ciudad, etc.
Pero me impactó saber que no estaba interesado. Angie era
hermosa, mucho más bella y experta que yo. Imaginé que a un
hombre como Nico Morrelli no debía importarle qué mujer lo
acompañara a un evento, siempre y cuando ella hiciera lo que
él esperaba.

Un momento, debía de esperar beneficios adicionales, me dije.


Mi pulso se aceleró y un dulce dolor palpitó entre mis muslos.
Sospeché que no tenía nada que ver con estar asustada. Era
por lo atractivo que lo encontraba.

No es que vaya a rondar a ese hombre. Quería seguir viva,


¡muchas gracias!

—¿Estás interesada en él, pero estás saliendo con Gabito?


—El pensamiento atravesó mi cerebro azotado por la lujuria
de Nico.

Angie siempre sería un enigma para mí. Su forma de


pensar no tenía sentido a mí entendimiento.

—Es complicado —dijo.

Exhalé. Con Angie, siempre era complicado. No necesitaba


nada complicado en este momento.

—Tengo algunas cosas entre manos —respondí


finalmente—. No tengo tiempo de ir de acompañante o para
salir.

Como si esperara mi respuesta, se apresuró a responder.


—Es como un trabajo, Bianca. Y paga muy bien. —Acentuó
"muy".

Esto no tenía ningún sentido.

—¿Paga para que alguien lo acompañe a un evento? ¿Por


qué? ¿No puede encontrar una cita? —Me burlé de las últimas
palabras. Ambas sabíamos que ese hombre buscaba algo más
que el placer de la compañía de alguien.

—Bueno, eso es precisamente. No quiere dar la impresión


equivocada a una mujer, así que se limita a tener a su
acompañante como un acuerdo de negocios. Créeme, no se
sentiría como un trabajo en absoluto, y recibirías cantidades
locas de dinero. Probablemente el triple que un salario
normal.

Me quedé mirando a mis hijas mientras las ruedas giraban


en mi cabeza. En ese momento, se quitaron los zapatos y se
salpicaron saltando en el agua poco profunda. Sabía que las
cosas materiales no significaban nada, pero tenía tantos
recuerdos aquí. ¿Estaba mal querer conservar esto a cualquier
precio? ¿Solo por un poco más de tiempo?

Después de todo, solo era una escort de un hombre rico...


corrección, mafioso despiadado al que robé... a eventos de
negocios, ¿no? Quiero decir, incluso si me acostara con él...

Inmediatamente corté mi tren de pensamientos.

¿De verdad, Bianca? Leíste muchos artículos y viste suficientes


películas para saber que este tipo de arreglos implican mucho más.
Además, en cuanto descubriera la conexión de William conmigo y la
deuda que teníamos con él, me llevaría al bosque y me metería una
bala en el cerebro.

Como en El Padrino. ¿O fue en Los Soprano? No lo recuerdo


bien.

—¿Por qué no lo escuchas y decides entonces? —


recomendó Angie—. Quiere tu número de teléfono para
ponerse en contacto contigo directamente. ¿Puedo dárselo?

Arianna y Hannah chillaron de alegría mientras caían de


rodillas. Eran un completo desastre y me calentaba por dentro
verlas tan felices. Ellas eran toda mi felicidad. No las quería
encerradas en un pequeño apartamento, en un vecindario
desconocido. Los padres trabajaban toda la noche, se
desnudaban, vendían su alma por sus hijos... esto no era muy
diferente, ¿verdad? Además, Nico Morrelli podría estar
buscando estrictamente una acompañante para eventos y
nada más. Tan simple como eso.

Sería bueno tener algo de dinero guardado, para cuando


tuviéramos que huir. Finalmente tendríamos que huir.

Excepto que su toque ardía y sus ojos me hipnotizaban. Y


me mataría si supiera que le robamos su dinero.

—No —le dije finalmente. No sería de ayuda para mis hijas


si estuviera muerta—. Lo siento, no puedo hacerlo.

El mundo de Nico Morrelli y la mafia estaba un paso más


cerca de Benito King. Si venía por las niñas por sus jodidos
arreglos y yo estaba muerta, los padres de William no podrían
protegerlas. No sabían nada al respecto. Mi madre intentaría
protegerlas, pero ya había sacrificado mucho.

Benito King merecía morir.


Un jarrón voló por el aire, estrellándose detrás de Luciano,
enviando trozos a su alrededor. Cassio tuvo suerte de
esquivarlo cuando sucedió, de lo contrario, podría haberlo
golpeado en la nuca.

Esta debe ser la mujer de Luciano, pensé en silencio.

Llevaba más de tres años buscándola, y por fin pude


entender por qué. La mujer era una belleza con ese cabello
rojo pelirrojo y unos ojos azul índigo, cargados de ira cuando
miró a su marido.

Pero también había química. Suficiente para incendiar esta


habitación. Sin embargo, no me quedaría en ella mientras esos
dos incendiaban la casa.
—Odio tus jodidas tripas —siseó. Y esta era la razón por la
que no creía en el matrimonio, a menos que fuera un acuerdo
comercial. El período de luna de miel terminaba demasiado
rápido, y te dejaba una vida de arrepentimientos y
discusiones.

—Esposa, estos son mis amigos. Cassio, Luca, Alessandro y


Nico. Dejemos el drama familiar para después y
saludémoslos.

Ninguno de nosotros se molestó en apartar la mirada,


observando el intercambio con interés. Nunca pretendimos
ser hombres decentes. Éramos putos mafiosos y hacíamos
honor a ese nombre. Éramos pecadores hasta la médula.
Quizá no tan jodidos como Benito King, pero pecadores, al fin
y al cabo.

Para crédito de la esposa de Luciano, ni siquiera nos dedicó


una mirada. Siempre me gustaron las mujeres con agallas. La
imagen de Bianca Carter pasó por mi mente. Me moría de
ganas de hundirme en ese delicioso cuerpo en el que no podía
dejar de pensar desde el momento en que su delicioso culo se
abalanzó sobre mí en el restaurante.

La venganza sería dulce.

—Me importan una mierda tus amigos, Luciano —escupió


con disgusto—. Cualquier amigo tuyo es enemigo mío.

Se puso en pie en un abrir y cerrar de ojos, cerniéndose


sobre ella. No se me escapó que estaba teniendo una erección,
algo que tendría que trabajar para no ver durante el resto de
mi vida.

—Ahora, Grace. No queremos ser groseros con nuestros


invitados. Sé una buena esposa y saluda. —Tuve que reprimir
una risa. Luciano tendría las manos llenas. Nunca había visto
al despiadado banquero del inframundo perder la cabeza de
esta manera.

No es de extrañar que las Bellas Romano alcanzaran el


precio más alto en las subastas de Bellas y Mafiosos. ¡Si sus
antepasados eran como ella!

—No.

—¿Tengo que llevarte fuera y ponerte sobre mis rodillas?

—Jódete. Esposo.

Juré que esos dos disfrutaban discutiendo. Como una


especie de maldito juego previo. No auguraba nada bueno
para ninguno de los dos, porque ambos sucumbirían a su
atracción. No había duda de ello.

—Eso lo haremos más tarde —le dijo suavemente. Su voz


era amenazante, y me sorprendió que su mujer pareciera estar
a la altura de la amenaza.

—Puedes hacerlo más tarde por ti mismo. Quiero mi


propia habitación.

—No.
Sus voces bajaron y di las gracias a todos los santos. Había
ciertas cosas que no necesitaba saber sobre mis amigos. Iría a
la guerra con ellos, lucharía junto a ellos, mataría junto a ellos,
pero su vida sexual, preferiría no saberla.

—¡Oh, genial! —murmuró Luca, el hermano menor de


Cassio—. Luciano se está tomando un jodido descanso.

—Estás celoso que no te den un respiro. —Sonreí. Me miró


de reojo y me reí porque sabía que tenía razón.

Al momento siguiente, un suave gemido recorrió el lugar y


dio la razón a las palabras de Luca. Supongo que Luciano no
pudo llegar a su dormitorio.

—Jesús, voy a necesitar un trago para soportar estos


ruiditos —gruñó Alessio, aunque sus labios se inclinaron
ligeramente en una sonrisa. Rara vez sonreía, y no es que lo
culpara. Su padre era un jodido hombre que hacía pasar a su
hijo mayor por una mierda muy seria.

Se dirigió al pequeño minibar provisto del alcohol favorito


de Luciano. Me uní a él y me serví una cerveza. Si Luciano
decidía dar placer a su mujer toda la noche, tendríamos que
retomar esta conversación mañana. Tal vez los demás
podríamos recurrir a pasar la noche bebiendo.

La última vez, hace unos diez años, que nos


emborrachamos todos por completo, acabó siendo una noche
de descubrimientos y no todos buenos. Hace diez años, todos
nos emborrachamos con licor barato en Moscú. Fue la noche
en que todos revelamos demasiado del pasado y las cicatrices
que queríamos olvidar, deseamos una vida que nunca
tendríamos y formamos un pacto para luchar juntos. Siempre.
Pasara lo que pasara, nos cubriríamos las espaldas.

Alexei Nikolaev fue parte del pacto que formamos esa


noche. Él fue la razón por la que todos fuimos a Moscú. Puede
que no esté aquí, pero siempre podía llamarnos y le
cubriríamos las espaldas. En nuestro mundo, no tenía precio
tener hombres que te cubrieran la espalda. ¡Y amigos! A estos
hombres los consideraba amigos.

Me bebí la bebida de un solo trago e inmediatamente me


serví otra.

¡Bianca Carter! Su nombre se convirtió en un susurro


constante en mi cabeza durante las últimas dos semanas. No
podía esperar a tenerla en mi cama. Para arruinarla.

Bianca Carter volvió a aparecer en mi radar hace más de


dos años, y he ido tejiendo pacientemente la red a su
alrededor, sin que ella lo supiera. La primera vez que la vi fue
en mi club, hace una vida. Cuando mi hermana aún estaba
viva. Bianca no podía tener más que dieciocho o diecinueve
años en ese momento. Yo era un hombre mejor entonces.

Luego, la vida la volvió a poner en mi camino cuando


Nicoletta fue asesinada. No podía creerlo cuando vi las fotos
de la mujer que sería mi billete para vengarme de Benito
King.

La atracción seguía ahí, igual que la primera vez que la vi.


La intensa atracción que sentía hacia ella no se parecía a nada
anterior. La cuestión era qué hacer con ella. La quería en mi
cama. Sabía que ella sentía esa atracción que rebosó entre
nosotros durante ese breve momento en el restaurante.
Cuando toqué su espalda, fue como si el fuego atravesara mi
piel y llegara directamente a mi polla. Y solo le toqué la
espalda, por el amor de Dios.

—Creí que alguien había dicho que tu mujer era una


pianista dócil. —La voz de Luca me sacó de mis
pensamientos. Luciano regresó a su silla con una amplia
sonrisa en el rostro—. Y aquí está amenazando con matarnos
a todos.

—Que te den —le espetó. Sacudí la cabeza ante el pobre


imbécil. De ninguna manera dejaría que me pasara eso. Sí,
deseaba a cierta mujer de cabello oscuro y ojos castaños
oscuros, pero nunca caería bajo su hechizo. Ninguna mujer
mantenía mi interés por mucho tiempo. Sí, me fascinaba, pero
perdería su brillo tan rápido como cualquier otra. Siempre era
lo mismo.

—¿No te ha perdonado? —Cassio hizo una pregunta


innecesaria.

—No. —Luciano sonó frustrado. No es que pudiera culpar


a su mujer. No creía que ninguno de los presentes, incluido el
propio Luciano, pudiera culparla. Simplemente no se jugaba a
la ruleta rusa con las mujeres. Pero Luciano no necesitaba
escuchar eso, ya lo sabía.
—¿Estás seguro que quieres dormir en la misma
habitación? —cuestionó Alessio—. Podría matarte mientras
duermes. Te odia a muerte.

Luciano lo miró con furia.

—Vete a la mierda, imbécil.

Alessio se rio como el bastardo que era.

—Estoy bien. Aunque tal vez quieras mantener a tu mujer


debajo de ti toda la noche. Por los sonidos que acabamos de
escuchar, parece estar receptiva a ti en ese terreno.

—Podría dispararte un día de estos —le gruñó Luciano,


pero había una sonrisa en su rostro y un brillo en sus ojos. Al
parecer, Alessio acababa de darle una idea.

—No le hagas caso a Alessio —comenté,


compadeciéndome del pobre desgraciado—. Solo está celoso
porque no puede meter su polla en la mujer que quiere.

Alessio rápidamente me volteó un dedo. Todos conocíamos


la historia. Tocó a una jovencita que estaba prohibida y ahora
ansiaba más. Pero la mujer estaba fuera salvando el mundo
mientras los hombres como nosotros lo jodían.

—Lo juro, veros a vosotros hace que agradezca no tener


que tratar con mujeres más de una noche —replicó secamente
Luca.

—Se acerca tu hora, hermano. —Sonrió Casio a su hermano


menor—. Y estoy deseando ver cómo te retuerces.
Esta vez, Luca le hizo un gesto a su hermano mayor.

—Aguanta la respiración, hermano. A ver que tan bien


funciona.

Cassio le lanzó dos pulgares y yo tuve que reírme.


Estábamos considerados entre los mafiosos más despiadados
y temidos de la Costa Este y aquí actuábamos como
adolescentes, levantándonos el dedo corazón.

—Bien, volvamos al asunto que nos ocupa —anunció


Luciano—. ¿Tenemos alguna novedad sobre el puto Alfonso y
lo que está haciendo?

Cogí mi vaso y bebí otro trago.

—Tengo un poco más de detalles sobre la conexión de


Romano con los King.

Y la conexión de King con Bianca Carter. Pero esta última


pieza me la guardaré para mí. Por ahora.

—Somos todo oídos —dijo Luciano con una sombría


determinación en su rostro. Odiaba sus entrañas, no es que
pudiera culparlo. Ambos habíamos perdido una hermana a
manos de Benito King. Puede que la hermana de Luciano no
muriera directamente por la mano de Benito como la mía,
pero él tuvo una participación indirecta. Tuve que respirar
con calma y expulsar la tensión de mi cuerpo. No me serviría
de nada estallar ahora, estaba cerca de cobrarme mi propia
venganza contra Benito King.
—Ahora tomar esto como un grano de sal ya que no hay
evidencia sólida —comencé—. La familia Romano es antigua,
se remonta al menos dos siglos atrás aquí en los Estados
Unidos. También la familia King. —Cassio asintió. Todos
sabíamos que la familia King dirigía el inframundo criminal
en Europa, y cuando emigraron aquí, siguieron el mismo
camino, estableciendo su territorio—. La historia era que
había cierta animadversión entre sus antepasados allá en
Europa. La familia Romano era rica y estaba entre la nobleza.
Una hija de los Romano se enamoró de uno de los King
cuando ambas familias aún vivían en Europa. Una vez que los
Romano se enteraron, cazaron al hombre y lo colgaron. Los
consideraban de clase baja. Poco después, los King emigraron
a Estados Unidos y se establecieron. Las revoluciones
barrieron Europa y la familia Romano lo perdió casi todo.
Cuando emigraron, desafortunadamente para ellos,
aterrizaron en el territorio de los King. De todos modos, el
acuerdo se hizo entre el jefe de la familia King y la familia
Romano. Cada generación proporcionaría una mujer, una
Bella, a la familia King. Como compensación por el hombre
que la familia Romano mató.

—¿Qué mierda...? —refunfuñó Casio, con molestia en su


voz—. ¿Nos estás tomando el pelo? Porque no estoy de
humor para historias estúpidas.

—No, hablo muy en serio. Todavía estoy investigando,


pero resulta que la familia King vio una oportunidad.
Ampliaron ese acuerdo a algunas otras familias también.
Algunos son acuerdos de una sola vez, otros a más largo
plazo. El problema es encontrar pruebas que apoyen esto.

Descubrir este acuerdo de Bellas y Mafiosos fue una


sorpresa. Casi parecía ficticio. Mi primer rastro fue comprobar
la historia de las mujeres Romano. Y efectivamente, hubo una
en cada generación que se casó con un mafioso o se convirtió
en amante de uno.

—Entonces, ¿dónde escuchaste esto? —preguntó Luciano.


No podía culparlos por sospechar, la historia era increíble. Si
supieran lo que había averiguado sobre Bianca Carter, se lo
creerían aún menos. Pero no estaba preparado para revelar
eso. Primero, la usaría para mi venganza, y luego la
protegería. Aunque estaba ofreciendo esa protección por
razones egoístas.

—De entre todas las personas, de mi madre.

—¿Y tú le crees? —preguntó Cassio, con voz dudosa. No es


que pudiera culparlo. Mi madre no era precisamente un
modelo a seguir ni estaba cuerda en esos días. La mayoría de
las veces estaba borracha.

—En realidad era algo que también había oído de pequeño,


de boca de mi abuela. Aparentemente, mi bisabuelo tuvo un
problema financiero y necesitaba dinero. Uno de tus
antepasados, Cassio, se le acercó, ofreciéndole un rescate, a
cambio de una de las Bellas de nuestra familia durante dos
generaciones. Mi abuelo lo mandó a la mierda, y eso fue todo.
El significado de la misma flotaba en el aire. Esto era algo
completamente diferente al tráfico de personas.

—¿Qué hacen con las mujeres? ¿Realmente se casan con un


mafioso? —preguntó Luciano.

Me encogí de hombros.

—Las ponen a la venta. Ya sabes, la educación elegante y el


buen pedigrí alcanzan un alto precio entre los hombres de
nuestro mundo. —El concepto no me gustó, pero tampoco es
que yo fuera un hombre honorable—. Pero se dice que las
Bellas de la familia Romano son las que más cotizan desde
hace siglos. Y hace unos cien años, la familia Romano se metió
en el tráfico de personas, liderada por su tatarabuela. Y
adivinen con quién se asoció. —Todos me observaron con
suspense—. Lo habéis adivinado. Con los antepasados de
Cassio. La familia Romano ofrecía una fachada perfecta y
legítima.

Mi madre me dio una pista y resultó ser más que una aguja
en un pajar. Utilizando los recursos de mi empresa de
informática, pude recuperar los acuerdos entre la familia King
y Romano. Cada transacción, cada subasta, todo estaba ahí. La
historia era más fácil de escarbar que los planes futuros. Cada
movimiento en estos días deja una huella digital. Así fue
como la madre de Bianca dejó inadvertidamente una pista a
su hija.

—¿Así que ya no estaban obligados a ofrecer a sus hijas?


—Oh no, el acuerdo sigue en pie. El acuerdo de las Bellas y
los Mafiosos continúa, incluyendo a las Bellas de la familia
Romano. Es la subasta más grande, que alcanza las mayores
sumas. Las mujeres van al mejor postor. Desafortunadamente
para la familia Romano, no todos los miembros de su familia
tenían el estómago para ello. Hubo historias silenciadas de
miembros de la familia que desaparecían o eran eliminados si
intentaban joder su nuevo y secreto negocio. Hasta Kennedy
Romano.

Personalmente, no puedo entender que ningún hombre


esté de acuerdo en que su hija, sobrina o cualquier mujer sea
puesta en subasta. Este acuerdo de Bellas y Mafiosos debería
ser aplastado, junto con los mafiosos que participaron en él.
Pero primero, lo usaría en mi beneficio.

—¿Cómo es que ninguno de nosotros ha oído hablar de


esto antes?

—Bueno, ninguno de nosotros es realmente de familias


antiguas —expliqué—. Alessio proviene de dinero antiguo,
pero su familia está radicada en Canadá. Mi familia solo se
hizo rica hace unos cien años con el boom de la construcción.
Tu padre, Luciano, era de la primera generación en Estados
Unidos, y ascendió por sí mismo dentro de las filas. Y
cuadruplicó, si no más, lo que ganaba su padre, así que nunca
habría necesitado el dinero. Cassio y Luca no estaban en esos
círculos, y realmente, su abuelo en Italia los crio. Por lo tanto
su padre los mantuvo al margen.
—Santa mierda —murmuró Luca—. Bellas y Mafiosos.
¿Quién en su sano juicio aceptaría ofrecer una hija a un
hombre de nuestros círculos?

Tenía razón. Sabía que no querría que mis hijos formaran


parte de este inframundo. Era cruel e implacable, poniendo en
riesgo a cada uno de sus miembros. Solo basta con ver lo que
le costó a mi hermana.

—Imagino que los desesperados estarían de acuerdo —


murmuró Cassio.

—Odio a ese maldito viejo bastardo. —Luca no ocultaba


sus sentimientos hacia su padre. Lo odiaba con pasión. No es
que pudiera culparlo. Si Cassio y él supieran la parte añadida
que yo descubrí, odiarían aún más a su padre. Incluso
podrían matarme una vez que supieran que he sabido que
tenían una hermana durante años y me lo he guardado para
mí.

Sin embargo, no podía arriesgarme a exponerlo. Primero


tenía que saldar mi propia cuenta con Benito King. Unos
suaves ojos castaños se clavaron en los míos, enviando una
punzada de culpabilidad por poner a una mujer inocente en el
fuego cruzado, pero me endurecí. Mi hermana también era
inocente.

—Pero, de nuevo, no hay pruebas que demuestren nada de


esto. Y buena suerte para encontrar a alguien que esté
dispuesto a atestiguarlo —añadí. Las transacciones que pude
desenterrar y los hechos históricos de las subastas eran
pruebas contundentes, pero aún había que hacer
suposiciones. No era como si se pudiera obtener un recibo por
cada Bella vendida.

La mandíbula de Cassio estaba tan apretada que pensé que


podría romperse en cualquier momento.

Continué hablando.

—Como sabes, Alphonso solo tenía un hermano. Así que


no había ninguna ofrenda Bella de Romano. Kennedy
Romano se dedicaba a la política; también era bastante bueno.
Tuvo una novia de la infancia que se negó a casarse con él
durante muchos años. El mundo estaba asombrado. Hacían
una pareja perfecta. Ella provenía de una familia antigua. Se
dice que la familia de ella estaba al tanto del negocio que tenía
la familia Romano y del tráfico de personas. Kennedy
Romano fue educado por su esposa en los asuntos de su
propio negocio familiar, tras lo cual cortó todo contacto con la
familia Romano. Su carrera política creció rápidamente y con
fuerza. Perseguía a la mafia y al crimen sin descanso. Se
contaba que podría haberse convertido fácilmente en el
próximo presidente. Y tuvieron una niña, la única hija de esa
generación, ya que Alphonso nunca se casó.

Luciano comprendió el significado. Su esposa era deudora


de la familia King.

—Se dice que Grace Romano estaba destinada al hijo


legítimo de Benito King —concluí con el último hallazgo—.
Cualquiera que sea el precio más alto que ella alcance, Marco
King deberá pagar el doble.

—¿Con qué otras familias tienen acuerdos los King? —gritó


Cassio.

—No tengo pistas concretas. Políticos, aquí en Estados


Unidos y en Europa, estrellas de cine, familias antiguas. —
Respiré profundamente y luego exhalé lentamente. Si Cassio
supiera que su padre estaba dispuesto a arrastrar a un
miembro de su propia familia a la subasta, explotaría.

Es cierto que Benito King no sabe que Bianca Carter estaba


emparentada con él. Pero eso no excusa su comportamiento.

—¿Crees que tal vez Grace lo sepa? —la pregunta de


Cassio era razonable.

—Podríamos preguntarle a ella —sugerí, mirando a


Luciano.

Sus ojos se dirigieron a los pedazos de jarrón destrozados


en el suelo.

—No nos dirá nada —concluyó con voz ronca. Tenía que
estar de acuerdo con él. Aquellos dos no se llevaban bien, y
estaba claro que su mujer no se fiaba de él.

—Diablos, tenemos que hacer algo —dijo Luca.

—¿Sabemos cómo funciona? ¿La ofrenda de la belleza? —


preguntó Luciano—. ¿Cuándo? ¿Dónde? —Luciano parecía
estar enfermo, y no podía culparlo. Todo el concepto era
enfermizo—. Rafael mencionó que escuchó a Alphonso hablar
con Benito sobre la entrega de una mujer.

Massimo, el primo y mano derecha de Luciano, irrumpió


en la puerta en ese momento, con una mirada alarmada.

—¿Qué pasa? —le preguntó Luciano.

—Lo rompí.

—¿Qué rompiste? —preguntó Luciano.

—Rompí los cortafuegos de tu mujer.

Dos horas más tarde, cuando salí de la residencia Vitale,


Cassio estaba justo detrás de mí. Luca ya había desaparecido
en la noche. Probablemente persiguiendo una falda. Las
mujeres tendían a abrir las puertas y las piernas
completamente a ese tipo. Tal vez sus movimientos suaves, me
burlé para mis adentros.

Yo me dirigía al aeropuerto y Cassio a su casa en Hampton.


Me detuve antes de entrar en el coche. El Aston Martin de
Cassio estaba aparcado justo al lado de mi Bugatti.

—Cassio —comencé y él hizo una pausa para mirarme—.


¿Has pensado alguna vez que tu padre podría tener otros
hijos ilegítimos?

Levantó una ceja.

—Estaríamos al tanto de ello. Ya sabes que le gusta


aprovechar al máximo a sus hijos.
—¿Y si fuera una hija?

Se quedó paralizado un segundo, pero luego soltó una


carcajada.

—No tiene una hija. Se jactaría de ello y la utilizaría para


hacerse más fuerte. Ha querido tener una hija desde que tengo
uso de razón. Debe existir un Dios después de todo para no
haberle concedido ese deseo.

Dios le concedió a Benito su deseo, pero él no lo sabía. He


escuchado muchas veces de mi propio padre lo mucho que
Benito deseaba una hija. Fue lo único que consiguió mi padre
por encima de mi rival. Mi padre consiguió tener una hija.

—¿Por qué lo preguntas, Nico?

Me encogí de hombros.

—Solo me lo preguntaba. Hablaremos pronto.

Con un movimiento de cabeza, subí al coche. Este secreto


podría costarme mis amigos. Cassio y Luca no se parecían en
nada a su padre y quemarían el mundo para proteger a un
miembro inocente de la familia. Con sangre o sin ella.

—Tenemos diez minutos hasta el aterrizaje —me informó mi


azafata. Asentí con la cabeza dándole las gracias. Había sido
un día largo. Tras el último descubrimiento del negocio
paralelo de Grace Vitale, que irónicamente coincidía con el de
su marido, me dirigí fuera de Nueva Jersey, tomando mi jet
privado de vuelta a Baltimore.

Luciano tendría las manos llenas con su esposa. Yo, en


cambio, quería centrarme en Bianca Carter y no podía esperar
a tener las manos llenas con ella.

Últimamente, todos mis pensamientos se consumían por


esa hermosa mujer. Estaba intrigado y eso ya no me ocurría a
menudo. Durante más de veinte años, las mujeres eran un
pasatiempo. No pertenecían a mi oscuridad. Pero esta mujer,
era un rayo de luz en mi oscuro mundo. Mi plan seguramente
la aplastaría, pero era necesario. Tenía que llevarlo a cabo.

Mientras mi avión privado comenzaba a descender, me


justificaba a mí mismo lo que estaba a punto de hacer. El fin
siempre justifica los medios. Y esto me aseguraría obtener lo
que quería. Venganza y la mujer que significaba más para
Benito King que sus hijos o cualquier otra persona. Bianca
necesitaba ser salvada, y mi protección se la ofrecería.

A cambio, ella me concedería mi venganza y me daría su


cuerpo. Era un intercambio justo.

Todos los años de gobierno despiadado del inframundo me


habían enseñado que el poder era lo único que importaba.
Después de observar a mi padre durante los primeros veinte
años de mi vida, estudié y aprendí lo que funcionaba y lo que
no. Trabajé duro para llegar a donde estaba hoy; tenía que
derrocar a mi padre en el proceso o arriesgarme a perder todo
el territorio debido a sus acciones.
A diferencia del viejo Morrelli, trabajé con la CIA, la NSA,
el FBI, el ICE, la DEA, los Cárteles, la Bratva, todas las
afiliaciones de la mafia. Me aportó información de todo y de
todos. La información era poder y no saber era debilidad.
Algo que no podía permitirme si quería mantener protegida a
la gente que me importaba. Lidiar con tantas aflicciones fue lo
que me impulsó a crear una empresa tecnológica de la
información y despegó de la noche a la mañana,
cuadruplicando el valor de mis negocios. Y fue así como
descubrí la conexión de Bianca con Benito King. Como dije, la
información era poder.

Gobernaba a través del miedo, pero me ganaba el respeto


con acciones. Mi padre solo infundía miedo y terror, y se
aprovechaba de los vulnerables. Mi siguiente movimiento
pondría a Benito King en su lugar, de una vez por todas. El
único reclamo y conexión que tenía en mi territorio sería
eliminado, tanto en Maryland como en Italia. Y actualmente
esa era Bianca y la familia de su madre.

Bianca Carter tenía demasiadas debilidades y ni siquiera se


daba cuenta. Libre para ser tomada. Aunque no por mucho
tiempo. Su marido era un peón en mi venganza. No anticipé
su enfermedad, pero sería un mentiroso si dijera que no
resultó para bien. Desde el momento en que me enteré de la
conexión de Bianca con Benito King, ella era lo único que
estaba en mi radar. Había llorado a su marido y tuvo tiempo
suficiente para hacer el duelo.
Era el momento de reclamar a esa mujer para mí y ejecutar
la caída de Benito.
Estaba en medio de una negociación multimillonaria y solo
podía pensar en Bianca Carter. Esos cálidos ojos marrones
hacían saltar chispas en mi cuerpo y directamente en mi polla.
Todavía podía sentir su pequeño y tentador cuerpo chocando
contra mí. Su cabello oscuro desordenado y húmedo por la
lluvia olía a flores de primavera y lilas. Me pregunté si se
daba cuenta de lo hermosa que era. Imaginar su pequeño
cuerpo mientras mi polla se deslizaba dentro y fuera de ella
era lo único que tenía en mente últimamente.

Cuando se levantó bruscamente y se marchó, tuve que


obligarme a no agarrar su muñeca para detenerla. Había tanta
vulnerabilidad en esos ojos recorriendo el restaurante.
Llevaba mucho tiempo maquinando para que Bianca entrara
en mi vida, pero una cosa que nunca anticipé... es que sentiría
una punzada de remordimiento por utilizarla.

Su amiga, Angie, tenía que encontrar la manera de


convencerla de ser mi acompañante. La soborné con una
importante cantidad de dinero para que trabajara con su
amiga. Tuve que burlarme del término acompañante. Quería
más de ella y no pararía hasta conseguirlo.

Sabía todo lo que había que saber sobre Bianca Carter. Se


casó con su novio del instituto. Ambos eran jóvenes. Nada
más salir de la universidad, trabajó en un departamento
jurídico como asistente legal haciendo malabares con casos
penales, y no mucho después, se quedó embarazada. Cuando
tuvo a sus hijas gemelas, se convirtió en madre y esposa
hogareña. Formaban una familia perfecta, ambos eran muy
queridos por sus amigos y familiares.

Lo que hizo que Bianca y William entraran en mi radar


hace tres años fue saber que ella era la única hija de Benito
King. Su madre la escondió de Benito, dejándola con el
hombre que amaba antes que Benito la tomara para sí. Lo
único que no podía comprender era por qué su madre se
cruzó con la familia King. No había ninguna conexión entre
los dos. Su madre nunca salió de Maryland hasta el día en que
se fue con Benito. Lo dejé a la casualidad que Benito viera a la
madre de Bianca durante una de sus visitas.

Desgraciadamente para Sofia Catalano.


Se suponía que la noche en que William Carter me robó iba
a poner en marcha mi plan. La bolsa llena de dinero era una
prueba. Lo tenía todo preparado mientras observaba su casa
desde mi pequeño yate en las tormentosas aguas de la bahía
de Chesapeake y escuchaba su conversación. Observé cómo
Bianca despedía a su amigo, mirando en mi dirección varias
veces. Casi como si pudiera percibirme. Finalmente, fue
escuchar el diálogo entre Bianca y su marido lo que me hizo
retrasar mi plan. Su marido estaba gravemente enfermo y a
punto de morir.

Fue la única razón por la que su marido consiguió un pase


libre para robar y mis planes se retrasaron. Sí, era despiadado,
pero no un completo imbécil. El hombre ya estaba en su lecho
de muerte. Y su mujer... No perdí de vista a Bianca, esperando
el momento adecuado para reiniciar mi venganza.

Bueno, ahora era ese momento. Ella estaba a mi alcance, y


utilizaría cualquier medio necesario para completar lo que me
había propuesto. Mantenerla en mi vida sería una ventaja
adicional e imprevista; la que no estaba sobre la mesa cuando
comencé esto.

La vida de Bianca se había descontrolado. Había quedado


en graves problemas financieros y estaba a punto de perderlo
todo. Y yo podría ayudarla con eso. Y ella me ayudaría a
vengar la muerte de Nicoletta.

¿Debería sentirme culpable por usar a Bianca? Tal vez.

¿Lo hacía? No.


Estaría a salvo el resto de su vida, junto con sus hijas.

Me intrigó que no coqueteara ni con Gabito ni conmigo,


sabiendo que éramos ricos. La mayoría de las otras mujeres en
su posición habrían coqueteado y se habrían lanzado sobre
nosotros en el restaurante. Su amiga, Angie, ciertamente iba
directa a ello y no tenía problemas económicos. Ya la había
rechazado varias veces.

La ironía quiso que Angie estuviera hambrienta de poder y


estatus y que probablemente estaría encantada por ser
pariente de Benito King. Sin embargo, su amiga parecía su
polo opuesto. Angie era hermosa, pero de una manera
aburrida y predecible, y buscaba el dinero junto con el estatus.
Ella encajaría en el perfil de la hija de Benito.

Pero no Bianca Carter. Estaba sentada, perdida en sus


pensamientos; la tristeza la envolvía. Se mantenía lo más
alejada posible de mí, manteniéndose en guardia. No creí que
supiera lo de Benito King. Toda mi información mostraba que
tenía muy poco contacto con su madre y que nunca lo había
conocido a él ni a su hijo, Marco.

Ella era un misterio. Habría esperado que fuera más


agresiva, persiguiendo el dinero en lugar de Angie, ya que
tenía mucho más que perder. En cambio, se levantó y se alejó.

Significaba que tenía más en juego que el dinero y su casa.


¿Qué era? No me gustaba quedarme sin respuestas. De modo
que, por primera vez en mi vida, me encontré obsesionado
con alguien.
—Sr. Morrelli, ¿está de acuerdo? —La voz de mi abogado
devolvió mi atención al ahora. Forcé mis pensamientos hacia
los caballeros que tenía delante. No importaba lo que
esperaran, conseguiría los términos exactamente como los
quería. Mis fantasías con Bianca tendrían que esperar.

Una hora más tarde, la reunión había quedado atrás y, con


los términos que quería, regresé a mi despacho. Era casi
demasiado predecible. Algunos retos habrían sido
bienvenidos. Tenía la sensación que Bianca no me
decepcionaría en ese aspecto.

Mi teléfono sonó y lo cogí.

Era de mi secretaria. Angie no consiguió que Bianca


aceptara mi oferta de acompañante y se negó a compartir su
número. Su número de teléfono era superfluo, ya que lo tenía.
Pero yo quería su disposición.

Bueno, eso no funcionó. Sabía que sería un desafío, y estaba


preparado para ello.

Pasaríamos al plan B. Porque no tenía reparos en utilizar


otros métodos para convencerla que aceptara mi oferta.
Excepto que la oferta iba a ser mejorada y los términos serían
más permanentes. Y esta la resolvería directamente con
Bianca Carter. Después de todo, con los intereses, ella ahora
me debía millones.

Era la única ventaja que tenía, y odiaría usarla. Así que


esperaba que ella mordiera el primer anzuelo, y que yo la
introdujera en mi plan. Ella no conocería todas las variables,
solo las necesarias. Pero ahora tendría que forzar su mano.
Necesitaba entenderla, qué la impulsaba. De alguna manera
no me sorprendió escuchar que rechazara el trato.

A decir verdad, tampoco necesitaba a Angie para el plan A,


pero habría sido más fácil que tratara con su amiga en lugar
de conmigo directamente. Sospeché que la conexión de Bianca
con William Carter fue la razón por la que rechazó la oferta.
Ciertamente no fue porque no hubiera química. Había mucha
chispa en ese departamento.

Estaba aterrorizada de mí, y lo que pasaría si la relacionaba


con la bolsa de dinero robada.

Pobre angelito. Ni siquiera se dio cuenta que lo he sabido


todo el tiempo.
Las niñas estaban sentadas en la isla de la cocina, comiendo
sus cereales mientras les preparaba el almuerzo del día. Mis
movimientos eran automáticos, pero todo el tiempo mi
conversación con Angie se repetía en mi cabeza.

Nico Morrelli quería que fuera su acompañante. Escort, me


corregí.

Jesús, como si no tuviera suficiente con lo que tenía, ahora


se metió esto en la mezcla. Se me ocurrió demasiado tarde que
tal vez decir que no a un hombre como Nico Morrelli, no
hubiera sido inteligente. Pero la verdad es que no quería ser
su acompañante. Me encogí ante la palabra.
Mi teléfono móvil sonó y rápidamente abrí el mensaje. Era
la madre de William, avisándome que estaba aquí.

—Está bien, chicas —exclamé con una falsa emoción—. La


abuela y el abuelo están aquí. ¿Quién está lista para el zoo?

—Yo, yo, yo —respondieron ambas al unísono, con sus ojos


azules brillando de emoción.

Era viernes y la abuela quería llevarlas al zoo, así que, en


lugar de ir a su centro de preescolar, tenían el día libre para
pasarlo con sus abuelos. Después de su excursión al zoo,
pasarían la noche en su casa, dejándome sola con mis
preocupaciones. La oficina en la que trabajaba cerraba los
viernes, así que tenía un día y una noche solitaria. De alguna
manera, las noches solitarias eran peores que los días.

Las acompañé a la puerta con una valiente sonrisa en mi


rostro y sus almuerzos en la mano. Manteniendo mi falsa
fachada, me comporté como si la vida fuera de maravilla. No
quería alarmar a los padres de William. Ya habían tenido
suficientes angustias y tristezas desde que perdieron a su
único hijo.

Las niñas corrieron por el césped, con vestidos de girasoles


y gafas de sol a juego.

—Chicas, zapatos —grité tras ellas riendo. No paraban de


correr descalzas. Cogí dos juegos de zapatos y aceleré el paso
tras ellas.
—Abuela —chilló Arianna mientras que al mismo tiempo
Hannah gritó—. Abuelo.

Sonreí al ver la escena, y por un segundo, mi corazón se


sintió más ligero. Los padres de William querían a las niñas,
más que a la vida misma. Desde el momento en que nacieron,
se convirtieron en el centro del universo de sus abuelos. Fue
casi agridulce, porque sabía que mi madre quería tener a las
gemelas en su vida. Igual que me quería a mí en su vida.
Cuando nacieron, mamá me envió dos hermosos collares a
juego para cada una de las niñas con colgantes individuales:
uno tenía un colgante de cristal hecho a mano del mar
tormentoso y el otro una bola de cristal de un cielo azul con
nubes blancas.

Un recordatorio para mantenerlas a salvo. Grecia es agradable en


esta época del año. Los cielos son azules. Y los mares son
tormentosos.

Odiaba a Benito King. Ese vil hombre le impedía vivir su


vida al máximo. No podía ser madre ni abuela por su culpa.
No solo era un criminal, sino también un hombre cruel y
malvado.

Tanto la abuela como el abuelo Carter ya estaban fuera de


su coche, con las puertas traseras abiertas. La abuela Carter
rebuscó en el maletero y luego nos saludó con una pequeña
pala de jardinería en la mano.

Me reí dulcemente ante la imagen que representaba.


—Tienes un aspecto aterrador con esa pala en la mano —
dije a través de una sonrisa.

Ella sonrió.

—Soy una abuela bastante asustadiza —replicó con una


sonrisa—. Solo estaba buscando sus pequeños iPads. Pueden
jugar a un pequeño juego mientras conducimos hacia la
ciudad.

Asentí con la cabeza.

—Eso las mantendrá entretenidas.

Mis dos hijas ya estaban subiendo a sus asientos de coche.

—Ey, ey. —Fingí estar molesta—. ¿Qué tal un beso para


mí?

Se rieron y saltaron del Buick del abuelo Carter para darme


un rápido beso en las mejillas.

Sacudiendo la cabeza, me acerqué al abuelo Carter.

—Me siento engañada —me quejé—. Solo un pequeño


piquito y se van. ¿Qué será lo siguiente?

Se rio, acariciando mi mejilla.

—Bueno, los siguiente es que se vayan a la universidad sin


mirar atrás.

Fruncí el ceño, no me gustaba nada eso.

—¿Hicimos eso?
Su suave sonrisa tenía un matiz de tristeza.

—Tú y William estaban tan emocionados por ir.

Sentía un doloroso tirón en mi corazón cada vez que


hablábamos de William. Infiernos, cada vez que pensaba en
él. Podía ver la tristeza persistente en los ojos del abuelo
Carter, tan parecidos a los de su hijo.

Lo abracé con fuerza y, por encima de su hombro, divisé


un vehículo negro y elegante estacionado al otro lado de la
calle, un vehículo desconocido. Mi corazón se aceleró y luego
se frenó. Últimamente lo hacía con frecuencia. Culpé a la
paranoia.

Di un paso atrás y sus ojos se desviaron, ocultando las


brillantes lágrimas que brillaban en ellos. Pasaron varios
latidos antes de fruncir el ceño.

—¿Es eso un Aston Martin? —preguntó con asombro en su


voz. Siempre le habían gustado los coches. A mí también,
pero nunca se me han dado bien los modelos.

Mirando al otro lado de la calle, entrecerré los ojos. Un


tirón familiar en el pecho y la preocupación cruzaron mi
mente, pero la aparté. Había una explicación perfecta para un
coche desconocido en los alrededores. Los vecinos debían
tener invitados.

Me encogí de hombros.

—Ni idea —murmuré antes de cambiar de tema.


—¿Cómo te sientes? —le pregunté—. ¿Cómo ha ido tu
revisión?

La abuela Carter se acercó a nosotros y me rodeó con sus


brazos, dándome un fuerte beso en la mejilla.

—El médico dijo que su colesterol es bueno y todos sus


resultados han sido positivos.

—Eso es genial —les dije aliviada—. Me alegro mucho de


escuchar eso.

—¿Seguro que no quieres venir con nosotros? —preguntó


el abuelo Carter, con preocupación en su voz.

Asentí con la cabeza.

—Sí, estaré bien —le dije con una seguridad que no sentía.
Era saludable pasar tiempo lejos de tus hijas, al menos eso era
lo que seguía escuchando.

Unos minutos más tarde, los vi alejarse a todos,


saludándolos al pasar por delante de mí y esperando a que el
coche desapareciera de mi vista. El Aston Martin seguía allí,
aparcado, y por un momento juré que había visto una sombra
oscura.

Jesús, déjate de pensamientos paranoicos, me reprendí.

Con un fuerte suspiro, volví a entrar en la casa. Sin saber


qué hacer, me dirigí a la cocina, mi refugio. Esta querida casa
no sería nuestra por mucho tiempo. Tendría que encontrar la
manera de decírselo a los padres de William y a las niñas.
Mis ojos recorrieron las claras encimeras de la cocina y los
armarios. Era donde pasaba la mayor parte del tiempo. Me
encantaba esta estancia, con grandes ventanales dando a la
bahía y armarios claros que combinados con la luz natural
hacían de esta habitación una cocina perfecta. William y yo
habíamos pasado muchas horas buscando los armarios con
los que ambos estuviéramos de acuerdo. Yo quería luz; él
quería madera natural. Nos decidimos por los armarios
blancos con las encimeras de mármol blanca con rayas grises.

Construida con amor. Construimos esta casa con amor. A


pesar de las disparidades y de su única infidelidad, no podía
olvidarlo.

Lentamente, como si me estuviera despidiendo de mi


cocina, comencé a sacar ingredientes de la nevera y la
despensa para hacer galletas de chocolate y jengibre. Quería
disfrutar de este lugar todo el tiempo que pudiera, además,
era mi método para aliviar el estrés, hornear, cocinar y hacer
helados caseros.

Solo eran las diez de la mañana, y probablemente no me


comería ninguna de las galletas, pero no tenía otra cosa que
hacer. Aunque la mayoría de las veces me encantaban
nuestros viernes libres, hoy me arrepentía. Ir al trabajo me
habría mantenido alejada de las cosas.

Después de lavarme las manos, cogí la tabla de cortar y el


jengibre fresco, y empecé a cortarlo cuando sonó el timbre de
la puerta.
—Adelante —grité, pensando que tenían que ser los padres
de William regresando porque se olvidaron algo. Siempre se
olvidaban algo. Una muñeca, un peluche favorito, un libro
para colorear... lo que sea.

Empecé a cortar rítmicamente, el movimiento repetitivo ya


aliviaba la tensión de mis hombros. Debería ser el italiano que
había en mí el que disfrutaba haciendo cosas en la cocina. Mis
amigas del instituto se escandalizaban por ello, gritando
feminismo. Pero a mí me encantaba y me negaba a dejarlo.
Incluso en nombre del feminismo.

Sonreí y levanté la cabeza, sin dejar de picar.

—¿Habéis olvidado?... —Mi voz se interrumpió y mi


corazón se detuvo durante una fracción de segundo antes de
volver a latir frenéticamente mientras mi pulso se disparaba.

No, no, no. Esto no puede ser.

Nico Morrelli estaba de pie en la entrada de mi cocina junto


a dos hombres a su lado, con una apariencia sombría en su
caro traje de Armani, sin una sola mota de polvo en él. Su
presencia me succionó el oxígeno de los pulmones y vació mi
cerebro de todos los pensamientos.

¿Cómo sabe dónde vivo? Claro, esa gente probablemente


desentierra los trapos sucios de cualquier persona. Una
dirección sería pan comido. ¡Dios mío, Nico Morrelli está en mi
casa!
Apreté los ojos, cada gota de sangre drenando fuera de mí.
Esto tenía que ser una pesadilla. Esto era lo que había estado
temiendo durante los últimos dieciséis meses. Sí, me acaricié
con imágenes de este hombre, pero tenía que permanecer en
mi cabeza, no estar físicamente en mi casa.

Soltando una respiración temblorosa, abrí los ojos, rezando


al mismo tiempo para que mi mente estuviera jugándome una
mala pasada. Nuestros ojos se conectaron y esa mirada gris
me provocó escalofríos. Me costaba respirar, mi corazón se
aceleró con fuerza.

Este hombre no formaba parte de mi casa, de este


vecindario, de mi vida.

—¿Dejas que cualquiera entre en tu casa, Bianca? —Mi


nombre rodó por su lengua como el sexo sumergido en
pecado. Excepto que él estaba aquí para matarme. Lo sabía
tan bien como sabía mi nombre. Era el momento de saldar la
deuda.

Los ojos de Nico estaban posados en mí, observándome


atentamente, esperando que me derrumbara o hiciera alguna
estupidez. Demasiado tarde. Ya hice una estupidez hace
dieciséis meses, me gasté todo su dinero. Lo único que me
quedaba por hacer era desmoronarme.

Mis dedos rodearon con fuerza el mango del cuchillo, mis


articulaciones se quejaron por el agarre. La tensión que había
en mí ardía, amenazando con reducirme a cenizas. No quería
morir. Debería disculparme, explicarme, suplicar... cualquier
cosa. En cambio, seguí mirándolo fijamente, incapaz de
pronunciar una sola palabra.

—¿Lo haces? —dijo arrastrando las palabras, repitiendo su


pregunta.

—No —carraspeé, con la voz llena de miedo incluso para


mis propios oídos.

Los ojos de Nico me recorrieron, y me pregunté si estaba


tratando de determinar cómo me mataría. Imaginé que
probablemente no sería una tarea difícil para él. Yo era
bastante pequeña, probablemente podría esconder mi cuerpo
en su maletero.

Un gemido silencioso se atascó en mi garganta ante esa


imagen. No estaba preparada para morir. Y desde luego no
quería que me metieran en un maletero.

—¿Sabes por qué estoy aquí? —La profunda voz de Nico


sonó como una amenaza. ¿O era solo mi imaginación? No
estaba segura. Mis ojos viajaron sobre los dos hombres detrás
de él. No eran tan altos como Nico, pero parecían igual de
fuertes, con expresiones imperturbables en sus rostros.

Bajé la mirada a mis manos que agarraban el cuchillo como


si mi vida dependiera de ello. Era la única arma que tenía.
¿Podría apuñalar a un hombre y quitarle la vida? No lo creía.
La sola idea de herir a alguien no me gustaba.

Mi padre me enseñó a disparar y algunas habilidades


básicas de defensa personal. Supuso que pensó que algún día
las necesitaría. Pero las armas y la violencia no eran lo mío. Al
menos yo no lo creía. Mi padre siempre decía que uno no
sabía de lo que era capaz hasta que se veía acorralado.

Sopesé mis opciones. Podía huir de ellos. Levantando la


mirada, estudié su forma. Eran grandes, así que
probablemente no eran tan rápidos, aunque parecían estar en
forma. Demasiado en forma para mi bienestar en este
momento.

Tenía que intentar huir. No podía quedarme sentada y


esperar a que me mataran. Tal vez huiría a la casa de John
hasta averiguar mi siguiente paso. Miré mi teléfono móvil que
todavía estaba sobre la mesita de la cocina. No podía cogerlo.
Nunca lograría salir de la casa si iba por él.

Inspirando con calma, mi decisión estaba tomada.

Correría.

Al menos lo intentaría.

Sabía que las posibilidades de escapar de los tres eran


escasas, pero yo era más joven. Y más rápida. Eso jugaba a mi
favor. Mi cuerpo se movió hacia la izquierda cuando la voz de
Nico me detuvo en seco.

—No hagas eso —dijo con voz suave y timbrada, con una
clara advertencia en ella—. Me gusta la persecución. Contigo,
me gustaría aún más. —Mi cuerpo se congeló ante la amenaza
tácita.
Me encontré con su mirada inmóvil, carente de toda
emoción, pero con el conocimiento grabado en lo más
profundo de ella. Despreocupadamente introdujo sus manos
en los bolsillos del pantalón, abriéndose la americana lo
suficiente como para dejarme ver la funda de su pistola.

Un fuerte bufido resonó en la cocina. Era el mío. No se


puede ganar contra este hombre. Él también lo sabía. No era
rival para él.

William y yo perdimos en el momento en que él tomó esa


bolsa y yo me gasté el dinero en sus tratamientos. Apostamos
y perdimos, tanto la vida de William como el dinero. Ahora,
también me costaría la vida. Mi corazón latió como un tambor
en mi pecho. Parecía hincharse como un mazo y balancearse
contra mi caja torácica causando un dolor agudo con cada
respiración que hacía. Me di cuenta que había llegado el
momento. Mis hijas se quedarían sin ninguno de sus padres
para verlas crecer. Expuestas para que Benito se las lleve.

Estoy muerta.

Me tragué el nudo en la garganta. Las imágenes de Benito


poniendo sus sucias manos sobre ellas jugaron en mi mente y
el terror me llenó. Necesitaba ganar tiempo.

—Solo no lo hagas aquí. —Me atraganté, pensando en


todas las horribles formas de ser encontrada muerta—. Mi…
mis hijas y mis suegros volverán mañana —dije con voz
áspera, los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos.
Tal vez si pudiera ganar algo más de tiempo, hacer que me
llevaran a otro lugar, podría escapar de ellos—. No quiero que
me encuentren muerta aquí. —Tragué duro, cada fibra de mí
temblando de miedo. Me estaba agarrando a un clavo
ardiendo—. Po… por favor.

Cuando gasté ese dinero supe que nada volvería a ser lo


mismo. Había estado en tiempo prestado, igual que William
en el suyo mientras la enfermedad lo devoraba.

Pero todavía tenía esperanzas.


El miedo se desprendió de Bianca en oleadas y, durante
una fracción de segundo, la culpa inundó mis sentidos, pero
se disipó con la misma rapidez. Era peligroso tener ese tipo de
sentimientos en nuestro mundo. Los consideraba muertos
para mí, junto con la decencia y la compasión. Si me quedara
alguna, no estaría haciendo esto.

El olor de su miedo se mezclaba con su perfume, pero en


sus ojos aún brillaba la esperanza. Era una mujer decidida, y
eso me atrajo aún más bajo su hechizo. Me hizo desearla aún
más. La vida le repartió malas cartas, pero ella lo sobrepuso,
luchando por sus hijas. Era más fuerte que mi madre o mi
padre, eso estaba claro.
Diablos, estaba debatiendo apuñalar a uno de nosotros con
el cuchillo empuñado en sus manos. Era una luchadora.
Puede que aún no lo supiera, pero no me cabía duda que lo
era.

Miraba el cuchillo en su mano como si fuera un salvavidas,


calculando sus posibilidades de escapar de nosotros. Podía
verlo todo en sus ojos mientras sopesaba sus posibilidades.
Pero sabía que no tenía ningún lugar al que huir, ni tampoco
fondos para mantener su vida en la huida.

—Chicos, esperen afuera. —Mis hombres obedecieron sin


demora, sus pasos silenciosos detrás de mí.

La sorpresa brilló en sus ojos, pero no dijo nada. No cabía


duda que estaba asustada, aunque eso no le impedía
observarme desafiante. Su determinación y su fuego se
reflejaban en su oscura mirada, ardiendo allí y chocando con
mi mirada. Era embriagadora, mi perfecta tormenta
atrayéndome. Tenía que saciarla.

La ataría a mí de por vida, la pondría en una jaula dorada.

Se movió nerviosamente sobre sus pies, su vestido azul


claro abrazando sus curvas y acentuando todavía más su
cabello oscuro. Me llamaba como un canto de sirena. Solo
tenía que asegurarme de no caer en su hechizo.

Eso nunca es un buen augurio para ningún hombre.

Era un soplo de aire fresco contra la oscuridad. Era


asombroso que conservara su inocencia a pesar de toda la
crueldad que la vida le deparaba. ¿Sabía lo de su madre y
Benito King?

—¿Ahora qué? —preguntó, con la barbilla alzada mientras


sus ojos oscuros me desafiaban.

Solo habían pasado unas semanas desde que la vi, pero


ahora estaba aún más impresionante, de pie frente a mí,
rodeada de sus cosas. Su cabello castaño oscuro caía por sus
delgados hombros, su cuerpo suave con curvas justo para
agarrar y sostener.

—Hace dieciséis meses, tu marido me quitó algo —dije en


voz baja, tratando de mantener esta conversación en privado
y no sonar amenazante.

Por una fracción, su rostro se descompuso, pero


rápidamente se recuperó.

—Sí —admitió, sin intentar negarlo. Tuve que reconocerlo,


tenía agallas—. Ya no tengo ese dinero.

—Lo supuse.

Mis ojos recorrieron su cocina y el mostrador lleno de


ingredientes. No podía saber qué estaba haciendo. Era
demasiado pronto para cenar, me pregunté si esperaba
compañía. ¿Estaba planeando una cita ahora que sus hijas se
habían ido con sus abuelos?

Inesperadamente, como un relámpago, los celos se


dispararon por mis venas, pero los aplaqué rápidamente.
Aplastaría a cualquier hombre relacionado con ella. No habría
otros hombres para esta mujer. La información que obtuve
indicaba que no había ningún hombre en su vida. Excepto por
el amigo, John. Él tendría que irse. Había desmontado su
pequeña empresa, pieza por pieza, así que estaría ocupado en
un futuro inmediato.

Bianca se movió, sus ojos cansados se centraron en mí. No


le caía especialmente bien, estaba escrito en su rostro. Aunque
había atracción. No podía negarlo. Desde el momento en que
nuestras miradas se cruzaron en el restaurante, la atracción se
disparó entre ambos y su destino quedó sellado.
Técnicamente, se selló cuando supe quién era su verdadero
padre. Tras la muerte de su marido, decidí hacerla mía.

Observé su mirada sobre su cocina, como si buscara


consuelo en el entorno familiar. Toda la cocina era de color
blanco, con un toque de color aquí y allá. Los grandes
ventanales daban al puente de la bahía de Chesapeake en la
distancia. Era una vista espectacular en una casa pequeña,
llena de calidez, amor y galletas. No entendía por qué tenía
tantos tarros de galletas de cristal por todas partes, suficientes
para alimentar a varias familias. Conté cinco tarros diferentes
llenos de galletas de chocolate, galletas de azúcar y galletas de
jengibre.

La cocina olía a galletas. El espacio se adaptaba a ella; era


cómodo, delicado, y se sentía como en casa. Algo así como
ella.

—¿Vas a matarme ahora? —preguntó tensamente.


Mantuve la mandíbula rígida y los ojos fríos. Ese maldito
dinero no significaba nada para mí, aunque si hubiera sido
cualquier otra persona hace dieciséis meses, habría recibido
una lección de inmediato. Si dejas que una persona te robe y
consigue irse de rositas, todos se creen capaces de hacerlo.
Además, esa bolsa de dinero era una trampa, y yo tenía
planes más grandes para Bianca.

Hace dieciséis meses, dejé que William Carter se quedara


con ese dinero y solo una persona lo sabía. Mi mano derecha,
Leonardo. Él estaba en el yate conmigo esa noche, escuchando
la conversación entre Bianca y su marido. Como quiera que
sea, ahora lo usaría como ventaja. Era el momento de cobrar la
deuda y poner en marcha mis planes.

—Con los intereses, tu marido me debe unos tres millones


—dije con calma, con los ojos clavados en su forma rígida—.
Más o menos.

Sus ojos se abrieron enormemente.

—¿Qué? Solo había trescientos mil dólares ahí dentro —


susurró, con el cuerpo temblando—. ¿Qué clase de interés es
ese?

—Había seiscientos mil en la bolsa —le dije. Ella negó con


la cabeza, y me pareció extraño que no supiera la cantidad
correcta. ¿Estaba mintiendo? No lo creo, de lo contrario,
habría negado saber sobre el dinero desde el principio—. El
interés estándar cuando alguien me roba —dije con sorna—.
Agravado diariamente.
—Eso es una estafa —escupió. La ira brilló en sus ojos,
percibiendo que su desafío me complacía. Era una mezcla de
docilidad y carácter. Sus mejillas se enrojecieron de
frustración. Estaba indefensa.

—Tal vez.

—Y eran trescientos mil en la bolsa. —¿No le dio su marido


todo el dinero?

Se limpió las manos con un paño de cocina, un movimiento


muy doméstico. De alguna manera, le convenía ser ama de
casa. Observé mechones de su melena oscura caer sobre su
rostro y ella se los quitó. El gesto fue simple e inocente, pero
hizo que mi polla se pusiera rígida.

—Lo que sea. No importa de cualquier manera —murmuró


entre dientes, hablando más para sí misma, y luego volvió a
agarrar el cuchillo como si fuera a seguir cortando—. No lo
tengo.

El silencio era espeso entre nosotros, su espalda recta y sus


ojos alerta sobre mí, sus nudillos blancos mientras agarraba su
cuchillo. Solo podía imaginar cómo esperaba apuñalarme con
él en mi negro corazón.

—Hay otras formas de pagar —dije finalmente.

—¿Cómo? —Me miró con suspicacia, y la desconfianza se


desprendió de ella en oleadas.

—Tengo una propuesta para ti —comencé—. Acabaría con


tu deuda y te aseguraría no estar en el radar.
—¿En el radar? —repitió ella, parpadeando confundida.

—No estarías en la lista de personas endeudadas conmigo


—me corregí. No quería revelarle todavía lo mucho que sabía.
Primero, tenía que averiguar cuánto sabía esta belleza.

Inclinó la cabeza, como si me estudiara.

—¿Te refieres como escort? —resopló—. ¿Cómo tu


prostituta o algo así?

Tuve que morderme el interior de la mejilla. No sabía si


debía ofenderme por el hecho que le resultara tan repulsivo
ser mía. En cambio, lo tomé como un desafío personal.

—En realidad, tenía algo en mente un poco más


permanente.

Sus cejas se fruncieron, con una expresión confusa.


Intentaba leerme y entenderme para poder encontrar una
salida. ¡Buena suerte con eso!

—¿Cómo qué? —preguntó en voz baja.

—Matrimonio.

Su boca se abrió y su expresión se transformó en una de


sorpresa.

—¿Matrimonio?

—Sí.
—¿De quién? —Sus ojos, muy abiertos, me miraron con
incredulidad, como si estuviera convencida de haber
entendido mal el significado de mis palabras.

—La tuya, conmigo.

Se le escapó una risa ahogada.

—Debes estar bromeando. ¡No quiero casarme contigo!

—Te casarás conmigo. —Mi voz era firme, sin dejar lugar a
discusiones. Pero sus cejas permanecieron fruncidas.

—¿Pero por qué?

—Porque me debes la deuda de tu marido. —Pensé que era


obvio, pero tal vez tenía que explicárselo todo—. ¿A menos
que tengas tres millones de dólares por ahí?

Sacudió la cabeza.

—Como si… —murmuró—. Si lo tuviera, no estaría aquí.


Confía en mí.

Sonreí ante su sinceridad. Sabía que ella no tenía el dinero,


pero tenía que ser cuidadoso, encaminando esto en la
dirección que yo quería.

Era irónico que no quisiera casarse conmigo. Las mujeres


han intentado atraparme en el matrimonio durante décadas, y
aquí estaba yo ofreciéndoselo a esta mujer y ella luchaba con
el concepto, reacia incluso a estar en la misma habitación
conmigo.
—Entonces, ¿qué va a ser? —Lo quiera o no, se casará
conmigo. Aunque preferiría que lo hiciera por voluntad
propia. Arrastrarla al altar podría ser exagerado, pero seguía
siendo una opción si todo lo demás fallaba.

Volvió a sacudir la cabeza.

—Tú… tu eres un... —Buscó la palabra adecuada y


finalmente se rindió—. Eres un mafioso, un criminal. —¡Ay!
Hablando de un desinfle del ego—. ¿No deberías casarte con
alguien como tú?

—Estás en mi mundo, Bianca. Después de todo, robaste a


un criminal, por lo que eso también te convierte en una
criminal. Como yo. —Hizo una mueca ante mis palabras—.
Eso hace que encajemos bien.

Se burló.

—En tus sueños.

Quizá no sea tan dócil después de todo. Disfrutaría mucho


domando a esta belleza de cabello oscuro.

—Encontrarás que el matrimonio conmigo es beneficioso.


Te ofreceré a ti y a tu familia protección y seguridad
financiera. A cambio, serás mi esposa.

—¿Protección de quién? —Me miró con desconfianza.

—De otros hombres como yo —dije con tono inexpresivo.


—¿Como tú? —Su voz era un susurro y sus ojos muy
abiertos, mirándome fijamente. Joder, cuando me miraba así,
me costaba todo lo que tenía para no levantarle el vestido y
embestirla. La lujuria que rodeaba a esta mujer tenía que
remitir. ¿Era esto lo que mantenía a Benito fascinado con su
madre?

—Tu madre es la amante de Benito King. —Se mordió el


labio, pero no antes de oír su jadeo. No había sorpresa en su
rostro. Sabía exactamente quién era el amante de su madre y
su estatus en los bajos fondos. La cuestión era si sabía que era
su padre biológico.

Entonces su barbilla se inclinó, su pequeño signo revelador


de terquedad y desafío.

—¿Y qué? —Trató de sonar valiente—. Ella puede hacer lo


que quiera. Es una mujer adulta. No tiene nada que ver
conmigo.

—No eres estúpida, Bianca —declaré—. Ser hija de la


amante de Benito te convierte en un objetivo y ahora estás al
descubierto. Vulnerable sin ningún medio para protegerte.

El resentimiento brilló en su hermoso rostro y en esos ojos


oscuros.

—Cierto, vas a proteger a mi familia —gruñó ella, con la


voz cargada de sarcasmo—. Y si no te obedezco durante el
matrimonio, destruirás a mi familia. Una protección un tanto
extraña. Creo que estoy bien sin ella.
Joder, su rebeldía me la puso dura. Para romper su desafío
y hacer que se someta. No podía esperar a enterrarme en esta
mujer.

—Tendrás que estar bien con ello —le dije, mi voz no


reflejaba ninguno de mis pensamientos. Tenía que tener
cuidado, de lo contrario, podría perder el control y arrastrarla
al dormitorio ahora. Nunca había deseado tanto a una mujer
como a esta—. Mis hombres pueden matarte y tirar tu cuerpo
donde nunca se encuentre. —Sus ojos se agrandaron ante mi
amenaza—. O puedo obligarte. Créeme, hay sacerdotes que
nos casarán tanto si te arrastran al altar como si lo haces por
voluntad propia.

—Estás loco —siseó, apretando la mano izquierda contra


su pecho como si le preocupara que su corazón fallara. Su
mano derecha seguía sujetando el cuchillo.

—Puede ser —le dije con un movimiento de cabeza—. Pero


esas son mis condiciones. Matrimonio o...

Dejé que el significado tácito quedara en el aire. Ella ya


pensaba que estaba aquí para matarla, así que dejaría que
sacara sus propias conclusiones.

—¿Es esa la única manera? —replicó secamente—. Prefería


más la opción de la escort. ¿Sigue en pie?

Había una pizca de pánico en sus ojos, pero se esforzó por


ocultarlo.
—No. —Se lo daría a Bianca Carter. Tenía agallas,
hablándome como si fuéramos iguales. Tal vez fue su fuerza
lo que me capturó, no su vulnerabilidad. Era una mezcla de
ambas, y no podía dejar de admirarla.

Antes la observé mientras besaba a sus hijas y a sus suegros


antes que se fueran, su ternura y su amor eran evidentes. El
hecho de tener hijas significaba su necesidad aún más de mi
protección. Claramente, ella no lo veía como yo.

—¿Por qué querrías casarte? —me preguntó, con


sinceridad en su voz—. ¿Y por qué yo?

—Estoy en mis cuarenta, es hora de casarme y asegurarme


un heredero.

Un rubor carmesí subió por su cuello hasta sus mejillas, y


tuve que admitir que estaba preciosa.

—Intenta la adopción —replicó secamente.

No me molesté en contestar.

—¿No tienes otras candidatas?

—Me temo que eres la única mujer que me debe tres


millones de dólares —ronroneé. Ella se acomodaría a su
nueva realidad como mi esposa, finalmente. Si por mí fuera,
iríamos ahora al juez de paz y nos casaríamos, pero quería
hacerlo bien. Leonardo se aseguraría que todo se preparara
discretamente para que no hubiera interrupciones por parte
del compañero de su madre.
Ella tragó saliva.

—Pero seguramente, hay otras mujeres dispuestas que


estarían más que felices de casarse contigo y darte... umm,
herederos.

—Tal vez, pero tengo mi mente puesta en ti. —La


expresión de sus ojos era de desesperación. Sería cómico si
fuera la situación de cualquier otra persona que no fuera la
mía—. ¿Qué va a ser?

Observé cómo se movía su garganta al tragar, su pecho


subía y bajaba con su pesada respiración.

—Entonces, o me matas o me caso contigo —replicó ella—.


Realmente, ambas opciones son horribles. El matrimonio solo
sería una muerte más lenta. Y los herederos... de ninguna
manera voy a tener tus hijos.

Me reí ante su afirmación.

—¿Preferirías tener una muerte más rápida? —Sus ojos se


abrieron de par en par, mirándome como si tratara de
averiguar si estaba bromeando o no—. Piensa en ello como un
contrato —le dije. Necesitaba un poco de presión—. Un
contrato matrimonial. Estableceremos las condiciones, y
cuando se cumplan, serás libre de irte. Podemos retrasar lo de
los herederos. —Por ahora. Tal vez.

Me miró con desconfianza.

—¿Así de fácil? Me dejas ir y sin herederos.


—Sí, así de fácil —le aseguré. Nunca dije que no hubiera
herederos, pensé para mis adentros.

—¿Mis hijas y yo? —Ella sospechaba, no es que pudiera


culparla—. Podemos irnos.

—Sí. —Nunca la dejaría irse.

—¿Cuánto tiempo tendríamos que estar casados? —Le


llevó bastante tiempo. Estaba considerando mi oferta,
sopesando sus opciones. No tenía muchas. En realidad, no
tenía ninguna. Le gustara o no, se casaría conmigo.

—Al menos dos años. —Sus ojos se desorbitaron—. Y un


heredero.

—¿Tanto tiempo? Creí que habías dicho que podíamos


retrasar un heredero —susurró. Asentí con la cabeza. El
diablo está en los detalles. Tendría que enseñarle eso, a mi
futura esposa—. ¿Podemos hacer que sea un año?

—No —repliqué—. Dos años. Podemos retrasar la


discusión sobre los herederos hasta nuestro segundo año de
matrimonio.

Debería sentirme como un bastardo por obligarla a hacer


esto, pero no lo hice. Observé cómo una cadena de emociones
cruzaba su rostro mientras probablemente consideraba todas
sus posibilidades hasta darse cuenta que no tenía ninguna.

—E… está bien—susurró, con resignación en su voz.


—Nos casaremos dentro de una semana —le dije, sacando
mi teléfono del bolsillo y enviando un mensaje a Leonardo
para que hiciera los preparativos. Cuanto antes sucediera,
mejor. Tenía el presentimiento que esta mujer no se rendiría
sin luchar.

—¿Por qué tan pronto?

Mi labio se curvó en una pequeña sonrisa.

—Para asegurarme que no huyas, princesa.

—No lo haría —murmuró, apartando los ojos de mí. Estaba


mintiendo. Mi mujer era una mentirosa muy mala.

—Mis hombres están vigilando a tus niñas. Piensa en eso si


tienes la tentación de huir, Bianca.
Nico Morrelli era cruel y estaba loco. No había otra
explicación para ello.

No tenía ninguna duda que sus amenazas iban en serio.


Era tan despiadado como los rumores que había escuchado.
Mierda, salir de esta situación sería difícil. Pero lo haría.
Todavía no me ha vencido.

—Eso es demasiado apresurado para casarse —murmuré,


comentando su plazo para la boda. Necesitaba más tiempo
para idear un plan. Ese en el que me alejaría de este loco y no
me casaría con él—. Mis suegros no se lo van a creer. Ni mis
hijas.
—Lo harán. —Sonrió, seguro de sí mismo—. Descubrirás
que puedo ser muy persuasivo.

Mi corazón retumbó en mi pecho, la voz se me atascó en


algún lugar de la garganta. ¿En qué me he metido?

—Tengo asuntos que atender —dijo mientras alisaba su


traje de tres piezas, poco menos que perfecto. Casi podía
dejarme engañar pensando que era un caballero y no un
mafioso—. Pero cenaremos esta noche.

—¿Cena? —Debí sonar como una jodida idiota, repitiendo


sus palabras como si no entendiera lo que significaban.

—Sí —respondió sin perder el ritmo. Se me ocurrió una


idea, pero, antes que pudiera entusiasmarme con ella,
continuó—. Bear3 se quedará aquí, custodiándote.

—¿Custodiándome? —Ahí iba otra vez, repitiendo sus


palabras como una tonta—. Te refieres a mantenerme
encerrada. Y en serio... ¿Bear?

—Sí, será tu guardaespaldas.

Perfectamente sincronizados, sus dos hombres volvieron a


entrar.

—Bear, esta es Bianca, mi futura esposa. —Miré fijamente a


Nico con rabia por dejar caer la bomba tan a la ligera. Solo
quería ganar tiempo y no tenía ninguna intención de pasar
por el altar para casarme con este loco—. Bianca, este es Bear.

3 Bear: Oso en castellano.


Es uno de mis hombres más fuertes. Te traerá a mi para
nuestra cena donde podremos discutir nuestro acuerdo de
boda.

Jesús, ¿qué demonios estaba pasando?

Miré fijamente al hombre el cual asintió bruscamente con la


cabeza. Aquel hombre era un buldócer, no un oso, con una
cicatriz atravesándole la mejilla izquierda y haciéndolo
parecer un asesino en serie. ¡Jesús! No debería juzgarlo, pero
asustaría a cualquiera que se acercara.

—¡No puedes hablar en serio! —siseé, con la agitación


aumentando lentamente en mi interior—. No puede quedarse
por aquí. Ahuyentará a la gente.

Nico se rio como si acabara de decir el chiste más divertido.

—Esa es la cuestión.

—Asustará a mis hijas, a mis suegros, a mis amigos. —Al


instante, el arrepentimiento me inundó por haber sido tan
insensible y me volví hacia Bear—. No es nada personal, estoy
segura que es un gran tipo. Es solo que a mis hijas no les
gustan los extraños. Y tú... tú... —tropecé buscando una
palabra diplomática—, eres un extraño. Y eres grande. Um…
ya sabes.

Solté un suspiro frustrado.

—Maldita sea.
—Es bueno con los niños —ofreció Nico—. Tiene bastantes
propios. —Mis ojos se fijaron en el tipo aterrador y sonrió. Era
como ver sonreír a un tiburón.

—Puedes llevarte a tus guardaespaldas —murmuré—. No


necesitamos ninguno. No quiero ninguno.

—Tu seguridad es lo primero. No es negociable, Bianca —


advirtió con sorna. Abrí la boca para discutir, pero me cortó
en seco—. Ahora obedece, o tendré que darte unos azotes en
el culo para que te pongas a tono.

Se me salieron los ojos de las órbitas.

—Qué mierda... —Me callé ante su amenazante mirada.

Dio un paso adelante como si estuviera dispuesto a cumplir


su amenaza y castigarme por mi falta de respeto.
Instintivamente, di un paso atrás y algo en mi estómago se
contrajo. Este hombre me inquietaba. Seguí diciéndome que
estaba mal, pero no estaba tan segura.

Mal, mal, mal. Esto estaba muy mal.

¡Es un criminal, Bianca!

Mi cerebro me gritó que tuviera cuidado, asustada hasta la


médula. Estaba un paso demasiado cerca en la dirección
equivocada. Un paso en falso arruinaría la vida de mis hijas.
No había nada que no hiciera para mantenerlas fuera del
alcance y del radar de Benito King.

—Bien, me alegro que lo hayamos resuelto —dijo.


¡Ni mucho menos! Pero me guardé esas palabras para mí.
Sin decir nada más, salió de mi casa como si fuera su dueño,
con su propio guardaespaldas detrás de él.

—Haré una comprobación de parámetros. —Bear rompió


mi estupor de mirar fijamente al hombre que acababa de
poner todo mi mundo patas arriba—. No te molestaré. Estaré
al frente.

Volviendo los ojos hacia él con resignación, negué con la


cabeza.

—Cuando termines de hacer lo que sea, vuelve a entrar.


Tendré café para ti y te prepararé unas galletas. —Sus ojos se
dirigieron a todos los tarros de cristal llenos de galletas
caseras de chocolate, y puse los ojos en blanco—. Horneo por
estrés —murmuré—. Te haré un horneado fresco para que lo
lleves a casa a tus hijos.

Sonrió con su sonrisa de tiburón, y yo me volví hacia mi


fregadero, poniéndome directamente a trabajar.

Mantén a los enemigos cerca, Bianca.

Era lo que siempre decía mi madre. Tenía la intención de


seguir ese consejo hasta que pudiera tenerlos a todos a un
continente de distancia.
Habían pasado menos de seis horas desde la última vez
que vi a Nico Morrelli, y aquí estaba preparándome para
verlo de nuevo. Dos veces en un día era demasiado. Maldita
sea, dos veces en una vida era demasiado. Estuve pensando
en todas las posibilidades, tratando de averiguar cómo
desviar la catástrofe que se avecinaba, y no se me ocurrió
ninguna. Cero. Nada.

Horneé tres docenas de galletas de chocolate caseras y tres


docenas de galletas navideñas. Incluso ¡antes que Halloween
llamara a mi puerta! Sin embargo, no se me ocurrió ninguna
idea brillante.

Todavía no ha terminado. Tengo una semana.


Podría sobrevivir a esto, igual que mi madre sobrevivió a
Benito King durante los últimos veintiséis años. No podía
dejar que este hombre viera que le temía. Mis hijas me
necesitaban. Huir y esconderse sin dinero sería imposible.

Así que aquí estaba en el centro de Annapolis reunida con


Nico Morrelli. Como él pidió. ¡Para una cita forzada para
cenar!

Bear se detuvo frente al restaurante, sin importarle el


atasco. Prácticamente podía sentir sus ojos en mi espalda,
instándome a entrar.

Me paré frente al restaurante Lewnes Steakhouse, mi


reflejo con el vestido Lily Pulitzer me devolvía la miraba. Mi
pequeña figura se veía demasiado delgada, mi cabello castaño
oscuro cayendo en ondas sueltas hasta mis hombros. Mis ojos
marrones observaron maravillados, asombrados de lo bien
que se veía mi exterior en comparación con el desastre que se
estaba gestando dentro de mí.

¿Por qué Nico Morrelli querría casarse conmigo?

Era la pregunta que se repetía en mi mente.


Instintivamente, supe que la historia del dinero era una
mierda. No era como si le doliera el dinero. Y no me quería
por mi aspecto.

Mi aspecto no tenía nada de especial, era una mujer


corriente con una vida corriente. No tenía ninguna conexión
real con la mafia que la gente conociera, así que no podía
ofrecerle ningún beneficio en ese sentido.
¿Y por qué?

Eran las seis de la tarde, pero el cansancio seguía pesando


sobre mis hombros. No veía la manera de salir de este
acuerdo, no sin un gran trastorno en la vida de las niñas o de
sus abuelos. Los padres de William ya habían perdido a su
hijo, no podía soportar desaparecer para ellos. Amaban a sus
nietas y las gemelas los adoraban.

Si solo pudiera retroceder en el tiempo y rechazar la


invitación de Angie para comer.

Respirando profundamente ante los deseos inútiles,


empujé la puerta y entré, siendo inmediatamente recibida por
una anfitriona.

En el momento en que di el nombre de Nico Morrelli para


la reserva, la anfitriona me dedicó una sonrisa deslumbrante.
Fue pavoneándose hacia el restaurante de planta abierta, y la
seguí en silencio, con los nervios a flor de piel a cada paso que
daba. Este lugar no era tan recargado como el restaurante
donde lo conocí, pero sus clientes eran igual de adinerados.

Hacía tanto tiempo que no tenía una cita para cenar que me
sentía casi perdida. Curiosamente, no me acomodaron en el
salón del restaurante, sino que me llevaron a un comedor
privado con una mesa para dos personas. Hubiera preferido
la zona del salón donde estaban los demás clientes. Al menos
había testigos.

La anfitriona me indicó con la mano, que entrara en la sala


y, sin volver a mirarme, se marchó. Entré lentamente, con los
ojos puestos en la mesa vacía preparada para dos. La estancia
estaba en penumbra y el ligero olor a flores frescas flotaba en
el aire. Me dirigí a la silla, pero en lugar de sentarme, mis
manos se aferraron al respaldo de la silla.

Debería correr ahora antes que llegue. Tal vez Bear no estaba
en el frente del restaurante, y tomaría un taxi a la casa de los
Carter. Y luego dejar el estado. Podría correr ahora. Tal vez
los padres de William podrían venir.

—Está bien, dame los detalles esta noche. —Mi cabeza giró
en dirección a la voz del hombre y mis ojos se encontraron
con los suyos. Había crueldad en esas profundidades
plateadas, pero también una belleza que podía arrastrarme a
una red de problemas. Este impacto físico que tenía sobre mí
era erróneo y poco saludable, en muchos niveles.

Como si supiera lo que contemplaba, una sonrisa cómplice


recorrió sus hermosos y sensuales labios.

Dios, se veía como el pecado, esa piel besada por el sol se


podía lamer. Estaba increíble con su traje ajustado y caro, pero
apuesto a que estaba aún mejor sin él. Me pregunté qué tipo
de tatuaje escondería bajo esa ropa, y al instante se me
calentaron las mejillas al imaginarlo desnudo.

Tragué saliva. Jesús, mis hormonas decidieron entrar en


acción en el momento equivocado. Y con el hombre
equivocado.

¡Basta, Bianca! ¡Cualquier hombre con el apellido Morrelli


es hombre equivocado!
La rudeza acechaba en sus duros rasgos, al igual que una
pizca de tinta en su cuello bajo la camisa. Era innegable su
peligrosidad. ¿Cómo podría alguien no verlo? No obstante, no
podía apartar los ojos de él.

¡Dulce Jesús!

Nico Morrelli estaba de pie junto a la ventana detrás de mí,


sus ojos me observaban con demasiada intensidad. Terminó
su llamada y se acercó a mí, deteniéndose apenas a medio
metro de distancia. Incluso a esa proximidad se elevaba sobre
mí. Debería sentirme amenazada, sabiendo que me había
chantajeado para llegar a este acuerdo y conociendo todo lo
que yo sabía sobre el mundo que él dirigía.

Sin embargo, por alguna estúpida razón, me sentí segura.


¡Necesito una revisión mental!

Sabía que ningún hombre de ese mundo era confiable.


Usaban a las mujeres como si fueran una propiedad y las
desechaban cuando ya no las necesitaban. Bueno, eso no nos
pasaría a mí y mis hijas.

—Hola, Bianca. —Al escuchar su voz profunda, me


ruboricé más y un escalofrío recorrió mi espalda.

Maldito sea este cuerpo mío. Nunca nadie me había


impactado así, ni siquiera William, y yo lo había amado
siempre. Excepto... una vez, cuando fui a bailar con amigas
durante las vacaciones de verano de la universidad. Mis ojos
conectaron con un hombre al otro lado del club y ocurrió la
misma reacción que tuve con Nico Morrelli.
No, no puede ser. No puede ser. Miré a este hombre frente a
mí, comparándolo con el hombre con el que compartí una
mirada fugaz hace tantos años. No podía ser el mismo
hombre. Este hombre tomaba lo que quería. Lo sabía tan bien
como sabía mi nombre. El hombre del club me deseaba, pero
nunca hizo un movimiento.

¿Cuántas veces este hombre frente a mí había tomado lo


que quería sin pensarlo dos veces? Como ahora, por ejemplo.
Me chantajeó para que me casara con él, sin tener en cuenta
las consecuencias para mí o mi familia. Los anchos hombros
de Nico cargaban con la responsabilidad y el destino de tantas
personas. Y ahora mis hijas y yo éramos una de ellas. Un
chasquido de sus dedos, y boom. Podríamos estar muertas. Si
tan solo pudiera convencerlo que, de alguna manera, este
matrimonio era una mala idea. Por tantas razones.

Una de ellas, aunque la menos importante, era que mi


cuerpo parecía pensar que había llegado el momento de
acabar con mi celibato desde la muerte de William. Todavía
recordaba la dureza del cuerpo de Nico cuando tropecé con
él, haciendo que mi cuerpo se pusiera en marcha. Me
preocupaba que pudiera saltar sobre él y hacer realidad las
fantasías de todas esas noches en las que me tocaba pensando
en él.

¡Qué idiota fui! Me excité pensando en las manos de un


mafioso sobre mí. Excepto que el hombre de mis fantasías no
era un mafioso. Solo un hombre gloriosamente caliente que
hacía a mis entrañas apretarse de necesidad.
Tragué con fuerza, mis entrañas ardiendo.

—Hola. —Mi voz tembló ligeramente, los nervios se


apoderaron de mí.

Sin saber cómo saludarlo, me quedé de pie. ¿Debo


estrechar su mano? Era una situación completamente nueva
para mí. No era como si fuéramos amantes. Excepto en mis
fantasías.

No estás ayudando al jodido asunto, Bianca.

El hombre de mis fantasías podía parecerse a Nico Morrelli,


pero no era él. Por suerte, mientras mi batalla interna
continuaba, Nico tomó la delantera, inclinándose para
besarme en la mejilla.

¡Mierda! Su boca se sentía bien en mi mejilla, su aroma


invadía todos mis sentidos y mi coño se contrajo de
necesidad.

¿Qué. Es. Esta. Mierda?

Mi corazón se aceleró ante su contacto y un jadeo


involuntario salió de mis labios. Di un rápido paso atrás, su
aroma envolviéndome. El aroma del bosque profundo, oscuro
y sensual, y mi maldito cuerpo lo adoraba.

¡Frena Bianca! Tenía que poner fin a cualquier contacto y


beso. ¡Durante dos malditos años!

—Hola —repetí.
Sus labios dibujaron una pequeña sonrisa, como si
estuviera disfrutando. Por supuesto, se divertiría. No estaba a
merced de nadie. Apuesto a que el mundo giraba en torno a él
y a sus exigencias, mientras que la gente que tenía la
desafortunada suerte de entrar en su radar tenía que luchar
para sobrevivir a él. Dios, espero sobrevivir a él.

—¿Nos sentamos? —preguntó señalando la mesa.

Asentí con la cabeza y me acercó la silla como un caballero.


Me deslicé en ella con la espalda rígida y una sonrisa forzada
en los labios, incómoda por esta situación desconocida en la
que me encontraba. Él se sentó frente a mí, con la mirada fija
en todo momento.

El camarero entró con los menús, sirvió agua con gas para
los dos y tomó nuestra orden de bebidas. Nico... Me daba
vergüenza llamarlo por su nombre de pila. ¿Debería llamarlo
Sr. Morrelli? Pidió una botella de vino y el camarero nos dejó
nuestros menús.

Me mordí nerviosamente el labio. Debería haber dicho


algo, pero mi mente se quedó en blanco. Las niñas y William
habían sido mi mundo, mi todo, durante tanto tiempo, que no
estaba segura que hubiera nada más en el mundo para mí.
Siempre fui feliz siendo solo una madre y una esposa, pero
ahora, intentaba desesperadamente dejar de ser una esposa
para este hombre.
Alcanzando el vaso, bebí un sorbo de agua mientras lo
observaba. Parecía perfectamente cómodo mientras mis
nervios prácticamente se tambaleaban.

—¿Cómo estuvo tu día? —¡En serio, Bianca! De todas las


preguntas, esa fue la mejor que se me ocurrió. Debería haber
comenzado con "hablemos de un enfoque alternativo para
saldar mi deuda".

—Estuvo muy bien, gracias. ¿Y el tuyo?

—Um, bien. —Si no tuviera en cuenta que estaba cenando


con un mafioso, a punto de perder mi casa y, aparentemente a
casarme en una semana. En lugar de buscar posibilidades en
las que mis hijas y yo pudiéramos vivir o huir también, me
pasé el día horneando galletas para un guardaespaldas
aterrador y rebuscando en mi armario tratando de averiguar
qué ponerme para la cena.

—Gracias por reunirte conmigo —comenzó.

—No era consciente que tuviera otra opción —le respondí


con acritud, haciendo que soltase una suave carcajada.

Ese pequeño sonido hizo que mi cuerpo vibrara con una


necesidad que no entendía y no me gustó. Este hombre es
peligroso, me recordé. Me estaba superando el asunto y el poco
control de mi vida que tenía, se me escurría entre mis dedos.

—Tienes razón —respondió con calma, con una sonrisa en


sus labios carnosos—. Esta cita y nuestra boda se van a
celebrar.
—No deberíamos casarnos —respondí en cambio, con la
voz demasiado ronca para mi gusto—. Es un gran paso.

—Estoy de acuerdo —anunció y mi corazón revoloteó de


esperanza—. Es un gran paso, y ten por seguro, Cara Mia4,
que seré un marido comprometido.

Gemí ante ese comentario.

—Bianca —dije, con clara agitación en mi voz—. Llámame


simplemente Bianca. Nada de esa mierda de cariños.

No había razón para fingir que significábamos algo para el


otro. Y ambos sabíamos que el compromiso en la mafia
significaba básicamente que el hombre hacía lo que quería y la
mujer solo fingía que estaba bien. Eso no era lo que yo quería
para mí, ni para mis hijas. O tal vez sería mejor que él buscara
otras mujeres mientras yo elaboraba un plan para escapar.

¡Uf, esto es tan confuso!

Mis ojos se dirigieron a la puerta al oír el pomo girar,


observando que el camarero había vuelto para tomar nuestro
pedido. Ni siquiera he abierto el menú.

—¿Estamos listos para hacer un pedido? —preguntó el


camarero, mirando entre ambos.

—¿Quieres un minuto más, Cara Mia? Quiero que estés


lista, Bianca. —Bastardo. Mi nombre en los labios de Nico me
derritió por dentro y me provocó un cosquilleo entre los

4 Cara mia; mi amor en italiano.


muslos. Todas estas señales contradictorias entre mi cuerpo y
mi cerebro me daban dolor de cabeza.

Moviéndome incómodamente, contesté rápidamente,


ignorando mi cuerpo.

—No, está bien. Solo quiero una ensalada, por favor.

—Gran elección. —Los ojos del camarero se calentaron


conmigo y me dedicó una brillante sonrisa.

Ofreciendo una sonrisa a cambio, añadí.

—El aderezo a un lado, por favor.

—Por supuesto. —Se inclinó más hacia mí—. ¿Puedo


sugerir el aderezo de nuestra casa?

El camarero estaba ya bastante cerca de mí y percibí el


aroma de su potente colonia. Me aparté ligeramente con una
sonrisa reservada en mi rostro.

—Claro, gracias.

—La mujer no está en el menú —soltó Nico, atrayendo las


miradas de ambos hacia él. Miraba con odio al pobre
camarero—. Deja de babear por ella.

Jadeé. No lo vi venir. Quiero decir, sí que se acercó


demasiado, pero algunas personas tienen diferentes
perspectivas sobre el espacio personal.

Los segundos pasaron y mi corazón se estrujó de terror. Él


no dispararía al camarero. ¿Lo haría?
Maldita sea, necesitaba hacer una búsqueda detallada de
'mierda que hacen los mafiosos'. O simplemente sobre este
hombre porque Nico estaba loco de remate.

—Mis disculpas —se apresuró a decir el camarero,


alejándose de la mesa como si ambos fuéramos perros
rabiosos.

—No. —Detuve sus disculpas—. No tienes nada que


disculparte. Lo sentimos.

Miré fijamente al hombre sentado frente a mí, pero no se


inmutó. ¿He perdido la cabeza? Sí, probablemente. Fui a abrir la
boca, pero él me tendió una mano, silenciándome y
prendiendo fuego a mi ira. ¿Quién demonios se creía que era?

Bueno, duh. Un jodido mafioso.

—¿Qué tipo de ensalada? —la pregunta del camarero


interrumpió nuestro concurso de miradas.

—Cualquier ensalada —respondí, aclarando mi garganta,


esforzándome por frenar mi rabia—. Solo que no lleve beicon.

No es que tuviera mucho apetito en este momento. El


camarero asintió y dirigió su atención a Nico. No hacía falta
ser un genio para adivinar que este tipo preferiría estar en
cualquier sitio menos sirviéndonos ahora mismo.

—¿Y usted, señor?

Por suerte, Nico sabía exactamente lo que quería y recitó su


pedido de risotto y Bistecca alla Fiorentina con precisión y
rapidez. Parecía que el mundo se inclinaba ante Nico Morrelli.
Era tan diferente a todos los que había conocido.

Sí, era un imbécil, pero había que admirar esa


determinación que se dibujaba en los rasgos de su rostro.

¿Sabía lo que quería? Cuando tuve que decidir mi carrera,


me costó. No me apasionaba nada. Así que me conformé con
una carrera de estudios generales, hasta que por fin me decidí.
A regañadientes. No tenía una comida favorita; no tenía un
color favorito.

Sin embargo, tenía a mis personas favoritas. La abuela y mi


padre, mamá, mis hijas, William, sus padres y John. Esas eran
mis personas favoritas en todo el mundo. Sí, la abuela, papá y
William se habían ido. Me dolía físicamente lo mucho que los
echaba de menos, pero aun así tenía la suerte de haberlos
tenido.

Levanté los ojos y me encontré con la mirada de Nico,


observando que el camarero se había ido. Probablemente no
podía esperar a salir de aquí. No podía culparlo. Yo también
quería salir de aquí, pero tenía la sensación que este hombre
me perseguiría. Tacha eso. Él me perseguiría. Después de todo,
me dijo que le gustaba la persecución.

—Eso no era necesario —murmuré finalmente. Por alguna


razón, sentí que era importante defenderme, de lo contrario,
este hombre me comería viva—. Ser tan grosero con el
camarero. O conmigo.
Levantó una ceja, estudiándome. Me pregunté qué había
visto en mi cara. ¿Podía ver que yo era toda una falsa
bravucona?

—No es que te importe una mierda —murmuré en voz


baja, más para mí misma que para él. Supongo que es
producto de estar tanto tiempo sola, tiendo a hablar mucho
conmigo misma.

—No me gusta compartir. —La voz de Nico bajó de tono—.


Me disculpo si te hice sentir incómoda.

No sabía si debía alegrarme o asustarme por su disculpa.


¿Debería decirle que tampoco me gustaba compartir? Eso
podría disuadirlo de esta tontería del matrimonio. Tragué
incómodamente, mientras el pulso me retumbaba en los
oídos. ¿En qué me he metido?

—No te estaba pidiendo que compartieras nada. —Sacudí


la cabeza con incredulidad, pero mantuve la voz suave. Este
hombre debía tener una razón para actuar así—. Solo estaba
siendo amable.

—Demasiado amable —gruñó Nico.

Parpadeé, confundida con este mafioso y todas las extrañas


señales que me estaba enviando.

—¿Has engañado alguna vez a tu marido? —Su pregunta


me tomó desprevenida.

—No, claro que no —respondí, ofendida que me


preguntara eso. Si se dio cuenta, ignoró mi indignación.
—¿Te engañó? —La pregunta envió un zarpazo de dolor
atravesando mi corazón y, por un segundo, sentí que volvía a
sangrar. Ese período específico fue un momento difícil tanto
en la vida de William como en la mía. Fue más o menos
cuando perdí a mi padre. Luché con las revelaciones y las
consecuencias que surgieron de eso. La mayoría de las veces,
me pasaba las noches estresada, horneando y cayendo en el
sofá en lugar de ir a la cama que compartía con William. Las
gemelas pasaron por una etapa en la que las noches también
eran difíciles, y de alguna manera William y yo nos
distanciamos.

—Ah, así que lo hizo —concluyó perspicazmente Nico.


¡Maldito sea!

Mi cerebro me gritó que tuviera cuidado con él, antes que


se convirtiera en mi perdición. No necesitaba más angustias ni
estrés. Solo tenía que sobrevivir a esto intacta.

—Mi matrimonio es asunto mío —respondí con fastidio y


rabia. Era mi única defensa, y culpaba a Nico de haber abierto
la herida que había cicatrizado. No quería recordarlo.

—Ah, Cara Mia —ronroneó, pero percibí que la oscuridad


a su alrededor aumentaba. Apreté los dientes ante su cariño.
Ignoró mi petición de no llamarme así. Incluso sus ojos se
oscurecieron, con peligros acechando en sus profundidades—.
Tú eres mi asunto. Todo lo que tiene que ver contigo es
asunto mío.
Mi cerebro gritó a través de los altavoces que me retirara,
pero mi boca no escuchó.

—No estamos casados.

—Todavía —dijo—. Pero muy pronto.

—Es solo un contrato temporal —le recordé. Este hombre


era peligroso, una mala noticia. ¿Cómo se llegó a un contrato
matrimonial?

Sonrió como un gato de Cheshire, haciéndome sentir que


sabía algo importante que yo ignoraba. Cuando no dio más
detalles, no pude resistirme a pincharlo.

—¿Por qué el matrimonio? —exhalé en un susurro,


tratando de entender.

No podía comprender por qué se empeñaba en casarse. No


tenía sentido que, entre todas las mujeres del mundo, quisiera
casarse conmigo. Sentí que había algo que me estaba
ocultando. Algo más que el dinero que William había robado.
Si pudiera averiguar qué, podría darme una ventaja.

—Una cosa puedes estar segura, Bianca. —Observé que


ignoró mi pregunta—, te protegeré a ti y a tus hijas y nunca te
engañaré con otra mujer.

La parte tonta de mí casi se derrite, encontrando su


comentario extrañamente dulce. Pero la parte más inteligente
de mí reprendió a la parte tonta. Me estaba obligando a
casarme con él. Sería un acuerdo temporal, y si jugaba bien
mis cartas, lo terminaría incluso antes que pasaran los dos
años.

—¿Y quién nos protegerá de ti? —pregunté en voz baja.


—No necesitarás protección de mí —le dije con sinceridad—.
Tú y nuestros hijos siempre serán mi prioridad. —La mirada
que me lanzó me dijo que no me creía. No es que la culpara.

Sí, la estaba utilizando para conseguir lo que quería, pero


hablaba en serio cuando dije que tendría mi protección. Con
cada segundo que pasaba, ella se metía más en mi piel.

La expresión de dolor cuando hice la pregunta sobre la


fidelidad de su marido me dijo que la herida causada por su
marido no había cicatrizado. No es que pudiera culparla. Si
hubiera sabido que su marido era un infiel cuando la vi
aquella noche de tormenta, habría acabado con él allí mismo y
la habría tomado como propia.
Aunque me pareció extraño que la infidelidad de su
marido no apareciera en el informe detallado que pedí sobre
él y Bianca. Tendría que comprobarlo.

Mis ojos recorrieron su pequeña figura, admirando su


belleza natural. Apenas llevaba maquillaje y, a diferencia de
otras mujeres que se apegaban a mí, no había rastros de
engaño o codicia en su rostro.

Bianca Carter, que pronto será Morrelli, me complacía


enormemente. Bear me había puesto al día de sus actividades
durante todo el día. Aparentemente, mi futura esposa
cocinaba cuando estaba estresada. Eso explicaba la
abundancia de galletas por toda su casa. ¡Una perfecta ama de
casa!

A diferencia de su casa, la mía estaba vacía y el saber que


ella y sus hijas la llenarían pronto me tranquilizó de una
manera extraña. No quería que le pasara nada a esta belleza.
Hace dieciséis meses, cuando la vi, en la puerta de su casa,
viendo al amigo de su marido alejarse en la noche tormentosa,
me dejó sin aliento. Literalmente. No podía creer que
estuviera tan cerca de mí otra vez.

A menudo me pregunto si ella recuerda la noche en que


nos vimos por primera vez. Fue un momento fugaz hace
tantos años, pero casi sentí que el destino me la ofrecía.
Intenté hacer lo correcto y no tocarla, pero ahora me
perseguía.
Una vez que supe que Bianca era hija de Benito, me
arrepentí de no haber atraído a Bianca a mi mundo después
de aquella noche de hace tantos años. Desde que conocí los
hechos en el acuerdo Bellas y Mafiosos, tuve que preguntarme
si la familia de Bianca estaba pagando una deuda. Al fin y al
cabo, sus raíces familiares en Italia no estaban precisamente
lejos de este mundo del crimen. Hasta ahora me quedé corto,
pero mi corazonada me decía que había algo ahí.

Recordé la tormentosa noche de hace dos años, cuando su


marido y su amigo robaron el dinero. Mientras la observaba
desde mi yate, la luz del interior arrojaba un suave resplandor
sobre la menuda figura de Bianca. Incluso desde las sombras,
me sorprendió con su belleza. Estaba en las sombras de la
turbulenta noche, iluminada por las suaves luces. Una
metáfora y una señal, si me preguntan. Tal vez era una señal
para guiarme hacia su luz y mi venganza. Se sentía como mi
destino, una mujer con la que debería haber bailado hace
tantos años, cuando la vi por primera vez en mi club, y la
consideré como mía desde entonces.

El marido de Bianca y su amigo eran idiotas, al pensar que


podían llevarse una bolsa llena de dinero y que no se notaría.
Fue una prueba de su lealtad, y una trampa que tendí
cuidadosamente en mi intento de acercarme a la hija de Benito
King. No me sorprendió que William fallara. El plan era ver
cómo cogían el dinero, acercarme al matrimonio y obligarlos a
entrar en mi juego de venganza contra Benito. Iba a
utilizarlos.
Leonardo colocó un chip de seguimiento en la bolsa, lo que
nos permitió seguir su ubicación y escuchar su conversación
mientras intentaban justificar su decisión. Esos dos imbéciles
deberían haber escuchado a Bianca, pero creían saber más.
Dispuesto a hacer pagar a William por haberme robado y a
utilizar a Bianca para pagar su error, fue la conversación de
Bianca con su marido la que me detuvo en seco.

Ya era un hombre muerto. En la comprobación de los


antecedentes de William no incluía su historial médico. Fue
una sorpresa escuchar sobre su enfermedad esa noche. Así
que lo dejé pasar. Una de las pocas cosas decentes que he
hecho en mi vida. Leonardo era el único hombre que lo sabía.
Y a pesar de eso, incluso a través de la oscuridad total de la
noche, algo me atrajo hacia Bianca mientras lloraba en los
brazos de su marido. Sabía que no podía tenerla. Así que
condoné seiscientos mil dólares y pospuse el plan de
venganza. Después de todo, era un hombre paciente. Me alejé,
dejando a la familia Carter con su propia vida. Por el
momento.

Entonces Bianca se topó conmigo en el restaurante. Fue


intencionadamente que estuviera allí, pero ¿cuáles eran las
probabilidades que la mujer que observé desde las sombras
cayera justo en mis brazos? Literalmente.

Verla había sido como el mejor golpe en el estómago. Era


deslumbrante, esos ojos oscuros y brillantes y esos labios
exuberantes me tentaron. Sabía que tenía que tenerla.

Bianca estaba destinada a ser mía.


Los ojos de Nico sobre mí me hicieron querer juguetear con
mis manos, levantarme y moverme, pero me obligué a
quedarme sentada. Forzando mi sonrisa, recé para que este
hombre no estuviera viendo demasiado. No quería que se
diera cuenta de mi atracción física por él. Lo atribuí a mi larga
abstinencia.

Aclarando mi garganta, decidí que necesitaba dejar de


demorarme, como una hoja al viento. Si resultaba que no tenía
éxito para escapar antes de la boda, necesitaba conocer las
expectativas. No quería cabrearlo y perder mi vida en el
proceso. Me negaba a ser asesinada por cualquier mafioso.
—Qué expectativas tienes de esta relación... —Me corté.
No, una relación no—. ¿Este acuerdo?

Ojalá se me diera bien leer a la gente, aunque tenía la


sensación que, aunque lo hiciera, no sería capaz de leer a Nico
Morrelli.

—La lealtad —respondió simplemente—. Y la honestidad.

Puse los ojos en blanco.

—Eso es un poco tópico e hipócrita, ¿no crees? —Levantó


una única ceja y, en contra de mi buen juicio, continué—.
Esperas honestidad y, sin embargo, guardas secretos.

—¿Y cómo sabes que tengo secretos?

Me burlé de eso.

—Debes tenerlos. Si no, ¿por qué insistir en este


matrimonio?

—¿Tienes algún secreto, Bianca? —Su pregunta hizo que


mi corazón se disparara en un frenético tamborileo contra mi
pecho. Nunca le confesaría mi mayor secreto. Mi único secreto
estaba ligado a mi parentesco. Era mala mintiendo, lo he
sabido toda mi vida, así que no me molesté en decir una
mentira.

—Eso no es de tu incumbencia —dije enfadada, en contra


de mi sentido común. Respirando profundamente, traté de
calmarme. No me serviría de nada enfadarlo—. Dado que esto
sería un contrato, ¿podemos discutir los términos?
Tal vez podríamos hablar de dormir en habitaciones y
casas separadas. Sería ideal si él se imaginara que todo este
matrimonio es una transacción comercial sin
responsabilidades adicionales en el dormitorio. Uno siempre
podría esperarlo. Tal vez podría conseguir un heredero a
través de la adopción.

—Por favor, muéstranos el camino —respondió, con un


tono burlón. Este hombre podía ser un imbécil.

—Bueno, prefiero no casarme, así que tal vez podríamos


comenzar con eso.

Se rio como si de verdad quisiera bromear. Hablaba muy


en serio. Sí, el hombre hizo algo para que me volviera loca y
deseara tener sexo, pero eso no significaba que ignorara la
terrible situación en la que me encontraba.

—Hay eventos y viajes de negocios que requieren mi


asistencia. —Realmente tenía la voz profunda más sexy que
jamás había escuchado. Hizo que todo mi cuerpo vibrara a la
espera de escuchar un sonido más de él, lo cual era
completamente tonto. ¿Qué me pasa? —De ti, como mi esposa,
se espera que estés a mi lado.

—¿Negocios? —El miedo se deslizó por mi columna.

—Negocios legales —aclaró—. No serás arrastrada a


ninguno de mis otros negocios.

¡Gracias a Dios!
—Bien. —Respiré aliviada—. Eso es razonable si es
absolutamente necesario que nos casemos. Por supuesto, la
cancelación de la boda sería preferible. —La verdad es que me
sentí orgullosa de haber sido capaz de pensar con la cabeza.
Nunca había sido una persona de palabras o con voluntad de
lucha. Y mi voz sonaba algo firme—. ¿Algo más?

No quería preguntarle directamente si esperaba que me


acostara con él. Esa parte sería peligrosa. Nunca tuve sexo
casual, y William fue el único hombre con el que me había
acostado.

Con suerte, Nico entendió a lo que me refería.

—Fijaré una asignación de treinta mil dólares para tus


gastos mensuales, para que los gastes como creas conveniente.
Será para ti y para nuestros hijos.

Me quedé con la boca abierta. ¡Treinta mil dólares al mes!


Para gastos mensuales. ¿Cómo era posible? ¿Y por qué seguía
diciendo "nuestros hijos"? Las gemelas eran mías. No estaba
planeando tener más hijos, definitivamente no con él. Y lo
hizo sonar como si esperara herederos de inmediato mientras
que antes dijo que los herederos quedarían en suspenso. ¿O
este hombre estaba jugando conmigo? Estaba segura que los
hombres de su calibre eran maestros de la manipulación.

Había una trampa, ahora estaba segura de ello.

—Qué... —Mi voz tembló ahora—. ¿Qué más?


Su expresión inmediatamente se esfumó, sus ojos
repentinamente fríos.

—Por favor, hazme saber qué más quieres, di tus


condiciones. Estoy dispuesto a negociar.

Con una mirada confusa, me mordí el labio. Estaba muy


perdida. ¿Negociar qué condiciones?

—No tengo condiciones, salvo que cancelemos esto. —Sus


ojos me estudiaron como si buscaran una verdad. Suspiré—.
Escucha, todo esto ha sucedido de forma inesperada. Solo
quiero estar preparada y saber en qué me estoy metiendo. Y
eso es mucho dinero para el gasto mensual. Um, ¿es solo para
las facturas de la casa o...? —Tropecé con mis propias
palabras—. ¿O algo más? ¿Y podrías enviarme un mensaje de
texto para avisarme cuando necesites que asista a eventos
contigo? No sé dónde vives, pero mi casa está cerca de todo.

¿Por qué se sentía como si estuviera actuando de forma


estúpida?

—No, tengo a mis contables pagando las facturas


mensuales de la casa —respondió—. Y ellos también se
encargarán de tus facturas, empezando por la hipoteca. —Mis
mejillas ardieron de vergüenza—. No tienes que preocuparte
por nada de eso —continuó—. El dinero es para que compres
lo que quieras para ti y para nuestros hijos, Cara Mia.

Entrecerré los ojos. Cada palabra que este hombre


pronunciaba era deliberada. Me jugaría la vida en ello.
Aunque no podía acusarlo de no ser generoso. Aquella
parecía una cantidad extravagante de dinero solo para gastar.
Pero podía depositarlo como ahorro y guardarlo para los días
difíciles. Porque seguramente llegarían. A la primera
oportunidad que tuviera, cogería a mis hijas y saldría
corriendo.

—¿Y me enviarías un mensaje cuando me necesites? —dije


con voz áspera, repitiendo la pregunta, con energía nerviosa
nadando por mi cuerpo.

Prefería quedarme en mi propia casa. Debería ser directa y


preguntarle si esperaba que viviéramos juntos y durmiéramos
juntos. Sin embargo, si eso no se le pasaba por la cabeza,
desde luego no quería ofrecerle ideas. Era un equilibrio difícil.

Su mirada se suavizó, pero la guardia nunca abandonó su


expresión. Algo en la forma en que me observaba hizo que se
encogieran mis entrañas, aunque no estaba segura por qué
razón. Tacha eso. No tenía sentido mentirme a mí misma.
Sabía por qué, me sentía atraída por él. Peligrosa e
intensamente.

Nuestra comida llegó en ese momento retrasando su


respuesta, y traté de recomponerme.

¡Dios mío, treinta mil dólares al mes!

Sabía que sería una avaricia preguntarle que tan rápido que
podía conseguir mi primera asignación. Pero con la carta de
ejecución hipotecaria pendiendo sobre mi cabeza, necesitaba
pagar al banco lo antes posible. Debía a la compañía
hipotecaria algo más de treinta mil. Por supuesto, me habían
cobrado todas las comisiones que podían añadir.

Dijo que se encargaría de mis facturas mensuales, pero


supuse que empezaría después de nuestro matrimonio. Si
conseguía el dinero en la próxima semana, tenía la posibilidad
de salvar mi casa y luego su contable se encargaría de seguir
adelante. Bueno, hasta que se me ocurriera el plan y lo
abandonara.

Quería salvar la casa para mis hijas. Era una tontería dar
tanto valor a algo tan superficial, pero una parte de mí se
aferraba a ella, como una balsa salvavidas. Teniendo en
cuenta que probablemente tendríamos que desaparecer en un
futuro próximo, no tenía sentido conservar la casa. Pero,
maldita sea, quería conservarla. Tal vez para las niñas cuando
crecieran y todos los mafiosos estuvieran muertos.

El camarero sirvió vino en nuestras dos copas,


manteniendo sus ojos alejados de mí. No es que pudiera
culparlo después del arrebato obsesivo de Nico. Apartando el
alcohol, me quedé con mi agua. No quería que el alcohol
nublara mi juicio.

El camarero se fue y Nico habló.

—Me gustaría ser honesto, Bianca.

—Sí, por favor. —No estaba segura de si me gustaría lo que


tenía que decir. Probablemente no me gustaría, pero mi mente
ya estaba pensando en cómo podría salvar mi casa. Reunir
suficiente dinero para huir con las niñas, y traer a mamá y a
los padres de William.

Si Nico Morrelli quería casarse, yo mantendría las


apariencias hasta que estuviera lista para correr. Porque no
me cabía la menor duda que llegaría el día en que tendríamos
que huir.

Si Benito King alguna vez descubriera que yo era su hija,


vendría por mí. No pretendía entender por qué mi madre le
ocultaba ese secreto, pero se lo agradecía. Aunque hubiera
preferido que se mantuviera alejada de él. Pero comprendí
que no era su elección. Ella era la que más sufría aquí, y ya era
hora que me ocupara de ella.

El maldito Benito King tenía esposa, por el amor de Dios, y


mantenía a mi madre como un accesorio secundario. ¿Por qué
no podía ser feliz con una sola mujer y adorarla, en lugar de
ser codicioso y tener un maldito harén? No era ingenua
pensando que mi madre era su única pieza secundaria. Los
hombres como él necesitaban varias mujeres para sentirse
importantes.

—Primero, dejarás tu trabajo de secretaria. —Fruncí el


ceño, ligeramente molesta por el hecho de sentirse con
derecho a decirme lo que tenía que hacer. No es que estuviera
loca por ese trabajo—. Como esposa y madre de mis hijos —
volvió a decir—, estarás muy ocupada y no necesitarás
trabajar por dinero. Necesitaré tu compañía durante los
eventos diurnos y nocturnos —justificó—. Quiero tu
compromiso conmigo.
Como si me tuviera hechizada, me limité a asentir. Mi vida
se fue al infierno en un cesto y todo lo que necesitó fue una
visita de Nico Morrelli.

—Bien —contestó, claramente complacido por mi fácil


cumplimiento.

—¿Qué hay de la programación de tus eventos? —


pregunté, con la esperanza en mi pecho negándose a
rendirme—. Tal vez podríamos compartir un calendario para
saber cuándo me necesitas.

Antes que contestara, ya sabía su respuesta. Podía verlo en


sus ojos.

—Viviremos juntos en mi casa y dormiremos juntos en mi


cama. Leonardo se encargará que tengas tiempo suficiente
para conseguir una niñera para los eventos a los que
tengamos que asistir. —Maldita sea, la esperanza era una
asesina en todo momento. No podía dormir en su cama.
Resistirse a él sin ropa sería una tortura—. Las niñeras serán
únicamente personas seleccionadas y aprobadas. Por su
seguridad. Tendré las habitaciones renovadas para las
gemelas antes del día de nuestra boda, y te aseguro que les
encantarán.

Me miró fijamente de una manera que me asustó. El fuego


ardía en sus ojos, haciéndolos parecer plata fundida. Todo se
está yendo al infierno, susurró mi mente.
—¿En tu cama? —Tragué saliva, el calor acumulándose
entre mis muslos. De todas las malditas cosas que dijo, fue lo
que más me sacudió.

Tomó mi mano a través de la mesa con su mano derecha,


mientras su mano izquierda se metía en el bolsillo. Mi pulso
se aceleró y mis ojos se dirigieron hacia donde su mano
sostenía la mía. Su tacto era cálido, su piel bronceada
contrastaba con mi tono pálido. Volví a percibir una pizca de
tinta bajo sus gemelos de diamante.

—Sí, en mi cama —ronroneó, su voz ligeramente ronca—.


En nuestra cama.

El pulgar de su mano derecha acarició mi piel, su dedo


contra el pulso de mi muñeca y sonrió, sus ojos buscando los
míos, dejándome sin aliento.

Mantén la calma, Bianca. No te derritas por él. Es un asesino.

Ninguna de esas malditas charlas motivadoras, ayudó.

Nico me sostuvo la mirada cuando el tacto frío de un metal


contra la piel de mi dedo me hizo jadear. Mis ojos bajaron
para ver un hermoso diamante en forma de lágrima en mi
dedo, donde hace poco más de un año estaba el anillo de
William.

Demasiado rápido. Todo estaba sucediendo demasiado


rápido.
Levanté la cabeza de nuevo, encontrándome con sus ojos, y
sentí que me ahogaba en su mirada tormentosa, que me
ahogaba en esta situación que se salía de control.

Tiré de mi mano, pero él se negó a dejar retraerla.

—A esta hora, la semana que viene, nos habremos casado


—ronroneó, con una oscura posesividad merodeando bajo la
superficie.

—Es demasiado rápido. —Me sentí atrapada en una


situación que gritaba peligro.

—Dos años, Bianca. Y quiero tu completa entrega. —Me


dedicó la sonrisa más hermosa, al mismo tiempo que no pude
evitar una mueca de dolor. Esto no iba bien. En absoluto. Era
como si este hombre supiera qué decir para atraerme a su red.

Tragué con dificultad.

—Esperas que… —Ni siquiera pude terminar la frase.

—Sí, espero que seas mi esposa en todo el sentido de la


palabra.

¿Por qué? Lo tenía en la punta de la lengua para preguntar,


pero sería redundante. No me lo diría.

Tragué fuerte.

—¿Y si somos...? —Luché por encontrar la palabra


correcta—, ... incompatibles. ¿Y no podemos soportar vivir
juntos? ¿O dormir juntos?
Su boca apenas se inclinó hacia arriba, como si estuviera
seguro que eso no sucedería.

—Entonces podríamos reconsiderarlo.

—¿Y podríamos acortar este acuerdo? —pregunté con


esperanza. No tenía sentido estar casados si acabábamos
siendo incompatibles.

—Podemos discutirlo —respondió, sin apartar la mirada.


Mantenía el contacto visual, así que debía estar diciendo la
verdad. Normalmente, la gente no podía mirar a alguien a los
ojos y mentirle. Al menos, yo no podía.

Tragué saliva, con la garganta seca mientras la adrenalina


bombeaba por mis venas.

—Antes dijiste que querías un heredero. Eso está fuera de


la mesa. ¿Verdad? —En silencio, recé para que dijera que sí.
No podía tener hijos con este hombre.

Si dijera que espera tener hijos, tendría que decirle que me


mate. No podía tener un hijo con él y planear mi huida.
También era una pena, porque al ser hija única, siempre quise
tener una familia numerosa.

Siempre tuve celos de mis amigos que tenían hermanos. Sí,


se molestaban unos a otros, pero siempre estaban a su lado
cuando era necesario. Las familias numerosas y el amor que
comparten tienen algo mágico. Ser hijo único era muy
solitario.
Por supuesto, después de conocer algunos hechos
relacionados con mi familia, no tendría más hijos y los
sometería al acuerdo de mierda.

—Si se produce un bebé, estupendo. —Su voz no retrataba


ninguna emoción—. Si no, también está bien.

Lo miré confusa. No estaba segura de si esa era la respuesta


correcta o no. Casi sonaba como si quisiera tener más hijos.
No importaba. No tendría hijos con él. Tener un bebé me
ataría a él de por vida. Nunca sería capaz de alejarme de mi
propio hijo.

—¿Mueves la cabeza para decir que sí o que no?

—Estoy tomando anticonceptivos —le dije. Era increíble


que estuviéramos teniendo esta conversación—. No voy a
tener más hijos. No sería justo traer un niño a un mundo
donde los padres apenas se conocen. —¿De verdad salió eso
de mi boca? —. Y tu mundo no es muy seguro. —Tampoco el
mío, añadí en silencio.

Además, si tenía otra niña, sería una persona más en


peligro por parte de Benito King. Pero no podía decirle eso.

—En primer lugar, Bianca, tú y nuestros hijos estaréis


protegidos —me aseguró con tanta seguridad que realmente
le creí—. En mi mundo es donde tú y nuestros hijos estaréis
más seguros. Y cuando digo nuestros hijos, me refiero
también a las gemelas. —Estudió mi rostro, como si esperara
algo de mí—. Sí, hay algunas manzanas podridas en mi
mundo, pero las mantendré todas alejadas. Nadie se atreverá
a tocarte a ti y a nuestra familia.

¿Incluía eso a Benito King? Deseaba poder preguntarle sin


revelar demasiado. No sabía cómo explicar mi conexión
sanguínea con Benito King y obtener una confirmación de
estar a salvo de él. ¿Quizás podría de alguna manera
atribuirle la condición de amante de mi madre al maldito y
cruel imbécil que resultó ser mi padre biológico?

No, no podía confiar en este hombre. No podía confiar en


ninguno de ellos. Poner mi destino en sus manos me costaría
algo más que mi vida.

—Vale —acepté en un susurro. Parecía una promesa


solemne, pero sabía que la rompería a la primera
oportunidad. Por ahora, estar atada a Nico Morrelli era la
salida necesaria para las gemelas y para mí.

Quizá era demasiado ingenua y estúpida para creerle. Pero,


¿no decía siempre la abuela que la mafia era grande para
proteger a su propia familia, ya fuera de sangre o adoptada?
Era prácticamente lo único bueno que decía de ellos. Así que
le seguiría la corriente hasta que fuera seguro irse.

Bueno, también dijo que el matrimonio en la mafia era para toda


la vida, se burló mi mente. Ignorando todas las advertencias
evidentes, me centré en los aspectos positivos. No podía
soportar tanta mierda en un día.

Este magnífico hombre frente a mí me ofrecía una


escapatoria. Una escapatoria temporal. Era demasiado bueno
para ser verdad, y sabía que debería tener cuidado. Tenía
secretos y motivos propios para hacer esto. Así que guardaría
el dinero hasta que llegara la oportunidad de coger a las niñas
y huir. También sacaría a mi madre.

Estaba ansiosa por el salvavidas que me habían lanzado y


tenía que tener cuidado con cómo jugaba mis cartas.

—Has dicho en primer lugar. ¿Qué es lo segundo? —


pregunté.

De hecho, sonrió, sus dientes perfectos brillaron ante mí.


No tenía ninguna duda, este hombre podía hacer que las
mujeres perdieran la cabeza. Estaba segura que tenía mujeres
detrás de él. Él era poder, sexo y dinero, todo empaquetado
en un cuerpo fuerte, duro y grande.

—Veo que prestas atención a los detalles —comentó con


una sonrisa—. Eso me gusta. —Sentí que mi piel se calentaba.
Sí, me he vuelto idiota—. En segundo lugar, quiero que dejes
los anticonceptivos —gruñó, y me estremecí ante su
exigencia—. Siempre has querido tener una familia numerosa.
—Mierda, ¿cómo sabía eso?—. No hay nada que nos impida
tener una. Eres una mujer joven y hermosa y no puedo
esperar a llevarte a la cama. Tengo la intención de follarte
todos los días, a menudo y ver tu vientre hincharse con mi
hijo. Te quiero embarazada. —Mi boca se abrió de golpe,
todos los pensamientos huyeron de mí excepto las visiones de
mí enredada entre las sábanas con este hombre. Como si no
fuera consciente del impacto que causaban sus palabras,
continuó—. Te quiero debajo de mí, encima de mí, en
cualquier lugar y en todas partes. Quiero escucharte gritar mi
nombre mientras te follo duro y sin sentido.

Esta vez me quedé con la boca abierta, encendiendo un


infierno ardiente a través de cada fibra de mí con sus
palabras. Nunca nadie me había hablado así. Algo estaba muy
mal en mí para encontrar sus palabras tan calientes. Palabras
que me excitaban más allá de lo que jamás había sentido, pero
nunca me atrevería a admitirlo ante él. Ni a nadie más. El
corazón me latió desbocado y me puse la mano fría en el
pecho como para calmarlo. Sus ojos siguieron el movimiento,
y tuve la clara sensación que sabía el impacto que tenía en mí.

—Yo... yo... —¿Qué podía decir ante esas palabras? Había


algo en este hombre que me excitaba. El deseo ardía en mi
cuerpo, diferente a todo lo que había sentido antes. Me
asustaba que el simple hecho de escuchar sus palabras tuviera
un impacto tan fuerte en mí. Que quisiera que me follara.

Me asustó que me estuviera equivocando y que la


desesperación estuviera impulsando mis decisiones.

—Pensé que estabas de acuerdo antes... ummm... los


herederos pueden esperar. —Tenía que elegir mis batallas
aquí. Mi instinto me decía que no cedería en el sexo. Bien,
quería sexo, lo tendría. Pero no obtendría ningún bebé de mí.
Al infierno con el no—. Eso es algo que rompe el trato para
mí.

Como si tuviera algo con lo que negociar. Aparentemente


sí, mi útero era mi moneda de cambio. Hablando de jodidos
tiempos medievales. Y mis amigas se opusieron a mi amor
por estar en la cocina como una violación del feminismo. ¡Me
preguntaba qué diablos sería esto!

Prácticamente podía escucharlo mover las piezas de


ajedrez por el tablero, viendo todo el panorama mientras yo
jugaba a ciegas y con las manos atadas a la espalda. ¡Mierda!
Odiaba esta sensación de vulnerabilidad.

—Bien, dos años y podemos volver a tratar el tema de los


herederos. —Cedió con demasiada facilidad. No me pareció
un hombre que se rindiera.

—Así que, después de dos años de matrimonio, ¿nos


vamos por caminos separados? —pregunté de nuevo,
necesitando una aclaración. Perdí la discusión sobre el sexo,
pero gané la batalla más importante. Retraso el inicio de un
heredero con este hombre para que no haya nada que nos ate.
Excepto los recuerdos, pero esos los puedo meter en algún
lugar profundo y oscuro.

—Si esa es la opción más segura.

Fruncí el ceño ante su extraña respuesta.

Los motivos de Nico hacían ondear banderas rojas en mi


cabeza. Este tipo de acuerdo matrimonial iba en contra de
todos los principios de la mafia. Sabía que los matrimonios en
sus círculos eran para toda la vida. Estaban en él para toda la
vida. Pero entonces, ¿por qué Nico estaba haciendo un
contrato matrimonial?
—Siempre pensé que los matrimonios en la mafia eran para
toda la vida —dije titubeante, observando cualquier traición
en su rostro. Cualquier signo que me indicara que estaba
mintiendo.

—Para la mayoría lo es —contestó, con nuestros ojos fijos.


¿Pensaba traicionarme a la cara? Su expresión no me decía
nada—. No actúo como la mayoría de la gente.

No podía decidir si eso era reconfortante o no.

—Vale —respondí con voz suave—. Agradezco tu


honestidad.

Suponiendo que fuera honesto. Solo el tiempo lo diría. Pero


no confiaría ciegamente en este hombre. Eso podría hacer que
me mataran. Tenía que tomar las riendas de mi vida y
proteger a mis hijas a toda costa. De la misma manera que mi
madre me protegía a mí. Pero a diferencia de ella, no estaba
dispuesta a dejar que mis hijas crecieran sin una madre. Ellas
me necesitaban, y yo las necesitaba a ellas.

—Te daré honestidad siempre que pueda, Bianca. Siempre.

Con un suspiro, asentí. La cláusula de la honestidad no se


me escapó, pero no era como si tuviera muchas opciones aquí.
Nico Morrelli prometió proteger a mis hijas y a mí de otros
mafiosos. Era contradictorio buscar protección en un mafioso,
de otro mafioso, pero mis opciones eran limitadas. Así que,
por ahora, lo haría funcionar.
Aunque mi cerebro no dejaba de advertirme sobre este
hombre peligroso, mi sexto sentido me decía que era sincero
en su voto de protección. Era confuso y aterrador como el
infierno porque me estaba envolviendo en el mundo que
había tratado de evitar. Era el mundo del que mi madre y mi
abuela trabajaron duro para protegerme.

Mirando fijamente los hipnotizantes ojos de Nico, deseé


poder ver en su alma para tener la seguridad que nunca
lastimara a mis hijas.

Se levantó y se acercó a mí rodeando la mesa.

—Estaremos bien juntos —murmuró, tirando de mí para


ponerme de pie. Como una idiota, mi cuerpo lo siguió sin
dudar y se deleitó con la sensación de su duro cuerpo
presionado contra el mío. La excitación ardía como un
infierno dentro de mí, amenazando con convertirme en
cenizas. Quería más de su calor.

¿Qué me está haciendo?

No había tenido intimidad con un hombre desde que


William enfermó. En realidad, incluso durante los meses
anteriores. El camino que tomé desde que murió me llevó a la
soledad.

Tal vez podría disfrutar de este acuerdo con mi cuerpo


mientras maquinaba mi propio plan. ¿Era tan malo
aprovechar lo que Nico Morrelli me ofrecía y disfrutarlo
mientras durara? Mientras lo mantuviera físicamente y no me
enredara emocionalmente con él, podría funcionar. Solo tenía
que esperar poder sobrevivir a él.

No podía entregarme a Nico tan descuidadamente. Sabía


por lo que me habían contado mi abuela y mi madre... los
hombres de la mafia no son fieles. Lo que quieren, lo toman.
En algún momento, independientemente de lo que dijera
Nico, vería algo o alguien más que deseaba y lo tomaría. Tal
como me estaba tomando a mí ahora. Así que había puesto
limitaciones a este... matrimonio. Dios, apenas podía pensar
en ello como un matrimonio.

Finalmente, lo dejaría. Lo quisiera o no, tendría que huir


para proteger a las niñas.

Sus labios bajaron a mi cuello y, para mi sorpresa, un


suspiro se escapó de mis labios. Un escalofrío recorrió mi
espalda cuando lamió mi vena palpitante y mis ojos se
cerraron. Ni siquiera fui consciente que mi cabeza se inclinaba
para permitirle un mejor acceso. Su lengua quemó mi piel
queriendo más. Su toque lo derritió todo a su paso. Me dolía
por dentro y ese punto dulce entre mis piernas palpitó de
necesidad. Nunca había sentido algo así.

¡Demasiado fácil! Me derretía en sus brazos sin esfuerzo.

Sus manos sobre mí se sentían posesivas y reivindicativas.


Sentí el roce de su fuerza y su gran mano agarró la base de mi
cuello, manteniéndome inmóvil. Cada una de sus caricias
rezumaba poder. Me hizo delirar. Me presioné contra él, su
cuerpo era una roca de músculos duros. Me fundí en su
abrazo, necesitándolo más que cualquier otra cosa en ese
momento.

Mis dedos se aferraron a sus hombros, desesperados,


mientras un dolor palpitante se despertaba entre mis muslos.
No era más que una marioneta bajo su toque experto. Y, joder,
su tacto encendió cada fibra de mí. Sus manos se deslizaron a
lo largo de mi cuerpo, alcanzando el interior de mi muslo. Mi
corazón tronó bajo mi caja torácica y sus ásperas palmas se
sintieron bien contra mi suave piel.

Como si estuviera en sintonía con mi necesidad, sus dedos


se movieron sobre mis bragas y se me escapó un gemido. El
aire frío las rozó, haciéndome consciente de lo húmeda que
estaba. El fino material era una barrera que quería eliminar.
Sus dedos se deslizaron bajo el encaje, tocando mis partes más
íntimas. Nadie me había tocado así en mucho tiempo. Sus
expertos dedos me acariciaron, haciéndome temblar.

Me atrajo más cerca por mi cuello, y mi respiración se


volvió errática.

—Eres tan jodidamente hermosa —gruñó en mi oído.

Quería más de él. Al mismo tiempo que su pulgar


presionaba mi clítoris, me mordisqueó el cuello, con fuerza, y
un grito se me escapó de los labios. Su agarre se hizo más
fuerte en mi nuca, mientras deslizaba un dedo dentro de mí, y
la llama se extendía por mi sangre. Estaba tan caliente por
todas partes, que me sentía como si estuviera en medio de un
incendio forestal sin posibilidad de escapar.
Me pasó el pulgar por el clítoris, con su gran mano
sujetando un puñado de mi cabello, y en mi garganta sonaron
profundos gemidos. Me habría avergonzado si me quedara
una pizca de cordura. Mis caderas se balancearon contra sus
caricias, mi cuerpo estaba ávido de esa sensación que me
proporcionaba. Desde la bruma llena de lujuria de mi cerebro,
me di cuenta que nos estábamos moviendo hasta que algo
presionó contra mi espalda.

Su mirada se posó entre mis muslos y sus ojos se


oscurecieron. Apretó mis bragas en un puño, bajándolas por
mis muslos, las dejó caer al suelo. Sin que me lo pidiera, me
quité las bragas y abrí las piernas. Ya no me quedaba ningún
pensamiento racional.

Sus brazos envolvieron mi cintura y me levantaron sobre


una mesa o mostrador, no lo sabía. Pero los platos no cayeron,
así que no podía ser donde estábamos sentados. Entonces su
cabeza bajó entre mis muslos y su lengua rozó mi entrada. Mi
cuerpo ardió en llamas mientras una profunda oleada de
placer me inundaba. Su lengua lamía y mordía, mis caderas se
movían hacia delante desesperadas por conseguir más, pero
sus brazos me sujetaban firmemente para que no pudiera
moverme.

Me pasó la lengua por el clítoris, y mis manos se


introdujeron en su espeso cabello, pasando mis uñas por su
cuero cabelludo.

—Oh, Dios mío —gemí, un ruido gutural desconocido para


mis propios oídos. Su experta lengua alternaba entre los
remolinos y la succión de mi clítoris, llevándome cada vez
más alto. Esto debe ser lo que se siente en el cielo, porque
estoy muy drogada. Deslizó un dedo dentro de mí,
moviéndolo dentro y fuera, y un temblor sacudió mi cuerpo.
Los ruidos que provenían de él, me hacían pensar que lo hacía
para sí mismo, no para mí.

Mis manos tiraron de su cabello, pidiendo más. Estaba tan


cerca que pensé que explotaría. La presión aumentó con cada
uno de sus constantes lengüetazos, acariciándome más rápido
y más fuerte hasta que la presión caliente estalló en mi
torrente sanguíneo y el fuego se disipó en cenizas.

Mi coño palpitó en torno a sus dedos, mi cuerpo flojo y


saciado. Una respiración temblorosa salió de mis labios
mientras la realidad de lo que acababa de suceder descendía
lentamente a través de mi cerebro lleno de lujuria.

Su ardiente mirada gris encontró la mía, y mi corazón


tamborileó bajo mi caja torácica, amenazando con romperla.
Nunca había experimentado un orgasmo tan estremecedor en
toda mi vida. Me dejó jadeante, sin aliento y con ganas de
más.

Mientras yo estaba sentada, desaliñada, con el vestido


arrugado alrededor de mi cintura y los muslos y el coño a la
vista, Nico estaba de pie con su traje de tres piezas. Prístino e
impoluto.

Joder, me he metido en un buen lío.


El sonido de la puerta al abrirse apenas llegó a mis oídos,
pero los sentidos de Nico eran agudos. Antes que me diera
cuenta de lo que estaba pasando, me acercó, protegiendo la
vista de mí con su cuerpo.

—Sal jodidamente de aquí —ladró, sobresaltando tanto al


camarero como a mí.

—Me disculpo. —La voz del camarero sonó tan


avergonzada como yo.

Cuando la puerta se cerró, podría haberme enterrado. Mi


cuerpo aún ardía de deseo, pero aún más fuerte era la
vergüenza. ¿Cómo pude dejar que llegara tan lejos? Lo aparté,
deslizándome fuera de la mesa. Necesitaba espacio entre
nosotros, pero solo pude dar un paso atrás y el mostrador
donde acababa de devorarme chocó con mi espalda.

Dejé escapar una respiración temblorosa, pasando los


dedos por mi vestido. Mis bragas estaban tiradas en el suelo y
el pensamiento más estúpido atravesó mi cerebro. El suelo está
sucio, es imposible que me las vuelva a poner.

Tal vez fue la comprensión profunda sobre las


consecuencias y las secuelas.

—Lo siento —se disculpó—. Dejé que mi deseo lo llevara


demasiado lejos. No era el momento ni el lugar.

Pero no era solo él. Yo participé de buena gana, y dejé que


llegara tan lejos. Tenía que marcharme. No podía quedarme a
cenar con él. Necesitaba irme y recuperar la razón. Necesitaba
espacio de este hombre antes que abrumara todos mis
sentidos. ¡Y yo necesitaba mis malditas bragas!

—Está bien —murmuré, con la voz un poco apagada—. ¿Te


importa si acortamos la cena? Me tengo que ir.
Nunca había tenido la costumbre de hacer que las mujeres
se doblegaran a mi voluntad. Mi dinero, poder y apariencia
me aseguraban lo que quería. Pero Bianca... su resistencia a
ser mía me arañaba, exigiendo su sumisión. ¡Y cielo santo, lo
hizo!

Todo en ella era embriagador. Su suave piel de porcelana, sus


labios rojos que llamaban a mi polla, y esos ojos brillando
como oscuros charcos de chocolate. Esta intensa reacción
hacia esta mujer fue inesperada. Me tomó por sorpresa. Sabía
que habría atracción, lo percibí desde el momento en que puse
mis ojos en ella. Pero esto... esto era algo completamente
diferente. Sabía a la más dulce madreselva. La bestia dentro
de mí me exigía saciar esta necesidad de su cuerpo, mostrarle
largas noches con los más placenteros pecados.

En el momento en que mis manos la tocaron, toda la sangre


abandonó mi cerebro y fue directamente a mi polla. Ella era
embriagadora. Nunca en toda mi vida había perdido el
control como ahora. La necesitaba en mi cama, para saciar
esta lujuria con sus uñas en mi espalda y su cuerpo
sometiéndose a mí.

Mía. Una palabra. Y un montón de significado detrás de ella.

El hecho que la estuviera utilizando no me importaba. Ni que


le estuviera mintiendo. El fin justifica los medios. Bianca
Carter era la preciosa hija de Benito King. Por supuesto, él aún
no se había enterado de su existencia. Tenía la intención de
hacer que su padre pagara por lo que le había hecho a mi
hermana. Y qué mejor manera que llevarse a la única hija que
tiene. Ella sería más valiosa para él que su hijo legítimo. La
madre de Bianca ha hecho un excelente trabajo para
mantenerla oculta del mundo del crimen, pero no de mí.

—¿Te importa si acortamos la cena? —Su voz era una suave


súplica—. Tengo que irme.

Instintivamente, supe que quería alejarse de mí, buscando la


soledad para controlar su deseo. ¡Maldita sea! Quería
entender lo que le sucedía, conmocionada por su respuesta a
mí, pero me negué a dejarla esconderse. No la dejaría porque
se lo quitaría todo. Ella no tenía elección en el asunto.

Siempre tomaba lo que quería, y ella era mía para tomarla.


No podía dejar de mirarla. Su sabor hacía que esta necesidad
de reclamarla se multiplicara por diez. Su piel estaba
enrojecida por un deseo que no quería sentir. Su respiración
seguía siendo agitada, sus cálidos ojos marrones brillaban, sus
labios estaban hinchados y su pálida piel estaba marcada por
mi barba.

Hizo que mis bolas se apretaran solo con mirarla.

Ni siquiera se daba cuenta de lo jodidamente sexy que era, y


ni siquiera lo intentaba. Esta mujer se estaba convirtiendo
rápidamente en mi obsesión. Nunca esperé experimentar una
pasión que me consumiera. La forma en que su cuerpo
respondía a mí, sus pequeños suspiros y gemidos... Quería
escucharlo todo de nuevo.

—Te llevaré a casa —le dije. Odiaba que acortara nuestro


tiempo, que huyera de mí. No es que la dejara. La perseguiría
hasta los rincones de esta tierra y la reclamaría. Una y otra
vez.

Dejé que se alejara de mí dos veces. Una tercera vez no


sucedería.

—No hace falta, de verdad —respondió rápidamente—. Ni


siquiera has tocado tu comida.

Mi mirada bajó por su cuerpo.

—Oh, he comido —ronroneé—. El coño más delicioso de la


historia. —Se sonrojó, pero se negó a romper el contacto
visual. Joder. Tal vez podría devorarla una vez más.
Necesitaba follarla a fondo, lo antes posible. Así podría tener
la cabeza despejada, porque ahora mismo mi cerebro y mi
polla estaban impregnados de lujuria. ¡Por ella!

—No hay necesidad de ser grosero —soltó, sus mejillas se


pusieron imposiblemente coloradas.

No pude evitar reírme. Ninguna mujer me había hablado


como ella.

—Comeremos juntos, o nos iremos juntos —respondí a su


comentario anterior.

Sus ojos se dirigieron a la mesa y luego volvieron a mí. La


comida ya estaba allí. Pude ver todas sus emociones reflejadas
en su rostro... pena, vergüenza, arrepentimiento, deseo
persistente. No quería ver ningún arrepentimiento o
vergüenza en su rostro, solo el deseo y la pasión que escondía
tan cuidadosamente. Puede que no la ame, pero el fuego que
encenderíamos juntos sería explosivo.

Joder, no podía esperar a tener a esta mujer en mi cama. El


matrimonio no podía llegar lo suficientemente pronto. La idea
que yo fuera el último se sentía bien.

Un fuerte suspiro salió de sus deliciosos labios rojos y sus


hombros se desplomaron. Supe que se resignaba a su fe antes
que las siguientes palabras salieran de su boca.

—Vale, pues vamos a cenar.

Tuve que ocultar mi sonrisa. ¡Buena chica! Siendo la hija de


Benito King, tenía que haber heredado algo de agallas. De lo
contrario, no sobreviviría a la maldita tormenta que llovería
sobre nosotros. Mi sexto sentido me decía que era aún más
fuerte de lo que yo creía.

Sus bragas estaban desechadas en el suelo y sus ojos se


clavaron en ellas.

—No puedo volver a ponérmelas —murmuró para sí misma.

Las recogí y las metí en mi bolsillo.

—Estoy de acuerdo —le dije, manteniendo la voz uniforme,


mientras mi polla palpitaba por ella—. Me gusta la idea que
estés desnuda bajo el vestido mientras cenas conmigo.

Sus labios se separaron y sus mejillas se pusieron aún más


coloradas. Me pregunté si su culo tendría un tono similar
cuando le pusiera la palma de la mano. O la próxima vez que
entierre mi cabeza entre sus muslos y tenga que rogarme que
la deje correrse.

¡Joder!

Tuve que dejar de pensar en ello.

La ayudé a sentarse antes de sentarme yo. Su pequeño vestido


con vistosas flores abrazaba su cuerpo. Era hermosa, a
diferencia de cualquier otra mujer en mi mundo lleno de
poder y codicia. Pero sabía que la inocencia de las mujeres se
corrompía fácilmente. Tenía experiencia de primera mano en
eso.

Nos observamos mutuamente, sin que ninguno de los dos


tomara sus cubiertos, sus ojos desviándose de mí. Quería
odiarme, pero su cuerpo se negaba a hacerlo. Me deseaba
tanto como yo a ella.

Un suave suspiro.

—Lo siento —dijo finalmente. Su voz era suave y baja y su


lengua recorría su labio inferior. La imagen de sus labios
carnosos saboreando mi semen pasó por mi mente. Maldita
sea, reaccioné como un adolescente cachondo a su lado.

—¿Por qué? —Tuve que contener mi deseo. Por ahora. No


quería nada más que hundirme en su cálido y apretado coño
y perderme por completo. Una vez que fuera mía, la follaría
hasta el olvido.

—No sé qué me ha poseído —murmuró. Su voz fue suficiente


para que se me pusiera dura otra vez.

—No te arrepientas nunca de eso —le dije. Me aseguraría que


me deseara hasta su último aliento. Quería oír su suave voz
suplicando que me la follara, ver sus exuberantes labios
envueltos en mi polla.

Su cuello y su rostro se sonrojaron en respuesta, como si viera


las imágenes en mi mente.

Puede que haya muchas cosas de las que pueda arrepentirse,


pero esta no era una de ellas. Me encantaba que hubiera
perdido el control. La respuesta de su cuerpo a mí fue honesta
y refrescante, sexy como la mierda. Me moría de ganas de
ponerle la alianza en el dedo y convertirla en la Sra. de Nico
Morrelli.
—Probablemente deberíamos discutir algunos términos
adicionales. —Intenté encontrar un tema en el que centrarme,
en lugar de en su cuerpo y en cómo me respondía. Sus ojos
finalmente volvieron a mí.

—Bien.

—Bear será tu guardaespaldas permanente. También


elegiremos uno para tus gemelas, cuando volvamos de
nuestra luna de miel. —Sus ojos brillaron sorprendidos. La
cascada de su cabello oscuro enmarcaba su rostro hasta el
cuello. No dejaba de moverse y apartar el cabello de la cara y
del cuello. Apostaría un millón de dólares a que llevaba el
cabello recogido la mayor parte del tiempo. Me vino a la
mente la imagen de su cuello desnudo mientras la inclinaba
sobre la cama y la penetraba, con sus ojos mirándome por
encima del hombro, adorándome. La corbata alrededor de mi
cuello se sintió de repente demasiado apretada. Tenía que
controlar a esta mujer.

—¿Necesitamos una luna de miel? —preguntó ella, con las


mejillas sonrojadas.

—Sí. —Sujetó el labio inferior entre sus dientes,


mordisqueando—. ¿Es eso un problema? —le pregunté.

La mirada que me dirigió fue cautelosa.

—¿Cuánto dura la luna de miel? No sé si sus abuelos pueden


cuidarlas durante un periodo prolongado.

—Cuatro días. Si no pueden cuidarlas, puedo encontrar una


niñera.
—No. —Se sentó más erguida, con los ojos brillando con
molestia—. No voy a dejar a mis hijas con extraños.

—No estarían con extraños. —Intenté tranquilizarla. Aprecié


el carácter protector hacia sus hijas.

—Quien sea que tengas en mente, es un extraño para mí —


replicó secamente—. Y para mis hijas. Así que será un duro
no.

Me rasqué la cara, en un intento de ocultar una sonrisa,


dibujándose en mis labios. Hacía tiempo que nadie, y menos
una mujer, me plantaba cara. No podía decir que me
molestara con Bianca. Eso me decía que se sentía lo
suficientemente cómoda conmigo como para poder expresar
su opinión. El hecho que no se acobardara era una buena
señal para nuestro matrimonio. Y me gustaba que fuera una
leona cuando se trataba de sus hijas. Sería una madre
protectora para todos nuestros hijos, lo sabía sin duda.

—Bastante justo —acepté—. Si sus abuelos no pueden


cuidarlas, las llevaremos.

Vi cómo fruncía las cejas, aunque no podía culparla. Sería


inusual llevar niños a nuestra luna de miel, pero el hecho era
que ella tenía hijas, así que formaban parte de ella.

—Tengo un evento mañana. Es por la mañana, y será una


buena manera de presentarte como mi futura esposa. ¿Puedes
asistir?
—¿No puedes presentarme como tu conocida? —murmuró.
Esa contestación no mereció una respuesta, así que me quedé
callado—. Bien, bien. ¿A qué hora?

Tuvo la audacia de poner los ojos en blanco.

—Si sigues poniendo los ojos en blanco —le advertí—... te


doblaré sobre la mesa y te daré una lección.

Sus ojos oscuros se abrieron ampliamente, sus labios se


separaron y su respiración se agitó. Su olor a lilas me rodeaba
mezclado con... ¡madreselva! Estaba excitada de nuevo. A mi
futura esposa le gustaban las cosas un poco duras. La
revelación me puso al borde del abismo, la necesidad de
inclinarla y follarla bruscamente ahora mismo me arañaba la
espalda.

La miré fijamente, sin revelar nada. Ella nunca podría saber el


impacto que tiene en mí. Hacía que un hombre de mi posición
se sintiera débil por preocuparse o desear tanto a alguien.

—Bien, ¿a qué hora? —cortó, alejándose un paso de mí. Me


negué a dejarla.

—Nueve.

La mirada que me dirigió acarició mil infiernos, haciéndolos


arder en mis venas. Asintió lentamente.

—¿Qué debo ponerme?

Se pusiera lo que se pusiera, sería la mujer más bella del lugar.


Pero esa no era la respuesta que ella buscaba.
—Vestido de día sencillo.

—Bien. —Comenzó a morderse el labio y luego preguntó—.


¿Cuánto tiempo me necesitarás mañana?

Todo el día y toda la noche.

—No debería ser más de tres horas. ¿Estaría bien?

Después de todo, era una madre. No podía esperar que lo


dejara todo y estuviera a mi disposición, aunque no había
nada que deseara más que tenerla en mi cama durante días.
Lamer cada centímetro de su cuerpo, saborearla y borrar a
todos los hombres de su memoria hasta que solo quedara yo
en su mente.

—Sí, eso debería estar bien.

—Bear te llevará. Te ahorrará tiempo con el estacionamiento.


También haré que una mujer se ponga en contacto contigo
mañana por la tarde. Ella se asegurará de ponerte en contacto
con todo lo que necesites para la boda y mis eventos.

Allí iba de nuevo mordisqueando su labio inferior,


tentándome.

—Está bien —murmuró.

—Si hay algo que no te gusta o no te resulte, Bianca, quiero


que me lo digas. Es la única manera que esto funcione.

Sus ojos eran tan profundos y vulnerables que me pregunté


qué estaría pensando. Mi instinto me decía que, si no
estuviera en esta situación financiera tan peculiar y mi
chantaje, nunca consideraría esto a pesar de su atracción hacia
mí.

—Supongo que decir que este matrimonio no funciona para


mí o que es una locura no era lo que tenías en mente con esa
afirmación.

No podía culparla por intentarlo.

—No, no lo era.

Inspiró profundamente, como si buscara valor.

—Sr. Morrelli…

—Nico —la detuve—. Llámame Nico. Después de todo, acabo


de probar tu coño, y nos vamos a casar.

Joder, me encantaba ver cómo se sonrojaba. Me hizo cosas de


la mejor manera posible.

—Nico. —Se mordió nerviosamente sus hermosos labios,


naturalmente rojos. Era la primera vez que pronunciaba mi
nombre y, como un adolescente, estaba dispuesto a estallar en
mis pantalones. Esta mujer me impactó inesperadamente—.
¿Esperas que me acueste contigo mañana?

¡Sí! Espero que tu coño esté disponible para mí todos los días y
noches, veinticuatro horas al día.

La estudié. La atracción crecía entre nosotros, pero ella se


resistía. Apostaría toda mi fortuna a que no pasaríamos una
semana entera antes de enterrarme en ella. Esta necesidad
furiosa nos estaba consumiendo a los dos.
—Bianca, mi única expectativa es que seas mi acompañante
en el evento de mañana. Como mi esposa, asistiremos a
bastantes de ellos.

Sí, quería reclamarla como mía, pero necesitaba su voluntad.


Su sumisión. Estaba ahí, bajo la superficie, esperando a que yo
la desbloqueara.

Tomó los cubiertos y empezó a cortar lentamente su ensalada,


y yo hice lo mismo con mi comida. Sus emociones eran un
libro abierto, pero sus pensamientos eran un misterio para mí.
Estaba acostumbrado a que las mujeres se arrojaran a mis
pies. Mi aspecto y mi dinero hacían que se acercaran a mí.

Pero no esta mujer frente a mí. Ella se enfrentaría a mí con


uñas y dientes si llegara a saber por qué hice esto.
Eran poco más de las siete de la mañana y me miré una
vez más en el espejo.

No tenía idea de si me veía bien. El vestido era viejo, pero me


pareció un clásico. La suave seda blanca se ajustaba a mi
cuerpo y se abría desde la cintura hasta un poco más arriba de
las rodillas. Un cinturón negro de talle alto acentuaba el
vestido y los tirantes negros dejaban mis brazos al
descubierto. Tenía un chal rosa para taparme si sentía
demasiado frío. Me debatí por unas sandalias con tacones,
pero luego decidí no hacerlo. Era demasiado temprano y
estaría más cómoda con zapatos planos.
Me recogí el cabello en una simple coleta, dejando el cuello al
descubierto. Dudé si debía maquillarme. No tenía idea de lo
que era normal en este tipo de eventos. No me gustaba la
sensación de maquillaje en mi rostro, así que opté por un
ligero colorete, máscara de pestañas y lápiz de labios. El
maquillaje había sido algo tan secundario desde que tuve a las
gemelas, se sentía inusual llevarlo en la cara.

Todo esto seguía pareciendo irreal. Fiel a las palabras de Nico,


cuando terminamos de cenar y Bear me llevó a casa, recibí
una notificación en mi correo electrónico comunicando que mi
hipoteca había sido pagada. No solo pagada, sino liquidada.

¡Pagada en su totalidad!

Pero ahora tenía otras preocupaciones que me agobiaban. La


boda que se avecinaba, la noticia que tenía que dar a los
padres de William y a mis propias hijas, debatiendo si debía
decírselo a mi madre o no. Y cómo mantener mi cuerpo y mi
corazón separados alrededor de Nico Morrelli. Porque lo que
ese hombre podía hacerme era... cielo santo. Solo pensar en su
boca, en su lengua experta en mi interior, me hacía arder de
necesidad. Era demasiado peligroso para mi libido.

El toque de Nico me abrasó la piel y el beso quedó


permanentemente impregnado en mis labios y en mi mente.
Mi reacción me sorprendió, mi deseo era más intenso de lo
que había sentido nunca. La revelación vino acompañada de
un torrente de culpa y una sensación de traición. Amaba a
William. Lo echaba de menos más de lo que cualquier palabra
podría expresar. Sin embargo, nunca había anhelado su toque
y su boca como la de Nico.

Mi intensa reacción ante Nico me preocupaba. Una cosa era


dormir con él y no sentir nada, y otra muy distinta, sentir esta
llama ardiendo por su mirada. Mis sentidos estallaron ayer
con su toque. Le temía y lo ansiaba a partes iguales. Tenía que
controlarme.

Las gemelas seguían con los padres de William. Las traerían a


última hora de la tarde. Me moría de ganas de verlas y al
mismo tiempo lo temía. No tenía idea cómo explicar este
repentino giro de los acontecimientos.

La secretaria de Nico, quienquiera que fuera, ya envió mi


aviso a mi jefe. Me molestó que no pudiera dejar eso en mis
manos. El hombre se movía demasiado rápido una vez que
decidía algo. Era condenadamente desconcertante, como un
repentino huracán arrasando con tu vida. Por supuesto, la
dimisión no cayó bien, pero no era como si pudiera explicar
que no tenía otra opción porque había robado a un jefe de la
mafia.

El timbre de la puerta, sonó. Salí corriendo de mi habitación y


bajé las escaleras. Cuando abrí la puerta, Bear estaba allí.

—¿Está lista, Srta. Morrelli? —preguntó.

Puse los ojos en blanco.

—Por favor, llámame Bianca —murmuré—. Y te equivocas de


apellido. —No respondió, así que miré a mi alrededor—.
¿Dónde está el otro tipo?
—Acabo de despedirlo —respondió. Bear me explicó que
tendría a otra persona vigilando mi casa durante la noche. Me
sentí culpable que pasara tanto tiempo lejos de su propia
familia. Era innecesario tener a alguien vigilando la casa. El
otro hombre se quedó fuera, en el coche, y en realidad nunca
lo vi, lo cual me pareció bien. Habría sido incómodo dormir
con extraños bajo mi techo.

Bear me acompañó al vehículo, un Bentley oscuro. Me deslicé


sobre el suave cuero del asiento trasero. El coche más lujoso
en el que había estado era un Mercedes de diez años. ¿De
verdad la gente vivía así? Parecía surrealista.

El cielo azul claro se extendía sobre la bahía. Algo dentro de


mí brillaba esperanzada, sabiendo que este hogar estaría aquí
de forma permanente. Mío para siempre.

Tal vez... solo tal vez las cosas se resolverían.

En una hora estábamos en el centro de Washington D.C., y


agradecí no tener que volver a conducir hasta la ciudad. Era
mucho mejor depender de un conductor para llegar al lugar
necesario. En lugar de agarrar un volante, apreté las manos
hasta que se pusieron blancas. Estaba nerviosa. Cada
kilómetro me acercaba a Nico, y cada hora que pasaba me
acercaba a la condenada boda.

Pero, no obstante, la esperanza perduró en mi corazón.

Ver a Nico me puso de los nervios. Prefería no verlo y


mantener las distancias, al menos hasta el día de la boda. La
forma en que mi cuerpo reaccionaba ante él no era buena.
Amenazaba con la posibilidad que Nico Morrelli fuera
empujado a un rincón oscuro y me aprovechara de él. La
abstinencia que había ejercido durante los últimos dos años
claramente no me había servido de nada. Will y yo no
habíamos intimado antes de su muerte. Estábamos superando
el obstáculo de su infidelidad antes de ponerse realmente
enfermo, pero ahora mis hormonas se estaban poniendo al día
diez veces. Mi cuerpo no podía decidir si estar asustado por
Nico Morrelli o excitarse.

El vehículo se detuvo y la puerta se abrió inmediatamente.

—Bianca. —La profunda voz de Nico me impregnó y un


escalofrío recorrió mi espalda. Era una reacción tan mala para
este hombre. Levantando la cabeza, tomé su mano extendida
y me encontré con sus ojos grises como el acero. El aroma con
el que me había familiarizado tanto en las últimas
veinticuatro horas permanecía a su alrededor, invadiendo mis
pulmones, haciéndome cosas.

Llevaba su característico traje de tres piezas con una camisa


blanca como la nieve. Como un imán, mis ojos se dirigieron a
su cuello, deteniéndose en el cuello de su camisa blanca. Tenía
que haber un tatuaje debajo, estaba segura, y de alguna
manera la idea de quitarle la ropa y verlo era estimulante.
Quería trazar la tinta con mis dedos o mi lengua, su piel
aceitunada me hacía la boca agua. Bueno, había una gran
ventaja en casarse con este mafioso.

¡Dulce Jesús! ¡Contrólate, mujer!


Después de la pequeña indiscreción de ayer en el restaurante,
me puso muy nerviosa estar cerca de este hombre. Ayer, perdí
el sentido del tiempo y del lugar mientras me devoraba en
medio del restaurante. ¡Me devoró! Y yo quería más.

Jesús, solo pensar en ello me puso caliente y molesta de


nuevo. Tenía que mantener alguna apariencia decente. Un
toque y era un charco derretido, lista para otra ronda del
increíble orgasmo que me dio.

Una vez fuera del coche, tiré suavemente de mi mano y me


alejé un poco. Necesitaba espacio de este hombre.

Los ojos de Nico se oscurecieron, y no se me escapó que mi


movimiento le disgustó. Ignorando su reacción, miré a mi
alrededor para ver dónde estaba exactamente. Por si acaso
tenía que correr. Nunca se sabía con estos mafiosos.

Nico metió sus manos profundamente en los bolsillos del


pantalón y la decepción se acumuló en la boca de mi
estómago. Casi esperaba que me agarrara la mano y me
besara bruscamente. Sí, era oficial. Bianca Carter ha perdido la
cabeza.

Se veía absolutamente magnífico; nadie podía culparme por


querer devorarlo. Ese cuerpo fuerte y musculoso que había
sentido ayer bajo mis dedos. No había nada fuera de lugar
cuando se trataba de este hombre. Al menos en lo que
respecta a la apariencia. La forma en que su traje se ceñía a su
cuerpo hizo que me flaquearan las rodillas, y tuve que tragar
duro, apartando de mi mente más pensamientos
inapropiados.
Las comisuras de su boca se inclinaron hacia arriba mientras
me observaba, como si pudiera leer mi mente.

Se inclinó y me dio un beso en la mejilla.

—Estás preciosa —murmuró con su profunda voz contra mi


piel. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y fui a
apartarme cuando me susurró al oído—. Recuerda que eres
mi prometida. No te alejes.

Rodeó mi cintura con su brazo y tiró suavemente del lóbulo


de mi oreja con los dientes, como si quisiera demostrar algo.
La electricidad se disparó por mi cuerpo, como nunca antes
había sentido. Dos días con este hombre. Solo dos días y ya
me sentía más excitada que en toda mi vida.

¿Qué me está haciendo este hombre? Tenía que recuperar el control


de mi cuerpo.

Lo miré, sin palabras. Toda mi vida se estaba descontrolando.


Sintiéndome demasiado expuesta y vulnerable ante este
hombre peligroso, intenté empujar todas mis preocupaciones
hacia el fondo, en algún lugar oscuro, mientras sostenía su
mirada.

—¿Vamos? —insistió.

Asentí, y su mano se deslizó hasta la parte baja de mi espalda


mientras me conducía hacia el edificio. El fino material del
vestido apenas era una barrera. Todo en él gritaba dinero y
peligro, mientras que todo en mí gritaba sencillez. Me
encontraba fuera de mi elemento.
Sería la oveja que el lobo de comió.

Basta. Solo tengo que mantener a mis niñas a salvo. Y conseguir un


poco de sexo mientras estoy en ello.

Me reprendí en silencio. Me estaba descontrolando. Tal vez


era hora que me consiguiera algunos juguetes sexuales y me
liberara de esta tensión sexual. Tenía que hacer algo.

—¿Sabes que tienes un apodo? —solté, tratando de pensar en


cualquier cosa que no fuera su cuerpo cálido y duro o sus
manos sobre mí. Levantó una ceja, esperando que
continuara—. El lobo. —Cuando permaneció en silencio, me
puse nerviosa—. O algo así —murmuré—. No se me ha
ocurrido a mí, solo lo he leído en alguna parte. —Tragué
fuerte, maldiciendo mi estupidez—. No dispares al mensajero.

Siguió un tenso silencio.

—Sí, sé lo del apodo —respondió—. Al principio lo obtuve


porque podía olfatear información sobre cualquiera. Me gusta
la caza. —Espera, ¿qué? ¡Oh, no! Estaba condenada, joder—.
Luego se quedó porque supuestamente tengo los rasgos de
personalidad de un lobo.

Mis cejas se fruncieron. Eso podría tomarse de muchas


maneras diferentes.

—¿Cómo qué?

—Siempre voy por el cuello.


—Oh. —Bueno, eso fue incómodo. No estaba muy segura de
si su respuesta significaba que así mataba o algo más, y no
tenía intención de pedirle que lo aclarara.

—¿Es aquí donde trabajas? —le pregunté en cambio mientras


nos acercábamos al edificio.

—Algo así. Soy el dueño —respondió.

—Oh.

Supongo que no debería sorprenderme. Los Morrelli poseían


la mayor parte de las propiedades inmobiliarias de primera
categoría en Maryland y Washington D.C. No podía ni
imaginarme el precio de dichas propiedades en el centro de
D.C. Con todos los acontecimientos que habían sucedido,
sentí que no había hecho los deberes adecuados sobre Nico
Morrelli, pero ahora deseaba haberlo hecho. Lo único que
sabía con certeza es que, era despiadado y un criminal.

—Entonces, ¿qué más haces además de ser un criminal? —


Noté su mirada ligeramente sorprendida.

—Eres valiente, Cara Mia. —O estúpida, pensé para mis


adentros. Probablemente no pensó que lo fuera.

No sabía qué me poseía para ser sarcástica con él. No podía


soportar el silencio, mis nervios estaban bastante fritos y mi
cerebro infestado de lujuria me ponía de mal humor. Junto
con el conocimiento de tener que explicarles de alguna
manera a mis hijas y a mis suegros sobre esta ridícula boda,
me tenía muy alterada.
—Tengo algunas empresas de construcción, pero paso la
mayor parte de mi tiempo comprando grandes parcelas de
inmuebles y convirtiéndolas en propiedades comerciales —
me dijo mientras me empujaba hacia su edificio—. Todas
están bajo la empresa que inició mi bisabuelo por parte de mi
madre, Nico Cassidy. También soy propietario de Cassidy
Tech.

—Así es —murmuré, frunciendo el ceño—. Debería haber


sabido que el negocio de la construcción pertenecería a
alguien como tú. Cassidy a nivel mundial, ¿verdad?

—Sí.

Su compañía prácticamente demolió la empresa de


construcción de John.

John era un amigo íntimo de la familia, tanto para William


como para mí. Incluso fue el padrino de nuestra boda. La
Local John Construction perteneció a su familia durante tres
generaciones y la empresa inmobiliaria de Nico los estaba
aplastando. En los últimos quince meses, Worldwide Cassidy
compró la mayoría de sus contratos. Nunca hice una conexión
entre Morrelli y Cassidy. Ni siquiera estaba segura que fuera
de dominio público.

¡Y Cassidy Tech! Eran una de las mayores empresas de


informática del mundo. Se decía que podían ocultar la huella
de cualquiera en la red, borrar toda la identidad de alguien en
línea y darle un nuevo comienzo sin tener que cambiar su
apariencia. Un día eras Bianca Carter y al siguiente alguien
completamente diferente. Por supuesto, no había pruebas
concretas que respaldaran esos rumores.

¡Es tan jodidamente injusto! Me vendrían bien esos servicios.

Deteniéndome repentinamente, me volví hacia él.

—No creo que me guste tu compañía.

Su única reacción fue una ceja levantada. No podía


interrogarlo sobre Cassidy Tech porque no podía saber si
algún día necesitaría una nueva identidad. Pero la empresa de
construcción Worldwide Cassidy... para eso sí podría.

—Tu empresa es enorme y posee tanto —continué—, pero en


lugar de permitir que las pequeñas empresas locales florezcan
en sana competencia, las aplasta.

—¿Y de dónde has sacado esa información?

—John Martin, propietario de Local John Construction, es un


amigo de la familia. Tu empresa ha estado detrás de él y
perjudicando su negocio durante más de un año. John es un
gran hombre.

Algo brilló en sus ojos, pero antes de poder precisarlo, su


mandíbula se tensó, su expresión se oscureció y se volvió
ilegible como siempre.

—Si no recuerdo mal —su respuesta fue cortante, fría y


burlona—, le ofrecimos un paquete muy generoso por su
empresa, más de lo que vale en el mercado.
Observé a este hombre despiadado que tenía tanto. Era obvio
que no necesitaba la parte del negocio de John. La gente
caminaba a nuestro alrededor, pasando por delante de
nosotros, mientras estábamos en el vestíbulo de mármol de su
edificio. Riqueza y dinero a nuestro alrededor, él tenía mucho
más que la mayoría de la población de este planeta. ¿Qué
podría significar para él una pequeña empresa de
construcción local? No era ni siquiera un parpadeo en su
radar.

Tal vez si le explicara lo que esa empresa significaba para


John, podría ayudarlo a ver que lo que estaba haciendo estaba
mal.

—El padre de John murió construyendo esa empresa. —Ni


siquiera me di cuenta que mi mano se extendía hacia él y mi
palma se posaba sobre su pecho. Su calor y su aroma
almizclado se filtraron en mí, envolviéndome—. Trabajaba en
sus proyectos de construcción junto con su equipo. Durante
uno de ellos, un tubo de hierro atravesó su pecho y lo mató.
John solo tenía diecisiete años en ese momento. Nunca
podrías poner precio a eso.

No estaba segura que me hubiera escuchado, sus ojos eran


oscuros e intensos. Cuando terminé de hablar, su mirada se
desplazó hacia el lugar donde mi mano descansaba sobre su
pecho, y rápidamente retiré mi mano. Sin otra palabra, tomó
esa mano entre las suyas y nos dirigimos al ascensor cogidos
de la mano.
No sabía si había ayudado a John o lo empeoré. Pero lo olvidé
en el momento en que Nico tomó mi mano. Toda mi atención
se centró en su gran mano sosteniendo la mía, el calor
extendiéndose por mi cuerpo. Tocar a este hombre era como
entrar en una ola de calor.

Una sola mirada suya y ya estaba ardiendo por todas partes.


Un solo toque y era como una perra en celo. ¡Totalmente no es
bueno!

Entramos en el ascensor, los dos solos, y en cuanto se cerró la


puerta, me empujó hacia él y me preguntó.

—¿Has tenido una relación sentimental con él?

Totalmente confundida, me pregunté de qué estaba hablando.

—¿Quién?

—John Martin.

—Dios no —le respondí, mirándolo fijamente atónita—. John


y William eran amigos, fue el padrino de nuestra boda. Nos
ayudó con la renovación de nuestra casa. Estábamos sin
dinero y apenas pudimos financiarla, pero me enamoré de
ella. Todo el esfuerzo en esa casa fue nuestro propio sudor y
trabajo.

¿Por qué acabo de decirle todo eso?

Sus ojos se clavaron en mí, como si evaluara si le estaba


mintiendo o manipulando. Continué.
—No he hecho un buen trabajo para mantenerme en contacto
con él desde la muerte de William. John llama de vez en
cuando o se pasa por la casa para ver cómo estamos. También
vive en Gibson Island y lo veo, pero es un amigo de la familia.
Las niñas lo llaman tío John.

Me incliné más cerca, observando a Nico, como si tratara de


convencerlo para que me creyera. ¿Qué pasaba con este
hombre? Constantemente me hacía sentir esa irracional y
magnética atracción hacia él. No le dije a Nico que había
mantenido a todo el mundo alejado desde la muerte de
William, asustada por las consecuencias que, estaba segura,
traería gastar el dinero de la mafia. El dinero de Nico. Y justo
cuando me relajé, el karma decidió jugar.

—¿Tus niñas?

—Sí, mis gemelas.

Me pregunté qué pasaba por su mente. Este hombre no tenía


sentido para mí. Apoyó la palma de la mano en la pared del
ascensor. Con la otra mano, tomó mi barbilla entre sus dedos.
Hipnotizada, lo vi inclinar la cabeza hacia mí, y en el
momento en que sus labios tocaron los míos, todos los
pensamientos me abandonaron. Mis ojos se cerraron,
disfrutando de todas las sensaciones que su beso provocaba.
Su familiar fragancia entró en mis pulmones y, sin darme
cuenta, mis manos rodearon su nuca y presioné mi cuerpo
contra sus duros músculos.

Un calor lánguido se extendió por mi cuerpo. Echaba de


menos la cercanía física de un hombre. Esa tenía que ser la
razón por la que reaccionaba con tal intensidad ante él.
Llevaba tanto tiempo sola. Mi boca se abrió para dejarlo
entrar. Como si obtuviera el permiso que necesitaba, su beso
se volvió duro, su lengua explorando mi boca, burlándose,
reclamando. Me encantó su calor, el contacto de nuestros
cuerpos. No me hacía ilusiones de poder resistirme a él. Si me
decía que me desnudara, temí hacerlo con demasiada avidez.

El latido de mi corazón retumbó en mis oídos. Sus labios


besaron una línea lenta hasta mi cuello, mientras su otra mano
se encontraba en mis muslos. Cada roce y cada beso hacían
vibrar mi cuerpo y mis piernas. Pasó sus grandes manos por
mis costados, rozando mis pechos y bajando hasta mis
caderas. Me levantó el vestido, y su áspera mano, rozó la
suave piel de mi muslo interior.

Mis sentidos estallaron por el ardor y la longitud de él


presionando contra mí. Su erección presionó contra mi
estómago y un pensamiento atravesó mi cerebro, aturdido por
la lujuria. Al menos está tan afectado como yo.

Me mecí contra él para aumentar la fricción, mientras su boca


volvía a estar en mi garganta, presionando besos calientes y
húmedos sobre mi piel. Mi cabeza cayó hacia atrás contra la
pared del ascensor, en un suave gemido. Este hombre me
estaba matando con su boca. Y con sus dedos. Los rozó sobre
el fino material de mis bragas, la única barrera entre sus
expertos dedos y mi coño desnudo.

—Por favor —respiré, necesitando más. Lo deseaba tanto,


maldita sea.
Retiró la mano que tenía presionada contra la pared del
ascensor y la envolvió alrededor de mi cuello. La fuerza de su
agarre me golpeó directamente en el pecho. Pero no sentí
miedo. Nuestros ojos se encontraron, había un brillo
pecaminoso en su mirada primitiva y hambrienta mientras
me sostenía a su merced. En ella, también había un deseo
ardiente. También lo tendría a mi merced.

No le temía. En este momento, quería cada parte de este


hombre, ya fuera buena, mala o fea. No me importaba. La
mujer cuerda que había dentro de mí había desaparecido. Me
arqueé, inclinando la cabeza hacia atrás, ofreciéndole mi
cuello y un gruñido bajo y salvaje salió de su boca. Sus labios
volvieron a chocar con los míos, magullándome con su
intensidad.

El pulso se precipitó en cascada por mis venas como una


avalancha y terminaron entre mis piernas. El dulce ardor
entre mis muslos crecía con cada segundo, exigiendo ser
satisfecho. Y el vacío palpitaba entre mis piernas,
volviéndome loca de necesidad. Empujando su mano áspera
en mi coño, de mi garganta salieron sonidos vergonzosos que
nunca me había oído emitir.

Desde el rincón más lejano de mi mente, registré un grito


ahogado, pero el deseo se apoderó de mí, y lo ignoré todo
mientras me presionaba más contra Nico, chupando su
lengua.

—Disculpe. —La voz de un desconocido nos sacó a Nico y a


mí de nuestro momento.
—Joder —murmuró contra mis labios. Sus ojos eran charcos
de plata oscura, el deseo en ellos reflejaba lo que mi cuerpo
sentía. Su gran cuerpo me ocultaba de la vista.

Deslicé mis brazos desde su cuello, bajando por su duro


cuerpo, la vergüenza y el bochorno quemando mis mejillas.
Perdí el control. Cada vez que este hombre me tocaba, todos
mis sentidos huían. Era una sensación peligrosa, pero
malditamente adictiva.

—Denos un momento —le dijo al hombre que estaba fuera del


ascensor.

Mi respiración agitada contrastaba con la suya, uniformes.


Ambas manos descansaban sobre su pecho, su calor bajo las
yemas de mis dedos. Me pregunté cómo se sentiría su piel
bajo mi tacto. A su alrededor, me sentía viva de nuevo, una
mujer completamente diferente. Sin embargo, él parecía estar
bien. Si no fuera porque su erección me presionaba, habría
creído que no estaba afectado por lo que acabábamos de
compartir. Era mucho mejor que yo, ocultando sus reacciones.

El rasgo necesario de un criminal, supuse.

Con desgana, mis manos cayeron, extrañando ya su cuerpo.

—¿Estás bien? —preguntó sin moverse. No le importaba


nadie de los que nos rodeaban. Su sola presencia imponía
obediencia y respeto, supuse. Nadie se atrevería a reprocharle
por haber retrasado el ascensor.
—Sí. —Quería más de lo que acabábamos de compartir, pero
no se lo diría. Tenía que mantener cierta apariencia de
dignidad.

Como si hubiera escuchado mis pensamientos, depositó un


suave beso en la comisura de mi boca. Como si fuera mi imán,
mi cuerpo se inclinó hacia él. Tuve que evitar girar la cabeza
para encontrarme con sus labios. Mi intensa reacción tenía
que ser el resultado de haber estado sola durante tanto
tiempo. De lo contrario, este hombre me destruiría, y yo me
extinguiría como las brasas tras las llamas. Se enderezó,
retirando el brazo de la pared del ascensor y todo rastro del
hombre apasionado desapareció. Fue como si se hubiera
activado un interruptor, y tuve que parpadear para
asegurarme que lo estaba viendo bien.

¿Cómo pudo apagar sus sentimientos tan rápidamente?

Me pasé las manos ligeramente temblorosas por el vestido,


nerviosa. No podía activar y desactivar mis sentimientos de
esa manera. Pero era bueno comprobarlo de primera mano y
permanecer atenta sin perder la cabeza.

Puso su mano en la parte baja de mi espalda y juntos salimos


del ascensor a una gran sala llena de personas
entremezcladas, con bebidas en la mano. Desde todos los
rincones de la sala nos miraban, aunque algunos fingían no
mirar hacia nosotros.

—¿Qué clase de fiesta es esta? pregunté, dándome cuenta


demasiado tarde que nunca pregunté el propósito de la
misma.
Algunas personas observaban abiertamente, susurrando entre
ellos.

No te preocupes por ellos, Bianca. Cuando todo estuviera dicho y


hecho, nunca los volvería a ver. Estos extraños no importaban,
solo la seguridad de mis niñas. Este hombre me ofrecía algún
tipo de protección mientras yo averiguaba cómo salir de este
lío.

Sí, me dije. Él me está usando, y yo lo estoy usando a él.

Algo en mi interior me advirtió, pero lo ignoré.

—Hemos cerrado un gran negocio inmobiliario en Italia. —No


había jactancia en su voz, ni emoción ni orgullo. Era una
adquisición más para él—. En la costa de Amalfi.

Había una mirada extraña en sus ojos mientras indicaba la


ubicación de la propiedad.

—Estupendo —le dije, preguntándome si me estaba


perdiendo algo. Tal vez necesitaba una palmadita en la
espalda—. Enhorabuena. Es mi parte favorita de Italia.

Su ceja se arqueó con sorpresa.

—¿En serio?

—Sí. Tengo algo de familia allí.

Continuó observándome y empecé a preguntarme si me había


perdido algo.

—Bianca. —Giré la cabeza en dirección a la voz del hombre.


Era Gabito, el novio de Angie, con otra mujer del brazo. Era
muy atractiva, sus mechones rubios caían suavemente en
cascada por sus hombros. Llevaba un vestido rojo brillante
que combinaba bien con su tez y su cabello rubio. Ambos se
acercaron a nosotros con una amplia sonrisa en sus rostros.
Deteniéndose a un metro de nosotros, Gabito se inclinó y besó
mi mejilla, lo que me hizo ponerme rígida. No era un saludo
al que estuviera acostumbrada por parte de desconocidos.

—Encantado de verte de nuevo —me saludó—. Esta es mi


esposa.

Me quedé mirando atónita a su mujer que acababa de


presentar. ¡Estaba casado! ¿Lo sabía Angie?

Extendió la mano con una sonrisa amistosa pero fría.

—Hola, soy Jenna Palermo. —Su voz era melodiosa, pero sus
ojos estaban puestos en Nico, devorándolo. Palermo, ¿por qué
me resultaba tan familiar ese apellido?

Palermo, Palermo. Busqué en mi memoria, pero no encontré


nada. Estaba segura de haber escuchado ese nombre antes.

—¿Y tú eres? —dijo, volviendo su atención hacia mí con una


sonrisa falsa.

Instintivamente, supe que no me gustaba ver a otra mujer con


Nico. Unos celos ridículos me invadieron, aunque
rápidamente los aplasté. No tenía sentido estar celosa, Nico y
yo solo teníamos un acuerdo de contrato matrimonial.
Aunque los besos del hombre eran una especie de pecado
delicioso.
Lo llamaré una ventaja de este acuerdo, reflexioné.

—Jenna, te presento a mi prometida —respondió Nico—.


Bianca.

Los ojos de Jenna se agrandaron, mirando entre los dos,


confusa. Probablemente se preguntaba qué veía Nico Morrelli
en alguien como yo.

Una delincuente, pensé irónicamente. Solo podía imaginar las


reacciones si se enteraban de cómo había surgido esto.

—¿Cuánto hace que os conocéis? —preguntó Jenna, con sus


fríos ojos azules mirando la mano de Nico en mi cintura y
luego de vuelta a él. Prácticamente estaba desmayada por él.
No tuve que mirar a Nico para saber que lo notaba. Ese
hombre se daba cuenta de todo.

Sentí que su brazo me rodeaba, acercándome y, por alguna


estúpida razón, calentó mi pecho. Sí, tan tonta.

—Durante un tiempo —le contestó Nico.

Jenna tocó juguetonamente su bíceps, y supe que era solo para


poder poner sus manos sobre él. Me dieron ganas de golpear
su mano y sisear, mío. La envidia y el odio brillaron en sus
ojos. Los celos no eran una buena imagen para ella, pero
tampoco para mí.

—Tú diablo. Pensé que hace tres meses, estabas involucrado


con esa modelo. ¿Cómo se llamaba?

Nico no se molestó en contestar, así que continuó con un tono


dulce, observándome con veneno en sus ojos.
—Te mantuvo en secreto —dijo arrastrando las palabras con
una sonrisa falsa en su rostro—. ¿Me pregunto por qué?

—Tal vez porque yo también lo mantuve en secreto —


repliqué secamente, molesta que tratara de ponerme celosa y
más aún porque estaba funcionando—. Nos gusta mantener
nuestra relación así de excitante —añadí con dulzura.

El veneno salió de sus ojos y tuve que morderme el interior de


la mejilla para no sonreír.

Nico se inclinó, con su cálido aliento en mi oído.

—¿Mi mujer está celosa?

Escalofríos recorrieron mi espalda, al tenerlo tan cerca de mí.


Lo miré de reojo y luego puse los ojos en blanco. ¡Mi mujer! El
hombre era absolutamente bárbaro. Sin embargo, mis
entrañas se derritieron ante la afirmación y, mentalmente, me
reprendí.

Volviendo mi atención a la extraña pareja, noté que Jenna


observaba mi mano izquierda con el anillo de compromiso,
con una clara envidia en su rostro. Si ella supiera que todo
esto era un arreglo falso.

—Guau, ese anillo es precioso —complementó—. Nico


siempre supo cómo hacer que una mujer se sintiera especial.

—Mmm. —No podía comentar nada al respecto ya que


apenas conocía al hombre. Pero pensar en él con otra mujer no
me gustaba.

Es solo porque es muy hábil besando, me decía a mí misma.


Toda esta situación era un poco jodida. Jenna coqueteaba con
Nico y trataba desesperadamente de ponerme celosa. Al
mismo tiempo, su marido estaba viendo a Angie. Tal vez esos
dos necesitaban un gran replanteamiento matrimonial. No
creía en el engaño. Sabía de primera mano lo perjudicial que
podía ser para una familia.

La infidelidad de William dejó cicatrices invisibles que aún


forman parte de mí. Tomamos la decisión consciente de
trabajar en nuestra relación y permanecer juntos. Sí, lo amaba,
pero una vez rota la confianza, era como volver a juntar los
pedazos de un vidrio roto. Nunca encajaba igual.

El recuerdo hizo que me pusiera rígida en los brazos de Nico.


Era algo en lo que evitaba pensar. Algunos fantasmas es mejor
no molestarlos. Su indiscreción sucedió en los primeros días
de su diagnóstico. Lo achacó al impacto y comprensión
porque iba a morir. Al menos eso fue lo que me dijo.

—Me encanta que vayamos a verte más por aquí, Bianca —


anunció Gabito, con una sonrisa genuina en su rostro. Yo, en
cambio, esperaba no verlo, ni a su mujer que miraba
embobada a Nico—. La boda será el evento del año. ¿Habéis
fijado ya la fecha?

El corazón me dio un vuelco al pensar en la boda. Intenté no


pensar en ello, ya que hacía que mi ansiedad aumentara cada
vez que se me pasaba por la cabeza.

—Sí, la semana que viene. —contestó secamente Nico, y


seguidamente cambió el tema por otro de trabajo.
Gabito y su mujer se entretuvieron hablando de un proyecto
que no tenía sentido para mí, así que dejé de prestar atención.
Mis pensamientos viajaron a aquella noche en la que William
volvió a casa con lápiz de labios en el cuello.

—William, ¿estás borracho? —Por la forma en que tropezó estaba


segura que había estado bebiendo.

Sonrió con esa sonrisa de niño, que normalmente le daba un pase


libre.

—Solo un poquito.

—¿Un poquito? —repliqué, molesta. Las gemelas habían estado


enfermas, la preocupación por mi marido y la falta de sueño me
hacían estar excesivamente malhumorada—. Hueles como un
maldito bar.

Se tambaleó hacia mí, con paso inseguro.

—No te pongas en plan remilgada.

Mis cejas se dispararon. ¿Qué? El. Joder...

—Solo he tomado unas copas.

Fue entonces cuando lo vi. Entrecerrando los ojos, me incliné más


hacia él.
—¿Es eso lápiz de labios en tu camisa?

Le señalé el cuello de la camisa y él miró hacia abajo, como si pudiera


ver algo.

—¿Dónde?

—¿En tu cuello?

Al levantar la cabeza, pude ver que buscaba una respuesta, pero


estaba demasiado borracho para pensar rápido.

—¿William?

—Me encontré con una mujer. —Se me escapó un jadeo—. Antes de


sacar conclusiones precipitadas, fue para un trabajo paralelo. Algo
que nos haga ganar dinero extra.

—¿Qué tiene que ver eso con el lápiz de labios en tu camisa?

—Es europea o algo así —murmuró—. Me dio un beso de despedida


y debió dejar una mancha allí.

—¿Quién es ella? —le pregunté, sin saber si debía creerle.

—Jenna Palermo.

¡Palermo! Ahí fue donde escuché ese nombre antes. Jenna


Palermo conectó a William con el trabajo paralelo para los
Morrelli. Me enteré semanas después que realmente se acostó
con ella.

Mis oídos zumbaron, la furia y la adrenalina se mezclaban en


mis venas. Quería cruzar y abofetear la cara de esa mujer. O al
menos arañarla. Mi ira ardía con una peligrosa necesidad de
venganza y de hacerla sufrir. Algo oscuro me arañó el pecho,
queriendo clavar un cuchillo en el suyo, para que sintiera el
dolor físico. Igual que lo había sentido yo en mi corazón
cuando me enteré de su infidelidad.

Las mujeres como ella, simplemente se limitan a tomar, sin


importar lo que las consecuencias puedan significar para los
demás.

Y ahora, ella estaba aquí tratando de envolverse alrededor de


Nico. No es que tuviera ningún derecho sobre este hombre.
Pero me molestaba que coqueteara con él delante de mí,
independientemente de si nuestro acuerdo fuera falso o no.

Nico finalmente cortó a la pareja.

—Bianca y yo tenemos que irnos.

Me rodeó con su brazo y nos alejó de ellos. Respirando


profundamente, tratando de controlar la ira que llevaba
dentro, exhalé lentamente. Luego respiré profundamente otra
vez. Mi temperamento siempre ha sido mi perdición.

—¿Qué pasa? —La voz de Nico era baja, así que solo yo podía
escucharlo.
Ahora no era el momento ni el lugar para interrogarlo sobre
Jenna, o sobre por qué le consiguió a mi marido un trabajo
paralelo con él. Alcé los ojos hacia él, buscando en su rostro.
Deseaba poder obtener mis respuestas con solo mirarlo. Era
un enigma para mí, mientras sus ojos me estudiaban.

Me apartó a un lado, lejos de todo el mundo. Una vez que


estuvimos en el lado opuesto de la sala, lejos de la multitud,
finalmente habló.

—Habla conmigo —ordenó.

Tomé una respiración estrangulado y luego exhalé


lentamente.

—Jenna y William estuvieron... —Ni siquiera pude terminar


la frase, el dolor de la traición seguía siendo una herida que
no cicatrizaba—. Ella le consiguió el trabajo en el barco
contigo. —No pude saber por su expresión si estaba
sorprendido o no—. Ella y William tuvieron algo. ¿Tú y esa
mujer...?

La sorpresa brilló en sus ojos, pero rápidamente se


recompuso.

—No. —Su respuesta fue firme, corta, sin rastro de engaño en


sus ojos y un suspiro de alivio me abandonó—. Jenna Palermo
y yo nunca tuvimos ninguna relación física. ¿Por qué?

No quería formar parte de ningún triángulo. Mi matrimonio


con Nico, sería solo un acuerdo temporal, pero sería fiel
mientras estuviéramos casados. Quería a mi madre, ella había
sacrificado su vida por mí, para poder tener mejores opciones.
Sería una decepción si me metiera en un triángulo amoroso.
No sería capaz de mirarme al espejo nunca más. Para mí, ser
la otra mujer era una especie de hundimiento. El saber que
estaba reducida a ser la otra mujer destrozó a mi madre.

Sonreí con nerviosismo.

—No quiero... —¡Cómo explicarle que no creía en el engaño,


que odiaba la mentira y la infidelidad porque mi padre
biológico utilizó a mi madre de esa manera y ella sufrió!
¡Horriblemente!—. Angie me dijo que estaba saliendo con
Gabito. Y luego verlo con su esposa y ella estaba...
coqueteando contigo. Y después recordando el nombre y la
confesión de William que se acostó con esa mujer. —Las
palabras brotaron de mis labios, con el corazón acelerado por
el nerviosismo—. No entiendo las infidelidades. No está bien.

Probablemente me hizo sonar estúpida. Que así sea. Podría


esperar hasta nuestro divorcio para seguir con sus asuntos.

—No tengo una amante —dijo suavemente, con su boca cerca


de mi oído—. Y ya te lo he dicho, Bianca. Solo pretendo
tenerte en mi cama a ti.

El alivio se extendió por mi cuerpo y, sin pensarlo, lo rodeé


con mis brazos. Él me devolvió el abrazo, y se sintió tan bien
al estar en sus brazos de nuevo. Protegida. Ansiaba su
cercanía. Mi larga abstinencia me había convertido en una
idiota.
—Es una estupidez —murmuré contra su pecho—, pero si
quieres ser infiel, espera a que termine nuestro contrato
matrimonial.

Si alguien me hubiera dicho que tendría esta conversación con


un hombre con el que iba a casarme, me habría reído. Y una
cabeza de chorlito en eso.

—¿Qué hay de ti y de John Martin? —Su pregunta me


sorprendió, y levanté los ojos para encontrar su mirada.

—No —le dije—. John es un amigo. No podría hacer este


acuerdo matrimonial si fuéramos más que amigos.

—Bien —dijo, con una sonrisa de satisfacción en su rostro—.


Porque ya te he dicho que no comparto. Así que vamos a
seguir así. No vamos a ver a otras personas fuera de nosotros
mientras estemos casados.

Debo estar perdiendo la cabeza porque asentí con entusiasmo.

—Que empiece la cuenta atrás —bromeé, aunque en realidad


no tenía gracia.

Durante el resto de la fiesta, nos mezclamos y conversamos


con otras personas. A diferencia de William, que solía
desaparecer y dejarme sola en las reuniones sociales, Nico fue
muy atento y me presentó a todo el mundo como su
prometida. Todas las personas se esforzaban por ser más
amables, excepto las mujeres. Pero yo sonreía y hacía mi
papel.
Nico no tardó en dejarse arrastrar por su negocio. No pude
evitar preguntarme si era su negocio legítimo o ilegítimo.
Pero en realidad no era asunto mío, y era mejor que no lo
supiera.

Me quedé rodeada de desconocidos y esposas trofeo,


sintiéndome ligeramente perdida. Apenas eran las diez de la
mañana, pero las mujeres iban vestidas como si esperaran
salir de fiesta. Sin lugar a dudas, yo llevaba el vestido más
sencillo del lugar.

Los temas de conversación eran irrelevantes. Vacaciones en


Niza, yates atracados en Venecia e Ibiza, juegos de azar en los
casinos de Montecarlo. Y ahí estaba la antigua y pequeña yo.
Había pasado los últimos cuatro años siendo madre y esposa.
Nada más.

Ah, y una ladrona reciente, me recordé. Después de todo, así fue


como me encontré en este aprieto.

Me excusé del círculo de mujeres y hombres y me dirigí al


gran balcón del lado opuesto de la sala.

Las grandes puertas francesas de cristal estaban abiertas de


par en par y el aire fresco volaba a través de ellas. No podía
creer que el balcón estuviera vacío, era el mejor lugar de esta
planta. En cambio, toda la gente se apiñaba en el interior,
como si quisieran asegurarse de ser vistos.

Salí al gran balcón de mármol, respiré profundamente y dejé


que el aire fresco entrara en mis pulmones y que los sonidos
de la ajetreada calle de abajo me invadieran. La vista que tenía
delante era increíble. El National Mall se extendía hasta donde
alcanzaba la vista, con el Capitolio de Estados Unidos en el
extremo oriental y el Monumento a Washington en el
occidental. Me asomé al balcón con la esperanza de ver el
Monumento a Lincoln.

Era el monumento favorito de mi padre. Me enseñó todo y


muchas de sus lecciones giraban en torno a las citas de
Lincoln.

Recuerda siempre, Bianca, incluso ahora puedo escuchar su voz.


Seas lo que seas, sé buena. Y destruye a tus enemigos haciéndolos
tus amigos.

Tenía toda la razón.


Me encontraba en la sala de conferencias con Jack
Callahan, jefe de la mafia irlandesa de la Costa Este, y su
sobrino mientras terminaban la llamada telefónica con Cassio.
La única barrera entre nosotros y el resto del grupo era la
pared de cristal esmerilado que nos proporcionaba la
intimidad que necesitábamos. La reunión con Jack era para
cerrar los acuerdos sobre la deuda que tenía con Cassio. La
deuda se pagaría en forma de matrimonio, salvo que Jack no
conocía el señuelo.

Sin embargo, pronto lo descubrirá, pensé con ironía. Y


entonces seguro que la mierda se desbordará.
No pude evitar que mis ojos buscaran constantemente a
Bianca, para asegurarme que estaba bien. Después de esa
pequeña información que me contó Bianca, envié una nota a
Leonardo para que investigara a fondo a Jenna a través de
Cassidy Tech y de cualquier recurso que tuviéramos.
Necesitaba todos los detalles sobre las actividades de Jenna
Palermo en los últimos dos años. La utilicé para tenderle la
trampa a William, para darle el negocio paralelo. Me
aproveché de la debilidad de William por las mujeres, en
particular las rubias. Jenna nunca cuestionó por qué
necesitaba que William hiciera un trabajo para mí, y no sabía
ningún detalle o razonamiento detrás de ello. Pero su trabajo
nunca fue acostarse con él.

Aunque me pareció extraño que se acostara con William


Carter. Al menos Bianca parecía pensar que lo había hecho.
William no era el tipo de hombre que Jenna solía buscar, a
menos que estuviera trabajando. Esa mujer era una serpiente
en la hierba, siempre buscando hombres con dinero, poder y
dispuesta a hacer cualquier cosa por ello. La única razón por
la que estaba casada con Gabito era porque esa conexión fue
arreglada por sus padres.

Mis ojos se detuvieron en la figura de Bianca a través de la


puerta de cristal translúcido, con su sencillo vestido de día.
Parecía una hoja en el viento en medio de esta fiesta, pero no
en el mal sentido. De hecho, destacaba de la mejor manera
posible. No intentaba encajar ni impresionar. Era como si
estuviera en su propio mundo y nadie más le importara.
Recordé que me preguntó si Jenna y yo éramos algo. No
me esperaba la abierta aversión de Bianca hacia la infidelidad,
aunque la acogí con agrado, era refrescante. En mi mundo, la
infidelidad y las aventuras eran algo cotidiano. Demonios,
incluso mis propios padres tenían amantes. Nadie se
inmutaba ante ello. Pero a Bianca le molestaba mucho.

Si quieres ser infiel, espera a que termine nuestro contrato


matrimonial.

Una posesividad atípica me abrumó al pensar en que ella


siguiera adelante. Nuestro matrimonio no tendría fecha de
caducidad. Le dejaría creerlo, por ahora. Ella era mía ahora y
para siempre, y yo nunca fui de los que comparten. En lugar
de pensar en que Bianca pusiera fecha de caducidad a nuestro
matrimonio, me deleité en saber que pronto sería mía.

Ella era diferente. No podía creer que un cruel hijo de puta


como Benito King pudiera tener una hija como ella.
Probablemente salió indemne porque fue criada por otro
hombre y su abuela materna.

Sabiendo de la infidelidad de William, me pregunté por


qué cuidó de su marido durante su enfermedad. La revisión
de los antecedentes la mostraba cuidando de él y visitándolo
todos los días en el hospital, pasando cada minuto con él
durante los últimos meses de su vida. Una imagen de su
expediente quedó especialmente grabada en mi cerebro. Era
una foto de ella con sus hijas pequeñas en la tumba de su
marido. Había personas a su alrededor, pero ella parecía tan
perdida, tan sola, con tanta tristeza en su hermoso rostro.
Ella era mejor persona que yo. Yo no era del tipo que
perdona. Mis padres darían fe de ello.

—Dependeré de ti para coordinar la boda. —La voz de


Cassio llegó a través de los altavoces—. Mantén el
conocimiento del acuerdo entre los dos al mínimo. Solo
personas de confianza. No necesito que empiece una guerra
con mi padre todavía.

Eso fue un eufemismo. Benito King se pondría a asesinar si


supiera que Cassio se ganó a los irlandeses a su lado.

—Puedes contar con mi mujer —anunció Jack Callahan—.


Ella sabe cómo hacerlo.

—Excelente —contestó Cassio—. Nico será nuestro


intermediario por ahora, para asegurar que esto permanezca
bajo el radar.

La obsesión de Cassio por este matrimonio terminaría por


volverlo loco. Comenzó a planear y manipular hace unos seis
años. Aunque no se podría decir algo mejor de mí.

Se intercambiaron algunos detalles más, mientras yo


mantenía mis ojos en Bianca. Me di cuenta en el momento en
que salió de la fiesta. Su esbelta figura se deslizó entre la
multitud, atrayendo las miradas melancólicas de los hombres
sin que ella se diera cuenta. Salió al balcón, la ligera brisa
pegaba el vestido a su cuerpo. Me pregunté si se daba cuenta
que buscaba constantemente la soledad.

Terminada la reunión, Jack y su sobrino se marcharon


inmediatamente. Esta fiesta era para celebrar el cierre de otra
propiedad adquirida, pero también era una forma de
disimular mi encuentro con los irlandeses.

La breve conversación sobre la propiedad de la costa de


Amalfi me hizo pensar que Bianca podría no saber que tenía
una propiedad allí. O tal vez no se diera cuenta de su
importancia. No se le daba bien ocultar sus expresiones, pero
no podía faltar su total desinterés. Sospechaba que era el lugar
que Benito King utilizaba para introducir su producto,
mujeres de África y Asia. ¿Lo sabía su madre? Estaba por
verse.

Atravesé la sala llena de gente, de vez en cuando alguien


me detenía para felicitarme por la expansión del negocio.
Excepto que nada de eso me importaba, sino la belleza de
cabello oscuro. No podía esperar a tener a esta mujer en mi
cama. Mi única preocupación era que una vez que la tuviera,
no sería suficiente. Con cada toque suyo, quería más.
Finalmente, le exigiría todo a ella. Cada latido del corazón.
Cada respiración.

Ella era mi kriptonita, me hacía vulnerable porque mis


ansias por ella me debilitaban. Haría cualquier cosa para
mantenerla conmigo.

Justo cuando me acercaba al balcón, mi teléfono sonó.


Detuve mi paso al ver que era de Leonardo y pasé el mensaje.

No es bueno. Carter era el objetivo de Jenna, bajo mandato


de BK.

BK quería eliminar al hombre.


Joder. Esa maldita mujer jugaba a dos bandas. Tendría que
adelantar todo. Escribí rápidamente una respuesta con
instrucciones.

Llévala a la salida. Llévala al sótano.

¿Por qué Benito se preocuparía por William Carter y


querría eliminarlo? La coincidencia parecía sospechosa. El
momento en que Jenna sedujo a William parecía demasiado
oportuno.

Levanté la cabeza y me encontré con el pequeño cuerpo de


Bianca inclinado sobre el balcón, con los ojos buscando algo.
Lentamente, me acerqué a ella, admirando la vista de su
trasero. Tenía una figura perfecta para revolcarse. Quería
dominarla, poseerla, escuchar sus gritos mientras se derretía
bajo mi cuerpo. La química y la atracción magnética entre
nosotros era intensa. No había experimentado nada parecido
en mis cuarenta años.

Permanecí en silencio, sin querer sobresaltarla, y la observé


mientras imaginaba todas las formas en que pronto la haría
correrse.

La tomaría inclinada sobre el balcón de mi ático, en esta misma


posición. No podía esperar a enterrarme en ella. Lo haría doler
de la mejor manera posible.

—Nico —su exclamación me hizo levantar la mirada,


recorriendo desde su culo hasta sus ojos. Ella giró la cabeza
sobre su hombro, todavía en la misma posición, ligeramente
inclinada sobre el balcón y me observó con una ceja
levantada—. ¿Terminaste con tu reunión?

Ignorando su pregunta, pregunté en su lugar.

—¿Qué buscas?

Se volvió hacia mí, con un cálido brillo en los ojos mientras


me observaba con una pequeña sonrisa en los labios.

—Estaba intentando echar un vistazo al Lincoln Memorial.


Pero está demasiado lejos. —Se pasó las manos por el
cabello—. Era el monumento favorito de mi padre.
Pasábamos muchos fines de semana alrededor de él.

Hablaba de su padre con amor y calidez. Ciertamente no


hablaba de Benito King. Ese bastardo no amaba a nadie más
que a sí mismo. Ella no lo sabía, pero tuvo suerte de no tener
que soportarlo mientras crecía. O de no haber tenido ninguna
relación con él.

Si hubiera sabido lo de su hija, estaría en sus garras. Pero


Benito la quería para algo, la pregunta era para qué. Ahora,
lamentaba haberle dicho a Jenna y a Gabito lo de la boda. La
pregunta era ¿por qué William era el objetivo de Jenna bajo el
mandato de Benito?

Fuera lo que fuera, lo descubriría. Ni Benito ni Jenna lo


planearon para mí.

Puede que Bianca haya nacido en el mundo de la mafia,


pero nadie más que su madre lo sabía. Era una de las muchas
diferencias evidentes entre Bianca y yo. Ella hablaba de su
familia, incluso de su marido infiel, con calidez y amor.

Yo no podía arrancar de mi boca ni una sola palabra cálida


para ninguno de mis padres. Lo único que mi padre respetaba
era la codicia, el dinero, el poder y el miedo. Y no olvidemos
sus siempre intercambiables amantes. Era la única razón por
la que mi viejo me adoraba, porque tenía más poder y dinero
de lo que él podía imaginar. Incluso pasó por alto el hecho de
haberlo expulsado de todos los negocios, legítimos e
ilegítimos. Nunca lo perdonaría que dejara a Benito King
librarse de lo que le había hecho a Nicoletta. La imagen de su
cuerpo violado y sus ojos muertos estaba grabado en mi
mente.

Desde la brutal muerte de mi hermana, mi madre solo


respetaba su botella y sus pastillas. Era su consuelo, aunque
débil. Mi padre ni siquiera se molestaba en recordar a mi
hermana, mientras que mi madre no podía olvidarla. Aunque
lo intentó con drogas y hombres más jóvenes. Mientras que la
infidelidad de las mujeres no era tolerada, mi viejo toleraba la
de mi madre. Porque sin ella, él perdería el acceso a toda su
fortuna Cassidy. Ella no heredó ninguno de los negocios, pero
no lo necesitaba porque su riqueza financiera era sustancial
como única hija de mi abuelo. Y yo era su único albacea. Mi
abuelo fue un hombre inteligente al hacerme albacea para que
mi padre no pudiera manipular a mi madre para que se la
entregara.

Observé a esta belleza frente a mí, con la brisa en su


cabello. Parecía demasiado joven para ser viuda y madre.
Demasiado joven e inocente para pagar por los pecados de su
padre. No era justo, pero este maldito mundo tampoco lo era.
Para cuando Benito se diera cuenta que Bianca era su hija,
sería demasiado tarde. Ella estaría en mi mundo, mi esposa.

¿Usé mi poder y mi dinero para conseguirla, como hizo


Benito con mi hermana? Sí. Tal vez no era muy diferente a él,
pero al menos Bianca seguiría viva. A diferencia de mi
hermana que fue mutilada. Los únicos que me preocupaban
eran Cassio y Luca King, inseguro de cómo reaccionarían esos
dos una vez que se enteraran que tenían una hermana y yo la
obligué a casarse.

—¿Cómo va el evento? —Su pregunta rompió el silencio—.


¿Todo bien?

Se mordió nerviosamente el labio inferior, con los ojos


ansiosos.

¿Por qué estaba nerviosa?


En el momento en que mencioné a mi padre, toda la
postura de Nico cambió por completo. Debería haber insistido
en una descripción detallada del trabajo, instrucciones o una
lista de expectativas que acompañaran a este contrato
matrimonial. Tal vez solo se preocupaba por mi cuerpo y no
quería oír hablar de mi padre ni conocer a mis hijas. Aunque
mi instinto me decía que era algo totalmente distinto lo que
tenía a Nico tenso.

—¿Todo bien? —le pregunté titubeante.

—Sí —respondió—. ¿Tu padre y tú estabais unidos?

—Lo estábamos. Era el mejor —admití en voz baja—. Era


increíble. Me enseñó de todo, desde montar en bicicleta hasta
cambiar una rueda e incluso disparar un arma. —Nico levantó
la ceja sorprendido y yo me reí—. Era un tipo de padre
moderno.

—Tendré que guardar mis armas bajo llave —bromeó.

—Tal vez deberías —me burlé.

Un caballero se acercó por detrás de Nico y sus ojos se


movieron entre Nico y yo. Era mayor, pero el cabello blanco y
plateado no le hacía parecer menos peligroso que el hombre
con el que me iba a casar en una semana. ¿En qué me he
metido?

—Nico. —Tenía un fuerte acento italiano—. He venido a


despedirme antes de irme.

—Embajador, gracias por venir. —Nico le estrechó la mano


y luego me tendió la mano, acercándome—. Todavía no he
tenido la oportunidad de presentarte. Esta es Bianca, mi
prometida.

Tuve el impulso de mirar detrás de mí, pero me detuve. Eh,


esa soy yo.

Extendí mi mano y sonreí.

—Encantada de conocerlo, embajador. —Los ojos del


hombre mayor me observaron con atención, y me pregunté
qué estaba buscando—. ¿Supongo que es usted el embajador
italiano?

Asintió con la cabeza. ¿Por qué no era sorprendente que


Nico tuviera también embajadores en sus bolsillos?
Probablemente todos los políticos italianos y estadounidenses
también.

—Es un nombre hermoso —comentó—. ¿Italiano?

—Sí —admití—. Mi abuela amenazó con matar a mi padre


si no me ponía el nombre de su madre. Él tuvo miedo, así que
cedió.

La risa del embajador resonó en el pequeño balcón.

—No la culpo. Las mujeres italianas pueden tener bastante


temperamento.

Asentí con la cabeza. Mi abuela tenía temperamento, y yo


también. De alguna manera se le escapó a mi madre de los
genes. No podía decidir si eso era bueno o no. La dejaba
demasiado vulnerable a Benito. Pero si hubiera luchado
contra él, probablemente ya estaría muerta. ¿Pero qué clase de
vida llevaba realmente? Deseaba que hubiera una forma de
sacarla... de alguna manera.

—¿Hablas italiano?

—Está un poco oxidado —le dije. Me arrepentí de no


haberlo practicado, pero la vida se interpuso—. Después de la
muerte de mi abuela, no tuve la oportunidad de practicarlo
mucho. Mi padre no era italiano, así que no hablaba nada.

—Siento tu pérdida. —Sus palabras y su sonrisa eran


compasivas, pero de alguna manera no llegaban a sus ojos—.
Tú y Nico deberíais venir a nuestra próxima celebración anual
de las relaciones mutuas entre Estados Unidos e Italia en la
embajada. Lo disfrutaríais y quizás incluso podríais practicar
algo de italiano.

Sonriendo, opté por dejar que Nico respondiera a esa


pregunta. No tenía idea de si debía aceptar esa invitación o
no. No parecía algo a lo que asistiría un mafioso, pero
tampoco esperaba ver a un embajador aquí.

—Gracias por la invitación. Nos encantaría —respondió


Nico, sorprendiéndome.

—Maravilloso. —El embajador parecía realmente


satisfecho—. Enviaré una invitación a la oficina de Nico. Mi
esposa estará encantada de conocerte, Bianca. Ella también es
italiana.

Me reí.

—No me llamaría exactamente italiana —respondí en voz


baja—. Mi abuela me acusó varias veces de ser demasiado
americana. Incluso dijo que enviarme a Italia durante el
verano era un error porque convertía a mis primos en
americanos.

Tanto Nico como el embajador se rieron.

—No puedo esperar a presentarte a mi mujer el próximo


sábado entonces —respondió, con una voz risueña.

Hmmm, ¿no será el próximo sábado el día de la boda? me


pregunté en silencio. Pero tal vez si Nico aceptaba esta
invitación, significaba que podíamos postergarla. Decidí que
era mejor no sacar el tema.
Nico y el embajador intercambiaron algunas palabras más,
y yo me maravillé de esta extraña situación. Nunca me habría
imaginado hablando con un embajador, y menos aún siendo
invitada a un acto en la embajada. William y yo nos
relacionábamos sobre todo con gente con la que habíamos ido
al colegio y a la universidad, gente del vecindario, otras
familias.

—Hasta pronto, querida —me saludó una vez más el


embajador al dejarnos.

—Parece simpático —murmuré, sin saber qué más decir.

—Suele ser una persona difícil de tratar —afirmó Nico—. Y


el evento al que nos invitó es en realidad un evento muy
importante que cubre el sector inmobiliario italiano en la costa
de Amalfi. Es un evento muy pequeño y normalmente lo
limitan solo a personas de origen italiano de esa zona.

No significaba nada para mí.

—Suena emocionante, ¿eh?

Se rio.

—No pareces muy impresionada.

Encogiéndome de hombros, respondí.

—La verdad es que no.

—Supongo que tus primos viven en la costa de Amalfi.

Me reí.
—Sí, aunque hace casi diez años que no los veo. —Levantó
una ceja y me pregunté qué se le había pasado por la cabeza—
. ¿Es eso un problema? —le pregunté.

—No, solo una curiosa coincidencia. —La profunda voz de


Nico vibró a través de mí, con su cuerpo cerca del mío.
Aunque sus palabras no tenían ningún sentido. ¿Coincidencia
de qué? —. Es pasado el mediodía. El tráfico al salir de D.C.
puede ser complicado. Te llevaré a casa.

—No seas tonto —objeté—. Es ridículo que me lleves a


Maryland y luego regresar.

—Mi casa también está en Maryland. —Me rodeó con su


brazo y me condujo fuera del balcón—. Estarás en mi camino.

—¿Qué pasa con Bear? —Todavía me parece raro llamarlo


así.

—Los guardaespaldas estarán justo detrás de nosotros.

—¿Por qué necesitas guardaespaldas? —le pregunté


mientras caminábamos por la sala llena de gente.

Se rio con una sonrisa oscura.

—No creo que necesites la respuesta a eso, Bianca.

Tenía razón. Probablemente tenía una larga lista de


personas que lo querían muerto. Al igual que tenía una larga
lista de gente a la que quería hacer pagar. ¿Por qué me sentí
como si estuviera atascada en algún lugar en medio?
Finalmente entramos en el ascensor y mis mejillas se
calentaron al recordar el beso que nos dimos al subir. Perdí
todo el control, lo perdí por completo. Como ayer en el
restaurante. Me dio un susto de muerte. No me importaba
evaluar por qué su toque, su beso, tenía un impacto tan fuerte
en mí. Como si pudiera leer mis pensamientos, la mano de
Nico en mi cadera me acercó más a él, su calor filtrándose a
través de mis poros y en mi torrente sanguíneo.

Cuando salimos de su edificio, Bear ya nos estaba


esperando. El Bentley que conducía estaba aparcado detrás de
otro vehículo de lujo y dos Land Rovers negros, rodeándolo.
Quien condujera ese vehículo estaría atrapado hasta que los
Land Rovers se fueran.

—Señor, estamos listos —le dijo Bear a Nico.

—Gracias —respondió Nico—. Di a los hombres que


estamos listos para partir.

Bear le habló a su muñeca mientras yo observaba con


asombro cómo otros cinco hombres con trajes oscuros
aparecían de la nada. Era como una escena de una auténtica
película de mafiosos.

¿En qué demonios me he metido?

Nico me abrió la puerta del elegante vehículo.

—¿Esto es tuyo?

—Sí.
—No podremos salir —le dije, inclinando la barbilla hacia
los vehículos que lo rodeaban. Prácticamente todo el carril
derecho estaba bloqueado por vehículos, rodeando su coche.

—Son mis hombres.

—Oh.

Me introduje en el vehículo y cogí el cinturón de seguridad


mientras Nico iba por el lado del conductor. Seguí cada uno
de sus movimientos, estudiándolo. Se movía con elegancia y
seguridad. No me sorprendió, pero me fascinó a pesar de
todo.

Se puso al volante y arrancó el coche con un rugido.

—¿Qué tipo de coche es éste? —le pregunté, rompiendo el


silencio.

—Aston Martin Vantage.

—¿En serio? —Jesús, este era el coche de los sueños de mi


padre. Y del abuelo Carter.

—No bromearía con ello.

Mis ojos recorrieron el lujoso coche.

—Dios, mi padre se habría vuelto loco —murmuré—. Le


encantaban los coches, pero el Aston Martin era su sueño. El
padre de William también.

Pensar en papá siempre me ponía triste. Lo echaba de


menos, las simples charlas y las cosas que hacíamos juntos.
Era realmente el mejor padre que una chica podría desear y
saber que no era mi padre biológico cuando falleció lo
convirtió en un héroe aún mayor en mi libro.

—¿Le gustaban los coches? —preguntó Nico sin apartar la


vista de la carretera, que conducía sin problemas por la
ciudad.

—Le gustaban muchas cosas. —Sonreí con nostalgia—. Los


coches, los barcos, el senderismo, la pesca. Aunque trastear
con los coches era su favorito.

—Suena como un gran tipo.

—El mejor —murmuré, mirando por la ventana. Papá y la


abuela eran todo mi mundo mientras crecí. Compensaban con
creces la ausencia de mamá. Solo deseaba que mi madre no
tuviera que renunciar a tanto. Aunque tal vez, podría utilizar
de alguna manera este matrimonio con Nico Morrelli para
ayudarla.

Una cosa que aprendí en mi vida fue que la esperanza era


una mierda. Pero era lo que nos hacía seguir adelante. Al
menos eso era lo que siempre decía mi padre.

Dios, lo extrañaba. Echaba de menos nuestras excursiones


por las montañas, echaba de menos nuestro tiempo en el
campo de tiro, sentados en el garaje charlando sobre nuestros
sueños y grandes planes, con el olor de la lluvia entrando por
la puerta abierta del garaje. Había algo tan reconfortante en el
sonido de las gotas de lluvia contra el pavimento y la fresca
brisa que recorría la gran bahía mientras yo le entregaba las
herramientas y observaba el cielo gris.
Los ojos de Nico me recordaban a esos cielos grises.

Nunca pierdas la esperanza, Sunshine. La voz de papá era


clara como el día.

Me siento muy sola desde que falleció. Amaba a William,


pero nunca le dije lo que había descubierto. Hasta el día de
hoy, no estaba segura de por qué. Luego me enteré de su
infidelidad, y me alejé aún más.

Tal vez nuestra pequeña casa de cristal se rompió incluso


antes que se pusiera realmente enfermo y aceptara el dinero
de Nico Morrelli.

—¿Y tú? —le pregunté, mirando hacia él—. ¿Cuánto


tiempo has sido... ummm, un mafioso?

Se rio, realmente se rio.

—Durante mucho tiempo.

—¿Hay una escuela para mafiosos? —Me burlé.

—Bueno, si crees que Harvard Business es una escuela para


mafiosos.

—Guau. —No pude evitar sentirme impresionada. Sabía


que era inteligente, había que serlo para ser el gran jefe
mafioso—. ¿Qué edad tenías cuando te hiciste cargo de tu...
umm, negocio?

—Eso es decirlo con elocuencia —comentó—. Me hice


cargo de los negocios de Cassidy a los veintiún años y de los
de Morrelli a los veinte.
¡Mierda Santa! Cuando cumplí veinte años, mi único
objetivo era sobrevivir a la universidad y a la siguiente fiesta a
la que asistiría.

—Bueno, me estás avergonzando. Apenas terminé la


universidad. Cambié de carrera tres veces y ninguna de ellas
fue tan emocionante.

Levantó una ceja.

—Tal vez no encontraste la especialidad adecuada.

Me encogí de hombros.

—Puede ser. Creo que simplemente me gustaba trastear en


la cocina y hacer cosas con mi padre. Si tuviera hermanos,
probablemente sería la tía que siempre da de comer a todos.

Las palabras se deslizaron sin pensarlo.

—¿Querías hermanos? —Su pregunta me cogió


desprevenida.

—Sí —admití, mirando por la ventana—. Siempre me ha


gustado la idea de una familia numerosa. ¿Y tú?

La temperatura del coche se enfrió unos grados y me


arriesgué a mirarlo. Su expresión se ensombreció, provocando
una sensación de inquietud en mi columna.

—Sí. —Su voz era gélida, y no me atreví a cuestionar si


estaba diciendo que quería hermanos o que tenía hermanos. O
estaba diciendo que le encantaba la idea de una familia
numerosa.
El resto del trayecto lo pasamos en silencio.
Al mencionar a su padre, la tristeza envolvió a Bianca.
Entonces comenzamos a hablar de familias y el recuerdo de
Nicolette fue como una puñalada en el corazón. La echaba de
menos. Puede que no habláramos todos los días, pero el mero
hecho de saber que estaba en esta tierra era un consuelo.
Saber que podía llamarme o enviarme un mensaje de texto en
cualquier momento y viceversa me tranquilizaba.

Debería explicarle que tuve una hermana que fue


brutalmente asesinada. La miré, pero parecía sumida en sus
pensamientos, y decidí esperar. Quedaban muchos días para
una sombría historia.
En su lugar, me encontré preguntándome en qué estaría
pensando. Llevo dos días en su vida y, de alguna manera, se
ha convertido en mi sueño húmedo definitivo. Y muy
importante para mí.

Al probarla ayer en mi lengua, supe que me la follaría a


menudo. Y en el ascensor. Joder, estaba medio tentado de
pararlo en el aire y follármela allí mismo. Su cabello largo,
oscuro y sedoso y su cuerpo suave y con curvas eran mi
debilidad. Podría envolver sus sedosos mechones alrededor
de mi polla y sujetarla mientras me follaba su boca. Entre
otras muchas cosas.

¡Jesús! Su cuerpo y la forma en que respondía a mí me


arruinarían. Incluso antes de tenerla donde quería. La
expresión suave e inocente de sus oscuros ojos parecía
quemarme el alma y llegar directamente a mi polla.

Una mujer no debería tener este tipo de efecto en mí. No


era un buen augurio en nuestro mundo desear tanto algo. A
pesar de ser la hija de Benito King, ella era mucho mejor que
él. Cassio y Luca se volverían protectores con ella y sus hijas.
Si fuera honesto, podría revelarles su existencia, y ellos la
mantendrían a ella y a sus hijas a salvo.

Sin embargo, me negué.

Por la promesa que hice sobre la tumba de Nicoletta. Y por


mis propias razones egoístas. Quería todo de Bianca,
empezando por su sumisión y su cuerpo. Y me quedé entre
agitado y complacido con esa revelación. Después de todo,
ella sería mi esposa, así que era bueno que la encontrara
excesivamente atractiva.

Paramos delante de su casa e inmediatamente mi atención


se dirigió a un extraño vehículo en la entrada. No era el
mismo de ayer que conducían los abuelos. Me desabroché la
chaqueta del traje y me aseguré de tener fácil acceso a la
funda de mi arma. Bianca miró a su alrededor, frunciendo las
cejas.

—Hmmm, llegan temprano —murmuró para sí misma. Me


pregunté si había olvidado que yo estaba en el coche. La
mujer podía estar peligrosamente perdida en su propia
cabeza. Me recordaba a Nicoletta. Ella también era una
soñadora.

—¿Quién es? —le pregunté, con los ojos en alerta por


cualquier amenaza potencial.

La puerta principal de su casa estaba abierta por completo,


eso no debería ser. Tendría que dejar hombres vigilando su
casa cuando no hubiera nadie. No podía dejar nada al azar
aquí.

Bianca me lanzó una mirada de soslayo y luego volvió a


prestar atención a su casa que tanto parecía querer.

—Mis hijas y mis suegros.

Al llegar, no se molestó en esperar a que le abriera la


puerta. Se apresuró a salir del coche, y nada más salir de mi
Aston Martin, dos niñas llegaron corriendo. Sabía que tenía
gemelas, las vi ayer mientras salían corriendo de casa, con su
madre persiguiéndolas con los zapatos. Pero al verlas de
cerca, algo en mi pecho se estremeció. Eran gemelas idénticas
y no se parecían en nada a Bianca.

Bianca corrió hacia el césped y las dos niñas corrieron


directamente hacia su madre, lanzándose a los brazos abiertos
de Bianca. Unas risitas sonaron en el aire y Bianca siguió
bañando sus rostros con besos.

—Para. —Se rio una de ellas, con sus manitas en la cara de


Bianca como para apartarla, pero se aferraba a su madre.

—No puedo evitarlo. —La voz de Bianca atravesó la


brisa—. Las he echado de menos.

Una mujer mayor salió por la puerta y Bianca la saludó con


una amplia sonrisa.

—Hola, mamá. —Sonrió.

—No podían esperar a llegar a casa —explicó la mujer


mayor. Sabía por la comprobación de antecedentes que era la
madre de William Carter.

Las cuatro reían alegres y despreocupadas, olvidando todo


el mundo que las rodeaba. Bear y Leonardo estaban a mi lado,
mientras los otros hombres iban a hacer una revisión de
parámetros.

—Esa mujer es diferente —murmuró Leonardo. Sabía lo


que quería decir. Sabía que era la hija de Benito, pero no podía
ser más diferente. Quería preservarla lo mejor posible. Sin
embargo, sabía que había muchas posibilidades que la
arruinara también.

La seguridad se convertiría en una necesidad cotidiana en


la vida de Bianca. Las cosas se estaban moviendo
rápidamente, especialmente con el último descubrimiento de
la traición de Jenna. En cuanto terminara aquí, tenía la
intención de volver al lugar donde la tenían retenida e
interrogarla.

Al ver a Bianca así, me di cuenta que esta era la verdadera.


La mujer reservada, cautelosa con sus sonrisas había
desaparecido, y en su lugar estaba la mujer que amaba a su
familia con todo su corazón.

Había dos pequeñas bicicletas Barbie tiradas en medio de


la calzada. Junto al garaje había un cochecito de juguete con
un oso demasiado grande. Al otro lado de la propiedad, había
una pequeña playa, percatándome que pasaban mucho
tiempo allí. Un cubo de juguetes de playa estaba en medio de
la playa, justo al lado de un montículo de arena que parecía
un castillo. En el césped de la playa había dos sillas grandes
de madera y otras dos pequeñas situadas alrededor de la
hoguera. No muy lejos de ella había un columpio de madera
con una almohada y una manta que todavía estaban allí. Era
un hogar cálido y cariñoso.

La casa estaba situada en la esquina de la isla de Gibson, en


unos dos acres. Era un lugar privilegiado, con una hermosa
casa y una magnífica vista, mientras la brisa barría la bahía.
La finca no era grande ni la casa era especialmente atractiva.
Había visto y poseído palacios, castillos y áticos en la cima del
mundo.

Sin embargo, este lugar... La casa de Bianca gritaba hogar.

Algo que siempre había querido. Algo que le prometí a


Nicoletta y fallé. Ahora, era muy probable que arruinara la
idea de Bianca de un hogar cálido. Y la de sus hijas.

Soy un idiota.

Era la única conclusión plausible. Con una irritante


sensación de aquiescencia, observé a la pequeña familia que
tenía delante. Tras la muerte de Nicoletta y descubrir la
conexión de Bianca con Benito, comencé a planear mi
venganza. Sin embargo, por primera vez, me cuestioné lo que
iba a hacer.

La frustración me arañó el pecho, advirtiéndome que esto


no podía acabar bien. Porque mi necesidad de venganza se
confundía con mi necesidad de esta mujer. Instintivamente,
sabía que Bianca solo me daría su cuerpo. No necesitaba
decirlo, pero lo percibía en cada palabra y en cada contacto
que compartíamos.

No era suficiente. Por un brevísimo segundo, contemplé la


posibilidad de poner fin a la trama de la venganza. Y si eso no
me convertía en la peor clase de traidor a la memoria de mi
hermana, no sabía qué era.

Joder, necesitaba tener a esta mujer debajo de mí, follarla


duro, para que esta atracción que sentía hacia ella
disminuyera. Tal vez podríamos tener unas semanas, unos
meses como máximo, de follar intensamente, y conseguiría
controlar mi fascinación por ella. Tenía que hacerlo.

Sería mi esposa, me daría herederos, pero esta obsesión con


ella tenía que desaparecer. No sería bueno preocuparse
demasiado por ella. Nublaría mi juicio y me debilitaría. Para
protegerla a ella y a su familia contra Benito, tenía que pensar
con mi cerebro, no con mi polla.

Los ojos de Mary Carter me buscaron primero. Frunció el


ceño, y decir que no se alegraba de ver a un hombre aquí era
quedarse corto. ¡Maldita sea!

A continuación, las curiosas miradas de las niñas de Bianca


me buscaron. A diferencia de los suaves ojos marrones de su
madre, las gemelas tenían unos ojos azul intenso. No se
parecían al color de ojos de su padre. Había muy pocas fotos
de la madre de Bianca, ya que Benito la mantenía bajo un
estrecho círculo, pero por las pocas fotos que he visto,
apostaría que tenían los ojos de su abuela.

Las gemelas se separaron de su madre y se acercaron a mí.

—Hola, soy Hannah —dijo con una gran sonrisa, sus


deditos tirando del traje de mi pantalón—. ¿Quién eres tú?

—Soy Arianna —comentó la otra, tirando de mi otra


pierna. Sus caras estaban manchadas de algo pegajoso y no
pude evitar sonreír.

Me arrodillé a la altura de sus ojos.


—Soy Nico —me presenté y le tendí la mano—. Encantado
de conoceros. —Cada una se turnó para estrecharla con una
amplia sonrisa en sus pequeños rostros—. Vosotras dos,
señoritas, tenéis unos nombres preciosos.

—Lo sé —anunció Hannah, poniendo los ojos en blanco


como su madre—. Mami dice que lo eligió ella. —Se inclinó
más cerca y susurró—. Dice que papá quería llamarnos
Número Uno y Dos.

Me reí.

—En ese caso, creo que tu mamá eligió los nombres


perfectos.

—Lo siento mucho —Bianca se acercó a nosotros—. Sus


manos y sus caras son un desastre. Chicas, déjenlo ir.

—No somos un desastre —objetó una de ellas, poniendo


sus manitas en las caderas. Sonreí. Era Hannah, y tenía un
pequeño temperamento. Nos daría guerra cuando llegara su
adolescencia—. Me he lavado las manos... dos veces.

Bianca pasó suavemente la mano por la cara de su hija.

—Pero te has olvidado de la cara, amorcito.

—Mi cara no está sucia —protestó Hannah—. Es hermosa.

Bianca se rio.

—Seguro que lo es, pero también está pegajosa. ¿Te ha


dado la abuela una piruleta?
Las expresiones de ambas se tornaron culpables mientras
movían la cabeza en señal de respuesta negativa.

—Sí, ambas tenían una piruleta cada una —Mary se unió a


nosotros.

—No es nuestra culpa que la abuela nos haya dado


caramelos —saltó Arianna, para luego dirigir rápidamente su
atención hacia mí. Estas niñas serían unas pequeñas
alborotadoras—. ¿Quieres ir a la playa? Mami se olvidará de
los caramelos más tarde.

Me reí ante su lógica. Sí, definitivamente sería un


problema.

—Me encantaría, pero dejémoslo para la próxima vez. Haré


que tu mamá se olvide de los dulces —respondí con una
sonrisa juguetona—. ¿Trato?

Ambas asintieron con entusiasmo, saltando a nuestro


alrededor. Volví a alzarme hasta mi máxima altura,
observando a las dos mujeres.

—Um, Nico. —Bianca se movió nerviosa sobre sus pies,


mirando entre Mary y yo—. Esta es Mary, mi suegra. —Me
volví hacia Mary, que me observaba con ojos pensativos—.
Mary, este es mi... ummmm. —Se aclaró y volvió a
intentarlo—... mi... ummm...

Pobre Bianca, realmente estaba luchando. Se aclaró la


garganta incómodamente, varias veces, pero parecía que no
podía continuar. Decidí ayudarla y asegurarme que no
pensara en abandonar en el último momento, y le tendí la
mano a Mary.

—Soy el prometido de Bianca. —La expresión de asombro


de Mary se desvió entre Bianca y yo. Probablemente ni
siquiera se dio cuenta que me había cogido la mano para
estrecharla. Fue una respuesta automática—. Un placer
conocerla, Mary.

Bianca me fulminó con la mirada, pero para su fortuna,


permaneció callada.

—¿Q…qué? —tartamudeó Mary—. ¿Cómo?

—Fue muy rápido —se justificó Bianca apresuradamente.

Mary trató de recomponerse, pero no lo consiguió, su


garganta se movió, pero no le salían las palabras.

—Mami, ¿la abuela está triste? —preguntó Arianna, con las


cejas fruncidas.

Bianca se arrodilló y habló suavemente a sus hijas.

—Niñas, vayan a sacar los juguetes de la playa, para que


no se los lleve la corriente.

Las niñas miraron entre los tres adultos, percibiendo


claramente que algo sucedía, pero sin entender qué.

Bianca les dio un suave empujón.

—Adelante. Yo también iré a ayudaros.


Ambas asintieron con la cabeza y se marcharon sin mirar
atrás.

En el momento en que salieron del alcance de los oídos,


Mary volvió los ojos hacia Bianca.

—¿Te vas a casar?

Bianca se estremeció ante la acusación en la voz de Mary.

—Bianca es viuda desde hace más de un año. —Me puse a


mi altura, rodeando su cintura con el brazo—. No puede
culparla por seguir adelante.

La tensión se filtró en Bianca, sus ojos se fijaron en Mary.

—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? —preguntó Mary a su


nuera—. El matrimonio no es algo que se decida con prisas,
para ninguno de los dos. —La agitación aumentó en mi
interior ante su insolencia. No le correspondía a ella
sermonear a Bianca y menos a mí—. ¿Y cuál es tu apellido?

—Es Nico Morrelli —le dije con voz fría—. Y le hablará a


Bianca con respeto. Ella sabe lo que es mejor para ella y sus
hijas.

Los ojos de Mary se agrandaron. Ella conocía mi


reputación. ¡Bien! Si eso la puso en su lugar y evitaba hablarle
así a Bianca, mi apellido bien valió la pena.

El espeso silencio se mantuvo, y no tenía intención de


romperlo. Mary Carter no se interpondría en mi camino. Su
hijo abandonó a Bianca incluso antes de su muerte. No tenía
derecho a exigirle a Bianca que fuera fiel a la memoria de su
hijo.
La situación era incómoda, y eso era decir poco. Mary me
conocía desde que era una niña. Sabía que se molestaría, pero
no esperaba que sonara acusadora. Me dolió un poco, pero me
lo guardé en el fondo. No había forma posible de decirle por
qué me casaba, aunque tenía en la punta de la lengua
empezar a justificarme. Incluso con mentiras, y yo era horrible
mintiendo.

Pero me detuve. Observé a mi suegra con atención, sus ojos


brillaban con lágrimas y un enorme sentimiento de culpa me
golpeó. Los tres nos quedamos allí, el silencio tras las palabras
de Nico era espeso, ahogando el aire a nuestro alrededor.
—Nico, ¿puedo tener dos minutos a solas, por favor? —le
pregunté y él asintió.

—Por supuesto, tómate tu tiempo. —Sorprendentemente,


su voz sonaba suave, pero sus ojos observaban a Mary con
una cautelosa, y ligera advertencia en su mirada. Por muy
estúpida que fuera, me hizo sentir de alguna manera
protegida.

Asentí con la cabeza y me volví hacia Mary, que seguía


mirando a Nico.

—¿Mary?

No podía imaginar lo que estaba pensando o sintiendo en


este momento. Una madre nunca debería enterrar a su hijo.
Tenía mi propia gama de sentimientos de culpa por hacer esto
con Nico. Para Mary, era ver a un hombre frente a ella donde
debería estar su hijo.

Tomé su mano suavemente entre las mías y comenzamos a


alejarnos lentamente de Nico.

—¿Está todo bien, Mary? —Traté de mantener mi voz baja,


todavía estábamos en el medio de mi jardín, no lo
suficientemente lejos de Nico.

Se detuvo de repente y se volvió hacia mí. El corazón me


dolió y se aceleró de miedo. ¿Atacaría? ¿Me acusaría de
haberme olvidado de William? ¿De no amarlo lo suficiente?

—Sabía que finalmente el día llegaría —Su voz temblaba


con la brisa—. ¡Pero Nico Morrelli, Bianca! ¿Sabes quién es?
Esta fue la parte con la que luché desde el momento en que
me chantajearon con este acuerdo. ¿Fingía ignorancia o le
decía que no me importaba que Nico fuera un criminal?

Inhalando profundamente, asentí.

—Sí, sé quién es. Y estoy haciendo esto.

Al menos hasta que tuviera algo de dinero acumulado.


Entonces tendría que recoger a las niñas y huir.

—No deberías hacerlo —murmuró mirando a Nico—. Las


gemelas no deberían estar cerca de hombres así.

Punto válido, pero eso se decidió en el momento en que


William trajo la bolsa llena de dinero.

—Mary, por favor, confía en mí —le supliqué.

—¿Te gusta? —preguntó y tragué con fuerza. Las imágenes


de Nico devorándome en el restaurante o besándome en el
ascensor hoy mismo pasaron por mi mente. Supongo que
podríamos decir que me gustaba bastante.

No me salían las palabras, así que me limité a asentir.

—No podía esperar que estuvieras soltera el resto de tu


vida. —Mary respiró profundamente, como si tratara de
recuperar la compostura. Era difícil ver a esta mujer tan fuerte
tan sacudida. Miró detrás de mí, y yo seguí su mirada
observando a Nico. Él también nos observaba—. Solo
prométeme que las niñas siempre recordarán a William y
formarán parte de mi vida. Quiero que conozcan a sus
abuelos, William y yo, no podríamos soportar perderlas
también.

Mi garganta se atragantó con las emociones. Odiaba verla


alterada, sabiendo que su hijo era todo su mundo. Envolví
mis brazos alrededor de ella, abrazándola fuerte.

El día que William y yo le dijimos que íbamos a tener


gemelos, lloró de felicidad. Desde ese día, ella había formado
parte de sus vidas. Mientras yo tuviera decisión, ella siempre
sería parte de sus vidas, pero había ciertas cosas que aún tenía
que resolver.

—Siempre, siempre seremos parte de tu vida y tú parte de


la nuestra. Pase lo que pase. —Sentía como si alguien me
estuviera apretando la garganta, me dolía hablar—. Nunca
dejaré que olviden a William. Nada podría cambiar quién es
su padre.

Era la verdad. Sin importar los defectos de William o los


míos, las gemelas sabrían quiénes eran sus padres. Mi madre
tomó la decisión de mantenerme fuera de las garras de Benito
a expensas suyas. Tal vez ella era más valiente, pero yo no
podía hacerlo. Lo quería todo, mis hijas a mi lado, seguridad,
verlas crecer. Un marido cariñoso sería un buen extra, pero no
parecía entrar en mis posibilidades.

—Gracias, Bianca. —Me abrazó con fuerza y yo le devolví


el abrazo.

Empujó ligeramente, recuperando la compostura.

—¿Cuándo es la boda?
Gemí por dentro. No estaba segura de cuánto podría
soportar.

—En una semana. —Su cara se frunció—. Seguiremos


viviendo en la zona —le aseguré rápidamente—. Más vale
que así sea, ¿no? No sería mejor que la boda se prolongara
durante meses sobre tu cabeza. O en la mía.

—Supongo que no puedo culparte por querer machacar ese


músculo —murmuró, sus ojos en Nico y la tensión se evaporó.
Eché la cabeza hacia atrás y me reí a carcajadas. Escuchar el
término machacar de sus labios sonaba muy mal. No podía
contradecirla. Ciertamente no era la razón por la que la boda
estaba ocurriendo tan rápido, pero sería una mentirosa si
dijera que no quería experimentar más de lo que sucedía. Este
hombre estaba haciendo de mí, una mujer ardiente.

Ambas miramos a Nico, que estaba apoyado en su Aston


Martin, esperando pacientemente. La forma en que nos
miraba me decía que podría haber escuchado toda nuestra
conversación.

—¿Y quiénes son los demás hombres? —La voz de Mary


me hizo devolver mi atención a ella.

—Sus guardaespaldas —murmuré.

Sus labios se afinaron, pero no dijo nada más.

—¿Quieres quedarte para una cena temprana? —le


pregunté, esperando cambiar de tema—. Iba a preparar
scialatielli ai frutti di mare. Es tu plato de pasta favorito.
Mary asintió con la cabeza y yo miré a Nico. Se acercó a
nosotras con las manos en los bolsillos del traje. Este hombre
que gobernaba Maryland y los bajos fondos de D.C. me
convertiría en polvo si no tenía cuidado. En menos de
cuarenta y ocho horas había puesto mi mundo patas arriba. Si
hubiera sido inteligente, habría huido justo después de
encontrarme con él hace un mes, pero ahora era demasiado
tarde.

—Ey Nico —gritó Hannah y los tres nos volvimos hacia las
niñas. Ambas ya estaban hechas un desastre, sin zapatos y con
los pies cubiertos de arena. Ambas corrieron hacia nosotros,
con la ropa mojada y los ojos clavados en Nico con amplias
sonrisas.

Se parecían tanto a mi madre y a William, con esos rizos


rubios blanqueados que enmarcaban sus rostros con grandes
ojos azules. A veces incluso pensaba que se parecían más a mi
madre que a cualquier otra persona. Era un recuerdo de su
sacrificio y su pérdida. Pero las niñas tenían sobre todo mi
personalidad, aunque Arianna era más dócil.

—¿Quieres jugar a la rayuela? —preguntó Arianna—.


Hannah siempre gana. Quiero ganarle.

Se me escapó una risa ahogada. No podía imaginarme a


Nico jugando a la rayuela, aunque podría valer la pena pagar
dinero por verlo. Por suerte para todos, yo no tenía dinero.

Levanté la ceja, esperando a ver qué decía. La atención de


Nico estaba en las niñas, con una amplia sonrisa en su rostro.
—Claro, chicas. Pero tengo que advertirles que soy muy
bueno en la rayuela.

No pude contener una carcajada.

—¿Puedo grabarte? Porque eso no tendría precio, lo sé.


Puede que lleve trajes caros y a medida, pero nunca he
dudado en torturar y asesinar a las personas que me han
traicionado. Sin importar si eran hombres o mujeres. Tras una
partida de rayuela y una cena temprana con Bianca y sus
niñas, me dirigí al lugar donde tenían a Jenna.

La cabeza de Jenna se giró cuando entré en el sótano. Había


sido la primera mujer en visitar nuestro pequeño lugar de
tortura. No debería sentirse orgullosa.

Estaba colgada, con sus muñecas atadas por encima de la


cabeza, colgando del techo y con los pies apenas tocando el
suelo. Un tipo especial de tortura, aunque hubiera preferido
colgarla por el cuero cabelludo.
Maldita perra traidora.

Sus ojos me miraron fijamente, igual que un ciervo


atrapado por los faros.

Lenta y deliberadamente, saqué mi arma y quité el seguro.


La coloqué en la mesita del rincón y me volví hacia ella. A
continuación, saqué mi cuchillo mientras me acercaba
tranquilamente a ella.

Los ojos de Jenna se dirigieron a mi cuchillo y el color


desapareció de su rostro. Era lo suficientemente inteligente
como para saber cómo se desarrollaría esto. El resultado final
sería la muerte, de ella dependería que fuera un camino fácil
hasta su último aliento o uno largo y doloroso.

—Tienes dos opciones —comencé, mi voz vacía de toda


emoción—. La salida fácil o la difícil.

Su rostro estaba manchado de lágrimas. Escuché que


rogaba clemencia a mis hombres. Nunca la obtendría. Ya no
se veía tan bien. Rastros de su maquillaje esparcidos por todo
su rostro, feas manchas rojas de lágrimas por toda ella.

—Nico por…

—Quiero saberlo todo —le dije—. Comienza por el


principio.

Ella negó con la cabeza.

—N-no sé nada —dijo, temblando, con los ojos llenos de


mentiras. Su cuerpo se balanceaba de un lado a otro.
—Podemos hacer esto toda la noche —le dije—. O por
muchos días más. —Me incliné más cerca, arrugando la
nariz—. Pero quiero que sepas esto, Jenna Palermo —siseé
con un suspiro—, te lo sacaré. ¡O a Gabito!

—Gabito es un cobarde. —Sus dientes comenzaron a


castañetear, sus ojos miraban frenéticamente a Leonardo
detrás de mí, suplicando ayuda—. P-por favor, yo no... —ella
lloró—, ... yo no hice nada.

Levanté una ceja. Esta mujer era una pieza de trabajo. Era
Jenna la cobarde aquí.

No pude evitar pensar en Bianca, y en cómo confesó que su


marido robó el dinero. Su única súplica fue que la matara en
otro lugar para que sus hijas no la encontraran allí.

Abriendo el cuchillo, lo presioné contra su mejilla y lo llevé


hasta su cuello.

—Esperaba que pudiéramos acabar rápidamente, con una


bala en el cerebro —dije—. Pero tampoco me importa
complicarlo. A veces es gratificante.

Apreté la hoja contra la carne de su cuello y su grito


atravesó el aire. Apenas la corté, pero era una cobarde.
Observé cómo la pequeña gota de sangre recorría un rastro
por su cuello y por debajo del color de su reluciente polo rosa.

—Sabes —me burlé—, no deberías jugar con los grandes si


no puedes soportar el castigo cuando te atrapan. —Bajé el
cuchillo, colocándolo contra la carne de su muslo, llevándolo
hacia arriba por debajo de la corta falda blanca de tenis. Evité
que la hoja cortara su carne, sabiendo que no haría falta
mucho más antes de quebrarse.

—N-no tuve elección —gritó—. No la tuve.

Bajé mi cuchillo y esperé.

—Bueno, cuéntame, Jenna. Dime qué te obligó a acostarte


con el marido de Bianca y a trabajar para Benito. —Era
estúpida al pensar que no lo sabía ya. Yo era el Lobo. Cuando
se trataba de información, podía rastrear lo que necesitaba con
poco esfuerzo. El único inconveniente era tener las preguntas
correctas para hacer. De lo contrario, acabaría dando vueltas
en círculo, persiguiendo mi propia cola.

Un grito ahogado salió de sus labios.

—¿B-Benito?

Sonreí, e imaginé que no era una sonrisa bonita porque


estaba cabreado como el demonio.

—¿Lo estás negando?

—Tienes que dejarme ir —suplicó, tratando de tirar de sus


cadenas, pero solo consiguiendo dislocarse el hombro.

Empujé mi cuchillo contra su omóplato, atravesando su


piel a través del polo y empujando en su músculo. No sentí
arrepentimiento ni lástima por ella. Fue tras el marido de
Bianca y le causó dolor. Quería saber por qué.
—¿Por qué Benito quería que sedujeras a William Carter?
—pregunté—. Y déjame decirte que odio jodidamente
repetirme.

Leonardo se adelantó, sosteniendo su propia arma.

—Sabemos que estás trabajando para él. Cuéntale todo a


Nico, y él terminará rápidamente. O me aseguraré que dures
días antes que recibas cualquier tipo de alivio de la cantidad
de dolor que te infligiré.

Ella sollozó, su cabello era un desastre. Si esperaba


compasión, no la obtendría aquí.

—Última oportunidad —anunció Leonardo, cogiendo una


gran sierra—. Podemos empezar por cortarte los dedos de los
pies.

Su cabeza se sacudió de un lado a otro.

—Quería que lo matara —chilló.

Leonardo y yo compartimos una mirada.

—Continúa —ordené.

—Lo quería muerto. —Lloró, pero sus lágrimas no me


perturbaron en absoluto—. Para poder poner sus manos en la
esposa de William.

La ira ardió como el fuego en la boca de mi estómago.

—¿Por qué?
—Algo sobre una propiedad en la Costa de Amalfi. —Su
voz estaba temblando, sus ojos frenéticos—. Él la quería. —Su
mirada volvió a dirigirse a mí—. Por favor, Nico. Haré lo que
sea...

Esta perra pensó que me conocía. Todo lo que vio fueron


mis trajes y mi dinero. Pero debajo de todo eso estaba mi
depravación y mi hambre de matar. Ella nunca pudo
comprender la naturaleza despiadada de los criminales,
pensando que podía manipularnos.

—¿Cómo ibas a matarlo? —pregunté, ignorando sus


ruegos. En mi interior se desató una tormenta, dispuesta a
romperle el cuello a Jenna por su traición.

—Sí lo matamos —confesó—. Conocí a William incluso


antes que te acercaras a mí. Benito lo quería muerto. Lo seduje
la primera noche y luego puse Talio en su bebida. —¡Joder! El
talio no se habría encontrado en su torrente sanguíneo. No, a
menos que los médicos lo estuvieran buscando—. Es un
veneno incoloro, inodoro e insípido. Hicimos que los médicos
en la nómina de Benito supervisaran a William en sus
tratamientos. No tenía un tumor cerebral. Fue un diagnóstico
falso. —Lloraba como si fuera ella la que sufría, cuando en
realidad era ella la que causaba el sufrimiento—. Los médicos
lo llenaron de veneno, para acelerar su muerte.

La sangre en mis venas se congeló. ¡Ese maldito bastardo!

—¿De dónde sacaste el veneno? —Apreté los dientes.

—De Benito —gimió, sintiendo mi furia.


El talio provocaba convulsiones y era un síntoma habitual
en el diagnóstico de un tumor cerebral.

—¿Por qué no ha hecho ningún movimiento desde la


muerte de su marido?

Cuando no respondió, empujé mi cuchillo contra su mejilla,


cortando la carne. La piel se abrió, haciendo que la sangre
corriera por su cara. Quería poner sal en el corte para que
gritara de sufrimiento por ser una perra de corazón tan frío.

—¿Por qué? —grité, empujando más mi cuchillo, la hoja


conectando con su pómulo.

—Su madre tiene una propiedad en la Costa Amalfitana —


gritó con agonía—. Al final será para Bianca. Benito arregló la
venta de Bianca. Contempló la posibilidad de tenerla alineada
para ser su amante, o la de Marco, como su madre. Pero luego
hizo un trato diferente. No te dejará casarte con ella. Viene
por ella.

Obviamente, no sabía que Bianca era su hija. Mi estómago


se me revolvió ante la revelación. Cogí el arma que estaba
sobre la mesa antes de apuntar a la cabeza de Jenna y apretar
el gatillo. Su cuerpo se sacudió antes que su cabeza cayera
hacia delante y su cuerpo se encorvase contra las ataduras que
aún la mantenían en pie.

Fue mejor de lo que se merecía.


Cuando me metí en la cama, eran casi las diez de la noche.
Las niñas se bañaron y cayeron rendidas de cansancio. La
mejor suerte de la historia. La noche fue sorprendentemente
agradable, aunque no pude evitar la sensación que algo estaba
a punto de suceder. Probablemente los estúpidos nervios de la
boda. Quiero decir, quién no los tendría si se casara con un
mafioso.

Nico se fue poco después de Mary, justo después de


nuestra temprana cena. A las seis, solo estábamos las niñas y
yo. Casi parecía nuestro día normal, salvo que Bear estaba por
allí y algunos otros hombres rodeaban la casa. Cuando le
pregunté a Nico al respecto, me dijo que era un procedimiento
estándar. Sea lo que sea que signifique eso.
Una vez que todos se fueron, las niñas y yo nos fuimos a la
playa un rato más. Todas chapoteamos, reímos y jugamos.
Luego volvimos por galletas y compartimos un lote con los
hombres, mientras estábamos sentadas en el jardín. Bear fue el
único que entró en la casa. Por extraño que parezca, una vez
que les dije a mis hijas que los hombres vigilaban la casa, se
conformaron con esa explicación y los adoptaron en nuestra
rutina.

Mirando al techo en la oscuridad, repasé en mi cabeza los


acontecimientos de los dos últimos días. Mary no estaba
contenta con la repentina boda. Le preguntó a Nico por el
motivo de la urgencia, insinuando que tal vez estaba
embarazada. Me molestó un poco, pero lo ignoré. Sin
embargo, algo en la forma en que Nico le respondió cuando le
preguntaron sobre la boda me molestó. Cuando ella preguntó
por el lugar de la ceremonia, él dijo que aún no lo había
decidido. Lo mismo con la hora, el... evitó decirle cualquier
detalle. No es que yo supiera algo de eso.

Había sido un torbellino desde que apareció en mi cocina


amenazando con matarme o casarse conmigo. Mi teléfono
sonó y, sorprendentemente, un mensaje de Angie apareció en
mi pantalla.

*Acabo de escuchar que te vas a casar en una semana.


¡Mierda! Envíame un mensaje de texto.

Gemí ante eso. No hacía falta ser un genio para saber quién
se lo había dicho. Escribí la respuesta de vuelta.
*Sucedió de repente. Hoy he conocido a la mujer de
Gabito. ¿Qué diablos???

No le diría que su mujer tuvo algo con William. Le daría


munición para seguir con Gabito. Aunque tenía el
presentimiento que lo haría de todos modos. Una respuesta
llegó al instante.

*Historia larga. Esos dos no se soportan.

Sin embargo, me preocupaba dónde dejaba a Angie. Sí, mi


amiga estaba un poco desviada, pero tenía un buen corazón.
No creía que Jenna tuviera un buen corazón. Puede que sea
parcial, pero me pareció una manipuladora.

*Asegúrate que no te hagan daño. Te mereces algo mejor.


John todavía habla de ti. Buenas noches.

La dejé pensar en eso. John nunca la engañaría ni la


arrastraría a un triángulo.

Dejé el teléfono en la mesita de noche y me recosté contra


las almohadas con un fuerte suspiro. Mi mente se agitó y fue
en un millón de direcciones diferentes. Me preguntaba qué
pensaría William de todo esto. Nico era tan opuesto a
William, en todos los aspectos, que me preguntaba cómo
podía sentirme atraída por él.

William y yo fuimos pareja desde el instituto, lo éramos


todo el uno para el otro. Él era amable, considerado, divertido
y muy desenfadado. Hasta esos dos últimos años. Entonces
fue como si no pudiera reconocerlo. Su enfermedad debe
haber impactado en su comportamiento. No había otra
explicación para ello.

Me quedé mirando en la oscuridad, con las imágenes de la


frágil cara de William en la cama del hospital pasando por mi
mente. Las lágrimas se me clavaron en los ojos al recordarlo
observándome, su preocupación solo por mí mientras estaba
en su lecho de muerte. Su cuerpo estaba tan maltratado por
todos los productos químicos y los tratamientos, pero seguía
preocupándose por mí. Esas últimas semanas fue cuando
finalmente sentí que el antiguo William había regresado. No
podía explicarlo, pero ese hombre desinteresado era quien
solía ser antes que todo fuera cuesta abajo.

—Te echo de menos, William —susurré en la oscuridad,


cerrando los ojos.

Di vueltas en la cama toda la noche. Las imágenes de William


plagaban mis sueños junto con la próxima boda con Nico que
se convertía en un desastre teñido de sangre.

La luz del día llegó demasiado pronto. Podía sentir los


rayos del sol en mis párpados, entrando por la ventana.
Gimiendo, me aparté de las luces y me tapé con las mantas,
enterrando la cabeza en la almohada.

Una suave risa llegó a mis oídos y sonreí soñadoramente.


William siempre encontraba divertido cuando me negaba a
levantarme por la mañana. Le decía que intentaba compensar
toda la pérdida de sueño durante los dos primeros años de
vida de las gemelas.

¡William está muerto!

Me levanté de golpe, sentándome y mis ojos recorrieron la


habitación. Un hombre con un impecable traje oscuro estaba
sentado en mi habitación. ¿Nico?

—¿Qué haces aquí? —solté confusa, con la voz rasposa por


el sueño. Todos mis pensamientos estaban desorientados,
traté de distinguir si todavía estaba soñando. ¿O la presencia
de Nico Morrelli en mi habitación era una realidad?

Me froté los ojos y luego parpadeé, tratando de aclarar mis


pensamientos. Seguí mirando la figura sentada en mi silla
favorita junto a la ventana.

Traje oscuro y pulcro. Cabello oscuro. Ojos grises


tormentosos.

¡Nico Morrelli está en mi habitación!

Mirando el reloj de la mesita de noche, observé que solo


eran las seis de la mañana.

—¿Qué haces aquí? —repetí, con un ligero pánico subiendo


por mi columna. Las niñas estaban en la habitación de al lado.
Se alarmarían si lo vieran en la casa. No hemos hablado en
profundidad con ellas sobre la boda.

Subí más las mantas, ocultando todo lo que pude de mi


cuerpo.
Se puso de pie, el epítome de la calma y la gracia, como si
fuera completamente normal que estuviera en mi habitación
un domingo por la mañana. Se arregló los gemelos, que ya
estaban perfectos mientras hablaba.

¿Lleva un esmoquin? reflexioné sobre su traje. No era un


esmoquin corriente, pero nada de lo que tenía este hombre era
corriente.

—Estamos adelantando la fecha de la boda —contestó, con


una expresión ilegible.

Fruncí el ceño. Debí haber pasado por alto lo que intentaba


decir, porque no era una razón para presentarse al amanecer y
sentarse en mi habitación mientras yo dormía.

—Bien —murmuré, pasándome la mano por el cabello. No


podía imaginar el aspecto tan desastroso que tenía—. Otras
semanas o meses no importarán realmente. Podrías haberme
llamado y decírmelo.

Volvió a reírse, como si acabara de contar el chiste más


divertido.

—No, Cara Mia —replicó, con un brillo en los ojos—.


Vamos a adelantar la fecha de la boda, no a posponerla. Nos
vamos a casar hoy.

Tic-tac. Tic-tac.

—¿Q-qué?

—Nos vamos a casar hoy —repitió, y finalmente caló en mi


cerebro. Los ojos se salieron de mis órbitas. ¿Estaba
jodidamente loco? Casarse en una semana era un plan
ridículo, pero lo de hoy era una auténtica locura.

—Escucha, amigo. Es demasiado pronto para bromas. Si


eres uno de esos hombres con un sentido del humor
enfermizo a primera hora de la mañana, no podemos
casarnos. Dos años serían una maldita tortura para estar
casado con una persona madrugadora. —Nos miramos en
silencio, mientras yo esperaba su respuesta, un
reconocimiento de tener razón. Cuando no respondió,
continué—. ¿Y cómo entraste en mi casa? Sentado allí
mientras dormía. Eso es simplemente espeluznante, ¿sabes?

Abandonó lentamente su posición junto a la ventana, con


un paso lento y deliberado. Se movía como un maldito lobo
acechando a su presa. Tuve el impulso de alejarme, pero
¿adónde iba a ir realmente? Al otro lado de la cama. Como si
eso fuera a salvarme.

Se sentó en la cama, su peso movió el colchón e hizo que mi


cuerpo se inclinara hacia él. Dios, su calor se sentía increíble.
Especialmente con la temperatura más fresca que había
comenzado. Quería absorber su calor y acurrucarme bajo las
sábanas, luego volver a dormir y fingir que esta conversación
no había sucedido.

Su gran mano se acercó para acunar mi rostro, su palma


calentando mi piel.

—Nos vamos a casar hoy.

—No —murmuré—. Dijiste que el próximo fin de semana.


—Ahora, digo que hoy —replicó, con una ligera agitación
en su voz.

—¿Pero por qué? —murmuré—. No tuve una conversación


adecuada con las gemelas. Y justamente ayer le dijimos a
Mary que la boda sería en una semana.

—Llámalos. —Su voz era firme y algo me decía que no iba


a cambiar de opinión—. Están despiertos. Y cuando tus hijas
se despierten, se lo diremos juntos.

—¿Por qué cambiar la fecha? —lo interrogué. No tenía


ningún sentido, una semana no suponía ninguna diferencia. A
no ser que la cambie por capricho, pensé con irónicamente.
Observé los ojos de Bianca agrandarse. No había cambio de
fecha. El hecho que Jenna fuera la espía de Benito y conociera
mi plan de casarme con Bianca, no había opción de retrasar
esta boda. Ella ya había informado a Benito que la boda sería
la próxima semana.

Esta boda tenía que celebrarse hoy. No iba a correr ningún


riesgo.

La admisión de Jenna de anoche fue inesperada. Benito


mató al marido de Bianca para poner sus sucias garras en ella.
Jenna Palermo estaba muerta, pero había una pregunta que no
hice. Si Benito tenía a William Carter en su radar antes o
después que yo fuera tras él. Sospechaba la respuesta.
Nunca dejaría que Benito pusiera sus manos sobre Bianca o
la vendiera a uno de sus socios. Ella era mía. Él quería guerra,
yo se la daría. Quemaría al hijo de puta y todo lo que poseía,
incluyendo a su hijo, Marco King. ¡Ese maldito oportunista y
egoísta! Todo lo que Benito vio en Bianca fue la fuente de
dinero que podría ser para él, por lo que el oportunista se
aferró a ella.

Para hacer las cosas aún más interesantes, descubrí que el


abuelo de Bianca tenía una deuda de juego con Benito King en
el Casino Royale, un casino que había pertenecido a mi
familia durante las últimas tres generaciones. ¿Y adivina
quién propició las apuestas entre el antepasado de Bianca y
Benito? Mi propio jodido padre.

Comenzaba a sospechar que la familia de Bianca formaba


parte del jodido acuerdo de Bellas. Encajaría en el perfil,
deuda contraída, su madre estaba bajo las garras de Benito.
Benito se volvió codicioso y quería la conexión Catalano. La
propiedad de la familia en la Costa de Amalfi le otorgaría
libre movimiento de carne.

Usando mi mejor hacker en Cassidy Tech, encontré el


rastro del acuerdo que Jenna mencionó. Benito estaba
vendiendo a Bianca a Vladimir Solonik, un ruso de la Bratva y
un duro hijo de puta. Él ya había hecho un pago. Diez
millones de dólares. Toda mi información aún mostraba que
Benito no sabía que Bianca era su hija. La pregunta era cómo
esperaba conseguir su propiedad si la vendía a un ruso.
—Espera, ¿cómo sabes que mis suegros ya están
despiertos? —Bianca tardó un segundo en procesar mis
palabras. La pillé desprevenida al estar aquí tan temprano.
Pero ella era inteligente, no había necesidad de responder a
esa pregunta—. ¿También tienes a alguien vigilándolos? —
Sus cejas se curvaron—. ¿Pero por qué?

Los tenía vigilados porque no me fiaba de ellos ni que


Bianca no huyera. Además, con sus hijas pasando tanto
tiempo con sus abuelos, quería asegurarme que estuvieran a
salvo. Ahora, tendría que vigilarlas para asegurarme que
Benito no las usara como represalia.

—Date prisa y prepárate —le ordené. Quisiera o no, hoy


nos casábamos. Leonardo tenía todo preparado. Cassio y Luca
también vendrían, junto con Luciano, su mujer y su hijo. Estos
últimos vendrían a persuadir a Bianca que era posible formar
una familia en nuestros círculos. Con suerte, Grace no sacaría
a relucir la mierda que sucedió entre su marido y ella. No era
algo que se sacara a relucir en una conversación casual.

Solo podía imaginar la cara de Bianca si Grace le decía que


Luciano puso un arma en la cabeza de su esposa. Cogería a
sus hijas y saldría corriendo.

—Nico, por favor, sé razonable —suplicó Bianca—. Mis


hijas estarán aterrorizadas. Te acaban de conocer. No
entenderán por qué de repente estás por aquí todo el tiempo.

—Los niños son adaptables —le aseguré. Era la única


manera de asegurar que el plan que había estado maquinando
durante los últimos dos años llegara a buen puerto. Además,
la mantendría a ella y a sus hijas a salvo de Benito y
Vladimir—. Prepárate, y cuando se despierten, se lo diremos.

—Ojalá tuviera ese dinero —escupió, con la ira en el


rostro—. Te lo metería por la garganta.

Me reí de su espíritu. El dinero no la habría salvado, pero


ella no necesitaba saberlo.

—Parece que mi esposa no es una persona madrugadora.

—No soy tu esposa —soltó.

—Aún no, pero sí dentro de unas horas.

Suspiró con fuerza y un pequeño destello de


arrepentimiento jugó en mi pecho, pero decididamente lo
aparté. El arrepentimiento no tenía cabida aquí.

—Esto es una locura —se quejó, pero se arrastró fuera de la


cama. Mis ojos viajaron por su cuerpo, tan solo llevaba unas
braguitas rosas y una camiseta blanca de tirantes. Su piel era
suave, mucho más pálida que la mía y, a pesar de su
complexión menuda, tenía suaves curvas. Mi polla cobró
vida, lista para abalanzarse sobre ella y reclamarla. Ella había
estado constantemente en mi mente junto con esos pequeños
gemidos que hacía mientras le devoraba el coño en medio del
maldito restaurante. No había sido capaz de deshacerme de
mi erección.

Las voces se colaron a través de las ventanas cerradas y


observé el delgado cuerpo de Bianca, apresurándose para ver
qué sucedía.
—¿Qué coño está pasando aquí? —exclamó y se dio la
vuelta, mirándome fijamente—. ¿Por qué hay un barco lleno
de gente en mi jardín?

Sus ojos oscuros volvieron a brillar con ira y sus mejillas se


sonrojaron. Maldita sea, quería follarla aquí, ahora mismo.

—Nos vamos a casar aquí —le dije. Estaba ganando


tiempo, contando con que Benito asumiera que la boda
tendría lugar en mi propiedad, y que se celebraría la semana
que viene.

—Algo está muy mal contigo —soltó en tono exasperado—


. No quiero casarme hoy.

Me acerqué a ella, imponiéndome. A pesar de su pequeño


cuerpo, parecía más alta cuando estaba enfadada. Se mantuvo
firme, con las manos en las caderas y nuestros cuerpos
encendidos.

Mis dos manos se extendieron y mis dedos se clavaron en


sus suaves caderas. Sabía que dejarían una marca, y no me
importaba. Que todos supieran que era mía.

Incliné la cabeza, nuestros labios tan solo separados unos


centímetros.

—Esto no es una negociación, Cara Mia —ronroneé con un


tono de amenaza—. En dos horas, serás la Sra. Morrelli. —Ella
se quedó allí, con los ojos muy abiertos con una mezcla de
miedo y terquedad en esas oscuras profundidades. Ella sería
mi muerte—. Comienza. A. Prepararte. Ahora.
Observé su garganta mientras tragaba, el miedo brilló en
sus ojos, pero se negó a acobardarse.

—Jódete. Nico. Este no era el acuerdo. —Resopló


frustrada—. No se pueden cambiar los acuerdos sobre la
marcha.

—Bianca, métete en la ducha. —Puso los ojos en blanco.


Tuve que luchar contra el impulso de inclinarla y azotar su
culo—. ¡Ahora!

Nos miramos fijamente, ambos nos negamos a retroceder.


Esto sería divertido cuando la llevara a la cama, pero ahora
mismo, solo quería que se moviera.

—Nico, es demasiado pronto. —Volvió a la técnica de la


mendicidad—. Además, ¿no deberíamos hacer un acuerdo
prenupcial? Es inteligente, ya sabes. Si no, cuando nos
divorciemos, podría quedarme con la mitad de todo. —
Maldita sea, esta mujer ponía a prueba mi paciencia. Entonces
sus ojos brillaron y continuó con un tono esperanzador—.
Quiero decir, ni siquiera tengo un vestido blanco. Ayer me
puse mi único vestido blanco.

Sonreí. Me casaría con ella desnuda si pudiera asegurar


que nadie más viera lo que era mío.

—No te preocupes, Cara Mia. Ya me encargué del vestido.


—Y ciertamente no me preocupaba el acuerdo prenupcial.
Ella sería mía para siempre.

La esperanza se extinguió en sus ojos y volvió la


frustración.
—¿Cuándo has decidido que la boda sea hoy?

—Ayer —dije con tono inexpresivo.

—¿Y no pensaste que tal vez deberías decírmelo a mí


también?

—No.

—¿Y si no quiero hacerlo? —Ladeó la barbilla mostrando


su terquedad.

—Lo estás haciendo —le dije—. Solo piensa en tus hijas.

Un agudo jadeo salió de sus carnosos labios.

—T-tu, ¿las amenazarías? —preguntó, con los ojos muy


abiertos y llenos de terror. Yo nunca les haría daño, pero
aparentemente Bianca pensaba lo peor de mí—. ¡Jugaste a la
rayuela con ellas!

Fruncí el ceño ante su razonamiento. De todas las cosas que


podía decir, esa era la que menos sentido tenía. Bianca era un
rompecabezas. Sí, la estaba utilizando en mi venganza, pero
nunca lastimaría a sus niñas ni a ella. Había cosas peores en
esta vida que casarse conmigo. Al menos eso esperaba.

La atracción estaba ahí. Sería un marido fiel, y la protegería


a ella y a nuestros hijos. ¿Qué más había?

—Nico, por favor. —Esta vez su voz era más débil de lo


normal. Las pequeñas manos de Bianca se apretaron contra
mi pecho, como si estuviera suplicando directamente a mi
corazón—. Tienes que cancelar esto. Casarse hoy es una
locura.

—Siento decepcionarte, Bianca —dije—. Pero nos vamos a


casar en dos horas, llueva o haga sol.

Presioné mis labios contra los suyos. Un suave jadeo por la


sorpresa me dio la oportunidad que necesitaba. Joder, era
perfecta. Sus suaves labios, su aroma a lilas. Mi lengua rozó la
suya, empujando, explorando su boca. Su cuerpo era tan
sensible, y en este momento, estaba preparado para tomarla
aquí y ahora. Al diablo con la ceremonia.

La habitación se abrió de golpe y sus gemelas entraron


corriendo.

—Mami, mami —chillaron las dos, completamente


imperturbables porque estuviera en su dormitorio—. Oh, hola
Nico.

—Hola, chicas —las saludé con una sonrisa, dirigiendo una


mirada punzante a Bianca. Ella entrecerró los ojos y luego me
fulminó con la mirada.

—¿Sabes qué? —exclamaron ambas—. Hay un montón de


gente fuera. Hemos ido a decírselo a Bear para que nos
proteja, pero ha dicho —Arianna se quedó sin aliento, así que
Hannah continuó— Que vamos a tener una boda —gritó la
última palabra, y entonces las dos empezaron a saltar—. Tú y
Nico os vais a casar. ¡Yaaaaay!
Bianca palideció un par de tonos y parecía estar a punto de
desmayarse, pero forzó una sonrisa en su rostro. Parecía más
bien una mueca.

—Niñas, haced que Bear os dé de desayunar —les dije a las


dos—. Mami tiene que prepararse para la boda. Hay un chef
abajo que os preparará lo que queráis.

—¿Lo que queramos? —La amplia sonrisa de Arianna,


contenía una nota de picardía. Prácticamente podía ver en su
expresión que contemplaba algo que se suponía no debería
desayunar.

—Lo que quieras —confirmé. Sin volver a mirar a ninguna


de las dos, ambas se fueron a buscar a Bear y al nuevo chef.

—Eres un mentiroso muy hábil —murmuró.

Me encogí de hombros.

—Vamos a meterte en la ducha.

No me fiaba de ella y que no hiciera alguna estupidez, así


que la seguí hasta el baño.

—¿No esperarás realmente que me duche mientras me


miras? —siseó, recuperando su enfado. Bien, eso era mejor
que verla pálida, a punto de desmayarse.

Me di la vuelta y miré hacia la puerta, ofreciéndole


intimidad. Pronto la vería toda desnuda, así que el pudor no
tenía sentido, pero elegiría mis batallas con ella.
—La esposa de mi amigo llegará en breve —le dije—. Grace
Vitale. Ella te ayudará a prepararte. Vienen una peluquera y
una maquilladora. Puedes decirles lo que imaginas para ti.

—Lo que sea. —Estaba enfadada. No fue un buen


comienzo para nuestro matrimonio, pero era necesario.

La escuché moverse por el cuarto de baño, abriendo la


ducha.

—Necesito usar el baño —dijo con voz entrecortada.

—Entonces úsalo.

Giré la cabeza y me encontré con su mirada furiosa en el


espejo.

—Necesito un poco de intimidad —siseó, con ojos


asesinos.

—Más vale que te acostumbres a ello —declaré—. Esta


noche, cada centímetro de ti será mío.

Su boca se abrió con sorpresa, y por un momento se quedó


callada.

—Stronzo —escupió en italiano. Me llamó "idiota", aunque


tenía la sensación que tenía nombres aún peores para mí.

Me dio la espalda, murmurando en voz baja y luego cerró


de golpe la puerta que separaba el cuarto de baño. No tardó
mucho, después salió, me lanzó una mirada y se dirigió al
lavabo para cepillarse los dientes, luego abrió la puerta de la
ducha, y cerró el vidrio con demasiada fuerza.
Resistiendo la tentación de mirar por el espejo y echar un
vistazo a su cuerpo, centré mis ojos en los objetos que Bianca
tenía sobre la encimera. Un frasco de perfume, lociones y...
¿anticonceptivos?

Recordé que me había dicho que tomaba anticonceptivos,


pero saber que Bianca estaba protegida para no quedarse
embarazada cuando consumáramos nuestro matrimonio no
me llenó de alivio. Echando una mirada al espejo, noté que
Bianca me daba la espalda, así que tomé el paquete y leí el
nombre del medicamento. Después saqué mi teléfono y envié
una nota a Leonardo.
Decir que estaba furiosa era decir poco. Una vez que terminé
de ducharme, me envolví con la toalla más grande, ignorando
a Nico que estaba allí como un carcelero. La novia forzada
adquiría un nuevo significado con él.

Estaba tan enfadada que podía escupir fuego. Apenas salí


de la ducha con el cabello envuelto para que se secara, tres
mujeres entraron en mi habitación.

—Hola Nico —lo saludó una mujer pelirroja. Era hermosa,


su cabello rojo contrastaba con su piel clara y los ojos de un
color más inusual. Nunca había visto a nadie con esos ojos de
color índigo.

Nico se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.


—Grace, gracias por venir con tan poco tiempo de
antelación. Supongo que Luciano también está aquí.

No quise examinar por qué me molestaba verlo besar a otra


mujer. Me burlé en voz alta y los ojos de todos se dirigieron a
mí. Me importaba una mierda. Prácticamente me estaba
arrastrando por el pasillo, tenía todo el derecho a estar
disgustada.

Grace volvió a prestar atención a Nico y respondió a su


pregunta poniendo los ojos en blanco y riéndose.

—Por supuesto. Creo que todavía le preocupa que me vaya


y lo abandone.

Levanté una ceja. Era una cosa extraña. Tal vez ella
también se viera forzada, aunque ahora mismo parecía feliz.
Sus ojos, de un color inusual, se dirigieron a mí y le ofrecí una
sonrisa tensa. No podía fingir felicidad ahora mismo, y menos
tan temprano.

—Grace, esta es Bianca Morrelli. —Nico comenzó la


presentación y mi cabeza se dirigió a él.

—Todavía no.

Grace se rio.

—Así es, Nico —coincidió Grace conmigo,


sorprendiéndome—. Todavía no. Ahora, ve a pasar el rato con
los chicos hasta que la novia esté preparada.

Me mordí el labio para no decir que nunca estaría


preparada. Al fin y al cabo, acepté casarme con él, pero
cambiar de fecha sin haberlo discutido antes conmigo, me
desagradó.

Los ojos grises de Nico se encontraron con los míos y, como


siempre, no pude saber nada de lo que estaba pensando.

Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, provocando


un escalofrío inoportuno por mi espalda.

—Nos vemos dentro de un rato —susurró en voz baja en


mi oído.

—Nico, recuérdale a Ella que ayude con los vestidos de las


niñas de las flores5 —gritó Grace tras él, y luego volvió los
ojos hacia mí—. Les he comprado los vestidos a las niñas. Ella
es genial, te encantará. Me ayudó a criar a Matteo cuando
estábamos huyendo.

¿Eh?

Se rio como si pudiera escuchar mis pensamientos.

—Es una larga historia. Pero puedes confiar en ella.

—Si hubiera sabido que me casaba hoy, me habría ocupado


yo misma —murmuré—. O huido. Esto último parece un plan
mejor.

Inclinó la cabeza y sus ojos se suavizaron.

5 Las niñas de las flores: Vestida de blanco, representa la pureza. Camina hacia el altar
delante de la novia esparciendo pétalos de flores, los cuales simbolizan la fertilidad. Los
pétalos generalmente provienen de rosas rojas. El rojo es un color vibrante que representa
pasión y amor profundo. Simbólicamente, la niña representa la pérdida de la pureza ante la
pasión, amor y fertilidad. Aunque es costumbre común en EEUU en realidad comenzó en la
antigua Roma.
—Sé cómo te sientes. Mis comienzos con Luciano fueron
duros. —Su rostro se iluminó al mencionar a su marido—.
Realmente duro, pero no podría ser más feliz ahora. Y créeme,
a pesar de la dureza de Nico, será bueno contigo y con tus
hijas.

Resoplé ante esa afirmación. Acaba de amenazarme a mí y


a mis hijas.

—Confía en mí en esto, Bianca —añadió—. No todo es


siempre lo que parece.

Sonreí, pero su afirmación no me hizo sentir mejor.


Aunque resultara ser como decía Grace, llegaría un momento
en el que tendría que irme. Por el bien de mis hijas.

Durante la siguiente hora, Grace, la peluquera y la


maquilladora me transformaron en una novia. Apenas podía
reconocerme. Este vestido de novia era exquisito, justo lo que
yo habría elegido si hubiera comprado un vestido de novia. El
corpiño sin tirantes abrazaba mis curvas y tenía la espalda
abierta. El vestido caía hasta el suelo con una larga cola. Era
elegante, con un efecto sorpresa, pero a la vez sencillo. Incluso
tenía unos zapatos de boda a juego con un tacón de tres
pulgadas.

La peluquera me recomendó ponerme el cabello en un


moño suelto pero elegante. La dejé hacer lo que quisiera, pero
tenía razón. Me dejó el escote abierto y Nico me envió la pieza
de joyería más extravagante que había visto nunca. Sería la
única joya que llevaría, además de los anillos.
—Nico va a perder la cabeza —anunciaron Grace y Ella al
mismo tiempo. Descubrí que esas dos a menudo pensaban en
sintonía. Lo que sea que hayan pasado, las hacía muy
cercanas. Me hizo sentir un poco de envidia por no haber
tenido eso y por no haberlo tenido nunca, ya que tarde o
temprano estaría viviendo quién sabía dónde. Tal vez tenía
unos años o tal vez solo unos meses—. Apuesto a que no
consigue esperar a terminar toda la ceremonia antes que sus
manos estén sobre ti —se burló Ella.

No estaba segura de si debía alegrarme por ello o no. Ella


se casó con el primo de Luciano Vitale. Luciano era el marido
de Grace. Supongo que era apropiado que dos mejores amigas
se casaran con dos primos que además vivían juntos.

Me pregunté si William se revolvería en su tumba. Me iba a


casar en la casa que construimos juntos, nuestra casa y el
césped estaban inundados de mafiosos y sus esposas. Una
boda pequeña, me dijeron, pero dondequiera que mirara, había
gente. Probablemente guardaespaldas de todos los malditos
mafiosos.

—¿Estás lista? —preguntó Grace.

No lo estaba. Nunca estaría preparada, pero no era como si


tuviera otra opción. En cambio, asentí con la cabeza porque
no me atrevía a hablar.

Grace y Ella compartieron una mirada.

—¿Necesitas unos minutos más? —Unos minutos no serían


suficientes, quise decir. En lugar de eso, me quedé en
silencio—. Todo irá bien —dijo Grace con una convicción que
yo no sentía.

—¿Puedo ver a las niñas? —pregunté por fin, con la voz


ronca por las lágrimas no derramadas y los nervios alterados.

—Voy por ellas —anunció Ella y salió a toda prisa de la


habitación.

—Bianca, solo confía en tu instinto. —La mirada que me


dirigió Grace estaba llena de garantías. Pero ella no podía
saber todo lo que se cernía sobre la cabeza de las gemelas y la
mía—. Sé fuerte y todo se solucionará. Confía en mí, a mí
también me funcionó.

Las gemelas entraron corriendo en la habitación, como


mini ciclones, y al instante me sentí al menos un poco más
ligera al ver sus grandes sonrisas.

Dieron vueltas, mostrando sus vestidos, y ambas hablaron


al mismo tiempo, pero apenas pude entender lo que decían.

—Oh, Dios mío, forzando una gran sonrisa en mi rostro—.


Ambas os veis tan hermosas. Mis preciosas niñas.

Fue como si recién ahora me vieran, los ojos de ambas se


abrieron ampliamente.

—Ala… —exhalaron las dos al mismo tiempo—. Pareces


una princesa.

Me agaché, aunque el material del vestido me resultaba un


poco estrecho. No me importó, necesitaba abrazarlas. Abrí los
brazos y ambas corrieron hacia ellos. Me aferré con fuerza,
enviando una oración silenciosa para no ponerlas en más
peligro al hacer esto. Mi madre sacrificó tanto por mí y mis
hijas. No podía dejar que todo fuera en vano.

—Déjame que te arregle el cabello. —Me atraganté con una


pequeña sonrisa—. Te abracé tan fuerte que estropeé tu
hermoso peinado.

Justo en ese momento me percaté de un chico de edad


similar a la de mis hijas en la habitación.

—Ah, Bianca, este es mi hijo —presentó Grace—. Matteo


Vitale.

—Voy a casarme con él —anunció Hannah y todos


estallamos en carcajadas.

—Hola Matteo. —Extendí mi mano hacia él y la tomó—.


Encantada de conocerte. Estás muy guapo con tu traje. Me
encanta. —Sonrió. El maldito niño era una monada—.
Aunque, no puedes casarte con mi hija —le advertí en broma.

—Veo que mi hijo ya está rompiendo corazones un hombre


y levanté la mirada. ¡Santo cielo! Había un tío bueno de pie en
la puerta de mi habitación. El tipo era jodidamente apuesto.

No tan caliente como Nico, por supuesto. En el momento


en que pensé eso, me reprendí inmediatamente. No
importaba, pero aún así. Los tatuajes del tipo regularmente
me harían correr, pero no podía apartar mi mirada de él.
—Bianca, este es mi marido —anunció Grace—. Luciano
Vitale. Y antes que pienses que hizo algo mejor que Nico, no
lo hizo.

Mis ojos viajaron entre los dos, y nunca hubiera imaginado


que fueran pareja. Ella tenía un aspecto refinado, mientras
que él tenía un aspecto de malote total. Como un chico malo
del que mi abuela me habría advertido que me alejara.

—Jesús, tienes muchos tatuajes —murmuré, sin saber qué


decir.

Se rio.

—Tú debes ser Bianca. —Extendiendo su mano, la


estreché—. Cassio te acompañará al altar.

—Oh, eso no es necesario —murmuré—. Mi padre ya me


acompañó al altar. Estoy bien.

Luciano se rio.

—Nico insiste.

—Bueno, Nico puede irse a la mierda... —Me detuve. Estos


eran sus amigos y mafiosos. No podía hablar así. Podrían
matarnos a tiros en mi casa.

—Estoy de acuerdo. —Otro hombre entró detrás de


Luciano. Debe ser Cassio. Jesús, ¿todos los mafiosos son así de
calientes? Hablando de una gran reserva genética—. Nico
puede irse a la mierda, pero como me lo ha pedido
amablemente, he accedido a llevarte al altar, Bianca.
Me quedé mirándolo. Este tipo tenía tatuajes en el cuello y
en las manos, igual que Luciano. Me pregunté dónde más,
pero preferí morir a preguntar. Aunque me hizo preguntarme
si Nico los tenía. Llevaba sus trajes de Armani, con un aspecto
impecable, pero solo dejaba ver un indicio de tinta, justo
debajo del cuello o incluso de la manga.

Lo averiguaré esta noche.

Dios mío, me acostaría con él esta noche.

—Oh, joder —murmuré, mi respiración agitada de repente.


Me agaché, apoyándome en las rodillas, sin importarme si mis
tetas se salían del vestido sin tirantes. No podía pensar en
sexo con él. Hacía demasiado calor aquí. No pienses en sexo con
él—. No estoy preparada. No estoy preparada. Necesito una
semana —declaré—. Solo una semana, tal vez dos.

Empecé a abanicarme con la mano, probablemente


pareciendo una lunática. No estaba muy lejos.

Me enderecé, con mis manos en las mejillas.

—¿Puede alguien encender el aire acondicionado? —


respiré, un repentino sofoco, seguramente me convertiría en
un charco derretido—. Demasiado calor.

—Bien, todos fuera —ordenó Grace—. Excepto Cassio.

Mis ojos se movieron de un lado a otro, buscando alguna


salida.

—Tal vez podría saltar por la ventana —murmuré,


dirigiéndome en esa dirección.
—Hey, hey—Cassio me tomó de la mano, impidiéndome
dar un paso más—. No vamos a tomar un atajo por la
ventana. Soy bastante flexible pero no tan ágil. Bajaremos las
escaleras, si no te importa.

Levanté los ojos y me encontré con su oscura mirada.


Sonrió y algo en ello calmó mi pánico. Así que lo absorbí,
necesitando esa calma ahora mismo.

—Nico es el mejor de todos nosotros —dijo con tono


inexpresivo. Quiso consolarme, pero no sonó muy
reconfortante. Grace debió de pensar lo mismo.

—Eso no ayuda, Cassio —le reprendió—. Bianca, confía en


mí en esto. Con estos jodidos hombres —señaló a Cassio, que
entrecerró los ojos hacia ella—, incluyendo a mi marido en esa
afirmación, puedes contar con una cosa. Se asegurarán que tú
y tus niñas estéis a salvo. Pase lo que pase.

Ella se lo creía, me di cuenta por la honestidad de sus ojos.


Pero no habría forma de salvar a mis hijas o a mí una vez que
Benito King viniera a cobrar.

Asentí con la cabeza, porque no había nada más que


pudiera decirles.

—Bien, ahora vamos a casarte antes que Nico me explote el


teléfono —anunció Cassio, sonriendo.

—Nunca he visto a un hombre tan ansioso por casarse —se


rio Grace—. Una buena señal para empezar. —La casa estaba
vacía cuando nos dirigimos a la planta baja, Cassio siendo un
perfecto caballero y ayudándome, junto con Grace—. Tus
gemelas serán pequeñas floristas —continuó Grace,
explicando la ceremonia de la que yo no sabía nada, ya que
me la plantearon en el último momento—. Espero que no te
moleste, pero Hannah hizo de Matteo un niño de las flores. —
Hizo una mueca de disgusto.

—No me importa —le dije—. Probablemente Hannah no


quiere perderlo de vista.

Los tres nos reímos. Estábamos en el salón, dirigiéndonos a


las grandes puertas francesas abiertas, con la vista del jardín
trasero completamente arreglada y con un aspecto
irreconocible. El gran jardín con vistas a la bahía se había
convertido en una boda lujosa al aire libre. La vista abierta de
la bahía se extendía en la distancia y ayudaba a calmar mis
nervios.

No había tanta gente como pensaba en un principio, pero sí


más de la que he tenido nunca en mi casa. Había una
treintena de personas, y nunca había tenido tantos invitados
aquí.

—¿Lista? —preguntó Cassio.

Lo miré de reojo.

—Si digo que no, ¿importará?

Sacudió la cabeza.

—No estoy seguro de querer saber en qué os habéis metido


Nico y tú —murmuró—. Pero puedo decirte una cosa, Bianca.
No te dejará ir. Pondrá todas las ciudades patas arriba para
encontrarte.

—Maravilloso —murmuré—. Justo lo que necesitaba. Otro


psicópata. —Me obligué a dar un paso para cruzar el umbral
y salir al jardín. Dejé que mi mirada buscara a mi futuro
marido y mi respiración se entrecortó.

Ahí estaba.

Nico Morrelli, el rey de los bajos fondos de Maryland y


D.C.

Esperando por mí.

La música llenaba el aire, el "Pachelbel’s Canon" en re


mayor. Mi corazón tamborileaba contra mis costillas con tanta
fuerza que dolía.

Atascada en mi lugar, me quedé mirando a este hombre.


En pocos días, había sacudido todo mi mundo. Inclinó mi
universo. Él removió algo dentro de mí que me asustó. Nunca
antes había gravitado físicamente hacia un hombre. Esto era
demasiado intenso, demasiado caliente, demasiado peligroso.

Sin embargo, se sintió bien cuando me abrazó.

Nico y yo nos miramos fijamente, su mirada tirando de mí


hacia delante, exigiéndome que siguiera caminando. Fue
como si el universo entero se detuviera, dejándome sola en el
mundo con él. Mi cuerpo quería obedecer, pero mi mente se
rebelaba, se resistía... no sabía.

Cassio tiró suavemente, instándome a moverme.


Un paso. Otro. Y otro.

Los pétalos de rosa roja cubrían mi camino y se aplastaban


bajo mis zapatos, enterrándose en la tierra. No podía decidir
si era romántico o siniestro.

Mis niñas y Matteo caminaron delante de nosotros, y si soy


honesta conmigo misma, la boda, los niños y el novio eran
perfectos.

Esperaba un héroe disfrazado.

Tengo un embaucador.

Un mentiroso.

Unos sonidos fuertes, unos gritos, interrumpieron el


momento y mi paso vaciló. Estaba a mitad de camino en el
pasillo.

—Bianca —gritó una voz familiar a través del patio. Giré la


cabeza en dirección a las fuertes voces y vi a John luchando
contra Bear.

Antes de darme cuenta, saqué mi brazo del de Cassio,


levanté mi largo vestido y corrí hacia él.

—Hey —grité—. Bear, déjalo ir.

A mi alrededor se armó un revuelo, pero toda mi atención


estaba puesta en John y en asegurarme que Bear no lo
lastimara.

—Bianca, más despacio —gritó Grace detrás de mí—. Estoy


tratando de salvar tu vestido de novia y esta larga cola.
—Solo déjalo —le dije y en otros pocos pasos me detuve,
frente a los hombres de Nico. Todos ellos rodearon a John
como si fuera un criminal, sin embargo, los criminales estaban
por todo mi césped. Bear lo tenía levantado en el aire por su
polo. Tirando del brazo de Bear, siseé—. Es un amigo. Quítale
las manos de encima.

Bear miró a alguien por encima de mi cabeza y seguí su


mirada. Nico estaba detrás de mí, sus ojos grises y
tormentosos mostraban claramente que estaba furioso. Me
importaba una mierda. No podía maltratar a mis amigos de
esa manera.

—Nico, dile a Bear que lo deje ir —exigí. No se movió ni


dijo nada—. ¡Nico! —grité—. Dile que deje ir a John.

—Bianca, ¿qué está pasando? —chilló John, luchando por


hablar—. ¿Por qué te vas a casar con él?

Nico tomó el relevo de Bear y le dio un puñetazo a John en


la cara.

—¡Nico! —grité—. ¿Qué diablos?

Mis ojos se movieron frenéticamente, buscando ayuda.


Nadie se movió, las expresiones de sus rostros eran aburridas,
como si esto fuera algo cotidiano. ¿Qué estaba mal con estas
personas?

John no era un tipo pequeño, los años de jugar al fútbol lo


hicieron lo suficientemente fuerte como para aguantar. Bueno,
no contra Nico Morrelli aparentemente. Porque Nico lo estaba
usando como un maldito saco de boxeo. John hizo todo lo
posible, pero aún no había logrado un golpe.

Como nadie se molestó en detener a los dos idiotas, salté


sobre la espalda de Nico, rodeándolo con mis brazos.

—Detente ahora mismo —le grité. Esta boda se convirtió en


un maldito espectáculo circense—. ¡Ahora, Nico! Lo digo en
serio o... —¿Qué voy a hacer? ¿Con qué podría amenazarlo?—
. ¡O puedes despedirte de esta boda! —grité, antes de poder
contener las palabras.

Inmediatamente se enderezó, haciendo un gesto silencioso


a Bear para sujetar a John.

Señalé con el dedo a Bear.

—No le toques ni le pegues. ¿Entendido? —Bear levantó


una ceja, un lado de su labio se inclinó hacia un lado. Nunca
sabré si fue un disgusto o una sonrisa.

—Bianca, por qué estás... —comenzó John, pero lo


interrumpí inmediatamente.

—Basta —siseé, sus ojos se desviaron entre Nico y yo, y


luego se dirigieron al resto de la multitud. No hacía falta ser
un genio para ver que mi jardín estaba lleno de hombres
peligrosos.

Le di la espalda a John y miré fijamente a Nico.

—¿Estás loco?
—Dime que no lo has invitado a nuestra boda, joder —
replicó, con la voz helada.

—¿Eres jodidamente real? —le pregunté—. ¿Cuándo crees


que podría haber enviado la invitación? ¿Mientras yo estaba
en la ducha esta mañana y tú montabas guardia?

El marido de Grace soltó una risita de fondo y, de repente,


tanto Nico como yo lo fulminamos con la mirada.

—No he dicho nada —se defendió rápidamente con una


gran sonrisa en su rostro. Es bueno ver que alguien encontró
esto divertido.

Miré hacia afuera y vi que Ella había llevado a Matteo y a


las niñas de vuelta a la casa.

—No te preocupes —dijo Grace, al verme mirar a las


niñas—. No han visto nada. Ella las distrajo con caramelos.

—Supongo que eso es bueno —murmuré—. Pueden estar


enganchadas todo el día con azúcar.

Grace se encogió de un hombro, despreocupada. Si tuviera


que elegir entre el azúcar o la pelea, también elegiría el
azúcar.

Un tipo con el cabello rubio pálido que parecía un luchador


de MMA se acercó a nuestro público y sonrió.

—Tengo que reconocerlo. La fiesta ni siquiera ha


comenzado y me está encantando.

—¿Quién demonios eres tú? —exigí.


—Sasha Nikolaev. —Hizo una reverencia—. A su servicio.

¡Bicho raro!

—Escucha amigo —murmuré, molesta por este


desbarajuste—. Esto no es un club de teatro así que ponte en
marcha. No hay nada que ver aquí.

Una mujer de cabello castaño oscuro se rio entere dientes y


tiró de él.

—Esa te la has buscado tú, Sasha.

—Me gusta. —El tipo me guiñó un ojo mientras se iba con


la mujer.

Inhalando profundamente, me enfrenté a Nico y John.

Nico ni siquiera parecía agotado, su caro esmoquin Brioni


parecía tan impoluto como siempre. John, en cambio, parecía
haber sido arrollado por un tren. Su ojo empezaba a hincharse
lentamente, su camisa torcida y su cabello despeinado.

—¿Qué pasa, Bianca? —cuestionó John, con el labio


ligeramente hinchado—. Ni siquiera pudiste llamar y decirme
que te vas a casar. ¡Con este tipo! Tengo que escucharlo de
Angie.

Me aclaré la garganta con incomodidad. La verdad es que


no se me ocurrió llamar a John para contarle lo que estaba
pasando. Él era el mejor amigo de William y se encargó de
cuidarnos tras su fallecimiento, pero ya tenía bastantes
problemas.
—No se me había pasado por la cabeza —exhalé—. Todo
sucedió tan rápido.

—¿Y cómo lo sabía Angie? —acusó.

—No se lo dije —murmuré—. Alguien más se lo dijo.

—Escucha, John —interrumpió Nico, con una mirada


amenazante—. No es el momento ni el lugar para tu pequeña
visita.

Me encogí ante la franqueza de Nico. Tenía que estar de


acuerdo, no era el mejor momento para visitarme, y no fue la
mejor jugada por parte de John, abriéndose paso a través de
los guardias de seguridad. Pero Nico también se abrió paso,
forzándome con esta boda.

—Eso no es justo —le dije a Nico—. Tienes a tus amigos


aquí, y no he dicho ni una palabra. —Miré a Cassio, Luciano y
al resto de la tripulación—. No te ofendas.

—No lo tomé —replicó Cassio.

—Bianca, él…

—Él nada, Nico. —Lo corté—. Si John quiere quedarse, se


queda.

La tensión era densa entre Nico y yo, una batalla de


voluntades que tiraba de un lado a otro. Sabía que si decidía
echarlo, no podría hacer nada para detenerlo... salvo gritar y
llorar. Aún así no serviría de nada. Pero me negaba a dejar
que se abriera paso a puñetazos para conseguir lo que quería.
Me negaba a ser su felpudo, sin importar lo bien que besara.
La tormenta en sus ojos reflejaba la tormenta en mi corazón
y mi alma. Quizá había perdido por fin la cordura. Tal vez
todos mis sentidos se frieron por el orgasmo alucinante que
me dio. La forma en que incendiaba mi cuerpo y a la vez me
hacía sentir cómoda conmigo misma no tenía ningún sentido.
Era peligroso, pero instintivamente le confié mi cuerpo. Sabía
que nadie más podía llevarme a esas increíbles alturas.

Este hombre que tenía delante podía acabar conmigo con


un chasquido de dedos y a nadie se le ocurriría cuestionar mi
desaparición. Sin embargo, algo en él también alimentaba la
fuerza en mí.

Para luchar. Para mantenerme firme. Para enfrentarme a él


y al mundo.

—¿Es eso lo que quieres? —Nico me sorprendió con su


pregunta mientras asentía en dirección a John. ¿Qué estaba
insinuando?

Miré a nuestro alrededor.

—¿Os importa darnos un poco de privacidad, por favor? —


Todos se dispersaron, pero John permaneció en su sitio—. Tú
también, John. —Abrió la boca, pero lo paré—. Por favor.

—Bien, bien —murmuró y nos dejó solos.

—¿Cuál es el problema aquí? —le pregunté a Nico en voz


baja, asegurándome que nadie más pudiera escucharnos.

—Quiero saber si lo quieres.

Sacudí la cabeza.
—Como amigo, sí. —Dejé que las palabras calaran. Dando
un paso adelante, extendí las manos, agarrando la chaqueta
de su traje entre mis dedos y tirando de él hacia abajo. Era
demasiado alto. Agachó la cabeza y levanté los ojos para
encontrarlos.

—Sé que es un acuerdo temporal —murmuré. Algo cruzó


su rostro, pero rápidamente lo disimuló—. Pero no puedes
simplemente borrar toda mi vida. John es un amigo. Ya te lo
dije. No se me ocurriría decirte que te deshicieras de tus
amigos. —Como no dijo nada, continué—. Me enfurece que
me hayas echado esto encima sin consultarme, y me enfurece
que hayas pegado a mi mejor amigo, pero por favor, recuerda
una cosa. Nunca haré algo solo para enojarte. Ayer percibí que
no te gustaba. Incluso si hubiera sabido sobre la boda y
pudiera enviar la invitación, no lo habría invitado sin hablarlo
contigo.

Nuestras miradas se cruzaron, mi voz era firme, pero mi


interior temblaba. Era importante que entendiera que nunca
lo manipularía. Suspiró y extendió su mano libre.

—Me vas a romper, ¿verdad?

Algo cambió y no estaba segura de qué. Me reí


suavemente.

—Ciertamente espero que no. —Miré su perfil—. Entonces,


¿estás de acuerdo en que John se quede? —pregunté en voz
baja.
—Sí, tu amigo puede quedarse. —Fue como recibir un
regalo en la mañana de Navidad.

—¿Nico? —Apreté su mano suavemente.

—¿Hmmm? —El hombre despiadado se había ido y el


hombre que se metía en mi piel había regresado.

—No más sorpresas como la de hoy. ¿De acuerdo?

Juré que el arrepentimiento, o algo parecido, pasó por su


expresión. Mi instinto me dijo que lo presionara al respecto,
que preguntara si había algo más que tuviera que decirme,
pero antes que abriera la boca, se me adelantó.

—Buen plan. —Apretó un beso en mi mejilla—. Estás


preciosa. —Mi cuerpo se calentó ante su cumplido y el calor
de su mirada—. Ahora vamos a casarnos, Cara Mia.

—Bien. —Como una idiota, cuando me miraba así, corría el


riesgo de hacer cualquier cosa que exigiera.

Nico asintió a Bear, supongo que una señal tácita que John
podía quedarse.

—¿Todo bien? —preguntó Cassio, mirando entre los dos.

Asentí con la cabeza y John se acercó.

—¿Te vas a limpiar?

—Sí. Tu guardaespaldas —inclinó la barbilla hacia Bear—,


lo exige.

John miró a Nico, y yo lo reprendí rápidamente.


—John, no empieces con más mierda. O llamaré a tu
madre.

Puso los ojos en blanco.

—Eso solo funcionaba hace diez años —gruñó pero se


dirigió a la casa. Nico se fue a ocupar su lugar al final de la
fila decorada con rosas rojas en cada extremo.

—Ahora, vamos a casaros —Grace arregló la cola en la


parte de atrás, mientras Ella indicaba a los niños que se
adelantaran y tiraran pétalos de flores al suelo—. Antes que se
produzca otra pelea.

Estuve totalmente de acuerdo. El día de hoy no podía


terminar lo suficientemente pronto. Y entonces... Jesús, no
podía pensar en esta noche, si no me derretiría en un charco.

Se reanudó el Pachelbel’s Canon y Cassio ofreció su brazo.

—¿Cuál es tu nombre completo? —le pregunté a Cassio,


pasando mi mano por su brazo.

Los ojos de todo el mundo estaban puestos en nosotros,


mientras avanzábamos por el pasillo improvisado, rodeados
de flores. El día comenzó mal. Pero solo podría mejorar a
partir de aquí. ¿No es así?

—Cassio King —respondió. Perdí el paso y habría


tropezado de no ser porque Cassio me atrapó.

¡Oh, Dios mío! ¿Me han atrapado y no me di cuenta?


Golpeé al mejor amigo de Bianca el día de nuestra boda.

Ella me perdonó.

La obligué a casarse.

Ella me perdonó.

Aunque no pensé que me perdonaría una vez que mi plan


se desarrollara. Sin embargo, seguí adelante.

¿Por qué?

Porque le prometí a mi hermana, mientras se desangraba


en mis brazos, que haría pagar a ese hijo de puta. Y Bianca era
el único eslabón débil que había encontrado. Para hacerlo
personal.
Mujer por mujer.

Su hija por mi hermana.

No estaba bien. No era justo. Y nunca había deseado nada


tanto como a Bianca. Mi corazón tronaba dentro de mi pecho,
como nunca antes, con cada paso que ella daba hacia mí. La
obligué a casarse, pero eso no disminuyó el profundo afecto
que sentía por ella. Sí, había un deseo y una lujuria increíbles,
pero aún más fuerte era la ternura.

Le pedí a propósito a Cassio que la llevara al altar,


sabiendo que sería una responsabilidad que le honraría si
supiera que eran hermanos. Era lo menos que podía hacer.

Era bien sabido que Benito siempre quiso tener una hija.
Para desfilar, para presumir, para usarla, para hacer un alto
comercio y expandir su poder. No sabía que tenía una, pero
pronto lo haría.

En el momento en que consumara mi matrimonio, tenía la


intención de darlo a conocer.

Cuando Bianca me pidió que no hubiera más sorpresas,


estuve malditamente tentado de decírselo. Pero significaría un
fracaso, una promesa rota.

El sacerdote habló y mi mano encontró la piel expuesta de


su espalda. Tenía que sentir su piel y la necesitaba cerca de
mí. Cuando John apareció, perdí la cabeza y los celos me
corroyeron. Aquellos dos estaban unidos y tenían un vínculo
desde la infancia. Le creí cuando dijo que nunca había tenido
una relación romántica con él, la comprobación de
antecedentes lo confirmaba, pero los celos eran un
sentimiento difícil de controlar.

Bianca se apoyó en mi mano, sin darse cuenta. Se mordió


nerviosamente el labio inferior.

Cuando llegó el momento de pronunciar nuestros votos,


Bianca se volvió hacia mí y, con una sorprendente
comprensión, me di cuenta que estaba conteniendo sus
gemidos mordiéndose el labio inferior. Las emociones más
hermosas y suaves que jamás haya visto brillaban en sus ojos.

Una sonrisa suave y temblorosa en su rostro fue un


puñetazo en el estómago por la traición que estaba a punto de
cometer.

Todavía puedes hacerlo bien, susurró mi mente.

Pero no lo hice.

Si la dejaba ir, ella correría y nunca miraría atrás. La


deseaba, para poseerla, para arruinarla. Por lo tanto, estaría
arruinada para cualquier otro.

Ella sería mi venganza y mi fantasía hecha realidad.

Tomé sus dos manos entre las mías, pronuncié las palabras
y las promesas que pretendía cumplir.

Le puse un anillo nuevo en el dedo, una banda de


diamantes azul y roja. Esperanza y sangre. Las piedras de
diamante eran raras, pero ella también lo era. Bianca deslizó
una alianza de tungsteno6 en el mío. Se quedó mirando el
anillo, con una ceja arrugada como único indicio que algo le
molestaba.

—¿Qué es? —susurré, inclinándome.

Sus ojos color coñac se encontraron con los míos, una


lágrima se escapó por su mejilla y no pude resistirme a
recogerla con mis labios.

Nuestros rostros se acercaron, y su suave respiración fluyó


hacia mí. Estaba nerviosa, su pecho subía y bajaba, sus pechos
se presionaban contra mi pecho. Siempre era así con esta
mujer. La fricción entre nosotros se encendía como los fuegos
artificiales del 4 de julio.

Ninguna otra mujer me había hecho desear algo más.


Bianca me hacía desear el amor incondicional, la aceptación y
todas sus caricias. El toque de un amante.

—Solo se siente diferente —murmuró suavemente.

Sus ojos se volvieron de un marrón más oscuro y profundo,


con el deseo ardiendo en ellos, igual que los míos. El
sacerdote pronunció las últimas palabras e incluso antes que
nos declarara marido y mujer, mis labios se pegaron a los
suyos, sellando el acuerdo eterno.

Me había vuelto adicto a su sabor, a su toque, a su olor.

6El tungsteno es un metal sólido de color blanco plateado, dúctil y difícil de fundir, se usa
especialmente en los filamentos de las lámparas incandescentes y en aleaciones de acero
duras y resistentes.
Ella era mía para siempre. Yo era suyo para siempre.

Presionándola más contra mí, pasé los dientes por su labio


inferior. Sus ojos se cerraron, como si se estuviera entregando
a mí, y no había duda que su corazón latía frenéticamente.

—Mi fai impazzire di desiderio —susurré contra sus labios.


Me vuelves loco de deseo.

El problema era que no se trataba solo de deseo. Estaba


hambriento de ella. Quería consumirla, en cuerpo, corazón y
alma. El bastardo egoísta que hay en mí lo quería todo.

Mi boca chocó con la suya, saboreándola. Ese sabor único


de ella era mi subidón. Bianca Morrelli era definitivamente mi
kriptonita.

Sus manos habían capturado la chaqueta de mi traje y la


habían sujetado, manteniéndome cerca de ella. El bastardo
que había en mí se alegró de saber que estaba tan impactada
por mí como yo por ella. Mi mano rodeaba su nuca mientras
mantenía la otra en la parte baja de su espalda, su piel
expuesta, presionándola contra mí.

Los suaves sonidos de su garganta, me hacían enloquecer.


Mi lengua se arremolinaba con la suya en perfecta armonía.
Ella respondía a cada demanda con la más dulce rendición, su
sumisión me robaba partes vitales.

Era toda mía.

Para siempre.
Mi esposa y yo nos dirigimos a la pista de baile que se había
instalado en el lado norte de la propiedad de Bianca.

Todos vieron cómo envolví a mi esposa en mis brazos para


nuestro primer baile como marido y mujer.

Mi esposa.

Nunca lo esperé. Nunca lo quise. Se suponía que esto


trataba de una venganza, un acuerdo comercial, pero de
alguna manera se convirtió en mucho más. La abracé
firmemente contra mí, nuestros cuerpos encajaban
perfectamente a pesar de nuestra diferencia de tamaño. Mi
mano se curvó alrededor de su cintura, sus curvas eran
suaves contra mi dureza.

—Sabes. —Sonrió suavemente—. Para ser un tipo tan


grande, eres muy hábil en la pista de baile.

Levanté la ceja.

—¿Tipo grande?

Se encogió de hombros.

—Bueno, no eres precisamente un tipo pequeño. Te elevas


por encima de la mayoría de la gente, y nunca he visto a un
hombre con hombros tan anchos como los tuyos. —Ella
bailaba bien, su pequeño cuerpo encajaba perfectamente
contra el mío—. Probablemente pasas horas en el gimnasio
todos los días. Tus amigos también.

Sus ojos se desviaron hacia donde estaban Cassio, Luca,


Luciano y Raphael con Vasili Nikolaev y sus dos hermanos.
Solo podía imaginar lo que Bianca pensaba de ellos. No
transmitíamos exactamente vibraciones de papás futbolistas.

Sus gemelas correteaban con Matteo, ocupadas con sus


juegos infantiles. Grace, Isabella y Ella estaban sentadas,
contentas que la boda hubiera transcurrido sin ningún
contratiempo. Solo gracias a ellas se celebró. Puede que haya
obligado a Bianca a casarse, pero aún así quería que fuera
especial.

—Entonces, ¿quién es Cassio King? —La espalda de Bianca


se tensó ligeramente bajo mi palma, y busqué su rostro.

—Mi amigo —le dije—. Uno bueno.

—Hmmm. —Quería ver si ella añadía algo más—. ¿Lo


conoces desde hace mucho tiempo? ¿Y a su hermano? ¿Y a
Luciano? ¿Y a los demás?

Me reí.

—Eres curiosa, ¿verdad? —Puso los ojos en blanco, y


maldita sea, si no me pareció sexy—. Luciano y Cassio son los
se conocen desde hace más tiempo. Crecieron juntos. Los
conocí a ambos y a Luca cuando estaba en la universidad. Nos
hicimos amigos cuando maté al hombre que el padre de
Cassio envió para matar a sus hijos.
Los ojos de Bianca se abrieron y tropezó.

—¿Q-qué? —Su voz era un susurro ronco, y ahora


lamentaba habérselo dicho. Puede que sea la hija de Benito,
pero se ha criado en una familia y un entorno normal—. ¿Por
qué?

—Porque es un bastardo enfermo —le dije—. Son sus hijos


ilegítimos y por eso los trata mal.

Ella palideció visiblemente y yo me maldije en silencio.

—¿Y su madre?

—Se suicidó cuando ambos eran jóvenes.

—Jesucristo.

Nadie sabía ni la mitad. Cassio tuvo suerte de estar vivo.


La razón por la que tanto Cassio como Luca sobrevivieron y
se convirtieron en hombres decentes fue porque su abuelo los
crio.

—Eso es horrible —murmuró.

—No es algo de lo que hablar el día de nuestra boda. —


Decidí cambiar de tema. Grace se ofreció a cuidar a las niñas
durante los próximos tres días para que tuviéramos una luna
de miel. No creí que Bianca aceptara, aunque estarían más
vigiladas que la hija del presidente—. ¿Quieres ir de luna de
miel?

Ella tiró la cabeza y se rio.

—¿Hablas en serio?
Nuestro primer baile terminó, pero continuamos. Quería
tenerla entre mis brazos.

—Sí.

—No puedo arrojar a mis hijas a sus abuelos —sacudió la


cabeza.

—¿Qué tal si hacemos que Grace y Ella vigilen a las niñas?

Ella negó con la cabeza.

—No, no por tanto tiempo. Son extraños.

Asentí con la cabeza. Ya me lo esperaba.

—¿Te sentirías cómoda si Grace y Luciano cuidaran a las


niñas durante una noche y un día?

Sus ojos viajaron por la pista de baile y encontraron a


Hannah abrazando a Matteo en los columpios.

—Ahora, eso me preocupa —murmuró, frunciendo el


ceño—. Hannah es poco amigable, y está más bien volcada
con Matteo.

Sonreí.

—Es muy parecido a su padre. Un donjuán.

—Me parece que es un hombre de una sola dama —replicó


ella—. Sí, tal vez por una noche. —Un rubor se extendió por
su pecho, subiendo por su cuello y trepando por sus mejillas.
Joder, era tan sexy que no podía esperar a llevármela a la
cama.
Otra canción terminó, pero como el hijo de puta codicioso
que era, me negué a compartirla con nuestros invitados.

—Una canción más —dije después de nuestro cuarto baile.


Estaba decidida a hacer que durara todo lo que pudiera. Las
personas que importaban formaban parte de nuestra
ceremonia y eran testigos de nuestro matrimonio, pero pronto
llegarían otros invitados. Ambos, invitados y no invitados.

Luciano sonrió, buscando de vez en cuando a su mujer.


Después del fiasco de las últimas semanas, las cosas por fin
les habían salido bien. La esposa que todos creían muerta
había vuelto a su vida y estaba aquí para quedarse.

Vasili no apartaba la vista de su mujer. Hace unos años,


Isabella y Tatiana, la hermana de Vasili, asistieron a la
universidad en D.C. Vasili estaba constantemente en esta
zona, y yo estaba seguro que estaba cazando furtivamente.
Hasta que vi a las dos chicas borrachas, siendo menores de
edad y tratando de apostar en uno de mis casinos. Pensé que
el hombre iba a asesinarlas a ambas. Pero incluso entonces, no
podía despegar los ojos de Isabella Taylor. Estaba claro que lo
habían solucionado, ya que ella estaba bastante avanzada en
su embarazo.

Cassio y Luca parecían contentos, aunque Cassio estaba


trabajando en su propio acuerdo matrimonial. Sasha no
dejaba de lanzar miradas hacia Bianca, tratando de remover la
mierda. Ese hijo de puta era el mejor francotirador y el peor
instigador. Su vida debía ser un aburrimiento, ya que se
buscaba problemas constantemente. Y Alexei Nikolaev
permanecía estoico e ilegible como siempre. Intuía que ponía
nerviosa a Bianca. Cuando se hicieron las presentaciones entre
los dos, ella realmente acercó su cuerpo al mío como si
buscara mi protección.

¿He metido a Bianca y a sus niñas entre lobos?

La conmoción en el frente de la casa me obligó finalmente a


enfrentar la realidad.

—Bianca, quiero que conozcas a alguien. —La insté a


caminar a mi lado.

—Pensé que me habías presentado a todo el mundo —se


quejó, poniendo los ojos en blanco de nuevo—. No recuerdo
la mitad de los nombres.

—Estos son mis padres —le dije, enmascarando mi rostro


de toda emoción. A mi padre le gustaba explotar a la gente.
No estaba muy lejos de Benito en cuanto a crueldad, solo más
débil—. Recordarás los de ellos.

—Oh.

Su paso vaciló y permaneció en su sitio.

—¿Qué?

Se mordisqueó el labio inferior.

—No sabía que tus padres estaban vivos —susurró—. Tú


eres mayor, así que supuse...

Jesús, ella me consideraba viejo. Le di un suave golpe en el


culo.
—Ten cuidado de cómo le hablas a tu marido.

Reanudamos la marcha.

Se le escapó una pequeña risita.

—¿O qué? ¿Me azotarás? —Si no me equivoco, había un


ligero desafío en su tono.

Comienza el juego, esposa.

—Puede que sí —ronroneé.

Se burló.

—Si lo intentas, te daré una patada en el culo —murmuró


en voz baja. Nos estábamos acercando a mis padres—. Mis
padres nunca me pusieron la mano encima. Desde luego, no
dejaré que me azoten.

Me incliné y mordí suavemente el lóbulo de su oreja.

—Puede que lo disfrutes. —Al instante se sonrojó de color


como la sangre.

Al enderezarme, di por terminada la conversación. Mis


padres estaban a pocos metros.

—Nico, siento mucho si llegamos tarde —dijo mi madre,


con la voz un poco arrastrada. Ya estaba borracha—. Pensé
que la boda era al mediodía.

Fue una trampa. Esta mañana los llamé justo antes que
comenzara la ceremonia, para comunicarles que la boda era a
mediodía. Me aseguré de hablar con mi madre, ya que debido
a su forma de beber suele confundir las fechas. Si no fuera por
mi madre, no me habría molestado en decírselo a mi padre,
pero mi madre al menos merecía estar aquí para el banquete
de bodas.

Mi padre gruñó, enfadado.

—Por supuesto que no has podido acertar con la hora.

Estaba enfadado. Porque sospechaba que llamaría a Benito


King para comunicarle que me casaba con su activo. Fue mi
padre traidor quien también participó en algunas de las pujas
de las Bellas y Mafiosos. Mi padre fue uno de los postores
silenciosos de Bianca, pero el ruso lo superó en la puja. Se
había pasado de la raya, y pensaba hacérselo pagar. Pero hoy
no. Hoy me ocuparía de Benito, no estaría muy lejos de mis
padres.

—No pasa nada —dije con tono inexpresivo—. Te presento


a mi esposa. Bianca Morrelli. —Me volví hacia mi esposa, con
una visible conmoción en sus ojos—. Bianca, mis padres.
Nancy y Dominic Morrelli.

Los ojos oscuros de mi padre estudiaron a Bianca, su


mirada recorrió su cuerpo, y me costó todo lo que tenía para
no abalanzarme sobre él. A diferencia de John, mi padre
nunca sería un admirador inofensivo. Le gustaba forzar a las
mujeres y a mi madre le gustaba mirar hacia otro lado,
aceptando amantes más jóvenes. Mientras que las mujeres
nunca engañaban regularmente en nuestro mundo, no a
menos que quisieran estar muertas, mi madre no era de
nuestro mundo. Y tenía una gran fortuna a su nombre que
nunca pasaría a mi padre, así que para él valía más viva que
muerta.

Me sorprendió que aquellos dos consiguieran tener dos


hijos, teniendo en cuenta la animosidad que había entre ellos.
Se me contrajo el corazón al recordar a Nicoletta. Mientras yo
resultaba ser un cruel y frío bastardo, como mi padre,
Nicoletta era la única que permanecía impoluta. Hasta que mi
padre la entregó a Benito.

Bianca le tendió la mano a mi madre.

—Encantada de conocerla. Siento que se haya perdido la


ceremonia.

Mi madre estiró la mano para cogerla, pero la perdió por


completo. Estaba muy borracha.

—Ups, lo siento —murmuró mi madre, pareciendo


ligeramente avergonzada.

—No te preocupes.

Bianca sonrió suavemente, sin dejar traslucir haberse dado


cuenta. Cuando volvió a perder la mano de mi esposa, Bianca
movió la suya para tomar el apretón de manos borracho de mi
madre.

Tras el incómodo apretón de manos, mi padre se acercó y


lo detuve.

—No lo creo, padre.


Estaba a punto de poner sus asquerosas manos sobre ella,
pero estaría condenado si dejo que eso sucediera. No lo quería
cerca de ella, y mucho menos que la tocara. Hoy era solo una
necesidad. La mayoría de las veces, ella no vería a mis padres.
Lo lamentaba por mi madre, pero a menos que estuviera
dispuesta a dejar el alcohol y los gigolós, no podía permitirle
estar cerca de mi esposa y las niñas.

Bianca, presintiendo el peligro, se acercó más a mí. Como si


tratara de remediar la situación, y mantener a mi padre a
raya, extendió su mano.

—Sr. Morrelli, encantado de conocerlo.

A decir verdad, no quería que ni siquiera le diera la mano,


pero a menos que estuviera dispuesto a remover más mierda
y crear otra escena, tendría que permitirlo.

El brillo en los ojos de mi padre me dijo que sabía que no


quería que la tocara. Así que le cogió la mano y la sostuvo.

—El placer es todo mío —ronroneó, relamiéndose los


labios. Debería darle un puñetazo en la cara y acabar de una
vez. El cuerpo de Bianca se puso rígido entre mis brazos,
mientras tiraba suavemente de su brazo, pero mi padre lo
mantenía firmemente entre los suyos, frotando su pulgar
sobre el pulso de su muñeca—. Ahora veo por qué tanto
alboroto.

Sujeté la mano de mi mujer que él agarraba y la saqué de


su mano. Sus ojos permanecieron pegados a su forma, y solo
podía imaginar qué tipo de cosas estaba fantaseando.
¡Bastardo enfermo!

La próxima vez que permitiera acercarse a ella sería en su


funeral.

Solté la mano de Bianca y noté que se la limpiaba en el


vestido. Al menos tenía buenos instintos. No le gustaba mi
padre, se le notaba en la cara.

—Nico, ¿has comprado otra casa? —Mi madre rompió el


incómodo silencio, con sus palabras tropezando—. Es un poco
recatada para tu gusto. Pequeña y sencilla.

Deja que mi madre diga algo así. Ella creció rodeada de lujo.
Incluso antes de casarse con mi padre, sus abuelos, la familia
Cassidy, eran ricos. El boom de la construcción los convirtió
en una de las familias más ricas del país. Y sabían cómo
asegurar su riqueza para garantizar que los maridos o esposas
codiciosos nunca se fueran con su imperio.

Siguió la risa incómoda de Bianca.

—Ummm, no, es mi casa. —Mi madre hizo una mueca,


dándose cuenta de su grosería, pero Bianca no pareció
tomárselo a pecho—. En realidad, era un antiguo corral —
continuó explicando, con orgullo en su voz—. Pero la
ubicación era perfecta y tenía el jardín más grande de toda la
isla. Cuando lo vi, me enamoré de él. Tardamos varios años
en terminarla. —Los ojos de Bianca se movieron por el lugar.

—¿Lo has hecho tú sola? —La voz de mi madre estaba


llena de asombro.
—Pues no, yo sola no —explicó Bianca—. John, mi mejor
amigo —ladeó la cabeza en su dirección—, y William, mi
marido. —La tristeza cruzó su rostro, pero se recuperó
rápidamente—. Mi difunto marido. Murió.

Me alegré que no mencionara a sus gemelas. Le indiqué a


Bear que mantuviera a las niñas alejadas todo lo posible
mientras mi padre estuviera cerca.

Bianca sonrió a mi madre.

—¿Quieres que te enseñe la casa? —ofreció—. No es


grandiosa ni nada por el estilo, pero puedo decirte los lugares
donde le tiré un martillo y un destornillador a mi mejor
amigo. —La risa de mi madre resonó en el jardín trasero, y fue
un sonido que no había escuchado en mucho tiempo.

—Claro, ¿por qué no? —Mi madre aceptó.

—¿Qué tal si te agarras a mi brazo? —ofreció Bianca—. El


césped tiene puntos irregulares.

Dentro de mí, las partes que se habían endurecido gracias a


mi educación, se resquebrajaron al ver la gracia con la que
Bianca trataba a mi madre. No descontaba las penurias que mi
madre tuvo que soportar desde que se casó con mi padre,
pero ella tenía más poder que dejarlo hacer lo que quisiera y
utilizar a sus hijos en su hambre de poder. Sabía que mi
madre también sufría, pero no podía perdonarla por permitir
que mi padre entregara a Nicolette.

Debería habérmelo dicho. Debería haberme advertido.


Habría quemado la maldita ciudad hasta las cenizas para
mantener a salvo a mi hermana.

Quemaré ciudades y países para mantener a mi esposa y a


nuestras hijas a salvo.
Sentí que la madre de Nico me observaba, como si estuviera
decidiendo si debía gustarle o no. No me importaba en
absoluto. Estaba borracha, muy borracha, pero percibí que la
rodeaban la tristeza y la angustia. Me daba pena porque era
evidente que su marido era un gilipollas.

Era espeluznante cómo me miraba con lascivia, con su


pulgar calloso frotando mi pulso. Me dieron ganas de darme
una ducha para borrar su contacto.

—Aquí, cuidado con los escalones —le advertí, tomándola


de la mano mientras subíamos las escaleras del jardín.

—Gracias, querida. —Su voz era suave, y ahora que no


estábamos con su marido y su hijo, sentí que su postura se
desplomaba. Como si mantuviera las apariencias alrededor de
esos dos. O tal vez fuera solo su marido.

Era una mujer hermosa. Traté de precisar su edad, pero no


pude hacerlo. Tal vez a principios de los sesenta, aunque
podría pasar por una cincuentona. Su cabello era castaño con
muchos reflejos cobrizos y unos hermosos ojos grises que de
alguna manera me recordaban a los de su hijo.

Nico podía parecerse a su padre, pero tenía los ojos de su


madre. El vestido de Nancy era sumamente exquisito, pero
apenas se notaba con los diamantes que llevaba en el cuello,
las muñecas y las orejas.

—La casa puede no ser grandiosa —dijo en voz baja,


echando un vistazo a la bahía—. Pero las vistas son realmente
magníficas.

Me detuve y miré en la misma dirección, sumergiéndome


en el horizonte. El tiempo era hermoso, a pesar de ser octubre.

—Lo es, ¿no es cierto? —Estuve de acuerdo—. No me


importaría acampar aquí, siempre y cuando pudiera
mantener esta vista —le dije.

Se rio suavemente.

—Nico no te permitirá acampar aquí. Me sorprendería que


no hiciera reconstruir toda tu casa.

Puse los ojos en blanco.

—Mientras no toque mi cocina.


Las dos nos reímos.

—Deduzco que te gusta cocinar.

Le dirigí una sonrisa tímida.

—Sí, me gusta. Cocino y horneo. También hago helados


caseros. Es mi forma de aliviar el estrés —admití—.
Probablemente no sea bueno para mi figura y acabará
pasándome factura.

—Tonterías, eres hermosa y justo el tipo de mujer que Nico


necesita. —Mi cabeza giró en su dirección, buscando sus ojos.
Tenía que estar bromeando. Prácticamente era un ama de
casa, y lo disfrutaba. Me encantaba cuidar de las niñas y hacer
de la casa un hogar.

—Pareces sorprendida —comentó.

Me encogí de hombros.

—No soy precisamente ambiciosa y no he logrado mucho.

—Has comprado y construido esta casa —ofreció.

—No exactamente —le dije—. Mi abuela y mi padre nos


ayudaron con el pago inicial cuando compramos la casa. Puse
un poco de sudor en ella, pero no fui yo sola. ¿Sabes? —No
fue algo que logré yo sola. Además, estaba en camino de
perder la casa si no fuera por Nico. Sí, me chantajeó para que
me casara con él porque William le robó, pero luego me
depositó más dinero para salvar mi casa. No tenía sentido.
Arianna y Hannah corrieron hacia mí, junto con Matteo.
Ella y Grace las siguieron. Bear también iba detrás de ellas.

—Mami, ¿podemos ir a nadar? —preguntaron las dos


alegremente, mientras Ella y Grace movían la cabeza
enérgicamente en el fondo—. A Matteo le encanta nadar.

—Hace demasiado frío para nadar —les dije—. Además,


hay mucha gente aquí. ¿Y si todos quisieran ir a nadar? —
pregunté—. No tenemos trajes de baño para todos y entonces
se herirían sus sentimientos.

—Andiamo in spiaggia —pidió Matteo, con esperanza en


su voz—. Vamos a la playa.

Me sorprendió hablando en italiano. Estaba claro que


también lo hacía bien, su pronunciación era perfecta.

Sacudí la cabeza.

—No, ahora no —le dije—. Tu ropa se estropeará. Tal vez


cuando todos se vayan. Pero nada de nadar. El agua está
demasiado fría.

Los tres compartieron una mirada y optaron por ir a jugar a


la sala de juegos. Se marcharon sin decir nada más, sin
interesarse por nosotros ni por Bear, que iba detrás de ellos.

—Lo siento —me disculpé con él.

Sonrió con su sonrisa de tiburón.

—Oh, esto no es nada. Mis pequeños, habrían volado este


lugar con su energía.
—Caray —bromeé—. No los traigas aquí. Llévalos a casa
de Nico.

Todos nos reímos y él se fue detrás de los niños.

—Estoy tan cansada —pronunció Grace—. Es como si


tomaran esteroides.

Me reí.

—Estoy bastante segura que Hannah y Arianna se


alimentan de la energía de la otra. Es un círculo interminable.
—Me volví hacia la madre de Nico—. Umm, no estoy segura
si ya se conocen —comencé y cuando las tres mujeres negaron
con la cabeza, continué—. Ella es la madre de Nico, la Sra.
Morrelli.

—Por favor, llámame Nancy —replicó ella.

Le sonreí. A pesar de su nivel de consumo de alcohol, me


caía bien.

—Nancy, ella es Grace Vitale y Ella... Uf, ¿cuál es tu


apellido? Lo siento, no puedo llevar la cuenta de todos los
nombres que he aprendido hoy.

Ella sonrió.

—Me pregunto por qué. Nos hemos presentado en tú


puerta sin avisar. Es Amatte.

Sonreí.

—Así es. Las dos niñas, gemelas, que acaban de estar aquí
son mías. Hannah y Arianna. Y el niño es de Grace. Matteo.
—¿Tienes niñas? —La cabeza de Nancy giró en mi
dirección—. ¿Son tus hijas?

Asentí con la cabeza.

—Sí.

Una sombra cruzó su rostro.

—Mantenlas alejadas del padre de Nico. ¿De acuerdo?

Fruncí el ceño ante esa petición y luego miré a Grace y a


Ella. Parecían igual de confusas.

Sin decir nada, asentí. Era una petición extraña, pero no me


gustaba su marido, así que no tendría problemas en seguir su
petición.

—Bien, enséñame dónde le diste el golpe en la cabeza a tu


mejor amigo —comentó Nancy, rompiendo el incómodo
momento.

—¿Qué? —Grace y Ella preguntaron al mismo tiempo.

—Estaba dando a Nancy un recorrido por la casa —


expliqué—. Y le iba a enseñar dónde le tiré las herramientas a
John.

—¿El tipo por el que Nico se volvió loco? —Isabella se unió


con una sonrisa en la cara—. Tengo que escuchar esto. ¿Os
importa, señoras, que me una a vosotras? Vasili me está
volviendo loca. Cree que soy una inválida y no una
embarazada. Estoy a punto de lanzarle algo.
Riendo como colegialas, procedí a darles a todas, un
recorrido.

Y la esperanza floreció en mi pecho. Podría llevarme bien


con estas mujeres y hacer amistades para toda la vida.

Después de la visita, las damas se sentaron en el patio


mientras Grace y Ella las entretenían con historias de sus
travesuras mientras viajaban por Europa; aunque tuve que
preguntarme cómo convenció a su marido para que la dejara
irse tanto tiempo con su hijo. No parecía el tipo de persona
que la dejaba alejarse demasiado.

Al mirar a mi alrededor, me sorprendió ver a John todavía


por aquí, pero también feliz. Estaba apoyado en la barandilla
de la terraza, observándome. Me dirigí hacia él, donde estaba
solo con una cerveza, y sentí una punzada de culpabilidad.
No he sido una buena amiga para él.

—Hola, forastera —me saludó con una sonrisa, su cara


luciendo el ojo morado que le puso Nico. Fue suficiente para
alimentar la culpa que sentía. Me froté la sien un segundo,
encontrándome con sus ojos marrones.

Era un buen tipo, uno de los mejores. Siempre lo ha sido.


Incluso cuando las chicas lo perseguían, él solo quería una.
Tras el accidente de su padre, su madre intentó dirigir su
empresa. Después de tres años de verla luchar, dejó la
universidad y ayudó con la empresa. Y ahora, Nico Morrelli,
mi marido, la estaba desmantelando ladrillo a ladrillo.

Tal vez pueda ayudar con eso.

—Hey —Choqué mi hombro contra él. Como solíamos


hacer cuando éramos niños.

—Así que tú y Nico Morrelli, ¿eh? —Observó cualquier


indicio de angustia. Había muchos, pero los mantuve
ocultos—. ¿Cómo sucedió eso? —Me encogí de hombros y él
estrechó sus ojos sobre mí—. Conozco esta mirada. Cuando te
encoges de hombros y pones los labios en blanco, es tu mirada
obstinada.

Solté una carcajada.

—No tengo una mirada obstinada.

Puso los ojos en blanco y sonrió.

—Oh, sí la tienes.

Lo empujé juguetonamente.

—No. Tengo.

—Solo dime una cosa.

—Seguro.

—¿Tiene algo que ver con la bolsa? —Esta vez reaccioné, y


no se le escapó—. Por Dios, Bianca.
—Silencio —le advertí, mirando a su alrededor. Nico nos
miró fijamente y yo me estremecí. Los ojos de Nico nos
recorrieron a mi mejor amigo y a mí como si evaluara si debía
golpear a John de nuevo. No me gustó su mirada. Era fría
como un pedernal, no había ni una pizca de amabilidad en
ella. Y todo estaba dirigido a John.

—Joder, dime que no se volverá loco otra vez —murmuró


John. Sentí más que vi a John tensarse a mi lado.

A pesar que Nico estaba al otro lado del jardín, el aire se


tensó y se sintió más difícil respirar, a pesar de la brisa fresca.
Estaba junto a Cassio, Luca y Luciano en el borde del jardín,
más cerca de la entrada, como si esperara la llegada de
alguien. Su padre estaba a unos metros de él, hablando con
uno de los guardaespaldas Morrelli. Los ojos de Nico se
dirigían a su padre de vez en cuando, pero siempre volvían a
mí.

Me alegraba que su padre se mantuviera alejado de la casa


y de mí. Era un viejo despreciable.

—Estará bien —le dije, esperando que fuera cierto—. No


digas nada de la bolsa. No quiero que nadie sepa que lo
sabías.

Los ojos de John se dirigieron a mí.

—William y yo la jodimos, no tú.

—No se trata de eso —hablé en un tono tranquilo—. No


pienses en ello.
Se puso rígido y el dolor en los ojos de John me dio de lleno
en el pecho.

—¿Confías tan poco en mí? —Su pregunta me tomó por


sorpresa.

Cuando me quedé embarazada, me entró el pánico de


decírselo a William. John captó las señales sin que yo se lo
dijera y me aseguró que todo iría bien. Cuando me enteré de
la infidelidad de mi marido, John supo inmediatamente que
algo iba mal y estuvo a mi lado. Lo único que no supo fue la
revelación sobre mi padre biológico. Atribuyó mi conmoción
y tristeza a la pérdida de mi padre, lo cual era cierto hasta
cierto punto.

Pero durante los últimos dieciséis meses, lo dejé de lado.


Me guardé la casi pérdida de mi casa, las preocupaciones por
mi madre bajo la mafia, o el pago de la deuda cuando esos
dos se llevaron la bolsa de dinero. Ya tenía suficientes
preocupaciones propias y no necesitaba las mías. Pero, sin
querer, lo he lastimado.

La atención de John en mí, y un dolor en sus ojos, me


dijeron claramente que lo que dijera a continuación podría
romper nuestra amistad para siempre.

—Lo siento —murmuré—. Lo siento por lo que pasó antes,


lo siento por no haberte llamado, y siento mucho haber
mantenido las distancias durante el último año. Suena a
tópico, pero fui yo, no tú.
Él seguía de pie, rígido, y mi corazón retumbaba con la
preocupación de haber dañado para siempre nuestra amistad.

—Quiero estar ahí para ti —refunfuñó—. Siempre estás ahí


para mí.

—No estuve contigo durante el último año mientras se


desmantelaba tu empresa. —Mi voz estaba llena de
arrepentimiento. El hecho que ambos supiéramos que ahora
era mi nuevo marido el que lo hacía, probablemente lo
empeoraba.

—Pero te preocupaste por mí. Eres demasiado buena, Bee


—dijo, sacudiendo la cabeza—. Intentas arreglar todo para
todos menos para ti. Solo espero que esta vez no hayas
mordido más de lo que puedes masticar.

Ambos sabíamos que estaba hablando de Nico.

—Te quiero pase lo que pase, Bee —continuó y mi pecho se


calentó ante su admisión—. Siempre estaré aquí para ti.
Espero que lo sepas.

Di un paso para abrazarlo, pero sus siguientes palabras me


detuvieron.

—No me abraces —murmuró—. Te quiero y siempre


seremos amigos. Pero ahora mismo, tu marido me está
mirando fijamente, probablemente contemplando cómo
asesinarme.

Giré la cabeza y John tenía razón. Nico no parecía muy


contento. Ese hombre tenía que trabajar en sus problemas de
celos. Lo saludé con la mano y le ofrecí una gran sonrisa,
luego le di un pulgar hacia arriba.

Volviendo mi atención hacia mi mejor amigo, me abracé.

—Yo también te quiero —le dije—. Pero tienes que dejar de


llamarme Bee.

Sonrió.

—¡Nunca!
La fiesta resultó mejor de lo que esperaba. Definitivamente
mejor de cómo comenzó.

Era media tarde y los amigos de Nico se turnaban para


conocerme y bailar conmigo. Cuando Cassio y Luca bailaron
conmigo, Nico parecía estar a gusto y confiado. Lo mismo con
Luciano y Vasili. Los dos últimos preferían bailar con sus
esposas, lo que me parecía bien. Vasili Nikolaev daba miedo,
su hermano Alexei aún más. Sasha Nikolaev era de alguna
manera más relajado, a pesar de su sorprendente parecido con
sus hermanos.

A Nico no le interesaba verme bailar con Sasha. Así que lo


evité. No tenía sentido agitar al hombre. Básicamente, llegué a
la conclusión que le parecía bien que bailara con los hombres
casados, excluyendo a su padre, lo cual me parecía
perfectamente bien, y no había ningún problema con Cassio y
Luca. Los otros hombres estaban fuera de los límites.

La mirada de Nico sobre mí era como un cosquilleo en la


nuca. Como si me estuviera vigilando. La fiesta estaba
concentrada en su mayor parte en el exterior. Las niñas y
Matteo entraban y salían, ciñéndose al lado de la casa con la
playa y el parque infantil. Bear estaba constantemente con
ellos y se aseguraba que los niños nunca se acercaran al padre
de Nico. Me pareció que fue un designio de Nico insistir en
que la zona de la fiesta se instalara en el lado opuesto.

A estas alturas, ya podía relajarme. Llegué a conocer a los


amigos de Nico. Los que más me atraían eran Luciano y
Massimo. Tal vez porque estaban casados y claramente locos
por sus esposas. Y las damas solían estar al lado de sus
hombres. Aunque también me gustaba mucho Cassio. Pero su
apellido era lo que me mantenía cauta.

En este momento, me senté con John, Luciano, Massimo y


las damas. Miré a mi alrededor, buscando a Nico, sorprendida
de no verlo.

—¿Dónde está Nico? —pregunté.

—Él y Cassio tenían que hablar —respondió Luciano.


Levanté la ceja, esperando, pero no se explayó. ¡Qué extraño!

—Ahora mataría por una bola de helado italiano —


murmuró Grace. Habló de un antojo de helado durante los
últimos diez minutos. Reveló que estaba embarazada y que
sus antojos ya habían comenzado, aunque no estaba muy
avanzada.

—Puedes probar mi helado casero —le ofrecí—. Está en el


congelador del garaje. Pero no dejes que las niñas lo vean. Si
no, se lo comerán todo y luego se quejarán de lo enfermas que
estarán. Está muy rico.

—¿Haces tu propio helado? —El asombro era evidente en


su voz y en su rostro.

Me encogí de hombros.

—Cuando estoy preocupada o estresada, cocino, horneo y


hago helados.

—Caramba, ojalá yo tuviera ese problema —murmuró. Sus


ojos se desviaron detrás de mí y seguí su mirada.

El padre de Nico estaba justo detrás de mí, Nancy


claramente descontenta a su lado. Me puse de pie y me giré
para mirarlos.

—Ahhh, mi nueva hija —dijo con una sonrisa amenazante


en los labios. Noté que Nancy se estremecía al oír su título
para mí. No parecía borracho, pero podía oler el alcohol en él.
Estaba a punto de darme la vuelta cuando me cogió del brazo
y me obligó a mirarlo.

—Discúlpeme —dije, intentando zafarme de su agarre, con


sus dedos clavándose en mi carne.

Luciano se acercó a mi lado.


—Déjala ir —dijo, con un tono duro. Estos mafiosos serían
mi muerte—. O terminarás en el suelo.

—Sabes que se casó contigo solo por venganza —dijo su


padre.

Parpadeé confundida y mis ojos se dirigieron a su esposa.


Había dolor en sus ojos, y no estaba del todo segura de si era
por mí, por ella misma o por alguien diferente.

Sacudí la cabeza.

—¿Qué quiere decir? —Mi propia voz sonaba extraña.

—Dominic —advirtió Nancy a su marido, pero este ni


siquiera miró hacia ella.

El padre de Nico sonrió, con una sonrisa cruel en su rostro.

—Te está utilizando contra él —dijo con una fea sonrisa—.


Todos sabemos lo de tu madre. Eres una forma de llegar a él.

Su agarre sobre mí se hizo más fuerte, doliendo. Pero no se


comparaba con el dolor de mi pecho. Busqué a Nico con la
mirada, pero no lo encontré. Tanto él como Cassio seguían sin
estar a la vista.

—Suéltala, joder, o te pego un tiro —gruñó Luciano—. Y tu


hijo te enterrará vivo.

Me soltó tan repentinamente que tropecé hacia atrás.


Luciano me atrapó antes que pudiera caer al suelo.

Una carcajada ruidosa nos hizo girar la cabeza a todos y mi


corazón se congeló.
—Y aquí está King —tarareó el Sr. Morrelli, mientras me
afirmaba sobre mis pies, con el corazón atascado en la
garganta—. Vamos, Nancy.

Luciano gruñó a mi lado y sacó su arma.

El Sr. Morrelli se fue sin esperar a la madre de Nico, pero


ella no se movió de su sitio. En cambio, gritó.

—Me quedo.

Se encogió de hombros, con veneno en los ojos.

—Como quieras.

Luciano se alejó un paso de mí, pero se quedó cerca


mientras yo me quedaba de pie, mirando al padre de Nico y
al hombre al que más he temido.

El viejo Morrelli estaba olvidado; no podía apartar la vista


de los invitados recién llegados.

Benito King.

Con mi madre. Y un pequeño ejército de guardias


rodeándolos. Sus guardaespaldas ni siquiera se molestaron en
ocultar sus armas y recé para que esto no se convirtiera en
una boda sangrienta.

Mis ojos buscaron las profundidades azules de mi madre,


pero ella evitó cruzar nuestras miradas. Estaba preciosa, pero
el aura de tristeza y vacío que la rodeaba me destrozaba. Otro
evento al que se vio obligada a no perderse. Sus sacrificios se
acumulaban.
Por su culpa. El odio ardió en lo más profundo de mi ser,
amenazando con tragarme entera. Nunca he sido una persona
violenta, pero quería ver a este vil hombre torturado y verlo
sufrir.

Abrazándome, como si tratara de protegerme, observé a mi


madre del brazo de Benito King. Se estaba muriendo por
dentro cada día. El corazón me retumbaba y la bola en la
garganta me dificultaba la respiración. ¿Cómo habían llegado
hasta aquí? Sabía que mi madre no habría traído a Benito
King, por mucho que deseara desesperadamente verme
casada.

Mis oídos zumbaron, puntos negros nadaban en mi visión.

—Bianca, ¿estás bien? —La mano de alguien me sacó de mi


estupor. Giré la cabeza para encontrar a Isabella sacudiendo
mi brazo—. Parece que estás a punto de desmayarte.

Alguien más intervino, riendo suavemente.

—La ceremonia ha terminado. La fiesta está casi terminada


y ha ido sin problemas. En su mayor parte. Respira tranquila.
—No pude ubicar la voz ni a quién pertenecía—. La noche de
bodas es la siguiente.

—Tesoro —gruñó Luciano—. Tú, Ella y los niños tenéis que


entrar. ¡Ahora!

—Oh Dios mío. —La voz de Ella penetró a través de mi


terror. Juré que todo sucedía a cámara lenta—. Benito King
está aquí. Ese maldito bastardo está aquí con un ejército. —
Gimoteó, el miedo en su voz reflejaba la mía.
—Luciano —La voz de Grace también contenía una nota de
pánico—. ¿Por qué está aquí?

Luca y Massimo sacaron sus armas y los hombres de


Nikolaev siguieron su ejemplo. Vasili puso a su esposa detrás
de su gran cuerpo y todo el tiempo observé toda la escena con
el terror congelado, sin poder moverme ni decir una maldita
palabra.

Todo lo que podía saborear y sentir era miedo. Amargura y


miedo por ver a mi madre por primera vez en seis años y aún
no poder salvarla. O a nuestra familia.

—¿Puedes creer el descaro de ese bastardo? —siseó


Grace—. Debería ser fusilado en el acto.

—Tesoro, llévate a las mujeres y a los niños a la casa —


ordenó de nuevo Luciano, con todo el cuerpo tenso.

Me volví hacia la mujer pelirroja que estaba a mi lado.

—¿Quién? —Mi voz sonaba distante, extraña, distante—.


¿A quién hay que fusilar?

—Benito King. Nos secuestró a Ella y a mí hace solo unas


semanas.

Bum-bum. Bum-bum. Bum-bum.

—¿Él también te secuestró? —pregunté con rudeza.

La cabeza de Luciano se dirigió a mí, mirándome divertido,


como si yo fuera mentalmente inestable. ¿Cómo explicar que
mi madre estaba allí mismo, y que Benito la obligaba a
quedarse por algún jodido acuerdo? ¿Y que mi padre
biológico era ese bastardo inestable, loco y cruel? Vasili e
Isabella Nikolaev estaban allí, tensos y observando toda la
escena con Sasha.

Mi respiración se contrajo, mis pulmones no podían recibir


suficiente oxígeno. Me iba a dar un ataque al corazón. En
cualquier momento. Tal vez si me desmayaba, escaparía de su
atención.

Arianna y Hannah se acercaron a nosotros con Matteo,


Bear observándolos como un halcón. Los tres niños se reían
de forma desenfrenada y feliz, con sonrisas despreocupadas
en sus rostros. Tres de ellos ya eran mejores amigos, con
amplias sonrisas en sus rostros felices.

Los niños tienen la peor sincronización. La conclusión gritó en


mi cerebro. El peor jodido momento.

Bear soltó varias maldiciones mientras cogía a los niños,


tratando que no se asustaran, sino que se alejaran de la tensa
situación con las armas desenfundadas.

Los latidos de mi corazón se detuvieron, aterrorizada al


darme cuenta que si Benito King veía a mis hijas, podría
exigirlas ahora.

Levanté los ojos y no necesité un espejo para saber que la


desesperación y la devastación se reflejaban allí. Lo sentí en
cada célula de mi cuerpo.

—Mami, mira lo que hizo Matteo —exclamó Arianna,


mientras mi corazón tronaba en mi garganta. Buscando a mi
madre y a Benito, los vi caminar lentamente hacia nosotros.
Había al menos diez guardaespaldas detrás de ellos, otros
pocos a cada lado rodeándolos, y probablemente más
rondando por ahí. La funda de la pistola de Benito y sus
guardias eran claramente visibles, incluso desde aquí, y la
cara de mi madre tenía una sonrisa congelada, todas sus
emociones ocultas.

Esto es malo.

Tragué con fuerza.

—B-Bear, ¿crees que tal vez podrías llevar a Matteo y a mis


hijas a la casa —carraspeé, con la voz desigual mientras me
zumbaban los oídos. Mis manos temblaban visiblemente, por
lo que agarré el material de mi vestido de novia,
esforzándome por ocultarlas. Supliqué en silencio con la
mirada—. Por favor —exhalé.

Ya lo estaba haciendo, pero los niños encontraron el peor


momento para querer quedarse con nosotros.

—Tesoro, date prisa y entra con Massimo. —El marido de


Grace la instó, con voz firme—. Massimo, elige una habitación
sin puertas ni ventanas. Ciérrala con llave.

Si Benito secuestró a Ella y a Grace, Luciano comprendió el


peligro. Dondequiera que fuera Benito, la miseria y la muerte
lo seguían.

Isabella, Massimo y Ella tomaron rápidamente a los niños,


levantando cada uno un niño en brazos y corriendo hacia la
casa, con Bear y otros dos guardias cubriéndoles las espaldas.
Afortunadamente, mis hijas no protestaron y siguieron sin
quejarse. Estaban enamoradas de Matteo, como si fuera un
juguete nuevo y brillante, y lo seguirían donde fuera en un
futuro previsible.

—Tú también deberías venir con nosotras —intervino


Nancy, la madre de Nico, en voz baja—. No quieres conocer a
ese hombre. Es peligroso.

Volví a mirar a Benito y a mi madre, que se abrían paso


lentamente. Dios, si ella supiera cuánta razón tenía.

—No puedo —murmuré—. Esa es mi madre. —Escuché un


grito ahogado, pero mantuve la mirada fija en la pareja que se
acercaba a mí—. Solo mantén a las niñas alejadas, para que no
las vea.

—Vaya —le dijo Luciano a la Sra. Morrelli—. Tengo a


Bianca. También vienen más hombres. ——Escuché arrastrar
los pies mientras se apresuraba a salir. Luciano se acercó a mí,
con la voz baja mientras decía—. Todo irá bien, Bianca. Nico y
Cassio están a pocos minutos.

Lanzando una breve mirada hacia él, sonreí


temblorosamente. No esperaba ver a Benito y a mi madre
como invitados en mi boda. Y eso que se organizó en el
último momento. Deben haber sido invitados.

Las palabras del padre de Nico resonaron en mis oídos. Se


casó contigo solo por venganza.
—Debería haber prestado atención a la lista de invitados,
¿eh? —Intenté bromear, girando la cabeza en dirección a la
bomba de relojería que se acercaba.

—Los gilipollas siempre encuentran la manera de entrar —


murmuró en voz baja, y no había duda que Benito le caía mal.
Después de todo, secuestró a su mujer. ¿Le caería mal a
Luciano si supiera que soy la hija de Benito?

—Ahhh, aquí está la novia. —La voz de Benito era


agradable, aunque el brillo de sus ojos no lo era.

No respondí. Los ojos azules de mi madre parecían


cansados, tristes y muertos. La profunda pena tenía un sabor
salado y amargo en mi lengua. Como la sangre, que sabía que
un día se derramaría.

Donde va Benito King, siempre le sigue sangre y muerte. La voz


de mi abuela se arrastraba en la brisa, advirtiéndome del
peligro que se avecinaba.

—Tú debes de ser Bianca Carter —declaró, ya que


permanecía callada. Agarró mi mano entre las suyas y
depositó un beso en la parte superior de la misma. Nunca
entendí el verdadero significado de un asqueroso hasta ese
mismo momento. Ni siquiera el padre de Nico se comparaba.
Este hombre me producía todo tipo de sensaciones
espeluznantes. Y era mi padre biológico.

¡Joder, no! No puede ser. No sentía nada hacia él, salvo asco y
odio. Nunca había odiado nada tanto como a él.
—¿O debería llamarte Bianca Catalano? —añadió con una
mirada cómplice en sus ojos. Tiré de mi mano, pero él la
sujetó con firmeza, sus húmedas manos erizándome la piel.

—Puedes llamarla Bianca Morrelli. —El tono de Nico,


agudo y duro, sonó a mi lado y mi cabeza giró en su
dirección. Me arrebató la mano del agarre de Benito. El rostro
de mi marido era una máscara fría e inmóvil.

El hombre que estaba a mi lado era el despiadado mafioso


que el mundo de la mafia conocía. Cassio y Luca King estaban
al otro lado de mi marido, sorprendiéndome. Casi parecía que
éramos nosotros contra ellos. Me sorprendió que Cassio y
Luca no estuvieran junto a su padre, pero entonces las
palabras de Nico resonaron en mis oídos, insinuando la
crueldad que soportaban bajo su padre.

Rodeada de todos los mafiosos, me sentía más segura que


nunca con Nico y sus amigos. Aunque no estaba segura de si
debía sentirme segura con alguno de esos hombres.

—Sofia, pensaba que tu hija tenía mejor gusto para los


hombres —se burló Benito. La cara de mi madre no cambió,
no se entrevió ninguna expresión. Salvo un pequeño brillo en
sus ojos. Su cabello era pelirrojo y aunque le quedaba bien, me
gustaba más con sus rizos naturales de color rubio oscuro. Se
veía demasiado pálida, el rojo vibrante de su cabello
combinado con su vestido azul oscuro la hacía parecer
desvaída.

—Hola querida. —Mi madre se inclinó y depositó un ligero


beso en mi mejilla—. Estás preciosa. La abuela y papá estarían
muy orgullosos de verte hoy. Aunque has perdido algo de
peso.

Su voz era tan suave como la recordaba. Hacía seis años


que no la veía y me dolía mucho ver tanto dolor en sus ojos.
Puede que no sea evidente para nadie más, pero yo lo veía tan
claro como el día. Puede que no sea tan vieja, pero sus ojos
eran antiguos.

—Mamá —exhalé, con la voz quebrada por los


sentimientos que intentaba mantener a raya—. Yo…

Su mano se acercó a mi mejilla y sus ojos se encontraron


con los míos.

—Está bien —habló en voz baja. Me miró con amor y


tristeza, haciendo pedazos mi corazón—. Grecia es agradable
en esta época del año, ¿no crees?

Una inhalación aguda tomó mis pulmones. Era nuestro


código. Era el momento de correr. ¿Benito descubrió que yo
era suya? Las chicas y yo estábamos en peligro; teníamos que
desaparecer. Excepto que yo estaba atrapada. Todo el
sacrificio de mi madre no sirvió para nada porque me crucé
con Nico, porque gasté dinero robado.

Dijo que me protegería, susurró mi mente.

¿Pero podría? ¿Podría proteger a mis hijas y a mí contra


alguien tan malvado y despiadado como el amante de mi
madre? Dueño. Carcelero.
—Sí, los cielos son azules —me atraganté, con la voz
apenas audible—. Y los mares son tormentosos.

La tensión era alta a nuestro alrededor, se podía cortar con


un cuchillo. Nico y sus amigos estaban cerca, cada uno de
ellos con sus fundas abiertas para tenerlas al alcance de la
mano. Luciano y Luca ya tenían sus armas desenfundadas.
Los guardias de Benito estaban listos para sacar las armas
también.

—¿Qué puta basura sobre Grecia es esa? —escupió Benito,


pero yo no aparté la vista de mamá, grabando su imagen en
mi memoria. Podía contar con las dos manos las veces que
había visto a mi madre en toda mi vida. Apenas tenía fotos de
ella para conservarlas. Sin embargo, de alguna manera, me
sentía conectada a ella a un nivel básico.

Mamá no apartó la vista de mí.

—Grecia estaba en la lista de deseos de Bianca. ¿No es así,


cariño?

Asentí con la cabeza. Era una despedida. Quería que


viniera conmigo, si es que lograba escapar de Nico. Con los
guardias que me asignó, no era muy probable.

—Cariño, me gustaría que nos reuniéramos para tomar un


café pronto —sugirió. Mi madre odiaba el café—. Tal vez en
dos semanas. Te mandaré un mensaje con la fecha para que
encontremos algún sitio para quedar. —Mi corazón se aceleró
frenéticamente, el corazón se me atascó en la garganta—.
¿Estará bien?
—Sí —dije con la boca, mi voz apenas audible. Bebí en su
rostro, memorizando cada línea de su rostro. Mi abuela y mi
padre se aseguraron que supiera que mi madre me quería, a
pesar que rara vez la veía. Cuando era pequeña, me
preguntaba por qué no estaba mi madre y, poco a poco, a
medida que crecí, mi abuela me contó más y más. Lo único
que me ocultó fue la identidad de mi padre. Me hizo creer que
el hombre que me había criado era en realidad mi padre.

—Nico, te felicitaría por tu matrimonio —dijo Benito, con


un brillo cruel en los ojos—. Pero ya puedo decir que tu mujer
no se quedará mucho tiempo. Hay otros planes destinados a
ella.

Miré confundida entre mamá y Benito.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

Benito se limitó a reírse, sin molestarse en responderme.

El viento sopló y el cabello color rojizo de mi madre se


agitó a su alrededor. Fue entonces cuando lo vi. Huellas
dactilares moradas en su cuello. Alguien la estranguló tan
fuerte que había huellas dactilares de color púrpura azulado
en su pálida piel.

Miré fijamente a Benito y un gruñido salió de mi garganta.


Tuve el loco deseo de gritar, poner mis manos alrededor de su
cuello y ahogar su vida. En ese momento, realmente pensé
que podía hacerlo y que no perdería el sueño si veía cómo la
luz abandonaba sus ojos mientras lo mataba.
Dando un paso al frente, levanté la mano, dispuesta a
golpearlo. No lo pensé, simplemente actué.

—Hijo de... —escupí pero mi madre se interpuso entre


Benito y yo, impidiendo que golpeara al hombre.

—Cariño, está bien —se apresuró a decir mi madre.

—No, no lo está. —Mi voz se elevó con cada segundo, mi


corazón se aceleró. Lo único que sentía era una furia que lo
consumía todo—. Te ha hecho daño.

—Bianca —advirtió, bloqueando a Benito de mi vista.

Benito se rio.

—Ya te acostumbrarás, Bianca. —Se rio sombríamente—.


Tu marido hace cosas mucho peores.

Mi temperamento se encendió, mis oídos tronaron y todo


zumbó. Todo y todos se desvanecieron. Lo único en lo que
podía concentrarme era la rabia y la necesidad de herir a este
hombre. La rabia roja se apoderó de mí, alimentando la
adrenalina y no me importaría que un luchador de MMA
quisiera pelear conmigo. Quería golpear y herir, hacer sangrar
a alguien.

—Mamá, muévete —ordené con los dientes apretados,


apartándome de ella. Mis manos se cerraron en puños—.
Maldito hijo de...

Giré mi mano, dispuesta a clavarle las uñas y hacerle daño.


Igual que él lastimó a mi madre. Retrocedió y fallé, mi mano
voló por el aire.
—Bianca —advirtió Nico en voz baja y me agarró de la
cintura con la mano izquierda, reteniéndome mientras me
rodeaba la frente con el antebrazo.

—Suéltame —siseé, loca de rabia.

—¡Bianca! —La voz de mi madre se quebró a través de la


rabia roja—. Te quiero, pero no dejaré que le hagas daño.

Parpadeé, y las lágrimas de frustración sustituyeron a la


rabia que no podía expresar. Quería gritar, chillar y maldecir
a pleno pulmón. Inhalando profundamente, me di cuenta que
mis pies colgaban del suelo. Nico me levantó, como si fuera
una muñeca, mientras yo me ponía en modo de ataque total.

—Estoy bien —murmuré, exhalando—. Estoy bien. Bájame.

Aflojó su agarre y mi espalda se deslizó por su cuerpo,


pero no me soltó.

Como si mi arrebato no acabara de producirse, mi madre


murmuró en voz baja.

—Siempre he pensado que Grecia es una buena opción en


la lista de deseos.

Grecia sería un sueño inalcanzable. Con Benito y Nico


pisándome los talones, sería una carrera diaria para el resto de
la vida de mis hijas.

Las lágrimas picaron en mis ojos. Era tan hermosa, mucho


mejor persona de lo que yo nunca fui, ¡por qué no podía tener
un descanso! La quería conmigo; no la tuve cuando crecí, pero
quería tenerla cerca mientras envejecía. Quería verla
meciéndose en un porche, leyendo o lo que fuera que le
gustara hacer. Ni siquiera lo sabía.

Me cogió la mejilla. Con un asentimiento silencioso, el


mensaje claro en sus ojos, y el último beso, volviéndose hacia
Benito.

—Vamos, Benito —dijo con voz uniforme—. Viniste a


hacer lo que te propusiste.

Se alejó de él sin mirar atrás. Benito me lanzó una mirada y


sonrió. Me sonrió de verdad.

—Estoy orgulloso de ti, Bianca —ronroneó—. A diferencia


de tu madre, tienes algo de fuego en ti. —Apreté los dientes y
apreté los puños, luchando contra el impulso de no saltar
sobre él y empezar a darle puñetazos, una y otra vez, hasta
que su cara estuviera hinchada y sangrienta. Por la cruel
sonrisa de su malvado rostro, él también lo sabía.

Y entonces se dio la vuelta y se marchó, alcanzando a mi


madre, mientras miraba tras ellos confundida.

La frustración me subió por la columna y me di la vuelta.


Mis ojos recorrieron a Cassio y Luca King, luego a Luciano y
terminaron con mi marido. Había algo entre estos tipos y
Benito King. Y ahora me vi arrastrada a ello.

Se casó contigo solo por venganza, las palabras del padre de


Nico resonaron en mis oídos.
Me hervía la sangre, la frustración de sentirme tan débil y
desechable en este mundo mafioso me hacía ahogarme de
rabia.

—Todo esto es culpa tuya —siseé, clavando un dedo en el


pecho de Nico. Estaba furiosa. Clavando mis ojos a todos sus
amigos—. ¡Todos vosotros! Creéis que podéis usar y disponer
de la gente según os convenga. No sois mejores que él.

Me alcé de puntillas y me planté en la cara de Nico.

—Y tú... —siseé, buscando una palabra—. Eres un imbécil


manipulador. Este jodido matrimonio por contrato se acabó
—escupí. Se casó contigo solo por venganza—. Puedes coger el
puto dinero que me he gastado y metértelo por el culo. De
hecho, te lo meteré por la garganta para que te atragantes con
él.

La mirada gris de Nico brilló con algo, pero yo estaba


demasiado lejos para mantener la razón o ser inteligente.

—Me perteneces, Bianca. —Su voz era amenazante. Baja.


Fría. Posesiva—. Eres mía de por vida. Si corres, te cazaré. Si
te escondes, revolveré cada piedra hasta que te tenga. No hay
ningún lugar donde puedas esconderte que no te encuentre.

—Pero dijiste dos años. —Sacudí la cabeza con


incredulidad, tragando con fuerza. Me engañó. Me mintió. Me
manipuló.

Sonrió, pero fue aterrador. Amenazante.

—Como dije, me perteneces. Mi esposa.


—Pero los términos… —Oh, Dios mío. ¿Me he metido en la
misma situación que mi madre?

—¿Por qué? —pregunté, levantando la voz. Estaba


empezando a cabrearme—. No es por el dinero. No puede
serlo, es un golpe en tu cuenta bancaria.

—Nadie me roba.

—Tienes un imperio de mil millones de dólares, pero me


fastidias por trescientos mil y me condenas a la miseria de por
vida. ¿Quieres saber en qué utilicé el maldito dinero? Gasté
cada maldito centavo persiguiendo una maldita cura
inexistente que salvaría la vida de William —dije con los
dientes apretados. Sabía que no era el momento ni el lugar,
pero ahora que las palabras salían, no podía detenerlas—. Y
no me vengas con tu mentira de los seiscientos mil. Fueron
tres, sé contar, ¡muchas gracias! —Entorné los ojos hacia él, mi
dedo se clavó una y otra vez contra su duro pecho—. Y ese
dinero probablemente volvió a ti, ya que parece que tienes a
todo el mundo en este estado en tu nómina. Incluso al pobre
William. Tienes que arruinar todo lo bueno, ¿verdad?

La ira que reflejaba la mía brilló en los ojos de Nico. Dio un


paso más, con su cuerpo enrojecido por el mío, con la funda
de su arma demasiado cerca para su comodidad. Se elevó
sobre mí.

—Si William era tan bueno, ¿por qué mintió? —gruñó por
lo bajo, con la rabia que lo embargaba—. Y en caso que te
preguntes a dónde fueron a parar los otros trescientos mil,
Bianca, fueron a parar a su amante.
Las palabras se sintieron como una bofetada física en mi
cara. Mis mejillas ardieron y mi garganta se estrechó.

—¡Mientes! —No podía ser verdad. William dijo que solo


fue un asunto corto, dos semanas—. Él no...

No iría allí ahora. No era como si importara ahora. No


podía hacer nada al respecto. Endureciendo mi corazón, los
miré a todos.

—Será mejor que duermas con los ojos abiertos porque si le


pasa algo a mi madre, será tu culpa, y te mataré. —La parte
infantil de mí quería hacer un berrinche. Tal vez agarrar la
tarta de boda y empujarla al suelo—. Y el resto de vosotros —
resoplé, entrecerrando los ojos sobre ellos—. Respiráis mal y
yo... yo... —Maldita sea, ¿qué podía hacer? —Os mataré.

Luciano echó la cabeza hacia atrás y se rio. Parpadeé


confundida ante su reacción. No era lo que esperaba.

—Maldita sea, esto parece un déjà vu —dijo—. Creo que mi


mujer me amenazó de la misma manera hace unas semanas.

Solté un suspiro frustrada.

—No saben lo que han hecho —acusé a todos.

—Espera —cortó Luca, con las cejas alzadas—. ¿Tu madre


es la puta de Benito y nos echas la culpa a nosotros? —desafió
la voz de Luca—. Ella vino a tu boda con él, no con nosotros.

Di dos pasos en su dirección y mi mano voló por el aire,


dándole una fuerte bofetada en la cara.
—No hables así de mi madre.
La mejilla de Luca tenía la huella de la mano de mi esposa,
sus ojos se oscurecieron de ira y dio un paso amenazante
hacia ella. Genial, ni siquiera sabían que eran parientes y ya
estaban discutiendo como hermanos.

—Luca —gruñí, dando un paso hacia él—. No toques a mi


mujer.

No le pegaría, pero no estaba más allá de asustarla a


muerte. El comienzo de este matrimonio no fue según lo
previsto. Eso era decir poco. No me sorprendió que apareciera
Benito, aunque sí la rapidez con la que lo hizo. ¡Y con la
madre de Bianca!
Al menos llegó tarde a interceptar el matrimonio. Benito no
era estúpido y estaba seguro que había hecho sus deberes.
Aunque tuve que preguntarme si vino porque mi padre le
habló de la boda de hoy o porque Jenna le envió un mensaje
antes que Leonardo llegara a ella y su objetivo era secuestrar a
Bianca y obligarla a Vladimir.

Mi padre era débil y estúpido. Siempre intentando meterse


en la cama con los tiburones, pero no sabía nadar. Esperaba
que mi padre fuera el que llamó a Benito para acabar con él.
De una vez por todas. Me enfurecía pensar en tantos malditos
traidores. ¡Mi propio maldito padre! ¡La jodida Jenna
Palermo!

Gracias a Dios que nunca me follé a esa perra.

Jenna no sabía por qué quería a William en mi nómina. Así


que esa perra de dos caras no pudo haberle dicho a Benito mis
razones. Pero se enteraría pronto.

Bianca estaba frente a mí, con las mejillas enrojecidas y la


furia ardiendo en sus ojos. Mi mujer tenía mal genio. Uno
realmente malo, por lo que parecía. Yo rara vez perdía los
estribos, pero ella parecía tener éxito en provocarme,
haciéndome perder la razón.

—Entra en la casa, Bianca —le ordené.

—Que te den, gilipollas —replicó ella, con furia en sus ojos


oscuros. Joder, incluso así me excitaba—. Solo porque haya
dicho que sí hace unas horas, no significa que vaya a hacer lo
que tú digas.
Sasha Nikolaev se rio.

—Maldita sea, me gusta esta mujer. —Tenía una amplia


sonrisa en su rostro—. Bianca, si necesitas a alguien que
dispare a Nico o a cualquier otro, soy tu hombre.

Bianca puso los ojos en blanco, con una expresión de


fastidio en su rostro.

—Probablemente me cobrarías un brazo y una pierna. Ya


tuve que casarme con un imbécil porque le debía dinero. No
necesito más de esa mierda.

Sasha le guiñó un ojo.

—Lo haría gratis.

—Bueno, en ese caso, déjame reunir una lista —le


respondió dulcemente, lanzando miradas hacia mí—. Te la
enviaré por mensaje de texto.

Mi mujer sabía exactamente lo que tenía que decir para


excitarme. Apenas podía contener mi temperamento. Y Sasha
no estaba ayudando, provocando celos por mis venas.

—Seguro, preciosa —ronroneó Sasha y un gruñido salió de


mi garganta.

Los ojos de Bianca se entrecerraron, como si me desafiara a


que dijera algo sobre su obtención de un número de teléfono
de otro hombre.
—Sasha, cierra la boca —advirtió Vasili a su hermano.
Sasha tenía un maldito don para irritar a la gente cuando
estaba en su peor momento.

—Solo estamos intercambiando números —dijo Sasha con


una sonrisa—. Déjame anotar mi móvil personal.

Y perdí la cabeza. Mi mano rodeó el cuello de Sasha,


levantándolo del suelo. El jodido bastardo tampoco era
pequeño.

—Es mi mujer —dije entre dientes—. No le vas a enviar


mensajes de texto a ella.

Los pequeños puños de Bianca golpearon mi espalda.

—Bájalo, bruto.

La ignoré y apreté más fuerte. El hecho que lo defendiera


me cabreó aún más.

—Alexei, ¿no vas a ayudar a tu hermano? —murmuró


Isabella Nikolaev.

—Bella, te he dicho que te quedes dentro —la regañó


Vasili. Debía estar preocupada por su marido y encontró la
forma de volver a salir para su desgracia. ¿Qué les pasaba a
estas mujeres que no escuchaban?

No quería terminar el día de mi boda con una nota incluso


más mierdosa de cómo empezó, pero si tengo que hacerlo, me
pelearía con todos. Nadie coquetearía ni tocaría a mi esposa.
Si no, tendríamos un maldito día de boda.
—¡Alexei! —regañó Isabella.

—No, estoy bien —respondió Alexei—. Esto es bastante


divertido.

—Raphael, por favor ayuda a Sasha —suplicó Isabella.

—Si matas a Nico con éxito, puedes quedarte con todo su


dinero —intervino Bianca, sus pequeños puños en mi espalda
parecían un masaje.

—Ni siquiera lo pienses, Raphael —le dije, y luego


entrecerré los ojos ante la belleza cabreada que tenía delante—
. Acabamos de casarnos, esposa, ¿y ya contemplas matarme?
Cómo me hieres —me burlé y ella se mofó—. ¿Puedes
moverte a la izquierda y golpear el punto ahí, Cara Mia? Me
encantan los masajes bruscos.

Se detuvo inmediatamente y apartó sus manos de mí. Giré


la cabeza hacia ella, necesitando verla. Su expresión de dolor
me golpeó directamente en el pecho. No hacía falta ser un
genio para saber que hoy no era el mejor día de su vida. No es
que esperara que lo fuera, pero resultó aún peor.

—¿Cómo has podido?

—¿Cómo pude qué? —respondí, aunque tenía la sospecha


que lo sabía.

—¿Invitaste a mi madre y a ese hombre? —dijo con voz


áspera—. Sabías que ella era de Benito... —No pudo terminar
la frase—. Tu padre dijo algo sobre la venganza. ¿Es eso?
Debería haber sabido que mi padre trataría de remover
algo de mierda.

—No invité a tu madre ni a Benito King —le dije, y no era


mentira—. Sí sospeché que vendrían.

—¿Cómo?

—Jenna Palermo, lo alertó —confesé, clavando los ojos en


ella. Era importante para mí que me creyera, al menos en
esto—. Cuando me contaste lo de ella y William, empecé a
indagar y descubrí que ella era la conexión que le daba
información a Benito. Sobre ti y William. Fue la razón por la
que adelanté la boda.

La decepción brilló en sus ojos, y supe sin duda que estaba


pensando en nuestra conversación anterior. No más
sorpresas. Pero esta era otra.

—Te equivocas en tantos aspectos —dijo con tristeza—,


voy a entrar en la casa.

Se dio la vuelta, sin ahorrarnos ni a mí ni a Sasha otra


mirada, mientras él seguía colgado en el aire, agarrado a mi
mano.

Lo solté y cayó de pie, jadeando.

Isabella sacudió la cabeza y nos miró a todos. Supongo que


no le gustó que nadie interviniera para salvar a su cuñado.
Era mi boda, después de todo el novio siempre tenía razón el
día de su boda. ¿Verdad?
Mi mujer no estaría de acuerdo. La cagué a lo grande el día
de mi boda.

—Espera, Bianca. Iré contigo —dijo Isabella tras ella. Mi


mujer se giró y esperó a Isabella. Esta última estaba
embarazada, así que cuando reanudaron la marcha, Bianca
aminoró el paso. Así era ella, atenta y cariñosa. Por el amor de
Dios, incluso se disculpó con Bear por haberlo llamado
aterrador.

—Sabía que acabarías escuchando —le dije a mi mujer. Ella


ni siquiera se dio la vuelta, solo me hizo un gesto por encima
de su cabeza.

—Bueno, tengo que decirlo, Nico —dijo Luciano—. El día


de tu boda fue incluso mejor que el mío.

—Vete a la mierda —murmuré—. Gilipollas.

—Tu mujer te asignó ese nombre —murmuró Luca,


frotándose la mejilla—. Jesús, Nico. ¿Con quién diablos te has
casado?

—Con tu hermana —le dije.

El silencio siguió, todos debatiendo si estaba bromeando o


no.

—No estoy seguro de si debo reírme o no. —Vasili terminó


por romper el silencio—. ¿Era una broma o no? ¿O es una
broma interna?
—No es una broma —respondí, clavando los ojos en Cassio
y Luca. Sus ojos, de un color tan parecido, se limitaron a
mirarme con recelosa tranquilidad.

—Dime que estás bromeando. —La voz de Cassio sonó


tensa.

—No lo estoy.

Otro latido de silencio.

—Su madre no es nuestra madre —justificó Luca, las


ruedas girando en su cabeza—. Nosotros lo sabríamos, joder.
Y ella no es de Benito... —Su voz se apagó, cuando la
comprensión lo golpeó—. Ni de coña. —Luca me sostuvo la
mirada mientras el rompecabezas encajaba—. De ninguna
manera —siseó, negando con la cabeza—. Él no la miraba
como su hija. Si fuera su hija, no habría importado que te
casaras con ella. La habría sacado a rastras de aquí. Sus
hombres habrían empezado una guerra aquí mismo.
Habríamos tenido un baño de sangre.

—Nico, explícate —gruñó Cassio. Estaba cabreado. No lo


culpaba. Mierda, tal vez hoy se convertiría en una boda
sangrienta después de todo, y Bianca cumpliría su deseo.
Sería viuda antes que pudiera probarla.

—Maldita sea, Nico —rugió Cassio cuando no contesté—.


¿Qué diablos? ¡Explícate!

—Empezaré con esto —le dije con voz fría—. Si intentas


llevártela, tendremos una guerra. —Nuestras miradas se
clavaron, las palabras que acababa de pronunciar se cernieron
sobre nosotros. Nadie se atrevió a intervenir, ni siquiera Sasha
con sus tontos comentarios—. Ella es mía, Cassio. Mi esposa.
Y tengo la intención de mantenerla como mi esposa.

—Es mi hermana —dijo Cassio, cabreado.

—Eso no lo sabías —le recordé.

—Solo explica, joder —interrumpió Luca la ira se estaba


gestando—. El suspenso me está matando.

—La madre de Bianca se enredó con Benito hace veintiséis


años —les dije a ambos, mientras todos escuchaban
expectantes como si fuera una maldita telenovela—. Ella
estaba comprometida para casarse con otro. Obviamente, no
se casó con él. Tuvo un bebé poco después y lo dejó con su ex
prometido y su madre. De alguna manera Benito creyó que
era el bebé de su ex novio. Ella rara vez venía. Eso lo resume
todo.

—Eso no puede ser cierto —comentó Alexei, con el ceño


fruncido en su rostro tatuado. No me sorprendió ver a Bianca
embobada con el tipo, aunque me dio envidia. La tinta que
cubría su piel siempre atraía las miradas—. Esas dos parecían
cercanas. Como si estuvieran en sintonía.

—Mis fuentes me dicen que visitó a su hija menos de un


puñado de veces desde que nació —le dije.

—¿Qué te hace pensar que su padre no es su ex prometido?


—preguntó Cassio—. ¿Su certificado de nacimiento indica que
Benito es el padre?
Esto fue lo más sorprendente. Si Bianca no hubiera
enfermado de niña, nadie lo hubiera sabido.

—No, Benito no figura como padre. Hace diez años, Bianca


enfermó y necesitó una transfusión de sangre. Es AB negativo
—le expliqué—. Ni su madre ni el padre que figura en su
partida de nacimiento son de ese tipo de sangre.

—Benito es de ese tipo de sangre —dijo Cassio con voz


áspera—. Yo también lo soy.

Asentí con la cabeza.

—Bueno, joder —murmuró Luca—. Supongo que recibió la


transfusión. ¿Se la dio Benito?

—No directamente. Su madre sobornó a un grupo de


médicos para que falsificaran que ella misma necesitaba una
transfusión. Benito donó sangre para su amante favorita y
Sofia se aseguró que su hija recibiera la sangre necesaria.

Cuando Nicoletta fue brutalmente asesinada, comencé a


investigar en todo y cualquier cosa. Utilicé mis vastos
recursos para investigar a todas las personas con las que
Benito tenía contacto, incluidas sus amantes. Así fue como
descubrí lo de Bianca y empecé a planear mi venganza, pero
me guardé esas palabras para mí.

—¿Lo sabe Bianca? —Casio miró hacia la casa, donde las


mujeres estaban sentadas en el jardín. Mi madre, Isabella,
Grace y Ella se reían de algo que Bianca les estaba contando,
mientras los niños corrían por el patio. Me alegró ver a mi
madre sentada junto a Bianca, sonriente y algo sobria. Hoy
estaba en mejores condiciones de lo que la había visto en
mucho tiempo.

—No lo creo —le dije. Como un imán, mis ojos volvieron a


Bianca y la encontraron observándome. En el momento en
que nuestras miradas se encontraron, ella entrecerró los ojos y
luego giró la cabeza. Sí, mi mujer y yo seríamos un volcán
juntos.

—¿Cuánto hace que lo sabes, Nico? —preguntó Cassio.


Sabía que mi confesión lo haría enojar.

—Un tiempo.

—¿Cuánto tiempo?

—Casi tres años.

El silencio que siguió fue condenatorio. Fue malo, la furia


se desprendió de él y de Luca en oleadas.

—¿Por venganza? ¿Tu hermana? —gruñó Casio—. Benito


destruyó a tu hermana, así que tú destruirás a la mía.

Me puse en pie con toda mi estatura. Cassio y yo teníamos


la misma altura. Nunca habíamos estado en desacuerdo, pero
había una primera vez para todo. Sería un fuerte oponente,
pero que me aspen si pierdo ahora que tengo a Bianca.

—Bianca nunca correrá la misma suerte que Nicolette —


mordí—. Es ofensivo, incluso que lo insinúes. —El
resentimiento subió a mi pecho y mi mandíbula se tensó, casi
hasta el punto del dolor—. Puede que sea tu hermana, pero
ahora es mi mujer. Así que no me jodas ni a mí ni a ella.
Las fosas nasales de Cassio se encendieron. Sus ojos
viajaron hasta donde sabía que Bianca estaba sentada de
espaldas a mí. Los dos estábamos enfadados y habíamos
perdido mucho por culpa de Benito. Pero yo no tenía
intención de perderla. Por ningún miembro King.

—¿No encontraste el momento adecuado para decírmelo?


—La voz de Cassio era peligrosamente baja.

Tuve muchas oportunidades de decírselo, pero no lo hice.


Fue una decisión consciente porque mi necesidad de vengar a
Nicoletta era más fuerte que mi lealtad a Cassio. Él no sabía
que tenía una hermana, y yo quería usar a Bianca contra su
padre. Por supuesto, todo salió mal con la enfermedad de su
marido y mi polla enfocándose en la mujer. Si le preguntas a
mi polla, ella era la única mujer en esta tierra. Joder, la
deseaba más que a nada, y ahora que era mi esposa, lo
seguiría siendo el resto de mi vida.

Bianca era mi destino. La vida me la puso en el camino


demasiadas veces y tenía la intención de conservarla. Me
encantaba su fuerza, su suavidad y su bondad. Incluso amaba
su carácter. A decir verdad, amaba cada cosa de ella.

—Deduzco que la chantajeaste para que se casara contigo


—continuó Cassio.

—No te metas en mi matrimonio —gruñí—. Ella aceptó ser


mi esposa.
Vale, eso era exagerar un poco, pero no había necesidad de
señalarlo ahora. Nunca la abandonaría. Ella era mía. Para toda
la vida.

—¿Qué es esa mierda del contrato? —intervino Luca.

—Me lo inventé. Me la quedo.

Luca negó con la cabeza.

—Hombre, si viene a mí y quiere que te maten, estás


muerto. No vas a obligar a mi hermana a un encierro de por
vida.

—Odio tomar partido —interrumpió Luciano—. Pero no


parecía que hubiera ningún forzamiento cuando se chupaban
los labios frente al sacerdote.

Cassio gruñó, ahora que se daba cuenta que estaba


devorando a su hermana.

—Es mía, Cassio —le dije—. La protegeré. Arreglaremos


nuestras cosas.

—¿Cómo? ¿Basado en mentiras?

—No eres precisamente el epítome de la verdad —le


recordé. Estaba maquinando para conseguir a la mujer que
quería. El jefe de la mafia irlandesa iniciaría una guerra si
conociera la trama de Cassio.

—La lastimas —advirtió Cassio—, y voy por ti.

—Hombre, esta es la mejor jodida boda en la que he estado


—soltó Sasha, dando un trago a su bebida—. Deberíamos
hacer esto más a menudo. La boda de Vasili fue un puto
aburrimiento. Pero esta... ¡joder, sí! Invitadme a todas vuestras
bodas. Drama, suspense, novia amenazante... es el paquete
completo sin pagar una cuota de suscripción.

Sasha Nikolaev estaría en mi lista de no invitados de ahora


en adelante. Puede que sea el mejor francotirador que ha
pisado esta tierra, pero su boca era la peor.

—Perdona a mi hermano —murmuró Vasili—. Está


atrapado entre la adolescencia y la veintena.

Luciano me dio una palmada en el hombro.

—Bienvenido a la dicha infernal, Nico. Esta noche será


interesante. ¿Deberíamos Grace y yo llevarnos a las niñas?

Cassio y Luca gruñeron, probablemente conteniéndose


para no atacarme. Sabía que en cuanto se enteraran que
Bianca era su hermana, se pondrían dominantes y la
avasallarían.

—Gracias, imbécil —le dije a Luciano.

—Ojalá me hubieras dicho que era mi hermana antes de


llamar a su madre la puta de Benito —murmuró Luca—.
Probablemente ahora me odia tanto como a ti, Nico.

—Ella no me odia —solté.

—Bieeeeeeeeeen. —Raphael puso los ojos en blanco—.


Miéntete a ti mismo, hombre. Entierra la cabeza en el cajón de
arena.
—Jesús, Raphi. —Lo empujó Sascha —. Estás actuando
igual de inmaduro que tu hermanastra.

—No me llames así, joder —le dijo Raphael, fulminándolo


con la mirada—. O te dispararé. Y es mi hermana. Tu cuñada.
La hermanastra de Alexei.

—Jódete. Raphael —escupió Alexei—. Cuando te mate,


serás su hermano muerto.

Sí, el tema común en el día de mi boda era matar o morir.


Esperé cuarenta años para esto.

—Nena —las cabezas de todos se volvieron. No estoy


seguro de por qué todos miramos. Solo había dos hombres
que en ese momento estaban felizmente enganchados. Grace e
Isabella a sus hombres. Era Grace quien llamaba a Luciano.

—Bianca nos ha invitado a quedarnos aquí en lugar de


volver a casa esta noche. ¿Te apetece?

Los ojos de Luciano inspeccionaron el lugar. Estaba


expuesto, pero tenía hombres vigilando la propiedad como si
fuera un complejo militar.

—Es seguro —le dije—. Tengo el lugar rodeado. Los


hombres también están vigilando desde la bahía.

—Dime que no vas a pasar tu noche de bodas bajo el


mismo techo que nosotros —murmuró Luciano, sonriendo—.
Solo no quiero estar cerca de ti cuando tú y tu nueva novia...
—¿Podrías cerrar la puta boca? —detuvo Cassio el
comentario de Luciano. Los hermanos de Bianca se pusieron
en modo turbo sobreprotector.

Luciano se rio, sin inmutarse.

—Nico, lleva a tu mujer a tu casa, y nos encontraremos allí


mañana. O quédate aquí. Pero, por favor, no te la folles aquí.

—¿No te advertí que te callaras? —siseó Cassio, con las


cejas fruncidas y los labios apretados.

—Haz que nos invite a quedarnos también —murmuró


Luca en voz baja—. Apenas he hablado con sus hijas. Quiero
ser un buen tío.

—Yo también —añadió Cassio, respirando profundamente.


Era un exaltado, como Bianca. Pero se calmaba con facilidad,
al igual que su hermana—. Probablemente soy mejor material
de tío que Luca.

Gemí.

Aquí vamos.
Al caer la tarde, también lo hizo la dulce y fresca brisa de la
bahía. El sonido de las olas chocando contra la costa en un
movimiento rítmico, y la luna brillante elevándose sobre el
agua, hacían que el paisaje fuera hermoso y tranquilo. Ayudó
a mi estado de ánimo.

¿En qué me he metido?

Nico Morrelli... mi marido, pensé con ironía, es un maestro


manipulador y mentiroso.

Un mentiroso caliente y sexy que hacía que mi cuerpo se


derritiera bajo su mirada, pero un mentiroso, al fin y al cabo.
Él sería mi muerte más dulce. O mi más amarga.
—¿Estás mejor? —preguntó John, sentándose a mi lado
mientras Nancy se sentaba al otro lado de mí.

—Sí, todo bien. —No importaba si lo estaba o no, lo único


que importaba era que me mantuviera concentrada y que mis
hijas estuvieran a salvo. Nancy estaba enfrascada en su
discusión con Ella y Grace. Algo sobre un lugar en Sicilia, y
giré la cabeza hacia John.

—John, ¿cuánto dinero había en esa bolsa? —Las palabras


de Nico sonaban en mis oídos de forma repetida. No podía
dejarlo pasar. ¿Importaba a estas alturas? No, probablemente
no, pero tenía que saberlo.

—Seiscientos mil. —Ahí estaba, mi confirmación.

—¿Cómo es que cuando la revisé —pregunté—, solo había


trescientos mil en ella?

El silencio sonó como una bomba de relojería. Sabía la


respuesta y John también. Nico era un mentiroso, pero no
tenía ninguna razón para mentir sobre el dinero que se le
debía. Tenía su propia agenda, pero no estaba relacionada con
el dinero. No lo necesitaba.

—¿Cómo pudiste dejarme creer que lo había terminado? —


rechiné.

Su garganta se movió mientras tragaba con fuerza.

—No me enteré hasta que se puso muy enfermo. Ya estaba


fuera de sí, y parecía inútil decírtelo.

—¿Cómo te enteraste?
—Esa mujer, Jenna, me llamó para preguntar por ti. Le dije
que William estaba en su lecho de muerte, y la amenacé con
que, si volvía a llamar, se lo diría a su marido. —Mi mejor
amigo y él me ocultaron tal secreto. William me mintió,
aunque cuando me dijo que se había acabado, tuve el
presentimiento que no me lo estaba contando todo. Lo ignoré,
atribuyéndolo a mis niveles de estrés. Papá me ocultó un gran
secreto, y no quería que mi imaginación supusiera que mi
marido también guardaba secretos. ¿Cómo es que no lo vi?

Lo hecho, hecho está. Mi padre solía decir eso todo el tiempo.


Parecía apropiado en esta situación. Después de todo, no era
como si pudiera enfrentarme a William. Sin embargo, era
difícil pasar por alto la traición. Tanto engaño.

Nuestra última semana juntos, en el hospital, pasó por mi


mente, el recuerdo desgarrador y ahora empañado. ¿Era
verdad algo de lo que había sucedido?

—Bianca. —La voz de William era débil, el olor del hospital era
abrumador y un recordatorio constante de lo que se avecinaba—. No
llores.

Palabras atascadas en mi garganta, manos invisibles


asfixiándome, llevándose todo.

—Bianca, mírame.

La voz de William era firme; era la primera vez en semanas que


oía su voz tan determinada. Nuestros ojos se encontraron, mi
corazón dolía tanto que estaba segura que estaría sangrando en
alguna parte del interior. Apenas podía ver su frágil mano entre las
lágrimas de mis ojos. Necesitó toda su fuerza para levantar el brazo
y alcanzarme. Tomando su mano en mi palma, puse mi mejilla
contra ella.

—Tuve más que la mayoría de los hombres en toda su vida... tu


amor. Tú y las niñas me hicieron el hombre más feliz. Me estoy
muriendo como un hombre feliz.

Un sollozo que había intentado contener con todas mis fuerzas,


salió por mi boca y mis pulmones se contrajeron. Fue la primera vez
que ambos reconocíamos que estaba muriendo. Perdimos la pelea.
Todo lo que intentamos fracasó. Ya no me importaba que no me
hubiera sido fiel. Solo lo necesitaba aquí. Conmigo. Con nuestras
niñas.

—Por favor, William. —Apoyé mi frente contra la suya. No


estaba segura por lo que suplicaba. Quería que se quedara, pero él ya
no tenía nada que decir. Su fuerza estaba fallando, sus órganos
estaban fallando. Los médicos se asombraron que aún resistiera.

—Prométeme. —Su rostro amoroso era una sombra de lo que


solía ser—. Promete que seguirás adelante. Te mereces más.

Entonces, ni siquiera podía pensar en seguir adelante, pero


ahora me preguntaba si él ya lo había hecho. Ese fue su último
adiós. Se fue para siempre al día siguiente.

Mis ojos gravitaron hacia Nico. Sabía que William había


sido infiel. Mis palabras de ayer las dije en serio. No creía en
la infidelidad. Nico estuvo de acuerdo, pero ahora no estaba
segura de lo que creía o no creía. No es que importara. No
estaría por mucho tiempo.

Parecería que mi nuevo esposo y yo teníamos objetivos. Sin


embargo, el suyo podría destruirme. Que Benito pusiera sus
manos sobre mis hijas o sobre mí nos condenaría. Ya le había
absorbido la vida a mi madre, me negaba a dejar que tuviera
más de nuestra familia.

Y Nico... bueno, sea cual sea su objetivo, podría encontrar


otra forma de vengarse.

Tenía que ser inteligente. Confiar en él estaba fuera de


lugar.

Mamá dijo que quería tomar un café en unas semanas. Eso


significaba que solo tenía unas pocas semanas para correr. No
hay mucho tiempo para ordenar mi mierda. Sería más difícil
con Nico y sus guardias alrededor.

Un contrato matrimonial por dos años. Sí, claro. Me reí en mi


cabeza. Sus promesas de protección... todo, una mierda. Debo
ser la mayor idiota de este planeta para haber creído en su
palabra. La palabra de un maldito mafioso.

Pero está bien. Le seguiría el juego, hasta que encontrara la


oportunidad de coger a mis hijas y correr. Con suerte, la
oportunidad llegaría más pronto que tarde. Tenía nuestros
pasaportes metidos en un bolsillo secreto dentro de mi bolso.
No era inteligente ir por ahí con los pasaportes, pero se hizo
necesario. Mi abuela insistió en ese pequeño acto cuando
cumplí dieciocho años. Sacó mi pasaporte de su propio bolso
y me lo entregó, pidiendo que lo llevara siempre encima. Al
igual que mi carnet de conducir, dijo. No supe por qué hasta
la confesión de papá en su lecho de muerte.

Mis ojos absorbieron las sobras de la fiesta. Grace, Ella,


Nancy y yo nos quedamos en el jardín trasero. La mayoría de
los invitados se fueron. Luciano seguía por aquí, por
supuesto. Grace, Ella, Luciano y Massimo se quedaban a
pasar la noche. Nancy también seguía aquí. Yo estaba
enfadada con su hijo, y ella lo sabía, pero ambas nos alejamos
de ese tema. Decidí que me agradaba mucho, así que nos
mantuvimos en temas neutrales. Ella no parecía querer irse a
casa, así que le ofrecí una habitación, si quería pasar la noche.

Cassio y Luca seguían rondando por ahí, mirando hacia mí


de vez en cuando. Probablemente debatiendo cómo matarme
por haber abofeteado a Luca.

Qué. Jodido. Imbécil.

No podía alejarme de la familia King. Aunque tengo que


admitir que, aparte de Luca hablando mal de mi madre, no
me importaban esos dos. No se parecían en nada a su padre,
pero hermanos o no, no permitiría que ninguno de ellos
hablara así de mi madre.

Mi madre se había sacrificado por mí.

Un error.

Una noche con el desconocido equivocado.

Una vida de arrepentimiento.


Ella no sabía de la deuda con la familia King, una Bella
cada dos generaciones. No era su generación la que debía
pagar, sino la de su hija. Mi deuda. Pero desafortunadamente,
la abuela pensó que estaba salvando a mi madre cuando
mantuvo ese secreto. Cuando Benito King la vio, supo que
Sofia Catalano no era parte del acuerdo. Sabía exactamente
quién era ella, pero la deseaba, así que ideó un plan.

Mamá y su prometido se pelearon, ella salió con sus


amigas, se emborrachó y acabó en la cama de Benito King. Las
consecuencias fueron nefastas y las pagó cada día desde
entonces. Acabó embarazada. Después Benito la acosó
durante semanas, aunque ella volvió con papá. Fue entonces
cuando Benito King informó a mi madre sobre la deuda que
mi familia tenía, cada dos generaciones. Nuestra familia le
debía a Benito dos generaciones más de Bellas. Una chica que
se debe gracias a un acuerdo que nuestro estúpido abuelo
hizo. Se suponía que debía saltarse a mi madre. Pero mi
madre, al saber que estaba embarazada, y una prueba de
sangre temprana que reveló el sexo, cambió su propia vida
por la mía.

Y aquí estábamos. Este cambio hizo que una de mis hijas


formara parte del maldito acuerdo. No tuvimos nada que ver
con el maldito acuerdo, y sin embargo tuvimos que pagar por
él. Esos estúpidos deberían empezar a venderse y ver si les
gusta.

Las luces encadenadas iluminaban la terraza y todo el


jardín trasero, dándole un suave resplandor. Supongo que
Nico pagando toda la hipoteca no salvó la casa. Al menos no
para mis hijas y para mí. Pronto lo dejaríamos todo atrás, y no
tenía idea cómo se lo explicaría a mis hijas.

—Tienes que compartir tu receta de helado conmigo. —La


voz de Grace me sobresaltó—. Sabe igual que el helado
italiano. —Sonrió, inclinando la cabeza hacia Matteo—.
Confía en mí. Matteo es tu juez, porque el pequeño se niega a
comer helado americano. —Las caras de felicidad de los niños
estaban manchadas de helado—. No puedo creer que hagas el
helado desde cero.

—No todo el tiempo —admití—. Como he dicho, cuando


me meto en la cocina, me ayuda a relajarme y a pensar.

Me quedé mirando el horizonte, la brisa se había levantado


y el aire olía a principio de lluvia. Había algo hermoso en ver
cómo una tormenta se arrastraba por la bahía con su nube
oscura. Tan condenadamente poético en este momento
porque reflejaba mi vida. Me esperaba un futuro consumido,
estruendoso y peligroso, reflejado en las oscuras nubes del
cielo.

—Dios, esta vista —murmuré a John distraídamente,


preparándome ya para la partida—. Lo echaré de menos.

—Siempre puedes volver —dijo esperanzado—. De visita o


lo que sea. Tal vez pasar los fines de semana aquí, me uniría a
ti. —Fruncí las cejas ante sus palabras. De alguna manera, no
creía que Nico estuviera abierto a que saliera con mi mejor
amigo. No es que importara lo que quisiera Nico—. ¿Cuándo
te vas a mudar a su casa?
Era una pregunta justa, una suposición justa, pero no tenía
idea. El maldito hombre anunció que nos casaríamos hoy, esta
mañana. No tenía idea cuáles eran sus planes. Lo ideal sería
dejarnos aquí, pero antes dijo que quería que compartiéramos
un dormitorio, una cama. Por supuesto, podría haber estado
mintiendo. Después de todo, soltó bastantes de ellas.

La risa de Hannah sonó desde la sala de estar. Giré la


cabeza, esperando poder divisar su forma desde aquí en lugar
de tener que perseguirla. Esa niña se convertiría en una
alborotadora.

Me di cuenta que los hombres también estaban dentro.


Frunciendo el ceño, me pregunté qué estaba pasando. Grace y
Ella se inclinaron hacia un lado, mirando con curiosidad hacia
el salón. Nancy levantó una ceja con una mirada
interrogativa.

Me encogí de hombros.

—No tengo idea de lo que está pasando.

Grace y Ella se levantaron, dirigiéndose al interior.

—Están viendo algo en la televisión —explicó Ella.

Nancy y yo las seguimos. No podía ver nada más que los


anchos hombros de Luciano y Nico, mientras Cassio y Luca se
apoyaban en la pared de enfrente, viendo lo que fuera que
había en la televisión.

—¿Qué pasa? —pregunté.


Luciano movió su gran cuerpo, despejando la vista y fue
entonces cuando lo vi. Me detuve en seco, en medio de la sala
de estar, todo el mundo olvidado.

Mi primera boda se reproducía en la pantalla grande. La


parte del baile padre-hija.

—El padre pidió un baile especial con su hija. —La voz del
locutor sonó a través del televisor, y comenzó la melodía de
"Hit the Road Jack" de Ray Charles. La gran sonrisa de
felicidad de mi padre mientras movía el dedo para que me
uniera.

Parecía demasiado joven para estar casada. No tenía idea


de lo que la vida estaba a punto de traer a nuestra puerta.

La versión más joven de mí se rio, negando con la cabeza,


pero él insistió. Papá era una bomba en la pista de baile, tenía
su propio ritmo, y a menudo bailábamos mientras crecía con
sus canciones favoritas.

—No, papá. —Mi voz sonó a través del televisor—, no


delante de todos.

Mis manos cubrieron mi rostro, pero él se negó a soltarla.

—Vamos a mostrarles cómo se hace, Bee.

Sacudí la cabeza, con un gesto de súplica en la cara, aunque


sonriendo. Fue mi abuela la que me condujo a la pista,
uniéndose a nuestro baile.

—Nunca voy a superar esto —se quejó mi versión más joven,


aunque una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro. Era
increíble lo bien que la cámara había captado el momento.
Papá y la abuela siempre me hacían feliz.

Papá y yo empezamos a movernos, todos los años de la


infancia que pasamos bailando en nuestro salón se pusieron
en práctica en la pista de baile. Nuestras manos se movían
arriba y abajo, a la izquierda y a la derecha, ambos riéndonos.
La abuela no estaba muy lejos de nosotros, solo se movía un
poco más despacio.

—Oh, sí —anunció riendo—. Tengo los movimientos.

Los invitados, tanto en la pantalla como en mi salón, se


rieron. Fue un momento agridulce y mi pecho se apretó. Los
echaba mucho de menos. La vida era más sencilla entonces. A
papá no le gustó que William y yo decidiéramos casarnos.
Pensaba que éramos demasiado jóvenes, que no era lo
suficientemente bueno, pero aun así me apoyó. Fue lo que
hizo de papá. Fue el mejor padre que podría haber deseado.

—Mami, ¿cómo es que tú y papá no bailaron? —La


pregunta de Hannah me sacó del momento televisivo—. Tú y
Nico bailaron.

William y yo nunca tuvimos nuestro baile de novios. Él


odiaba bailar y se negaba a hacerlo, incluso en el día de
nuestra boda. Pero a mi padre le encantaba bailar, así que él y
John intervinieron.

—Hmmm, él no quiso bailar —le dije. Me molestó que no


pudiera doblegarse para un baile, pero por más que le rogué,
no quiso hacerlo. Así que mi primer baile fue con mi padre.
Ahora que era mayor, algo más sabia, tal vez no habría
seguido con la boda. Él fue mi primer amor, pero quizá
éramos más amigos que amantes.

—Tienes buenos movimientos —elogió Luciano, y yo puse


los ojos en blanco.

La canción de Ray Charles terminó y se convirtió en el


estilo polarmente opuesto de la canción. Llegó el ritmo de
"Temperature" de Sean Paul y papá siguió con sus
movimientos de baile. John y yo bailamos sincronizados de
forma rítmica y mi padre nos imitó. La abuela se sujetó la
cadera, quejándose que era doloroso bailar una canción tan
vulgar.

—El tío John está bailando —anunció Arianna.

Lancé una mirada a John, que estaba a mi lado con los


brazos cruzados sobre el pecho.

—Tengo movimientos —le dijo.

—John, eso no son movimientos. —Solté una risita, una


pequeña ráfaga del pasado que liberó mi tensión—.
Probablemente haya un meme en alguna parte con nosotros
dos como idiotas.

Inclinó la cabeza hacia la pantalla.

—Tres de nosotros. Creo que tu padre estaba matando


nuestro ritmo.

Una suave risa llenó la habitación.


—¿Cómo es que nuestro abuelo no bailó con tu madre? —
preguntó Hannah. Ella nunca pudo entender el concepto de
abuelo y abuela juntos ya que nunca vieron a mi mamá—.
¿Dónde estaba ella?

—No pudo venir —murmuré. Mamá no pudo llegar a la


mayoría de las cosas por culpa de ese bastardo.

Mientras miraba la pantalla, los recuerdos me inundaron.


Papá me dijo en su lecho de muerte que no era mi padre.
Contándome toda la historia de mi madre.

—Te ves tan joven. —La voz de Nancy me devolvió al


presente—. Y tan feliz.

Estaba feliz, a pesar que William era una mula obstinada y


se negaba a bailar conmigo.

—¿Ya eras legal para beber cuando te casaste? —preguntó


Grace.

Sacudí la cabeza. Apenas había cumplido veintiún años.


Las lágrimas brillaron en mis ojos mientras veía a mi padre y
a mí dar vueltas por la pista de baile, riendo. Sentí la mirada
de Nico e involuntariamente levanté los ojos y mis entrañas se
estremecieron ante la locura de sus ojos.

La escena de la cinta se detuvo y cambió, el sonido de un


barco llegó a través de la televisión. Rompiendo nuestro
contacto visual, fruncí el ceño ante la escena. Era la discusión
de William y mía después de nuestro primer viaje en barco
juntos. Se había olvidado de comprar los chalecos salvavidas
para las niñas.
—Bien, es suficiente. —Me acerqué al televisor.

—¿Ocultas algo? —intentó bromear Luca, pero no estaba


de humor.

—No, pero esto es privado. —Las palabras llegaron a


través de la televisión, William y yo discutiendo sobre la
seguridad y el hecho de tener chalecos salvavidas para los
más pequeños en el barco antes de apagar la televisión.

—¿Terminó por conseguir los chalecos salvavidas? —


preguntó Luca, ya que captó el principio de la discusión
grabada.

Exhalé, lanzando una mirada de reojo a John.

—Nos equivocamos de talla —murmuró John—. Y


mientras hacíamos la compra, William compró un carrito de
golf en la tienda e insistió en conducirlo hasta su casa.
Paramos en el pub local en el camino de vuelta. Después de
unas cuantas cervezas, seguimos de vuelta a casa y nos paró la
policía. Acabamos pasando la noche en la cárcel. Bianca se
negó a venir a pagar la fianza.

Me encogí de hombros.

—Te lo advertí.

—Lo hiciste. Bueno, esta es mi señal —anunció John—. Me


marcho ya.

Me sorprendió que se quedara tanto tiempo, aunque estaba


feliz. Era el único de mi parte. Mary y su marido se enfadarían
cuando les dijera que nos habíamos casado antes de lo que les
había dicho. Eso caería como toneladas de ladrillos.

—Te acompañaré a la salida —le dije, ignorando la mirada


amenazante de Nico. No me serviría de nada enfadarlo, ni
tampoco quería ponerlo de los nervios con lo de John, así que
añadí—. Nico, ¿quieres que acompañemos juntos a nuestro
invitado a la salida?

Sonaba falso incluso para mis propios oídos.

—No, por favor no. —John nos detuvo a ambos—. Conozco


la salida. Todavía tienes tus otros invitados.

No nos esperó, sino que se limitó a darme un rápido beso


en la mejilla, saludó con la cabeza a Nico, saludó a todos los
demás, dio un abrazo a mis hijas y desapareció por la puerta
principal.

—Tengo miedo por ti Nico —dijo Luca después que John


se fuera—. Puedes contar con que tu mujer no te sacará del
apuro. ¿Puedes mantenerte alejado de los problemas?

—Tal vez Bianca enderece a Nico —se burló Cassio—. Pero


si tu marido te da problemas, Bianca, llámame y te apoyaré.
Te ayudaré a enterrar el cuerpo.

Cassio miró a Nico de forma mordaz, pero mi nuevo


marido no parecía preocupado en absoluto. Parecía que había
un significado detrás de eso.

Mi cabeza se volvió hacia esos dos, con los ojos


entrecerrados.
—Mami, Nico no va a morir, ¿verdad? —preguntó
Arianna, haciendo que me olvidara de Cassio y Luca. Había
una preocupación sincera en su rostro y su labio inferior
temblaba—. Me gusta Nico.

—Claro que no —le dije, rápidamente, bajando a mis


rodillas y ella entró en mis brazos—. Nadie va a morir.

Arianna era la más sensible. Y cuando estaba cansada, las


lágrimas fluían rápida y fácilmente.

—También te gusta, ¿verdad? —soltó Hannah. Los niños


siempre hacían la pregunta más difícil.

—Hmmm. —Dejé mi respuesta vaga, mis ojos se


encontraron con él por encima de la cabeza de mi hija.

Si solo fuera así de sencillo.


Me dejó sin aliento ver a Bianca en la pantalla. Mi madre
tenía razón, se veía feliz y joven. No había duda del amor que
compartía con su padre y su abuela.

Su rostro joven y despreocupado brillaba de felicidad


mientras bailaba despreocupadamente. No era la primera vez
que veía a Bianca a esa edad. La primera vez que la vi fue en
uno de mis clubs, no podía tener más de diecinueve años en
ese momento. Bailaba con John y varias amigas. Nuestras
miradas se conectaron durante una fracción de segundo, y ya
entonces me dejó sin aliento con su deslumbrante sonrisa.
Pero en aquel momento era una desconocida que no tenía
nada que hacer en mi mundo. Así que me limité a observarla
desde lejos durante una sola noche. Ni en un millón de años
pensé que volveríamos a cruzar nuestros caminos.

Entonces, ella fue arrojada en mi camino. La hija de mi peor


enemigo. A mis ojos, seguía siendo la mujer más hermosa del
mundo. Ella despertó algo en mí que nunca había sentido por
nadie más. Incluso cuando bromeaba o se enfadaba conmigo,
había algo en ella que nunca había visto en nadie. Sí, había
atracción entre nosotros, pero también algo único, un raro
tesoro.

Y no la descartaría. Me quedaría con ella y mi venganza.


Una vez que Benito pagara, haría todo lo que estuviera en mi
mano para compensarla y centrarme en construir una vida
con mi mujer. Nuestra familia.

Me costaría un poco de trabajo. Desde el fiasco anterior,


construyó muros gruesos y altísimos a su alrededor. La frágil
confianza se rompió en mil pedazos. Pero la recuperaría,
utilizaría una excavadora para derribar esos muros.

Por ahora, me centraría en esta noche.

—Niñas, ¿os parece bien que vuestra mami y yo vayamos a


preparar nuestra nueva casa mientras Matteo se queda aquí
con vosotras?

La cabeza de Bianca se dirigió hacia mí, pero no dijo nada.


Ambos sabíamos que la noche de bodas iba a ocurrir. Tanto si
la boda era hoy como la semana que viene, este matrimonio se
iba a consumar.
Eran un poco más de las seis, y tenía la intención de
aprovechar al máximo nuestra noche.

—Necesitamos que los adultos nos vigilen —respondió


Hannah, con los ojos serios.

—Me alegro que hayas dicho eso —le dije seriamente—.


Luciano, Grace, Ella, Massimo, Luca y Cassio se quedarán
aquí con vosotras.

—¿También os quedáis? —preguntó Bianca, sorprendida.

—¿Te importa? —respondió Cassio—. Si es un problema…

—No, no. Está bien —añadió rápidamente, suavizando sus


ojos—. Es que no me lo esperaba. Nancy también se queda, así
que tendréis que compartir la habitación de invitados con dos
camas individuales.

Me sorprendió saber que mi madre se quedaba. Y no la


había visto tocar el alcohol desde que llegó.

—¿Qué decís, Hannah y Arianna? ¿Tenemos suficientes


adultos? —les pregunté a ambas. Estaban acostumbradas a
sus abuelos, pero hoy tenían muchas caras nuevas. No sabían
que Luca y Cassio eran sus tíos y que matarían a cualquiera
que las mirara mal.

—Sí. —Acordaron los dos por unanimidad.

—Genial —dije—. ¿Estás lista, Cara Mia?

Entrecerró los ojos.


—Sí. Aunque me sorprende que me lo preguntes, Nico.
Estaba segura que me exigirías que estuviera preparada.

Maldita sea, me encantaba su carácter. Nuestras bromas


eran como los juegos previos. Hacía que mi polla cobrara
vida. Y sin importar qué, me encantaba que a ella le importara
una mierda apaciguarme. Defendía sus creencias y a la gente
que le importaba.

—Muy bien, tortolitos —anunció Luciano, con los ojos


brillantes de diversión—. Fuera de aquí, nosotros nos
encargaremos de todo.

—Las niñas tienen que estar en la cama a las nueve —


comenzó Bianca, pero Grace la detuvo rápidamente.

—Lo tenemos —le aseguró—. Las niñas estarán en la cama


y dormidos antes de las nueve. Han tenido un día
emocionante. Ella y yo les daremos un baño y los
arroparemos a todos.

—De acuerdo. —Bianca estaba nerviosa y era


comprensible. Llegó a conocer a las mujeres, pero seguían
siendo extrañas para ella—. Mi número de móvil está en la
nevera, solo manda un mensaje para decirme que todo ha ido
bien.

—Lo haré —confirmó Grace—. De hecho, te enviaré un


mensaje ahora para que tengas mi número.

Bianca abrazó a sus hijas, luego a mi madre, luego a sus


hijas de nuevo, y si esas dos no se hubieran ido, estaba segura
que las habría abrazado otra vez. Sin embargo, no me
importaba, me hacía desear tener hijos con ella de inmediato,
una gran familia. Como ella quería. Era una buena madre, y
sabía que prefería morir antes que dejar que les pasara algo a
nuestras hijas.

Esta mujer sacó el lado de mí que no sabía que existía. Me


hizo esperar cosas que nunca quise... una esposa cariñosa,
hijos, un hogar cálido lleno de risas y cocina casera.

Podría ser peligroso querer cosas así en mi mundo, lleno de


luchas de poder y de gente hambrienta de dinero. Era una
vulnerabilidad, una debilidad. La gente destruía a tus seres
queridos solo para ponerte de rodillas. Mis padres eran un
ejemplo perfecto. Benito usó a Nicoletta para darle una lección
a mi padre. Mi padre aprendió, pero destruyó a mi madre.

Aunque mantendría a salvo a mi mujer, a las gemelas y a


cualquier otro hijo que tuviéramos. Y tenía la intención de
tener una gran familia, como ella quería. Joder, le daría todo
lo que quisiera. Excepto su libertad.

Hice que Lorenzo le cambiara las píldoras anticonceptivas


por vitaminas de la misma forma durante la ceremonia de la
boda. A lo largo del día, dispuse que los chicos recogieran las
cosas de Bianca y de las niñas y las trasladaran a mi mansión.
Solo quedaban algunas cosas para las ocasiones en las que nos
quedaríamos aquí. Porque sabía que ella querría volver. Este
era su refugio seguro.
Quince minutos después, le abrí la puerta de mi Bugatti
Centodieci7 a mi mujer y la ayudé a entrar. Quería quitarse el
vestido de novia, pero le pedí que se lo dejara puesto hasta
que llegáramos a mi casa. Ella me complació, pero tomó un
chal y se cubrió los hombros. Se había librado la cola antes.
Bueno, mejor dicho, hizo que mi madre se la cortara.

Una vez acomodada, cerré la puerta y me dirigí al lado del


conductor. Nos conduje fuera de Gibson Island a través de la
puerta y por la carretera de la montaña.

Bianca permaneció callada, con los ojos fijos en la vista por


la ventana. Se avecinaba tormenta. No era supersticioso, pero
mi sexto sentido me avisaba que se avecinaba algo más que
mal tiempo.

—¿Qué tipo de coche es este? —preguntó finalmente,


rompiendo el silencio.

—Bugatti Centodieci.

—Suena caro —murmuró sin impresionarse.

No le importaban especialmente los lujos ni las cosas caras.


Valoraba más a las personas que amaba que a las cosas que
poseía. Excepto esa casa. Ella amaba esa casa. No podía
decidir si era por los recuerdos que compartía con su difunto
marido o era por algo más.

7Bugatti Centodieci: Un modelo del que tan solo fabricarán 10 unidades con un valor de 8
millones € más impuestos, durante un tiempo fue el coche más rápido del mundo con 351
km/hora.
—¿Este coche tiene radio? —preguntó mirando el
salpicadero. Se inclinó hacia delante y tocó los botones. No
tardó en encontrar el equipo de música—. ¿Qué tipo de
música escuchas?

—No Sean Paul —dije.

Se rio.

—Sí, supongo que no. Es un gusto adquirido.

Pulsando el botón hacia delante, una y otra vez, siguió


leyendo los nombres de los artistas. Hasta que se detuvo.

—¿Ray Charles? —Parecía realmente sorprendida.

—Sí, es uno de mis favoritos.

—Bueno, bueno, bueno —murmuró, dejando la música


puesta, y luego se recostó en su asiento—. Papá te habría
querido.

Me reí.

—Mi madre ya te quiere.

No era una exageración. Mi madre se había esforzado, por


primera vez desde la muerte de Nicoletta, en abstenerse de
beber. Solía abstenerse del alcohol los días que veía a mi
hermana, pero desde su muerte, ya no se molestaba. Encontró
el olvido en el alcohol.

—Mi madre... —hizo una pausa como si buscara las


palabras— ... ha sido la amante de Benito durante mucho
tiempo. —Se aclaró la garganta—. No estoy muy segura de lo
que le gusta y lo que no le gusta.

Tomé su mano entre las mías y la apreté suavemente.

—Ella se preocupa por ti. Cualquiera con dos ojos puede


verlo.

Tragó saliva y pude ver que sus ojos brillaban con lágrimas
no derramadas.

—Gracias —susurró—. Tuve la suerte de tener un buen


padre y una buena abuela mientras crecía. Y aunque mamá no
podía estar con nosotras físicamente, siempre formó parte de
nuestras vidas.
Mis nervios estaban a flor de piel. Sabía lo que sucedería a
continuación. Sabía que este hombre me estaba utilizando de
alguna manera para vengarse. Y sin embargo, a mi cuerpo no
parecía importarle nada de eso. Solo el hecho que Nico
Morrelli me tocara de nuevo y me diera placer.

Tonta. Tonta. Más que tonta. Esa sería yo.

Todavía sostenía mi mano entre las suyas y eso era


reconfortante. No tenía sentido, no había lógica en encontrar
seguridad con un mafioso, pero él se sentía como... ¿un
hogar? Nunca hubo un hombre que caminara por esta tierra
con el que mi temperamento se encendiera como con Nico.
Sin embargo, no me preocupaba que tomara represalias como
lo haría Benito si mi madre no quería hacer algo que él quería.

Lo vi cambiar de carril con suavidad, adelantando a los


coches de nuestra derecha, su lujoso coche no se parecía a
ningún otro que yo hubiera conducido. Mi Honda Pilot
parecería una vieja chatarra al lado de este vehículo. Y yo
adoraba mi Pilot.

El silencio en el coche me estaba matando. Había tantas


cosas que habían pasado hoy, y quería respuestas. Si él
respondía a mis preguntas, ¿significaría que yo también tenía
que responder a las suyas?

—Tu madre es simpática —terminé diciendo.

Asintió con la cabeza.

—Es una alcohólica. —No me sorprendió, aunque me di


cuenta que no había bebido en la fiesta—. Hoy ha sido la
primera vez que la he visto abstenerse de beber y ha sido
gracias a ti.

La verdad es que me dio lástima la madre de Nico. Su vida


no podía ser fácil. Morrelli padre no dudó en coquetear
conmigo delante de su mujer. Era un canalla y no pude
imaginar cuántas veces tuvo que soportar una humillación
así. Al menos, Nico no era como su padre. Acordamos
mantenernos fieles el uno al otro.

No mentiría sobre eso, ¿verdad?


—Te pareces a tu padre —murmuré porque no tenía nada
bueno que decir de su padre—. Solo que mejor, supongo. Con
los ojos de tu madre.

—¿Supones?

—Bueno, es mucho mayor.

Sacudió la cabeza.

—No estoy seguro de si lo dijiste como un cumplido o


como un insulto. A mí. Me importa una mierda él.

Me miró brevemente antes de volver a prestar atención a la


carretera.

—No lo dije como un insulto —le dije en voz baja—. ¿Nico?

—¿Si?

Tragué con fuerza y me aclaré la garganta.

—Tu padre... ummm, le es infiel a tu madre.

Su mandíbula se apretó tanto que los músculos de su cuello


se tensaron.

—Sí, lo es.

Se me encogió el corazón, de compasión hacia ella y miedo


que Nico me hiciera eso. Inspirando profundamente, tuve que
escupirlo.

—Nuestra discusión sobre... bueno, sobre la fidelidad en el


matrimonio.
Bu-bum. Bu-bum.

—Asesinaré a cualquier hombre que toques —gruñó y me


puse rígida—. Puedes asesinar a cualquier mujer que toque.
—No estaba segura de cómo tomarme eso—. Aunque para ser
sincero, no tengo intención de tocar a nadie más que a ti. Eres
mi mujer y te deseo. —¡Dios mío! su tono posesivo realmente
me llenó de calidez. Me gustaba cómo reclamaba y me ofrecía
hacer lo mismo con él—. No soy mi padre, Bianca.

Sonreí suavemente. No me pareció para nada su padre.

—Parece... —Busqué la palabra adecuada, pero solo tenía


una—. Parece cruel —dije finalmente. No estaba segura de si
era lo correcto. Después de todo, los hombres del inframundo
eran despiadados.

—Lo es. Compite con Benito King por el primer puesto en


crueldad. —Me puse rígida al escuchar mencionarlo—. Salvo
que mi padre es débil y se distrae fácilmente con las mujeres y
las drogas. No puede seguir el ritmo de los tiburones. —La
voz de Nico era agradable, tranquila, carente de toda
emoción.

Me pregunté si había una razón secundaria para esa


confesión. Esperé, mirándolo fijamente con la esperanza que
me diera más, pero se había cerrado.

—¿No os lleváis bien?

Nico me lanzó una mirada irónica.

—¿Te pareció que nos llevábamos bien?


Tragué saliva.

—No, supongo que no. ¿Alguna vez te llevaste bien?

—No. —Su tono era duro—. Su idea de criar a sus hijos era
atormentarnos. No podía esperar para tener la edad
suficientemente y vencerlo en cada uno de sus patéticos
juegos.

Se me escapó un agudo jadeo. Este era Nico Morrelli, el


hombre que gobernaba los bajos fondos con mano de hierro.

—Pareces escandalizada. —No estaba segura de si


intentaba burlarse de mí o simplemente estaba exponiendo los
hechos.

—Estoy segura que te quiere —murmuré por lo bajo,


aunque no estaba segura. Si se parecía en algo a Benito, eso no
podía ser bueno para Nico cuando crecía.

—Mi padre solo se quiere a sí mismo y sacrificaría a


cualquiera, incluso a sus hijos o a su mujer, por su propio
beneficio y codicia. —Era difícil de creer que un padre, o
cualquier persona, fuera tan egoísta. He sido muy afortunada
con mi familia. ¿Por qué las mujeres buenas siempre tienen
los hombres más malos?

—Eso debió ser duro para tu madre —dije con un fuerte


suspiro. Sabía que había sido duro para mi madre.

—Sí, lo fue. De ahí su problema con la bebida.

—¿Fue su matrimonio arreglado o algo por el estilo? Parece


bastante joven.
—No, ella se enamoró de él, para consternación de mi
abuelo. Pero al menos fue lo suficientemente inteligente como
para atar toda su fortuna para que mi padre no pudiera poner
sus manos en ella. Ella tiene cincuenta y nueve años. Mi padre
tiene setenta.

Mi nuevo marido me estaba dando una visión de su vida,


pero todavía me sentía ciega como un murciélago.

—Hmmm, eso es bastante diferencia de edad —murmuré.

—¿Qué hay de tu madre y de Benito? —Quizás me estaba


dando migajas de información para poder conseguir
información sobre mi madre—. No es fácil vivir con alguien
como Benito King.

Eso fue un eufemismo.

—Mi madre no es alcohólica —dije, aunque si fuera


honesta, no lo hubiera sabido de ninguna manera. Sabía muy
poco de mi madre, solo lo que mi abuela y mi padre me han
contado a lo largo de los años—. La verdad es que no vi
mucho a mi madre cuando crecí. De hecho, apenas la veía.
Pero la quiero y ella me quiere. Eso es lo único que importa.

Mi madre había sacrificado mucho por mí y lo menos que


podía hacer era mostrarle mi respeto y mi amor. Tenía ambas
cosas y nunca la abandonaría.

—Ese hombre... Benito King, le está absorbiendo la vida —


susurré admitiendo.
Se hizo el silencio, mi corazón apretándose en mi pecho.
Dios, quería gritar y chillar, suplicar ayuda. Me arrastraría de
rodillas y suplicaría a cualquiera que eliminara a ese hombre
y salvara a mi madre.

La profunda voz de Nico me sacó de mis pensamientos.

—No te pareces a tu madre —afirmó lo evidente.

—No. —Tenía en la punta de la lengua decir que me


parecía a mi padre, pero me detuve. Había sido mi respuesta
habitual durante años. Aunque con este hombre, tenía la
sensación que se daría cuenta. Lo vio antes en el vídeo, sería
capaz de decir que no me parecía en nada a él.

Mi padre, o el hombre que me crio, tenía el cabello y los


ojos oscuros, pero de un tono completamente distinto al mío,
y nuestras facciones eran diferentes.

Permanecimos en silencio durante el resto del trayecto


hasta que llegamos a la puerta, una propiedad rodeada de
altas vallas y árboles, lo que hacía que pareciera que nos
adentrábamos en el oscuro bosque.

El guardia debió reconocer el vehículo porque la puerta se


deslizó inmediatamente hacia la derecha, dándonos entrada.
Avanzamos un tramo hasta llegar al claro quedándome con la
boca abierta.

Al final de la gran propiedad había un cuidado césped con


una elaborada mansión, iluminada por dentro y por fuera,
brillando en la distancia. La gran escalera de mármol caía en
cascada delante de la casa, dándole un aspecto regio. La casa
era enorme, probablemente diez mansiones combinadas en la
isla de Gibson serían más pequeñas que este lugar.

—¿Vives aquí? —pregunté sorprendido.

—Bienvenida a casa, Bianca.

No había manera que viviera aquí solo. El maldito lugar


era enorme. No inmensa, pero si masiva.

—Por favor, dime que no vives con tus padres —murmuré.

—No, solo yo. Ahora seremos solo nosotros.

—Tu maldita factura de la luz tiene que ser astronómica. —


Me removí en mi asiento, mirando la enorme mansión.
Girando la cabeza hacia él, volví a negar con la cabeza—. Me
cobraste un jodido interés y me dijiste mierdas sobre ese
dinero, y sin embargo vives aquí.

—Creo que ambos sabemos que no era por el dinero —dijo


Nico, con voz ronca. El coche se detuvo.

—Entonces, ¿de qué se trata? —le pregunté en voz baja. No


tenía muchas esperanzas que me respondiera.

Un fuerte suspiro vibró en el interior del coche y se pasó la


mano por su espeso y oscuro cabello.

—Tenía una hermana menor. —Mi cabeza se dirigió hacia


él y contuve la respiración, esperando que continuara
mientras lo observaba—. Ella era la mejor parte de nuestra
familia. Le encantaba el arte, el ballet y la danza. Pasaba
mucho tiempo viajando entre Miami, Baltimore y Nueva York
con sus tres galerías. —Tenía el presentimiento que esto no
tenía un buen final—. Benito King es conocido por tomar lo
que quiere. Con la riqueza por parte de mi madre y los
negocios que acumulé, no pudo atraparnos en un acuerdo por
ella. Pero como he dicho, mi padre es codicioso, egoísta y
estúpido. Él fue el camino de Benito para conseguir a
Nicoletta. Ellos intercambiaron. Nicoletta por un pedazo de
culo menor de edad que mi padre quería esa semana.

Un escalofrío de asco me recorrió al ver a su despreciable


padre y a Benito. Dios, no podía pensar en ese hombre como
mi padre. Y su padre no era mejor. Ambos merecían la
muerte.

—Oh Dios mío —jadeé. Ya me imaginaba a dónde iba esto.

—Estaba de viaje y decidí pasar por una de sus galerías


para verla. —Su voz se apagó—. La encontré en una de sus
galerías, desangrándose. La golpearon brutalmente, la
violaron varios hombres sádicos y la dejaron desangrarse en
el suelo. La llevé a casa, pero...

Extendí la mano y cogí la suya que agarraba el volante, con


los nudillos blancos, y entrelacé nuestros dedos. Había dolor y
angustia en su voz y mi ira se disipó, siendo sustituida por la
compasión. Nadie debería soportar semejante brutalidad.

—Lo siento mucho —susurré. Intentaba mantener sus


emociones bajo control, pero podía ver lo mucho que le
importaba su hermana—. Ella no se merecía eso. Nadie lo
merece.
—Le habrías gustado —añadió, con su pulgar acariciando
suavemente mi piel.

Tragué saliva.

—A mí también me habría gustado —carraspeé por lo bajo.


Benito era un lunático sádico. Solo escucharlo se me hizo un
nudo en el estómago. Mi madre ha estado con él durante
veintiséis años. No puedo ni imaginar lo que ha soportado.

—Nico —comencé, pero no estaba segura de cómo hacerlo.


Entonces me acobardé. No podía hablarle el acuerdo de mi
familia—. Pero, ¿cómo puedo participar en todo esto?

Levantó nuestras manos entrelazadas y sus labios rozaron


suavemente cada nudillo.

—Esta noche es nuestra luna de miel —habló en voz baja,


con su boca caliente sobre mi piel—. Nos merecemos
disfrutarla. Tú, mi mujer... —Tragué con fuerza ante la
intensidad de sus ojos—, te mereces lo mejor de todo.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Dios, mi cuerpo ya


hormigueaba de necesidad por él.

—Ven, Cara Mia. Quiero llevarte al otro lado del umbral.

Salió del vehículo antes de poder decir otra palabra y se


acercó para abrirme la puerta. Extendiendo su mano, me
ayudó a salir del vehículo y, a pesar de mi desconfianza y mi
anterior enfado con este hombre, sus admisiones durante este
trayecto en coche me hicieron verlo bajo una luz diferente. Era
un hermano cariñoso y protector, afligido por una pérdida
causada demasiado pronto por un hombre cruel.

Sí, podía ser despiadado, pero era un hombre de


circunstancias. Teniendo en cuenta su educación y la crueldad
de la que había sido testigo, no era sorprendente que pudiera
ser abrumador y aterrador. Pero no era tan malo como
pensaba inicialmente. Era protector y mejor hombre que
cualquier otro que hubiera conocido.

—¿Nico? —murmuré suavemente, fijando los ojos en su


húmeda mirada gris pétrea—. Tú... tú eres un hombre mucho
mejor que tu padre. O Benito. O cualquier otro hombre que
conozca.

No pude evitar admirar su determinación y su fuerza. Era


el protector de su hermana y se culpaba de haberle fallado.
Me quedé a su lado, todavía con mi vestido de novia, su
cuerpo fuerte y duro elevándose por encima de mí, y no pude
evitar amar su fuerte figura. Nunca había visto a un hombre
que se viera tan bien en traje. Estaría mintiendo si dijera que
no lo deseaba, y sospechaba que él lo sabía. Era demasiado
perspicaz y probablemente reconoció el mensaje de mi cuerpo
incluso antes que yo misma pudiera procesarlo.

Mi corazón bombeó con fuerza, enviando adrenalina, deseo


y calor en cada parte de mi cuerpo. Mi corazón latía con
sentimientos que no me atrevía a etiquetar. Una tierna
confianza se instaló entre nosotros y un dolor comenzó en mi
pecho. Era por él.

Mi marido.
El viento se levantó y los truenos retumbaron en el cielo.
De repente, Nico me cogió en brazos y me subió por la gran
escalera de mármol que conducía a su casa.

A pesar de todo lo sucedido hoy, una risa se escapó de mis


labios.

—¡Nico! —exclamé, con las manos aferradas a su cuello—.


Te vas a romper la espalda —advertí, sonriendo.

—Se necesitaría mucho más que levantarte en mis brazos


para romperme la espalda.

—Presumido —murmuré mientras mi corazón empezaba a


tamborilear más rápido. Los últimos tres días han sido una
montaña rusa, dándome latigazos de hora en hora. Todo nos
ha llevado hasta aquí. Yo en su casa, en su cama.

No debería importarme lo compatibles o no que fuéramos.


Mi futuro no estaría aquí ni con él. Un dolor agudo me
atravesó, pero no me preocupé evaluarlo. No necesitaba
complicar más las cosas.

Él tenía su objetivo. Yo tenía el mío. ¡Finìto8!

Yo disfrutaría de su cuerpo y él disfrutaría del mío.

Mis ojos contemplaron la casa de Nico. Era como un


palacio. La riqueza y el lujo eran evidentes por todas partes.

8 Finìto: Terminado, acabado, fin, en italiano.


—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? —pregunté,
girando la cabeza de izquierda a derecha, mientras me llevaba
a través de la puerta.

—Ha estado en la familia de mi madre desde hace varias


generaciones.

—Mmm.

Intenté liberarme de su agarre para poder caminar, pero se


negó a dejarme ir.

—Entramos por la puerta —lo regañé—. No hace falta que


me lleves por esta monstruosidad de casa. ¿Dónde están los
dormitorios? ¿A un kilómetro de distancia?

Ladeó la cabeza y se rio. Una risa verdadera y libre, y me


quedé hipnotizada por su sonido. Me gustó.

—No del todo. —Su voz contenía una nota risueña—.


¿Quieres un recorrido?

Puse los ojos en blanco.

—¿Acaso tenemos tanto tiempo?

Estaba medio bromeando. La verdad era que mis entrañas


zumbaban de excitación y la estúpida zorra que había en mí,
deseaba tener su boca y sus manos sobre mí. También podría
disfrutar de los beneficios de estar casada mientras pudiera.

Mi padre siempre me dijo que la confianza, el amor y la


lujuria estaban entrelazados. No estaba segura de estar de
acuerdo. Porque a Nico Morrelli, le confiaba mi cuerpo, pero
nada más.

—¿Qué tal la cocina y luego el dormitorio?

Me conocía bien porque esos eran los principales lugares


en los que pasaba el rato en mi propia casa. Era como si
quisiera que me sintiera en casa en esta monstruosidad de
mansión. Era más probable que me perdiera en este lugar.

—Seguro —murmuré mi acuerdo.

Caminó por el gran vestíbulo que tenía la mayor araña de


cristal y continuó hacia la parte de atrás. No había ninguna
parte de esta casa que fuera modesta. La evidencia de la
riqueza estaba en todas partes.

—Este lugar es muy llamativo —refunfuñé sin razón. O tal


vez tenía una razón. Me chantajeó para que me casara en sus
términos.

Llegamos al otro lado de la casa, con la gran cocina vacía.

—Puedes cambiar lo que quieras —dijo en voz baja—.


Redecora toda la casa como quieras. —No sabía a dónde
mirar primero, mis ojos iban de un lado a otro, tratando de
asimilarlo todo—. Pero no cambies mi despacho —añadió—.
Me gusta tal y como está.

No estaría para redecorar nada, pero me guardé las


palabras. En su lugar, escaneé la cocina de planta abierta que
daba a un inmenso mirador, iluminado de forma romántica,
dejándome entrever sus sombras. Era la cocina soñada por
cualquier chef. Yo no era de ninguna manera un chef, pero
santos macarrones. Esta estancia era preciosa.

Esta vez, me deslicé por el cuerpo de Nico y caminé


lentamente por la enorme pieza. Debía verme ridícula
deambulando por la cocina, aún con el vestido de novia
puesto. No me importaba. Las encimeras de mármol eran
exactamente como me gustaban, blancas con salpicaduras de
gris. Al pasar los dedos por la superficie lisa, no pude
encontrar nada que no me gustara. Incluso los armarios
oscuros. La placa de cocina era magnífica y había dos. Había
cuatro hornos y dos grandes refrigeradores Sub Zero.

—¿Tienes cocinero? —pregunté. Sabía la respuesta, pero su


mirada, que seguía cada uno de mis movimientos, me puso
nerviosa.

—Sí, pero sabe que debe dejarte hacer lo tuyo. —Le lancé
una mirada de reojo. No le pediría a alguien que trabajaba
aquí que se quitara de en medio porque yo quisiera trastear
en la cocina. No sería justo.

Además, no estaré mucho tiempo, me recordé de nuevo. ¿Por


qué era tan fácil olvidarme de mí alrededor de este hombre?
Mi marido.

Me dirigí hacia la pared de cristal que iba del techo al suelo


y me fijé en un discreto picaporte. Este lugar era lo que veías
en las películas, no en la vida real. Lujo, riqueza y genial
perfección por todas partes. La vista era magnífica incluso en
la oscuridad. El suave resplandor se extendía por el mirador y
los jardines traseros con la enorme piscina en el centro.
Sentí los ojos de Nico en mi nuca. Me asustó mucho la
sintonía de mi cuerpo con él.

Mirando a mi izquierda, vi mi bolso.

—¿Cómo ha llegado eso aquí? —me pregunté en voz alta.


Lo dejé en el coche. Dirigiéndome a él, busqué mi teléfono.

—Uno del personal lo trajo cuando llegamos.

—Rápido. —Tenían que estar justo detrás de nosotros,


tomando un atajo.

—Eficiente —replicó él.

—Hmmm. —Comprobé mi móvil y vi que Grace había


enviado unos cuantos mensajes. Al abrirlos, había unas
cuantas fotos de caras sonrientes de niñas. La última era de
Luca, Cassio y Luciano, cada uno con un niño sobre sus
hombros y las amplias sonrisas de los niños. Cassio tenía a
Hannah, Luca a Arianna y Luciano a su hijo.

Familia.

Era una foto familiar. Daba vibraciones y sentimientos


familiares. Luca y Cassio nunca sabrían que eran tíos de mis
gemelas. Mis hijas nunca sabrían que tenían tíos. Me dije que
era lo mejor, pero algo muy dentro de mí seguía llamando la
atención por mi mierda.

—¿Todo bien? —Levantando la cabeza, me encontré con


sus ojos. Podían ser tan fríos y, sin embargo, arder con tanta
pasión. Sentí que tenía sus propias cicatrices ocultas en las
profundidades de sus secretos. Especialmente después de su
revelación sobre su hermana.

Una atracción ardiente, dos almas y muchos secretos. Si a


esa mezcla se le añade la venganza, es una receta para el
desastre.

No había preocupación en su mirada tormentosa. Él se


habría enterado antes que yo si hubiera pasado algo. A
diferencia de cualquier otro hombre que haya conocido, este
hombre ejercía control y poder sobre todo y todos.

Asentí con la cabeza.

Anhelaba perderme en él, en esa poderosa lujuria que se


gestaba entre nosotros y el anhelo de mi cuerpo por su tacto
era tan fuerte, que resultaba aterrador.

Porque sabía que no iba a durar.

Porque él tenía su propio objetivo y venganza que de


alguna manera me involucraba.

Porque mis días estaban en cuenta regresiva.

Como atraída por una fuerza invisible, encontré mis pasos


llevándome hacia él. Nico Morrelli, mi maestro manipulador
y mi marido, era mi gravedad.

Hasta ahora, el statu quo con él me enfurecía o me excitaba.


Como si no hubiera un punto intermedio.

Sus manos rodearon mi cintura y la agarraron con fuerza,


mientras sus labios buscaban los míos. Me besó largo y
profundo, duro y posesivo. Este hombre dominaba mi cuerpo
con facilidad. Me petrificó que pudiera dominar mi corazón
también. Me asustó muchísimo.

Levantándome sin esfuerzo, mis manos alrededor de su


nuca, nuestras bocas siguieron chocando, una danza
hambrienta.

No tenía idea de cómo nos encontrábamos en el


dormitorio, con mi espalda contra la pared. Cuando este
hombre me tocaba, todo se desvanecía excepto él. El mundo
podría estar en llamas, la Tierra ardiendo, pero con las manos
de Nico sobre mí, me lo perdería todo.

Me deslicé por su cuerpo, poniéndome de pie pecho con


pecho, devorando el sabor de mi marido. Me bajó la
cremallera lateral del vestido y dio un paso atrás.

—Quítatelo —ordenó, sus ojos ardiendo con las llamas que


mi cuerpo sentía.

Sin resistencia, obedecí inmediatamente. Era lo que yo


también quería. Sus manos en mi piel, su boca en mi carne.
Me moría por ello.

Me quité el vestido ajustado y me quedé con las braguitas


blancas de encaje y el sujetador sin tirantes a juego. Cortesía
de Nico Morrelli. Pensó en todo cuando compró mi vestido de
novia. El vestido blanco se amontonó alrededor de mis pies,
esperando su siguiente instrucción.

—Tu sujetador. —Su voz era ronca.


Me temblaban las manos al estirar una de ellas detrás de mí
para obedecerle. Puede que bromee con él en todo lo demás,
pero en este aspecto, estaba más que feliz de obedecer.
Arrojando el sujetador al suelo, esperé su siguiente
instrucción.

La habitación estaba a oscuras, la única luz provenía del


resplandor de la luna, brillando a través de los grandes
ventanales. Se alzaba sobre mí como una sombra alta y
oscura, todavía con su traje impoluto, mientras yo estaba
prácticamente desnuda frente a él. Sabía su siguiente orden
antes que la pronunciara.

—Bragas. —Una palabra. La última pieza de ropa hasta


que estuve completamente a su merced.

Desnuda.

Expuesta.

Suya.

Enganché los dedos en la banda de encaje y las deslicé por


mis muslos y piernas. Salí de ellas, sin apartar los ojos de él.

Su mandíbula tintineaba, como si mantuviera el control por


un hilo. Quería empujarlo, verlo perder el control. Quería ver
al hombre que se escondía tras ese muro de acero. Caminó los
cortos pasos hacia mí, la tela de su traje rozando mi suave
carne.

Me agarró el cuello, deslizando su mano hacia arriba, por


mi cabello, luego acercó mi rostro al suyo, nuestras
respiraciones se mezclaron mientras mi corazón tronaba
contra mi caja torácica. Su otra mano subió por mis muslos,
hasta llegar a mi punto dulce y en el momento en que su
pulgar lo rozó, un gemido vibró en la habitación.

Quería tocar su cuerpo, sentir su piel caliente contra mi


carne. Hasta ahora, él ha tocado las partes más íntimas de mi
cuerpo mientras que yo aún no he tocado su piel, ni he visto
su cuerpo. Mis manos buscaron su chaqueta, la apartaron de
sus hombros y la tiraron al suelo junto con mi vestido de
novia.

—Quiero tocarte —susurré, mi respiración errática. Sus


dientes mordieron la delicada carne de mi cuello, provocando
un infierno en mi interior. Mis manos le quitaron
frenéticamente la camisa, hambrientas de su piel desnuda.

Finalmente obtuve mi confirmación, tenía un tatuaje en la


parte inferior del cuello, en el pecho y en toda una manga. Un
lobo feroz en el pecho me miraba fijamente. No pude
distinguir los detalles de su otra tinta.

La próxima vez, me lo prometí. Había algo tan jodidamente


excitante en verlo pasar de ser un hombre pulcro en un caro
traje a esto. Incluso en la oscuridad de la habitación, pude ver
que era hermoso, sus abdominales sólidos, sus músculos
fuertes.

Se quitó los zapatos, seguidos de los calcetines, pero se


quedó con los pantalones puestos. Quería quitárselos. Mi
mano se enredó en su cinturón, buscando a tientas. No llegué
muy lejos, y perdí el hilo de mis pensamientos cuando su boca
se aferró a mi cuello y me mordió con fuerza. Se me escapó un
grito, y él siguió con un roce de su lengua.

Los latidos de mi corazón en la garganta, esta necesidad


arañándome, no podía tener suficiente. Cada centímetro de
mi cuerpo ardía por él. Mis pechos pesaban, mis pezones
estaban tensos. Su boca se cerró alrededor de ellos y un
suspiro gutural se escapó.

—Por favor. —Suspiré, con el deseo en mis venas. Mis


manos se enroscaron en su nuca para mantener el equilibrio y
mis dedos recorrieron su nuca. Su carne estaba caliente, como
un radiador puesto al máximo.

Sus palmas agarraron mi culo, amasando la carne. Esta


sensación era tan extraña, algo que nunca había sentido antes.
Sus dedos se deslizaron hacia abajo, rozando la entrada de mi
espalda. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente protestara y
mis caderas rodaron contra sus manos en busca de más.

—Joder. —Su voz era áspera.

Su mano se deslizó aún más, su único dedo empujando


dentro de mí sin previo aviso. Mi cabeza cayó contra la pared
y mis ojos se cerraron. Me folló con el dedo lentamente,
entrando y saliendo, la presión aumentando entre mis
piernas, prometiéndome las alturas que solo este hombre
podía ofrecer. El placer se enroscaba en lo más profundo de
mi vientre, necesitando más, respondiendo a sus embestidas.

Antes que el placer me invadiera, sacó su dedo de mí,


dejando un vacío.
—Envuélveme con tus piernas —ordenó, y obedecí al
instante. Nos acercó a la gran cama, sentándose él en el borde
y yo a horcajadas sobre su regazo. Mis caderas meciéndose
contra su muslo, el material de sus pantalones provocando
una deliciosa fricción.

—Codiciosa —gimió, su boca aferrándose a mi pecho,


arrastrando sus dientes por mi sensible pezón y luego
chupándolo lentamente. No sabía si hablaba de mí o de él
mismo, y no me importaba.

Jodidamente necesitaba más.

Me balanceé contra él, mi sensible y palpitante coño


probablemente dejando marcas húmedas en sus pantalones.

—Oh Dios —gemí, pasando mi mano por su cabello. Su


mano se introdujo entre nuestros cuerpos, frotando adelante y
atrás, una presión firme y caliente contra mi clítoris. Este
hombre encendía mi cuerpo desde dentro hacia fuera.

—Eres jodidamente mía —gruñó contra mi piel,


marcándola con sus dientes.

—Sí, sí, sí. —Moví mis caderas sin pensar. Si me hubiera


pedido que le diera mi para siempre ahora, lo haría. Lo que él
quisiera, siempre y cuando hiciera que esta caliente
acumulación dentro de mí estallara en el más dulce placer.

Se metió un pezón en la boca y luego deslizó dos dedos


dentro de mí. Era la más dulce de las torturas. El aire
nocturno de la habitación se llenó de nuestros gemidos, de los
sonidos húmedos de sus dedos entrando y saliendo de mí
mientras el fuego ardía en mi vientre con una llama que solo
él podía saciar.

Su boca en mi piel era áspera, dejando evidencia de ella por


toda mi pálida carne. Se sentía bien, lo quería fuerte. Me besó
con los labios, la lengua y los dientes, mientras sus dedos se
deslizaban dentro y fuera de mí cada vez más rápido y con
más fuerza, arrastrando la humedad hacia mi clítoris y un
placer enroscado y apretado estalló por mis venas. Ardía
como un infierno, consumidor y salvaje. Con un grito, me
corrí con fuerza. Un violento escalofrío recorrió mi cuerpo
antes que el calor se extendiera y unas luces blancas se
agitaran detrás de mis párpados.

Cuando volví a bajar, la profunda aspereza de su voz,


retumbó a través de mí.

—Me encanta la forma en que tu cuerpo me responde.

Nuestros ojos se encontraron y los suyos estaban llenos de


reverencia o asombro. No pude leerlo. Sus ojos tenían los
párpados entornados, del color de las nubes oscuras y
tormentosas, arrastrándome a sus profundidades.

Sus dedos se deslizaron fuera de mi entrada y mis mejillas


se sonrojaron. Lo observé fascinada mientras subía la mano y
se lamía lentamente los dedos. Nuestras miradas se cruzaron,
su mano alrededor de mi nuca me atrajo hacia sus labios y,
antes de besarme, sus siguientes palabras me hicieron arder
de nuevo.
—Saboréate en mis labios. —Su voz era ronca. Nuestros
labios se juntaron, el sabor de él y mi humedad me
embriagaron. Nuestras lenguas se rozaron, encendiendo mis
llamas y convirtiéndolas en un infierno.

Esto no podía ser saludable. No me importaba lo sano,


quería otra dosis de su éxtasis.

—Túmbate en la cama —ordenó contra mis labios, con un


tono áspero.

Me levanté de él, con mi excitación embadurnada en sus


pantalones. Me senté sobre mi trasero, con los ojos puestos en
él. Su mirada era contenida y tenía una dureza que coincidía
con su tono, lo que hizo que mi corazón retumbara en mi caja
torácica, enviando miedo por mi espina dorsal. Las palabras
de Benito resonaron en mi mente, arruinando este momento.

Su mirada brilló ante mi vacilación.

—¿Nico? —dije suavemente. Había oscuridad, un dominio,


en él. Me atraía, pero el maldito Benito plantó una semilla de
temor en mí—. Solo... solo no me hagas daño —susurré en
voz baja, arrastrándome hacia atrás, sin apartar los ojos de él.

La fragancia de la habitación me envolvió, la mezcla de mi


excitación y el aroma de Nico. Un bosque profundo, un
varonil aroma que percibí por primera vez en el restaurante
todas esas semanas atrás. Sin dejar de mirarme, se quitó los
pantalones y el bóxer. Me pasé la lengua por el labio inferior,
tentada de levantarme y lamer cada maldito centímetro de él.
Mi marido tenía un cuerpo digno de ser adorado. La tinta
de su pecho y su cuello apenas era visible en la oscuridad,
aunque definitivamente necesitaba más de mi atención. El
hambre subió por mi columna, mezclándose con el miedo y la
ansiedad. Su gruesa polla estaba dura.

—Me cortaría la polla antes de lastimarte —me aseguró.


Tal vez fui una estúpida, pero me encontré confiando en él de
nuevo, en este asunto, al menos. Hasta ahora, siempre me
había garantizado el placer.

Me lamí los labios, con los ojos clavados en su dura


erección. Era grande, nunca había tenido a nadie tan grande
dentro de mí. El pulso me retumbaba en la garganta, la lujuria
en mis venas, la mejor clase de adrenalina.

Se arrastró sobre mí, cubriendo mi cuerpo suave con el


suyo duro. Su cuerpo se tensó cuando mis dedos recorrieron
su cuello, pero me dejó. La tinta en la parte inferior de su
cuello y en un hombro se veía hermosa en la oscuridad,
aunque no podía distinguir qué era exactamente. Una flor,
supuse.

Mis manos se deslizaron por su pecho, por sus duros


abdominales.

—Eres tan hermoso —murmuré, mis ojos recorriendo su


cuerpo cerniéndose sobre mí. Era la mezcla perfecta de dureza
y belleza. Nunca había sentido un deseo tan intenso por otro
hombre—. Yo... yo... —Quería decirle que había pasado
mucho tiempo para mí, pero las palabras se atascaron en mi
garganta. La admisión se negaba a venir, no es que me
avergonzara de ello—. Deberíamos conseguir un condón —
terminé diciendo, arrastrando mis dedos ligeramente sobre la
línea de vello que llevaba por debajo de su ombligo. No me
detuve; fue bajando y bajando aún más hasta que mi mano
envolvió su polla.

Dios, me encantaba tocarlo.

Sus caderas empujaron más en mi palma. Su polla estaba


dura, suave y caliente. El dolor palpitante entre mis piernas se
multiplicó por diez y me sentí muy vacía.

—Sin condones —gimió, presionándose contra mí. Mis ojos


se abrieron de golpe, pero antes que pudiera decir algo,
apretó los dientes—. Estoy limpio y tú estás tomando la
píldora.

Su mirada sobre mí era oscura, enloquecedora, posesiva.

—Yo también estoy limpia —carraspeé. Abrí las piernas,


bloqueando mis tobillos a su espalda mientras él se
acomodaba entre mis piernas, con su erección deslizándose
sobre mi resbaladiza entrada. Se introdujo en mi interior de
un solo y potente movimiento, llenándome hasta la
empuñadura. Mi espalda se arqueó sobre la cama,
disfrutando de la sensación de estar llena, una con él. Estaba
duro como una piedra y tan grande.

Su frente cayó sobre la mía, su mirada se clavó en la mía y


me abrasó el alma. Se quedó tan dentro de mí que no supe
dónde acababa yo y dónde empezaba él.
—Mi. Nirvana. —Su voz era ronca, su pecho jadeaba en
busca de aire mientras mis respiraciones salían erráticas—.
Me perteneces. —La rebelión estalló en mi interior, pero antes
de poder contradecirlo, añadió—. Y tú me posees.

¡Ah, mierda! Este hombre me estaba rompiendo, lenta y


dulcemente.

—Fóllame. Duro —respiré, el pulso entre mis muslos.

—Suplícame —ordenó, con su voz mezclada de exigencia y


rudeza, mordiendo mi mandíbula—. Suplícame que te folle
duro.

Apreté mi entrada, mi coño agarrando su polla


profundamente dentro de mí. Él siseó.

—Suplica. Me. Su voz era una exigencia ronca y movía sus


caderas de lado a lado, aflojando mi núcleo, deslizándose más
profundamente—. Suplícame, Cara Mia.

Mis músculos centrales se apretaron alrededor de su dura


longitud, necesitando que empezara a moverse.

—Por favor —supliqué con un gemido—. Por favor,


fóllame. Duro. —Jadeé—. Por favor, Nico. Te deseo. Te
necesito.

Saliendo de mí, volvió a penetrarme con fuerza. Se movió,


más fuerte y más rápido, alcanzando ese punto dulce dentro
de mí, inundando mi núcleo de necesidad. Su ritmo
aumentaba con cada embiste y sus ojos grises se oscurecían
con algo cálido.
—Las manos por encima de la cabeza —gruñó, y cuando
accedí inmediatamente, juré que se sentía aún más grande
dentro de mí. Para mi horror, sentí un torrente de humedad
deslizándose por el interior de mis muslos. ¿Qué me está
haciendo este hombre? Sus manos se deslizaron por debajo de
mi culo y me agarraron con fuerza mientras volvía a
penetrarme.

Me quedé sin aliento y, antes que pudiera volver a respirar,


volvió a introducirse en mí. Rudo.

—Joder —jadeé.

Se detuvo y mis dedos se enroscaron alrededor de las


barras de hierro de su cabecero, agarrándolas con fuerza. O
me arriesgaba a poner mis manos en su trasero y clavar mis
uñas en él.

—No... pares... —lloré—. Por favor. No. Te. Detengas.


Maldición.

Se retiró por completo y, antes de poder entrar en pánico


porque me dejara, volvió a penetrarme una y otra vez. Sus
dedos agarraron mi culo, y supe que me dejaría
magulladuras. No me importó. Marcó un ritmo rápido y
brutal, introduciéndose en mí más profundamente y con más
fuerza.

Un gemido gutural salía de mí con cada embestida de su


polla, su pelvis se estrellaba contra mi clítoris, desatando
fuegos artificiales en mi interior.

—Tan húmeda.
Embiste.

—Tan jodidamente hermosa.

Sus embestidas encendieron llamas en mis venas.

—Mía.

Sus caderas trabajaron sin piedad, llevándome cada vez


más alto. Nico Morrelli me folló duro. Carne contra carne. Su
peso, brutal y exuberante. Cada duro embiste creaba una
chispa que pronto explotaría en un millón de estrellas.

Apreté los barrotes de hierro con tanta fuerza, que vería las
huellas en las palmas de mis manos durante días.

Su mano me rodeó la garganta y, por instinto, empujé hacia


ella, exponiendo mi cuello. Era áspero, restrictivo y
jodidamente adictivo.

—¿Quién te folla? —gruñó, sus dedos presionando


ligeramente alrededor de mi tráquea. Podía sentirlo en todas
partes, en lo más profundo de mi interior, a mi alrededor, en
mi corazón y en mi alma.

—Tú lo haces.

Empujó con fuerza dentro de mí, magullándome con sus


embistes, y me encantó cada segundo. La intensidad de su
toque, su boca y sus embistes me matarían, y sería la mejor de
las muertes.

—Nadie te toca, Bianca. —Su voz era una dura orden.

—Nadie —respiré—. Solo tú.


Un rugido de satisfacción sonó en él y me recompensó con
otra embestida, llenándome fuerte y profundamente, hasta la
empuñadura, mientras su pelvis presionaba con fuerza mi
clítoris.

—¡Mía! —Su tono era posesivo, duro.

Un grito atravesó el aire mientras un violento orgasmo me


destrozaba. El calor palpitó en mis venas, mi cuerpo se
estremeció con fuerza a su alrededor, y con la última y dura
embestida, el cuerpo de Nico se estremeció sobre mí y me
siguió por el precipicio con un rugido gutural.

Su cabeza se hundió en mi cuello, mientras sus embistes se


volvían profundos y lentos, mientras se derramaba dentro de
mí, cada una de sus gotas enterradas en lo más profundo de
mi ser.

Estoy tan jodida, condenada, arruinada.

Mi marido era el mejor tipo de adicción. Una noche y él


estaba enterrado en lo más profundo de mí. Figurativa y
literalmente.

La respiración de ambos llenó el silencio de la oscura


habitación y el tiempo se detuvo. Esta conexión con él era
cruda, emocionante y mejor de lo que jamás había imaginado.
Me aterrorizó, enviando un miedo directo hasta la médula.

—¿Estás bien? —Su voz ronca rompió la espesa oscuridad


que nos rodeaba. Levantó la cabeza y sus ojos acerados
buscaron los míos. Me despegó los dedos de los barrotes de la
cama y se llevó cada mano a los labios, besando mi palma.
Estaba lejos de estar bien, pero por razones muy diferentes
a las que él me pedía. Me dolía el pecho y los sentimientos
que no me atrevía a analizar retumbaban en mi interior.
Genial. Un orgasmo alucinante y estaba cayendo en un
abismo.

Respiré profundamente y luego otra vez antes de


responder con voz suave.

—Sí. ¿Y tú?

Una sonrisa deslumbrante se extendió por su rostro.

—Joder, sí.

Mi corazón golpeó contra mi pecho, mi cuerpo aflojándose


en sus brazos. Nunca había experimentado algo así. Ni de
lejos. Sus brazos me rodearon sujetándome con fuerza contra
sus duros músculos.

Acarició su mejilla contra la mía y luego giró su boca para


depositar un suave beso en mis labios. Todo mi cuerpo
zumbaba por la adrenalina que acabábamos de compartir.
Pero este suave beso... era atemporal y apasionado, como si
compartiéramos un solo aliento.

Me estaba enamorando de Nico Morrelli.


La tormenta gritaba afuera, mientras miraba el techo
oscuro. El cuerpo desnudo de Bianca yacía cerca de mí, su tez
blanca como la nieve contrastaba con las sábanas negras y el
edredón.

Por fin, era mía. La palabra se grabó en mi pecho, en mi


corazón y en mi alma. Nada ni nadie me la quitaría.

Se le formó un pequeño moretón en el cuello a causa de mi


boca áspera y una punzada de culpabilidad me golpeó al
verlo. La cabalgué como una bestia hambrienta. Nunca perdí
el control, pero con ella perdí todos mis sentidos, buscando el
olvido y el placer que solo ella podía darme.
Mis manos recorrieron su cuerpo para asegurarme que no
estaba herida, pero no había más que su piel suave y tersa. La
forma en que me respondía, la forma en que se entregaba a
mí. Ella era mi nirvana, y necesitaría una dosis diaria de ella
para el resto de mi vida.

Haría que me amara y me necesitara, porque a la mierda, si


lo haría solo ahora. Ella ya me deseaba, pero no era suficiente.
Lo quería todo.

La última vez que tomé su cuerpo, sabía que estaba


exhausta, pero no podía saciarme de ella. Estaba medio
dormida e incluso en su sueño su cuerpo respondía a mis
caricias. Abrió las piernas en señal de invitación, y aunque
sabía que debía dejarla dormir, egoístamente la tomé de
nuevo. Y otra vez.

Había tomado a Bianca numerosas veces en el transcurso


de la noche. En lugar de calmar esta obsesión por ella, se
intensificó. Sabía que sería bueno con ella, pero esto era...
Joder, no tenía una palabra para describirlo. Eléctrico.

Bianca era una mujer increíble. Un sueño hecho realidad.


Era fuerte, apasionada por la gente que amaba y compasiva.
Nunca quise tener una esposa e hijos, pero ahora... era todo lo
que necesitaba. Ella era mi vida. Admiraba su amor por sus
hijas, su fuerza silenciosa y cómo luchaba como una leona por
las personas que amaba. Nunca aceptaba una derrota cuando
se trataba de sus hijas. Quemaría este mundo para
mantenerlas a salvo. Al igual que yo lo haría para mantenerla
a salvo. Ella era mi otra mitad. Aunque suene a cliché, ella me
completaba.

El cuerpo de Bianca se agitó a mi lado y miré su rostro


somnoliento, con las cejas fruncidas por el sueño. Murmuró
algo sobre el calor corporal y se arrimó más a mí.

Aquí es donde ella pertenece.

Mientras la observaba, me dolía el pecho y sabía que


quemaría este mundo para mantenerla a ella y a las gemelas a
salvo. Esta mujer se estaba entretejiendo en cada fibra de mí.
Probablemente comenzó la primera vez que la vi, hace tantos
años.

No era un buen presagio para mí, pero no me importaba.

El siguiente movimiento sería la última pieza de ajedrez de


mi venganza. Alcancé el móvil que estaba en la mesita de
noche.

El texto sin leer me esperaba. Era de Alexei Nikolaev. Él era


la clave para que la madre de Bianca estuviera a salvo cuando
Benito descubriera que Bianca era su hija.

Leí su mensaje.

Bene. Bien.

Las cosas estaban en su sitio, un último movimiento.

Coloqué la sábana sobre el pecho de Bianca. Envolviendo


mi brazo alrededor de ella, manteniendo la sábana
firmemente contra su pecho, me hice un selfie, y luego
examiné la foto.

La cara dormida de Bianca sobre mi pecho, contra el tatuaje


del lobo, mi antebrazo contra su pecho, la sábana negra entre
su piel y mi brazo, indicaban claramente que estaba desnuda
y lo que acababa de suceder.

Sabía que este próximo movimiento provocaría una


tormenta de mierda. No me importaba, pero sí me
preocupaba Bianca. Había triplicado la seguridad alrededor
del complejo, los Carter y su antigua casa. No obstante, eso no
aliviaba la culpa. Pero, ¿cómo podía romper mi promesa a mi
hermana pequeña? Era sencillo, no podía.

Caminando por la Quinta Avenida de Nueva York, me acerqué a


la pulida fachada de cristal de la galería de mi hermana. Verla me
llenó de orgullo. Nicoletta logró todo esto por sí sola. Su ojo y su
amor por el arte la convirtieron en una de las marchantes más
populares del mundo.

Lo mejor era que se había mantenido alejada de los bajos fondos y


de todas sus sucias acciones. Solo deseaba que se quedara conmigo en
la mansión en lugar de con nuestros padres. Nuestro padre era una
basura y nuestra madre, aunque la quería, solía hacer la vista gorda
ante sus fechorías y ahogar sus penas en alcohol.

Pulsé el botón del interfono, pero no obtuve respuesta. Debería


haber sido mi señal que algo iba terriblemente mal. Introduje mi
código y entré en la galería. Estaba vacía, sin ningún guardia de
seguridad a la vista.
Me apresuré a atravesar la parte delantera de la galería y, en
cuanto entré en el atrio, la vi. Sentí que mi corazón dejaba de latir en
ese mismo momento. El cuerpo de Nicoletta estaba tirado en el suelo,
con la ropa hecha jirones colgando. La sangre se acumulaba a su
alrededor, empapando su cabello y su piel.

—Nicoletta —me atraganté, poniéndome de rodillas mientras


miraba a mi alrededor, pero instintivamente sabía que no había
nadie. La dejaron morir.

Levanté suavemente la parte superior de su torso, mis ojos


escaneando sus heridas. ¡Jesucristo! No había una parte de su cuerpo
que no estuviera marcada. Sangre, cortes y magulladuras
manchaban el interior de sus muslos, sus costillas parecían rotas. La
ira y la tristeza me quemaron como un infierno, prendiendo fuego en
mi pecho y dificultándome la respiración. Apenas podía detectar
pulso.

Cogí el teléfono y llamé a Leonardo. Contestó al primer timbre.

—Nicoletta está herida. Necesito un coche. —Colgué y presioné


mi frente contra la de mi hermana. Estaba demasiado fría.

—Quédate conmigo —susurré.

Sus ojos se abrieron, magullados y rotos. Algo murió dentro de


mí al ver esa mirada destrozada en sus ojos grises. Un gemido suave,
apenas audible, salió de sus labios.

—Shhh, estoy aquí —murmuré, con el pecho doliéndome como


un demonio—. Estoy aquí —repetí, con la garganta contraída.
Nunca nada me había dolido tanto como esto.

—N-Nico.
—Estoy aquí, hermana. —No había llorado desde que tenía cinco
años, pero justo los ojos me escocían y el pecho dolía.

—B-Benito —raspó y el hielo se disparó en mi pecho—. Papá le


dio perm... —Estaba demasiado débil para terminar la frase, pero la
furia violenta me hizo ver rojo—. Demasiados hombres.

Quería enfurecerme, quemar este lugar y cazar a esos hombres.


Sin embargo, no podía hacer nada de eso, demasiado asustado por
perder a la única persona buena e inocente de la vida.

Su mano fría se acercó a mi cara y me concentré en ella,


apartando la niebla furiosa de mi cerebro. Por ella. Por mi hermana.

—Haz que Benito pague —dijo con voz áspera antes de


desmayarse.

Esas fueron sus últimas palabras. Todavía estaba viva y


apenas respiraba cuando la llevé a casa, los médicos nos
esperaban. Pero no había forma de salvarla. No tenía
voluntad de vivir.

No podía fallarle, romper mi promesa. Ella se merecía eso


de mí. Fracasé en protegerla, pero no le fallaría en castigar a
los que la lastimaron. Fui capaz de cazar y matar a todos esos
hombres, excepto a Benito. Él era la última pieza de ajedrez
que quedaba.

Busqué el contacto y luego adjunté la foto y escribí debajo.

Tu hija por mi hermana.

Hice clic en "enviar" y el sonido "ping" llenó el silencio.

La caída de Benito King. Jaque mate.


Con dos tazas de café en la mano, me dirigí de nuevo al
dormitorio donde dejé a Bianca durmiendo. Esta intensidad
ardiente entre nosotros iba a incendiar la casa. Quería oír mi
nombre coreado en sus labios una y otra vez, saber que yo era
el único hombre en el que pensaba, deseaba y... ¿amaba?

¿Tenía derecho a exigir su amor? No importaba, joder. Lo


tendría, porque a la mierda si sería el único en romperla. La
rompería y la volvería a juntar, me enterraría tan
profundamente dentro de ella que no habría nadie más a
quien pudiera desear. Solo nuestros hijos y nosotros.
Entré en nuestra habitación con cuidado de no despertarla.
Colocando las dos tazas en la mesita de noche, me acomodé
en el borde de la cama y la observé dormir. Diablos, me he
convertido en un imbécil.

Su cabello oscuro se derramaba sobre la almohada y un


mechón de las sedosas hebras cubría su mejilla. Dormía
profundamente. Parecía aún más joven mientras lo hacía, con
su piel pálida y sus labios rojo rubí contrastados con su
melena oscura. Se revolvió, extendió la mano al otro lado de
la cama y su ceño se frunció cuando encontró el lugar vacío.

No pude evitar preguntarme si me estaba buscando.

Al apartar un mechón de su cabello de la mejilla, se


revolvió de nuevo y su mano se acercó a la mía,
presionándola contra su mejilla. No podía dejar de tocarla, mi
lujuria por ella era más fuerte que nunca.

—¿Nico? —Su voz suave llamó, sus ojos todavía cerrados.

—Estoy aquí. Duerme. —Ella necesitaba el descanso. La


mantuve despierta hasta la madrugada, enterrándome dentro
de ella. Me la follé duro y rápido, sus músculos tensos me
agarraban y tiraban de mí bajo su hechizo. La forma en que se
apretaba alrededor de mi polla, sus ojos oscuros empañados
con la misma lujuria que yo sentía, nunca tendría suficiente de
ella.

En cambio, me cogió mi mano y me acercó a ella.

—¿No estás cansado? —murmuró—. Vuelve a la cama.


Mis manos ardían por tocar sus suaves curvas.
Suavemente, recorrí con las yemas de los dedos su esbelto
cuello. Me incliné para presionar mis labios en su cuello, justo
donde palpitaba su pulso, y luego inhalé el aroma femenino,
tan exclusivo de ella. Un pequeño escalofrío recorrió su
cuerpo, pero no abrió los ojos. Mi tentadora.

Moví mi boca contra su oreja, mis dientes rozando el lado


de su garganta.

—Te voy a follar de nuevo —raspé oscuramente contra su


piel. Me consumía la necesidad de estar dentro de ella, de
sentir su coño apretado a mi alrededor, de sentirla ondular a
mi alrededor cuando llegara al clímax. Estaba obsesionado
con mi mujer.

Un gemido bajo sonó en su garganta. Dios, los ruidos que


hacía serían mi muerte. Mi mano se deslizó por su cuerpo,
ahuecando sus pechos desnudos en mis palmas. Arqueó la
espalda sobre la cama, y la vista de su esbelto cuerpo fue un
espectáculo.

Impaciente por tenerla resbaladiza para mí, dejé sus pechos


y deslicé mi mano por su suave vientre, retirando las sábanas
de su cuerpo. Nunca me cansaría de ver su cuerpo desnudo
extendido por mi cama.

—Este coño es mío —murmuré contra su cuello, deslizando


mis dedos en sus ya húmedos pliegues—. Tu cuerpo es mío.
—Mis dientes rozaron su suave piel, marcándola para que
todos pudieran ver que estaba fuera de los límites. Enrosqué
mis dos gruesos dedos dentro de su caliente coño y su cabeza
se agitó contra la almohada—. Quiero verte deshacerte para
mí, Cara Mia —ronroneé, frotando su clítoris hinchado
mientras bombeaba mis dedos dentro y fuera de ella, mi
palma presionando con fuerza contra su coño.

Se estremeció, sus pezones se endurecieron y sus caderas se


movieron contra mis dedos. Observé cómo se lamía los labios
con la lengua y mi polla palpitó, imaginando sus carnosos
labios envueltos en ella. No pude resistirme a sus preciosas
tetas. Bajando la boca por su cuerpo, me metí un pezón tenso
en la boca y lo chupé, acariciando el pico endurecido con los
dientes. Sus gemidos resonaron en la habitación.

—Llegarás al orgasmo solo para mí —ordené—. Tu cuerpo


será solo mío.

Su dulce coño se tensó y palpitó, y su piel se tiñó de un rojo


carmesí. Observé fascinado cómo se extendía por su pálida
piel. La química que compartíamos era explosiva.

—Nico —jadeó—. Necesito... —jadeó, con los dedos


aferrando las sábanas y abriendo las piernas para mí. Su voz
contenía una nota de deseo y el bastardo en mí se deleitó con
ella. Añadí un tercer dedo, estirando sus apretadas paredes
para acomodar mi polla cuando finalmente me enterré en ella
de nuevo. Quería que se derrumbara solo por mí. Quería que
delirara de deseo por mí.

—Mia moglie. —Mi esposa—. Córrete para mí. Entonces te


voy a follar hasta que me ruegues que pare.
Y eso hizo mi hermosa esposa, le encantó mi charla sucia.
Su cuerpo se arqueó, su núcleo se tensó y se rompió. Solo para
mí. Su cuerpo estalló en un orgasmo y un grito salió de su
deliciosa boca, mi nombre fue un susurro ronco en sus labios.

Me miró a través de sus pesados párpados, con los labios


entreabiertos y la piel enrojecida mientras se deshacía por mí.
Saqué los dedos y sostuve su mirada mientras los lamía. Un
pequeño cambio de ritmo al respirar y vi que la lujuria se
encendía en sus ojos oscuros. Mi obsesión.

Mi mujer sería mi obsesión para siempre.

Me despojé del pantalón del pijama, me quité la camiseta


blanca y me arrastré por su cuerpo.

—Abre las piernas para mí —le ordené mientras acariciaba


mi dolorida y goteante polla. Ella obedeció sin dudar, y joder
si eso no me puso aún más duro—. Usa tus dedos para abrir
ese bonito coño rosa y muéstrame lo mojada que está mi
mujer.

Un suave gemido salió de sus labios, y un rubor se


extendió por su cuello y su pecho. Sus dedos temblaron
cuando se pusieron delante de ella y vaciló en hacer lo que yo
le pedía. Sus pliegues rosados y resbaladizos se abrieron para
mí, y me deleité al saber que nadie la vería así. Su excitación
se deslizaba por el interior de su muslo. No había mayor
excitación que ver a mi mujer tan abierta para mí, con la
evidencia de su excitación a la vista.
—Eso es, Cara Mia —la alabé, mis manos se posaron en sus
caderas mientras la acercaba. Como si no pudiera resistirse,
levantó sus caderas, su coño ávido de mi polla—. Mi codiciosa
esposa.

Guiando mi polla hacia sus resbaladizos pliegues, la punta


de la misma, justo en su caliente entrada. Su calor me hizo
sisear. Apenas deslicé mi polla en su coño, y estaba dispuesto
a perder todo mi control.

—Por favor, Nico —sollozó, sus palabras sin aliento—. Te


necesito ahora.

—Tengo que follarte duro —gruñí, con mi contención


tambaleándose mientras me deslizaba dentro de su apretado
coño. Me retiré, dejando la punta de mi polla en su apretada
entrada, y sus caderas se levantaron de la cama.

—Oh, Dios mío —jadeó, con la cabeza golpeando contra las


almohadas—. Dámelo. Duro.

Mis dedos se clavaron en sus caderas y la penetré de una


sola vez. Casi pierdo la cabeza cuando su calor y su humedad
me envolvieron, mi polla la llenó hasta la empuñadura. Los
dos gritamos de intenso placer.

—Di mi nombre —le ordené con dureza.-. ¿Quién te está


follando?

Mi siguiente asalto fue más duro.

—¡Tú! —gimió ella.


—¿Quién? —Forcé mi lengua entre sus dientes, follando su
boca y su coño al mismo tiempo. La bestia que llevaba dentro
exigía que la reclamara duro, para que no se acordara de
ninguno de sus anteriores amantes. La penetré con fuerza una
y otra vez, empujando su cuerpo contra el colchón.

—¡Nico! Nico! —gritó, sus gemidos en sintonía con cada


uno de mis embistes—. ¡Ah, mierda! —Empujó sus caderas
hacia arriba—. Sí, sí, sí —canturreaba contra mi boca, sin
sentido por la necesidad. Me estaba enviando al olvido, a un
frenesí de necesidad por ella.

Su espalda se arqueó y sus piernas me rodearon. Hice que


mis caderas se hundieran aún más. Todo su cuerpo se
estremeció debajo de mí y mi siguiente embestida me clavó
profundamente en su interior.

No era suficiente. Por mucho que me la follara, nunca sería


suficiente. Mi boca se aferró a su cuello, mis dientes se
aferraron a su suave piel. Quería que el mundo entero viera
que Bianca era mía. Bianca Morrelli era jodidamente mía.

Mis manos agarraron sus caderas, mientras penetraba en


ella sin pensar, acosándola como una bestia. Reclamándola.

—Nico —jadeó—. Yo... Me voy a correr.

—¡Vente para por mí! —rugí, arrancando la boca.

Volví a penetrarla y ella se tensó, llevándola al límite. Gritó


mi nombre, se agitó y tembló contra la fuerza del clímax que
la desgarraba. La sujeté con fuerza por las caderas,
introduciéndome en su apretado coño, penetrando en ella
mientras se deshacía a mi alrededor.

Mi frente se presionó contra la suya, mi propio orgasmo me


hizo entrar en una espiral de vacío, donde no existía nada,
excepto nosotros. Mi mujer y yo.

Me vine fuerte, eyaculando dentro de ella y llenándola con


mi semilla. Una paz sin precedentes me invadió por completo.
Su respiración era agitada y permanecimos juntos, nuestros
pulsos, frenético. Su cuerpo suave y flexible debajo de mí y
lentamente me retiré de ella.

Sus manos estaban alrededor de mi cuello y pensé cuando


me rodeó con ellas. Me hizo perder todo el sentido del
control, esta lujuria por ella destrozando algo dentro de mí.

—Buenos días —murmuró, con su aliento caliente en mi


piel.

—Buenos días, esposa.

Un silencio satisfactorio se instaló entre nosotros y ella


acurrucó su rostro en mi cuello, sus uñas rozando suavemente
mi cuero cabelludo. El gesto era tan inocente, pero tan
familiar. Íntimo. Mi polla se agitó de nuevo, esta sed por ella
era insaciable.

La deseaba de nuevo, para aliviar mi dolor por ella. Tenía


que follarla de nuevo. Tal vez fue el hecho que me negué a
esta mujer cuando la vi por primera vez en mi club nocturno y
ahora caía como una tonelada de ladrillos. Siempre tomaba lo
que quería, pero con ella intenté ser un hombre decente esa
noche y alejarme.

—Tengo que ducharme —murmuró. Mi lado posesivo


quería prohibirle la ducha, para que su persistente aroma se
mezclara con el mío y ambos oliéramos a sexo. ¡Jesús, lo que
esta mujer me hacía! Era una debilidad desear tanto a alguien.

Moviendo mi cuerpo, no podía apartar mis ojos de ella.


Cogió una sábana y la envolvió antes de ponerse de pie. Mi
polla palpitó convirtiéndose en un granito.

Me quedé en la cama, desnudo, observando cómo se movía


por la habitación.

—No he traído ninguna de mis cosas —murmuró mientras


volvía a mirar hacia mí. Vi cómo sus ojos se oscurecían de
deseo, su mirada se detuvo en mi pecho y luego bajó por mi
estómago. Se mordisqueó el labio inferior, un gesto con el que
empecé a familiarizarme.

—Está todo aquí —le dije y sus ojos se encontraron con los
míos.

—¿Qué? —preguntó ella, confusión en sus ojos oscuros, mi


labio se tensó hacia arriba. Era agradable ver a mi mujer
sentirse sacudida por su hambre por mí como yo lo hacía por
ella.

—Tus cosas. —Incliné mi cabeza hacia la izquierda de


ella—. Están en nuestro armario. Y tus artículos de aseo están
en el baño.
Siguió la dirección de mis ojos y abrió la puerta de golpe.
Toda su ropa ya estaba aquí y colgada. Era extrañamente
reconfortante ver sus objetos personales entre los míos.

—Santo cielo —murmuró, desapareciendo en el armario.


Solo pude ver una parte de ella, la sábana negra arrastrándose
tras ella. Observé su perfil mientras recorría con sus dedos
mis trajes, mis camisas, y luego se inclinó para echar un
vistazo a mis relojes alineados—. Puedo decir sinceramente,
Nico, que nunca he conocido a un hombre con un armario tan
organizado. Y esta habitación es del tamaño de toda mi
primera planta.

Me lanzó una mirada por encima del hombro. Un gruñido


se elevó dentro de mi pecho ante la idea que tuviera otros
hombres.

—¿Bianca? —Me esforcé por mantener la voz uniforme y la


expresión inexpresiva. Quería saber los nombres de sus
anteriores amantes para poder perseguirlos y matarlos.

Su mirada volvió al armario, recorriéndolo con curiosidad.

—Hmmm.

—¿Cuántos hombres has tenido? —Su mano se congeló en


el aire, su interés en el armario desapareció. Salió de él y se
dirigió al baño.

—No es asunto tuyo. Eso es personal.

Salí de la cama y me puse detrás de ella en un abrir y cerrar


de ojos.
—Eres mi esposa —le dije—. Nada es personal.

—Claro que lo es —replicó ella malhumorada.

Sacudió la cabeza y se alejó de mí. La seguí.

—Bianca —le advertí con un gruñido, tomando su muñeca,


obligándola a enfrentarse a mí. Nos miramos fijamente, los
celos me corroían. Saber que otro hombre escuchó esos
gemidos, sintió sus curvas y le enterró la polla en el coño y
seguía caminando por esta tierra me volvía loco. Las ganas de
matar eran abrumadoras.

—Bien —siseó ella—. Dos. —Puso los ojos en blanco y trató


de zafarse de mi agarre. Sin éxito.

—William está muerto. ¿Quién es el otro hombre? —


pregunté. Si fuera John Martin, lo mataría hoy mismo.
Cualquier otro hombre, tendría veinticuatro horas de ventaja.

—Tú —soltó ella—. ¡Dos, incluyéndote a ti! Jesús.

Mi agarre en su muñeca se relajó. Debería haber sido solo


yo, pero William estaba muerto, así que me dejó como el
único hombre en esta tierra que sabía cómo se sentía el coño
de Bianca. Tomé su otra mano que agarraba la sábana contra
su pecho, despegando sus dedos y el material se deslizó fuera
de su cuerpo y sobre el suelo de baldosas.

Iba a follarla de nuevo.

—Nico, no puedes…
Apreté mis labios contra los suyos y ella se abrió para mí
casi inmediatamente. Tenía que poseerla, borrar el recuerdo
de cualquier otro hombre de su mente. Ella era mía. Solo mía.
La cogí por el culo y me metí en la ducha, el sensor de
movimiento hizo que la ducha se abriera y los chorros de
agua se deslizaran sobre nosotros. Tenía que tenerla.

Empujé mi dura polla contra su entrada. Necesitaba estar


dentro de sus pliegues calientes. Sentir cómo se apretaba
alrededor de mi polla. Nuestras lenguas se enredaron, la
necesidad nos consumía. Empujando su espalda contra la
baldosa, recorrí con mis labios su cuello. Ella arqueó la cabeza
hacia atrás y mi polla palpitó ante un gesto tan sumiso.

Mordí su suave carne, mientras mi mano seguía


sujetándola por el culo. Siguiendo el impulso, llevé mi otra
mano libre a su boca, con mi dedo recorriendo sus labios
carnosos. Como por instinto, sus labios se separaron y su boca
se cerró sobre mis dedos, su lengua se deslizó por la punta.

—De rodillas y chúpame.

La áspera demanda salió de mi boca y ella se puso rígida


en mis brazos. Apartándose de mí, sin éxito, sus ojos se
dirigieron a mí.

—¿Disculpa? —Intentó sonar poco digna, pero sus palabras


salieron demasiado jadeantes, con el pulso acelerado por la
excitación. Y sus ojos la traicionaron. A ella jodidamente le
encantaba.
—Quiero que tus labios carnosos envuelvan mi polla —
murmuré, tomando su mandíbula entre mis dedos—. Entierra
mi polla en tu cálida boca.

Sus respiraciones eran pequeños jadeos, su piel enrojecida


incluso bajo el agua de la ducha, cayendo en cascada sobre
nosotros. Podría hablar sucio todo el día, y ella me dejaría
follarla todo el día.

—¿Quieres follarme la boca? —preguntó


entrecortadamente, sus ojos muy abiertos y empañados por la
lujuria. ¡Dios, esta mujer! ¿Cómo tuve tanta suerte de
conseguirla?

—Sí. —Ella me ponía de rodillas.

Se zafó de mis brazos, deslizándose por mi tenso cuerpo.


Observé cada uno de sus movimientos, el hambre de su
cuerpo abrumaba todos mis otros sentidos.

Obedeció, poniéndose de rodillas. Mi polla, dura como una


roca, estaba a punto de estallar al verla así, de rodillas frente a
mí. Fue suficiente para hacerme estallar. Su pequeña mano se
acercó a la base de mi polla, temblando con su toque, y sus
labios se abrieron para introducirme profundamente en su
cálida boca. Mi polla entre sus hermosos labios rojos era un
espectáculo para la vista.

Sus labios eran el paraíso. Un gemido salió de mi boca


mientras deslizaba mi polla hasta el fondo de su garganta,
bombeando su suave mano hacia arriba y abajo de mi eje. No
podía apartar los ojos de ella, memorizando cada segundo de
este momento. Su cabeza se balanceaba adelante y atrás
mientras lamía y chupaba mi polla.

Me apretó en la base, tirando de mi piel mientras movía su


boca arriba y abajo, sobre mi erección. No duraría mucho con
su boca así.

Mi polla se deslizó húmedamente de su boca y sus ojos se


alzaron, dudando en su oscura mirada.

—¿Lo estoy haciendo bien?

Mi mano se acercó a su nuca y deslicé mis dedos en su


cabello. Suavemente, tiré de su cabello, asegurándome que no
apartara la mirada.

—¿Has hecho esto antes? —jadeé, con todos los músculos


de mi cuerpo tensos. Era imposible que nunca hubiera hecho
una mamada.

Se mordisqueó el labio.

—Dos veces —murmuró—. N-no lo hice bien.

Mis dedos se cerraron en puños en su cabello y levanté su


rostro para que pudiera ver la verdad en mis ojos. Las gotas
de la ducha cayeron sobre mí, protegiendo su rostro mientras
me miraba.

—Lo estás haciendo perfectamente —siseé—. Tu boca se


siente tan bien, no duraré mucho.

Como si se sintiera alentada, sus manos se acercaron a mis


muslos y volví a dirigir mi polla hacia su boca. Como una
buena esposa, sus labios se separaron y mi polla se introdujo
en su hermosa boca. Su lengua se arremolinó alrededor de la
punta y mis caderas se movieron hacia delante, golpeando el
fondo de su garganta.

—Joder, qué bien está. —Ella hizo un pequeño ruido


mmmm como si lo estuviera disfrutando también, y eso lo hizo
aún mejor para mí—. No dejes de hacerlo. No pares hasta que
te lo diga.

Le agarré la nuca y mis dedos se enredaron en su melena


suave y húmeda. Moví su cabeza hacia adelante y hacia atrás
a mi ritmo y ella se rindió a mi voluntad. Sus dedos se
enroscaron en mi piel mientras le follaba la boca cada vez más
fuerte. Sus ojos se clavaron en los míos, brillando de lujuria.

—Así es, Bianca —carraspeé—. ¡Joder! Sí, tómalo todo de


mí.

El placer se disparó por mi espina dorsal y lanzó mi


cerebro al vacío. Fui a deslizar mi polla fuera de su boca antes
de hacer estallar mi semen por toda su lengua y por su
garganta. Aunque era exactamente lo que quería hacer,
marcar cada parte de ella.

Se negó a dejar que mi polla saliera de sus labios,


succionándome más fuerte, lamiendo, y mi semen se disparó
en su garganta. Vi su lengua recorrer su labio, tomando cada
gota. La levanté y aplasté mis labios contra los suyos,
saboreándome en su boca.
—¿Te gustó que me follara tu bonita boquita? —pregunté
con dureza contra sus labios, con la respiración agitada. Ella
asintió—. Tu boca es el cielo. Y toda mía, Cara Mia. No puedo
esperar volver a follarte la boca y la garganta, de escuchar tus
sonidos...

Gimió suavemente, apretando los muslos y apoyando su


cuerpo en mí.

—Me gustaría eso —admitió en un susurro.

La ducha seguía corriendo y parpadeó para quitarse las


gotas de agua de sus ojos. Mis brazos la estrecharon contra
mí. En el fondo de mi mente, algo me advirtió que perder a
esta mujer sería mi perdición, pero lo ignoré. La mantendría a
salvo. He encontrado mi propósito al mantener a salvo a esta
mujer y a sus hijas, nuestras hijas.

Dio un paso atrás y sonrió tímidamente.

—Nos vamos a quedar sin agua caliente. Será mejor que


nos demos prisa con la ducha.

Alcancé su champú al mismo tiempo que ella.

—Déjame hacer eso por ti.

Al soltar el frasco, me dio la espalda y admiré su grácil


columna. Exprimí una buena cantidad en la palma de la mano
y la apliqué sobre su cabello húmedo.

Su cabeza se inclinó hacia atrás y mi polla cobró vida.


¿Tendré alguna vez suficiente de ella? Pasé mis dedos por su
cabello y masajeé el champú en su cuero cabelludo. Noté que
un escalofrío le recorría la columna.

Cerró los ojos y seguí lavándole el cabello limpio de


champú. Repetí el mismo proceso con su acondicionador.
Ambos olían a ella, a lilas frescas.

—Me encanta tu cuerpo —murmuré contra su cuello—. Me


encanta cada cosa de ti.

Su carnoso trasero era hermoso. Estaba mal mirarla,


sabiendo que me perturbaría al tomarla de nuevo. Empujé mi
dura polla en su espalda, mi boca contra su oreja, tomando el
lóbulo de su oreja entre mis dientes.

—Mira lo que me haces —murmuré—. No me canso de ti.


¿Me dejas?

Se dio la vuelta para mirarme.

—Primero, déjame lavarte a ti también —susurró.


Agarrando el otro frasco de champú, la vi verter una pequeña
cantidad y ponerse de puntillas. Doblé las rodillas y la cabeza
para que pudiera llegar a mi elevada altura. No tardó nada
con mi cabello corto.

Pero no se detuvo. Sus dedos recorrieron mi cuerpo, sus


ojos observando mis tatuajes.

—¿Significan algo? —Sus dedos se detuvieron en la tinta


de mi clavícula y la parte inferior del cuello—. Rosas, espinas.
—Se inclinó lamiendo mi piel—. Y un lobo. La tinta es
hermosa.
Su tacto era relajante, suave. No quería pensar en la tinta.
Quería enterrarme en sus pliegues y buscar el dulce olvido.
Pero sentí que era importante decírselo.

—Las rosas eran la flor favorita de mi hermana —le dije,


manteniendo mi tono vacío de emociones—. Los pétalos
atraen con su belleza, las espinas matan con su aguijón. Su
descripción del inframundo.

—Lo siento por tu hermana. — Un indicio de tristeza y


aversión brilló en sus ojos, pero lo disimuló rápidamente. Me
preguntaba qué pasaba por la cabeza de mi mujer. Quería
conocer cada uno de sus pensamientos, cada deseo, cada
preocupación y dolor. Así podría quitárselo todo de encima.

Al cerrar la ducha, cogí la toalla y le di unas palmaditas


para secar su cuerpo. Ella hizo lo mismo conmigo, como si
ambos quisiéramos conocer mejor nuestros cuerpos. Salimos
de la ducha y me puse de rodillas.

—Abre las piernas para mí —le dije, con mi boca a la altura


de su coño. Madreselva y lilas. Esos dos aromas estarían
ligados para siempre a Bianca Morrelli. Ella obedeció, y yo le
sequé las piernas y entre los muslos.

—Nico —gimió, sus piernas se tambalearon.

—Quiero conocer cada centímetro de tu cuerpo —dije,


presionando un beso en su montículo—. Cada peca, cada
línea, cada marca de nacimiento.

Se le escapó una risa estrangulada.


—¿Podrías aprenderlo más tarde? Ahora mismo, te quiero
dentro de mí.

Mi labio se curvó en una sonrisa.

—Date la vuelta y apoya las palmas de las manos contra el


espejo.

Sin vacilar. Dios, se me ponía dura solo con verla


obedecerme así. Me levanté en toda mi longitud y nuestros
ojos se encontraron en el reflejo del espejo. Con la toalla
desechada, me acerqué a ella por detrás y apreté mi boca en la
base de su columna.

—Ohhh —gimió. Un visible escalofrío recorrió su espalda.


Deslicé mis labios por su columna, marcando su piel con mi
lengua hasta el pliegue de su culo. Alargando la mano, la
desplacé por el interior de su muslo, optando por follarla con
los dedos.

Ella gimió con fuerza, el ruido vibrando contra la baldosa.

—No te corras hasta que yo lo permita —ordené. Su culo


empujó hacia atrás, presionando contra mí.

Con mis dedos aún dentro de sus resbaladizos pliegues,


tomé mi mano libre y azoté su trasero. Sus ojos brillaron
sorprendidos, su boca se abrió en una O silenciosa, pero no se
movió. Al frotar la palma de la mano contra la carne
enrojecida, un gemido suave y apenas audible salió de sus
labios, y empujó su culo con más fuerza contra mi palma.

¡Joder! Le encanta esto.


Sin dejarla recuperar el aliento, le introduje los dedos
mientras le azotaba el culo otra vez. Y otra vez.

—Nico —gimió—. Por favor.

Empujé mis dedos, bombeando dentro y fuera, y le aterricé


otra palmada en el culo.

—Jodeeeer —gritó mientras su coño se convulsionaba en


torno a mis dedos. Sus piernas, temblaban y rodeé su pecho
con el brazo para mantenerla erguida.

—Te dije que no te corrieras —dije con dureza,


mordiéndole el lóbulo de la oreja mientras bajaba de su
clímax. Verla era estimulante. Nada volvería a ponérmela
dura, excepto mi mujer.

—Más —gimió ella—. Dame más.

Sin previo aviso, retiré los dedos y metí la polla hasta el


fondo. Su cabeza cayó hacia atrás, apoyada en mi hombro.
Perdí todo el sentido de la realidad, mientras golpeaba dentro
de ella, chocando contra su culo.

—¿Alguien te ha follado el culo? —gruñí, empujando


dentro de ella. Ella arqueó la espalda, recibiendo todo de mí.
Mi cuerpo cubrió su espalda, inmovilizándola con mi cuerpo
contra el espejo y mis dientes presionados en su cuello. Me
deslicé hacia adelante y hacia atrás en su húmedo coño,
nuestra fricción creciendo como una llama.

—N-no. Nadie. —Observé su rostro en el espejo, su pálida


piel enrojecida.
Mi mano se acercó, frotando su clítoris.

—Tan jodidamente húmeda.

Con el dedo húmedo por sus jugos, me dirigí a su agujero


más oscuro y prohibido. Suavemente, masajeé su humedad en
la piel de su entrada trasera. Cuando no se apartó, le introduje
un dedo. Su coño se apretó alrededor de mi polla.

—Así es, Cara Mia —canturreé.

Su cuerpo se rindió ante mí y mi dedo se deslizó dentro de


ella mientras yo metía mi polla en su coño.

—¡Oh, Dios mío, Nico! —gritó. Se le cortó la respiración en


la garganta, su mano se acercó y sus dedos se clavaron en mi
culo.

—Más fuerte —jadeó—. Fóllame más fuerte.

Me eché hacia atrás, solo para volver a penetrarla.

—Voy a follar tu culo virgen. —Jesús, estaba perdiendo la


cabeza.

—Sí, sí —jadeó. Me moría de ganas de follarle el culo.


¡Pronto!

Con mi polla en su coño y un dedo en su culo, deslicé mi


otra mano por su vientre plano y alcancé su clítoris,
rodeándolo.

—Te sientes tan jodidamente bien —siseé. El placer al rojo


vivo cosquilleaba en mi columna vertebral, amenazando con
estallar, y rechiné los dientes conteniéndome. Su placer sería
siempre mi prioridad.

—Vente para mí —ordené—. Ahora.

—Nico —gritó y su coño se aferró a mi polla en un apretón


mientras encontraba su placer, sus párpados se cerraron y su
boca se abrió—. Oh, joder, joder, joder.

La seguí hasta el precipicio, encontrando mi propia


liberación y mi polla se sacudió y eyaculó en su caliente coño.

Su respiración era agitada, su mejilla presionada contra el


espejo. Ella era magnífica. Tuve la sensación que alcanzaría
todos mis límites.

Lentamente, me retiré de ella, viendo cómo mi semen


goteaba por sus piernas. Maldita sea, la quería embarazada de
mis bebés.

En el momento en que llegamos a casa de Bianca en mi Land


Rover negro, Cassio y Luca salieron con miradas enojadas en
sus rostros. Me lo esperaba.

Ajena a todo, Bianca tanteó la puerta, ansiosa por llegar


hasta sus niñas, aunque llegué antes a su lado. Abrí la puerta
y ella salió, corriendo por el césped.
—Diez minutos, Cara Mia —grité tras ella.

—Sí, sí. —Me lanzó una mirada juguetona. Mi esposa


definitivamente no era nada madrugadora. Pero después de
nuestras actividades matutinas, su ánimo se levantó. Ambos
gemimos y nos quejamos a través de esa terrible experiencia.
Nada empieza mejor el día que hacer feliz a tu mujer de todas
y cada una de las maneras posibles.

—¿Aún estáis aquí? —pregunte a Cassio y Luca al pasar


junto a ellos.

—Queríamos volver a veros —murmuró Luca, cruzando


los brazos frente a él—. Asegurándonos que no quieres que
matemos a tu esposo.

Luca sonrió en mi dirección y le hice un gesto con el dedo


corazón. Bianca miró por encima de su hombro y una suave
sonrisa jugó allí.

—No, hoy no —respondió, sus ojos viajando por mi


cuerpo—. Me gusta bastante en esos vaqueros. —Luego
sacudió la cabeza, como si tratara de sacudirse sus
pensamientos—. Ese culo —murmuró para sí misma, y tuve la
sensación que quería pensarlo, no decirlo.

Aun así, sonreí. Si tenía que hacerlo, usaría mi cuerpo para


que se enamorara de mí.

Me quejé por dentro. Maldita sea, estoy empezando a sonar


como una chica.
—Uf, qué asco —refunfuñó Luca—. No quiero saber qué
significa eso.

Cuando me vestí, mi mujer abrió la boca en señal de


sorpresa y sus ojos se oscurecieron al verme. Necesité toda mi
contención para no arrastrarla de nuevo a la cama y follarla
con fuerza. Murmuró algo sobre mi culo y pecados.
Normalmente llevaba trajes, pero después de su reacción y de
sus ojos hambrientos, me esforzaría por llevar vaqueros más a
menudo.

Bianca desapareció dentro de la casa y se cruzó con


Luciano al salir. Probablemente quería asegurarse que Cassio
y yo no nos matáramos.

—Esa fue una jugada estúpida —gruñó Cassio, en el


momento en que la puerta principal se cerró detrás de
Luciano, encerrando a las mujeres en su interior.

Le dirigí una mirada.

—No pedí tu opinión.

No me sorprendió que Cassio se enterara del mensaje que


envié a Benito. Tenía espías entre los hombres de su padre
que lo mantenían al tanto de las cosas. Al fin y al cabo, toda el
hampa bullía con las nuevas noticias sobre la hija de Benito
King. Si Bianca estuviera soltera, sería una mercancía
codiciada. Tal como estaba, era mía.

Luca se apoyó en la casa.


—¿Te das cuenta que ahora la quiere? También podría
haberle puesto una marca.

—Ya tenía una marca en ella —le dije—. La iba a vender a


la Bratva. Ahora sabe que es mía y no puede joder con ella.
Todos los hijos de puta de este planeta lo saben.

—Puto error —escupió Cassio furioso—. La vio casada


ayer. Fue su confirmación que no podía venderla.

—No, esa foto que le envié asegurará que no pueda


venderla. Porque ella es mía. Es la evidencia de un
matrimonio consumado y la advertencia a cualquiera que iré
por ellos si solo miran en su dirección.

Cassio dejó escapar un suspiro frustrado.

—Nico, siempre quiso tener una hija. Y ahora descubrió


que siempre tuvo una. ¿Qué coño crees que le pasará a la
madre de Bianca?

—Me ocupé de ello —le dije.

—¿Cómo? —preguntó Luciano—. Esa mujer ha sido su


amante favorita durante más de veintiséis años. No la dejaría
ir por nadie.

—Hice que Alexei buscara a su madre. Una vez que me


confirmó que la tenía, envié mi mensaje.

—Así que te llevas a su mujer favorita y a su hija —


respondió Luciano—. Sus nietas. ¿Has pensado en ellas?
Joder, quemará ciudades y estados hasta que les ponga las
manos encima a todas.
—Nunca les pondrá las manos encima —le aseguré.

La mandíbula de Cassio se tensó y sus ojos se oscurecieron.


Cassio y Bianca tenían algunos gestos similares, y ni siquiera
crecieron juntos. Nunca lo señalaría, ya que Cassio odiaba
cualquier cosa que lo hiciera parecerse a su padre.

—¿Y Bianca? —preguntó Luciano—. ¿Qué hará cuando se


entere? Has visto el vídeo, ella cree que su padre era ese
hombre de la pantalla. Eso hará mella en ella.

—Ella nunca lo sabrá.

—¿Qué mierdas, Nico? —gruñó Luca—. Las noticias


viajan. Tú lo sabes mejor que nadie. No puedes mantenerla
encerrada en tu maldita mansión.

—No estará encerrada. Protegida y segura, sí. —Bianca se


movía en otros círculos. No tenía intención de llevarla a
ningún maldito evento mafioso. Los hombres que conoció en
nuestra boda lo serían, y les daría una paliza a todos y cada
uno de ellos si filtraban una palabra. Amigos o no amigos.

—Te juro que eres más terco que una mula cuando se trata
de mi hermana —escupió Cassio. La molestia se desplegó en
mi pecho por estar teniendo esta conversación. Quería coger a
mi familia y llevarla a casa.

La madre de Bianca estaría allí para cuando regresáramos.


Había enviado a Alexei Nikolaev y sus hombres tras la madre
de Bianca, para recuperarla. No quería que su madre pagara
las consecuencias de mi venganza. Sabía que sería una cosa
que Bianca no me perdonaría.
—Joder —murmuró Cassio—. La amas. —No era una
pregunta, sino una afirmación concisa y clara.

—¿Qué? —Luca sonó sorprendido—. ¿Qué diablos hicieron


anoche?

Juro que quería darle un puñetazo a Luca y golpearle la


cara contra el asfalto.

—Nico, esto no parece propio de ti. —Luciano intentó


suavizar la situación—. Tú siempre fuiste el metódico, el
razonable.

—Soy razonable, y vosotros tres, cabrones, tenéis que


apartaros de una puta vez. —Luciano sacudió la cabeza y yo
gruñí—. ¿No es eso lo que le decías a todo el mundo cuando
se trataba de tu mujer, Luciano?

—Buen punto —reconoció, inclinando la cabeza.

—¿Cuánto hace que la amas? —Por supuesto, Cassio no lo


dejaría pasar. Él y Bianca tenían eso en común, terquedad y
mal genio.

—No voy a hablar de la relación entre mi mujer y yo con


vosotros —les dije. Podría ser igual de terco—. Las mantendré
a salvo.

Desde el momento en que vi a Bianca, incluso antes de


conocer su conexión con Benito, la deseé. Era la única mujer
que conseguía dejarme sin aliento. Cuando la vida me la
volvió a poner en el camino, me obsesioné y maldije mi
destino. Era una mujer casada. Nunca la habría tocado,
aunque supiera que su marido le era infiel.

¿La habría utilizado igualmente en mi venganza? Sí.

Pero en el momento en que escuché la noticia de la


enfermedad de su marido, mientras acechaba su casa desde la
bahía en medio de una tormenta, supe que nuestras vidas
estaban entrelazadas para siempre. Ella era mía y nadie se
atrevería a tocarla a ella o a sus hijas.

—Hijo de puta terco —murmuró Luca, pero la discusión se


dio por concluida.

Justo cuando estaba a punto de entrar, todos nuestros


móviles sonaron. Al abrir el mensaje, maldije en voz baja.

—Nos han atacado —anunció Luciano.

—A nosotros también —dijo Cassio, con furia en su voz.

Tres pares de ojos se acercaron a mí.

—A mí también. —Todos sabíamos quién lo coordinaba—.


Benito está en movimiento —les dije, marcando a Leonardo.
Era de esperar que Benito tomara represalias, pero esperaba
que dejara fuera a Luciano, Cassio y Luca.

Contestó al primer timbre.

—Nos han golpeado. La Bratva con ese hijo de puta de


King.

Sabíamos a qué miembros de la familia King se refería,


Benito y Marco.
Mi mano libre se cerró en un puño.

—¿Cuál es el daño?

Odio a los malditos criminales sin código meando por todo


mi territorio o robando mi producto. Simplemente arruinó mi
estado de ánimo y mi día. Y empezó tan bien.

—Cinco cadáveres, todo el cargamento de mercancías.


Cincuenta millones. Pero tenemos a uno de ellos vivo aquí.
Canta ruso muy bien.

—Bien —solté—. Mantenlo vivo hasta que llegue.

Colgué, con la furia hirviendo en mis venas. Bianca era mi


mujer, esta era mi ciudad y mi territorio. Si Benito pensaba
que me había hecho un numerito con este golpe, se merecía
otra cosa.

—Os compensaré a los tres por los daños —les dije a los
que han sido mis mejores amigos durante mucho tiempo. A la
única que elegiría por encima de ellos era a Bianca y a
nuestras hijas.

—No te preocupes por esa mierda —respondieron los


tres—. Lo tenemos cubierto.

Estos hombres siempre me cubrieron la espalda. Nunca


tuve que preocuparme que uno de mis mejores amigos se
volviera rebelde.

—No importa, Nico —advirtió Cassio—. Mantén a ella y a


sus hijas a salvo. Luca y yo nos quedaremos unos días más. El
embajador italiano va a celebrar su gala anual. Quiero
asegurarme que Benito no ponga sus garras en esas
propiedades de Amalfi. Solo tengo que darle al viejo
embajador un incentivo para que nos invite a Luca y a mí.

—Bianca ya ha conseguido que nos inviten —le dije.

Cassio y Luca parecían sorprendidos. No los culpo. El


embajador italiano había sido un hueso duro de roer. Se hizo
el simpático conmigo, pero solo por mi amplia cartera
inmobiliaria y mi parte legítima del negocio que rivalizaba
con las mejores empresas del mundo. Pero sabía que estaba en
la nómina de Benito.

—¿Cómo?

Me encogí de hombros.

—Le encantó ella. Iremos juntos.

—¿Crees que a Bianca le importará que nos quedemos aquí


una semana? —preguntó Cassio—. De esa manera podremos
vigilar la casa. No me sorprenderá si Benito intenta algo.
Quiero estar cerca por si pasa algo.

—Le diré que sois unos hijos de puta entrometidos, y que o


bien se quedan aquí o con nosotros en nuestra casa. Ella
elegirá aquí.

Cassio y Luca me tiraron un guiño al mismo tiempo.

—Luciano, ¿te acompañan tus hombres a casa? —pregunté.


No quería que le pasara nada a su familia. Él mismo pasó por
un infierno para recuperarlos.
—Sí, estamos bien. —Luciano vino a mi lado y me puso la
mano en el hombro—. Antes de irme, te diré esto y no
escucharás otra palabra de mí. —Arqueé una ceja hacia él—.
Cuando Romano mató a mi madre y a mi hermana, estaba
furioso. Tú lo viste. Utilicé a Grace contra ellos. Pero la que
pagó el precio más alto fue mi esposa. La perdí durante tres
años. No repitas mi error.

—No voy a repetir el mismo error —dije con ironía. Hice la


promesa que la mantendría a salvo, así que lo haría. Hasta mi
último aliento. Fue mi compromiso con ella y conmigo
mismo. Y aún no he roto ninguna promesa.

Bianca y las gemelas estaban ahora bajo mi protección.

—No te preocupes —añadió Cassio con sarcasmo—. Si


nuestra hermana huye, la ayudaremos. —Luego, su boca se
curvó en una leve sonrisa—. Aunque tengo la sensación que
tendremos que aguantar a Nico como cuñado durante toda
nuestra vida.

Miré a mis amigos y negué con la cabeza. Cassio y Luca


estarían siempre protegiendo a Bianca ahora, y yo no lo haría
de otra manera. Menos riesgo que alguien pudiera llegar a
ella y a nuestras niñas. Eso fortalecía a nuestra familia.

Luca se frotó una mano en la mandíbula, con una mirada


llena de picardía.

—Bianca se quedará con Nico solo porque le gusta su culo


en esos vaqueros.
—Deja de hablar de mi culo y centrémonos en tu padre y
en Marco.

—De acuerdo —dijo Cassio.

—Bene —murmuré. Bien—. Será mejor que acabemos con


Benito y su imperio de una vez por todas. —Cassio y yo
cruzamos miradas. La pelota estaba en su tejado para
empezar a mover las cosas.

Después y tras los acuerdos murmurados por todos,


entramos en la casa para buscar a las mujeres y a las niñas.
Las chicas charlaron todo el tiempo en el asiento trasero,
contándonos todo sobre la noche que tuvieron. No hubo ni un
solo segundo que se les olvidara. Si lo hubieran hecho,
habrían vuelto a explicarlo todo de nuevo. Incluso
escuchamos la descripción detallada de sus sueños.
Básicamente, toda su charla se resumía en Matteo, Cassio y
Luca. Estos dos últimos me sorprendieron, pero mis gemelas
parecían estar enamoradas del tío Cassio y del tío Luca.
Aparentemente, decidieron llamar tío a Cassio, Luciano, Luca
y Massimo. Nancy, Grace y Ella eran simplemente... bueno,
Nancy, Grace y Ella.

Cassio y Luca se quedarían un poco más en mi casa, así que


les pedí que la cerraran. Sentí que algo había pasado mientras
los hombres estaban fuera, pero era difícil saber qué.
Probablemente alguna estupidez de la mafia. Nancy volvió
con su marido esta mañana, antes que llegáramos, y esperaba
que la viéramos pronto.

Antes de salir de mi casa, preparé una taza de café. Para


Nico y para mí, aunque a él no parecía afectarle la falta de
sueño. Mi cuerpo estaba envuelto en el más dulce
agotamiento. No podía siquiera expresar con palabras lo que
había pasado anoche y esta mañana. No me atrevía. Sentía
que hasta anoche era virgen y no sabía nada del sexo, ni de
mí. Nunca soñé que pudiera ser tan explosivo estar con
alguien.

Nico me sujetó la mano mientras conducía y utilizó su


pulgar para hacer un suave dibujo en mi piel. Me encantaba
su toque, y el movimiento circular de su pulgar sobre mi piel
me resultaba reconfortante. William odiaba que lo cogieran de
la mano, y cada vez que intentaba hacerlo, me resultaba
incómodo, así que solía desistir. Pero con Nico se sentía
natural.

Condujo con suavidad y seguridad, respondiendo a los


comentarios y preguntas de las niñas. Un momento familiar
casi perfecto. Traté de no pensar en el futuro y simplemente
disfrutar de este momento, ahora.

El teléfono de Nico volvió a sonar, pero lo ignoró. Mis ojos


se dirigieron a él, con la curiosidad de saber por qué ignoraba
sus llamadas.
A pesar de todo, me encontré aventurándome vacilante en
un territorio desconocido. Sabía que no estaríamos casados
por mucho tiempo debido al acuerdo Bellas y Mafiosos. No
podía dejar que las gemelas se vieran arrastradas a eso,
aunque mientras estuviera cerca de él, no podíamos limitar
toda nuestra relación al sexo. Aunque, fue jodidamente
increíble. El mejor sexo de la historia. Adictivo.

—¿Está todo bien? —pregunté lentamente.

Su pulgar no dejaba de hacer el dibujo en mi piel, pero


percibí que estaba tenso, que la agitación y la ira se
desprendían de él en oleadas.

—Solo algunas cosas del trabajo —respondió—. Nada por


lo que debas preocuparte.

Sí, definitivamente mierda de mafiosos. Porque si fuera su


negocio legal, no sería tan hermético.

Atravesamos la puerta y los jadeos de las niñas se oyeron


desde el asiento trasero. Sabía que estarían impresionadas,
incluso a su edad.

—¿Tiene parque infantil? —preguntó Arianna—. Si no,


quiero volver a nuestra casa.

Le sonreí suavemente.

—No lo sé, pero vi una piscina.

—Guau —murmuraron ambas asombradas.


—Aquí también hay un parque infantil —explicó Nico—.
Todavía no he podido enseñárselo a tu madre porque
estábamos ocupados. —Mis mejillas se ruborizaron con la
imagen de lo que estábamos ocupados haciendo. Nuestras
miradas se cruzaron y él supo exactamente lo que pasaba por
mi mente—. Me refería a que estaba oscuro —añadió,
riéndose.

Puse los ojos en blanco.

En el momento en que el vehículo se detuvo, tanto Nico


como yo salimos del coche y cada uno sacó a una niña. Los
pies de las niñas tocaron el suelo y empezaron a correr por las
escaleras, emocionadas por ver su nuevo hogar. Me sentí mal
al saber que pronto tendría que volver a desarraigarlas, pero
me guardé todo eso. Ya habría tiempo para pensar en ello
cuando llegara el momento.

Bear y otro guardia estaban justo detrás de ellas.

—Id y mostrar a las chicas el parque infantil. Nosotros


iremos enseguida —les dijo Nico.

Nico me cogió de la mano y subimos las escaleras como


una feliz pareja de recién casados. Oh, ¡cómo engañan las
apariencias! Los dos teníamos tantos secretos a nuestro
alrededor que ni siquiera estaba segura de cómo podríamos
funcionar como pareja, incluso si se eliminaba la amenaza de
Benito y el acuerdo de las Bellas de la ecuación.

—Tengo que irme por unas horas, pero antes —comenzó—,


tengo algo o alguien que mostrarte.
Vacilante, lo miré sin saber qué querría mostrarme.

—Bien.

A la luz del día, la mansión de Nico era aún más grandiosa.


Contra el cielo azul, todo el lugar brillaba como un palacio, el
mármol blanco se destacaba contra el césped verde y el cielo
azul.

Toda esta propiedad parecía una huida de la realidad. Una


realidad que seguramente estaba llegando, con cada segundo
que pasaba. Mi creciente sensación de temor era difícil de
ignorar. Pero tenía que ocultarlo detrás de una fachada. Nico
era demasiado perspicaz, y me preocupaba que viera el
engaño en mi rostro.

Mientras Nico hablaba con sus amigos afuera, y después de


saludar a las niñas, me excusé en mi habitación para ir al
baño. Era mentira. Entré en mi caja fuerte y cogí los
documentos que necesitaría una vez que huyéramos. La
familia de mi abuela tenía un lugar secreto en Italia, en la
costa de Amalfi. Empezaríamos allí.

Plantando su mano en la base de mi columna vertebral, me


guio hacia el ala izquierda de la casa.

—Mi despacho está por aquí.

Asentí y continuamos en silencio, hasta que atravesamos


una puerta abierta. Mi paso vaciló. Alexei Nikolaev estaba en
el despacho de Nico y una alarma se disparó en mí. No había
hecho nada más que ser amable conmigo, pero por alguna
razón, cada vez que lo veía, mi autoconservación se activaba.
Daba mucho miedo. Una mirada a sus ojos pálidos y vi tanta
oscuridad en ellos que me estremeció hasta la médula. La
mayoría de las veces llevaba una expresión sombría, aunque
lo vi sonreír una vez a su hermana. Por lo que explicó Isabella,
había una historia familiar complicada.

Parece que todos tenemos un pasado y compartimos


complicaciones.

—Nico —nos saludó—. Sra. Morrelli.

Supongo que era yo.

—H-hola —tartamudeé, dando un paso más hacia Nico.

Mi marido tiró de mi brazo, arropándome y fue a estrechar


su mano. Los movimientos de Nico tenían una nota de
autoridad, ocultando su despiadado e instinto asesino bajo
sus costosas ropas. En cambio, Alexei Nikolaev, lo llevaba
como una armadura y una insignia de honor. Probablemente
era más fácil alejarse de alguien como Alexei que de Nico,
aunque ambos estuvieran hechos de la misma tela.

—Gracias por el favor, Alexei.

—Todo bien —dijo, inclinando la cabeza hacia el lado


opuesto de la habitación y mi mirada revoloteó en esa
dirección.

Por un momento, me quedé allí, sintiéndome desorientada.


Parpadeé, segura que estaba viendo cosas.

—¿Mamá?
Apenas la reconocí. Cada una de las superficies visibles de
su pálida piel estaban azules y moradas, y sin embargo estaba
sentada allí, inmóvil, con la espalda rígida y los ojos muertos.
Hacía menos de veinticuatro horas que la había visto.

—¿Cómo... c-qué? —Mis pensamientos se revolvieron en


mi cerebro, tratando de procesar que mi madre estaba aquí.
Estaba en mal estado, muy mal. Un rayo de temor se disparó
a través de mí, alejándome de Nico, corrí hacia su forma
sentada.

Yo le hice esto.

—¡Mamá! —sollocé, tomando su mano fría en la mía,


poniéndome de rodillas.

Mi corazón se aceleró frenéticamente mientras analizaba su


estado. La observación mundana del maltrecho estado de mi
madre me constriñó el corazón, dificultando la respiración, un
labio partido, la mejilla hinchada, el cuello pálido con marcas
de dedos morados, cortes y quemaduras de cigarrillo.

Sus ojos se encontraron con los míos, hermosos azules


como el mar chocando con mi oscura mirada. Siempre deseé
heredar los ojos azules de mi madre. Después de descubrir a
mi verdadero padre, lo deseé aún más. Odiaba cualquier
parecido con ese pedazo de mierda.

Levantó su mano ahuecando mi mejilla con ella, su toque


suave. Su rostro era un desastre lleno de magulladuras.
—Lui sa9. —Lo sabe. Su labio partido hizo que sus palabras
sonaran mal, pero no había duda de su significado.

—¿Q-qué? —tartamudeé asustada.

—Lo siento mucho, Bee —murmuró. Una sola lágrima


resbaló por su rostro, como si hubiera llorado tanto en su
vida, que no le sobraran más lágrimas.

—No, yo lo siento —susurré, mis palabras se convirtieron


en un sollozo y rodeé su frágil cuerpo con mis brazos. Yo
debería sentirlo, no mi madre. Ella soportó veintiséis años de
abusos por mí.

Siento el dolor que te causé, por haber sido concebida por ese
imbécil, por haber nacido, por tu sacrificio y, sobre todo, siento no
haberte salvado.

Pero todas esas palabras se atascaron en mi garganta. No


pude sacarlas, no con los testigos en la sala.

Al girar la cabeza, me encontré con los ojos de mi marido y


de Alexei. Debería darles las gracias, pero me dolía tanto la
garganta que no podía pronunciar ni una sola sílaba para
salvar mi vida en este momento. Así que me limité a asentir
con la cabeza, mordiéndome el labio con fuerza para no
empezar a llorar. Mi madre me necesitaba ahora.

Un reconocimiento silencioso de Alexei Nikolaev y supe


que, pasara lo que pasara, no volvería a rehuir de él. Nico y
Alexei salvaron a mi madre.

9 Lui sa: Lo sabe en italiano.


Nico se acercó a mí y me dio un beso en la coronilla. Sabía
que no quería irse, el sentimiento estaba escrito en su rostro.
Pero me alegré que se fuera, porque no podía hablar
abiertamente con mi madre con testigos cerca.

—¿Estarás bien cuidando a tu madre mientras yo me


encargo de algunas cosas? —preguntó Nico—. Volveré tan
pronto como pueda. Bear sabe que hay que mantener a las
niñas ocupadas y su mujer ha venido con sus hijos, así que
estarán arropados por ellos.

—Yo... no puedo saludarlos ahora mismo. —Mi voz era


gruesa, llena de emociones.

—No te preocupes por eso. Quédate con tu madre. Las


gemelas están a salvo.

—De acuerdo —susurré, mis ojos volvieron a la frágil


figura de mi madre. Cada vez que nuestras miradas se
encontraban, el mismo pensamiento me golpeaba
directamente en el pecho. Está muerta por dentro.

Las lágrimas me escocían en el fondo de mis ojos, pero me


negaba a dejarlas caer.

—¿Estás listo, Alexei? —La voz de Nico seguía en la


habitación, pero no miré detrás de mí.

—Estoy dispuesto a romper algunos culos —replicó e intuí


que su rabia tenía que ver con el estado de mi madre. No
estaba acostumbrada a las amenazas físicas, pero sería una
mentirosa si no dijera que ahora mismo, esperaba que
estuvieran hablando de herir al hombre que hizo daño a mi
madre. Quería que Benito King y sus hombres pagaran por el
dolor causado.

—Llámame si necesitas algo, Cara Mia. —La voz de Nico


era suave—. Gia vendrá a enseñarte la habitación de tu
madre. Ella se encarga de la casa y te traerá lo que necesites.

Antes me habló de Gia. Ella básicamente dirigía esta casa


para Nico.

—Gracias. —Miré por encima de mi hombro, encontrando


su oscura mirada nublada. Ha salvado a mi madre.

Ese único acto lo convirtió en mi héroe. Todos sus otros


pecados los pude perdonar porque salvó a mi madre.

—Ten cuidado —le dije. Y vuelve a casa sano y salvo.

Nico se había metido en mi corazón.

Gia fue enviada por Dios. Tenía entre cuarenta o cincuenta


y tantos años, no podía decidirlo. Posiblemente la edad de mi
madre, y me agradaba. Sus ojos eran oscuros y bondadosos,
con sonrisas amables siempre brillando, aunque tenía la
sensación que había pasado por dificultades. Mientras
ayudábamos a mi madre, se le escapó que tenía el cabello gris
desde los veinte años.
Una vida dura, comentó.

Me ayudó a llevar a mamá a su habitación y luego me


ayudó a limpiar sus heridas. Yo nunca había hecho esto antes,
pero estaba claro que Gia sí. Una vez que limpiamos a mi
madre, la duchamos y le vendamos las heridas, Gia me
entregó dos analgésicos para que se los diera a mamá. Nunca
había estado tan agradecida a otra persona en mi vida como
con Gia en ese momento. Un par de veces, incluso fue a ver
cómo estaban las niñas, les hizo algunas fotos y volvió para
mostrarme que se estaban divirtiendo.

Mientras mi madre se adormecía, bajo la influencia de los


analgésicos, miré a Gia, que estaba sentada en la silla opuesta
a la mía.

—Has hecho esto antes —pregunté.

Ella asintió con su respuesta.

—Unas cuantas veces.

—¿Sobre Nico? —No sabía nada sobre el hombre, su


pasado.

Ella sonrió.

—Ese hombre es demasiado testarudo para dejar que


alguien lo remiende —respondió con una pequeña sonrisa—.
Normalmente se cura solo. A menos que esté tan mal que
necesite un médico.

Algo se retorcía dentro de mí al pensar que Nico estuviera


herido. No me gustaba en absoluto. Sabía tan poco de él. Por
el amor de Dios, ni siquiera supe que sus padres aún vivían
hasta que aparecieron en nuestra boda.

—¿A quién has remendado entonces? —pregunté, tratando


de quitarme de la cabeza las imágenes de Nico herido.

—Su hermana fue la última. —La voz de Gia era ronca,


haciéndome buscar sus ojos.

—¿Nicoletta? —La sorpresa brilló en sus ojos, pero asintió


su respuesta. De alguna manera, a pesar que Nico y yo no
teníamos semanas de conocernos, él sabía lo importante que
era mi madre para mí. Y nunca le dije una palabra. Quería que
esto funcionara si mamá estaba con nosotros. Tal vez
podríamos ayudar a su madre también. Podríamos ser una
familia. Tendríamos que hablar y conocernos mejor, pero tal
vez...

La esperanza floreció en mi pecho. Parecía un buen


comienzo para nuestro matrimonio y nuestro futuro juntos.
Pero Benito King tenía que ser eliminado. Tenía que pagar por
todo el daño y muerte que había causado, a Nico, a su
hermana, a mi madre y a otras muchas víctimas. ¿Tal vez
Nico podría ayudarme?

—Murió hace poco más de tres años.

Había tristeza y angustia en su voz, igual que con Nico.


Ella también debía querer a su hermana.

—Nico me contó un poco —susurré. Tomé la mano de mi


madre entre las mías, sujetándola con fuerza, asustada por
cualquier posibilidad de perderla.
Los ojos de Gia miraban a mi madre, pero yo sabía que
estaba viendo a otra persona en su lugar. La hermana de Nico.

—Un hombre malvado, colega del padre de Nico, le puso


las manos encima —canturreó—. La golpeó y v... —No pudo
terminar la palabra, pero yo sabía lo que quería decir. ¡Dios
mío!—. Nico no pudo superarlo. Culpó a su padre por ello,
incluso a su madre. Pero, sobre todo, se culpa a sí mismo.
Quería que Nicoletta viviera con él, bajo su protección. Pero
ella amaba a su madre. Insistió en quedarse con ella.

Algo así como que, si me culpara yo misma, por el sufrimiento de


mi madre.

El silencio se prolongó con los últimos rayos de sol,


entrando por la ventana. Yo seguía mirando por la puerta,
esperando que las chicas vinieran. Lo mismo con Nico.

Quería llevar a mis hijas a la cama, verlas dormidas.


Asegurarme que todos estábamos a salvo.

—Puedo quedarme con ella —Gia debió haber sentido mi


lucha—. Ve con tus niñas. Estarán en la cocina ahora mismo.
—Miré la forma dormida de mi madre—. No se despertará
hasta mañana. No la dejaré.

—Muy bien —cedí a mi necesidad de ver a las gemelas—.


Las arroparé y luego volveré.

—Vuelve y compruébala —aceptó ella—. Aunque me


quedaré con ella toda la noche. Necesitas dormir.

—También tú —protesté.
—Duermo mucho —replicó secamente—. Además, solo
puedo dormir dos o tres horas por noche. Entonces vuelven
las pesadillas de hace tiempo.

Tanta gente rota. Sin embargo, después de tanto tiempo,


desde que perdí a mi abuela y a mi padre, empecé a sentir que
tenía una familia.
Aparqué en la parte trasera de una de mis naves
industriales desiertas, Alexei iba justo detrás de mí en su
Maserati. Conduje mi Land Rover, los asientos del coche en la
parte trasera me recordaban que ahora tenía mucho más que
perder.

Después de la muerte de mi hermana, me daba igual vivir


o morir. El único incentivo era mi venganza. Pero ahora,
tengo mucho más. No dejaría que la historia se repitiera.
Protegería a esas niñas, a Bianca, a su madre y a mi madre.
Hizo falta que Bianca entrara en la vida de mi madre para que
finalmente despertara.
No volvió con mi padre. Ingresó en un centro de
rehabilitación. Una vez que estuviera limpia, planeé que
viviera en nuestra propiedad. En algún momento, hablaría
con Bianca al respecto. Ahora mismo, ella tenía sus propias
preocupaciones en las que tenía que centrarse.

Alexei había encontrado a su madre en mal estado. Llegó a


ella antes que saliera mi mensaje, así que no pude entender
qué provocó el arrebato.

—¿Estás bien? —preguntó Alexei. Es raro ver alguna


emoción en el rostro de este hombre. Tuvo una infancia
jodida, más que la mayoría. Hay cosas de las que es imposible
volver.

Como la muerte de Nicoletta.

Como que la madre de Bianca se cruzara con Benito King.

Para Alexei, fueron sus primeros veinte años de vida.

Las cicatrices permanecen de por vida, algunas en carne


viva por mucho que pase el tiempo. Fue la razón por la que
intenté mantener a Bianca protegida de todo ello. No quería
ver cómo se rompía el brillo de sus ojos al conocer tantas
sucias verdades.

Esta mierda llamada vida era una mierda. Pero con Bianca,
me encontré respirando de nuevo. Viviendo de nuevo. Sí,
Cassio tenía razón. Estaba obsesionado con su hermana.

—Sí —respondí a su pregunta—. Solo quiero acabar con


toda esta mierda. Matar a los malos, tener hijos, verlos crecer
seguros y felices, morir viejo con una mujer a mi lado. Sin que
los Benitos del mundo lo jodan.

Los ojos de Alexei se dirigieron a los muelles del almacén.

—Eso estaría bien. Aunque, ¿no somos nosotros los malos


también?

Bueno, él tenía un punto allí. Pero me gustaría vivir,


muchas gracias. Necesitaba a mi mujer, enterrarme dentro de
ella era el cielo. Si había un cielo, lo había encontrado.

—Deja de aguarme la fiesta, Nikolaev.

Leonardo nos esperaba, nuestro feliz visitante ya lloraba a


mares. Leo tenía razón. Estaba cantando en ruso. Llevando
una nota también.

—He oído que eres el afortunado que ha sobrevivido —lo


saludé. El cobarde no sabía si mirar a Alexei o a mí—. Deja
que me presente. Nico Morrelli y adivina qué, pedazo de
basura.

—¿Q-qué?

Apestaba a miedo y a orina.

—Has pisado mi territorio sin mi permiso. —Apunté el


arma entre sus ojos—. Y robaste mi cargamento.

—No fui yo —suplicó—. No fuimos nosotros. Fue Benito. Y


Marco.

Me sorprendió escuchar que ese cobarde hijo suyo se


atreviera a aventurarse.
Una misma cosa.

—Pero tú trabajaste con él. ¿No es así?

—No queremos tu territorio —recalcó—. O el cargamento.


Solo la chica.

Será mejor que no esté pensando en mi chica.

—¿Quiénes somos nosotros? —No quería malentendidos


cuando empezara a matar a estos imbéciles.

—Los hombres de Vladimir Solonik.

—¿Y quién es la chica?

—Bianca Carter.

—Ahhh, error hijo de puta —gruñí, conteniendo a duras


penas mi rabia—. Es Bianca Morrelli, mi esposa.

Sus ojos se agrandaron, estaba seguro que se le saldrían de


las órbitas y encontraríamos globos oculares rodando por
nuestros pies.

—Benito dijo que es Bianca Carter.

—Supongo que no recibiste el memorándum —le dije.

Sacudió la cabeza.

—Benito prometió la chica a Solonik hace diez meses. Ella


es parte del acuerdo.

Este tipo era una broma.

—¿Qué arreglo?
—El arreglo de las Bellas. —No esta mierda de nuevo.
Aunque de alguna manera, no me sorprendió. Alexei y yo
compartimos una mirada.

—Sigue —le instó Alexei en ruso, con la esperanza de


tranquilizarlo. Sospechaba que ya lo sabía, me había estado
dando la lata desde que me enteré de la deuda de juego de su
abuelo.

—La familia Catalano firmó un acuerdo para tres


generaciones de Bellas. Cada dos generaciones de una
descendiente femenina de la familia Catalano de la costa
Amalfi. Benito cambió la generación de Bianca Carter por la
de su madre. Pero eso no es justo. Deberían ser dos
generaciones más adeudadas. Vladimir quería a Bianca. La
familia Solonik contaba con esa costa. Vino con la esposa de
un descendiente de Catalano.

O una hija.

—Y Bianca Carter… —se corrigió rápidamente ... —Bianca


Morrelli tiene una propiedad en la costa de Amalfi. Su madre
la hizo transferir a su nombre.

Jode. Me.

¿Todo el jodido inframundo sabía de esto?

Apostaría mi vida a que Benito no asistiría a la gala del


Embajador. Acabo de entregarle la puerta de entrada a la
costa. Quería que atraparan a Vladimir, para poder incumplir
el acuerdo.
¡Joder!

¿Me cegó el hambre de venganza o fue el ansia de hacer


mía a Bianca?

Le clavé el cuchillo en el estómago. La rabia contra Solonik,


contra Benito y, sobre todo, contra mí mismo me estaba
destripando por dentro, reflejando el cuchillo que arranqué
hacia arriba, derramando las tripas del tipo por el suelo.

Mi primer instinto cuando la vi hace tantos años fue


correcto. Ella no pertenecía a mi mundo y era demasiado
buena para él. Sin embargo, ahora era mía.

Al patear su cuerpo sin vida, junto con la silla, me volví


hacia Alexei.

—Estoy impresionado —murmuró—. No me has


necesitado.

—Años de práctica.

Era una afirmación verdadera. La mentalidad asesina era


necesaria para cualquiera que viviera en este mundo. De lo
contrario, simplemente no lo lograbas. Después de la muerte
de Nicoletta, maté a todos los hombres que se atrevieron a
tocarla, excepto Benito. Pero él también moriría. Muy pronto.
Si no por mi propia mano, entonces por la de sus hijos.

—Estoy tan cansado de escuchar sobre los acuerdos entre


Bellas y Mafiosos. —Lo sospechaba, pero lo de la costa de
Amalfi no lo vi venir. Los últimos registros sacados
mostraban a su abuela como propietaria, para ser entregada a
su madre. Que mi mujer formara parte del jodido acuerdo de
la familia King me enfurecía.

No importaba. Ahora, tenía que protegerla a ella y a sus


hijas.

—Dime qué necesitas —se ofreció Alexei.


Lo sabe.

Benito se enteró del secreto que mi madre guardó todos


esos años.

Todos estaban en la cama. Volví a ver a mamá y estaba


inconsciente. Gia no aceptaba un no por respuesta, así que
volví al dormitorio que compartía con Nico. Después de una
ducha rápida, encontré un rincón en su balcón con vistas a su
amplia propiedad.

El aire era fresco mientras me sentaba en el balcón de la


suite principal. Anoche no lo noté, pero hoy he tenido un
poco de tiempo para explorar el dormitorio de Nico después
que Gia me echara de la habitación de mamá. Me senté en la
silla, envuelta en una manta, tratando de ordenar mis
pensamientos. El cansancio pesaba en mi corazón y en mi
cuerpo, pero dormir no tendría sentido. Había demasiadas
preocupaciones arremolinándose en mi mente.

Me sentía segura aquí, con el bosque a lo lejos rodeándonos


y numerosos hombres vigilando el lugar. Sin embargo, sabía
que no podíamos vivir aquí y no salir nunca de esta
propiedad.

No estaba segura qué era lo correcto. ¿Nico nos protegería


cuando descubriera mi conexión con Benito, que yo era la hija
del mismo hombre que mató a su hermana? Quería creer que
sí. Después de todo, era amigo de Cassio y Luca.

Si mamá, las gemelas y yo íbamos a huir, necesitábamos


dinero y que mamá mejorara. Gia me aseguró que empezaría
a curarse y que en unos días podría moverse sin dolor. La
cuestión era si teníamos unos días. Tal vez debería seguir el
plan que mi madre y mi abuela siempre me inculcaron.
Correr. Papá me hizo prometer que correría cuando Benito
descubriera que era su hija.

No dijo si lo descubría, siempre dijo, cuando.

Si ese fuera el caso, tendríamos que correr muy pronto


entonces. Esta semana.

Quería gritar mi dolor en la quietud de la noche. Pero no


me serviría de nada. El aire fresco y la oscuridad
enmascaraban el sonido de mi roto corazón. Sabía que
seguiríamos caminos separados. Fue solo ayer cuando me
enfurecí con mi marido. Ahora, algo en mi pecho se
estrechaba cada vez que pensaba en no verlo.

¿Era posible enamorarse tan rápido de un hombre? ¿Sentir


una gama tan amplia de emociones en tan poco tiempo?

Fuera lo que fuera, lo echaría de menos. Recordé la primera


vez que lo vi, cuando regresé durante el verano, después de
mi primer año de universidad. No sabía quién era, pero Nico
no era un hombre que se olvidara fácilmente. Dominaba la
estancia, su aura capturaba fácilmente la sala. Tuvo el mismo
impacto en mí esa noche cuando estaba en el centro de D.C.
con algunas amigas y John. Solo compartí una mirada fugaz
con él, pero tardé meses en olvidar al apuesto desconocido.

Angie, John y yo bailamos al ritmo de la música, la elegante


discoteca abarrotada. El resto de nuestros amigos bailaban a nuestro
alrededor. Nos reímos mucho con los movimientos de baile de John.
Salir con él siempre era un éxito. Pero las horas de baile me
acaloraron. Hacía demasiado calor.

—Vamos a tomar una copa —gritó Angie por encima de la


música, tirando de mí con ella hacia la zona del bar.

—¡Claro! —le grité.

Empecé a cruzar la sala, pero me di cuenta demasiado tarde que


Angie volvió a bailar con John y las chicas.

—Uf, pequeña traidora —refunfuñé en voz baja, pero continué


hacia la barra.
Una vez que pedí las bebidas, me puse delante del camarero,
mientras las preparaba. Dejé que mis ojos recorrieran la sala, y fue
entonces cuando lo vi.

Sus ojos se cruzaron con los míos, y fue como una sacudida de
electricidad. Estaba sentado en una cabina privada, con varios otros
hombres, pero no había duda. Me estaba mirando.

Guau. Simple y jodidamente un guau.

Era el tipo más apuesto que había visto nunca. Más mayor que
yo. Pero tan peligrosamente atractivo.

Traje oscuro. Cuerpo impresionante. Cabello oscuro. Ojos


hipnotizantes, aunque me costaba ver su color desde tan lejos,
deseaba tener una excusa para acercarme. Y su rostro anguloso y
apuesto con la perfecta barba incipiente.

No sabía quién era, pero sabía que era importante. Solo por la
forma en que estaba sentado, como si el mundo entero estuviera a
sus pies.

Fue después de mi almuerzo con Angie que pensé en


aquella noche en el club. Mi hombre misterioso del club
nocturno era Nico Morrelli. Él alimentó muchas de mis
fantasías antes que William y yo nos casáramos.

Destino.

Mi abuela creía en el destino. Y parecía que Nico era el mío.


Las probabilidades que nos encontráramos de nuevo deberían
haber sido escasas. Sin embargo, aquí estaba sentada en su
mansión, como su esposa.
¿Debo confiar en mi destino? Quería hacerlo. Después de
todo, él salvó a mi madre. Tal vez podría protegernos a todos
nosotros.

—Aquí estás. —La voz de Nico me sacó de mis recuerdos.

Se sentó a mi lado y me subió a su regazo. Sin pensarlo,


rodeé su cuello con mis brazos, absorbiendo su calor y su
seguridad.

Se sentía como mi manta de seguridad.

—¿Todo bien? —pregunté.

—Lo estará. —Parecía una promesa. Inclinó la cabeza y


presionó sus labios sobre los míos. Inmediatamente, mis ojos
se cerraron, sintiendo deliciosas chispas enviadas a través de
cada célula de mi cuerpo—. ¿Cómo está tu madre?

—Está descansando. —Me acurruqué más profundamente


en su calor. El hombre era un calentador viviente y andante—.
Gracias por salvarla.

—Siempre te salvaré, Cara Mia.

Amo a este hombre. ¿Se suponía que iba a pasar así de


rápido?

Pasé mis dedos por su cabello oscuro. Era espeso y suave.


Había tantas cosas que quería decirle, pero podía sentir que
ya había tenido un día difícil. Tendría que esperar un día. Los
problemas no desaparecerían y él necesitaba descansar.
—Tenías razón. —Cambié de tema—. Te debo el capital de
seiscientos mil dólares.

Levantó una ceja.

—¿Qué te hizo pensar en eso?

Me encogí de hombros, dejando que mi mano acariciara su


cuero cabelludo.

—Se me metió en la cabeza. No mentiste. Fui una idiota.

Tomó mi cara en su mano, acercándola a la suya.

—Nunca te mentiré. Puede que haya información que


omita, pero nunca te mentiré.

Tragué saliva, sintiéndome estúpida.

—Le creí cuando dijo que lo había terminado —murmuré.


Curiosamente, no me dolía, y sospechaba que tenía algo que
ver con ese hombre que tenía delante—. No omitas si
decides... —Tropecé con mis palabras.

—Nunca me decidiré por ninguna otra mujer. Tú eres para


mí, para el resto de mi vida. —Presionó un duro beso en mis
labios—. Y más vale que lo sea para ti, porque mataré a
cualquier hombre que te toque.

Se me escapó un hipo y luego una risita.

—Qué romántico.

Sonrió, y de repente lo hizo parecer mucho más joven.

—Ese soy yo. Un tipo romántico.


Presionando mis labios contra su bronceado cuello, inhalé
profundamente. Su aroma se había convertido en algo tan
familiar. Un consuelo.

—Sabes que la primera vez que te vi —comencé,


presionando ligeros besos en su cuello y luego alternando con
lamidas—, fue cuando tenía diecinueve años, durante mis
vacaciones de verano. —Se aquietó y busqué sus ojos—. En
un club nocturno.

—¿Sí? —dijo escuetamente.

—Sí. Un grupo de nosotras fue a bailar. Angie y yo fuimos


a tomar una copa. —Rodé los ojos ante eso—. Me abandonó
antes de llegar a la zona del bar.

—También fue la primera vez que te vi —confesó. Destino.


La palabra zumbó en mi cerebro—. En el momento en que te
vi, todo en mí cambió.

—¿Por qué no me pediste que bailara contigo? —me burlé


suavemente. Pero sabía que, si lo hubiera hecho, este hombre
me habría arrasado hace mucho tiempo.

—Porque, aunque no sabía tu nombre, sabía que eras


demasiado buena para ser arrastrada a mi mundo corrupto.

A pesar de ser el jefe del hampa, Nico era un buen hombre.


Si no fuera así, no se lo habría pensado dos veces para
arrastrarme a su mundo. Habría tomado lo que quería sin
importar el precio.
—No sabía quién eras —murmuré—. Aunque si lo hubiera
sabido, podría haberte buscado. Porque he tenido bastantes
fantasías contigo.

Nos miramos fijamente durante un momento, nuestras


admisiones moviendo el aire entre nosotros.

—Debería haber sido un bastardo egoísta y haberte llevado


—admitió—. Pero sabía que no te habría dejado ir.

—Y aquí estamos —susurré.

—Aquí estamos.

Habían sido dos días de felicidad. Mamá se había recuperado,


aunque no había dicho ni una palabra más. Sentía una extraña
especie de satisfacción. Nico, junto con Cassio y Luca,
parecían tener reuniones constantes. Supuse que algo malo
había sucedido, pero, extrañamente, me sentía segura. Estaba
jugando un juego peligroso, poniendo en sus manos las
probabilidades de la seguridad de mamá, de las gemelas y la
mía.

La confianza era un concepto natural para mí hasta hace


poco. Confiaba implícitamente en mi madre, mi padre y mi
abuela. Después de descubrir el secreto familiar, la confianza
se resquebrajó, pero entendí por qué lo hicieron. Papá usó su
último aliento para explicarlo. Pero William podría haberla
destrozado.

Sin embargo, ahora me encontré confiando en Nico.

—¿Qué estás cocinando? —La voz de Nico vino de detrás


de mí, y me giré. Apenas eran las cinco y le había dado el día
libre al cocinero para poder preparar la cena yo misma. Nico
ha tenido unos días muy largos y me ha sorprendido estando
aquí hoy temprano.

Sus brazos me rodearon y, sin pensarlo, mi cuerpo se


inclinó hacia él. Su fuerza era siempre reconfortante.

—Solo una simple cena —le dije—. Filet mignon con


patatas rojas y espárragos. Es el favorito de las niñas.

—Hmmmm. —Me mordisqueó suavemente la oreja—. La


mía también.

—Y de postre, hice mousse de chocolate. Espero que te


guste el dulce.

Su aliento caliente en mi cuello me provocó escalofríos.

—Solo cuando te involucra a ti. —Mi marido era insaciable.


Yo también lo era cuando se trataba de él. Era una sensación
completamente nueva. Nunca me consideré particularmente
sexual, hasta que Nico entró en mi mundo. Ahora me
comportaba como una adolescente enloquecida por el sexo.

—¿Cómo fue tu día?


—Mejor ahora que estoy en casa —dijo, sus dientes
mordiendo suavemente el lóbulo de mi oreja. Dios, este
hombre, nunca podría tener suficiente de él.

Me aclaré la garganta, para que no viera lo mal que me


impactaba.

—¿Has comprobado cómo está tu madre?

Me dijo que Nancy había entrado en rehabilitación y que


quería desintoxicarse. Me alegré por ella y por él. Para Nico
significaba mucho tener a su madre de vuelta en su vida.

Deslizó su mano hacia abajo, rozando el lado de mi pecho,


y la trazó hacia abajo en mis caderas.

—Se está recuperando bien —dijo, con voz suave—. Ahora,


quiero escuchar tus gemidos, no tus preguntas.

Dios mío. Mi culo chocó contra su erección, mientras un


gemido pasaba por mis labios. Me dolía mucho por él.
Recogió el dobladillo de mi vestido hasta mi estómago, sus
dedos rozando mis bragas empapadas.

—Quiero hacer que te corras ahora —dijo bruscamente, con


su voz ronca en mi oído.

Su aroma me rodeó, la cena, olvidada. Gemí más fuerte


mientras él rodeaba mi clítoris a través del fino material de
mis bragas.

—Nico —exhalé—. Alguien podría venir.


La humedad se acumulaba entre mis muslos, el dolor
pulsante me volvía loca. Deslizó mis bragas a un lado y
profundizó más, sus roncas maldiciones susurraban en mi
oído. Su dedo se introdujo en mi coño y mi estómago se
apretó.

—Bianca… —La voz de Gia llegó a través de nuestra


bruma de lujuria, y nos separamos tan rápido que mi frente
chocó con la cocina. Nico me arrastró rápidamente hacia atrás
para que no quemarme.

Me aclaré la garganta y le dirigí una mirada. En su rostro se


dibujó una sonrisa de satisfacción y me dio un beso en la
mejilla.

—Más tarde —prometió y mis mejillas se sonrojaron, justo


cuando Gia apareció en la puerta.

—¿Interrumpo algo? —preguntó.

—No.

—Sí —contestó Nico al mismo tiempo, y mis mejillas


debieron ponerse de color rojo carmesí.

Gia sonrió con complicidad, y no me gustaría siquiera


adivinar lo que estaba pensando.

—Iba a preguntarte si quieres que monte la mesa.

—Claro, las niñas pueden ayudarte. Todo debería estar


listo en veinte minutos.
Él se situó detrás de Gia y nuestras miradas se cruzaron. Se
llevó el dedo a la boca y se lo chupó para limpiarlo, luego se
metió las manos en los bolsillos. Si Gia se hubiera girado en
ese momento y lo hubiera visto, me habría muerto de
vergüenza.

—Tengo que hacer una llamada rápida y luego soy todo


tuyo. —Me dedicó una sonrisa perezosa—. Yo también puedo
ayudar.

Mientras se alejaba, mis ojos recorrieron su trasero,


viéndose demasiado bien en un par de pantalones oscuros.
No estaba bien que un hombre tuviera un culo tan exquisito.

Las niñas estaban arropadas, mamá estaba en la cama después


de tomar sus medicamentos para el dolor, y Gia se había
retirado a dormir. Nico y yo acompañamos a las niñas, y eso
hizo que la hora de acostarse fuera mucho más rápida.

Limpiando rápidamente la cocina para que el chef de Nico


no la encontrara desordenada, mi mente se perdió en el
pasado. Nunca se había sentido así con William. Rara vez
arropaba a las niñas en la cama, sin importar si estaba en casa
o no. Nico siempre ayudaba cuando estaba en casa.
—Estoy listo. —La voz de Nico me hizo saltar,
asustándome.

Se apoyó en el marco de la puerta, con los brazos cruzados


y sus ojos depredadores sobre mí.

—¿Para qué?

Se acercó a mí, con una sonrisa en su hermoso y apuesto


rostro.

—¿Qué estás haciendo? —Lo miré con desconfianza con


esa sonrisa en la cara. Estaba tramando algo.

—Estoy listo para mi postre —ronroneó y algo en la forma


en que lo dijo me hizo mirarlo dos veces.

¿Se refería a...? ¿O se refería a la mousse que hice? No, lo


hizo sonar demasiado sugerente para referirse al postre real.
¿No es así? Mi piel se calentó, parecía suceder mucho
alrededor de este hombre.

Tragué con fuerza.

—La mousse de chocolate está en la nevera —respondí, con


la voz ronca.

Se rio con una sonrisa oscura.

—Ambos sabemos que no estoy hablando de la mousse. —


Vale, ahora estaba ardiendo. Si empezaba a abanicarme, ¿se
alimentaría el fuego? Tal vez una ducha fría—. Quítate las
bragas, mujer.
Su cuerpo me tenía acorralada contra la encimera de la
cocina. Miré a mi alrededor, no había ni un alma cerca.
Después de arropar a las gemelas, parecía que todo el
personal de Nico se había dispersado. Pero podrían volver en
cualquier momento.

—¿Aquí? —No podía hablar en serio. Me inmovilizó contra


el mostrador, con un brazo a cada lado. El metal de su anillo
de boda repiqueteó contra el mostrador, recordando que le
pertenecía.

—Sí, aquí. —No había nada en su rostro que delatara su


deseo. Excepto sus ojos. Esos se encendieron con algo oscuro
y sexy—. Ahora.

—Alguien va a ver —solté a duras penas, con el corazón


palpitando bajo mis costillas. Estaba excitada, excitada como
nunca antes—. ¿No deberíamos ir al dormitorio?

—Si quieren vivir, no verán nada —respondió


sombríamente—. Y nos quedamos aquí. Quiero que pienses
en mí cada vez que cocines, cada vez que hornees. —Quería
marcar cada rincón de esta casa, para que yo no pudiera
escapar del recuerdo de sus manos sobre mí. No es que
pudiera, de todos modos—. Necesito esas bragas, Bianca.

Al enderezarme, mi cuerpo quedó al ras del suyo. Sus ojos


estaban hambrientos, observando cada uno de mis
movimientos. Me bajé las bragas por las piernas, volví a mirar
a mi alrededor para asegurarme que no hubiera nadie cerca y
rápidamente empujé las bragas en la palma de su mano.
—Toma —murmuré exasperada y me encendí como nunca.
Este hombre me volvía loca.

—Ahora sube al mostrador —ordenó.

—¿Por qué? —chillé. Seguro que no lo haría aquí.

—Cara —ronroneó con una oscura amenaza en su voz.

—Bien, bien. —Con la espalda apoyada en los armarios, me


subí a la encimera, sin romper el contacto visual con él.

—Esa es mi buena esposa —elogió y algo dentro de mí se


derritió ante sus elogios. Necesitaba que alguien me
abofeteara con fuerza. Me encantaba complacer a mi
marido—. Ahora, sube el vestido hasta las caderas y abre las
piernas. Quiero ver lo húmeda que estás.

Tragué con fuerza, mis entrañas ardiendo. Me encontraría


mojada. No hacía falta mucho para que este hombre me
excitara. Todo lo que tenía que hacer era mirarme y yo me
derretiría o me convertiría en cenizas. Un hilillo de deseo
recorrió el interior de mis muslos.

Lentamente, tomé el dobladillo de mi vestido, lo subí y abrí


las piernas, con mi coño expuesto a él. El mostrador estaba
frío contra mi piel abrasadora.

Puede que estuviera abierta y semidesnuda para él, pero


había algo tan condenadamente poderoso al ver que sus ojos
se volvían oscuros. El hombre estoico y frío se convirtió en un
lobo hambriento.
Puede que él domine mi cuerpo, pero yo dominaba su
deseo.

—¿Vas a quedarte mirando? —exhalé, mi coño palpitando


con la necesidad de su toque.

—¿Quieres que te coma el coño? —murmuró, con sus ojos


hambrientos sin apartar la vista de mi punto dulce.

—Coño es una palabra tan fea —murmuré. Siempre he


odiado esa palabra, aunque viniendo de la boca de Nico
sonaba más sexy que denigrante. Al parecer, todo lo
relacionado con mi marido me excitaba.

Todavía no se había movido, así que extendí la mano y me


pasé el dedo por el clítoris. Joder, estaba húmeda. No tardaría
en excitarme.

—¿Suena mejor gatito? —preguntó con voz ronca, la vena


de su garganta palpitando. Estaba tan impactado por esto
como yo. Me dio el valor extra que necesitaba. Mis dedos
rozaron mi clítoris palpitante, y se sintió muy bien. No tan
bueno como su toque, nada se sentía tan bien como Nico—.
Quiero tu gatito de postre.

Un pequeño gemido de placer salió de mis labios al


escuchar sus sucias palabras. Su gran mano me rodeó la
muñeca, obligándome a dejar de meterme los dedos. Se llevó
mi mano a los labios y chupó lentamente cada dedo, haciendo
ruidos de zumbido en lo más profundo de su garganta.

—Nico, yo... —Dios, podría llegar al orgasmo antes que me


tocara. Mis entrañas se estremecían y mi coño ardía por él.
Mi moderación era inexistente cuando se trataba de este
hombre. Levanté la otra mano y enrosqué los dedos en su
cabello, atrayéndolo hacia mí. No tenía sentido negarme a mí
misma. Lo deseaba.

Soltando mi mano, sus labios se posaron en los míos,


firmes pero suaves. Mis manos se extendieron detrás de él,
agarrando su camisa, necesitando tocar su piel. Respondí a su
beso como una mujer hambrienta. Hizo un gruñido salvaje
con su garganta y su lengua se movió más rápido, más fuerte,
girando con la mía. Mi marido sabía cómo besar.

Tiró de mi vestido arrugado alrededor de la cintura, por


encima de la cabeza, rompiendo nuestro beso. El sujetador lo
siguió, dejándome completamente desnuda bajo su mirada.
Sus cálidas manos recorrieron mi cuerpo y mi respiración se
agitó expectante.

—Agárrate. —Señaló con la cabeza mis brazos—. Tengo la


intención de tomarme mi tiempo para comer mi postre.

¡Maldita sea!

Puse los brazos detrás de mí, con las palmas hacia abajo en
la encimera. Su boca se deslizó hasta mi garganta, lamiendo,
besando, mordiendo y un gemido gutural sonó en la cocina.
Luego su boca descendió, lamiéndome desde el cuello hacia
abajo. Todo mi cuerpo amenazaba con explotar, con romperse
en un millón de pedazos.

—Nico, por favor —supliqué, con la cabeza inclinada hacia


atrás y los ojos cerrados. Este hombre hacía que mi cuerpo
ardiera. El dolor entre mis piernas se intensificó con cada
segundo que pasaba.

—Cara mia, abre los ojos. —Su voz era ronca, con un deseo
intenso. Me obligué a abrir los ojos, mirándolo a través de mis
pesados párpados.

Lobo. Me miraba hambriento como un lobo.

Mi cuerpo se estremeció de anticipación mientras él


separaba más mis muslos, la mirada de sus ojos hambrientos
reflejaba lo que yo sentía.

Levantando su mirada hambrienta, nuestros ojos se fijaron.

—Tus ojos en mí. Mira lo hambriento que estoy de tu coño


—gruñó por lo bajo y puso mi cuerpo en un infierno. Esto
tenía que ser el infierno más dulce.

Su cabeza bajó entre mis muslos, su barba arañando mi


suave piel, en el momento en que su lengua tocó mi entrada y
su boca se cerró sobre mi coño, un fuerte gemido resonó en la
cocina vacía.

Nunca nada se había sentido tan bien.

Su boca y su lengua hicieron magia, enviando ondas de


choque por todo mi cuerpo. Me sacudí contra su boca y mi
espalda se arqueó hacia él.

—Joooooder —siseé sin aliento.


El profundo estruendo de su garganta hizo vibrar mi
cuerpo. Mis respiraciones eran cada vez más rápidas, mis
jadeos fuertes. ¡Dios mío! No sobreviviría a esto.

Mis dos manos se agarraron a su cabeza, como si tuviera


miedo que se detuviera, mis dedos agarrando su suave
cabello.

—No te detengas —supliqué—. Por favor... Oh, Dios.

La forma en que mi cuerpo respondía a las caricias de Nico


era estimulante, embriagadora. Su lengua se deslizaba dentro
de mí, un zumbido, vibraba en cada una de mis fibras. La
forma en que me hacía sentir era mágica. Jadeé tan fuerte que
me zumbaron los oídos e hice ruidos que nunca antes me
había escuchado.

Nico mordió el clítoris, con fuerza, y mi cuerpo se hizo


añicos, mi mente se descontroló. No dejó de hacerlo, lamiendo
con fuerza, lamiendo cada gota como si fuera el último trago
que iba a recibir.

Este hombre era mi fuego. El fuego se convirtió


rápidamente en un infierno, peligroso y mortal.

Respirando con dificultad, lo observé con los párpados


entrecerrados. Se enderezó, con la barbilla brillando por la
evidencia de mi excitación y el hambre salvaje en sus ojos. Su
mano me rozó la mejilla y tuve que luchar contra el impulso
de frotar mi cara contra su gran mano. Él seguía vestido con
su traje de tres piezas mientras que yo estaba sentada
desnuda en la encimera de mármol de la cocina.
Sin previo aviso, su mano llegó por detrás, apretando mi
cabello en su agarre. No fue duro, pero sí lo suficientemente
firme como para controlarme.

Su boca chocó con la mía, su lengua empujando mis labios,


el beso duro y posesivo. Mi cuerpo estaba sensible por el
orgasmo que acababa de destrozarme, y él estaba volviendo a
encender las llamas.

Mis manos buscaron frenéticamente los botones de su


chaleco, ansiosa por tenerlo desnudo. Necesitaba sentir su piel
bajo mis manos, sentir su corazón bajo las yemas de mis
dedos. Una vez desabrochados todos los botones del chaleco,
le quité la chaqueta y el chaleco por los hombros y ambos
cayeron al suelo sin hacer ruido.

A continuación, tanteé los botones de su camisa.

—Joder, ¿por qué llevas tanta ropa? —murmuré, frustrada.

Se arrancó la camisa, los botones volaron por toda la


cocina, pero a ninguno de los dos nos importó. Las manos de
ambos buscaron su cinturón al mismo tiempo. Nuestras
miradas se encontraron, con un deseo ardiente en ambos,
claro como el día. O la noche, en nuestro caso.

Bajando los ojos, observé sus grandes antebrazos junto a los


míos pequeños. La tinta de su piel bronceada era muy
evidente contra mi piel clara. Alcancé sus manos, mis dedos
rodearon sus muñecas tatuadas y las retiré lentamente. Medio
esperaba que me detuviera, no lo hizo. Animada por ello, me
puse a trabajar en su cinturón y su cremallera, quitándole el
pantalón del traje.

No llevaba bóxer, como de costumbre, y su polla se liberó.


Nunca había visto algo tan erótico. El cuerpo de este hombre
era una obra de arte, haciéndome ávida de él.

Su pantalón cayó al suelo, con el cinturón sonando contra


la baldosa. Se deshizo del pantalón de una patada junto con
los zapatos, y luego siguió con los calcetines. Este hombre era
magnífico. Con una M mayúscula.

Mis ojos siguieron desde sus piernas bronceadas y


musculosas hasta su torso. Su dura polla era hermosa
haciéndome la boca agua. Nunca me había gustado
especialmente hacer una mamada. Pero con este hombre... me
encantaba hacerlo. Sentí que me daba poder al tener tanto
control sobre su placer.

Todo en el cuerpo de este hombre era perfecto. Mis manos


temblaban cuando buscaba sus sólidos abdominales, mis
dedos rozaban su paquete de seis, siguiendo el tatuaje del
lobo salvaje. La piel de Nico estaba caliente, tal y como me
imaginaba que sería la piel de un lobo. Por primera vez desde
que nos casamos, sentí que por fin podía conocer el cuerpo de
mi marido sin prisas. Precisamente en la cocina, de todos los
lugares.

Tracé ligeramente la tinta de su clavícula, subiendo


ligeramente por la parte inferior de su cuello. Los pétalos de
una flor, una rosa. Tan diferente, opuesta a la del lobo. Era
hermoso, y el significado detrás de él hizo que me doliera el
corazón. Por su pérdida.

Mi mano se abrió y presioné una palma contra el lado


derecho de su cuello, su pulso tronó bajo mi contacto. El dolor
entre mis piernas se intensificó de nuevo, suplicando ser
aliviado. Estaba ávida de él, solo de él.

Al levantar la cabeza, nuestros ojos se encontraron. Había


algo salvaje en el fondo de sus ojos. Fiereza y tristeza,
mezclados en los grises mares tormentosos. Antes de volver a
inhalar, su mano envolvió mi muñeca y la apartó de su
cuerpo. Su otra mano me agarró del culo y me levantó del
mostrador.

—Qué…

Su boca se tragó mi pregunta. Varias zancadas y me tenía


presionada contra la pared. Mis piernas rodearon su cintura,
sujetándose. Tomando mis dos manos, las levantó por encima
de mi cabeza, presionándolas contra la pared.

—No te corras hasta que yo lo diga —dijo contra mi boca,


con la voz ronca—. Y mantén las manos por encima de la
cabeza.

Sus manos bajaron a mis suaves caderas y en un rápido


movimiento, me penetró brutalmente, llenándome hasta el
fondo. Empujó sus caderas, llenándome aún más
profundamente y solté un suspiro. Me encendió, como una
cerilla a la gasolina.
—Ti possiedo10 —dijo con fuerza.

—¿Q-qué? —Mi cerebro estaba revuelto.

—Me perteneces. —Su voz era áspera, su boca codiciosa en


mí. Una parte profunda de mí quería regañarlo, pero la parte
más grande de mí solo buscaba el placer que sabía que él
podía proporcionarme—. Ti domino.

Esa la entendí. Te domino. ¡Y Dios lo hizo siempre!

Movió mi cuello hacia un lado y siseé cuando me mordió la


clavícula. Inmediatamente después chupó la piel de esa zona.
Se movió, bombeando dentro y fuera de mí, duro y
despiadado.

Un suave gemido escapó de mis labios, con cada


deslizamiento de su duro eje empujando dentro y fuera de mí.

Se movió más rápido, bombeando dentro y fuera de mí,


abrumándome.

—Nunca te dejaré ir —juró, con la voz cargada de


sentimientos. Aunque no podía distinguirlos. Se retiró de mí y
luego volvió a entrar con toda su fuerza—. Eres mía. Hicimos
un voto con sangre y frente a Dios... eres mía para siempre.

Me abrumó. El significado de sus palabras mientras


bombeaba con fuerza dentro de mí me llevó cada vez más
alto. La intensidad de cada empuje me acercaba cada vez más
a la oleada que necesitaba.

10 Ti possiedo; Soy tu dueño, me perteneces, te poseo en italiano.


—Nico —dije su nombre, sin aliento.

—No te corras todavía —ordenó y mi boca se abrió, con un


grito silencioso en mis labios. Olvidando su orden anterior,
mis manos abandonaron su posición sobre mi cabeza y se
enroscaron en su espalda. Agarrándome a él como si mi vida
dependiera de ello, mis uñas se clavaron en su carne con
fuerza y mi espalda se arqueó.

Estaba tan cerca. No sería capaz de sostenerlo. Pero quería


complacerlo. Apreté mi coño, mis entrañas se apretaron
alrededor de su dura polla mientras él empujaba sin descanso.

—Joder —gruñó—. Cara Mia, me vas a romper.

Jadeé, acogiendo cada embestida, el placer aumentando,


lista para romper la presa.

—Por favor, Nico —supliqué, con la sangre ardiendo.

Su mano se introdujo entre nuestros cuerpos y su dedo


encontró mi clítoris, pellizcándolo con fuerza.

Un grito salió de mis labios y la presa se rompió bajo la


fuerza de la corriente en pequeños pedazos mientras una ola
de intenso placer surgía dentro de mí. Se movió aún más
rápido, golpeándome aún más profundamente y grité, con
luces blancas parpadeando detrás de mis párpados.

Lo observé durante mi orgasmo, sus músculos agarrotados,


sus ojos ardiendo, haciendo arder cada centímetro de mí.

—Bianca —gruñó mi nombre y se derramó dentro de mí,


sus dedos clavándose en mi carne. Al ver que el orgasmo lo
rompía, igual que me rompió a mí, algo dentro de mi pecho se
partió. No había forma de escapar de él, ni de esconderse. Dos
cuerpos se convirtieron en uno, dos almas bailaron en las
nubes, compartiendo el placer que de alguna manera se sentía
especial.

¿Lo sintió él?

Enterró su cabeza en el pliegue de mi cuello, ambos


respiramos con dificultad en el silencio de la noche. No se
separó de mí; no se apartó. Solo éramos nosotros.
Las cosas han cambiado entre Bianca y yo durante la última
semana. Para mejor. Hacía casi una semana que nos habíamos
casado y me sentía más feliz que nunca. Caímos en una
rutina. Cada mañana se levantaba conmigo, aunque yo le
decía que durmiera hasta tarde. Se sentaba y tomaba su café
mientras me preparaba, charlando sobre sus planes para el
día. Luego me entregaba mi propio café y me acompañaba al
garaje. La mayoría de las noches cenábamos juntos, en familia,
y a continuación nos encargábamos de llevar a las niñas a la
cama. Ella se ocupaba de su madre con Gia.

Entonces nos quedábamos los dos solos por la noche, hasta


que ambos nos tirábamos desnudos en la cama, exhaustos y
saciados. Cada noche sucedía lo mismo, ella se acurrucaba en
mí y se quedaba dormida. Nunca me había sentido tan
complacido y feliz. Ella me hacía tremendamente feliz.

Si solo se eliminara la amenaza de su padre.

Cassio y Luca se sentaron en mi despacho mientras yo


permanecía junto a la ventana observando la escena del
exterior.

Sofia, la madre de Bianca, se recuperaba lentamente. Hoy


era la primera vez que Bianca la sacaba al exterior. Aunque
según Gia y Bianca, no había dicho una palabra de lo que le
había sucedido. La mujer de Bear, Bianca, y Gia se sentaron
con ella a charlar. Los niños jugaban a poca distancia.

—¿Debemos ir a la gala del Embajador o no? —preguntó


Luca.

Me encogí de hombros.

—Podríamos. En caso que Benito y Marco decidieran no


poner todos los huevos en la misma cesta. —Mi mirada se
dirigió a los dos hermanos—. Pero Bianca no va irá. Es
demasiado arriesgado. —Inmediatamente asintieron con la
cabeza. Querían mantenerla a salvo, tanto como yo.

Benito quería ponerle las manos encima a Bianca por varias


razones, gracias a mí. Era su hija, poseía una propiedad de
primera en la costa de Amalfi y tenía dos hijas. El motivo
principal era la propiedad en Italia, aunque tener una hija
estaba en segundo lugar. Sus sueños de alianzas con familias
poderosas se hicieron realidad al tener una hija, salvo que yo
se lo jodí. Me casé con ella primero. Como era mi plan, pero
no había contado con que Bianca fuera la dueña de la
propiedad que Benito quería.

Estaba jodidamente furioso porque el traspaso de la


propiedad nunca apareció en ninguna de las búsquedas de
antecedentes. Fue la razón por la que mantuvo a su madre
como su amante durante todos esos años. Sí, ella era su
favorita, pero había más razones para ello que solo la belleza
de Sofia. Sofia Catalano era su amante más antigua.

La costa de Amalfi estaba en manos de las familias más


influyentes del crimen italiano. Era una rareza que sucedía tal
vez una vez cada doscientos años que algo saliera al mercado,
y normalmente se arrebataba antes que el cartel de "Se vende"
tocara el suelo.

La costa de Amalfi ha sido el mejor secreto de contrabando


entre los criminales mafiosos y los piratas del mundo. Yo
poseía una buena parte de ella, gracias al bueno del abuelo. La
familia de Bianca poseía una pieza aún mayor, de hecho, la
pieza más grande. La familia de la abuela de Bianca fue una
de las pocas que pasó la propiedad a su hija que emigró a los
Estados Unidos y que, irónicamente, no quería tener nada que
ver con las actividades criminales. La intención era que su
familia saliera de los bajos fondos con su propiedad en la
costa de Amalfi intacta, pero el abuelo de Bianca la jodió
cuando apostó.

La familia King no era dueña de nada. Pero han querido


tener esas propiedades durante mucho tiempo. Esta noche
una pieza de la costa se vendería en la gala al mejor postor.
Benito era el único postor. Sospechaba que era la razón por la
que Benito estaba tan ansioso por Sofia Catalano.

—Nico, lo hecho, hecho está —dijo Cassio por décima vez.

—Tenemos que matar a Benito —corté—. De lo contrario,


estando esa propiedad a nombre de Bianca, nunca se dará por
vencido.

—¿Por qué se saltó a su madre y fue directamente a


Bianca? —preguntó Luca.

Su madre quería mantenerla fuera del alcance de Benito,


pero nunca lo pensó bien. Contó con que Bianca se quedaría
sola desde que cambió de lugar con su hija. Debería haber
sabido que Benito no cumplía sus promesas.

—Fue una petición de su madre aparentemente. Le hizo


creer que se lo había transferido a ella por voluntad de su
madre, pero lo hizo transferir directamente a Bianca. No
quería que Benito la forzara. Al hacer eso, sin saberlo, puso a
Bianca de nuevo en el mercado. Ella contaba con que Benito
jugaría limpio, pero ese bastardo nunca juega limpio. Iba a
vendérsela a Vladimir a través del acuerdo Bellas y Mafiosos
y los dos acordaron repartirse la propiedad.

Pero, ¿por qué compartir cuando podía tomarlo todo ahora


que sabía que Bianca era su hija?

—¿Es realmente tan grande? —preguntó Cassio.


—El más grande. Puede albergar fácilmente veinte
cruceros.

Dejando el móvil sobre el escritorio, tomé asiento. Me


recliné en mi silla, levanté los talones y encendí un cigarro.
Luca y Cassio ya estaban en su segundo. Era un relajante,
pero Bianca odiaba el olor, así que había estado evitando los
cigarros. Tendría que ducharme antes de tocarla.

—¿Alguno de tus contactos tiene alguna información sobre


lo que le sucedió a su madre? —pregunté a Cassio.

Sacudió la cabeza.

—¿Todavía no ha hablado?

—No. Está en mal estado —les dije. Sus hematomas se


estaban curando, pero había algo en la forma en que sus ojos
miraban vacíos, muertos. No estaba seguro de si esa mujer
volvería alguna vez a salir del infierno que había vivido.

—¿Algo sobre los ataques? —preguntó Cassio, cambiando


al tema de los acontecimientos recientes.

—Tengo una teoría, pero no hay hechos que la respalden —


dije finalmente. Había una idea que se estaba gestando en mi
cabeza desde hacía días.

—¿Qué es? —preguntó Cassio.

—Los ataques a los almacenes —comencé—. Fueron


demasiado chapuceros y demasiado fáciles de atribuir a los
hombres de Vladimir. ¿Y si Benito intentó utilizarnos para
matar a Vladimir y romper el acuerdo que hizo con él cuando
supo que Bianca era su hija? Para qué compartir si podía
tenerla toda para él, como su padre.

Cassio se apoyó en los codos que descansaban sobre sus


rodillas, procesando lo que acababa de decir.

—Posiblemente. Parece como su forma de pensar —


murmuró—. Es un bastardo codicioso y probablemente lo
quiere todo para él.

—¿Acaso importa? —cuestionó Luca—. Ninguno de esos


dos bastardos le pondrá las manos encima a mi hermana.

—Podemos usarlo a nuestro favor —le dije—. Conseguir


que Vladimir se ponga en su contra, pujar contra él en la gala.
El hecho que sus hombres no supieran que Bianca estaba
casada ni que era hija de Benito me dice que este, lo está
manipulando para salirse con la suya.

Cassio todavía estaba procesando todo.

—Tengo un contacto entre los rusos. Sergei, uno de los


Rusian Sinners. Le preguntaré si puede averiguar cuánto sabe
Vladimir.

Exhalé un anillo de humo, la nicotina nadando por mi


torrente sanguíneo.

—Sí, hagamos eso. Rápido.

Estaba ansioso por arrasar con Benito y todos sus aliados.


Me estaba poniendo nerviosa. No podía precisar qué lo
impulsaba, pero no podía evitar la sensación que algo
importante se estaba gestando, y yo estaba enterrando
voluntariamente mi cabeza en la arena. Quizá fuera la
petición de Nico de no salir del recinto, de mantener a las
niñas dentro del perímetro de la casa. Tal vez era que aún no
había encontrado la manera de contarle los peligros que nos
rodeaban a mi madre, a mis hijas y a mí con el acuerdo de las
Bellas. Nos habíamos acercado; hablábamos, pero había
ciertas áreas en las que nunca profundizábamos.

Su hermana. Benito King. Y nuestros sentimientos.


Incluso hablamos de John, y aceptó ayudarlo. Estaba
segura que tendría que recordárselo, ya que el acuerdo se dio
después que le hiciera una mamada, pero al día siguiente
llegó el mensaje de John, dándome las gracias. Estaba
reconstruyendo su empresa con la aportación y ayuda de
Nico.

Los días eran cada vez más fríos, así que, en lugar de jugar
afuera, me instalé en la sala de juegos que Nico había creado
para las niñas. El asiento en el alféizar de la ventana era
cómodo y lo suficientemente grande como para acomodar a
dos adultos. Estiré las piernas y leí la misma página por
centésima vez, y finalmente me rendí.

Al mirar por la ventana, todo lo que pude ver fue la vasta


finca que se convirtió en una jaula dorada. No me opuse a
Nico cuando me dijo que me quedara en el recinto. Después
de todo, mamá dijo que Benito se enteró que yo era su hija.
Quedarme aquí, tras la seguridad de estos muros, parecía la
única opción. ¿Pero por cuánto tiempo?

Las niñas tendrían que ir finalmente a la escuela. Ahora


mismo, no importaba si perdían un día o meses de guardería.
Pero sí importaría cuando llegara el colegio. Ya empezaban a
preguntarme cuándo volverían a ver a sus amigos.

La puerta del cuarto de juegos se abrió y, para mi sorpresa,


era mamá. Me levanté rápidamente y fui hacia ella.

—¿Estás bien?
—Sí. —Mis ojos se dirigieron a ella. Su voz era ronca, pero
no había ningún error. ¡Había hablado! Fue su primera
palabra que me dirigía desde ese primer día—. ¿Puedo
sentarme contigo?

—Sí, por supuesto.

La cogí de la mano mientras la acompañaba a mi sitio en el


alféizar de la ventana. Los hematomas se estaban
desvaneciendo y, con suerte, en unos días habrían
desaparecido.

Las gemelas ya estaban acostumbradas a que tuviera una


madre. Durante los primeros días, se asustaron, por su
maltrecho estado y por el hecho que yo tuviera una mamá. Ha
sido el mayor tiempo que he pasado con mi madre en todos
mis veintiséis años. Resultaba fácil acostumbrarse a tenerla
cerca. Tal vez porque cuando era pequeña, a menudo me
encontraba hablando con mi madre en mi cabeza. Imaginaba
sus respuestas y tenía una conversación completa.

Sí, probablemente no era saludable, pero era mi manera de


afrontar las cosas.

Si no hubiera cambiado su vida por la mía en el acuerdo,


habría sido una persona completamente diferente. Incluso
ahora, pensando en todas las veces que la he visto, nunca
había escuchado reír a mi madre. ¡Jamás!

No sabía nada de ella, pero la quería. No conocía su


comida favorita, ni su flor, ni su color, ni su afición. Nada.
Solo sé que tenía veinte años cuando me tuvo y lo que me dijo
la abuela cuando encontró fuerzas para hablar de ella. Porque
a ella también le dolía.

El sentimiento de culpa me carcomía todos los días desde


que me enteré del acuerdo de las Bellas y de por qué lo había
hecho.

—Benito sabe que eres suya. —La voz de mamá rompió el


silencio.

—Lo sé —carraspeé. Dios, cómo odiaba a ese hombre. No


era sano despreciar tanto a alguien. Ese hombre ha causado
tanto dolor a tanta gente. Cassio y Luca, sus propios hijos,
Nicoletta, mi madre... eran solo algunas de las personas a las
que había hecho daño.

—Mamá, los hijos de Benito —comencé titubeando—,


Cassio y Luca. ¿Los has conocido antes?

Sacudió lentamente la cabeza.

—Ellos pasaron antes que yo. Su abuelo materno los crio.


—Probablemente fue una razón por la que salieron bien.
Aunque no pudieron escapar de la vida mafiosa—. Su abuelo
viene de una poderosa familia italiana. Todo lo que sé es que
Benito los odia.

Ese hombre tenía serios problemas mentales. Esos dos eran


unos rudos totales, deberían matar a ese bastardo. Nos
facilitaría la vida a todos. Si alguna vez tenemos un buzón de
sugerencias, eso iba a entrar en él. Totalmente anónima, por
supuesto.
—¿Por qué te casarías con alguien como Benito? —Su
pregunta me tomó desprevenida. Mi cabeza se desvió hacia
un lado para encontrar sus ojos muertos sobre mí.

No pensé que Nico fuera como Benito. Sí, ambos hacían


cosas ilegales, pero Nico tenía algunos escrúpulos y normas
cuando se trataba del crimen. ¿No es así? No era como si
hubiera comprobado ni tenido tiempo de hacer una
comprobación. Grace y Ella mencionaron que todos los
hombres luchaban contra el tráfico de personas y que, al tener
el control de la Costa Este, salvaron a muchas mujeres y niños.

Dios, sonaba estúpido incluso para mí. El crimen era


crimen, sin importar cómo lo pintaras. Palabras de mi abuela,
no mías.

—Es una larga historia —terminé diciendo. Que me


obligara a hacerlo probablemente no sería un buen augurio
para el futuro de nuestras relaciones familiares. Por otro lado,
no creía que le gustara que admitiera que me había
enamorado de él y que me encantaba tener sexo con su buen
culo. Sí, mi madre no necesitaba escuchar esto. Tenía que
ayudarla a sanar, no asustarla.

—Sabe que eres de Benito —murmuró, volviendo a mirar a


las gemelas.

Un agudo jadeo recorrió la habitación.

Tic Tac. Tic Tac. Podía oír el tic tac de un reloj en algún
lugar de la habitación, con el corazón se acelerado.
—¿Lo hace? —Mi voz sonaba poco más que ronca.

—Sí, envió una nota a Benito —dijo lentamente, en voz


baja—. La hija de Benito por su hermana. —Mi respiración se
cortó bruscamente. El dolor me estaba desgarrando,
dejándome muy abierta. Un silencio mortal llenó el aire
mientras esperaba que ella dijera algo más. Cualquier otra
cosa—. Fue la única razón por la que Morrelli envió a ese
hombre a buscarme. Para sacarme antes que tu marido
enviara un mensaje a Benito, haciéndole saber que eres su
hija.

Engaño.

Mentiras.

Venganza.

Finalmente, entendí por qué quería casarse conmigo. Sabía


quién era yo, conocía mi valor para su enemigo. Debería
haberlo sabido. Él mismo me dijo que siempre lo averiguaba
todo, que iba a por la garganta. La devastación total me
inundó, la quietud de mi madre enfatizó la traición de mi
marido.

—¿C-cómo sabes entonces lo del texto? —balbuceé—. Si ya


te habías ido.

—Otra amante —dijo, con los ojos devastadoramente


vacíos—. Estábamos unidas.

Jesucristo. ¿Con cuántas mujeres se quedó ese hombre?


Tragué saliva.

—¿Estabais?

—Benito la mató ayer.

Dios, este silencio era ensordecedor. Y el zumbido en mis


oídos se negaba a aliviarse.

—¿Estás segura, mamá? Tal vez alguien más envió el


mensaje a Benito. —Bajé la mirada, avergonzada. Esperaba
desesperadamente que, contra todo pronóstico, Nico no
hubiera sido tan cruel.

—Sí, cariño. —Su voz era uniforme—. Nico Morrelli le dijo


a Benito que eras suya.

No había que esconderse de la verdad. Dejé entrar en mi


cama, y en mi corazón, a un hombre que me traicionó de la
peor manera posible. El criminal que no era mejor que Benito.

Mi marido.

Mi embustero.

Mi dulce perdición.

Ni tan siquiera pude encontrar la ira dentro de mí. Un


sabor agrio en mi boca se mezcló con la pena. Esto duele, tenía
que admitirlo.

Ahí va mi esperanza de nuevo.


—Grecia es hermosa en esta época del año —susurró mamá
tan bajo que no lo habría escuchado si no estuviera sentada a
mi lado.

—Sí, los cielos son azules y los mares son tormentosos —


respondí en piloto automático, mi voz baja.

Mirando hacia atrás, debería haber sabido que lo habría


descubierto. Después de todo, es el dueño de Cassidy Tech.
Incluso me dijo que cuando iba detrás de algo, nunca aflojaba
hasta conseguirlo.

—No te preocupes, mamá —canturreé. Sentí que un


pedazo de mí moría—. Nos sacaré de esto.

Me tocaba cuidar de ella.

Me quedé esperando a Nico, como siempre. No quería


cambiar mi rutina ni levantar ninguna bandera.

Trabajó hasta tarde. Él y Cassio tenían que prepararse para


el evento del Embajador que se avecinaba. Eso sería perfecto,
porque yo tenía que prepararme para mi propio evento.

Me senté en uno de sus sofás de una plaza, con las rodillas


acurrucadas y un libro en el regazo. Seguía en la misma línea
que antes. Era inútil intentar leer hoy. Mi mente estaba
demasiado enredada, pero me ayudaba a evitar que mis
manos se arrancaran las uñas.

—Hola Cara Mia. —Su voz profunda y áspera llegó hasta


mí, y seguí su dirección. Allí estaba él. Mi hermoso
manipulador. Supuse que había que serlo para sobrevivir en
la mafia.

Mi padre mató a su hermana. Nico sabía que yo era la hija


de Benito. Parecía apropiado que me usara en su venganza.
¡Jesús! Las palabras del padre de Nico el día de nuestra boda
tenían ahora todo el sentido. Ni siquiera podía culpar a Nico
por haber urdido su plan de venganza contra Benito. Aunque
no estaba segura que Benito fuera el que sufriera ahora.

Forzando una sonrisa en mi cara, lo saludé.

—Hola. Un largo día de trabajo, ¿eh?

La mirada que me dirigió me hizo preguntarme si se dio


cuenta de mi fingimiento. Si lo hizo, no lo dijo.

—Demasiado largo el día sin ti y sin las niñas —respondió,


mientras se acercaba a mí, me levantaba del asiento y se
sentaba en él conmigo en su regazo.

Casi podía creer su engaño.

Mi cuerpo se calentó ante su cercanía. Estar en sus brazos...


maldita sea, me sentía como en casa. Con una mano apoyada
en su hombro, levanté la mano para acariciar su mejilla. La
barba se sentía áspera bajo mi palma. Como este hombre.
Áspero, despiadado y... no mío.

—Mi madre habló hoy —le dije.

La sorpresa brilló en sus ojos.

—Por fin —murmuró—. ¿Qué ha dicho?

Me incliné para bañar su cuello con besos. Fue un


movimiento calculado por mi parte. Para ocultar mi cara
mientras le decía mi mentira.

—Quiere irse del país —murmuré contra su piel, besando


su pulso—. Empezar en un lugar nuevo, lejos de todo el
mundo. —Colocando mis manos por debajo de su chaqueta,
rocé su arma. Todavía no se la había quitado.

—Podemos ayudar con eso —murmuró, su mano rodeando


mi nuca, sus dedos clavándose en mi cabello mientras lo
agarraba. Apartó mi rostro de su cuello y sus labios se
estrellaron contra los míos. Siempre era lo mismo con él. Su
hambre coincidía con la mía. Separé los labios para dejarlo
entrar, su cálida lengua bailó con la mía y el ardor entre mis
muslos se intensificó con cada segundo.

Me aparté de su cara, rompiendo el beso. No quería perder


el sentido común hasta conseguir lo que necesitaba.

—Necesita documentos de viaje. —Respiré con fuerza—.


Rápido.
Asintió con la cabeza y se levantó, luego me sentó de nuevo
en el asiento. Ya echaba de menos su calor. Era increíble que
otro ser humano pudiera convertirse tan fácilmente en una
parte extendida de ti.

—Tengo un contacto que podemos utilizar —se ofreció—.


Te lo envío y solo tienes que remitirle toda la información, y
cuando lo tenga listo, se lo entregará a uno de mis hombres.

No, él me lo entregará a mí. Yo lo arreglaría directamente con


el contacto.

Me quedé mirando mientras mi marido se acercaba a su


cuadro.

Levantó la mano y tiró del marco del cuadro, revelando


una caja fuerte oculta tras él.

Observé, conteniendo la respiración, cómo introducía un


largo código y luego se abría la puerta de la caja fuerte. Sacó
su arma de la funda y la puso dentro, encima de algunos
documentos y montones de dinero.

Dinero prófugo.

Sería suficiente para hacernos desaparecer. Apartando los


ojos, temiendo que él viera el plan en ellos, observé a través
de las ventanas, viendo la oscuridad de la noche. Mi corazón
tronaba y mis terminaciones nerviosas amenazaban con saltar
de mi piel.

Al segundo siguiente, mi teléfono sonó, lo que me hizo


saltar.
—Acabo de enviarte la información de contacto del tipo —
dijo Nico. Una ráfaga de alivio me golpeó con sus palabras.
Mi plan era plausible—. Él sabrá quién eres y podrá hacer las
cosas en el mismo día.

No podía creer que fuera tan fácil. Una parte de mí se


oponía a ser tan solapada y deshonesta, pero la reprimí en el
fondo. No era que algo comenzara con honestidad en esta
relación.

Haciendo a un lado mi conciencia culpable, me levanté y


me acerqué a él.

—Mi destino —murmuró contra mi frente—. Siempre te


encontraré, Bianca. Porque tú eres mi destino.

Destino. Fue un momento extraño para mencionarlo.

Los latidos de mi corazón se dispararon ante sus palabras,


grabándolas en mi piel y en mi alma, mientras sus labios
bajaban hasta los míos. El beso fue suave, dulce y
desgarrador.

La vida tenía un cruel sentido del humor.

Sus palmas se acercaron a mi cara y me sostuvo la cabeza,


observándome con escrutinio.

—¿Ocurre algo? —Nico era demasiado perspicaz. Así que


lo distraje de la única manera que sabía. Mis manos
alcanzaron su corbata y comencé a desatarla. Me puse de
puntillas y lo besé suavemente. Normalmente estábamos
demasiado hambrientos el uno del otro como para tomárnoslo
con calma. Ahora mismo, quería hacerlo despacio, para
saborear cada segundo de mi hermoso embustero.

Pasé mi lengua por su labio inferior, mordisqueándolo


suavemente. Su lengua tomó el relevo, entablando un febril
duelo con la mía. Chupó mi lengua, su erección ya presionaba
mi vientre.

El simple hecho de besar a Nico Morrelli era lo


suficientemente erótico como para hacerme estallar. Ya estaba
muy húmeda por él, la humedad se acumulaba entre mis
piernas, empapando mis bragas. Desechando su corbata, me
afané en deshacerme de su chaqueta y luego tanteé los
botones, ansiosa por sentir su piel contra la mía.

Nuestros lentos besos aumentaron y se convirtieron en una


necesidad hambrienta. Nos besamos como si fuera nuestra
primera vez, nuestra última vez. Desesperación y hambre en
cada toque y beso. Nunca hubo un punto intermedio entre
nosotros. El hambre era demasiado fuerte. Empujé mi cuerpo
contra el suyo, necesitando su calor. Incluso sabiendo su
traición, lo deseaba. Lo amaba.

¿Estaba jodida? Tal vez, pero no podía controlarlo más que


mi herencia.

Te amo. Las palabras susurraban en mi mente, queriendo


salir, pero las mantuve encerradas.

Sus gruñidos y mis gemidos se mezclaban en la quietud de


la noche.
—Necesito probarte —dijo con voz gutural, sus fuertes
manos rasgando mi vestido. Lo observé a través de mis
pesados párpados, jadeando. Mi sujetador siguió, y sus ojos se
oscurecieron hasta convertirse en charcos grises.

Un ruido profundo y gutural salió de su garganta.

—Tus tetas, esposa —dijo—. Tu cuerpo. Todo mío.

La reverencia en sus ojos, el deseo y la lujuria... me


abrasaban el alma. Lo deseaba todo por el frío futuro que
tendría sin él. Estaba de pie, todo él, con la silueta de su
erección dura contra el pantalón del traje. Estaba magnífico,
con la camisa medio desabrochada y el tatuaje del lobo
asomando por debajo. Una mezcla perfecta de caballero y
salvaje.

Desechando el material en el suelo, sus ojos no se apartaron


de mí, ardiendo de deseo y encendiendo los míos en un
volcán. A continuación, en un movimiento repentino, me
arrancó las bragas.

—A mi mesa —ordenó. Sin dudarlo me dirigí hacia el


lugar, dispuesta a subirme, pero su voz me detuvo—. No.
Inclínate sobre ella. —Lo hice, la superficie fría contra mis
pechos me puso la piel de gallina. Giré la mejilla hacia la
izquierda, observándolo detrás de mí.

El hambre oscura inflamó mis sentidos y presioné las


palmas de las manos, sujetándolas al borde de la mesa. El
cuerpo me dolía de necesidad mientras Nico me recorría con
un dedo la columna, su mirada quemándome la piel.
—¿Vas a follarme o solo a mirarme el culo? —murmuré,
burlándome mientras la lava caliente ardía por mis venas.

Plas.

Mi cuerpo se sacudió hacia adelante ante un movimiento


inesperado.

—¿Ya no te burlas de mí, Cara Mia?

Moví el culo, presionándome contra él.

Plas.

—Oh, joder —gemí. Apreté las piernas para ocultar mi


excitación, pero Nico lo notó. Por supuesto, se daría cuenta.

—Ábrelas —ordenó. Mis piernas se abrieron, mi culo a su


disposición y la evidencia de mi excitación a la vista. Miré por
encima de mi hombro a tiempo de ver cómo se arrodillaba.

—Jesús, Bianca —murmuró, su aliento caliente contra mi


sexo—. Me pones de rodillas cada vez que lo hago. Nunca
tendré suficiente de ti —admitió, con la mirada fija en mi sexo
reluciente.

Nunca supe que una mujer pudiera tener un orgasmo solo


con palabras, pero con este hombre, sí. Una mirada de mi
marido y podía arder en llamas. En el momento en que su
lengua caliente lamió mi sexo, al instante un orgasmo me
atravesó.
—Oh, Dios mío —respiré, empujándome contra su lengua,
montando la ola. Ya no debería ser tan sensible. Había tenido
más sexo en la última semana que en los últimos dos años. Sin
embargo, era diferente y nuevo cada vez con Nico.

Se levantó en toda su altura antes de introducir dos dedos


en mi sexo, y al instante me convulsioné alrededor de ellos,
necesitando más de él.

—Tan húmeda —murmuró—. ¿Eso es por mí?

—Sí —jadeé—. Dios, Nico. Por favor.

Retiró sus dedos de mi coño y trazó hacia atrás,


deteniéndose sobre el agujero prohibido. Me aparté, pero
rápidamente me reprendió con una fuerte bofetada.

—No te muevas, mujer. —Instantáneamente me quedé


quieta y su dedo comenzó a masajear mi humedad en la
suave piel de mi entrada trasera. Su dedo se deslizó dentro de
mí y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Me alejé de nuevo.

Plas.

Las mejillas de mi culo ardían por el escozor, pero, al


mismo tiempo, me sentí bien cuando me rozó con la palma de
la mano.

—¿Sabes por qué el castigo?

—¿P-porque me aparté?
Volvió a deslizar su dedo en mi entrada trasera.

—No, Cara Mia —canturreó—. Si quieres que me detenga,


lo haré. Solo tienes que decirlo.

¿Quería decir la palabra? Creo que no. Su dedo era


demasiado grande, pero se sentía tan bien. Tan malditamente
prohibido y bueno.

Plas.

—Joder, Nico —grité—. Fóllame ya. No puedo esperar


más.

Plas.

Él soltó una risita oscura.

—Esto te está excitando —afirmó. Tenía razón, pero se


sentía mal que esto me gustara tanto—. Te voy a follar.
Pronto. Pero primero... dime, esposa. ¿Por qué te estoy
castigando?

Esperé conteniendo la respiración, preocupada que de


alguna manera leyera a través de mí. ¿Lo sabe?

Su dedo se deslizó más profundamente, trabajándome y mi


cuerpo respondió rechinando contra él.

—Contéstame, Bianca. —¡Mierda! Debería luchar contra él,


pero en lugar de eso mi cuerpo decidió derretirse por él y
cada bofetada que me daba en el culo me excitaba más.
Miré por encima de mi hombro, el duro cuerpo de mi
marido estaba detrás de mí. Todavía estaba vestido, por el
amor de Dios, y yo jadeaba aquí, rechinando contra su dedo
en mi culo.

—¿Porque te he robado? —susurré.

Se rio sombríamente, con sus ojos como una nube gris


fundida dispuesta a atravesarme.

—No, Cara Mia —ronroneó, dándome otra palmada en el


culo. Mi excitación se deslizó por el interior de mi muslo—. Te
estoy castigando porque has cogido lo que es mío. —Parpadeé
confundida, observándolo. Todavía no he sacado el dinero de
la caja fuerte. ¿De qué estaba hablando?—. Has tocado lo que
es mío.

—¿De qué estás hablando? —No podía pensar así, con todo
mi cuerpo en llamas y su dedo en mi culo.

—Te has tocado en la ducha —ronroneó y mis ojos se


dirigieron a él. ¿Cómo lo sabía? Cuando las chicas se
acostaron, me duché y me puse a pensar en Nico, la mañana
siguiente a nuestra primera noche juntos y perdí la batalla. Me
metí la mano entre las piernas y traté de aliviarme.

—C-cómo... —Inspiré profundamente—. ¿Cómo lo sabes?

—La vigilancia de nuestro dormitorio está directamente


conectada a mi teléfono. —Jadeé en shock—. Solo mi teléfono.
—Deslizó un dedo más adentro de mí y mi cuerpo se tensó—.
Tu cuerpo es mío para tocarlo y follarlo, Bianca. Solo mío. Tus
orgasmos son míos y solo míos. —Un escalofrío recorrió mi
columna y el deseo se acumuló entre mis piernas. Dios, nunca
había oído a un hombre hablar así. Entonces su mano me
agarró del cabello y tiró de mi cabeza hacia atrás para
poderme mirar a los ojos. Mi cuero cabelludo protestó de
dolor, pero a mi cuerpo no le importó. Obedeció. Su gran
cuerpo cubrió el mío y atrajo mi cabeza más hacia él,
presionando un duro beso en mis labios.

—¿Te has corrido en todos tus dedos? —Sacudí la cabeza—


. ¿Te viniste?

—No —carraspeé—. Lo intenté, pero no pude correrme. —


Parecía que solo mi marido podía excitarme estos días. Me
soltó el cabello y su mano recorrió mi cuerpo para rodear mi
clítoris—. Oh Dios, Nico.

Cada nervio de mi cuerpo era demasiado sensible, deslizó


dos dedos en mi centro, ahondando en mi humedad y luego
extendiéndola hacia abajo y hacia arriba en mis pliegues.

—No hay ciudad, país o planeta al que puedas correr que


no te encuentre. Quiero tu todo, esposa. —Debería protestar,
luchar contra él, pero en lugar de eso mi culo se aplastó contra
su dedo y su erección. Quería demasiado y mi estúpido
cuerpo estaba dispuesto a someterse a todos sus caprichos.
Deslizó su dedo fuera de mi agujero prohibido y el sonido de
una cremallera bajando cortó nuestra respiración agitada—. Y
tú tienes mi todo. Quiero cada latido de tu corazón, cada
respiración, porque a la mierda si voy a hacerlo solo.
Tú eres mi corazón, gritaba mi corazón. Quería decirle lo
fácil que me he enamorado de él, pero las palabras se
quedaron selladas en mi alma.

—Nico —jadeé, incapaz de controlar el hambre—. Te


necesito dentro de mí. Por favor —supliqué.

Introdujo su polla en lo más profundo de mi ser, y al


instante el dolor palpitante se intensificó.

—¡Sí! —grité.

Mi núcleo se apretó alrededor de su longitud dentro de mí


y comenzó a penetrarme. Duro y despiadado, cada vez que lo
empujaba tan profundamente y golpeaba mi punto G.

—Nico, Nico —canté. En ese momento no había nada, solo


nosotros y el placer que me estaba dando. Sus potentes
embestidas sacudían mi cuerpo hacia adelante, y me agarré al
borde del escritorio. Todos los pensamientos de mi mente se
desintegraron, dejándome solo a él. Solo lo olía, lo sentía y lo
saboreaba. Cada vez que se adentraba en mi interior,
alcanzaba ese punto dulce, llevándome cada vez más alto. El
delirio nadaba a través de mi cerebro, emborrachándome de
él.

—Dame tu boca —exigió, con la voz ronca. Giré la cabeza,


su cuerpo contra mi espalda y su boca aplastada contra mis
labios, besándome posesivamente. El beso era desordenado,
descuidado y hambriento mientras su cuerpo avanzaba con
brutales empujones.
El placer creció más y más, el calor de él contra mi espalda
creaba la adictiva fricción que necesitaría para siempre. Los
músculos de mi estómago se enroscaron, mi coño se apretó y
mi orgasmo me hizo estallar, llevándome cada vez más alto.
Al mismo tiempo, Nico gemía larga y profundamente en mi
oído, sus caderas se sacudían contra mí mientras se
derramaba dentro de mí.

Su frente contra mi hombro, su cuerpo presionado contra


mi espalda, nuestras respiraciones entremezcladas en el
silencio. Su aliento caliente me rozaba la nuca, el aire que nos
rodeaba olía a sexo y sudor, y nuestros corazones latían al
unísono.

—Mía. Eres toda mía, esposa. —Tuya.

Mi maestro manipulador me había destrozado en un


millón de pedazos.

—Gia, ¿podría dejar a las niñas contigo por unas horas? —


pregunté—. Bear irá conmigo y con mi madre. Tenemos que
conseguir algunas cosas para Nico.

Mentira.
Aunque esperaba que eso evitara que ella le enviara una
nota. Había muchos condicionantes en mi plan, pero hasta
ahora, las cosas estaban funcionando. En el momento en que
Nico dejó la cama esta mañana, envié una nota a su contacto.
Tres horas más tarde, tenía los documentos listos. Supongo
que valió la pena tener el apellido Morrelli.

—Por supuesto —la respuesta de Gia fue pronta y rápida.

—Gracias.

Fui en busca de mi madre y la encontré sentada fuera, junto


a la piscina, con la mirada perdida. Su cuerpo temblaba de
frío, pero era como si no lo notara.

—Mamá. —Me apresuré a ir a su lado—. No puedes


sentarte aquí fuera solo con un vestido fino. Apenas hay
cuatro grados.

Sus ojos se dirigieron a mí y el miedo helado me atravesó.


Vacío. Sus ojos eran estanques de nada. No hay desesperación.
Nada de tristeza. Nada. Sus hermosos ojos estaban en blanco
y muertos.

—¿Mamá? —exclamé en voz baja, con la garganta ahogada


por las emociones. Ella parpadeó, pero el resto de su cuerpo
permaneció inmóvil. Puse mi mano en su hombro—. Vamos a
entrar. Tengo que salir un rato, pero no puedes quedarte aquí
fuera.

Su cabeza se volvió hacia mí.

—Yo también voy.


Sacudí la cabeza.

—No, es mejor que te quedes aquí. Volveré pronto.

—Yo también voy —insistió, con los ojos azules vacíos.


Tenía un mal presentimiento. Algo no iba bien con mi madre.
Debería haber llamado a un médico o a un terapeuta para
hablar con ella—. Yo voy, Bianca —repitió.

—Es más seguro que te quedes —intenté razonar con ella.


Tal vez el hecho que se empeñara en venir conmigo era una
buena señal. Maldita sea, no lo sabía.

Sus labios se adelgazaron, y reconocí el rasgo de terquedad.

—Me voy contigo. Finìto. —No había pasión en su voz,


pero en el fondo sabía que no había forma de disuadirla.

Diez minutos más tarde, mamá y yo atravesamos la puerta


con Bear llevándonos en un vehículo de aspecto blindado.

Ambas mirábamos por la ventanilla, dejando que el


silencio perdurara. Ella conocía el plan, yo también. Cuando
Nico se fue, me colé en su despacho e intenté abrir la caja
fuerte, confiando en mi memoria. Me costó varios intentos,
pero finalmente lo conseguí. Había más de doscientos mil en
efectivo en esa maldita caja fuerte. Con cuidado de no mover
nada de su sitio, volví a cerrarla e introduje el código en mi
teléfono, para no meter la pata porque cuando llegara la
oportunidad, sería corta, y no habría espacio para tantear el
código. Ahora solo faltaba la documentación de viaje de
mamá.
Una hora más tarde, ambas estábamos sentadas en un
edificio que parecía un banco en el centro de D.C. El sol
brillaba, pero yo no podía deshacerme de la melancolía y la
frialdad que se deslizaba por mis venas hasta llegar al
corazón. Lloré la muerte de William, pero esto se sintió
mucho peor. Yo era directamente responsable de mi propio
dolor, y del de Nico. Porque mi padre era un gran monstruo
de mierda.

Anoche, después que Nico me follara en su despacho, me


llevó a nuestro dormitorio. A diferencia de todas nuestras
otras veces, la forma en que me besó toda la noche y adoró mi
cuerpo fue diferente. Me dejó desnudarlo cuando llegamos a
nuestra habitación.

—Me toca a mí —susurré mientras lo empujaba suavemente


hacia la cama. Mis dedos trazaron su tinta en el hombro y me incliné
para presionar mi boca sobre su piel caliente. Inhalé profundamente
su aroma, convirtiéndose en parte de mí.

Me senté a horcajadas sobre sus caderas, con su dura erección


presionada contra mi trasero. Le lamí el pulso y un suave gemido
sonó en nuestro dormitorio. ¿Cómo era posible desear tanto a
alguien?

Sus manos agarraron mis caderas, sus dedos se clavaron en mi


suave carne. Se esforzaba por no tomar el control, el control era
parte de su ADN.

—Relájate —murmuré contra sus labios.


—Mujer —apretó—. Sigue moliendo tu culo contra mi polla y
me derramaré antes de entrar en tu caliente y apretado coño.

Mi cuerpo se calmó. Ni siquiera me di cuenta que estaba


rechinando contra él.

—¿Nico?

—Hmmm.

—Me encanta cuando hablas sucio.

Mi núcleo palpitaba con la necesidad que solo él podía saciar. Mi


sexo estaba empapado por él. Hacía apenas treinta minutos que me
había follado y aquí estaba de nuevo, lista para otra ronda.

—Lo sé —siseó, luego tomó mis caderas, las levantó y me penetró


en un rápido movimiento. Ambos lanzamos un grito de alivio—. Mi
sucia mujercita —canturreó—. Te follaré duro así hasta mi último
aliento. —Un agudo jadeo se deslizó por mis labios—. Lo suave no
es para nosotros. —Puede que tenga razón en eso—. Veré tu vientre
grande con nuestros bebés.

Mi núcleo se presionó alrededor de su dura polla. Dios, no me


importaría tener bebés con él. Niños pequeños que se parecieran a su
padre. Se llevó mi pezón a la boca y mi cabeza cayó hacia atrás con
un gemido deslizándose por mis labios.

—Estoy tomando la píldora —le recordé con un gemido, haciendo


rechinar mis caderas hacia adelante y hacia atrás.

—Deshazte de eso —dijo, y luego siguió con el suave mordisco


alrededor de mi carne sensible. Hice un círculo con mis caderas,
inclinándome hacia delante para que mi clítoris quedara presionado
contra su pelvis—. Dime que te desharás de eso —gimió. Sus dedos
se clavaron en mi carne, controlando el ritmo, dirigiendo mi cuerpo.

Me agarré a él, levantando las caderas y volviendo a golpear su


polla. Estaba tan dentro de mí que juraba que podía sentirlo tocando
mi vientre. Disfruté de la sensación de estar completamente llena de
él.

—Ah, joder —gimió.

Una palma de la mano me golpeó con fuerza en la mejilla del culo


y mis ojos se abrieron de golpe, sorprendidos. Mi sexo se
convulsionó en torno a su eje, palpitando de la manera más deliciosa.

—Deja de golpear mi trasero —respiré, apretando mis caderas.

—Te gusta.

Detuvo mis caderas y una respiración frustrada me abandonó.

—¡Joder! Nico, ya casi estaba.

—Deja la píldora —murmuró. Tragué con fuerza. No podía.


¿Verdad? No podía. Tenía que cuidar de mamá y él me traicionó—.
Hazlo por mí, Cara Mia.

Fue lo primero que me pidió que hiciera por él. Sabía que yo era la
hija de Benito y quería tener hijos conmigo. ¿O tal vez solo quería
un heredero?

Me incliné hacia adelante y tomé su boca.

—Lo pensaré. —La mentira era amarga—. Ahora, fóllame —


supliqué desesperadamente. Y Dios lo hizo. Grité su nombre
mientras me llevaba cada vez más alto, y luego me arrojó al abismo
del placer. Pensé que me ahogaría.

Sí, la noche pasada empezó más lenta, más dulce... pero


terminó áspera y con una mentira pronunciada de mis labios.
Me dieron ganas de llorar. Hablando de ironía en la vida. Yo
quería hijos y él también.

Cientos de escenarios diferentes flotaron en mi cabeza,


tratando de decirme que esta conexión con él era solo un gran
sexo. Un sexo increíble y alucinante. Nada más.

Volví a moverme en el asiento, agitada por haber tenido


que esperar tanto tiempo solo para que nos entregaran los
documentos de mamá. Mamá estaba sentada, estoica, sin
decir una palabra, con los ojos muertos con una mirada lejana.
Yo quería saber qué pensaba o sentía. Cada vez que le
preguntaba, no salía ninguna palabra de sus labios, y me
esforzaba por entenderla.

Bear se quedó junto a la puerta y una repentina sensación


de asfixia surgió lentamente en mi interior. Me tiré de la
camiseta rosa de cuello redondo, y un repentino sofoco en mi
interior, me provocó ganas de vomitar. Deja de ponerte
nerviosa, me dije mirando por la ventana. Basta ya.

Otro hombre entró en ese momento, pero mantuve los ojos


fijos en la ventana, concentrándome en el exterior,
imaginando que respiraba el aire fresco. Tenía que empujar
este sentimiento de agonía a algún lugar profundo. No era
momento de pensar en ello ahora. Tendría el resto de mi
solitaria vida para pensar en ello.

Uno pensaría que ya habría aprendido que la esperanza es


para los tontos.

Tardé un momento en registrar los gemidos de mi madre,


pero para entonces ya era demasiado tarde. El cuerpo de Bear
se desplomó, cayendo al suelo con un fuerte golpe y el golpe
en la parte posterior de mi cráneo inclinó mi vista hacia un
lado mientras me deslizaba por el suelo. Ni siquiera sentí el
suelo.
Todo estaba listo para esta noche. Estábamos en mi oficina
de D.C. Acabábamos de concluir la reunión con las familias
italianas asegurándonos que teníamos el acuerdo de no
vender la propiedad de la costa de Amalfi a Benito King. Sin
embargo, nadie quería ir directamente contra él. Así que les
encontré un resquicio. El acuerdo entre el Embajador italiano,
Benito, y los jefes italianos designados para vender el trozo de
propiedad a la familia King.

Benito se aseguró que su hijo, Marco King, estaría


preparado para hacerse cargo en caso de su propia muerte
prematura. Porque esa pequeña comadreja era un tonto
incompetente y no sabía cómo conseguir nada sin ir de la
mano de su papá.
Pero el acuerdo no especificaba qué miembro King.
Después de todo, Cassio y Luca también eran miembros de la
familia King. Por lo tanto, Cassio y Luca King se encontraron
dueños de una pequeña propiedad frente al mar en la famosa
costa de Amalfi por un precio escandaloso. Valió la pena,
joder.

Al mirar el teléfono, vi una señal que indicaba que la caja


fuerte de mi despacho había sido abierta. Hacía un rato
también. ¿Cómo me lo perdí?

—¿Qué sucede? —preguntó Cassio.

—Espero que solo sea un fallo —murmuré, marcando la


casa.

Leonardo contestó al primer timbre.

—¿Quién estaba en mi despacho?

Tenían cámaras de seguridad por toda la casa. Esa no


debería ser difícil de responder.

—Solo tu mujer —respondió.

—¿Dónde está?

—Se fue a la ciudad.

Un mal presentimiento me golpeó en el pecho. Le dije que


se quedara en la mansión.

—¿Ciudad?
—Sí, D.C. Se llevó a Bear con ella. —Siguió un silencio y
Leonardo debió percibir el malestar—. ¿Le pediste que
recogiera unos documentos para su madre? —Un latido—.
¡Joder!

Tuvo que decirlo en voz alta para que se diera cuenta que
no lo hice.

Mi torrente sanguíneo se calentó y la tensión se instaló bajo


mi piel y se enterró en mis músculos con una textura
chirriante. Me ha dejado, joder. Algo se me apretó en la
garganta y me atravesó el puto pecho. Se sentía como un
maldito ataque al corazón.

No, no se habría llevado a Bear si se hubiera ido. Pero


definitivamente estaba tramando algo.

Rodé los hombros, obligando a la calma a recorrer cada


célula de mí. Perder la cabeza ahora mismo no ayudaría a
nadie.

—¿Las gemelas?

Mi móvil señaló una llamada entrante. Era Alexei. Antes de


contestar, esperé la respuesta de Leonardo.

—Están en casa con Gia.

Un alivio abrumador me invadió. Nunca se iría sin sus


hijas. Bianca era una buena madre que daría su vida por sus
hijas. Tal vez no por mí, pero sí por sus hijas, ella quemaría
este mundo para mantenerlas a salvo.
—Di a los hombres que las vigilen. No las dejes fuera de tu
vista.

Terminé la llamada.

—¿Qué mierda está pasando? —preguntó Cassio.


Llevamos mucho tiempo siendo amigos para que no capte mis
señales.

—Bianca salió de la mansión —le dije mientras respondía a


la llamada de Alexei—. Espero que las tengas vigiladas —dije
sombríamente en mi móvil. Gracias a Dios y a todos los
santos, le había pedido a Alexei que mantuviera hombres
adicionales alrededor del complejo. Debían seguir a cualquier
persona sospechosa que pasara por allí. No estaba de más
tener seguridad adicional, y Alexei tenía una intuición aguda.
Incluso se ofreció a quedarse por un tiempo, aunque esto
estaba muy por debajo de su conjunto de habilidades. Se tomó
el sufrimiento de Sofia como algo personal.

—Lo sé y ellas están en la mierda. —La voz fría de Alexei


se coló en la línea. Sus palabras me golpearon como un
puñetazo en el pecho.

—Habla.

A Alexei Nikolaev le bastó dos minutos para resumirlo


todo. Dos putos minutos fue todo lo que necesitó Benito para
poner sus sucias garras sobre mi mujer.

¡Benito tiene a mi mujer! ¡Tiene a mi mujer!


La misma sensación de pavor cuando descubrí que puso
sus garras sobre mi hermana se juntó en la boca del estómago.
Sabía a ácido y ceniza. Si la perdía, perdería la cabeza. No
había ninguna duda al respecto.

Anoche le pedí que dejara la píldora. Otra mentira. Ella ha


estado tomando vitaminas improvisadas que yo planté en
lugar de píldoras. Debería haberle dicho que la amaba y que
quería tenerla conmigo para siempre. Debería haberme
disculpado por utilizarla, manipularla y engañarla.

—Nico, ¿qué pasa? —preguntó Cassio. Olvidé que Luca y


Cassio seguían aquí. Si le pasaba algo a su hermana, nunca
me lo perdonarían. Joder, aunque lo hicieran, no importaría
porque yo no lo haría.

—Benito tiene a Bianca y a su madre. —No podía entender


cómo funcionaba mi voz. Me levanté y fui a mi caja fuerte.

—¿Cómo? —cuestionó Luca.

—¿Qué pasó? —preguntó Cassio.

Abrí la caja fuerte y saqué de ella otra pistola, un cuchillo y


varios cargadores de munición.

—Se fue a la ciudad con su madre. Benito llegó hasta ella


en la sala de espera del edificio. —Me metí un arma en la
parte trasera del pantalón, un cuchillo en la funda que llevaba
en el tobillo. Todavía tenía la funda de la pistola—. Alexei los
siguió. Conoce su ubicación.

Cassio y Luca se acercaron.


—Yo también necesito munición.

—Yo también. —Luca extendió su mano—. ¿Está Alexei


con nosotros?

Tuve que dárselo a Cassio y a Luca. Al menos no me


echaban la culpa. Sin embargo, lo sentí. Me estaba
carcomiendo, y si algo le pasaba a Bianca, no quedaría nada
de mi corazón.

—Sí. —Los números seguirían estando en nuestra contra.


Escribí un mensaje a Leonardo para que redoblara la
seguridad en la mansión y enviara veinte hombres a la
ubicación que Alexei había compartido a través de iCloud11.

—¿Tienes un plan? —preguntó Cassio, con su mandíbula


crispada. Estaba enfadado, aunque no podía culparlo. Las
imágenes del cuerpo de Nicoletta pasaron por mi mente,
ensangrentado y violado. Murió en mi casa, en mis brazos,
pero descuartizaron su cuerpo en esa galería. Todavía la
conservaba, incapaz de deshacerme del fantasma
ensangrentado. Fue el último lugar donde la vi feliz.

Dios, por favor no dejes que toquen a Bianca. Quemaría


esta ciudad hasta las cenizas.

—Entro —les dije—. Solo. Tengo que ver a cuántos


hombres nos enfrentamos. Hay veinte de mis hombres en
camino, pero tardarán al menos una hora en llegar. No
podemos esperar tanto.

11 iCloud es un sistema de almacenamiento nube o cloud computing de Apple Inc.


Marqué una línea directa con Vladimir Solonik, la escoria
rusa de la Bratva que compró su acuerdo. Tenía que tener
todas mis bases cubiertas.

—Vladimir —respondió con un fuerte acento ruso.

—Soy Nico Morrelli —le dije—. No voy a hacer perder tu


tiempo ni el mío. Has comprado a Bianca a través de Benito.
Ella es mi esposa. No puedes tenerla, pero te pagaré el
contrato.

Se rio.

—¿Por qué?

—Porque estoy siendo amable —gruñí—. Si prefieres


perder ese dinero y tu vida, también me parece bien. Ni ella ni
nuestras hijas serán nunca tuyas.

El silencio se prolongó mientras esperaba su respuesta, al


mismo tiempo que organizaba en mi portátil un mensajero y
un francotirador. Parecía que no podía escapar de Sasha
Nikolaev. De cualquier manera, ese acuerdo estaría en mi
poder.

—Bien —concedió finalmente—. Veinte millones.

—El mensajero está en camino —le dije. Bianca y sus chicas


valían miles de millones más. Si me hubiera pedido toda mi
cuenta bancaria, la habría firmado. Ganaría más. Nada valía
más para mí que mi familia—. El dinero está siendo
transferido a tu cuenta ahora.
—Diablos, debería haber pedido cuarenta.

Escuché sonar la campana.

—Pero no lo hiciste. Entrega el acuerdo de Bianca y sus


hijas a mi mensajero.

Escupió unas cuantas maldiciones.

—Quiero un trozo del culo de Benito. Supongo que lo


quieres muerto. ¡Yo también!

Bueno, esto fue inesperado. Vladimir tenía buenos


soldados; podría usarlos hoy.

—Podrías tener tu oportunidad hoy —le dije. Estaba a


bordo. Tal vez no entraríamos de improviso. Vladimir estaba
más cerca de D.C. que mis hombres.

Ahora eso estaba hecho. Me encontré con las miradas de


los hermanos de Bianca.

—La amas —afirmó Cassio.

—Sí. —No había razón para negarlo. Debería habérselo


dicho—. Nos cruzamos cuando ella tenía diecinueve años. No
me acerqué a ella, no sabía quién era. Ella es mi destino. Tú
tienes el tuyo, Cassio, ella es el mío.

La comprensión pasó entre nosotros.

—Sí, la forma en que habló de tu trasero en vaqueros —


Luca soltó una broma—. Creo que ella también cree que eres
su destino. Menos mal que no ha comentado nada de tu polla.
Sacudí la cabeza ante su hermano. ¡Culo sabio! Si a Bianca
le gustaba mi culo y mi polla, lo usaría hasta que se
enamorara de mí. Lo decía en serio cuando le dije que no iba a
hacerlo solo.

Entregué a Cassio y a Luca un auricular.

—Tengo que llegar a Benito. Estará con Bianca. Apostaría


todo a que no se separará de ella y se arriesgará a perderla.

Cassio asintió.

—Vosotros dos quedaos fuera, esperad a mis hombres con


Alexei. Entonces atacad. Pase lo que pase, id a por ella y
sacadla.

¡Mierda! No podía ni contemplar que ella pudiera no estar


bien. Perdería la calma y me pondría a asesinar.

—Si ninguno de los dos... —No vayas por ahí—. Asegúrate


que las gemelas están a salvo. No importa lo que pase.

Un asentimiento brusco.

—Vamos a buscarla —les dije.

Si hoy diera mi último aliento, sería con sus cálidos ojos


sobre mí.
Me desperté rodeada de un olor a humedad, sangre
metálica y podredumbre. Me provocaban náuseas y asfixia,
mi garganta se sentía como si tuviera fríos dedos de acero
envolviéndola, manteniéndola todo bajo control.

Me dolía mucho la parte posterior de la cabeza. Como una


resaca muy fuerte acompañada de una paliza. No es que me
hayan golpeado nunca. Cuando abrí los ojos, la habitación
estaba completamente negra. Sentía la cara húmeda y
pegajosa. Me palpé con las yemas de los dedos, llegando a la
frente. Encontré un punto en la cabeza, justo en el lado de la
sien, mis dedos lo rozaron y me estremecí de dolor.
Había una extraña sensación de hormigueo en la parte
posterior de mi cuello. Envió malestar por todo mi cuerpo.
Los músculos de mi estómago se contrajeron, mi respiración
se aceleró y mi corazón comenzó a latir dolorosamente en mi
pecho.

No estoy sola.

Me moví, el colchón bajo el peso de mi cuerpo crujió en


señal de protesta.

—Ah, mi hija por fin se despierta. —Una voz familiar llegó


a mi oído—. Reunión familiar.

Me incorporé en una posición sentada y mis ojos se


desviaron en dirección a la voz.

¡Benito King!

Se me helaron los huesos y los escalofríos sacudieron mi


cuerpo. No sabía si era por el miedo o por la conmoción. Lo
único que sabía era que no debería estar en esta habitación
con él, a solas con él.

—¿Q-qué quieres? —Para mi horror, tartamudeé. Quería


gritar y herirlo, no tartamudear.

Hubo un clic y luego una luz blanca cegadora. El brillo


repentino hirió mis retinas y me produjo un dolor punzante a
través de mis sienes.

—Mierda… —murmuré, gimiendo.


Instintivamente, mis párpados se cerraron y ahogué un
gemido de dolor. Parpadeé furiosamente, tratando de ver
desesperadamente dónde estaba y lo sombrío de la situación.
Giré la cabeza en la dirección en la que creí haber escuchado
la voz antes. Benito estaba sentado en una silla y a apenas un
metro de él...

No puede ser. ¡No, no, no, Dios, ¡por favor, no!

El corazón se me desgarró y un dolor físico me acuchilló,


aunque no hubo sangre.

—Mamá —grité tan fuerte y durante tanto tiempo que sentí


un ardor en los pulmones. Salté de la cama y me precipité
hacia su cuerpo colgante, intentando levantarla, salvarla.
Tenía que hacer algo.

—Dame tu silla —le grité a Benito. Me esforcé por


empujarlo—. Dame tu puta silla —grité, con lágrimas en la
cara.

—Está muerta —respondió con calma.

—No, podríamos hacer la CPR. —Envolví mis brazos


alrededor de sus piernas—. Solo ayúdame. No es demasiado
tarde.

El bastardo no se movió.

El cuerpo de mi madre colgaba del ventilador del techo,


con el cuello inclinado de forma extraña y los ojos muertos. La
mirada sombría y fantasmal que permanecería conmigo para
siempre. Sus ojos estaban realmente muertos. Las lágrimas
cayeron por mi rostro, pero no las sentí. Solo saboreé la
salinidad y la amargura.

La perdí. El silencio quedó grabado con la comprensión de


haber perdido a mi madre. La tuve solo una semana y ahora
se había ido. Para siempre. El tiempo se suspendió en mi
cerebro y mi pecho se sintió hueco.

No la salvé. Solo la llevé a su muerte más rápido.

Me esforcé por introducir aire en mis pulmones, mi pecho


se oprimía, dificultando la respiración.

—Has lastimado a mi madre —carraspeé, mirando su


cuerpo inerte, aún colgado en el aire.

Se rio.

—No, ella se ahorcó.

Lo sabía bien. Puede que no le haya puesto la soga al


cuello, pero fue culpa suya. Todos los años que pasó bajo su
pulgar, soportando su crueldad. Ella no podía soportar
volver. Encontró que la muerte era una mejor opción. ¡No la
salvé!

Maldita sea, dolía mucho. Me tocaba salvarla y cuidarla,


pero le fallé. Mis ojos se dirigieron al hombre que inició la
cadena de acontecimientos retorcidos en nuestra familia. El
hombre que destruyó la vida de mi madre. El hombre que era
mi padre.
Benito estaba sentado en una silla, fumando un cigarrillo,
como si estuviera holgazaneando. Un arma descansaba en su
regazo y no hubo nada más que deseo de atraparla y meterle
una bala en la boca. Ese pensamiento sanguinario y violento
me sacudió hasta la médula, pero no de mala manera. Tal vez
había una cosa que heredé de este bastardo que sería
bienvenida. ¡La rabia asesina que sentí ahora mismo!

Quería hacerle pagar por lo que le hizo a mi madre.


Hacerlo sufrir. La pura necesidad desesperada de verlo sufrir,
provocó un escalofrío de rebeldía. Sin embargo, se sentía bien.
Si solo pudiera hacerle daño de alguna manera. De la forma
en que él hirió a tantos otros.

—Sabes, siempre quise tener una hija —dijo.

—Es una misericordia que Dios no te haya dado una —


escupí. El odio ardía como un ácido en la boca del estómago.

—¡Tú eres mi hija! —rugió.

Me estremecí ante su arrebato, pero me negué a bajar los


humos.

—No, no lo soy.

—Tu madre te ocultó de mí —gritó, con el cabello plateado


revuelto.

—No, mi madre me salvó de ti —le dije, llena de


bravuconería que no sentía. Fíngelo hasta que lo consigas, ¿no
era ese el lema? Y juré por mi madre y mis hijas que mataría a
ese cabrón delante de mí. No me importaba que fuera lo
último que hiciera en esta tierra, lo mataría—. Vas a morir —
juré.

Se rio.

—Tienes pelotas, chica.

Puse los ojos en blanco. No hacía falta ningún comentario


al respecto.

—Heredaste algo que quiero —cambió de tema


repentinamente.

—¿Y qué es eso? —pregunté, actuando como si me


importara una mierda mientras por dentro rezaba para que no
fueran mis chicas. Cualquier cosa menos mis hijas. Supongo
que eso era lo que rezaba también mi madre cuando se enteró
que estaba embarazada.

—La propiedad de Amalfi.

No era la respuesta que esperaba. Entorné los ojos hacia él,


tratando de entender a este hombre. Realmente no me
gustaba. La amenaza se filtró de él a litros. Y pensar que me
dio la vida. ¡Puaj!

Debió tener al menos un solo esperma decente, y


afortunadamente ese me dio la vida.

—¿Por qué? —No es que se lo vaya a dar.

—Porque me pertenece —ronroneó.


Delirante. Ese era el mejor adjetivo para describir a este
hombre.

—Nunca te daré esa propiedad —espeté, alzando la


barbilla en señal de desafío—. Perteneció a la familia de mi
madre, y nunca la tendrás. Aunque me mates. Si tú...

—No juegues conmigo, Bianca —interrumpió con dureza—


. Descubrirás que puedo ser persuasivo.

Me burlé.

—Sigue diciéndote eso.

Lanzó la cabeza hacia atrás y se rio. Una carcajada de


verdad. ¡Maníaco! Debería estar en un psiquiátrico.

—Eres la mejor de todos mis inútiles hijos.

—Guau, gracias —murmuré—. Exactamente el título que


no quería.

Levantó su teléfono y marcó.

—Tráelo.

Me aparté lentamente de él, con los pies descalzos, fríos


contra el suelo de baldosas. Jesús, qué pasó con mis zapatos.
Si esa puerta se abriera, correría. Aunque tuviera que usar las
habilidades futbolísticas que me enseñaron John y William.
Era el momento de hacer un touchdown12.

Querido Dios, déjame conseguir esto. Ahora.

Yo era pésima en los deportes, pero podía correr muy


rápido. Solo tenía que empujar a través de Benito y
quienquiera que viniera.

La puerta se abrió y Nico fue conducido a la habitación,


con las manos atadas y cinco hombres apuntándolo. ¡Mierda!

—Hola, Cara Mia —me saludó, aparentemente relajado.


Pero estaba furioso, su mandíbula hacía tictac de esa forma
tan familiar.

Nuestras miradas se cruzaron y no leí nada en sus


tormentosos ojos grises. Su cabello oscuro estaba ligeramente
alborotado, pero entró con confianza. Como si él no fuera el
prisionero aquí.

Sus ojos viajaron hasta el cuerpo de mi madre y, durante


una breve fracción de segundo, el dolor brilló en ellos, pero lo
disimuló rápidamente.

—Ah, mi yerno. —La sonrisa de Benito era glacial y cruel,


enviando miedo directamente a mis huesos—. Tendremos que
terminar nuestra relación. Nunca le di permiso a mi hija para
casarse.

12Un touchdown es la forma básica de anotación en el fútbol americano y canadiense, donde


el jugador que lleva el balón cruza el plano de la zona de anotación o cuando un receptor
captura un pase dentro de esa zona.
—Gracioso. —Nico se dirigió a mi padre, enarcando una
ceja—. Porque me importa una mierda tu permiso. Sigue
siendo mi mujer.

—Podemos arreglar eso rápidamente —dijo Benito,


haciendo un gesto con la cabeza a uno de los hombres. El
guardia sacó su arma y apuntó directamente a su cabeza—.
Ya la hice viuda una vez.

—¡No! —La palabra se me escapó antes de pensarlo mejor.


Di dos pasos, situándome apenas a un metro de mi padre y a
tres de Nico.

Los ojos de Benito brillaron con suficiencia. Encontró mi


debilidad.

—Ah, hija. ¿No te dijo tu madre que no pensaras con el


corazón?

Parpadeé, tratando de mantenerme fuerte, y entonces sus


palabras anteriores calaron en mí.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté a Benito—. ¿Ya me


hiciste viuda una vez?

Centrándome en sus ojos oscuros, deseé que todos sus


secretos salieran a la luz. Aunque tenía la sensación que no
me gustarían. Era un hombre despreciable.

Benito se rio.

—Tuvimos que deshacernos de William, querida —dijo con


sorna—. Al final tu madre iba a morir y la propiedad iba a
pasar a ti. Así que tuve que casarte con alguien que estuviera
dispuesto a compartir. La verdad es que iba a hacer que
reemplazaras a tu madre... pero eso fue antes de saber que
eras mi hija.

Se me revolvió el estómago. Este hombre estaba enfermo.


¡Repugnante! No había otra palabra para describirlo. Un
malvado bastardo enfermo y asqueroso.

—¿C-cómo? —odiaba jodidamente cuando tenía miedo. Me


hacía tartamudear—. ¿Cómo mataste a William?

—Diagnóstico falso. —Sonrió, claramente satisfecho de sí


mismo—. Entonces hice que lo llenaran de veneno hasta que
el bastardo murió.

Observé sus ojos oscuros, tan llenos de malevolencia y


crueldad. Era aún peor de lo que imaginaba, y mi imagen de
Benito King era bastante mala.

—Estás loco —susurré horrorizada. El miedo estalló en mi


pecho por Nico. El hombre que amo. Mi marido era fuerte,
pero no tenía idea de la cantidad de gente a la que nos
enfrentábamos aquí. No podía dejar que este lunático
destruyera a otra persona que amo. Entonces mis hijas serían
las siguientes.

Tenía que ganar tiempo. De alguna manera.

—¿Propiedad? —le pregunté. Mencionó que quería una


propiedad. Imaginé que quería una propiedad en la costa de
Amalfi. Fruncí las cejas, estudiando a Benito. Tenía que
hacerlo hablar—. ¿Por qué?

—La propiedad de la costa de Amalfi —respondió molesto.


Como si yo debiera saber por un jodido milagro lo que
quería—. Esa puta de tu madre me engañó. Te la transfirió
poco después que tu abuela muriera.

—No hables así de mi madre —siseé. Era un ser humano


vil y despreciable y no tenía derecho a hablar así de nadie. Y
menos de mi madre.

Esto me valió una apretada sonrisa, pero los ojos de Benito


permanecieron inmóviles. No sentía nada por nadie. Solo se
preocupaba de sí mismo y de sus propios planes. Nada ni
nadie más. Destruía a la gente sin importarle ni perder el
sueño.

—Dame la propiedad y haré que la muerte de tu marido


sea rápida. —Me quedé mirando a mi padre, con los ojos muy
abiertos y el corazón saliéndose del pecho. Mis ojos viajaron
hacia mi marido. Mi hermoso mentiroso. Consiguió su
venganza, pero a costa de qué.

Aun así... no quería verlo herido. Entendía su necesidad de


ajustar cuentas. Después de todo, quería hacer pagar a Benito
por el daño que causó a mi propia madre. La amargura y la
ira crecieron dentro de mí carcomiendo mi alma, exigiendo
hacerle pagar. Imaginé que mi marido sentía algo parecido.

—Caballeros, por favor demuéstrenle a mi hija que no hago


amenazas vacías.
Uno de los hombres de Benito se dirigió hacia Nico con una
mirada cruel. Su mano se desvaneció en el aire, antes de dar
un fuerte puñetazo a Nico en el estómago, mientras que otro
bajó el codo con fuerza entre sus omóplatos.

—¡Nico! —grité, dando un paso hacia él, pero Benito me


rodeó el brazo con su mano, reteniéndome.

—No puedes salvarlo —se burló Benito—. No es un


hombre al que dejaría tocar a mi hija.

—Déjame ir —siseé, empujando contra Benito—. Maldito


bastardo. ¡No puedes tenerlo! —Me tenía fuertemente sujeta,
pero me negaba a ceder. Giré la cabeza hacia atrás y le di un
cabezazo a Benito.

—¡Joder! —dijo apretando su agarre sobre mí,


dolorosamente. Mi cabeza palpitaba por el impacto, mis ojos
miraron fijamente a mi marido. Benito mató a William y ahora
quería acabar con la vida de Nico.

—¿Quieres acabar con esto? —preguntó Benito.

Asentí con la cabeza, mis ojos nunca se apartaron del rostro


de mi marido.

—Firma sobre esa propiedad —repitió.

—¿Dejarás que Nico se vaya? — dije con aspereza—. Sano


y salvo. Déjalo ir.

—No lo hagas, Cara Mia —resopló Nico—. Confía en mí.


Nuestras miradas se encontraron, mil palabras no
pronunciadas quedaron en el aire. Debería haberle dicho que
lo amaba. Deseaba tener bebés suyos, vivir a su lado hasta mi
último aliento. Ahora, puede que no tenga la oportunidad de
hacerlo. Debería haberle confiado mi secreto paterno y
haberle rogado que me ayudara. Podríamos haber vengado
juntos a su hermana y a mi madre.

—Confío en ti —exhalé.

—Eso es mi amor —murmuró—. Nos iremos de luna de


miel después de esto.

Se me escapó un gemido estrangulado y ahogado. No


estaba segura que fuéramos a salir de aquí.

—Bianca. —La voz de Benito fue una advertencia.

El cuerpo de mi madre era un recordatorio de lo que era


capaz de hacer. Incluso si le diera lo que quería, sabía que no
nos dejaría ir. Las palabras y promesas de Benito no
significaban nada. Mataría a Nico y me vendería a alguien.
Porque ese era el legado de este hombre.

El optimismo de Nico pareció encender la ira de Benito. O


tal vez fue mi negativa a ceder la propiedad que tanto
necesitaba.

Los hombres de Benito empezaron a dar patadas a Nico,


mientras le sujetaban las manos para que no pudiera
defenderse.
—Deja de hacerle daño —supliqué a Benito, mirando
impotente cómo pateaban a mi marido una y otra vez.

—Estoy bien —gruñó Nico—. Estoy bien.

—Cállate.

No podía soportarlo más. Era el momento de luchar contra


Benito con uñas y dientes, pasara lo que pasara. Mis ojos
recorrieron a Benito y su silla, y luego observaron su arma.
Actuando por instinto, extendí la mano y atrapé el arma que
estaba sobre la silla de Benito.

—No te atrevas a tocarlo, joder —siseé, apuntando a Benito


con la pistola—. O te volaré los putos sesos.

Levantó la mano, en una orden silenciosa a sus hombres


para que se detuvieran. Por supuesto, cuando su vida estaba
en peligro, todos se detenían. Benito era un cobarde, no
valoraba a nadie más que a sí mismo.

—Bianca, dame la pistola —insistió Benito.

Sí, eso nunca sucedería. Quería llenar a este hombre de


plomo. Por destruir la vida de mamá. Por matar a William.
Por herir a la hermana de Nico. Y sobre todo, por herir a mi
marido.

—No lo creo —le dije—. No eres tan valiente cuando tu


vida pende de un hilo. ¿Verdad, padre? —gruñí—. ¿Padre? —
me burlé—. No sabrías el significado de esa palabra.

—No estarías aquí si no fuera por mí —siseó.


—Dile a tus hombres que desaten a mi marido —le dije—.
O te meteré una bala en el cráneo. —Entrecerré los ojos sobre
él—. O tal vez empiece más abajo. Cerca de tu jodida polla.
Así, ya no podrás hacer daño a más mujeres.

—Bianca… —Su voz advirtió.

Hice el disparo, dándole a Benito directamente en el muslo,


a diez centímetros de la ingle.

—Puta de mierda —gruñó.

—Ooops, fallé. —Sonreí fríamente. Quizá había perdido la


cabeza—. ¿Sabes cuál era el pasatiempo favorito de mi padre?
—pregunté, con los ojos clavados en ese hombre que
supuestamente me había dado la vida mientras me encorvaba,
clavando el cañón de la pistola en su herida. Benito era un
donante de esperma, nada más. Me mantuvo alejada de mi
madre durante años, no dejaría que me quitara también a mi
marido. Iría por nuestras hijas y por otras mujeres. Merecía
morir—. Llevarme al campo de tiro. Soy muy buen tirador. De
hecho, creo que la última vez que fallé tenía diez años. —
Entonces puse los ojos en blanco—. Y ahora. Supongo que me
falta práctica.

Algo brilló en los ojos de Benito, casi parecía un maldito


orgullo.

—Él no es tu padre.

—Pero lo fue —dije con voz tranquila, tomando una página


del libro de mi marido. Mi corazón tronaba como un maldito
pez fuera del agua, pero no importaba. Mientras yo
representara la calma.

No iba a permitir que este hombre cruel me irritara. Él era


la inmundicia de esta tierra y no merecía vivir—. Se necesita
mucho más para ser padre que simplemente producir vida.
Pero tú no lo sabrías, ¿verdad Benito?

Sus ojos oscuros, tan parecidos a los míos, me miraban


fijamente, nuestra batalla de voluntades se negaba a que
ninguno de los dos cediera.

Se rio, pero había amargura en su voz.

—Sofia nunca debió haberte alejado de mí —raspó—. Eres


mía.

Me burlé.

—No, no lo soy. Y gracias a Dios que me dejó con la abuela


y papá. —Incliné la barbilla hacia Nico. Me elevé en toda mi
estatura—. Vosotros dos, desatad a mi marido. La próxima
bala, será el fin de Benito.

—Si me disparas, traerás a toda la mafia a tu puerta —


amenazó—. Y no podrás dispararles a todos.

—Está bien —le dije con una falsa chulería—. Tendré a mi


marido, y a mis hermanos, junto con sus hombres. Puede que
descubras que no tienes tanta gente a tu espalda como
pensabas, Benito.
Jesús, realmente actué como si supiera de lo que estaba
hablando. Era todo humo.

—No lo sabes todo, hija. —Sabía que me llamaba así para


irritarme. Odiaba la idea de ser su hija. Era un verdadero
monstruo, retorcido y enfermo, que se excitaba con el dolor de
los demás—. Tengo algunas cartas bajo la manga.

No me importaba lo que tuviera que decir. Puede que


tenga algunos ases en la manga, pero Nico y sus amigos
podrían trabajar contra él. Solo quería recuperar a mi marido.
Necesitaba decirle que lo amaba, necesitaba su cuerpo junto a
mí cuando cayera dormida y cuando me despertara. A la
mierda si iba a vivir el resto de mi vida sola. Resolveríamos
nuestra mierda juntos. Criaríamos a las niñas juntos, las
mantendríamos a salvo.

—¿Qué tal un intercambio? —sugirió Benito con un brillo


que no me gustó en sus ojos—. Tú por Nico.

—No —gruñó Nico—. No lo hagas, Bianca.

—¿Qué tal una sugerencia mejor? —dije—. Dame a mi


marido y te dejo vivir. Verás, tú no llevas la voz cantante. Soy
yo quien tiene el arma.

Benito tiró la cabeza y se rio.

—Si hubieras crecido a mi lado —dijo, haciendo que se me


revolviera el estómago—. Me habrías hecho sentir orgulloso.

—Que. Te. Jodan—escupí—. Lo último que quiero es


hacerte sentir orgulloso. —Sabía que el odio ardía en mis ojos.
Quería controlarme, destruir mi verdadero yo y todo lo que
amo. Benito King era todo un retorcido. Era un misterio que
Cassio y Luca resultaran algo normales.

—Dame. A. Mi. Esposo. De vuelta —le dije—. Última


advertencia.
Bianca me hizo sentir muy orgulloso. Cuando llegáramos a
casa, la castigaría por abandonar la mansión sin decírmelo, y
luego planeaba follármela a lo bruto. Hasta que ella gritara mi
nombre tan fuerte que todo el estado lo oyera.

—Oye, suegro —llamé. Estaba pálido, con los pantalones


empapados de sangre. Mi mujer era una gran tiradora.
Tendría que tenerlo en cuenta—. Tengo una sorpresa para ti.

Busqué en mi bolsillo, ignorando el dolor punzante


recorriéndome el hombro. Saqué un trozo de papel doblado,
cargado con un chip.

—Toma, Benito. —Lo arrojé al otro lado de la habitación—.


Vladimir me vendió el acuerdo Bella para la última
generación de la familia Catalano. Ah, y te manda saludos.
Está en camino. No pude detenerlo.

El poco color que quedaba en su rostro se drenó de la cara


de Benito, y no pude evitar sonreír fríamente.

—La has cagado, Benito, al pensar que dejaría que me


quitaras a mi mujer o a nuestras hijas —dije sombríamente—.
Vladimir te dará el mismo trato que has dado a mi mujer, a mi
hermana y a la madre de Bianca.

Bianca miraba confundida a un lado y a otro, entre Benito y


yo. Alexei, Cassio y Luca estaban justo detrás de mí. Conté
con que Benito se creía más listo y cayó en su trampa.

El pánico era evidente en la cara de Benito, que corrió hacia


la puerta, cojeando como la comadreja que era. Alcancé a
agarrarlo por el cuello cuando la explosión estalló. El humo
nos envolvió y un lado del edificio se desintegró. Ignorando el
dolor, me lancé al otro lado de la habitación y cubrí el cuerpo
de Bianca. Ambos caímos al suelo.

—Mantente agachada —susurré en su oído—. Te tengo.

Cubriendo la mayor parte de su pequeño y suave cuerpo


debajo de mí, seguí murmurando tonterías en su oído.

El sonido de los disparos nos rodeó. Las balas silbaban en


el aire. Mantuve mis manos sobre su cabeza, mi boca junto a
la suya.
—Estás bien —murmuré—. Estás a salvo. —Otra explosión
sacudió el suelo, y su aliento rozó mi boca en un gemido—. Te
tengo, amor.

Nos arrastramos unos metros, metiéndola debajo de la


cama, para mantenerla fuera de la vista. Ella seguía con el
arma en la mano.

—No me dejes aquí. —Su voz tembló, su mano libre se


aferró a mi camisa.

—Nunca —juré, presionando mis labios sobre los suyos—.


Nos vamos a casa esta noche. Juntos.

Intenté quitarle la pistola, pero se aferró a ella, así que se lo


permití. Parecía saber cómo manejarla. Y si me disparaba...
bueno, que así fuera. No era como si no lo mereciera. Todo lo
que me importaba era que ella estuviera a salvo.

—Nico. —Su voz era tan tranquila, ahogada por el tiroteo.


Tenía ganas de ir a luchar, de matar a todos esos bastardos
que siquiera contemplaban la posibilidad de hacer daño a mi
mujer, pero la seguridad de Bianca era más importante.

—Sí, ¿Cara Mia?

—Si no lo conseguimos —murmuró.

—Lo haremos —le aseguré—. He traído refuerzos.

Se apretó más contra mí.


—Te amo, Nico. —Las balas se detuvieron, los disparos
cesaron y el polvo se disipó. Todo terminó tan rápido como
empezó. Pero mis oídos seguían zumbando por sus palabras.
Me separé ligeramente de ella, buscando su rostro—. Lo sé.
No tiene ningún sentido y sabiendo que Benito es mi padre
biológico.

Aplasté mi boca contra la suya para detener cualquier otra


palabra. Sus labios se amoldaron a los míos y me tragué su
gemido.

Mierda, tendría que contarle todo. Lo de la píldora, mis


maquinaciones. Pero ella me amaba. Sabía que lo
superaríamos todo. Me haría arrastrarme, pero lo haría con
gusto. Por ella. Solo por ella.

—Aquí estáis, tortolitos —dijo Luca. Presioné otro beso en


sus labios, y ella me lo devolvió. Sin embargo, Luca no la
soltó—. Tengo que deciros ambos que este no es el momento
ni el lugar para ponerse juguetones.

Le hice un gesto con el dedo corazón por encima de mi


cabeza. Bianca hizo lo mismo.

—¡Ayyyy, hermana, has herido mis sentimientos! —


ronroneó Luca.

Bianca se asomó por encima de mi hombro.

—¿Lo sabías?

—Por supuesto —intervino Cassio—. Nico, deja de joder a


mi hermana.
Exhausto, me di la vuelta y le levanté dos dedos corazón.
De pie, atraje a Bianca hacia mis brazos.

—No vuelvas a asustarme así —murmuré contra su frente,


presionando un beso allí.

Se apartó de mí y le di la distancia que necesitaba. Por


ahora. Sus ojos buscaron frenéticamente a su alrededor.

—Mi madre. —Miró hacia arriba, hacia donde el cuerpo de


su madre colgaba antes. Su cara era un amasijo de lágrimas y
polvo, su cabello oscuro enmarañado.

Sus ojos buscaron frenéticamente el cuerpo de su madre, y


en el momento en que lo vio, se precipitó hacia él sobre sus
piernas tambaleantes.

—Cara Mia, no deberías…

—Bianca, no es una visión bonita —le advirtió Cassio.

—No me importa. —Cayó de rodillas. La expresión de su


rostro era desgarradora, las lágrimas recorriéndolo.
Envolviendo sus brazos alrededor de su madre, la acercó a su
pecho. Su dolor me golpeó directamente en el mío.

—Lo siento mucho —murmuró, meciéndose adelante y


atrás con el cuerpo inerte de su madre entre sus brazos. El
dolor de Bianca se sentía como el mío propio, los dolorosos
recuerdos míos me inundaban. Hace tres años, fui yo quien
abrazó a mi hermana de esa manera—. Todo es culpa mía,
mamá.
—Bianca, amor. —Me puse de rodillas, junto a ella—. No es
tu culpa. Tu madre lo sabía.

Ella negó con la cabeza, el costado de su rostro cubierto por


la sangre y suciedad. Tenía que asegurarme que no tuviera
heridas, que estuviera bien.

—Todo es culpa mía —murmuró llorando, con su cuerpo


en constante movimiento de vaivén, como si intentara mecer a
su madre para que se durmiera.

—No, no lo es —dije con voz áspera—. Es de Benito.

Ella se detuvo al escuchar su nombre y levantó la vista, con


los ojos brillando como diamantes húmedos.

—¿Está muerto?

Desvié la mirada hacia Cassio, para verlo mirar hacia la


puerta. Seguí su mirada para ver a Vladimir saliendo por la
puerta, sujetando a Benito por el cuello y a Alexei al otro lado
de Benito. Por si acaso se escapaba.

—¡Tú! —Su voz era áspera, sus ojos llenos de furia. Dejó
suavemente el cuerpo de su madre en el suelo, como si
estuviera durmiendo, y luego se levantó—. ¡Monstruo! —Se
lanzó contra Benito, y su puño conectó con su pecho—. ¡Tú le
hiciste esto!

Me puse detrás de ella para asegurarme que no le pasara


nada. Si quería golpear a Benito, no la detendría. Diablos, la
ayudaría. El bastardo merecía una larga y dolorosa muerte.
Benito se burló.

—No, ella lo hizo —dijo—. Nunca debería haberme


ocultado a mi hija.

—¡No soy tu hija! —gritó histérica—. Eres un monstruo.

—Entonces tú también —se burló él—. La manzana no cae


lejos del árbol. No te pareces en nada a tu madre ni a su
miserable familia.

El silencio que siguió a esa declaración fue ensordecedor, y


sabía que Bianca, al igual que Cassio y Luca, odiaba el
parecido con Benito. Excepto que ninguno de ellos era él. Sí,
tenían su cabello y sus ojos oscuros, pero también lo tenían un
millón de personas más en este planeta.

Miró alrededor de la habitación y sus ojos se posaron en el


arma que había empuñado anteriormente. Había algo
mundano y demasiado insensible en la forma en que se alejó
de Benito.

—Bianca, amor…

No se detuvo. Todos la vimos caminar hacia el arma,


recogerla y regresar, sujetándola con fuerza.

—¿Unas últimas palabras, padre?

—Bianca —Tomé su rostro y la obligué a mirarme. Tristeza,


angustia y dolor se reflejaban en esos hermosos ojos. Estaba
acostumbrado a ver allí deseo, dulzura... no esto—. Si aprietas
ese gatillo, se queda contigo para siempre.
—Bianca, déjame hacerlo —intervino Cassio.

—No —protestó ella, agarrando el arma—. Suéltame, Nico.


—Joder, no quería que hiciera algo de lo que pudiera
arrepentirse. Eso la corroería el resto de su vida—. No me
arrepentiré el resto de mi vida —susurró, con los ojos
clavados en el rostro de su padre—. ¿Sabes por qué? —Ella no
esperó una respuesta—. Porque él mató a mi madre. Llevaba
veintiséis años matándola. Una bala en el cráneo es mejor de
lo que se merece, pero me conformaré.

Apuntó la pistola contra su cráneo, con la mano segura y


firme.

—¿Alguna última palabra, Benito?

—Soy tu padre —siseó, con los ojos puestos en su hija con


cierta devoción enfermiza.

Ella inclinó la cabeza como si considerara sus palabras.

—Tal vez, pero aún así habría matado al hombre que me


crio por herir a mi madre. La biología no te salvará.

Alexei y Vladimir se apartaron de la línea de fuego. Juraría


que había admiración en los ojos de ambos mientras
observaban a mi mujer.

—Púdrete en el infierno, Benito. —Su última despedida y


luego apretó el gatillo. Mi esposa mató a Benito King. Los
hombres han intentado matar a este hombre durante años y
han fracasado, incluyéndome a mí. Sin embargo, ella se paró
sobre su cuerpo y vio cómo la vida se extinguía en sus ojos.
El silencio que siguió fue ensordecedor, y a la vez el sonido
más fuerte que jamás haya escuchado. Los demás hombres
también lo sintieron. Todos permanecieron inmóviles,
observando al miembro más joven de la familia King como
una diosa de la venganza de pie sobre el cuerpo de su padre.

—Bianca, amor. Dame el arma. —Tomé suavemente su


mano y despegué sus dedos del arma—. Déjame llevarte a
casa.

Parpadeó con fuerza, con el labio inferior temblando.

—M-mamá —exhaló, el dolor en sus ojos me


rompiéndome—. No puedo dejarla.

Le entregué el arma a Cassio, sin apartar la vista de mi


mujer.

—La llevaremos a casa también. Nunca dejamos a nadie


atrás.

Asintió con la cabeza y sus ojos volvieron a mirar el


cadáver de su madre. Se acercó de nuevo a ella y la levantó.

Compartí una mirada con sus hermanos y los otros


hombres. Si el inframundo se entera que Bianca mató a
Benito, es posible que algunos querrán tomar represalias.
Marco King querría tomar represalias.

—Lo que ha pasado aquí no puede salir de esta habitación


—les dije a todos. Los suaves sollozos de Bianca sacudieron la
habitación y todos miramos hacia ella.
—Estamos de acuerdo —murmuraron todos.

—Deberíamos decir que, o bien Cassio mató a Benito —


intervino Vladimir—. O tú, Nico. Si no, se sacarán
conclusiones. Marco King está tan enfermo como Benito.
Vendrá a por ella si se entera que fue ella.

Nunca pensé que trabajaría al lado de Vladimir.

Cassio y yo compartimos una mirada. A mí no me


importaba. La lista de personas que querían a Benito muerto
era larga y yo estaba en ella. También lo estaban sus hijos
ilegítimos.

—Yo lo maté —comentó Luca—. Cassio no puede ser el


elegido. De lo contrario, algunas familias podrían dudar en
seguirlo cuando tome el mando. No puedes ser tú, Nico. Si
no, mi hermana se convierte en el objetivo. Yo le disparé.

Dos latidos. Un asentimiento brusco. Se estrecharon manos


y se forjaron más alianzas.

El equipo de limpieza ya estaba en el lugar y los hombres


se alejaron para darle espacio a Bianca.

Me acerqué a ella y la abracé. Deseaba poder arreglarlo,


traer a su madre de vuelta.

—Vamos a casa —susurré contra su cabello—. Podemos


parar en mi ático y limpiarte antes de ir a casa. Las gemelas te
necesitan.

Sus ojos brillantes se alzaron hacia los míos.


—Me has utilizado para vengarte. —Tal vez era mi miedo,
pero la acusación en su voz se sentía como una condena.

—Lo hice —confesé—. Fui un idiota ciego. Un imbécil.

Ella asintió.

—No era como si pudieras confiar en mí —susurró.

—Confío en ti, Bianca. Pero aún más, quiero protegerte.


Mantenerte a salvo, porque perderte me costaría mi cordura.

Sus ojos oscuros brillaron, nuestras miradas se cruzaron.

—Desde que te vi en el club, te deseé. Cuando descubrí que


eras la hija de Benito... joder, lo vi como una oportunidad para
tomarte como mía. Pero estabas casada. No importaba, no
podía frenar esta necesidad de ti. Planeé utilizarte a través de
la debilidad de tu marido, pero entonces escuché tu
conversación con William. Se estaba muriendo. Decidí que te
haría mía, después que tuvieras tiempo para llorar.

Sus ojos oscuros brillaban con lágrimas.

—No la salvé —murmuró, presionando su frente contra la


de su madre.

—Ella te salvó. —La rodeé con mis brazos—. Como tu


harías lo que fuera necesario para salvar a tus hijas. Y yo haría
cualquier cosa para salvarlas a las tres. Porque ella te amaba.
Y yo te amo a ti.
Sus ojos manchados de lágrimas se encontraron con los
míos.

—¿De verdad?

—Te amo, Bianca Morrelli. Siempre y para siempre. —Un


suave jadeo y sus ojos brillaron como diamantes—. Eres mi
aliento, mi vida, mi todo. Tú y las niñas —carraspeé,
esperando que ella confiara en mí en esto—. Joder, te amo
para siempre. Hasta mi último aliento, tú lo eres todo para mí.
Quiero criar a nuestra familia juntos, amarte como te mereces.
Y matar a cualquiera que se atreva a mirar a nuestra familia
de forma equivocada.

Sus ojos bajaron hacia su madre.

—Ella no quería que me casara con la mafia.

—No puedo culparla —le dije—. Y si eso es lo que quieres,


te lo prepararé. Pero déjame hacerlo de la manera correcta.
Para que tú y las niñas estéis a salvo.

—¿Me dejarías ir?

Algo en mi pecho se quebró ante la idea de dejarla ir. No


sabía si sobreviviría, pero si eso la hacía feliz, la dejaría ir. Más
que nada en el mundo, quería verla feliz.

—Joder, Bianca, no quiero dejarte ir —dije—. Pero si eso te


hace feliz, lo haré. Solo déjame hacerlo de la manera correcta.
—La ayudé a bajar el cuerpo de su madre—. Déjala descansar
en paz. Ella querría que fueras feliz y estuvieras a salvo.
La puse en pie y asentí a Bear. Estaba golpeado, pero se
negaba a ser enviado a casa. Quería que esto terminara.
Levantó el cuerpo como si levantara a un niño y salió con ella.

—Esperaremos fuera —murmuraron Cassio y Luca en la


puerta, dejándonos solos en medio del caos.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, pero ¿qué parte en concreto?

—¿Me amas?

—Joder, sí, te amo. —Mis labios se estrellaron contra los


suyos—. Pero quiero más tu felicidad.

Su cuerpo se presionó contra el mío, sus pequeñas manos


rodearon mi torso.

—También te amo. Tanto, maldita sea. —Enterró su cabeza


en mi pecho, justo donde latía mi corazón que le pertenecía—.
Todo ha sucedido tan rápido. Solo quiero que nos
conozcamos. —Me tensé ante eso—. No, no como una
repetición, Nico. Pero para conocernos más que solo en el
dormitorio. Porque quiero esta conexión contigo para toda la
vida.

Mi contención desapareció y mi boca se aferró a sus labios.

—Estoy contigo de por vida. Para siempre.

Todo lo que necesitaba era ella.


Un año después

El bautizo del recién nacido de Luciano transcurrió sin


sobresaltos. Los ojos de mi mujer brillaban de emoción, su
cuerpo se apoyaba en el mío. Estaba prácticamente en mi
regazo, tal y como yo lo prefería. Nuestros hijos de tres meses
estaban profundamente dormidos, uno en los brazos de
Bianca y el otro en los de mi madre, sentada a nuestro lado.

Las niñas se sentaron con Luca y Matteo, mientras nosotros


nos quedamos en la parte de atrás, con el cochecito doble.

No pensé que fuera posible ser tan jodidamente feliz. Sin


embargo, lo era. Mis ojos se detuvieron en mi mujer y mi hijo,
y luego en mi madre que sostenía a mi otro hijo. Teníamos
gemelos. El mundo era tan jodidamente bueno que tenía
miedo que alguien lo jodiera. Que me lo quitara todo.

Me asustó lo mucho que tenía que perder. Pero eso era algo
bueno, porque significaba que teníamos algo valioso. Algo
increíble.

Bianca se movió, se inclinó más hacia mí y accidentalmente


golpeó contra mi polla. Fue todo lo que necesitó mi mujer
para ponerme duro. Gemí suavemente y su cara se volvió
hacia mí con una expresión inocente, pero sus ojos la
delataron. Centelleaban con picardía.

—¿Qué te pasa, esposo? —preguntó en voz baja mientras el


sacerdote daba sus bendiciones a la pequeña de Luciano.

—¿Estás tratando de atormentarme? —susurré suavemente


contra su oído.

Volvió a mover su cuerpo, rozando mi erección.

—En absoluto —ronroneó—. Solo me estoy desquitando


por haber sido un marido astuto y haber cambiado mis
píldoras anticonceptivas por vitaminas. Vitaminas prenatales.

Sí, enfureció cuando lo descubrió. Nunca había visto a una


mujer pasar de la alegría exagerada de saber que estaba
embarazada a la rabia asesina por mis jodidas maneras.

Mordí suavemente el lóbulo de su oreja.


—Pero mira lo que tenemos —murmuré—. Ahora tenemos
cuatro hermosos niños.

Su boca buscó la mía y la tomé con avidez. Nunca tendría


suficiente de ella.

—¿Quieres más hijos? —susurró contra mis labios.

—Joder, sí. —Sospechaba que tendríamos una familia


numerosa, sobre todo teniendo en cuenta que no podía
apartar las manos de mi mujer—. Pero primero tienes que
recuperarte.

—Así que se acabó el cambiar mis pastillas —se burló.

—No más —prometí—. Me dices cuando estés lista.

Acurrucó su cara en el pliegue de mi cuello, con nuestro


bebé arrullando en sus brazos. Algunos días, sentía que mi
pecho iba a explotar. Explotar por todo el amor y felicidad.

—No volveré a tomar la píldora —murmuró por lo bajo


contra mi cuello—. Si sucede, bene. Si no sucede, también está
bien. —Levantó la cabeza, nuestros ojos se conectaron y yo
asentí en señal de reconocimiento. Su lengua recorrió
ligeramente mis labios—. Podría poner al bebé en el cochecito
y pedirle a Nancy que vigile a los niños. —Mi polla se
endureció ante su propuesta—. Y podríamos comenzar hoy
mismo. —Su voz era un suave susurro. Dios, amaba tanto a
esta mujer. Me había dado su boca mientras se recuperaba,
pero me sentía como un bastardo tomándola. Follar la boca de
mi mujer era el cielo, pero nada comparado con su coño—.
Quiero inspeccionar tu nuevo tatuaje —ronroneó—. Me pone
tan caliente.

Cogí al bebé de sus brazos con cuidado, me levanté de mi


asiento y puse a nuestro pequeño Dominico en el cochecito.
Ni siquiera se movió. Era un niño de mamá y también dormía
como ella.

—Nancy —llamó Bianca en un tono bajo—. Nico quiere


ver... —Buscó a tientas una excusa—. Unas flores. —Reprimí
una risa ahogada. Jamás estaría mirando unas malditas
flores—. ¿Puedes vigilar a los niños, por favor?

Se sonrojó y fue suficiente para que mi madre supiera de


qué se trataba. Los ojos de mi mujer se dirigieron a nuestras
hijas, que seguían pegadas a sus tíos.

—Por supuesto. —Mi madre no se dejó engañar, sus ojos


centellearon divertidos. Parecía más joven y feliz de lo que yo
recordaba. Nicoletta seguía siendo una sombra oscura y
sombría, y su pérdida nunca se curaría del todo, pero todos
aprendimos a vivir con ella y a valorar nuestro presente.
Nuestra familia no tenía precio.

—Vamos a ver las flores. —Bianca me arrastró de la mano


hacia el lado opuesto del jardín.

En el momento en que salimos del alcance del oído, me reí.

—¿Flores? Será mejor que dejes de mentirme, Cara Mia.

—Lo que sea.


Estábamos junto a la entrada del invernadero del Sr. Vitale,
el padre de Luciano, e insté a mi mujer a entrar en él. Estaría
vacío, y no había cámaras allí dentro. Tenía hambre de ella,
pero mataría a cualquier hombre que viera la felicidad en su
cara mientras llegaba al orgasmo. Eso era todo mío y solo mío.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de nosotros,
alcancé su trasero y la levanté, con sus piernas envueltas
alrededor de mi cintura.

Ella estrelló su boca contra la mía. Esta ansia por ella, su


hambre, nunca se disminuyó. Crecía cada día, llenando todos
los espacios vacíos de mi corazón. La amaba más con cada día
que pasaba. Ella y nuestra familia lo eran todo para mí.
Quemaría este mundo para mantenerlas protegidas.

Rompí nuestro beso y busqué sus ojos.

—Te amo, Nico —murmuró suavemente. Me encantaba


escuchar esas palabras de mi mujer. Nunca me cansaría de
ellas—. Tanto, que a veces me asusta.

—A mí también —admití—. Quiero tatuar tu nombre en el


corazón de mi pecho. Tú eres mía y yo soy tuyo. Para
siempre. Nada me alejará de ti.

Puse mi mano alrededor de su cuello, justo sobre su


frenético pulso y, como siempre, se inclinó hacia mi toque.
Golpeé mi boca contra la suya y ella me devolvió el beso.

—Tuya —murmuró contra mis labios—. Te necesito ahora.


Presionándola contra la dura pared y mis caderas, me abrí
la parte delantera del pantalón y aparté sus bragas. Nuestras
bocas volvieron a colisionar, hambrientas, mientras la
penetraba de una sola vez. Dios, siempre era increíble con
ella. Cada vez era increíble y diferente. Me volvería loco sin
ella.

—Te amo, Nico —gritó contra mis labios.

—Te amo.

Este amor por ella era más fuerte que todo lo que había
sentido. La penetré con fuerza, incapaz de controlar mi deseo.
La follé con fuerza, como no lo había hecho esta mañana, ni
anoche, ni la noche anterior. Sus músculos internos se
apretaron alrededor de mi polla, y supe que estaba cerca.

—¡Vente para mí! —rugí, mi propio orgasmo subiendo por


mi columna—. Córrete para mí, Bianca.

—Joder —respiró contra mis labios. Se tensó y luego su


coño se convulsionó alrededor de mi polla mientras se corría,
estremeciéndose y mi nombre en sus labios. Mi propio
orgasmo me llevó en espiral al olvido, donde no había nada,
solo nosotros dos.
Treinta minutos después, ambos estábamos limpios y de
regreso a la fiesta. Bianca estaba junto a Cassio y Grace,
sosteniendo a la pequeña Francesca. Le encantaban los niños,
y arrullaba a la niña como a nuestros hijos.

—Papi, papi. —La voz de Hannah me hizo apartar la


mirada de mi mujer. Mi hija corrió hacia mí con una mirada
seria. Se me derretían las malditas entrañas cada vez que las
niñas me llamaban papá. Sospechaba que ellas también lo
sabían y lo utilizaban para salirse con la suya. Luciano y
Cassio me molestaban todo el tiempo, aunque no eran
mejores.

Me incliné hasta la altura de sus ojos. Sus ojos azules, tan


parecidos a los de su abuela, brillaban de emoción.

—¿Sí, princesa?

Me cogió la mano y miró a Luciano, que estaba a mi lado.

—Sr. Vitale, es bueno que esté aquí.

Él también agachó la cabeza, tratando de contener su


sonrisa. A Hannah siempre se le ocurrían las cosas más raras
para decir o hacer. Su lógica rivalizaba con la de su madre, de
la mejor manera posible.

—¿Cómo es eso? —le preguntó él, manteniendo la voz


uniforme mientras su labio se movía.

—Matteo se va a casar conmigo —chilló. Luego saltó como


si acabara de recibir la propuesta del siglo. Luciano y yo
compartimos una mirada divertida.
—Vaya, princesa. —Sonrió Luciano—. Es un gran
movimiento. ¿Estás preparada?

Ella asintió con entusiasmo.

—Sí, aprenderé a hacer helados como mami. Justo como le


gusta. Y me va a comprar un bonito anillo. Como el que le
regaló papi a mami.

Me reí. A Hannah le cautivaba todo lo brillante. A


diferencia de Arianna, que prefería pasar el tiempo dibujando
y pintando.

—No creo que a mami le haga gracia que te cases tan joven
—le dije.

Hannah se burló.

—Arianna dijo que la distraería.

Tanto Luciano como yo echamos la cabeza hacia atrás y nos


reímos.

—De acuerdo, Hannah —le dije—. Pero primero


esperaremos unos veinte años más o menos.

Ella frunció el ceño.

—¿No es mucho tiempo?

—No tanto.

Se mordió el labio inferior, pensando en ello por un


momento. El movimiento me recordó a su madre.
—De acuerdo entonces —aceptó—. Papi, ¿puedes
comprarme el vestido de princesa más bonito? —Agitó sus
pestañas—. Quiero que a Matteo le guste mi vestido y me
compre el anillo más bonito.

Sin esperar respuesta, porque sabía que obtendría lo que


pidiera, se fue gritando.

—Han dicho que sí.

Me levanté, sacudiendo la cabeza.

—Dile a tu hijo que no toque a mi hija.

Luciano sonrió.

—No puedo evitar que mi hijo sea irresistible para las


damas.

—Solo recuerda que tienes una hija, y yo tengo dos hijos.

—Cretino —murmuró, aunque sonriendo—. Tendré una


charla con mi hijo.

—Y yo hablaré con mis hijos —anuncié, sonriendo—.


Cuando dejen los pañales.

Las manos de Bianca me rodearon.

—¿De qué vamos a hablar con nuestros hijos?

La puse frente a mí y la rodeé con mis brazos.

—Sobre las mujeres y cómo tratarlas, y amarlas para


siempre. Como yo te amo a ti.
Su rostro se suavizó.

—Ayyy, yo también te amo. Y estoy tan feliz que me


obligaras a casarme contigo. A pesar de todo. —Su boca se
acercó a la mía, pero se detuvo a centímetros de ella—. Si le
das alguna idea a nuestros hijos sobre matrimonios forzados o
arreglados, o intercambio de píldoras, la oferta de Sasha y
Luca de sacarte sigue en pie, ya sabes.

—Me extrañarías, Cara Mia.

—Lo haría —murmuró ella. Su cuerpo se apretó contra el


mío—. Porque tú, Nico Morrelli, eres mi destino.
Cassio King.

Mi salvador.

Mi enemigo.

El hombre acechaba en las


sombras de mis sueños. Se
suponía que se casaría con mi
prima.

Sin embargo, aquí estaba yo...


conversando en su lugar.

He odiado a la familia King


desde que tengo memoria.
Ciertas cosas eran imperdonables. Pero había más en Cassio
de lo que se veía.

¿Podría encontrar mi felicidad para siempre y vengar el daño


que su familia nos había hecho a mí y a mi padre?
Hace nueve años

—¿Dónde diablos está, Cassio?

Luca, mi hermano, estaba cansado. No podía culparlo.


Normalmente no hacíamos favores a los irlandeses ni a la
Bratva. Pero este parecía importante para Callahan y el hecho
que acudiera a mí suplicando el favor lo decía todo. Digamos
que tener al jefe de los irlandeses debiéndome un favor no
tendría precio. Y mi hermano y yo necesitaríamos que nos
devolvieran el favor cualquier día. Necesitábamos alianzas si
queríamos hacernos más fuertes, y este parecía un buen lugar
para comenzar.
Nuestro padre, Benito King, podía decidir de un momento
a otro que ya no nos necesitaba. No me hacía ilusiones que no
nos eliminaría sin pensarlo dos veces. Después de todo, no
sería la primera vez.

Mantén a tus amigos cerca. Pero mantén a tus enemigos aún más
cerca. El dicho favorito de mi nonno13. Fue solo gracias a él
que Luca y yo sobrevivimos. Luca era todavía un niño la
primera vez que mi padre intentó matarnos. El codicioso
bastardo pensó que Nonno le daría un pase libre a sus
recursos en Italia.

No contaba con que Nico Morrelli mataría a su explorador


y me ayudaría a matar al resto de los hombres que envió tras
de mí. Fue el año en que las cosas comenzaron a cambiar para
mí. Forjé amistades con hombres que se convirtieron en
amigos para toda la vida. Luciano y yo crecimos juntos, pero
Nico y Alessio nos hicieron aún más fuertes. Raphael Santos y
Alexei Nikolaev encajaron en nuestra misión. Un día,
quemaríamos este maldito negocio de tráfico de carne hasta
los cimientos y a mi padre junto con él. Sin embargo, para
tener éxito, tendríamos que hacer alianzas con la Bratva, los
irlandeses, los italianos, el Cartel... todos ellos. Sin saberlo,
Callahan abrió una oportunidad. Mientras todos nos
opongamos a comerciar con mujeres como si fueran ganado.

—¿Estás seguro que esto no es una trampa? —siseó Luca.


No podía culparlo por estar paranoico. Tener a Benito como
padre te hacía eso.

13 Nonno; abuelo en italiano.


—Sí —respondí con una mueca; aunque, a decir verdad, no
tenía nada en qué basarme. Excepto mi intuición. Pero no
podía decírselo a Luca. Se pondría furioso.

Luca era solo cinco años más joven que yo, pero la
paciencia no era para nada su virtud. Y el instinto no era algo
en lo que confiara. A los veinticinco años, Luca era casi tan
alto y fuerte como yo. Ambos éramos asesinos a sueldo,
normalmente enviados a eliminar personas. Esta misión, a
diferencia de las anteriores, era para rescatar, no para matar.
Eso lo ponía nervioso.

El tiempo se nos estaba acabando. Nuestro helicóptero no


nos esperaría eternamente. Este debía ser un trabajo de entrar
y salir. El terreno elevado hacía difícil aterrizar en la cadena
montañosa del Monte Ararat. Fue la razón por la que no
pudimos emboscar a estos bastardos y tuvimos que entrar por
el helicóptero.

Este territorio de Turquía, casi en la frontera con Armenia,


era bastante anárquico. Se utilizaba como centro de transporte
entre Asia, África y Europa para el tráfico de mujeres. Yo lo
sabría; mi padre participaba en esa mierda.

Los ojos de Luca se movieron, esperando una emboscada.


Escuchamos gritos fuera, nuestros chicos los mantenían
distraídos para que pudiéramos colarnos. Era mediados de
mayo, pero aquí hacía un calor de mil demonios y el calor
multiplicaba por diez el hedor de este lugar.
Los sonidos de llantos y gritos viajaban por los túneles, la
repugnancia y la ira hirviendo en mi sangre. No había duda
que todos esos sonidos eran de mujeres atrapadas. Todos los
que estábamos en el mundo del hampa éramos pecadores,
pero hacía falta una clase especial de bajeza para adentrarse
en el tráfico de personas. Que mi propia familia participara en
esa clase de mierda me hizo sentir un tipo especial de bajeza
también.

—Este lugar me enferma —gruñó Luca. Ditto14, pensé en


silencio.

Luca no me cuestionó cuando le dije que había aceptado


este encargo, pero sabía que le parecía una estupidez trabajar
con los irlandeses. Yo no lo creía. El viejo, Callahan, estaba
demasiado afectado cuando pidió ayuda. Ni siquiera estaba
seguro qué me había poseído para aceptarlo. No era como si
los Callahan fueran nuestros amigos. Había una reticente
tregua entre su familia y la nuestra, y odiaban a todos los
miembros de los King, independientemente de si
trabajábamos con o contra Benito. Era arriesgado hacer esto,
pero la ventaja que nos daría valía la pena.

La verdad es que me picaba la curiosidad de saber por qué


a un hombre como él le importaba una chica secuestrada. No
me dio mucho. No podía ser un miembro de su familia. No
tenía hijos propios. Sus sobrinos no tenían hijos y su sobrina
era demasiado mayor para cumplir el requisito. La

14 Ditto; ídem, lo mismo …en italiano.


descripción que proporcionó no se parecía en nada a Margaret
Callahan.

Pronto lo descubriré, pensé.

Callahan estaba tan desesperado por salvarla que me


prometió una deuda desconocida... a pagar cuando yo
decidiera. Fuera quien fuera esta chica, era valiosa para él.

Los gemidos de las mujeres venían del final del túnel, y me


costó todo lo que tenía no seguirla para poder ayudarlas. Pero
teníamos una misión, rescatar a la chica y llevarla de vuelta
sana y salva. Una vez que eso sucediera, Luca y yo
volveríamos. Sin hacer preguntas. No podíamos fingir que
habíamos hecho nuestra parte y seguir adelante como si no
hubiera mujeres aquí.

—¿Es esta la celda? —preguntó Luca, trayendo mi atención


a esta situación. Recorrí la zona con la mirada y eché un
vistazo al plano. Sí, era aquí. Nuestra información indicaba
que ella estaría en esta celda y no había nadie aquí. Irse sin
ella, viva o muerta, no era una opción. Callahan fue claro...
pagaría la deuda solo si traíamos a la chica de vuelta a casa.
Sin importar el estado en que estuviera.

Un chico joven, de unos quince años, apareció por la


esquina y tanto Luca como yo lo apuntamos con las armas.

—¿Buscas a la chica? ¿Fuego en su cabello? —preguntó en


un inglés pobre—. ¿inglés?
Interesante descripción, pensé. Callahan dio una descripción
básica, chica de catorce años, cabello rojo, ojos azules y una
marca de nacimiento en la parte superior del hombro
izquierdo. Marca de nacimiento en forma de mariposa.

—¿Dónde está? —escupió Luca—. Será mejor que hables,


antes que te vuele los putos sesos.

—Tranquilo, Luca —calmé a mi hermano. Era solo un niño,


aunque llevaba una escopeta colgada al hombro. Este mundo
era diferente al nuestro—. ¿Puedes indicarnos dónde está la
chica... la que tiene fuego en el cabello?

Nos miró con recelo y mantuve mis ojos firmes en él. El


peligro se presenta en todas las formas y tamaños. No
podíamos permitirnos el lujo de bajar la guardia, pero
tampoco íbamos a ser de gatillo fácil.

—Sigue —respondió y se giró para ir por el pasillo de la


izquierda.

—Puede ser una trampa —afirmó Luca lo evidente en voz


baja.

Teníamos dos opciones. O irnos con las manos vacías o


seguir la pista. Algo me empujaba a seguir, a encontrar a la
chica. No estaba seguro de lo que era, pero casi sentía que mi
vida dependía de ello. Me burlé de eso. Era más bien que
quería cosechar los beneficios chantajeando a Callahan con
una deuda indefinida.
Lo seguí, con el sonido de las maldiciones de Luca detrás
de mí mientras él también lo seguía. Caminamos por pasillos
oscuros. Ambos mantuvimos los ojos y todos los sentidos en
alerta. No nos serviría de nada tener a Callahan en una deuda
para siempre si estábamos muertos.

Finalmente, el chico se detuvo y señaló con la cabeza hacia


la puerta. Me acerqué con cuidado y miré a través de los
pequeños barrotes de hierro que había encima de la puerta de
madera.

¡Santa mierda!

Eso fue lo primero que pensé cuando vi a una joven


agachada en un rincón de la habitación, meciéndose de un
lado a otro. Con las rodillas apretadas contra el pecho, los
brazos rodeando las piernas y el rostro enterrado entre ellas,
se mecía como si tratara de tranquilizarse. No podía verle la
cara, pero ahora entendía por qué el chico la llamaba chica
con fuego en el cabello. Una abundancia de rizos rojos
ocultaba su rostro, los colores del ardiente atardecer y de las
llamas. Igual que el fuego.

Parecía frágil. Callahan dijo que tenía catorce años, pero era
difícil saberlo. Incluso desde aquí, podía ver que sus piernas
estaban cubiertas de feos cardenales.

—¿Puedes abrir la puerta? —le pregunté al chico.

Luca seguía con el arma apuntando hacia él, por si


intentaba alguna estupidez. Los ojos del chico se dirigieron a
la pared junto a la puerta, y yo seguí su mirada. Había una
llave colgada, y sin dudarlo, la cogí y metí la anticuada llave
en la cerradura. La puerta era de madera pesada,
probablemente de hace cien años. No estaba pensada para
retener a los soldados, sino a las niñas, que no podrían
atravesarla.

En cuanto sonó la cerradura, todo el cuerpo de la niña se


sobresaltó y su cabeza se levantó.

—Jesús, jodido Cristo. —La voz furiosa de Luca llegó a mi


espalda.

Tenía la cara manchada de sangre, un gran corte en la sien,


el labio partido y un moretón en la mejilla derecha. ¿Qué
demonios le habían hecho? Parecía que la habían golpeado
mucho. La furia y la rabia hervían en mi interior, pero la
controlé para asegurarme de no asustarla.

En el momento en que sus ojos conectaron con los míos,


todo el oxígeno me abandonó. Era solo una niña, pero sus
ojos... esos impresionantes y magullados ojos azules
dominaban su rostro en forma de corazón. Había tanto dolor
en ellos, que mi corazón se contrajo. He visto la muerte, he
matado a una buena cantidad de hombres, he causado dolor y
destrucción a muchos de ellos, pero nada había llegado a mi
ennegrecido corazón. La mirada de dolor en los ojos de esta
chica casi me hizo caer de rodillas.

Me miraba con recelo... con resignación. Era una maldita


niña. ¿Qué le han hecho?
—Estamos aquí para ayudarte —hablé en voz baja—. Soy
Cassio. Este es mi hermano Luca. —Sus ojos permanecieron
fijos en mí, inmóviles. No se fiaba de nosotros—. Nos envía
Callahan.

No hay reconocimiento, no hay movimiento.

—Hemos venido a llevarte a casa.

Me acerqué lentamente con cada palabra.

Su lengua pasó por el corte del labio inferior y luego se


mordió el labio con fuerza, haciendo que la sangre corriera
por su barbilla. No aflojó la mordida y me preocupó que se
arrancara el labio.

—No quiero ver más. —Su voz era ronca, como si le doliera
hablar—. P-por favor, no me obligues.

No tenía idea de lo que estaba hablando. Tragué con fuerza


y las emociones que nunca había sentido antes amenazaron
con salir a la superficie. Esa debería haber sido mi primera
pista. Mi corazón nunca se conmovía. Por nadie. Era un
asesino frío como una piedra, implacable con mis enemigos y
frío con todos los demás.

Después de todo, era la razón por la que los bajos fondos


nos temían a mí y a mi hermano. Traicióname una vez y
estarás muerto. Nada de esa mierda de segundas
oportunidades. Ese tipo de sentimientos hace que te maten.
—Te vamos a llevar a casa —dije con firmeza, empujando
lo que sentía en mi corazón por esta chica a un segundo
plano. Tuve que recordarme que suave no es que fuera.

No se movió y di otro paso hacia ella.

—Quiero a mi madre —murmuró, sus charcos oceánicos


tentándome a ahogarme en ellos. Una parte de mi corazón se
rompió ante su admisión. Ningún niño debería pasar por algo
así. Luca y yo soportamos las palizas de nuestro padre y
vimos la crueldad desde una edad temprana. Estábamos
acostumbrados a ello, esta chica no.

Maldita sea, no necesitaba esto ahora.

—Ella también te quiere a ti. —Mantuve mi voz baja y


suave—. Te llevaremos a casa. ¿Puedes caminar?

Metí la mano en el bolsillo y saqué una piruleta. Era una


costumbre de la que me costaba deshacerme. Cuando Luca y
yo éramos niños, si nuestro padre decidía pegarnos, era lo
único que hacía que Luca se sintiera mejor, así que siempre
tenía una a la mano. Extendí mi mano con ella, y sus ojos
observaron mi mano extendida y la piruleta como si tuviera
miedo que, si la alcanzaba, desapareciera.

—Está bien —la animé. Realmente teníamos que ponernos


en marcha, pero no quería causarle más dolor ni asustarla
levantándola sin su consentimiento. Dios sabía por lo que
había pasado aquí—. Toma mi mano.
Extendió la mano, con la muñeca en un ángulo extraño que
me indicaba que estaba rota. Su mano temblaba mucho
cuando, lenta y dolorosamente, alcanzó la mía. Vi que
también tenía hematomas azules y violáceos por todo el
brazo. Apreté los dientes para evitar que las maldiciones
salieran de mis labios. Lo último que necesitaba era también
mi furia. Aunque la moderé, ella percibió mi rabia, porque su
brazo vaciló y el miedo brilló en sus grandes ojos.

Cerré la brecha y nuestros dedos se tocaron.

—Vamos a casa con tu madre.

Ella jadeó suavemente, sorprendida.

—Te sientes real —susurró, con la voz temblorosa. Cogió la


piruleta, pero pude ver el dolor que cruzó sus facciones al
cogerla.

—Así es —le dije—. Te sacaremos de aquí.

La ira se apoderó de Luca, pero agradecí que mantuviera


sus emociones a raya. Esta niña necesitaba que la sacáramos
de allí, no que hiciéramos llover nuestra venganza sobre estos
imbéciles. Aunque me aseguraría de regresar y quemar este
lugar.

Puso su pequeña mano cubierta de sangre en la mía y la


rodeé con los dedos. Una ligera mueca de dolor cruzó su
rostro y me maldije por no haber sido más cuidadoso.

—¿Puedes levantarte? —le pregunté.


Fue a moverse con las piernas apretadas contra el pecho y
lentamente las estiró sobre la pequeña cama de la esquina.
Noté marcas de látigo en sus piernas y me sentí sacudir de
rabia. Como si ella lo sintiera, esos hermosos ojos azules como
lagunas se alzaron hacia mí.

—Lo estás haciendo bien —la tranquilicé, forzando una


sonrisa.

Haciendo un gesto de dolor, se levantó y el dolor cruzó su


rostro. Estaba herida, muy herida. No sería capaz de caminar,
y menos aún de salir corriendo de aquí.

Luca y yo nos miramos fijamente, y ambos pensamos


exactamente lo mismo.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté, manteniendo un tono


suave. No estaba seguro de haberlo conseguido.
Sinceramente, no recordaba la última vez que utilicé un tono
calmado y tranquilizador con alguien. Probablemente con mi
hermano cuando éramos niños, pero de eso hace mucho
tiempo.

Sus ojos se volvieron a girar con recelo y me pregunté qué


estaría pensando.

—¿Mi madre no te dijo mi nombre?

Fue la primera vez que detecté un ligero acento en sus


palabras. Fruncí el ceño. Era británico. Callahan nunca había
puesto un pie fuera de Estados Unidos. ¿Quién era esta chica?
—Nunca conocí a tu madre —expliqué. No fue su madre
quien me contrató. Mi sexto sentido me decía que ella no
conocía a Callahan—. Un amigo común de ella y mío me
pidió ayuda.

Aunque no tenía idea de por qué. Callahan y yo no éramos


exactamente amigos. Algo en esta chica me resultaba familiar,
pero no podía precisarlo. Era difícil pensar viendo el estado
tan golpeado en el que se encontraba. Quería castigar a todos
los que le habían causado ese dolor, sin importar que ella no
fuera nada para mí.

—Butterfly15 —comencé. Genial, ya le puse un apodo—. Mi


hermano, Luca, te cargará para que podamos salir de aquí
rápido. —Yo tenía mejor puntería, así que tendría que llevarla
él.

—No —gimió ella. Todo su cuerpo comenzó a temblar, sus


ojos grandes, asustados y sus dedos apretaron los míos con
fuerza, aunque estaba seguro que eso le causaba dolor. La
piruleta se deslizó hasta el suelo, pero ella no le prestó
atención.

—No puedes caminar así. —Intenté tranquilizarla.

—Llévala tú —sugirió Luca en voz baja—. Ya la tienes,


levántala y larguémonos de aquí.

Tenía razón. Me sorprendió que no hubiera ya hombres


pululando por este lugar. Sin decir nada más, cogí la piruleta

15 Mariposa en español.
del suelo y la subí a mis brazos sin esfuerzo. Apenas pesaba
nada. Supe que el movimiento la lastimó incluso antes que el
gemido saliera de sus labios.

—Lo siento —le dije con voz tranquilizadora—. Sé que


duele. Cuando estemos a salvo, conseguiremos un médico.

Ella cerró los ojos, con la respiración ligeramente agitada.

—Te tengo —murmuré en voz baja, asegurándome de


tener bien agarrada el arma y de poder maniobrar con la
mano derecha con ella en brazos.

—¿Hay otra salida? —preguntó Luca al chico—.


Muéstrame una salida y te daré dólares americanos.

Asintió con la cabeza y, en lugar de volver por donde


habíamos venido, seguimos por el pasillo de la cueva. Le pedí
a Dios que este chico cumpliera, de lo contrario estaríamos
todos muertos. De repente, salir de aquí con vida significaba
más que nunca. Esta chica merecía vivir.

Fiel a la palabra del chico, encontramos una salida.

—Dale al chico el dinero que le prometiste —le dije a Luca.


Diablos, si tuviera toda mi cuenta bancaria a disposición
ahora mismo, se la daría a este chico.

Luca le entregó un rollo de billetes de cien dólares.

—No deberías volver allí, chico —le dijo. No estaba seguro


de si lo haría o no.
—Vamos. —Ambos comenzamos a correr.

Miré hacia abajo, al pequeño cuerpo en mis brazos,


cubierto de sangre y magulladuras. Sus ojos seguían cerrados,
como si esperara que todo desapareciera. Luca la miró varias
veces, con los labios apretados en una fina línea. La chica aún
llevaba el uniforme del colegio.

¿Cuánto tiempo llevaba aquí? Recordaba que Callahan había


dicho que llevaba una semana desaparecida, pero esta chica
parecía haber sido golpeada durante un mes seguido.

—Aquí está. —El helicóptero todavía estaba aquí, gracias a


Dios.

Aceleramos corriendo.

—Justo a tiempo —gritó el copiloto—. Esos bastardos nos


estaban disparando.

—Gracias por esperar —le dije. Probablemente nos salvó la


vida a todos por la espera—. Vamos.

Sus ojos se desviaron hacia la chica en mis brazos, haciendo


un inventario de su estado.

—Jodidos bastardos enfermos —murmuró con furia.

Tendría que haberla sentado y abrochado en su propio


asiento, pero temblaba tanto que no tenía fuerzas para
hacerlo. Así que nos abroché juntos. ¿Tal vez iba a por el
premio al mejor cuidador del siglo? Joder, si lo sabía, pero
nunca nadie había sacado esa capacidad de protección dentro
de mí. Era muy protector con mi hermano pequeño, pero eso
ni siquiera arañaba la superficie de este sentimiento.

El piloto miró hacia atrás y vio que violábamos la


seguridad al sentarnos juntos, pero en el momento en que sus
ojos viajaron sobre ella, se quedó callado.

—¿La hija del Primer Ministro? —preguntó, con la sorpresa


coloreando su voz y la incredulidad en sus ojos.

¡Eso es!

No es de extrañar que me resultara familiar. Era la niña


mimada de Gran Bretaña, una pequeña celebridad en los
círculos políticos y sociales. Había aparecido mucho en las
noticias de Estados Unidos. Su madre era hija de una antigua
familia política vinculada a la mafia irlandesa. Apuesto a que
fue así como surgió esta misión de rescate.

—Butterfly, ¿puedo revisarte el hombro? —le pregunté en


voz baja. Callahan no me dio mucha descripción, pero la
marca de nacimiento de la mariposa era una clara designación
de nuestro objetivo de rescate. Me avergüenzo de no haberlo
comprobado antes. Esto era lo mucho que me sacudió.

Me miró a los ojos y de nuevo sentí que el oxígeno se me


escapaba de los pulmones. ¿Cómo me estaba haciendo esto?
Asintiendo con la cabeza, desabroché solo el botón superior
de lo que solía ser una blusa blanca de su uniforme y me
asomé a la parte posterior de su hombro. Sí, allí había una
marca de nacimiento en forma de mariposa.
—Gracias. —El hecho que me dejara hacer eso me decía
mucho. O bien confiaba mucho en mí o me temía mucho.
Ninguna de las dos cosas era buena. Volví a abrocharle la
camisa y la abracé con fuerza mientras dejábamos atrás aquel
desdichado lugar.

En cuanto el helicóptero aterrizó veinte minutos más tarde,


nos dirigimos hacia el lujoso avión privado que nos esperaba.
Callahan envió un mensaje hace dos días pidiendo permiso
para esperar con la madre de la niña en mi avión. Llevamos
dos días en el campo, estudiando los entresijos de ese puto
agujero y el horario de los guardias.

Joder, eso debería haber sido mi pista para saber que esta
chica era importante. Callahan nunca salía de Estados Unidos
y ahora estaba en Oriente Medio con la madre de esta chica.
¿Cuál era la historia aquí?

Mientras bajaba las escaleras con la niña en brazos, la


esposa del Primer Ministro salió a nuestro encuentro.

—Mi niña —exclamó, con sus manos temblorosas tratando


de alcanzarla. Su madre estaba pálida, con el terror escrito en
su rostro. Imaginé que los días y las noches desde el secuestro
de su hija fueron una pesadilla. Recordé las historias de los
varios abortos espontáneos que se publicaron en los tabloides
antes que finalmente tuvieran una hija. Áine era su única hija.

Su hija no se parecía en nada a su madre. Su madre tenía


más de cuarenta años, el cabello y los ojos oscuros y la piel de
tono oliva. En realidad, recordando la imagen del Primer
Ministro, esta niña tampoco se parecía en nada a su padre.

Callahan apareció en la puerta del avión, con los ojos


puestos en las dos mujeres. Su rostro era una máscara
inmóvil, aunque detecté que la ira bullía debajo de todo ello.
Se encontró con mis ojos y asintió. El reconocimiento de su
deuda.

No me extraña que no tuviera reparos en la deuda


indefinida. El Primer Ministro le debería un importante favor,
probablemente toda una vida de favores, por esto.

—Cariño —susurró, las lágrimas cayendo por su rostro.


Sus dedos recorrieron el rostro magullado de su hija—. Soy
mamá.

Su hija abrió los ojos, buscando a su mamá. Mis ojos


viajaron hasta Callahan y, durante una fracción de segundo,
vi cómo se rompía su mirada al observar a madre e hija.

—Mamá —gritó en voz baja y temblorosa.

—Entremos y pongámonos en marcha —le dijo Luca a su


madre, retrasando su reencuentro. Tenía razón, había que
salir de este país cuanto antes.

Mirando a la joven, hablé en voz baja.

—Aquí hay un baño completo. ¿Quieres asearte?

—S-sí, por favor.


Con su madre detrás de mí, me dirigí a la parte trasera del
avión, donde estaba el dormitorio de lujo, y atravesé la puerta
que daba a un baño completo con sauna. Hasta el día de hoy
nunca entendí por qué me convencieron de comprar un avión
con un baño completo y una sauna, pero ahora lo agradecía.

Senté a la niña lentamente sobre la tapa cerrada del


inodoro y su madre envolvió su pequeño cuerpo en sus
brazos.

—Lo siento mucho, cariño —murmuró su madre contra su


cabello—. Lo siento mucho.

—Tu madre se quedará aquí para que yo pueda hablar con


el piloto y ponernos en marcha. —Tuve cuidado de mantener
mi voz suave y baja—. En cuanto estemos en el aire,
pondremos en marcha la ducha.

Ella apenas asintió con la cabeza. Su rostro era una


llamativa mezcla de sangre y magulladuras contra su piel
blanca. Quería volver y bombardear ese lugar, hacer pagar a
todos esos hombres que la hicieron sufrir así.

Me levanté dispuesto a marcharme, observando en el


espejo cómo su madre se agachaba junto a la niña, con
lágrimas en el rostro.

—Te tengo, cariño —murmuró suavemente a su hija,


rodeándola con sus brazos.

Su madre no la vio hacer una mueca de dolor al recibir el


abrazo. Tampoco lo habría captado si no estuviera mirando su
reflejo en el espejo. A pesar del dolor, se apoyó en su madre.
Tal vez era bueno que su madre viniera. Esta niña la
necesitaría ahora más que nunca.

Al entrar en el camarote principal, vi que Luca apuraba un


vaso de whisky y seguido se servía otro. Al verme, llenó otro
vaso y me entregó uno a mí. Lo necesitaba; los dos lo
necesitábamos.

—Joder —murmuró mientras engullía otro vaso.

Callahan se sentó rígido, con los ojos enfocados en la


ventana. Apuesto a que estaba repasando la lista de cosas que
le haría hacer al Primer Ministro.

Pulsé el intercomunicador.

—Sácanos de aquí —le dije al piloto.

—Roger16 —replicó y los motores rugieron.

—¿Estás bien, hermano? —le pregunté. Los dos hemos


hecho y visto muchas mierdas jodidas pero ciertas cosas eran
más difíciles de ver que otras. Ver a esta chica hoy era
definitivamente una de las cosas más difíciles. Sabía que lo
mismo le ocurría a mi hermano.

—Sí —murmuró—. Lo estaré. —Pero, ¿lo estará?

Unos fuertes sollozos estallaron en la otra habitación y no


estaba seguro que esa fuera la respuesta. Escuché que los

16Roger: en el argot tanto militar como aéreo, significa, recibido, para confirmar que se ha
recibido la última transmisión.
dientes de Callahan rechinaban y su mandíbula se apretaba, a
punto de estallar.

Hay una historia ahí, estaba seguro de ello. ¿Quién es esta chica
para él?

—Está bien, mi niña. —Escuchamos que la madre calmaba


a su hija—. Ahora estás a salvo.

Los suaves sollozos que siguieron fueron un duro golpe en


las entrañas. Mi corazón se retorció por ella y por el dolor que
sin duda sentía. Sus sollozos resonaron en el avión, y pude
ver que golpeaban a Luca y a Callahan de la peor manera.

—Callahan, ¿el Primer Ministro te encomendó este trabajo?


—le pregunté. Su mandíbula podría romperse en cualquier
momento.

—No, lo hizo la madre de la niña —respondió tras un


latido de silencio. Me sorprendió escuchar esa respuesta.
Entonces, ¿dónde estaba su ventaja?

—¿Sabe el Primer Ministro que ella se puso en contacto con


el jefe de la mafia irlandesa en Estados Unidos para recuperar
a su hija? Es un suicidio profesional. —Todos sabíamos que lo
era. Si esto salía a la luz, independientemente del motivo, sus
adversarios lo harían caer.

Callahan sacudió la cabeza en respuesta.

—¿Por qué hacerlo entonces? —le pregunté—. ¿Salvar a la


chica, quedar en deuda conmigo y no obtener nada a cambio
por ello?
—Su madre y yo crecimos juntos —respondió, con la voz
cansada—. Ella debería haber sido mi esposa, y esa niña
debería haber sido mi hija. Esa es razón suficiente para mí.

Otro sollozo desgarrador atravesó el avión y Callahan hizo


una mueca de dolor. El duro hijo de puta se estremeció de
verdad. La gente le temía, se encogía frente a él, huía de él, y
parecía que ahora lo estaban partiendo en dos. Sin embargo,
no podía culparlo. Escuchar esos sollozos también me caló
hondo en el corazón. Y yo apenas tenía corazón.

—N-no he dicho nada, mamá —tartamudeó entre sus


sollozos, con la voz temblando de miedo.

—No te preocupes por eso. —La voz de su madre también


temblaba.

—Mami, yo...

Sus sollozos se hicieron más fuertes y mis manos se


cerraron en un puño. Quería golpear algo. El dolor que
escuchaba en su voz me destripaba por dentro. Luca rellenó
todas nuestras bebidas sin decir nada más.

—Escúchame, mi amor. —La voz de su madre temblaba,


tanto como la de su hija—. Sea lo que sea lo que haya pasado,
apártalo.

Escuché unas arcadas, unos movimientos y el sonido de


unos cristales estrellándose. Al instante, los tres corrimos a la
parte trasera del avión.
Llegué justo a tiempo para ver a la niña vomitando en el
retrete, con el cuerpo convulsionando y temblando. Su madre
estaba hecha un lío mientras el cuerpo de su hija tenía
arcadas, tratando de verter el contenido de su estómago, pero
probablemente no tenía mucho.

—Cariño. —Su madre le frotaba la espalda, su voz era un


gemido. La mujer se esforzaba por ser fuerte para su hija y
fracasaba estrepitosamente—. Está bien.

—No, no lo está. —Una respuesta rota y susurrada, fue


apenas audible, el cabello en llamas cubriendo su rostro
mientras su frente descansaba sobre el antebrazo apoyado en
el asiento del inodoro—. No he dicho nada. —Su pequeño
cuerpo se estremeció y repitió—. No dije nada.

No estaba seguro de lo que intentaba decir. No estaba


seguro de si quería saberlo. Pude ver que su madre también
estaba perdida.

—¿Qué quieres decir, cariño? —Por la forma en que su


madre formuló la pregunta, tuve la sensación que tenía miedo
de obtener una respuesta.

El cuerpo de la niña volvió a sufrir una arcada. En su


estado, me preocupaba el dolor que se estaba causando a sí
misma. Si un abrazo le hacía daño, esto era diez veces peor.
Tuvo una arcada y volvió a vomitar, nada más que agua ácida
de su estómago.

—Cariño, por favor. —Las palabras de su madre eran


apenas un susurro—. Por favor, cálmate.
—No he dicho nada —repitió en voz baja entre sus suaves
sollozos—. Ellos... los hombres... —Su garganta se agitaba
mientras intentaba tragar con fuerza—. No he dicho nada —
repitió, susurrando—. No los salvé.

Vi a Callahan apretando el puño. Luca estaba listo para


perder la cabeza y golpear algo, y yo... todo lo que quería era
quitarle el dolor a esta chica y luego volver y torturar a cada
uno de esos hijos de puta.

Se hizo un gran silencio en la habitación. Su madre apretó


la mano contra su boca, acallando sus gemidos. Intentaba
desesperadamente ser fuerte para su hija que se desmoronaba
ante nuestros ojos.

—Eso ya quedó atrás —intentó su madre.

—No dije ni una palabra para salvarlos —repitió


desesperadamente de nuevo, con agonía en su voz—. Debería
haber intentado... no dije ni una palabra.

Tenía catorce años, por el amor de Dios.

Juré que, una vez que la madre y la hija estuvieran a salvo


en el lugar al que iban, volvería. Luca y yo cruzamos miradas.
No hicieron falta palabras, él asintió y supimos que íbamos a
volver.

La madre lloró y su cuerpo se estremeció. Se levantó y


enterró la cara en el pecho de Callahan. A la mierda. Debería
cuidar de su hija, ser fuerte por ella. Esta niña ha estado en el
infierno y ha vuelto; ahora necesitaba a su madre.
Lancé una mirada en su dirección. Callahan la captó y
hubo advertencia en sus ojos. Sí, este maldito hombre todavía
se preocupaba por esta mujer. ¿Qué creía que iba a conseguir
con ella? Era la esposa del Primer Ministro, por el amor de
Dios.

Me arrodillé en el suelo y puse mi mano en la espalda de la


chica. El movimiento me resultó desconocido, torpe. Mi mano
era demasiado grande y áspera para ofrecerle comodidad. No
recordaba la última vez que se la había ofrecido a alguien.

—Escúchame —comencé suavemente. Con suerte, lo estaba


haciendo bien. No quería causarle más traumas a la pobre
chica—. Tienes magulladuras y cicatrices, pero te vas a poner
bien —le dije—. Eres fuerte. Esos hombres son unos cobardes.
Van a morir.

Su cuerpo se calmó y podría haber jurado que contuvo la


respiración.

Inhaló. Exhaló. Otra inhalación. Otra exhalación.

Lentamente, se levantó y se sentó sobre sus piernas


dobladas. Mi mano seguía rodeándola. Después de todo lo
que había pasado, me daba miedo dejarla ir.

Sus ojos azules se cruzaron con los míos y su labio partido


tembló al preguntar.

—¿Los matarás?

Escuché la aguda inhalación de su madre, pero ahora


mismo no importaba nadie más que esta niña herida.
—A todos y cada uno de ellos —juré.

—Bien.

Sí, esta chica era fuerte.

Continuará….
Hada Zephyr

Hada Aine

Hada Zephyr

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