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40 CONSEJOS PARA

MEJORAR
TU SENDERISMO
(UNA BARBARIDAD)
Año de publicación 2022

AGRADECIMIENTOS:
A Pilar Barranco Padial, Diego Albert Montoro y
Noelia Ros Cartagena por su apoyo en Patreon. Gra-
cias por creer en el proyecto.

MEJORA TU SENDERISMO
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40 CONSEJOS
PARA MEJORAR
TU SENDERISMO
(UNA BARBARIDAD)

deRutas
w w w. d e R u t a s . e s
Dedicado a todas las personas que me
han ayudado a crear este libro, excep-
tuando al tipo que me robó los pantalo-
nes en el Tour del Mont Blanc. Tío, eres
un miserable.
ALGUNAS PALABRAS
SOBRE EL LIBRO
Si te has pasado por la página web y has leí-
do un poco sobre mí, habrás imaginado que no
he escrito este libro por casualidad. Estaba ya
cansado de tanto tecnicismo, de artículos que
decían mucho sin decir nada, y del acercamien-
to a la montaña tan poco inspirador que tenían
buena parte de los manuales que habían pasado
por mis manos (y han sido muchos). Me dormía
leyéndolos.

Partiendo de aquí, mi idea era escribir un libro


más global, pero cercano a la vez. Quería dejar
(casi) a un lado la parte técnica y centrarme en
la experiencia de ‘hacer senderismo’, en el día
a día de una persona que se echa la mochila al
hombro y se lanza a vivir una aventura en la mon-
taña (ya sea para seis horas o para seis meses).

Por tanto, no esperes un manual lleno de ins-


trucciones, de comparativas entre los materia-
les más punteros o sobre las últimas innovacio-
nes en el campo de los tejidos. De hecho, está
lejos de serlo. Para eso ya tienes ‘La mochila
5
senderista para principiantes’ que también pu-
blica deRutas. Tampoco es una guía perfecta-
mente estructurada que describa el mundo del
senderismo al detalle o que venda información al
peso. Esto es diferente: es una conversación de
tú a tú en la que, a través de historias persona-
les, anécdotas y consejos, respondo a pregun-
tas claves del mundo del senderismo. A cosas
que se tenían que decir y que, por algún motivo,
no se han dicho hasta ahora.

He escrito ‘40 consejos para mejorar tu sende-


rismo’ de la manera más sencilla y clara que he
podido (no sé hacerlo de otra forma). Aunque
creo que es un libro atrevido en algunas afirma-
ciones, no deja de ser mi visión del mundo del
senderismo después de haber recorrido duran-
te años el planeta a pie: pragmatismo en esta-
do puro. Así que tal vez no coincidamos en todo,
pero seguro que aprenderemos muchísimas co-
sas por el camino.

Poco más puedo añadir. Si te surge cualquier


duda a medida que avances con el libro, escrí-
beme a la dirección de correo electrónico info@
derutas.es, o contáctame a través del perfil de
Instagram, derutassenderismo o de mi perfil per-
sonal donde te cuento mis aventuras, territorio-
derutas. Intentaré responderte lo antes posible.
6
Si tienes algún comentario, sugerencia o crítica,
no dudes en hacérmela llegar. Estoy abierto a
todo tipo de mejoras.

En fin, espero que disfrutes leyendo el libro tan-


to como yo lo he hecho escribiéndolo.

¡Un abrazo, querido y desconocido senderista!


José Quiles

7
UN POCO SOBRE MÍ
Cuando en 2010 decidí dejarlo todo y poner-
me a recorrer el mundo a pie, me tacharon de
loco. Sin embargo, después de hacer el Camino
de Santiago Francés y atreverme con el GR-11
(una ruta maravillosa que cruza los Pirineos en
45 días), descubrí una forma de viajar que me
enamoró. De la noche a la mañana me había en-
ganchado al senderismo. Me había convertido
en un enamorado de las rutas (y aquello solo
había acabado de empezar).

Una cosa me llevó a la otra y, aunque tuve mis


más y mis menos con la montaña, siempre en-
contraba algún hueco para escaparme a disfru-
tar tirado en cualquier lugar dentro de mi saco
de dormir. Acabé caminando en lugares como

“La vida es la única cosa


que se recarga gastándola.
Bueno, eso y la
batería del coche”.
Jose Quiles
8
Los Alpes, Torres del Paine, el Himalaya, la este-
pa lapona e incluso en las motañas Rocosas en
EE.UU.

Caminaba e iba escribiendo todo lo que iba su-


cediendo a mi alrededor, además de ir guardan-
do los recorridos en mi GPS y tomando apuntes
en decenas de libretas que todavía guardo en
algún cajón de casa. Antes de darme cuenta,
había escrito mis primeras guías y pronto le si-
guieron los libros. Había nacido deRutas.

Hoy en día me dedico a desarrollar material para


senderistas, para haceros la vida un poco más
fácil y que podáis disfrutar de la montaña tanto
como yo lo he hecho (y es algo que me encan-
ta).

9
¿QUÉ VAS A ENCONTRAR
EN EL LIBRO?
El libro es una recopilación de 40 consejos de
senderismo que considero fundamentales para
cualquiera que esté empezando en este mundo
y que quiera mejorar sus conocimientos, tanto
si la salida es de un día o de varios.

Claro que no me iba a quedar solo ahí. He in-


cluido historias (de hecho, alguno consejos son
historias en sí) que me han sucedido en mis ru-
tas, fotografías para complementar los textos y
enlaces a imágenes y vídeos para ilustrarlo todo
mucho mejor.

Además de esto, tienes aclaraciones dentro de


cada capítulo: ‘¡Ojo!’, marca una pequeña adver-
tencia sobre el consejo; ‘Recomendación’, bue-
no, esta se explica sola; ‘Sabías que…’ es algún
dato curioso relacionado con el consejo.

Sin más, nos metemos en materia. ¡Vamos a por


esos consejos!

10
ÍNDICE

1. POR DIOS, PRUEBA EL EQUIPAMIENTO ANTES DE SALIR 13


2. EL MEJOR REGALO CUANDO TE VAS A HACER SENDERISMO 20
3. ¿CADA CUÁNTO TENGO QUE CAMBIAR MIS BOTAS? 22
4. ESTA ES LA FORMA CORRECTA DE CARGAR LA MOCHILA 27
5. CINCO HOBBIES QUE PUEDES LLEVARTE A LA MONTAÑA 32
6. TU RITMO ES ÚNICO 39
7. APRENDE MICOLOGÍA, PERO OJITO CON LAS SETAS 45
8. LLEVARTE UN PARAGUAS PUEDE SER UNA BUENA IDEA 51
9. A LA MONTAÑA, SÍ SE PUEDE IR SOLO 57
10. BASTONES DE SENDERISMO, SIEMPRE 60
11. NO CONVIERTAS TU MOCHILA EN UN BAZAR AMBULANTE 66
12. ASÍ ES DORMIR EN UN REFUGIO DE MONTAÑA 71
13. SIN SABERLO, LLEVAS UN TENDEDERO EN LA MOCHILA 80
14. LA TENTACIÓN DE LOS SENDEROS EN VERANO 82
15. LOS INÚTILES SR. MAPA Y SRA. BRÚJULA 87
16. TIRAR POR EL ATAJO, RARA VEZ AHORRA TRABAJO 92
17. LA MONTAÑA ABRE EL APETITO QUE NI TE IMAGINAS 93
18. ESE FANTÁSTICO INVENTO LLAMADO CINTA AMERICANA 99
19. ABRIGARTE MUCHO POR LA MAÑANA, NO ES BUENA IDEA 101
20. AGUA, HASTA LOS CUATRO LITROS Y MÁS ALLÁ 104
21. PARA TODOS 110
22. EL FUEGO Y LA MONTAÑA, RARA VEZ SON BUENOS AMIGOS 112
23. EL MONTE FUJI Y EL GRADIENTE TÉRMICO 116
11
24. EL BOTIQUÍN EN LA MONTAÑA 121
25. DÉJALO TODO LISTO PARA LA SIGUIENTE RUTA 129
26. ¿CUÁNTO ES MUCHO PESO PARA UNA MOCHILA? 135
27. PLANIFICA TODO LO QUE PUEDAS. ESPERA LO INESPERADO 140
28. CONVIÉRTETE EN EL ARGUIÑANO DE LOS SENDEROS 147
29. QUERIDO DIARIO... 154
30. ¿QUÉ TIEMPO PUEDO ESPERAR EN LA MONTAÑA? 157
31. ESTOY EMPAPADO. ¿Y AHORA QUÉ? 160
32. NADA MEJOR QUE PASAR LA TARDE PESCANDO TRUCHAS 166
33. IMPERMEABILIZANDO LA MOCHILA 169
34. GUÍA RÁPIDA PARA GUARDAR EL SACO DE DORMIR 175
35. NO DEJES DE PROBAR LA COMIDA LOCAL 178
36. CAMINAR ES MÁS AGRADABLE SIN AMPOLLAS 183
37. ¿HAY WIFI EN LOS REFUGIOS? 191
38. EN LA MOCHILA, TODO PESO SUMA 193
39. COSAS INDISPENSABLES EN LA MOCHILA PARA UN DÍA 198
40. UTILIZA EL SENTIDO COMÚN Y DISFRUTA DE LA MONTAÑA 204

12
1. POR DIOS, PRUEBA EL
EQUIPAMIENTO ANTES DE SALIR

En 2014 viajé a Escocia por primera vez. Hacía


tiempo que quería visitar las Highlands y cami-
nar la West Highland Way que une Glasgow con
Fort William, dos ciudades que nunca me han
llamado la atención y en las que no hay nada
remarcable. Sin embargo, mi propósito no era
visitarlas ni ponerme hasta arriba de pintas de
cerveza. Para eso me hubiese quedado en casa.
Había ido a hacer senderismo y me moría de ga-
nas por ver aquellas montañas.

A veces pasa (a mí especialmente) que, por co-


ger un vuelo barato de esos con dos o tres esca-
las, me toca dormir en el aeropuerto. Bueno, no
tengo por qué hacerlo, pero ya por convenien-
cia o por ahorrarme algunos euros, me echo en
el suelo, clavo la cadera contra las losas, pongo
la mochila de almohada y me tapo los ojos con
lo primero que saco de la mochila. Ojos que no
ven, corazón que no siente. He pasado la noche
en tantos aeropuertos (y en algunos aseos)…
Imagino que, después de tantas idas y venidas,
me he acabado acostumbrando. La edad, la ex-
13
periencia… Llámalo como quieras.

Pues bien, la noche previa al vuelo fue una de


esas, pero esta vez llevaba la tienda de campa-
ña encima. ¡Ahora sí! Todo arreglado, hoy duer-
mo como Dios manda. En estos casos, deambu-
lo por los alrededores del aeropuerto hasta dar
con alguna zona apartada, planto allí la tienda
durante unas horas y me pongo en marcha al día
siguiente. No es algo legal, pero, con los años,
me las he ingeniado para viajar así sin meter-
me en demasiados líos. Te da mucha más fle-
xibilidad y, dependiendo de dónde lo hagas, hay
cierta tolerancia ‘si no das mucho el cante’. Que
escoja tiendas de campaña de colores oscuros
no es casualidad.

Ya en suelo escocés y molido por llevar todo el


día de aeropuerto en aeropuerto, no me lo pen-
sé dos veces: me cargué la mochila al hombro
y caminé hasta el Black Cart Water, un río que
no quedaba lejos. No fue una elección al azar:
lo tenía planeado desde unos días antes de la
salida. Parecía un buen sitio, aunque, sobre un
mapa, por mucha vista satelital que tenga, to-
dos lo parecen. Es complicado tener una imagen
clara del lugar: piedras, cercados, zonas emba-
rradas… Son tantas cosas las que pueden salir
mal a la hora de escoger un sitio a ciegas que
14
es casi mejor no pensar en ellas. ¿Una zona ver-
de cerca de un río y alejada de casas y carrete-
ras? Allá que voy. Una vez que esté allí, ya me las
apañaré. De una forma u otra, siempre lo acabo
haciendo... O no.

“Prueba tu equipo antes de ir a la montaña.


Nunca sabes en qué situación estarás cuando
tengas que utilizarlo por primera vez”.

Dos días antes.

Pasé los dos días previos al viaje comproban-


do el material, revisando los documentos, com-
prando las últimas cosas y asegurándome de
que todo estaba en orden. No suelo escatimar
en repasar una y otra vez la mochila antes de
viajar: cuando uno marcha a la montaña, lo úl-
timo que quieres es darte cuenta de que te has
olvidado el mechero para el hornillo, o el frontal
por si necesitas un retrete en mitad de la noche.

La mañana de aquel jueves, monté la tienda de


campaña una última vez para comprobar que
todo estaba en su sitio: me había llevado algu-
na que otra sorpresa con las cremalleras en el
15
pasado, y una tienda de campaña que no cierra
es carne de cañón para la lluvia y el viento. Mal
asunto. Si encima viajas a Escocia, todavía peor:
estás vendido. La suerte no me sonrió ese día
y, en un momento de: ‘pon-este-palo-aquí-y-es-
te-otro-allá’ la mosquitera se enganchó con un
rosal que hizo una raja en la membrana del ta-
maño de la cordillera de los Andes.

Era probable que, aun en esas condiciones, hu-


biese podido arreglarla y llevarla a Escocia: la
cinta americana es casi milagrosa en estos ca-
sos. Había arreglado casi cualquier cosa imagi-
nable con ella. Incluso en mis años mozos, me
atreví a arreglar un pinchazo de la cámara de la
bici con ella (obviamente salió mal). Pero ¿qué
puedo decir? Aquello fue lo que fue: una señal
para comprar una nueva. Al día siguiente, justo
antes de coger el vuelo a Glasgow, me pasé por
la cuesta del Rastro de Madrid, donde me agen-
cié una nueva choza para mi aventura. La metí
en la mochila, me olvidé de ella y le di pasaporte
a Escocia. ¡Nos vemos en las Highlands!

Bien, como te iba contando antes de este pe-


queño flashback, nada más llegar y con la noche
ya encima, caminé hasta la orilla del Black Cart
Water. No había ni un kilómetro desde el aero-
puerto. Coser y cantar. Al llegar, saqué la tienda
16
de la mochila y, con la tranquilidad de quien bor-
da unos calcetines de lana, me puse a montarla.
¿Así, sin más? Sí, así, sin más. Tuve que saltar
un par de muros y cruzar un alambre de espinos,
pero resultó que el lugar no era tan malo. Yo lo
llamo gajes de senderista pirata. Hasta aquí todo
bien.

Resultó que el revés me vino de otro lado. De eso


que no la esperas y… ¡Zasca! El típico que te lle-
ga cuando no te has preocupado de mirar la pre-
visión meteorológica y estás en Escocia. Tonto.
Aquello no es como Alicante (donde nací): en al-
gunas zonas llueve más de 250 días al año, así
que la probabilidad de que ‘te toque’ son altas.
Apenas la mochila rozó una brizna de suelo es-
cocés, comenzó el segundo diluvio universal y
yo me convertí en Noé con una mochila como
barca y unos bastones como remos.

Ni que decir tiene que aquello no acabó bien. La


maldita tienda, con un montaje más apto para un
ingeniero aeronáutico que para un senderista (o,
por lo menos, eso me pareció entonces), agotó
mi paciencia. ¿La culpa? Mía, por supuesto, por
no haberla montado antes. ¿Lo peor? Llevar par-
te del equipamiento mojado durante días, hasta
que salió el sol y pude arreglar aquel desaguisa-
do.
17
Si algo saqué de todo aquello fue lo importante
que es probar el equipamiento antes de salir a
la montaña, ya sea un saco de dormir, unas bo-
tas o, como en mi caso, una tienda de campaña.
Lección aprendida.

¿SABíAS QUE...?
º

Escocia es uno de los pocos países de Europa en los


que la acampada libre y hacer fuego en la montaña
está permitido. Eso sí, sigue las normas del Scottish
Outdoor Access Code.

RECOMENDACIÓN

Si tienes alguna pieza nueva en tu equipamiento, no


hace falta que planifiques un fin de semana a 10.000
km de tu casa para probarlo. Puedes hacerlo en el
jardín (si es que tienes la suerte de tener uno) o
en el salón. Si eres valiente vete al parque a ‘hacer
prácticas’, no creo que nadie se ponga pesado porque
hagas pruebas con la tienda.

18
¡OJO!

¿Has estrenado ya tus botas? No te olvides de


‘acostumbrar el pie’ antes de irte a lo loco a recorrer una
ruta de varios días. No, no es que una bota incómoda
de repente se vuelva cómoda (de hecho, si una bota
es incómoda en la tienda, es probable que empeore
en la montaña), pero, como sucede con el resto de
prendas, los tejidos se suavizan, y las espumas y la
horma se adaptan ligeramente al pie.

Yo en unA ocasión las compré una talla equivocada y


no me di cuenta hasta que era demasiado tarde. Tuve
que cortarles la punta para no destrozarme las uñas.

19
2. EL MEJOR REGALO CUANDO
TE VAS A HACER SENDERISMO

En un mundo inundado por la tecnología, en el


que nos comunicamos a través de aplicaciones
de mensajería instantánea y abrimos el buzón
solo para recibir facturas (y ya ni eso), enviar
una postal a un amigo o a un familiar es un de-
talle estupendo.

“Invierte un poco de tu tiempo y escribe una


postal a las personas que te importan; te
aseguro que es el mejor de los regalos”.

¿Recuerdas la sensación de la última vez que


recibiste una? Seguro que sí. Da igual si vas tres
días o tres meses. Por muy dura que sea una
ruta y por poco tiempo que tengas, siempre pue-
des sacar un rato y dedicar un a alguien un ‘hola
desde los Pirineos’. Y no, no hace falta que seas
Cervantes ni que escribas un manuscrito de diez
mil palabras donde cuentes tus peripecias en
una isla remota del Pacífico. Un sincero ‘¿Quién
me mandó a mí venir a hacer senderismo a la
20
otra punta del mundo?’ es incluso mejor. Yo en-
vío dibujos que hago en los ratos muertos en la
tienda de campaña o en el refugio.

Olvídate de traer camisetas cutres, baratijas, o


figurillas de decoración que probablemente aca-
ben en un cajón y que solo verán la luz cada vez
que tú vayas de visita. Invierte un poco de tu
tiempo y escribe postales a esas personas que
te importan; te aseguro que es un regalo inmejo-
rable. ¿Lo mejor de todo? Son baratas, no tienes
que cargarlas en la mochila durante días y, una
vez las metes en el buzón, puedes olvidarte de
ellas. ¿En serio piensas que no es el regalo per-
fecto? Yo diría que sí.

Todavía hoy visito a familiares y amigos que tie-


nen postales de mis primeras rutas en la nevera.
Con el tiempo, me he vuelto algo más perezoso
y que cada vez escribo menos, pero qué cosa
más bonita.

RECOMENDACIÓN
º

Si no quieres estar todo el viaje pensando en las


postales, cómpralas al llegar en el primer pueblo que
visites. Ve escribiéndolas durante el viaje y envíalas
desde el aeropuerto, antes de coger el vuelo de vuelta.
Esto evitará que deambules por cada aldea que visites
en busca de buzones.
21
3. ¿CADA CUÁNTO TENGO QUE
CAMBIAR MIS BOTAS?

Grosso modo, unas botas de senderismo aguan-


tan entre mil y dos mil kilómetros antes de que
tengas que jubilarlas. Es probable que este nú-
mero no te diga mucho. Después de todo, ¿quién
cuenta los kilómetros? Yo no. Además, la distan-
cia que hayas recorrido con ellas no va a ser el
único factor a tener en cuenta. La dureza de la
suela, lo abrasivo del terreno, el cómo las cuides
(con cariño) o incluso tu propio peso va a influir
en el partido que les saques. Te darás cuenta
de que es hora de deshacerte de ellas porque
algunas zonas de la suela habrán perdido los
surcos, estarán prácticamente lisas y, cuando
haya agua de por medio, no agarrarán como so-
lían hacerlo.

Te explico un par de cosas más. Para ello, voy a


dividir la bota en dos partes: el chasis (la estruc-
tura que envuelve el pie y el tobillo) y la suela.

“Cambia las botas de senderismo cuando


la suela haya dejado de tener agarre y sea
peligrosa”. 22
Dependiendo del uso que les des, es más que
probable que se desgasten a diferente ritmo.
Por ejemplo, puedes tener un chasis en perfecto
estado y una suela destrozada. ¿Es posible cui-
dar ambas partes para que duren más? Vamos
a verlo.

Si bien al chasis puedes darle ciertos cuidados


para estirar su vida útil, no sucede lo mismo con
las suelas. Una vez se quedan sin los surcos, la
única solución es cambiarlas por otras nuevas.
Esto no es sencillo. Muchas llevan tanta tecno-
logía y capas de diferentes densidades que, in-
cluso si consigues un recambio, necesitarás a
un zapatero con la habilidad, las ganas y la pa-
ciencia para hacerlo. Solo apto para los más va-
lientes. Además, para cuando ‘toque’ cambiar-
las, lo más probable es que la bota esté ya para
tirar y no sea la mejor opción (las botas de alpi-
nismo son otro cantar). Las suelas técnicas no
son baratas, así que habla con tu zapatero antes
de meterte en semejante jardín.

Decidas lo que decidas, no esperes a llevarlas


en los ‘alambres’: un chasis desgastado no tie-
ne por qué dar problemas, pero, ‘cuando veas
la suela resbalar, no la dudes en cambiar’. Este
refrán es cosecha propia.

23
RECOMENDACIÓN
º

A pesar del problema que supone en una bota la falta


de agarre, que no cunda el pánico. El agarre es algo
relativo y depende del tipo de terreno por el que
camines: unas botas que han perdido tracción pueden
no servir para hacer senderismo, pero sí para caminar
por pistas forestales o por zonas más o menos llanas.
Incluso si tienes un jardín o trabajas en el campo,
vienen de perlas para acabar de destrozarlas mientras
arrancas malas yerbas.

¿SABíAS QUE...?

¿Crees que un par de botas son suficientes para


cualquier ruta? Yo diría que no. Existe algo llamado la
‘Triple Corona de Senderismo’ que engloba las tres
principales rutas de largo recorrido de Estados Unidos:
el Continental Divide Trail (4.980 kilómetros), el Pacific
Crest Trail (4.270 kilómetros) y el Appalachian Trail
(3.515 kilómetros). Juntas suman 12.700 kilómetros
y un desnivel de más de 300 kilómetros. Es como
si subieras el monte Everest treinta y tres veces…
¡Desde la base! Suena una locura (de hecho, quizá
lo sea), pero en este mundo hay gente para todo y
la Asociación Americana de Senderismo de Larga
Distancia (ALDHA) reconoce cada otoño, con la entrega
de una placa conmemorativa, a esos locos senderistas
que lo consiguen. Pura envidia sana que les tengo.
¿Cuántos pares de botas dirías que hacen falta aquí?

24
RECUERDO QUE...
º

Hubo un tiempo en que, a pesar de viajar más que


en toda mi vida, mi economía no daba para grandes
derroches. Así que, cuando viajaba, aprovechaba la
más mínima oportunidad para ahorrar esos cuatro
euros de diferencia al coger la cama más barata de
la ciudad, o reprimía mis ganas de café para no pagar
los cuatro euros que cuestan en muchos países de
Europa. Ni que decir tiene que, siempre que podía,
plantaba mi tienda de campaña en cualquier esquina
oscura para pasar la noche (y a veces tenía invitados).
Sé que suena caótico, pero lo pasaba en grande: era
emoción en estado puro. ¿Dónde dormiría hoy? Cada
día era una sorpresa.

Recuerdo comprar vuelos por veinte euros y no gastar


nada más en todo el viaje a parte de deliciosa comida
de supermercado y el café de ‘solo algunas tardes’. Esto
último era mi único capricho: aprovechaba para cargar
las baterías de mis artilugios electrónicos, disfrutar de
un lugar con calefacción y ponerme al día con las rutas.
Durante meses caminé por el mundo con la tienda
de campaña a cuestas. Los días se sucedían entre
bosques y naturaleza, pensando en las ‘cosas de la
vida’ y tomando apuntes. Escribí mucho durante aquel
tiempo. Pasé noches enteras bajo el cielo nocturno
contemplando las estrellas. Maldito insomnio.

De entre todas las cosas en las que escatimé, hubo


una en la que tal vez debería haber estirado un poco
más el bolsillo (aunque, a toro pasado…): las botas
de montaña. Exprimía al máximo cada uno de los
25
º

euros que había invertido en ellas y las usaba hasta


que, literalmente, se caían a trozos. Recuerdo que,
en Irlanda, nada más aterrizar en el aeropuerto y con
un mes de montaña por delante, la bota ya estaba
destrozada y le entraba agua por todos lados. Daba
pena.

Lo intenté todo y llegué a gastar rollos enteros de cinta


que no tardaba en despegarse. El tonto de la cinta
americana. La última semana la pasé con bolsas de
plástico en los pies para evitar que se me mojaran
los calcetines. Un auténtico desastre que, a pesar de
todo, recuerdo con una sonrisa. Muchas veces son
este tipo de cosas las que más se nos quedan en la
memoria. Aquí te dejo una foto de las botas el primer
día de ruta, pero tengo otras joyas como esta, o esta.

26
4. ESTA ES LA FORMA CORREC-
TA DE CARGAR LA MOCHILA

Por raro que parezca, las lesiones más comu-


nes de espalda en los senderistas suelen su-
ceder por la mañana. Con las legañas todavía
pegadas a los ojos y la espalda más fría que
los tobillos de un moderno, cargas la mochila ‘a
los hombros’, solo para darte cuenta de que tus
músculos todavía no se han despertado. Es en-
tonces cuando aparece el famosísimo ‘tirón’. Si
no te ha pasado antes, te aseguro que te quedas
petrificado con los ojos vueltos, mirando hacia
arriba y pensando: ‘la que se me viene encima.
¿Quién me ha mandado hoy salir del refugio?’.

Sé que parece un gesto trivial, pero levantar una


mochila de diez o doce kilos a un metro de altura
y acabar el movimiento con un giro, suena más
a acrobacia del Circo del Sol que a senderismo.
¿Entonces? No te preocupes, que aquí hay solu-
ciones para casi todo. La forma menos forzada
de ponértela sobre la espalda es en dos tiem-
pos. Te explico en el siguiente párrafo cómo ha-
cerlo.

27
En primer lugar, súbela a la altura de la espalda
y déjala apoyada sobre, por ejemplo, una mesa
o una piedra. Si no tienes un lugar donde poner-
la, hazlo sobre la rodilla. Luego gírala alrededor
del tronco con una rotación suave, colócala so-
bre la espalda y ajusta las correas. Si lo haces
así y, a pesar todo, te fastidias la espalda… en-
tonces es que te estás haciendo mayor. No hay
remedio para eso.

Si te acostumbras a este método, es probable


que a la larga te ahorres alguna que otra lesión.
Generalmente, no avisan. Un tirón en la espal-
da no suele ser grave, pero los que lo hemos
sufrido sabemos que puede dar al traste con
una salida a la montaña, por muchos calmantes
musculares que tengas a mano.

¿CUÁNTO TIENE QUE PESAR UNA MOCHILA


“LLENA”?

No suelo mojarme con estas cuestiones (solo


generan polémica y, muchas veces, son algo
subjetivo): no es lo mismo una mochila para pa-
sar la mañana en la montaña de al lado de casa,
que para hacer una salida de diez días en pleno
invierno siberiano con la tienda de campaña, la
esterilla, un hornillo y ropa para soportar tempe-
raturas de -20 ºC. No lo voy a hacer ahora. Aun
28
así, en el libro ‘La mochila senderista para prin-
cipiantes’ que también publico a través de de-
Rutas, tienes toda la información que te hace
falta sobre mochilas, y te ayudo a escoger la
que más se ajusta a tus necesidades.

¡OJO!
º

Un tirón muscular (distensión muscular) debe


tomarse en serio. No produce complicaciones graves
en la mayoría de los casos, pero las recaídas suelen
ser frecuentes e incluso volverse crónicas si no se
tratan. A un servidor le pasa con más frecuencia de
lo que le gustaría, pero no es que haga (tan) mal las
cosas: en mi caso son los años de mala (buena) vida.
en el equipamiento, pero no tanto como para poner
en riesgo tu vida.

RECOMENDACIÓN
º

Antes de ponerte la mochila al hombro y salir a la


montaña, haz unos ejercicios de calentamiento
suaves que preparen el cuerpo para lo que se le
viene encima. No hace falta que hagas una sesión
de entrenamiento, pero por poco que hagas, siempre
será mejor que salir en frío.

29
RECUERDO QUE...
º

He visto a muchísimas personas hacer barbaridades


a la hora de cargar una mochila, pero, de entre todas
ellas, Adrien ocupa un lugar especial en mi corazón. Lo
conocí mientras caminaba el GR-20, según dicen, una
de las rutas de senderismo más difíciles del mundo.
Tengo algunas dudas sobre esto último, pero esa es
otra historia. Aquí te dejo una foto del Cirque de la
Solitude, el tramo más peliagudo del recorrido pero
que cerraron hace algunos años por su peligrosidad.

Adrien era un francés desgarbado y con un buen toque


(‘tocazo’) de locura. Tenía esa mirada perdida de los
que han estado en ‘la carretera’ durante demasiado
tiempo, y los ojos no le paraban quietos. Cuando lo
mirabas, sabías que en su cabeza algo no iba bien:
allí no había nadie conduciendo. Claro que esto no
era algo extraño: todos los que habíamos decidido
embarcarnos en aquella aventura estábamos algo
tarados a nuestra manera. No había ni uno normal de
entre todos los que coincidimos el segundo día en el
refugio de Carrozzu. Todos locos.

La mayoría de nosotros había decidido hacer las quince


etapas de la ruta en tienda de campaña. Quince días
no son muchos, pero Adrien llevaba durmiendo en
ella más de dos meses después de haber recorrido
media Europa caminando. Lo mejor (peor) de todo
es que no se había cambiado de calcetines ni una
sola vez. Cuando me lo contó, pensé: ‘pues tampoco
lo lleva tan mal’, tendría que probarlo (diez años más
tarde, pasé dos años viviendo en tienda de campaña
30
º

en Islandia).

De entre todas sus extravagancias, había una que


me llamaba especialmente la atención: su forma de
cargar la mochila. El procedimiento siempre era el
mismo. Te lo cuento.

La ponía justo delante de él, con los tirantes mirando


hacia afuera. Entonces, los agarraba con fuerza y
lanzaba la mochila hacia arriba mientras daba una
vuelta sobre la cabeza e iba a parar directamente a su
espalda con un golpe seco. No era algo que no hubiese
visto antes, pero la mochila de Adrien pesaba más de
quince kilos. A pesar de que parecía un tipo fuerte, se
jugaba la espalda en cada descanso. Cada vez que
lo hacía, nos comentaba orgulloso que era la forma
más natural de ponerse la mochila y nos daba una
explicación sin pies ni cabeza. Era el terraplanista de
la montaña. Al principio, pensé que estaba de broma,
pero, a medida que lo fui conociendo más, me di cuenta
de que la cosa era bien seria. El resto del grupo no
estábamos muy cuerdos, pero Adrien se llevaba la
palma: ese tío no era normal.

No tengo fotos de Adrien, pero aquí te dejo una parte


del grupo con el que caminé varios días el GR-20.

31
5. CINCO HOBBIES QUE PUEDES
LLEVARTE A LA MONTAÑA

Por extraño que suene, no todo en el senderis-


mo es hacer senderismo. Si encima te embarcas
en una aventura de varios días, te darás cuenta
a qué me refiero. Te lo explico.

Además del tiempo que dediques a la actividad


principal (la de caminar), reserva un rato para los
quehaceres del día a día: darte una buena du-
cha en el refugio, disfrutar de una cena en com-
pañía, lavar la ropa, realizar unos estiramientos
o incluso dar unos cuidados básicos a los pies.
Has llegado hasta ahí gracias a ellos. Sé agrade-
cido y dales ese masaje que te están pidiendo a
gritos.

Normalmente, después de haber caminado toda


una ‘jornada laboral’ y de haber atendido estas
tareas (algo que Adrien nunca hacía), suele que-
dar algo de tiempo para ti. A algunos senderistas
les gusta leer; a otros, jugar a las cartas, y hasta
he conocido a una pareja que, mientras recorría
la Haute Route en los Alpes, dedicaba un par de
horas al día a estudiar francés. Las tardes en la
32
montaña son el momento ideal para disfrutar de
tus hobbies. Personalmente, soy de los que les
gusta quedarse en el refugio para descansar y
dar la chapa a algún grupo de senderistas que
estén disfrutando de su tranquilidad (o jugando
al solitario con un movil prehistórico). Soy el pe-
sado del refugio del que todo el mundo huye.

Tener un entretenimiento te ayudará a sobrelle-


var las horas ‘muertas’ mientras aprendes algo
nuevo. Tal vez en rutas cortas de uno o dos días
no dé tiempo a demasiado, pero, en rutas más
largas, puedes sacarle provecho a ese tiempo
extra. Aquí te dejo algunas ideas por si te ani-
mas.

ESTUDIAR UN IDIOMA. Una de las mejores co-


sas que puedes hacer durante una ruta larga de
senderismo es aprender el idioma local. Y no,
no digo que te aprendas las reglas gramatica-
les, las declinaciones o los tiempos verbales del
subjuntivo. Muchas veces, unas cuantas pala-
bras y una docena de frases marcan la diferen-
cia. Si la gente local ve que intentas hablar su
idioma, te tratarán de una forma muy diferente.
Palabra. Si vienes a Islandia (desde donde es-
cribo ahora mismo este libro) y aprendes a dar
los buenos días, date por satisfecho. Yo llevo
trabajando aquí más de dos años y me parece
33
una lengua casi marciana.

HACER PULSERAS. He perdido la cuenta de la


cantidad de senderistas que he visto pasar la
tarde fabricando pulseras. Lo mejor de todo es
que solo se necesitan unos cuantos ovillos de
hilo de colores, que caben en cualquier sitio y
no pesan nada. ¿No sabes qué regalarles a tus
sobrinos a la vuelta de tu viaje? Pues ya tienes
una idea.

“Practicar nudos, estudiar un idioma…


Llevarte tu pasatiempo favorito a una ruta de
senderismo es una buena idea para aprovechar
las tardes en la montaña”.

LEER. Hace quince años, si querías leer en la


montaña, no te quedaba otra que llevarte el li-
bro de turno a cuestas. El problema es que los
libros pesan, y el peso es uno de los mayores
enemigos de los senderistas. Por suerte, la tec-
nología ha venido a solucionar esto y podemos
llevar en el móvil tantos libros como queramos.
No tienen el mismo encanto que el papel, pero
todo sea por ahorrar algunos cientos de gramos.

34
ESCRIBIR UN DIARIO. Casi todos lo intentamos,
pero pocos son los valientes que lo han conse-
guido. Escribir un diario es una de esas cosas
que a muchos nos queda pendiente. Una ruta de
senderismo es el mejor momento para comen-
zar. No es fácil. El ‘truco’ está en ser constante:
escribe todos los días, aunque solo sean un par
de frases.

TALLAR MADERA. Hazte con un buen cuchillo,


un trozo de madera que no sea ni demasiado
grande, ni demasiado duro y deja volar tu crea-
tividad. A continuación te cuento una anécdo-
ta que me pasó cuando hice mi primer intento
‘ebanista’.

¡OJO!
º

Si vas en un grupo y habéis contratado los servicios


de un guía (o habéis reservado un viaje que lo incluye),
recuerda que, por lo general, las jornadas de senderismo
suelen ser cortas, bien para cubrirse las espaldas
en caso de que suceda alguna emergencia, o bien
para adaptarse a la diversidad en el estado de forma
del grupo. En estos casos, llevarte un pasatiempo te
salva la vida. Literalmente. Pasar la tarde con algunos
grupos es una experiencia estupenda, pero otros son
unos auténticos muermos.

35
RECOMENDACIÓN
º

Llevarte un hobby a una ruta de senderismo es una


forma de pasar un rato agradable y entretenido al
final del día. Y digo lo de agradable porque he visto a
senderistas cargar con los apuntes de una oposición.
¡Relájate! Escoge algo más ligero y disfruta de la
montaña.

º
RECUERDO QUE...
Una de las rutas de senderismo más bonitas que
he hecho en mi vida fue la Haute Route. La travesía
conecta Chamonix, en Francia, con Zermatt, en
Suiza. En concreto, recorre 180 kilómetros entre el
Mont Blanc y el Cervino, dos de las montañas más
emblemáticas de Europa. Son lugares que se quieren
y se odian a partes iguales: con el tiempo, se han
convertido en mecas de los deportes de montaña y
se han llenado de turistas. No me importa demasiado
que un lugar esté abarrotado: si está lleno hasta los
topes, es porque merece la pena y, si tú (o yo) estás
allí, entonces eres parte del ‘problema’. Seguro que
alguien a escasos metros de ti se está quejando de
‘este senderista apestoso con las botas destrozadas
que no se ha duchado en una semana’.

Pues bien, aquella mañana me encontraba en Zinal,


a dos días de llegar al final del recorrido. Me suele
pasar que, a veces, cuando estoy a punto de conseguir
algo, de repente todo se va por el retrete. ¿También

36
º

te pasa? Pues bien, aquella vez, el apocalipsis, como


sucedió con Escocia en el primer capítulo, llegó en
forma de borrasca de varios días. Es raro que la lluvia
me detenga. En el senderismo, para lo bueno y para
lo malo. Pero, cuando la cosa se complica, soy el más
sensato del grupo. Y se complicó. Fue la excusa ideal
para parar, poner el equipamiento a punto y darle un
descanso a mis rodillas que llevaban maldiciéndome
semanas: aquel verano no había parado de caminar
ni un solo día.

Lo cierto es que, cuando haces un descanso de un par


de días en una ruta, no hay mucho que hacer. Todo
eso que has ido retrasando, como lavar la ropa en una
lavadora decente, organizar la mochila o cortarte el
pelo, lo resuelves en una mañana. Después puedes
pasar un par de horas arreglando el mundo en tu
cabeza, estirar la sobremesa hasta bien entrada la
tarde o, si la lluvia te ha dado un respiro, dar una vuelta
por el pueblo.

Pasé toda la mañana en una cafetería leyendo un libro


de Indiana Jones (el único que encontré en inglés) y
ojeando otro de un tal Basquiat. Después me enteré
de que el tipo es uno de los artistas más cotizados
en la actualidad (Basquiat, no Indiana Jones). Talento
no le faltaba. Ojeé un libro de arte porque era lo que
había. Si llega a haber un libro sobre la normativa de
la petanca alpina en el cantón de Valais, continuaría
sin saber quién es el tal Basquiat (echad un ojo en
Google, el tipo es un crack).

37
º

Por la tarde, me fui a la tienda de campaña a echarme


un rato. La había plantado a las afueras junto a un
techado en el que había una mesa. Me tumbé un rato
y escuché la lluvia caer: disfruto cuando llueve y estoy
en la tienda de campaña escuchando el golpetear de
las gotas contra la lona, pero no aguanto mucho. Sí,
relaja, pero en pequeñas dosis.

Soy un tipo de acción. Así que cogí el primer trozo de


madera de calidad (bajo mi propio y nulo criterio) que
encontré en el suelo, saqué una navaja que cortaba
más bien poco y me decidí a tallar lo primero que
se me pasó por la cabeza. Basquiat había sido mi
inspiración, y, ahora, yo era un hábil ebanista que tenía
en sus manos un pequeño tronco de madera como
lienzo. ¿Qué tallé? Una hermosa cuchara de contornos
sinuosos y redondeados… Claro que sí: la primera cosa
que tallo en toda mi vida y no se me ocurre nada más
difícil que una cuchara. ¿Lo has intentado alguna vez?
No lo hagas, es una auténtica pesadilla. Madre mía
como me calenté ese día.

¿Lo conseguí? ¡Por supuesto! Era la cuchara más inútil


que jamás se hubiera fabricado. Lo peor de todo fue
que se me resbaló la navaja y me la clavé en la palma
de la mano. ¡Bravo! Ni te imaginas lo que escocía al
día siguiente cuando cogí los bastones y el sudor me
empezó a chorrear por las manos.

38
6. TU RITMO ES ÚNICO
Cuando te unes a un grupo para hacer senderis-
mo, lo habitual es que el estado físico del conjun-
to sea una auténtico festival de las variedades:
una triatleta, una señora que roza los noventa
años y se apuntó a la salida a última hora, un
amigo que acaba de llegar del Camino de San-
tiago, un chaval que se está recuperando de una
rotura de ligamentos, una chica con muletas, el
campeón Mr. Olympia 2019… ¡Aquí no hay quien
se aclare! Vale, es posible que haya exagerado
un poco, pero sirve como ejemplo para uno de
los mejores consejos que te puedo dar: no de-
jes que otros senderistas te impongan su rit-
mo (de forma intencionada o fortuita), a menos
que este sea más lento y lo hagas por decisión
propia.

Quítate el miedo a decirle a alguien que estás


completamente deshecho. Molido. Baldado.
Hecho papilla. Agotado. Reventado. Yo mismo,
cuando salía a hacer senderismo en los Picos
de Europa con la escuela de guías de monta-
ña (CEDEC), llegaba siempre el último y con los
pulmones en la garganta. No es que estuviese
en una forma física horrible (que también), pero
39
aquella gente estaba hecha de otra pasta. En esa
ocasión, la culpa fue mía, por apuntarme a unos
cursos que me exigían una forma física que ha-
bía perdido hacía meses. Tendría que haberme
preparado mejor.

“Camina a tu ritmo, tanto si vas solo como


en grupo. Un paso forzado es la antesala de
muchas lesiones”.

Si vas con un guía y te retrasas una y otra vez,


es su responsabilidad darse cuenta de ello, ami-
norar la marcha y adaptar el paso al tuyo. En-
contrar un equilibrio para todo un grupo no es
fácil, pero caminar a un ritmo más rápido del
que tu cuerpo es capaz de aguantar solo puede
acabar en una lesión; si la ruta es de varios días,
la tragedia está servida. ¿Bandeja de plata? Por
favor. ¿Te imaginas caminar durante una sema-
na, ocho horas al día, dando el ciento veinte por
ciento? Mal asunto.

Otra cosa que deberías considerar, es el no de-


jar que la frescura y la energía de los primeros
días te engatusen. Si has caminado demasiado
o lo has hecho a un ritmo exigente, lo empeza-
40
rás a notar a partir del tercer o cuarto día y, para
entonces, ya habrás cavado la tumba de tus ro-
dillas. Esto es algo que suele verse mucho en el
Camino de Santiago, cuando los peregrinos se
topan por primera vez a una ruta de larga dis-
tancia. No los culpo. Racionar la energía sin ha-
berte enfrentado nunca a una situación así no
es fácil. Comienza con distancias y desniveles
a los que estés acostumbrado y auméntalos a
medida que progreses.

¡OJO!
º

Aunque los ascensos en montaña son más duros que


los descensos, es en estos últimos donde se producen
la mayoría de los accidentes: estamos cansados
y tenemos ganas de llegar al refugio (o al bar). En
estas situaciones nos dejamos por el ‘si ya estamos
llegando’ para dar un empujón innecesario. He visto
a gente torcerse tobillos por competir para ver quien
llegaba antes al coche, o senderistas despeñarse por
un torrente de piedras por ir de cháchara en el tramo
final de una ruta. No hace falta.

41
º
RECOMENDACIÓN

Si vas en un grupo no guiado y el estado físico de


los componentes es dispar, habla con el resto para
que reduzcan el ritmo o redistribuid el peso de las
mochilas (tanto si os conocéis como si no, esto no
debería ser un problema). Si la diferencia continúa
siendo grande, quédate atrás con la gente que esté en
tu misma situación, ni te imaginas la de senderistas
que caminan por encima de sus posibilidades.

º
RECUERDO QUE...
En 2011 conseguí hacer un hueco entre trabajo y
trabajo, y me escapé unos días (al final me lie, y
acabó siendo un mes) para recorrer el Camino de
Santiago del Norte. Llevaba unos meses trabajando
en Osaka después de un peregrinaje en Shikoku que
tardé dos meses en acabar: nada más y nada menos
que 1400 kilómetros alrededor de una de las islas
más importantes de Japón.

Cincuenta y tantos días caminando me habían


convertido en un buey de arrastre y me encontraba
más en forma que nunca, así que aprovechaba el más
mínimo descanso para coger la tienda de campaña y
escaparme. En aquella época todo lo arreglaba con
senderismo (de hecho, incluso hoy en día la mayoría
de las cosas las arreglo saliendo a la montaña a dar
un paseo. Si el problema es grande, meto la tienda
de campaña y paso la noche allí). En Osaka no tenía
montañas cerca, así que solía visitar las de Kobe
42
º

y, al acabar, aprovechaba para bajar al mercado de


pescado a comer un buen sushi. Atún a ser posible. A
veces iba solo, y a veces con Kyoko. Al atardecer, me
sentaba en el puerto y me tomaba un refresco sacado
de alguna máquina expendedora. Me gustaba aquel
lugar, rodeado por una ciudad de más de un millón
de habitantes, pero casi en silencio. Lo recuerdo con
alegría y mucha nostalgia mientras escribo estas
líneas, hice muy buenos amigos allí. Incluso me
escapé un par de días y ascendí el monte Fuji, la
montaña más alta de Japón. Casi 3.800 metros. Un
sueño de niño hecho realidad que te cuento en el
consejo 23.

Pues bien, con todo esto a mis espaldas, afronté


aquellos días en el Camino de Santiago como siempre
lo había hecho: sin prisa pero sin pausa. Caminaba
etapas de entre veinte y treinta kilómetros, algo que
un peregrino preparado puede considerar normal,
hasta que llegué a Arzúa. Aquel día había caminado
toda la mañana desde Palas de Rei y me había sentido
mejor que nunca: sin duda estaba en forma.

No le di muchas vueltas: sobre las ocho de la tarde


se me cruzó un cable, me volví a poner la mochila
al hombro y marché en dirección a Santiago. Había
acumulado ya casi treinta kilómetros aquella
mañana y estaba dispuesto a sumar otros cuarenta:
iba a llegar esa misma noche a la Catedral. Era una
mala idea de libro. ¿Caminar 70 kilómetros en un día?
¡Estaba emocionadísimo!

43
º

Después de una jornada titánica en la que llegué a


perderme, y tuve que caminar varias veces solo con
la luz del frontal llegué a Monte do Gozo. Aquí hice
un pequeño descanso antes de recorrer los últimos
kilómetros que me separaban de Santiago. Crucé la
puerta de la Catedral con los ojos medio cerrados
por el sueño, me senté en un banco y me quedé
dormido. Lo siguiente que recuerdo es a un cura que
me despertaba: creo que estaba roncando.

Aquel día fue algo diferente pero, sin duda, marqué


mi propio ritmo.

44
7. APRENDE MICOLOGÍA, PERO
OJITO CON LAS SETAS

Como te cuento en el consejo 32, en algunos


lugares del mundo, después de un largo día de
senderismo, puedes pasar la pescando en sus
ríos y lagos y llevarte un par de buenas truchas
a la mesa. ¿Qué te parecería algo de guarnición
para acompañarlas? Te advierto que va a ser
complicado que consigas unos tomates o unas
lechugas en los bosques lapones, allí solo cre-
cen los mosquitos, aunque seguro que tienes
más suerte con las setas.

Si estás por la Península y Laponia o Escocia


te quedan lejos, estás de suerte. En España hay
tantos lugares para poner en práctica tus ‘co-
nocimientos micológicos’ que sería raro que te
encontraras a más de una hora de un sitio donde
llenar la cesta. Si estás en un bosque de pinos,
busca unos níscalos (asegúrate de que no ten-
gan gusanos) o unas negrillas. Si atraviesas uno
de hayas y robles, es probable que te topes con
unas trompetas de la muerte o unos boletus; in-
cluso, si tienes suerte, con unas amanitas cesá-
reas. Y, si caminas bajo encinas o alcornoques,
45
busca rebozuelos. Si vas por mitad de un prado
estate atento por si ves champiñones, senderue-
las o unas macrolepiotas. Por variedad no será.

Aprender micología es una idea estupenda. He


pasado tardes enteras recogiendo setas en los
Pirineos, en Laponia o en los Picos de Europa.
Pocas cosas tan buenas como unos boletus a
la brasa con un poco de aceite de oliva, un guiso
de níscalos con patatas o un revuelto de rebo-
zuelos recién cogidos. ¡Mamma mia! Qué ganas
de que llegue el otoño.

“Aunque hay miles de tipos de setas, no


hace falta que los domines todos. Aprende
a reconocer las comestibles más comunes y
olvídate del resto”.

Pero espera, este mundo lleno de todo tipo de


formas y colores tiene una pequeña pega: no
todas las setas son comestibles. Y no solo eso,
sino que algunas son tóxicas. Por ejemplo, la
Amanita phalloides o la Amanita verna no se an-
dan con tonterías: si te las comes, te mueres.
Fin. No es raro el año en el que alguien confun-
de una seta con otra y acaba con un guiso de lo
46
que no es. ¿Un guiso de setas al azar? Casi me-
jor jugar a la ruleta rusa.

Lo dicho, asegúrate de qué metes en la cesta.


Asegúrate mucho. ¿Te has asegurado? Si tienes
dudas y estás en una zona popular de recogida,
es probable que haya alguna asociación mico-
lógica cerca. Pásate y pregúntales. Estoy seguro
de que estarán encantados de echarte un cable.

¿SABíAS QUE...?

El hongo más grande del mundo (que, a su vez, también


es el ser vivo de mayor tamaño) es una Armillaria
ostoyae, una especie parásita que se encuentra en el
bosque nacional de Malheur, en Oregón. Mide 965
hectáreas y tiene una edad de varios miles de años.
Es algo así como el abuelo de todas las setas.

RECOMENDACIÓN
º

Apuntarse a un curso impartido por alguna asociación


micológica o conseguir una guía es un buen comienzo
en el mundo de las setas. Aun así, ten cuidado:
algunas se confunden fácilmente entre ellas, incluso
las más tóxicas. Sé que puedes sentirte abrumado
ante la cantidad de especies que existe, pero no te
hace falta conocerlas todas (ni siquiera los micólogos
expertos lo hacen). Con saber diferenciar cuatro o
cinco especies de la zona, vas más que servido.

47
¡OJO!
º

No hay forma ni truco para saber si una seta es


comestible a menos que la conozcas. Algunas incluso
lo ponen todavía más complicado: son tóxicas en
crudo, pero comestibles cuando están cocinadas.
¡Apaga y vámonos!

RECUERDO QUE...
º

En 2020, volví a España a pasar una temporada.


Después de trabajar un tiempo en Islandia y haber
vivido un año en tienda de campaña, decidí echar toda
la carne en el asador y me fui a Cantabria a cumplir
uno de mis sueños: estudiar un módulo para ser
guía de montaña. El curso se impartía en Potes, así
que, mejor, imposible. Esa ciudad es un auténtico
paraíso en la tierra. ¿Vivir allí y aprender montaña en
los Picos de Europa? Saca los papeles de la matrícula
que te los voy firmando.

Dio la casualidad de que, cuando llegué, se celebraba


una famosa carrera en la zona. No estaba en mi mejor
forma (como de costumbre) y completar los veintiocho
kilómetros del recorrido me parecía un despropósito:
no lo había planeado ni había entrenado de forma
seria. Tampoco lo había hecho de forma no seria,
para que nos vamos a engañar. Aquello, de primeras,
pintaba mal. Aun así, decidí inscribirme. Cuando uno
quiere hacer una cosa (o quiere no hacerla) siempre
acaba encontrando una excusa. Yo soy más bien de
los que encuentra excusas para hacerlas y, aunque
48
º

se suele decir que uno no se arrepiente de lo que ha


hecho, sino de lo que no ha hecho, ya te digo yo que
la he metido hasta el fondo un buen puñado de veces.

Pues bien, como buen amante de las excusas ‘positivas’,


me prometí que aquello me serviría para prepararme
para las primeras salidas del curso. Me lo tomaría
con calma y, como si fuese una salida habitual a la
montaña, correría los kilómetros a mi ritmo. Luego,
cuando me alcanzase el coche escoba (daba por
hecho que lo haría), continuaría por mi cuenta hasta
llegar a la meta. Aquello parecía un buen plan, sin
fisuras. El problema es que, el plan era en sí, era
una fisura tan grande que desde mi perspectiva era
incapaz de ver. Pero espera, que los acontecimientos
iban a dar un buen giro.

La mañana de la carrera me desperté temprano y fui


a dar una vuelta hasta la ermita de Valmayor. Hay
una buena tirada, pero me dije que me ayudaría a
calentar las piernas y prepararlas para la carrera. Que
equivocado estaba.

Cuando bajaba, sucedió algo que truncaría mi destino,


algo que daría un vuelco a los acontecimientos…
Bueno, ¡ya basta de dramatismo!: me encontré en
mitad del sendero un níscalo de veinte centímetros
de diámetro. Sí, era un níscalo, no había duda.
Muchos micólogos dicen que no tienen demasiado
valor culinario, pero que me lo digan mientras me los
como sofritos con ajo o con unos huevos fritos.

49
º

Encontrarme aquel níscalo me resultó curioso, pero


a pesar del tamaño, no le presté mucha atención
y continué caminando. Más adelante, me topé con
otro. Aquello comenzó a mosquearme. Había subido
a la ermita un par de veces antes, pero nunca había
visto ninguna seta. Cuando vi el tercero, me agaché
y descubrí que el lugar estaba infestado. Me prometí
que cogería algunos, los llevaría al coche e iría
directamente a la carrera. Aquello me había hecho
perder la concentración, pero no me iba a desviar de
mi meta, correr la carrera de la cual podría presumir
delante de mis compañeros de curso.

¿Qué cómo acabó la carrera? ¿La ca… qué? Una hora


más tarde bajaba a uno de los supermercados del
pueblo para pedir dos cajas de cartón y continuar
cogiendo níscalos. No hace falta que diga más. Estaba
desbordado. ¿Sabes el zorro que entra en un corral y
mata a todas las gallinas porque entra en modo ‘voy-
a-acabar-con-todo-lo-que-se-mueva’? Pues algo así
me pasó a mí con las setas. Obviamente, nunca llegué
a la carrera, pero me llevé diez kilos y colapsé el
congelador de casa todo el invierno.

50
8. LLEVARTE UN PARAGUAS
PUEDE SER UNA BUENA IDEA

El paraguas es uno de esos grandes incompren-


didos en el mundo del senderismo. Los motivos
son evidentes: si ya es engorroso ir con él por la
ciudad, imagina lo que supone llevar semejante
cachivache a la montaña. Pero el motivo es otro,
y lo sabes: ‘no queda nada senderista y me des-
monta mi outfit’. No te preocupes, yo también lo
pensaba en mis primeras salidas.

Soy de esas personas que lo cuestionan casi


todo. Por eso, cuando comencé a ‘armar’ mis
primeras mochilas, el paraguas fue una pieza
del equipamiento que tuve en consideración: me
parecía extraño llevarlo, no había visto a sende-
ristas paseando paraguas por la montaña; pero,
¿quién era yo para cuestionar trescientos años
de historia del paraguas?, y ¿dónde dejaba esto
a los chubasqueros, los pantalones impermea-
bles y las polainas?

Le di muchas vueltas antes de lanzarme a la


piscina. Era mi primera ruta de larga distancia y
quería reducir el peso al máximo. Un paraguas
51
no suele pesar más de medio kilo, pero, como
te contaré más adelante, todo suma: doscientos
gramos por aquí, seiscientos por allá… Antes de
que te des cuenta, tienes a la espalda una mo-
chila de quince kilos y todavía no has metido el
agua ni la bolsa de aseo. Pero, bueno, a lo que
iba: finalmente me decidí por el sí con del pa-
raguas, y se ha convertido en una de las piezas
fundamentales de mi equipamiento. Lo adoro.

No solo sirve para protegerte de lluvia. Para nada.


Si estás acostumbrado a caminar por montaña,
sabrás que, en muchos lugares, es casi imposi-
ble caminar durante las horas centrales del día.
El sol castiga demasiado fuerte. Si te vas al Me-
diterráneo en pleno mes de agosto, olvídate de
la montaña más allá del mediodía. Sin embar-
go, si caminas con un con un paraguas, la cosa
cambia.

Cuando el sol apriete, ábrelo y utilízalo para an-


dar fresco y a la sombra. Así, matas varios pája-
ros de un tiro: sudas menos, po r lo que pierdes
menos líquido; te proteges de los rayos del sol,
que en montaña son más perjudiciales; y evi-
tas ponerte capas y capas de crema solar que
se acaba juntando con el sudor, te entra en los
ojos… Vamos, un auténtico desastre.

52
Si te cae un chaparrón pero hace calor, una mem-
brana te aisla de la lluvia, pero va a hacer que
sudes tanto que acabarás igualmente mojado y
cocido al vapor dentro de la chaqueta. ¿Quiere
decir esto que tienes que olvidarte de las mem-
branas y solucionarlo todo con un paraguas?
Para nada. Los chubasqueros y los cortavientos
te protegen de las inclemencias meteorológicas
y, en climas lluviosos o en zonas de viento, son
dos piezas del equipamiento súper importantes.
Además, el paraguas no es lo más conveniente
cuando hace viento o en terrenos irregulares en
los que hay que ayudarse de las manos. Esto sin
contar con que, si llevas bastones, tienes que
escoger entre una cosa o u otra.

Sea como sea, si nunca has usado el paraguas


en la montaña, te animo a que lo hagas . Es po-
sible que te miren raro, pero, en el fondo, sabes
que algo de envidia te tienen.

RECOMENDACIÓN
º

Lleva un paraguas robusto y con un sistema de varillas


resistente. Algunos son muy compactos, pero eso
repercute en el armazón, más endeble, y apenas
cubren de la lluvia.

53
¡OJO!
º

Algunos senderos no son buenos lugares para abrir


tu paraguas en un día de viento. La ruta Laugavegur,
en Islandia, o el circuito de Torres del Paine, en Chile,
son dos de los lugares más ventosos del mundo.
Aquí las ráfagas pueden soplar por encima de los
150 kilómetros por hora y arrastrar cualquier cosa
que encuentren a su paso. Te lo digo por propia
experiencia: en Torres del Paine vi como tumbaba
un autobús (por suerte, no fue el mío) y, en Islandia,
he pasado días sin poder salir a la calle por culpa de
las tormentas.

º
RECUERDO QUE...
El peregrinaje a Shikoku es una experiencia de esas
que no se olvidan (yo lo tengo gravado a fuego). Es un
recorrido de 1400 kilómetros (aunque depependiendo
de la ruta, pueden variar), en Japón, que sigue los
pasos de Kukai, un famosísimo (en su país) poeta y
monje budista fundador de la facción Shingon. Hoy
en día son cientos de miles las personas que lo hacen
todos los años y visitan los 88 templos que lo forman.
Hasta aquí la introducción. Vamos a profundizar un
poco sobre el tema, y al final lo enlazaré todo con el
consejo.

Bien, hay muchas costumbres alrededor del


peregrinaje, la mayoría de ellas relacionadas con los
pasos a seguir desde que uno entra en el recinto de
un templo: está la de lavarse las manos en la fuente
54
º

purificadora (chōzubachi), la de hacer sonar el gong


(bonshō) o la de presentarse delante de la deidad con
las tarjetas de peregrino (osame-fuda). Hay tantos
rituales que no es de extrañar que lo importante
aquí no sea el recorrido, sino la oración y todas
esas pequeñas ‘sub-misiones sagradas’. Olvídate de
caminar. Este peregrinaje lo puedes hacer como te
venga en gana: en tren, en autobús o incluso en
taxi. Estos japoneses se las saben todas.

Uno de los rituales que más me llamó la atención es


el del osettai. Consiste en una ofrenda o regalo que
se le hace al peregrino para ayudarlo en su recorrido
alrededor de la isla. Los regalos pueden ser desde
una bolsa de caramelos hasta unas naranjas, dinero
o incluso pasar la noche en casa de alguien. Que
alguien te pare por la calle y te diga de ir a su casa a
cenar y a pasar la noche es de lo más desconcertante
si te pasa en el centro de Madrid, o una bendición
si estás en la isla de Shikoku. Aquí te dejo algunos
ejemplos de osettai que recibí por el camino y en el
consejo 35 te contaré una historia que me pasó en la
ciudad de Matsuyama.

¿Por qué te cuento esto? Pues bien, resulta que, en


la última semana de peregrinaje, entró un temporal
fortísimo a la isla. Sí, ya estamos con la lluvia.
Por supuesto, yo iba preparadísimo y forrado de
membrana impermeable de pies a cabeza, pero ni
eso fue suficiente. A los diez minutos de la primera
embestida del temporal, ya tenía mojados hasta los
calzoncillos. Caminé durante horas empapado. No
recuerdo cuantas, pero me parecieron una eternidad.
55
º

Me hacía falta un paraguas, pero no tenía pinta de


que fuese a conseguir uno fácilmente. ¿O sí?

Después de hacer una parada bajo un árbol para


recomponerme (algo que no conseguí), vi que un coche
se paró a mi altura, el conductor bajó la ventanilla
y me dio un paraguas y una bolsa de comida. Se
ofreció a llevarme, pero le dije que con el paraguas
era suficiente mientras (casi) me caían lágrimas de
alegría por la cara.

No creo en el karma y, en el caso de que existiese, no


sé si en aquel momento estaba con balance positivo
o negativo. Sea como sea, aquel hombre me salvó un
poquito de vida, y todavía hoy guardo ese paraguas
en el armario. Aquí tienes una foto de cuando llegué
al templo 88.

56
9. A LA MONTAÑA, SÍ SE PUEDE
IR SOLO

Llevo escuchando aquello de ‘a la montaña nun-


ca vayas solo’ desde que tengo uso de razón,.
No puedo estar más en desacuerdo. Si hay que
ir solo, se va. Que los senderistas vayan solos a
la montaña no es algo que se pueda evitar: va a
suceder nos guste o no, independientemente de
las advertencias que se hagan al respecto. Los
medios de comunicación tampoco ayudan a que
la idea cale: ¿cómo se le puede pedir a un sen-
derista que no vaya a dar un paseo por la mon-
taña en solitario si en televisión es común ver
cómo famosos alpinistas ascienden las monta-
ñas más peligrosas del mundo en solitario? La
ironía. Bajo mi punto de vista (esto es solo una
opinión), creo que lo mejor aceptar la situación y
trabajar con ella para minimizar los accidentes.

Hoy en día, aunque se continúa defendiendo que


se vaya acompañado a la montaña, se ha incluido
una letra pequeña: sal solo a la montaña, siem-
pre y cuando tomes las precauciones necesa-
rias. No puedo estar más de acuerdo con esto.
Además, cuando se trata de senderismo, las pre-
57
cauciones suelen concentrarse en dos cosas
sencillas: prepárate y utiliza el sentido común.
Es importante que dejes tu planificación en ma-
nos de alguien de confianza, asegúrate de cono-
cer el terreno, de estar preparado físicamente
para la ruta, de ser meticuloso cuando prepa-
res la mochila y de comprobar la meteorología.
Ten el móvil cargado y, si vas a una zona remota
durante varios días, piensa en llevarte un teléfo-
no por satélite.

“¿Salir solo a la montaña? Sí, pero con


precaución”.

Tengo poco más que añadir. ¿Todavía estás pre-


ocupado? No tienes por qué. Aunque gran par-
te de los accidentes en montaña les suceden a
los senderistas (somos, con diferencia, los mon-
tañeros más numerosos), en la mayoría de las
ocasiones se trata de incidentes de poca gra-
vedad. Son los escaladores y los alpinistas los
que se llevan la peor parte. Cuando veo los te-
rrenos por los que se mueven, no me extraña en
absoluto. Esa gente los tiene bien puestos.

58
RECOMENDACIÓN
º

Si vas a ir solo a un lugar remoto a hacer senderismo,


deja una planificación de tu viaje a las autoridades
de la zona. Es más, no solo es buena idea ponerte en
contacto con ellas para notificarles tu ruta, sino que
es posible que puedan darte información valiosa. Muy
recomendable en salidas invernales, especialmente
si vas a pasar la noche fuera.
¿No sabes qué incluir en la planificación? Te ayudo:
la zona a la que vas; dónde vas a aparcar el coche,
la matrícula y el modelo; la hora a la que sales y a
la que tienes pensado regresar, o incluso si llevas
equipamiento para pasar la noche fuera. Si les dejas
el recorrido, mejor que mejor. No hace falta que des
todos los detalles, pero cualquiera que aportes será
bienvenido: en la montaña, la seguridad es lo primero.
Como creo que es un tema importante, volveré a
hablarte de él más adelante.

¡OJO!
º

No hay forma ni truco para saber si una seta es


comestible a menos que la conozcas. Algunas incluso
lo ponen todavía más complicado: son tóxicas en
crudo, pero comestibles cuando están cocinadas.
¡Apaga y vámonos!

59
10. BASTONES DE SENDERISMO,
SIEMPRE

Los he utilizado desde mi primera salida a la


montaña y todavía no me he arrepentido ni una
sola vez de llevarlos conmigo. De hecho, que mis
rodillas tengan tan buena salud se debe al uso
de bastones. Esto no es casualidad: si los utili-
zas bien, amortiguan cada uno de los pasos que
das cuando practicas senderismo y, cuando ca-
minas de forma habitual, te aseguro que no son
pocos. Además, tienes que pensar que no solo
llevas tu propio peso ‘encima’. Para salidas de
varios días, tu mochila puede exceder fácilmen-

“Utiliza los bastones para progresar en


los ascensos y amortiguar el impacto en
los descensos. Tus rodillas y tobillos te lo
agradecerán”.
te los diez kilos. Casi nada.

La mayor ventaja de caminar con bastones es


que te ayudan a progresar en los ascensos
mientras que amortiguan el impacto en los des-
60
censos. Ni que decir tiene que mejoran el equi-
librio en pasos comprometidos como torrentes
de piedra o cruces de río: si el agua baja fuerte,
tendrás dos puntos más de apoyo y te servirán
para medir la profundidad.

Resultan también de mucha utilidad para quitar


las telarañas del sendero por la mañana o, como
le pasó a un compañero de refugio, para ahu-
yentar a una víbora que se había cruzado en el
camino. Con algo de ingenio, puedes montarte
un tendedero apañado si tienes un cordino y un
par de piquetas (te explico cómo en el consejo
13).

¿Cómo utilizarlos? Muy sencillo. La altura del


bastón para caminar en llano es correcta si, al
apoyar, el codo forma un ángulo de noventa gra-
dos entre el brazo y el antebrazo. Claro que esta
es la teoría. Yo los llevo algo más largos para
conseguir más tracción. Esto va a gusto del con-
sumidor. En los ascensos, acórtalos e impúlsa-
te con ellos para subir. La clavada tendría que
quedar ligeramente delante de ti y el brazo de-
bería realizar un retroceso a la vez que clavas el
siguiente bastón. En las bajadas, alárgalos para
amortiguar la pisada y adelanta la clavada todo
lo que puedas.

61
Es probable que te lleve un par de días acos-
tumbrarte a los bastones y unos cuantos más
aprender cómo utilizarlos, pero, con el tiempo,
acabarán convirtiéndose en una prolongación
de tus brazos y, a la larga, tus rodillas te lo agra-
decerán. De nada, rodillas.

¿SABíAS QUE...?

Las puntas de los bastones de calidad están fabricadas


con tungsteno, un material casi indestructible con el
punto de fusión más alto de la naturaleza (3420 ºC).
Aunque eso no quita que, a veces, acaben destruidos.

RECOMENDACIÓN
º

Antes de emplear los bastones por primera vez en


una ruta, pruébalos por tu ciudad. Ve a un parque y
practica la técnica en llano. Alargarlos y acórtalos, y
camina con ellos todo lo que puedas. No te harán falta
más de diez minutos para comenzar a dominarlos
y ahorrarás un tiempo precioso cuando estés en la
montaña.

62
¡OJO!
º

Cuando desciendas, tienes que alargar los bastones


para adelantarlos lo máximo posible a la pisada y
ahorrar en rodillas y tobillos. Dicho esto, recuerda que,
a medida que alargas el bastón, este se debilita y es
más fácil que se parta si eres de los que clava duro.
Yo he partido dos bastones y he estado a punto de
clavarme uno en el costado. ¿Sucede habitualmente?
Para nada.

RECUERDO QUE...
º

La verdad es que quedan fantásticas todas esas frases


motivadoras sobre paisajes impresionantes, o esas
fotos de gente rodeada de amigos mientras beben
té junto a una chimenea o charlan hasta las tantas
bajo las estrellas. Maldito postureo, qué felices se
ven todos y que sonrisas más blancas. Todo eso está
muy bien y sucede… a veces. Cuanto más senderismo
haces, más cuenta de das de que la montaña también
es un lugar de soledad y reflexión, tanto para bien
como para mal.

No tengo problema en reconocer que he pasado


algunos de los momentos más aburridos que
recuerdo en la montaña (y no soy de los que se
aburren con facilidad, te lo aseguro): después de
caminar durante días prácticamente solo, las ideas
empiezan a escasear, uno se cansa de arreglar el
mundo en su cabeza y acaba tallando cucharas con
navajas demasiado afiladas y ensartándose la mano
63
º

en un movimiento desesperado por entretenerse.

Es posible que pienses que estoy divagando en mis


pensamientos. Tal vez. Pero todavía no me he vuelto
completamente loco. Te voy a contar una anécdota
sobre los bastones que me va a ayudar a atar cabos
y va a hacer que este rollo que te he contado cobre
sentido.

Pues bien, en una ocasión, estaba por Girona haciendo


senderismo y rememorando un tramo del GR-11 que
había hecho algunos años atrás: 40 días de refugio en
refugio por una de las cordilleras más impresionantes
que hay en el mundo (aquí te dejo una de las pocas
fotos que tengo mías de la ruta). He pateado muchas
montañas y, a estas alturas, no creo que nadie me
haga cambiar de opinión. Los Pirineos son una
auténtica joya. No tienen la envergadura de los Andes,
del Himalaya o de los Alpes. Son montañas menos
salvajes que, estés donde estés, te hacen sentir como
en casa.

La tarde del tercer día, la pasé en un refugio no


guardado del que no recuerdo el nombre. Fue allí
conocí a Toni con quien pasé la tarde cocinando
sopas de fideos y charlando sobre viajes y aventuras.
Era lo que se conoce se conoce como un tío guay,
auténtico, de esos en peligro de extinción.

Una cosa condujo a la otra y, entre bromas, nos


retamos a un duelo a bastones de senderismo. Ya
ves, cosas del aburrimiento y de la juventud. No
duramos mucho con aquella tontería, pero yo me llevé
64
º

un par de estocadas en el costado. La peor parte se


la llevaron los bastones que recibieron una buena
somanta de palos y acabaron con abolladuras por
todos sitios.

El problema vino después, a la hora de ‘cerrarlo’: los


bollos habían hecho que se quedase atorado. Lo probé
todo. Incluso en un intento desesperado le acerqué el
hornillo encendido para calentar el metal y que así se
volviese algo más dúctil para poder sacarlo. He visto
demasiadas películas. Mientras escribo estas líneas,
me imagino la escena con la música de Mcgyver de
fondo pero, cuando estaba allí, solo podía maldecir
el momento en el que se me ocurrió ponerme hacer
el tonto con unos bastones que me costaron un ojo
de la cara. En un último intento, conseguí acortarlo a
base de golpes, pero nunca más lo pude alargar.

Cuando lo había dado todo por perdido y creía que iba


a caminar los siguientes días con un único bastón,
el karma me perdonó la tontería del día anterior y
me regaló uno prácticamente nuevo que algún
senderista se había dejado a unos cientos de metros
del refugio. Fuese de quien fuese, muchas gracias
por el despiste. Si todavía lo estás buscando, lo tengo
en casa y funciona a la perfección.

65
11. NO CONVIERTAS TU MOCHI-
LA EN UN BAZAR AMBULANTE

Creo que nunca me había echado las manos a la


cabeza como lo hice aquel día. Nunca llegué a
decir una palabra al ver como todo se desmoro-
naba en un momento, pero puedo asegurar que
cerré los ojos, miré arriba y pensé: ‘pu*o desastre’
mientras litros de vino y cristales se esparcían
por el suelo. La broma le costó a Sonia cerca de
doscientos euros y a mí tener que limpiar aquel
desaguisado en vez de estar celebrando mi lle-
gada a Chamonix después de acabar el Tour del
Mont Blanc. Aquí debajo te cuento la historia
que tuve la ‘suerte’ de compartir con ella.

Conocí a Sonia en Le Brevent el último día del


Tour du Mont Blanc. Hacía un mañana horrible.
Me habían prometido que desde allí se tenían
las mejores vistas al macizo, pero había tantas
nubes, que ni siquiera se podía ver el valle del río
Arve. De hecho, no se veía absolutamente nada,
así que me resguardé de la lluvia en la cafete-
ría Le Panoramique (justo debajo del teleférico),
pedí un café con leche y esperé a que pasara la
tormenta.
66
Sonia estaba sentada en una mesa frente a la
barra y tomaba café. No parecía que tuviese pri-
sa. Cuando se acabó el café, también se comió
un par de bocadillos y algo de bollería. ‘Esta chi-
ca tiene que ser rica’, pensé. No sabía cuánto
costaba un bocadillo, pero si el café me había
costado casi seis euros, aquel menú no podía
haber sido barato.

Me levanté casi a la vez que lo hizo ella. Creo


que fue un acto reflejo. No sabía en qué direc-
ción iba, pero una mochila tan grande como la
suya me hizo pensar que no había venido solo a
pasar el día.

Fue entonces cuando me fijé con algo más de


detalle: le faltaba sitio para colgar cosas. Pare-
cía un bazar ambulante: una taza agarrada con
velcro, unas chanclas viejas llenas de barro, una
bolsa de basura, la tienda de campaña y, encima
de todo, una chaqueta y un bote de medio litro
de crema solar. También llevaba media docena
de mosquetones de escalada enganchados por
todos lados como si fueran piercings: ‘siempre
queda un hueco del que poder colgar algo más’,
pensé.

67
Cuando me acerqué a pagar, aproveché para pre-
guntarle sobre la ruta, y sucedió que también
acababa ese día el Tour du Mont Blanc. Tal vez
pueda parecer una coincidencia mágica, pero no
lo es tanto. Son cientos los senderistas que aca-
ban cada día esta ruta. Nosotros solo éramos
dos más. Cogimos las mochilas, las cargamos
al hombro y apretamos el paso para completar
las últimas dos horas hasta Les Houches. Bue-
no, tal vez fueron tres. No lo recuerdo.

“Guarda todo el equipamiento de senderismo


dentro de la mochila. Llevarlo colgado puede
desestabilizarte”.

Fue una tarde fantástica. Hacía días que cami-


naba solo y conectamos enseguida. Después de
un rato de descenso, no puede evitar preguntar-
le por la mochila y por todo lo que llevaba colga-
do de ella. Fue escueta: ‘Así lo tengo todo más
a mano’. Por la rapidez con la que respondió,
imaginé ya se lo habían preguntado antes. Yo
no estaba convencido. Soy de los que piensa de
que cuantas menos cosas se lleven fuera de la
mochila, mejor. Llámame loco.

68
La historia acabó como tenía que acabar. Al lle-
gar a Les Houches entramos deprisa en un pe-
queño supermercado para resguardarnos de la
lluvia y fue como si un elefante entrase en una
cacharrería: no sé cuántas botellas de vino rom-
pió, pero había más de diez. Si crees que no son
muchas, te reto a que estampes cinco o seis
contra el suelo. Allí había vino y cristales por to-
das partes. Yo no sabía si barrer o fregar (sí, tuve
que ayudar a limpiar todo aquello).

Cuando acabamos la ruta, nos despedimos y


nunca volví a saber de ella. Ni una cerveza, ni
un café. Absolutamente nada. Aun así, me dio
para escribir un capítulo del libro, así que, estés
donde estés, muchas gracias, Sonia.

No lleves nunca cosas fuera de la mochila (ex-


ceptuando, tal vez, la ropa húmeda para que se
seque). El balanceo hace que el caminar sea más
irregular. Además, puedes engancharte con una
rama o desperdiciar diez litros de vino en un mo-
mento. Ten especial cuidado con las esterillas
y las tiendas de campaña si no te queda otra
que llevarlas fuera. Aunque, si lo haces, te ad-
vierto de que, o bien llevas demasiadas cosas,
o bien tu mochila no es del tamaño adecuado.
Aquí una foto de una de mis primeras rutas: yo
también lo llevaba todo fuera.
69
RECOMENDACIÓN
º

Aunque no te aconsejo que lleves nada fuera de la


mochila, si viajas con una esterilla de espuma, es
probable que no te quede más remedio: ella solita
llena una mochila de cuarenta litros. En este caso,
colócala en un lateral y en paralelo a la longitud de
la mochila. Algunos senderistas las colocan debajo,
suele sobresalir por los lados y es más fácil que roces
cualquier cosa o que se enganche.

¡OJO!
º

Si llevas colgada tu ropa de la mochila para que se


seque y atraviesas una zona con ramas o arbustos,
asegúrate de que no se enganche. Son zonas
maravillosas para perder los calcetines, la ropa interior
o los guantes si los llevas en un bolsillo.

70
12. ASÍ ES DORMIR EN UN
REFUGIO DE MONTAÑA

Los refugios son como hoteles de montaña, solo


que no son como los hoteles de montaña. Aquí
no hay categorías, y las estrellas, casi mejor que
las busques en el cielo o en la sopa de cocido
de la cena. Los estándares suelen ser simila-
res en todos los refugios guardados, pero son
como la noche y el día en los no guardados:
un día pasas la noche en una preciosa cabaña
con una estructura de doble altura de madera,
con chimenea y una mesa muy apañada para
cenar con los colegas de ruta y, al siguiente, es-
tás compitiendo con las arañas por un sitio en
un somier de muelles oxidados, viendo como
dos mapaches juegan a las cartas en una pila
de basura que se dejó un grupo el día anterior…
Espera, ¡que me estoy adelantando! Te explico
primero qué es eso de los refugios guardados y
los no guardados, y luego sigo.

REFUGIOS GUARDADOS. Como puedes imagi-


narte, son refugios que están guardados (bra-
vo, Jose, ¿dónde te levanto un monumento a la
obviedad?). Hay un responsable o guarda que
71
cuida de él y que se encarga de las tareas de
mantenimiento, administración, recibe a los
montañeros, les da información de la zona e in-
cluso cocina. Vamos, un partidazo. Los refugios
guardados permanecen cerrados fuera de tem-
porada, pero dejan una habitación abierta para
emergencias (y no tan emergencias). Hay que
pagar para pasar la noche y funcionan con re-
serva. ¿Quieres quedarte toda la mañana en la
cama viendo Netflix? Yo diría que no. La mayo-
ría cierran a partir de las 9 por limpieza. ¡Sal ahí
fuera y disfruta de la montaña, maldito!

¿Y qué tal las instalaciones? No esperes una pis-


ta de pádel ni piscina climatizada, pero muchos
son una auténtica delicia. Tienen aseos (que a
veces estan en una caseta separada), una zona
para cocinar y se suele dormir en literas por cues-
tiones de espacio. Es común que tengan juegos
o libros para que las tardes y los días de mal
tiempo sean más llevaderos y no falta una chi-
menea, una emisora para emergencias y agua
caliente.

También se venden snacks, bebidas y cosas


como pasta, papel higiénico o comidas deshidra-
tadas. No esperes precios baratos: los víveres
llegan en todoterreno en el mejor de los casos
y en helicóptero en el peor. En algunos lugares
72
del mundo se utilizan burros o porteadores: ese
guiso de patatas que te estás comiendo tiene
mucha más historia de la que te imaginas. No
hay menú, (así que no lo pidas a menos que sea
para echarte unas risas con los amigos y poner
de mala leche al guarda) y, salvo que pilles de
buenas al cocinero, evita peticiones rocambo-
lescas sobre la comida. Si tienes algún tipo de
alergia, habla con la cocina. No siempre es po-
sible adaptarse a las necesidades de todos los
montañeros, pero harán lo posible para que así
sea.

“Respeta las normas de los refugios de


montaña. Son básicas para poder convivir
tantos montañeros en un espacio tan pequeño”.

La calidad de la cocina del refugio depende nor-


malmente del guarda que haya en ese momento
y de lo que les quede en la despensa, pero tam-
bién de lo hábil que sea con los cuchillos. Si no
se le dan bien los fogones, es probable que veas
más sopas de sobre de las que te gustaría. No
hay mucho que hacer aquí. La montaña es así
y hay que adaptarse. En refugios grandes y du-
rante la temporada alta, hay varios trabajadores
73
y personas encargadas de la cocina exclusiva-
mente.

REFUGIOS NO GUARDADOS. Si crees que los re-


fugios guardados son espartanos, agárrate que
vienen los no guardados. Son refugios que no
están vigilados: vas, abres la puerta, te metes y
duermes y, dependiendo de quién lo lleve (club,
asociación, ayuntamiento…), de las ganas que
tenga de hacerlo y del presupuesto, así será el
estado del refugio. Puede estar hecho un pincel
o una brocha. Por eso, es importantísimo que,
cuando lo dejes, lo hagas en las mejores con-
diciones posibles. Esto incluye limpiar lo que
hayas ensuciado, llevarte contigo toda la basura
que hayas generado e incluso cortar leña (esto
es algo que sucede en los países escandinavos.
En España, menos). El mantenimiento del refu-
gio no es cosa de los senderistas, pero, dejarlo
limpio y listo para el siguiente grupo, sí.

Son de libre acceso en España y algunos tie-


nen chimenea, algún tipo de construcción para
poner la esterilla y el saco de dormir encima,
y agua corriente (no todos). Si vas a caminar
por zonas secas, asegúrate de esto de esto últi-
mo: llegar al refugio medio deshidratado y darte
cuenta de que la fuente está seca es un autén-
tico drama. A mí me pasó una vez y no se pasa
74
nada bien.

Como no quiero enrollarme, te voy a dejar diez


normas de comportamiento básicas de los re-
fugios y así te haces una idea mejor. Vamos con
ellas.

1. SOLO SENDERISTAS CON RESERVA (LA MA-


YORÍA). Lo mismo pasa con las comidas. Lo
complejo de llevar víveres a la montaña hace
que las raciones estén contadas: rara vez sobra
algo. Si quieres cenar, desayunar o que te pre-
paren una bolsa de pícnic para el día siguiente,
hazlo saber con tiempo.

2. DÉJALO TODO ORDENADO. He estado en re-


fugios no guardados donde caminar por la ha-
bitación era como si estuviese haciendo un es-
lalon de esquí la cantidad de equipamiento que
había tirado en el suelo. Incluso una vez vi a dos
escaladores que estuvieron a punto de llegar a
las manos por ello. Mantén tu espacio lo más
ordenado posible.

3. EL GUARDA ESTÁ PARA AYUDARTE. Algunos


tienen un carácter un tanto especial, pero saben
más que cualquier otra persona sobre el entor-
no. No dudes en preguntarle. Si puede ayudarte,
lo hará.
75
4. NADA DE BOTAS EN LAS HABITACIONES. No
solo por la suciedad que traen del exterior, sino
por el olorcillo que van dejando después de ha-
ber caminado durante días con ellas. En la en-
trada de los refugios guardados hay zapatillas
para utilizar en el interior, úsalas.

5. UTILIZA SACO Y SÁBANA PARA DORMIR.


Esto depende de cada refugio, pero en muchos
es obligatorio por cuestiones de higiene. En otros
te darán sábanas y mantas y no tendrás que pre-
ocuparte por nada. Así da gusto hacer senderis-
mo.

6. NO COMAS NI COCINES EN LOS CUARTOS.


Algunos refugios son más tolerantes que otros
con el tema de las comidas (es raro que te pon-
gan pegas por comerte una manzana en el dor-
mitorio), cuando vayas a cocinar, hazlo en las
zonas habilitadas y, por supuesto, nada de en-
cender hornillos dentro de las habitaciones. Con
este tipo de cosas, no se andan con chiquitas:
te cogen la mochila, la sacan fuera y te cierran
la puerta en las narices. Poca broma.

7. NADA DE TENDEDEROS EN LAS HABITACIO-


NES. No suele haber problema en colgar una ca-
miseta en la cabecera de la cama o unos calce-
tines en un lateral. Sin embargo, en el momento
76
en que empieces a poner cuerdas por todos los
lados y a colgar calcetines y ropa interior a dies-
tro y siniestro, ten por seguro que alguien se que-
jará.

8. NO PERMANECER EN EL REFUGIO DURANTE


EL DÍA. Como cualquier establecimiento donde
pasar la noche, los refugios tienen un horario de
limpieza, y este suele ser a partir de las nueve,
justo después del desayuno. A menos que estés
enfermo (y aquí no vale un poco de tos y mocos),
no puedes quedarte en el refugio durante esas
horas. No, ni siquiera si has reservado varias no-
ches.

9. PROHIBIDA LA ENTRADA A ANIMALES. Sé


que muchas personas no pueden vivir sin sus
perros, pero está prohibido entrar con ellos a los
refugios. De hecho, con perros o con cualquier
otro animal.

10. GUARDA SILENCIO. Intenta no hacer ruido


por las noches, especialmente si te quedas en
alguna zona común y el resto se marcha a la
cama antes que tú. Deja las cosas preparadas
la noche anterior y utiliza el frontal con la luz a
baja potencia o con luz roja para no molestar a
los que duermen. ¡Ah! Y evita las bolsas de plás-
tico. No hay nada más molesto que un sende-
77
rista sacando y metiendo bolsas de plástico en
la mochila. Hay un lugar en el infierno para este
tipo de personas.

Sí, lo sé. Son una buena cantidad de normas, pero


no son diferentes de las que seguirías en un ho-
tel o incluso en tu casa. Piensa que existen para
que la estancia sea lo más agradable posible
para todos. Y es que, cuando confinas a quince
o veinte personas machacadas por la montaña
en un espacio tan pequeño, cuanto más tran-
quilo esté todo, mejor.

¿SABíAS QUE...?

El refugio más alto del mundo es el Elena, en el


Aconcagua, y se encuentra a 6.962 metros de altitud.
Solo de pensarlo me mareo. ¿De verdad se puede
dormir allí arriba?

RECOMENDACIÓN
º

Aunque no te aconsejo que lleves nada fuera de la


mochila, si viajas con una esterilla de espuma, es
probable que no te quede más remedio: ella solita
llena una mochila de cuarenta litros. En este caso,
colócala en un lateral y en paralelo a la longitud de
la mochila. Algunos senderistas las colocan debajo,
suele sobresalir por los lados y es más fácil que roces
cualquier cosa o que se enganche.
78
¡OJO!
º

Si pasas la noche en un refugio no guardado, intenta


dejarlo todo tan bien como estaba (y si estaba hecho
un desastre, no estaría mal que usases tu altruismo).
Si has utilizado leña, corta más, barre el suelo, ordena
un poco el sitio y llévate toda la basura contigo. Si
hay armarios de comida, deja lo que te sobre si no
es perecedero, pero no lo utilices como excusa para
dejar tus ‘restos’ y que se encargue el siguiente de
ellos: al final el refugio se acaba convirtiendo en un
estercolero. En la mayoría de los refugios no guardados
se realiza algún tipo de mantenimiento, pero es
responsabilidad de quien los usa el mantenerlos en
buenas condiciones.

79
13. SIN SABERLO, LLEVAS UN
TENDEDERO EN LA MOCHILA

¿Quieres tender la ropa, pero no sabes dónde


colgarla? En este consejo te voy a enseñar cómo
montar un tendedero estupendo con cuatro me-
tros de cuerda fina, dos bastones de senderis-
mo y dos piquetas. Allá vamos.

“Utiliza dos bastones, dos piquetas y unos


metros de cuerda fina para montarte un
tendedero que será la envidia de tus vecinos”.

Alinea piqueta, bastón, bastón y piqueta clava-


dos en el suelo. Deja unos cincuenta centímetros
entre bastón y piqueta, y un metro y medio entre
los dos bastones. Ata el cordino a la primera pi-
queta, súbelo en diagonal hasta el puño del pri-
mer bastón y dale dos vueltas alrededor. Llévalo
ahora hasta el otro bastón y vuelve a darle dos
vueltas alrededor de este. Bájalo hasta la última
piqueta. Una vez tengas montado tu tendedero,
mueve las piquetas para tensarlo todavía más.
80
Aquí te dejo el mío, uno de tantos días que pasé
recorriendo los Alpes a pie.

RECOMENDACIÓN
º

Incluye en la mochila unas pinzas para la ropa. Las


que mejor funcionan son las metálicas que se usan
para agarrar pilas de folios. Ocupan menos espacio
que las normales de plástico, y agarran mucho mejor.
Son fantásticas si no quieres que se te caiga la ropa
cuando la cuelgas en la mochila para que se seque.

¡OJO!
º

Aunque este tendedero es un sistema fantástico para


colgar la ropa, si se levanta viento, es probable que
tu ropa interior acabe colgada en el tejado de alguna
casa del valle de al lado. Echa un ojo al tiempo si vas
a dejar el equipamiento fuera. En los refugios, no
tienes que preocuparte: muchos tienen zonas para
tender y no hay necesidad de que arriesgues la ropa
del día siguiente.

81
14. LA TENTACIÓN DE LOS
SENDEROS EN VERANO

Gstaad es un pequeño pueblo en el cantón de


Berna, a una hora en coche de la capital. Cuenta
con solo 7.000 habitantes, pero tiene una de las
estaciones de esquí más importantes de toda
Suiza. ¿Por qué? Pues porque es uno de los sitios
más chics del país: famosos de todo el mundo
pagan cantidades absurdas por pasar allí las
vacaciones. ¿Te animas pasar allí las próximas
Navidades? Lo veo difícil. Aunque pudieras per-
mitírtelo económicamente (cosa que no dudo),
los hoteles están reservados con años de antela-
ción. La demanda de alojamientos de lujo es tal,
que incluso tiene su propio hotel Palace: el Lar-
tisien, donde el precio de las habitaciones más
básicas sobrepasan con tranquilidad los varios
miles de euros.

Pues allí es adonde me dirigía, con tres dedos


de barro en las botas, el pantalón medio rajado
como si fuese un vestido de noche, con la bar-
ba de Tom Hanks en Náufrago y unos pelos que
hacía meses que necesitaban un buen corte. Va-
mos, que estaba poco presentable. Lo sabía y no
82
había mucho que pudiese hacer. ¿Me importa-
ba? Solo a medias, ya que en la segunda planta
de una enorme casa de montaña me esperaba
Joel, María y Daniel para cenar al día siguiente.

“Las bayas son uno de los mejores regalos de


las montañas en verano. No dudes en hacer una
parada (o dos) cuando te las encuentres en el
camino”.

Los había conocido unas semanas antes en Zú-


rich y me entusiasmaba volver a verlos. No solo
lo hacía por poder dormir en una cama, sino por-
que había conectado con ellos desde el mismo
momento en que les pedí un azucarillo. Ya sabes,
lo típico que pides el azúcar y, unos días más tar-
de, pasas la noche en Gstaad codeándote con
la jet set. Cosas de la vida. También importó que
les dijese que había acabado de estudiar un mó-
dulo de cocina y que ellos no supiesen freír un
huevo.

A todo esto, ¿conoces la ley de Murphy? Es esa


que dice que, si estás en un país famoso por su
puntualidad, probablemente llegues tarde a la
cita con alguien. Murphy tiene leyes para todo.
83
Sí, iba con retraso. Normalmente, cuando voy
caminando y tengo la ruta clara, me es fácil cal-
cular los tiempos, en especial si la meteorolo-
gía no te juega malas pasadas y el terreno no se
complica demasiado. Este no fue el caso. Re-
sultó que había encadenado dos días de mucho
cansancio y mal tiempo, y se me habían pegado
las sábanas en varias ocasiones. No me gusta
caminar con prisas, pero, cuando tienes una in-
vitación en Gstaad, puntualidad suiza.

Así que, viéndome en esta tesitura, no me quedó


otra que apretar el paso para poder rascar algo
de tiempo esa tarde. Por la mañana, me levan-
taría más temprano que de costumbre y apro-
vecharía para recuperar un par de horas más.
Sobre el papel, todo estaba clarísimo, aunque lo
de ‘levantarme más temprano que de costum-
bre’ me chirriaba demasiado: madrugar no va
conmigo. Pero bueno, cuando lleguemos a ese
río, cruzaremos ese puente.

Andaba yo pensando en eso de los ríos y los


puentes, cuando la naturaleza, a sabiendas de
mi prisa, me puso delante una de esas tentacio-
nes que te hacen soltar un ‘jo*er’ con tono de ‘se
me van a complicar las cosas más todavía’. ¿Te
acuerdas de los níscalos del consejo 7? Pues
algo parecido. Me topé con una de mis mayo-
84
res debilidades, de esas que te hacen morderte
el labio para contenerte. Al hacer un giro en el
camino, allí estaba: el campo de frambuesas
silvestres más grande que había visto nunca.
¡Pam! Es uno de esos dones que la naturaleza
me ha dado: no sé distinguir entre Coca-Cola y
Pepsi, o entre una gaviota patiamarilla y una rei-
dora, pero reconozco una planta de frambuesas
a años luz. Además, da igual lo que tenga que
hacer, a dónde vaya o con quién haya quedado.
La parada es obligatoria. El problema es que cin-
co minutos no suelen ser suficientes: mientras
queden frambuesas, tengo que continuar co-
miendo. Respira que te vas a ahogar, campeón.

Puedes imaginarte que, en un lugar donde las


plantas se contaban por cientos, aquello iba
para rato. Después de (no) sopesar la situación
y (no) pensar ni un segundo en Gstaad, tomé la
única decisión sensata posible: saqué la tienda
de campaña, le hice un hueco en un claro y me
dije: ‘I got a feeling… that tonight’s gonna to be
a good night’. Sabía de sobra que las plantas de
frambuesa tienen unas espinas de aúpa, pero yo
ya no estaba para pensar. Me había convertido
en Charlie y aquello era mi fábrica de chocolate.

¿Qué pasó con la cena del día siguiente? Pues


que llegué, o casi. Tuve que levantarme a las cin-
85
co de la mañana (sí, lo hice) y que tuvimos que
retrasarla un par de horas, pero las caras en casa
cambiaron cuando aparecí con más de un kilo
de frambuesas con las que improvisamos una
estupenda tarta de queso estilo alpino. Solo lle-
garon la mitad, pero eso es algo de lo que nunca
van a enterarse.

¡OJO!
º

Como sucede con las setas, en el mundo de las bayas


también hay algunas especies que son tóxicas. Si
te limitas a las más conocidas: frambuesas, moras,
fresas silvestres o grosella, es raro que falles. Pero
hay más ahí fuera: baya de cuervo, uva de oso o mora
de pantano (me encantan). Algunas son comestibles
cuando se cocinan, pero tóxicas cuando están crudas
como la baya del saúco. Otras como la belladona,
son mortales incluso en muy pequeñas cantidades:
es una de las plantas más tóxicas que existe.

Por suerte, y a diferencia de las setas, las bayas son


más fáciles de diferenciar: no solo tienes la propia
baya como referencia, sino toda la planta en sí,
incluidas las hojas. Asegúrate bien de que lo que te
vas a echar a la boca es comestible, y, si no, limítate
a las clásicas.

86
15. LOS INÚTILES SR. MAPA Y
SRA. BRÚJULA

Lo dicen todas las guías y aparece en todas las


listas de obligatorios: el mapa y la brújula debe-
rían formar parte de cualquier mochila. Punto.
Sin embargo, a la hora de la verdad, es común
ver a senderistas recorrer zonas que no cono-
cen sin mapa, o con mapa, pero en ese lugar de
la mochila olvidado que nunca ha visto la luz del
sol. No los culpo, yo también lo he hecho. Los
móviles de hoy en día y sus maravillosos GPS
han hecho estragos (y la vida más fácil). Es en
esta situación donde dos herramientas como la
brújula y el mapa se convierten en Sr. y Sra. In-
útil. Pero, ¿realmente son tan útiles? ¿Merece la
pena ocupar con ellas ese espacio tan valioso
en nuestras mochilas? ¿Es suficiente el móvil
para ir a la montaña? Vamos por partes. Empe-
cemos por los mapas.

Los mapas son representaciones planas del te-


rreno. Arreglado. En los topográficos (que son
los que se utilizan en la montaña) aparecen re-
presentados los accidentes geográficos: monta-
ñas, ríos, valles, collados, etc. Y, dependiendo de
87
la escala, también muchas de las construccio-
nes humanas. ¿Qué es la escala? Pues la rela-
ción que existe entre una distancia en el mapa
y su equivalente en el ‘mundo real’. Por ejem-
plo, si la escala de un mapa es 1:5.000, signifi-
ca que cada centímetro en el mapa equivale a
5.000 centímetros en la superficie terrestre.

“La brújula y el mapa son dos herramientas


básicas para todo senderista. Aprende a
utilizarlas y no las dejes nunca en casa”.

Los mapas a escala 1:25.000 son los ideales


para recorrer rutas no señalizadas o poco seña-
lizadas, en las que interesa cierta cantidad de
detalle. Entre 1:40.000 y 1:60.000 son perfec-
tos para rutas bien señalizadas: tienen menor
detalle, cierto, pero cubren un área mayor en el
mismo espacio. Si la ruta es larga (varios cien-
tos de kilómetros), o sacrificas detalle en tus
mapas, o te va a hacer falta un buen pellizco del
espacio de tu mochila para poder llevarlos.

Si te estás preguntando si existen otras esca-


las, por supuesto que las hay. Por ejemplo, si te
gustan las carreras de orientación en montaña,
88
las escalas llegan a 1:5.000 e incluso a 1:2.500.
Con estas escalas aparecen ya pequeños co-
bertizos, piedras grandes o árboles solitarios.
Alucinante. En el otro extremo, si te mueves por
senderos en los apenas hay bifurcaciones y tie-
nes que cubrir grandes extensiones de terreno,
los mapas a escala 1:100.000 son suficientes
(yo los utilicé en Laponia y fue una de las mejo-
res decisiones que tomé).

¿Qué puedes hacer con un mapa? Muchísimas


cosas: saber dónde te encuentras, calcular las
coordenadas de un punto concreto o las tuyas en
el caso de que tengas que dárselas a los servi-
cios de rescate, calcular distancias y desniveles
con ‘relativa’ facilidad, y, a la hora de planificar
rutas, localizar dónde se encuentran los aparca-
mientos, los merenderos, las fuentes o los pue-
blos. También te sirve para hacer una lectura rá-
pida del terreno, algo muy importante en casos
de emergencia. Nunca un trozo de papel impre-
so dio para tanto.

Por otro lado, la brújula sirve para orientar el


mapa de forma precisa. También te da los pun-
tos cardinales, pero, si no sabes hacia dónde te
diriges o qué te vas a encontrar más adelante,
tiene poco sentido continuar avanzando. La brú-
jula y el mapa son (casi) inseparables.
89
¿Dónde deja esto a los teléfonos móviles? Por
mucho que les duela a los más tecnófobos, ha-
cen lo mismo que un mapa y una brújula, pero de
forma muchísimo más rápida y fácil. Además,
buena parte de las aplicaciones que se utilizan
hoy en día no necesitan cobertura telefónica si
antes te has descargado los mapas: la mayoría
de los móviles tienen receptores GPS que les
permiten recibir información satelital y darte tu
posición. Esto no quiere decir que tengas que
dejarte el mapa y la brújula en casa, pero apren-
de antes a utilizarlos.

RECOMENDACIÓN
º

Para tu siguiente salida de senderismo, compra


un mapa de la zona. Cuando llegues a un área
despejada y con buena visibilidad (si vas a subir a
un pico, la cumbre es el mejor lugar), ábrelo e intenta
interpretarlo. ¿Puedes reconocer pueblos? ¿Y señalar
las carreteras? Ayúdate de otros picos, de la línea de
costa, de zonas arboladas o de cualquier cosa que
pueda servirte de referencia. Si vas con amigos o
con los peques de casa, podéis pasar un buen rato
mientras ponéis a prueba vuestra orientación. Parece
fácil, pero te aseguro que las vas a pasar canutas.

90
¿SABíAS QUE...?

En España, el ejército y el Instituto Geográfico Nacional


(IGN) son los encargados de elaborar la cartografía de
todo el territorio. Puedes descargarla desde la página
web del IGN (www.ign.es), comprarla en alguna de sus
sedes, o utilizar su app gratuita. Más fácil, imposible.

¡OJO!
º

Conozco a algunos senderistas que suelen llevar sus


mapas a una imprenta para reducirlos de tamaño y
que así sean más manejables. Es una buena opción,
pero, al hacerlo, también se reduce la escala. Si tienes
un mapa a escala 1:50.000 y lo reduces a la mitad,
esta pasará a ser 1:100.000. Ten esto en cuenta.

¡OJO!
º

Si estás acostumbrado a caminar con mapas de


escalas grandes (por ejemplo, 1:5.000), en los que la
distancia real entre dos puntos cualesquiera se suele
medir en minutos o en horas, ten cuidado cuando pases
a escalas menores: recorrer esa misma distancia ‘de
mapa’ en uno a escala 1:100.000 te llevará días.

91
16. TIRAR POR EL ATAJO, RARA
VEZ AHORRA TRABAJO

Si el atajo fuese un atajo, no se llamaría atajo,


sino ruta.

Que un recorrido pueda parecer más corto no


quiere decir que sea más fácil y, mucho menos,
más seguro. De la misma manera que un paso
grande cansa más que dos pequeños, un re-
corrido empinado y corto cansa más que uno
largo y suave. Eso sin contar con que en la ruta
puedas encontrar dificultades que no esperabas
y, sobre todo, con que esta suponga un impacto
innecesario en el ecosistema.

92
17. LA MONTAÑA ABRE EL
APETITO QUE NI TE IMAGINAS

Qué situación más triste cuando, al cocinar ese


paquete de espaguetis a la carbonara deshidra-
tados que anunciaba a bombo y platillo ‘tres ra-
ciones’, te das cuenta de que no llega ni a dos.
Si tienes hambre, ni a una. Aún más triste es te-
ner que cocinar otro paquete, en concreto, ese
de albóndigas ‘al estilo de la abuela’ que guar-
dabas para una ocasión especial. Pues bien, la
ocasión especial es ahora y, el motivo, el poco
ojo que solemos tener con la comida cuando
planificamos una salida de varios días.

“Planifica bien el menú de senderismo y no


subestimes el hambre que tendrás al final
de una etapa. Siempre es más del que te
imaginas”.

No te machaques demasiado con esto, pasa has-


ta en las mejores casas. Incluso yo, después ha-
ber caminado por el mundo durante más de diez
93
años planificando día sí y día también las comi-
das, todavía me quedo corto algunas veces. ¿A
quién le gusta llevar comida (peso) innecesario
en la mochila? A nadie. En estos casos se tien-
de a cargar de menos y a calcular por lo bajo el
hambre al final de una etapa (mucha): una per-
sona que practica una actividad moderada nece-
sita entre 2.000 y 3.000 kilocalorías diarias, pero,
al hacer senderismo, esa necesidad se disparar
hasta las 5.500 si eres un devora-senderos. ¡El
doble!

Dedica el tiempo que te haga falta a planificar


las comidas, qué vas a comer y cuánta cantidad
necesitas. Ya lo dice el dicho: ‘barriga llena, co-
razón contento’; lo que no dice es de qué llenar-
la, pero ya te lo cuento yo: de algo apetecible y
bien cocinado. No la llenes por llenar. No sabría
decir las veces que he caminado con sobres de
puré de patata en la mochila durante días, solo
para darme cuenta, cuando no me queda otra
cosa, de que es una comida que aborrezco. Mu-
cha hambre tengo que haber pasado para echar
mano de ellos. Aquí te dejo una foto de cómo or-
ganizo la comida para varios días en la mochila.

94
¿SABíAS QUE...?

La marca suiza de chocolate Toblerone ha estado


vinculada a los Alpes y a la inconfundible forma
triangular de algunas de sus montañas. Fue en 1908
cuando Theodor Tobler creó este dulce de los dioses
al mezclar chocolate con nougat de almendras y miel.
En 1920 comenzó a utilizarse el logotipo que ha llegado
hasta nuestros días y en el que, además del famoso
monte Cervino, se ve la silueta de un icono de la
ciudad de Berna. ¿Sabes cuál es?

RECOMENDACIÓN
º

Si vas a hacer una ruta de varios días y quieres


llevarte tu comida (bien porque los refugios sean
no guardados, o bien porque prefieras hacerlo así),
guárdala en diferentes bolsas en función de cuando
vayas a comértela. Esto es: una bolsa para el desayuno,
otra para el almuerzo y otra para la cena del día 1,
del día 2, y así sucesivamente. Así controlarás mejor
las cantidades y evitarás ‘picar’ de las bolsas de las
siguientes etapas. Bueno, a lo mejor sí picas, pero, por
lo menos, te sentirás como un miserable por robarle
la comida a tu yo del futuro.

95
¡OJO!
º

Los hidratos de carbono son uno de los nutrientes


que más sacian, los que aportan energía de forma
más rápida (por encima de proteínas y grasas) y los
más fáciles de transportar en tus rutas: pasta, arroz,
pan, fruta o patatas. Lleva versiones deshidratadas
para ahorrar peso: puré de patatas en polvo y fruta
deshidratada o liofilizada, por ejemplo.

RECUERDO QUE...
º

Cuando fui a Córcega a caminar el GR-20, venía de


pasar el verano en Suiza. Había intentado no destrozar
el presupuesto durante esos meses, pero, en el país
alpino, hablar de ahorro es un oxímoron de libro (he
aprendido esta palabra hoy mismo y me moría de
ganas por utilizarla). Llegué a la isla francesa con lo
justo en el bolsillo. Cuando digo ‘lo justo’, no exagero:
tuve que volver en autostop hasta el ferri. Fue la
primera vez que lo hice por necesidad y no porque me
apeteciera, aunque conocí a un matrimonio fantástico
que me invitó a pasar la noche en una caravana que
tenían en su casa.

Por suerte, el GR-20 no da pie a muchos gastos.


Aparte de Vizzavona (a mitad del recorrido), no hay
pueblos en los que poder quemar tu dinero jugando
al póker, fumando puros habanos o bebiendo coñac.
En Vizzavona tampoco. Para no complicarme la vida,
decidí arreglar el tema de la comida tan pronto
96
º

pude. Así que, antes de ponerme en marcha, fui al


primer supermercado que encontré en Calvi y compré
víveres para los siguientes cinco días. Arreglado. Por
el camino iría complementándolo con queso y pan
de las bergeries, antiguos establecimientos para la
cría de ganado, aunque muchos de ellos habían sido
transformados en refugios.

Pues bien, allí estaba yo con toda mi comida


(embutidos, quesos, pan y latas de conserva) subiendo
las empinadísimas montañas de Córcega. Eso no fue
un problema. Me llevé la mochila de 55 litros que
tan bien me había funcionado en otras salidas: allí
había espacio para meter un transbordador espacial.
Además, no estaba nada mal de forma después de
pasar tres semanas en los Alpes suizos. Decir que
Córcega fue coser y cantar sería una falta de respeto
para una de las rutas senderistas más difíciles del
mundo, pero lo fue. Mis disculpas si ha sonado
arrogante, pero estaba más fuerte que el vinagre.

El tercer día de viaje, llegué al refugio de Manganu


y planté la tienda. Resulta que en el GR-20, a pesar
de haber refugios y lugares donde pasar la noche
al final de cada etapa, lo más común es dormir en
tienda de campaña debido a la gran afluencia de
senderistas que se juntan entre junio y septiembre.
Sencillamente, no hay camas para todos. Es por eso
que hay zonas reservadas para la acampada por todos
lados (pero está prohibido hacerlo fuera de ellas).
Aquella noche hacía frío y tuve que pedir unas mantas.

A medianoche (digo medianoche por decir algo,


97
º

no recuerdo qué hora era), un ruido metálico me


sobresaltó, pero cuando me levanté ya había parado.
Volví a acostarme. Escuché el ruido de nuevo, solo
que ahora estaba despierto y pude adivinar de dónde
venía. Se oía cerca. Pensé que podía ser algún animal
salvaje. ¿Había jabalíes en aquellas montañas? Me
preguntaba qué haría un jabalí merodeando por allí
con tanta gente alrededor. ‘Yo solo quiero dormir’,
pensé. Me volví a quedar durmiendo y no volví a
escuchar nada en toda la noche.

Me dio menos igual por la mañana, cuando me levanté


y vi que ese ‘alguien’ había estado hurgando en la
mochila. De hecho, ese maldito bastardo no solo
había estado rebuscando, sino que había encontrado
lo que quería: una bolsa de comida que hábilmente
había hecho desaparecer. Nada por aquí, nada por
allá. Nunca más supe del queso, del embutido ni del
pan que había comprado dos días antes. Por llevarse,
se había llevado hasta las latas de conserva. ¿En
serio? ¿Qué tipo de ser retorcido sería capaz de eso?
Obviamente, había sido un zorro. Conozco a personas
con menos cabeza que estos animales. Listos es
poco. Dos días más tarde llegué a Vizzavona, donde
tuve que volver a avituallarme de mala gana.

Desde aquel día, nunca más he vuelto a dejar la comida


fuera de la tienda y, desde que otro zorro intentara
robarme las sandalias en Sierra Nevada, tampoco las
botas. En serio, dejadme hacer senderismo en paz.

98
18. ESE FANTÁSTICO INVENTO
LLAMADO CINTA AMERICANA

Que la bota tiene un agujero y está lloviendo, cin-


ta americana; que una raíz mal puesta ha rajado
el suelo de la tienda de campaña, cinta ameri-
cana; que el chubasquero se ha roto mientras
peleabas con una familia de zarigüellas, cinta
americana; que te has levantado de buena ma-
ñana y las gafas de sol están partidas porque
las dejaste donde no tocaba, cinta americana.
Yo he llegado a arreglar un bastón partido enta-
blillándolo con un palo y con una buena dosis de
esta maravilla. Gasté un rollo entero y me duró
media mañana (pero presumí de aquella proeza
durante meses en las comidas de amigos). El
pesado del bastón de senderismo.

Llévala siempre en la mochila y, si haces un apa-


ño con ella, retírala cuando llegues a casa y haz
una reparación más duradera. Además de la cin-
ta, utiliza hilo y aguja como refuerzo. Por ejem-
plo, si tienes un roto en la chaqueta, cóselo lo
justo para juntar los bordes y después remátalo
con la cinta. Si el tejido es fino, mejor no lo co-
sas, o podrías desgarrarlo. Pon directamente un
buen parche y a tirar millas. 99
¿SABíAS QUE...?

A muchos nos ha pasado. Estamos a punto de


despegar y, de repente, se escucha por la megafonía del
avión: ‘Estamos experimentando algunos problemas
técnicos. Despegaremos en cuanto los resolvamos’.
Acto seguido, aparece un tipo con chaleco amarillo
fosforito, se dirige a la salida de emergencia, pone un
par de tiras de cinta americana, se sacude las manos
con un gesto de ‘esto está arreglao’ y se escucha de
nuevo la voz del capitán: ‘Los problemas técnicos ya
han sido resueltos. Despegaremos en breve’. La cara
de los pasajeros es siempre la misma: un poema. ¿En
serio? ¿De verdad cuatro trozos de cinta americana han
arreglado el problema? Pues por extraño que parezca,
así es. La cinta que utilizan se llama speed tape y el
personal que la aplica ha sido formado para ello. A
mí, continúa sin convencerme. Puedes comprarla por
Internet, pero cuidado con equivocarte y utilizarla para
embalar regalos: algunos rollos cuestan más de 500
euros.

RECOMENDACIÓN
º

Si quieres olvidarte de cargar con el rollo de cinta


en la mochila, enróllalo directamente en un bastón
para tenerla a mano cuando quieras. Lo malo es que,
si pierdes el bastón, también perderás la cinta, pero
eso ya es otra historia.

100
19. ABRIGARTE MUCHO POR LA
MAÑANA, NO ES BUENA IDEA

Si eres madrugador y sueles comenzar a cami-


nar al alba, te habrás dado cuenta de que esas
primeras horas son frías de narices. De hecho,
son las más frías de todo el día: dejar el refugio
de buena mañana, con ese olor a café que lo
impregna todo y aventurarse a una nueva eta-
pa es una lucha contra el sentido común.

Con este panorama delante, la reacción más


comprensible es abrigarse hasta arriba antes de
comenzar. Tres o cuatro capas de ropa, guantes,
gorro, mallas debajo de los pantalones... Todo
es poco para suavizar ese primer revés matuti-
no.

Sin embargo, la sensación de frío no dura mu-


cho. Después de escasos veinte minutos, ya te
has quitado el gorro y lo has metido en el bolsi-
llo. Las manos te empiezan a sudar y los guan-
tes acaban en el otro (normalmente quitados a
mordiscos). El frío, unido a la pereza por parar,
hace que lo más sencillo sea continuar caminan-
do. Huida hacia adelante. Para cuando decides
101
parar a quitarte la chaqueta, la magia ha hecho
desaparecer uno de los guantes de tu bolsillo, el
gorro se ha quedado enganchado en una rama
doscientos metros más atrás, y el roce de las
mallas completamente sudadas te ha dejado la
entrepierna fina. Siéntense y disfruten, el drama
está servido.

“No te abrigues demasiado por la mañana, o


acabarás sudando antes de lo que te imaginas”.

Es normal que el tiempo vaya cambiando durante


el día y tengas que adaptar tu indumentaria, de
la misma forma que lo es tener algo de frío (que
no congelarte) durante los primeros kilómetros
del día. Por eso, te recomiendo que no te abri-
gues de más al salir del refugio. Si lo haces, lo
más probable es que empieces a sudar, tengas
que quitarte capas de ropa y que, con el cuerpo
y la ropa húmeda, pases más frío del que hubie-
ses tenido con la ropa adecuada.

102
RECOMENDACIÓN
º

Cuando digo que no te abrigues demasiado cuando


salgas del refugio, no te estoy diciendo que salgas
en tirantes. Hazlo con las prendas con las que te
sientas cómodo. Frío, sí, pero no mucho. Eso te
ayudará a acabar de despejarte y ponerte las pilas de
buena mañana. Si decides salir abrigado con todo lo
que llevas en la mochila, haz una parada a los diez
minutos. Aprovecha entonces para ponerte la ropa
que llevarás hasta el siguiente descanso, beber algo
de agua, ajustar la mochila y apretar los bastones.

103
20. AGUA, HASTA LOS CUATRO
LITROS Y MÁS ALLÁ

Iré directo al grano: en un día de esos que el que


se derriten hasta las Pirámides, puedes meter-
te entre pecho y espalda más de cuatro litros
de agua (o medio litro por cada hora camina-
da). Quizá te parezca una barbaridad si no es-
tás acostumbrado a caminar por montaña, pero
te sorprendería la frecuencia con la que llegas a
beber (¡y lo rápido que lo sudas!).

Imagino que esto te habrá desconcertado un


poco: ¿Cómo voy a llevar cuatro litros de agua
encima si apenas puedo cargar con el equipa-
miento? No te preocupes, no vas a tener que lle-
varlos todos encima o, por lo menos, no en una
ruta señalizada y con infraestructuras como Dios
manda (otra cosa es que te montes una recorrido
por medio del Gobi o que decidas cruzar el de-
sierto de Almería en pleno mes de agosto). Son
raras las rutas en las que necesites llevar más
de un litro y medio de agua de una vez. Siempre
hay un riachuelo, pueblo o refugio a una distan-
cia razonable en el recorrido donde rellenar la
botella. Asegúrate antes de salir de tener locali-
104
zadas las fuentes en el mapa o en tu GPS, o de
llevar agua suficiente si no vas a poder rellenar
la cantimplora en ningún sitio.

“En una jornada de senderismo, llegas a


beber más de cuatro litros de agua. Mantente
hidratado”.

En rutas de un día son raros los casos de deshi-


dratación graves: si sales una mañana a la mon-
taña y llegas a casa algo deshidratado, puedes
ponerte ciego a beber agua y en un par de horas
estás recuperado. Sin embargo, si sales varios
días, esa deshidratación se acumula de un día
para otro y es importante saber racionarla.

Yo suelo utilizar dos botellas: una de litro y me-


dio para beber de forma habitual, y otra en la
mochila para tramos excepcionalmente secos
o por si paso la noche en la tienda. En este últi-
mo caso, hay que calcular un litro y medio más
para hacer la cena, beber por la noche (ojo, si
estás deshidratado, es posible que te la acabes
antes de poner el cazo encima del hornillo), pre-
parar el desayuno y que además te quede sufi-
ciente hasta llegar a la siguiente fuente. Sí, para
pasar la noche al raso se necesita mucha agua.
105
Como segunda botella me gusta llevar una bol-
sa de agua de las que se utilizan en trail running,
que compactan al tamaño de un caqui maduro.

Un último apunte: lleva el agua a mano. No hay


forma más fácil de acabar deshidratado que de-
jar la botella en el fondo de la mochila. Además,
sé precavido y bebe regularmente pequeños sor-
bos.

Muy mal tienes que organizarte para pasar ham-


bre, pero no es tan complicado quedarse seco
si no haces las cosas bien con el agua.

RECOMENDACIÓN
º

Bebe siempre que puedas de fuentes potables (agua


tratada). El agua de alta montaña suele ser apta para
el consumo, pero nunca es cien por cien segura, puede
generar problemas intestinales y nadie te garantiza
que diez metros más arriba una vaca no haya decidido
plantar un buen ‘pastel’. ¿Eres de los que les gusta
beber de los riachuelos? Hazlo de aquellos en los
que el agua esté corriendo y nunca en los que esté
estancada o donde haya ganado en los alrededores.

106
¡OJO!
º

(Léase el primer párrafo como un anuncio de la


teletienda). ¿Cansado de hacer torsiones para
llegar a la botella de agua del lateral de tu mochila?
¿Sientes que has fracasado en la vida cuando sacas
tu andrajosa botella con el agua recalentada al sol?
¿Miras con envidia los sofisticados camelbaks de los
trail runners? Pues eso se acabó. ¡Deja ya de ser un
perdedor de secano, porque han llegado las mochilas
de hidratación! Con ellas podrás beber cuando
quieras sin hacer el mínimo esfuerzo a través de su
tubo flexible. Mantente hidratado y mira al resto por
encima del hombro cuando beban de sus botellas
de pobres. Conviértete en un triunfador al hablar en
el refugio de tu maravilloso sistema de hidratación.
Rellénalo de… Bueno, ¡basta!

La mochila de hidratación es un invento fantástico…


Para los corredores de montaña. Gracias a ella no
tienen que perder esos segundos decisivos que
marcan la diferencia, pero, para los senderistas, es
otro cantar: no solo es un sistema complicado de
rellenar, sino que, además, va dentro de la mochila
(lo que significa que comparte espacio con todas tus
cosas) y como tenga una pérdida… Despídete del saco
de plumas en el que te gastaste los ahorros de toda
una vida. A temperaturas por debajo de 0 ºC es fácil
que la boquilla se congele y, si hablamos de limpiarlo,
¡apaga y vámonos! Para rematar la faena, resulta casi
imposible calcular el agua que te queda y se raciona

107
º

fatal por tenerla tan a mano. ¿Tiene alguna ventaja?


No. Para senderistas, este sistema es un auténtico
desastre.

¡OJO!
º

¿Estás pensando en beber agua de glaciar? Casi mejor


que no lo hagas a menos que sea por necesidad.
¿Vas a morir? Algún día. ¿Por beber agua de glaciar?
No, pero puede contener partículas de talco en
suspensión, parásitos o bacterias. Yo lo he hecho y
continúo vivo, pero también me bañé en el Ganges y
le pegué un buen trago de agua sin querer.

RECUERDO QUE...
º

En 2011 decidí caminar una ruta que tenía pendiente


desde hacía años: el Sulayr. Es un recorrido que da
la vuelta a Sierra Nevada (en el sur de España, no
la de EE.UU.) en dos semanas. Hacía tiempo que la
tenía en el punto de mira por ser mi familia de la
zona y por tener algunos de los mejores jamones de
España. Con esto ya me habían conquistado. Un plato
de jamón y una Alhambra bien fría eran motivo más
que suficiente para hacer los 300 km de la ruta. El
que no encuentra motivaciones es porque no quiere.

El único inconveniente de la ruta era que atravesaba


pocos pueblos. A priori, no era algo que me importase
demasiado, aunque, lógicamente, complicaba el
asunto del avituallamiento. A grandes problemas,
108
º

épicas soluciones. Me las arreglé para conducir


hasta dos puntos del recorrido y enterrar cajas de
plástico con comida. Recuerdo estar cenando con la
familia explicándoles el tinglado y que me mirasen
con cara de: ‘¿pero este de dónde ha salido?’ Todavía
hoy mi abuela habla de aquello: ‘¿Te acuerdas cuando
fuiste a la Alpujarra a enterrar comida?’ Cómo no me
voy a acordar.

Pues bien, además de la comida, intuía que el agua


también iba a ser un problema. Estábamos a finales de
primavera, pero había sido un año seco, especialmente
en la cara sur del Macizo. Ni siquiera los forestales
de la Junta de Andalucía supieron decirme donde
podría encontrar agua, ni si las fuentes iban a estar
secas o no. ‘Vas a pasar sed como un cabr*n’, me
dijeron. Literalmente.

Con este pésimo pronóstico, pero con toda la ilusión


del jamón de Trevelez, puse rumbo a la cara sur de
Sierra Nevada y… ¡Pam!, en la frente. No había pasado
tanta sed en mi vida. Llegué a cargar hasta cuatro
litros de agua en la mochila, pero ni con esas. A
los cinco días estaba de vuelta en casa bebiéndome
los floreros. Aquella semana me puse fino con los
guisos de mi abuela (a la que le envío un beso desde
aquí), pero las siguientes dos las pasé comiendo
de mala gana las ‘delicias’ que había enterrado la
semana anterior y que tuve que ir a desenterrar:
una docena de latas de atún, otros tantos sobres de
comida preparada y los odiosos purés de patatas.
Cuatro estrellas Michelin.

109
21. PARA TODOS
Para los que caminan despacio, para los que ca-
minan rápido, para los luchadores, para los que
utilizan bastones, para los que duermen en tien-
da, para los que nunca se cansan, para los que
se cansan un poco antes.

Para los sociables, para los barbudos, para los


que madrugan, para los que ponen cinco alar-
mas y despiertan a medio refugio, para los que
arriesgan, para los que les gustan las subidas,
para los que disfrutan de las bajadas.

“No hay (casi) excepciones: cuando vayas a


hacer senderismo, utiliza botas de montaña”.

Para los que les salen ampollas, para los que es-
criben un diario, para los ‘cocinillas’, para los que
recogen bayas, para los que beben con taza de
los riachuelos, para los que utilizan las manos.
Para los principiantes, para los expertos, para los
extranjeros, para los rápidos, para los hablado-
110
res, para los que caminan tres horas al día, para
los que caminan nueve, para los que se bañan
en los ríos, para los que no se bañan demasia-
do.

Para todos: cuando hagáis senderismo, utilizad


botas.

111
22. EL FUEGO Y LA MONTAÑA,
RARA VEZ SON BUENOS AMIGOS

En 2015 tuve la suerte de recorrer una de las


rutas con las que había soñado desde niño: el
circuito de Torres del Paine. ¡Qué digo suerte!
¡Me había tocado el gordo! Ver aquellas mon-
tañas cerca de los confines del mundo… Puedo
imaginarme muchas cosas, pero pocas más im-
presionantes. Soy una persona práctica y poco
dada a lo místico, pero aquel lugar tenía algo
de eso. Qué se yo. Imagino que es la maravilla
de la naturaleza. A veces la damos tan por asu-
mida que nos olvidamos del milagro que es la
creación. Sin embargo, no vengo a hablarte de
creación, más bien de destrucción. Anticlímax,
perdón. Fue allí donde vi de primera mano lo
que un incendio le costó a uno de los parques
naturales más emblemáticos de Sudamérica.
Menudo desastre. Dentro historia.

Corría el verano austral de 2012. Los últimos me-


ses habían sido unos de los más secos que se
recordaban, y la alerta por incendios en Torres
del Paine era máxima. Como es normal en estas
fechas, los senderos del parque se encontraban
112
abarrotados de senderistas. Rotem Singer, un
israelí como cualquier otro, realizaba el ‘Circuito
O’ del parque que da la vuelta entera al macizo
en cinco días. Hasta aquí nada fuera de lo nor-
mal.

“Antes de encender un fuego en la montaña,


infórmate sobre la normativa de la zona y hazlo
con la máxima precaución”.

La cosa se torció cuando al protagonista de


nuestra historia no se le ocurrió otra cosa que
encender una hoguera. Esto no tiene por qué
ser nada excepcional: en muchos países se pue-
den hacer hogueras en la montaña siempre que
se tomen precauciones. Pero aquí no. No solo
está prohibido hacer fuego en todo el parque (y
esto incluye los hornillos), sino que, además, ha-
bía unas rachas de viento de esas que no te de-
jan dar dos pasos iguales. Con este panorama,
que Singer creyese que aquello era buena idea
y que encima utilizase papel higiénico para que
prendiese mejor, demostró que incluso cuando
lo has hecho todo rematadamente mal, todavía
queda espacio para hacerlo peor. Solo le faltó
rociar las plantas de alrededor con gasolina.

113
No escribo este consejo para despedazar al po-
bre Rotem Singer. Él pagó por su torpeza y el
parque a día de hoy está prácticamente recupe-
rado. Tampoco creo que lo hiciese con malicia,
simplemente completó el Grand Prix de caga-
das senderistas más torpe que recuerdo. Pero
quiero hacer reflexionar sobre el hecho de que
un trozo de papel higiénico causó uno de los
incendios más graves que recuerda Chile, que
se alargó durante dos meses, y en el que se que-
maron 18.000 hectáreas de parque natural. Te lo
pongo en campos de fútbol, 25.000. Casi nada.
Incluso en 2015, tres años después de aquello,
se te caía el alma al suelo cuando veías cómo
había quedado la zona afectada por el incendio.

Si estás pensando encender una hoguera en tu


siguiente salida a la montaña, infórmate antes
sobre la normativa del lugar y, en el caso de
que esté permitido, hazlo con la precaución de
un neurocirujano. Te adelanto que, en España,
exceptuando en las zonas habilitadas para ello,
está prohibido (e incluso en zonas habilitadas se
prohibe bajo ciertas circunstancias o en ciertas
épocas del año). Aquí te dejo una foto del segun-
do día de la ruta. Fíjate en la tienda de campaña
del centro, no había visto soplar el viento así en
mi vida.

114
¿SABíAS QUE...?

En el mundo se pierden hasta trece millones de


hectáreas cada año por las actividades del ser humano,
lo que equivale a veinte millones de campos de fútbol.
No, no me he pasado con los ceros. Asusta, ¿verdad?

RECOMENDACIÓN
º

Si vas a hacer fuego en la montaña, asegúrate de


que no está prohibido. En España, es bien fácil: si lo
haces fuera de un lugar asignado para ello, lo estás
haciendo mal. Además, las prohibiciones varían según
las circunstancias. Por ejemplo, muchas barbacoas
en merenderos cierran con determinadas condiciones
de viento o en verano, cuando el nivel de alerta por
riesgo de incendio es máximo.

115
23. EL MONTE FUJI Y EL
GRADIENTE TÉRMICO

Aunque alcanzar la cima del monte Fuji pueda


sonar a algo solo apto para amantes de lo ex-
tremo y de los retos imposibles, nada más le-
jos de la realidad. Para que te hagas una idea,
solo en 2019, 236.000 personas ascendieron
la montaña. Son muchísimas, sí. Pues hay más.
Ahora imagínate comprimirlas a todas entre julio
y agosto que es la temporada de ascenso. Ro-
mería del Rocío, muérete de envidia. No quiero
quitar méritos a la ascensión, pero no es lo que
muchas personas creen que es. De hecho, hay
un ‘restaurante’ en la cima. Te puedes imaginar
el resto.

Para ponerte un poco en situación, existen cua-


tro rutas posibles, aunque las opciones más
cortas son en sendero Yoshida y el Fujinomiya.
Todos recorridos están bien señalizados y divi-
didos en estaciones o refugios. Lo común es co-
menzar a mitad de camino (en cualquiera de las
cuatro estaciones 5 que hay) y así poder acabar
el ascenso en una jornada cinco estaciones más
arriba. Como sé que es complicado de entender,
116
he dibujado este croquis para que te quede mu-
cho más claro.

Después de esta breve introducción, te cuento


como fue mi ascenso.

Hacía un calor horroroso la mañana en que co-


mencé el ascenso al monte Fuji. Caminar desde
Fujinomiya hasta la base fue un auténtico su-
plicio. Sabía que podía ahorrarme la mitad del
recorrido cogiendo un autobús a la estación 5
pero, para una vez que iba a hacer aquello, lo
empezaría desde la base. ‘Si haces algo, hazlo
bien’, pensé. Había pasado la noche en un au-
tobús, no había pegado ojo y estaba a punto
de subir y bajar la montaña más alta de Japón
en menos de veinticuatro horas. Estaba lejos de
encontrarme al cien por cien, pero confiaba cie-
gamente en mi juventud (y en mi inconsciencia)
para superar aquello y ánimo y ganas no me fal-
taban. ¿Qué podría salir mal? Todo.

No tomé ni café. Sí, soy de los muy cafeteros,


pero no había tiempo que perder. Tan pronto paró
el autobús, metí una docena de mochis mochis
(dulce japonés a base de arroz, judías y azúcar),
unos plátanos y un poco de arroz en la mochila,
me la puse al hombro y marché.

117
Incluso con el calor estrangulando, con una mo-
chila tan ligera y con la euforia del primer mo-
mento, no me costó nada llegar a la estación 5.
Allí paré a descansar unas horas y me puse has-
ta arriba de sopas de ramen. No es que la cocina
fuese exquisita, pero tenía hambre para comer-
me un buey: acabé con tres boles de fideos. Mi
idea era aguantar allí unas horas, dormir un rato
en el refugio y caminar el último tramo hasta la
cumbre ya entrada la noche para poder ver el
amanecer desde la cima. ‘Qué típico’, pensarás,
pero Shumpei, un amigo de Osaka, me lo comen-
tó y me pareció una idea estupenda. De hecho,
creo que fue el detonante para embarcarme en
aquella aventura.

“La temperatura en montaña desciende a un


ritmo de 6 ºC (o incluso más) por cada mil
metros de ascenso”.

Cuando me desperté, estaba anocheciendo y ya


había comenzado a refrescar: me había queda-
do dormido con la cabeza encima de la mesa.
Cogí la mochila, un par de barritas de cereales
del refugio y eché un primer vistazo a la mon-
118
taña. A lo lejos se podían ver miles de linternas
iluminando el recorrido hasta la cima. Era algo
espectacular. Antes de salir, me puse un jersey,
pero a esas alturas ya sabía que con la ropa que
llevaba en la mochila, el frío en la cumbre iba a
ser casi insoportable. Dudé, pero no tenía mu-
chas alternativas. Pensé que iba a llegar algo
antes del amanecer, así que confié en que los
primeros rayos de sol harían la situación mane-
jable.

El drama comenzó a partir de la estación núme-


ro siete. Allí me puse la única prenda que me
quedaba, una chaqueta que abrigaba más bien
poco y que había comprado unos años antes
para ir a esquiar. Apreté el paso para entrar en
calor. Estaba cerca de los tres mil metros y to-
davía me quedaban más de setecientos por su-
bir. La había liado bien liada, lo del gradiente tér-
mico no era una leyenda urbana: a medida que
asciendes, la temperatura desciende entre 5 y
7 º C cada mil metros y lo estaba sufriendo en
primera persona. Setecientos metros más eran
4 º C menos en el mejor de los casos.

Cuando llegué a la cima, el termómetro marca-


ba -2º C. Deambulé en entre la gente hasta que
di con unos baños públicos y me acurruqué en
una esquina muerto de sueño y frío. Cuando con-
119
seguí recomponerme un poco, caminé hasta a
una de las casetas de la cumbre y me tomé una
sopa (esta vez era udon) junto con otros cientos
de senderistas. Siempre recordaré a la señora
que se sentó a mi lado y que me miró con cara
de: ‘¿qué hace un guiri en pantalón corto en la
cima del monte Fuji?’. Vivir para contar.

Eso sí, vi un amanecer precioso, me invitaron


a cerveza por haber ascendido desde la base y
algo parecido a un ‘diploma’ que todavía no he
conseguido descifrar. ¡Que me quiten lo bailao!

RECOMENDACIÓN
º

No ‘imagines’ el tiempo que hace en la cumbre


guiándote solo por lo que veas en la base. No tiene
por qué ser peor, pero es probable que lo sea: si hace
viento, en la cumbre hará más; si está lloviendo, en
la cumbre lloverá más; si hace frío… sí, en la cumbre
hará todavía más. Las montañas son unos imanes
estupendos para las nubes y el mal tiempo.

¡OJO!
º

Ve a la montaña preparado para lo peor y, si después


hace mejor tiempo que en Alicante en junio, eso
que te llevas. Nunca vayas a lo loco y comprueba
la meteorología, como pronto, 48 horas antes. Esto
te dará una idea aproximada de qué equipamiento
tienes que llevar contigo a la ruta.
120
24. EL BOTIQUÍN EN LA
MONTAÑA

El botiquín es uno de los grandes olvidados (otro


más) en las mochilas de senderismo. Ocurre
algo parecido a lo que sucede con el seguro de
viaje: no lo utilizas hasta que tiene que utilizarlo,
y, si no lo tienes, Houston, tenemos un problema.
Personalmente, hasta ahora he tenido suerte y
nunca he echado mucha mano de él: un antiinfla-
matorio por aquí, pinchar una ampolla por allá…
Nada de importancia. Aun así, si hago memoria,
me vienen a la cabeza alguna momentos en los
que no me vino nada mal.

En 2008, viajé a Nepal visitar el país y ver qué


se cocía en aquellas montañas. De camino al
pueblo de Pokhara, desde donde salen las rutas
más famosas al macizo del Anapurna, tuve una
de las peores diarreas de toda mi vida. ¿La cul-
pa? Por supuesto mía, por comer un par de man-
zanas sin pelar. Siempre llevo antidiarreicos en
el botiquín para estos casos, pero esta vez no
hubo forma de ‘cortar el grifo’. Conseguí unas
pastillas milagrosas de un lugareño que me de-
volvieron a la vida, pero pasé cuatro días hecho
121
un trapo y otros tantos para medio recuperarme.

En 2014, mientras practicaba senderismo por los


Alpes italianos, resbalé por una pendiente cerca
del collado de Valcournera y me hice una herida
bastante fea en la pierna (por poco no me partí
la tibia en dos). La limpié con un antiséptico y
gasas, y la cubrí con una venda. Como se suele
decir, pasó poco para lo que podía haber pasa-
do. Ese collado es un despropósito. Está hecho
para (casi) subirlo escalando y bajarlo en rápel.

En 2018, cuando cruzaba Israel a pie por el Is-


rael National Trail (un sendero de mil kilómetros
que cruza el país de norte a sur), pillé un pie
de atleta de libro y, hasta que fui a la farmacia
a por una crema antifúngica, tuve unos picores
que no me dejaron pegar ojo en tres noches. Me
hubiese arrancado la piel a tiras si hubiese podi-
do. Unos simples antihistamínicos me hubiesen
ayudado a calmarlos.

Después de haberte contado estas tres histo-


rietas y haber entrado en materia, vamos a pa-
sar al plato fuerte: el botiquín. Pues bien, qué
llevar en él depende de la zona a la que vayas
y de tus necesidades particulares. Pero bueno,
como suelo digo, aquí estamos para mojarnos,
así que te dejo una lista de lo que llevo conmigo:
122
Venda: para sujetar apósitos y gasas, hacer un
cabestrillo de fortuna o un vendaje funcional
para una torcedura. Las hay varios tipos, aunque
la más común (y la que yo te recomiendo) es la
de gasa orillada.

TIJERAS. Si eres un minimalista, es posible que


creas que con una navaja tienes más que de so-
bra. La práctica me ha demostrado que cortar
apósitos sin tijeras es el infierno en la tierra. Las
hay minúsculas y ligeras. Llévate unas.

ESPARADRAPO Y GASAS. Dos paquetes suena


a muchas gasas, pero te sorprendería la cantidad
que puedes utilizar si una herida sangra mucho.
No abultan casi nada y pesan todavía menos. A
la mochila.

CREMA ANTIINFLAMATORIA. Buena para gol-


pes y dolores musculares fuertes.

PARCHES DE GEL PARA AMPOLLAS. Una pieza


básica del equipamiento para cuando aparez-
can las temidas rozaduras y las ampollas (que
lo harán). Compeed® y Scholl® son las marcas
más famosas, pero los hay genéricos en casi
cualquier supermercado (son más baratos, pero
no funcionan igual de bien).

123
ANTIHISTAMÍNICO: para reacciones alérgicas
y picores.

POVIDONA IODADA (Betadine®). Es un buen


antiséptico y desinfectante. Eficaz para limpiar
heridas, pero mancha una barbaridad. Utilízalo
en monodosis o en gel. La clorhexidina (Cristal-
mina®) es una buena alternativa y es incolora.

ANTIDIARREICOS. Para mí, es uno de los me-


dicamentos más importantes en la montaña.
La diarrea te deja deshidratado y fuera de juego
más rápido de lo que te imaginas. Córtala lo an-
tes posible con un antidiarreico. En contra de la
creencia popular, las bebidas con mucha azúcar
o cafeína empeoran la situación (nada de bebi-
das isotónicas azucaradas). Las soluciones de
rehidratación oral que se venden en farmacias
son justo lo que necesitas. Mete un par en la
mochila.

PARACETAMOL E IBUPROFENO. Ambos son


buenos analgésicos y reducen la fiebre, aunque
el ibuprofeno funciona mejor como antiinfla-
matorio. A mí, para los dolores de cabeza, solo
me funciona el paracetamol (y rara vez utilizo el
ibuprofeno).

124
GUANTES QUIRÚRGICOS. Para manipular he-
ridas, en especial si son escandalosas, aunque
deberías utilizarlos incluso para tratar una am-
polla.

“Tanto las bebidas con mucha azúcar como las


que llevan cafeína empeoran una diarrea”.

MANTA TÉRMICA. En caso de accidente, el cuer-


po pierde temperatura rápidamente. Cúbrete con
una manta térmica para retener el calor y pon la
parte dorada mirando al exterior.

HILO Y AGUJA. Para pinchar las ampollas. Des-


infecta la aguja con un mechero o con líquido
desinfectante.

PINZAS. Para pinchos, astillas o partículas gran-


des clavadas en una herida.

DESINFECTANTE DE MANOS. Una de las formas


más sencillas de prevenir infecciones y diarreas.
Utilízalo antes de comer y después de ir al ser-
vicio.

Dos bolsas de hielo químico: son ligeras y fáci-


les de utilizar. Al apretar la bolsa se produce una
125
reacción química que hace que el contenido se
enfríe muy rápido. Sustituye al hielo en golpes,
torceduras o dolores musculares. Son de un solo
uso.

ROLLO DE APÓSITOS. Son las tiritas de toda


la vida. Si no puedes conseguir un rollo, incluye
apósitos de diferentes tamaños.

MEDICACIÓN. La de uso particular.

Esto solo es una lista orientativa y es lo que yo


suelo llevar en la mochila. ¿Puedes incluir más
cosas? Por supuesto. Por ejemplo, un antídoto
para víboras o un desfibrilador si crees que son
necesarios. No, no estoy de broma. He camina-
do por lugares donde las víboras era un proble-
ma muy serio. También sé de guías de montaña
que salen a hacer senderismo con personas de
avanzada edad y llevan desfibriladores portáti-
les con ellos. Cada salida es un mundo, y cada
botiquín, otro.

126
RECOMENDACIÓN
º

En las tiendas de montaña, venden botiquines ya


preparados con ‘todo’ lo que necesitas. Pues bien,
no los compres y hazte uno a tu gusto. Los que
vienen ‘montados de fábrica’ no incluyen ningún
medicamento y la calidad de algunos de los utensilios
(en especial de las tijeras o las pinzas) suele dejar que
desear. Además todo viene apretado y es probable
que necesites incluir algún medicamento extra de uso
personal. ¿Con qué te deja esto? Pues con una bolsa
sin espacio, con todo aplastado, desorganizada y de
no muy buena calidad. Una bolsa de aseo con varios
bolsillos es un botiquín estupendo.

¡OJO!
º

Según los estudios de accidentalidad de la FEDME


(Federación Española de Deportes de Montaña y
Escalada), un 55 % de los accidentes se producen
en los descensos, cuando más confiados vamos y
más escasean las fuerzas. Ojo con las locuras de
última hora o las bajadas descontroladas porque ‘ya
hemos llegado’. Las hostias vienen cuando menos
te lo esperas.

127
RECOMENDACIÓN
º

Cuando contrates un seguro médico, lee bien la letra


pequeña. Léela bien. Lo último que quieres es ser
rescatado y darte cuenta de que tu seguro no cubría
un desplazamiento en helicóptero. Dos mil euros
tirando por lo bajo. Además de esto, hay ciertos países
en los que la sanidad es tan cara, que los seguros
básicos no cubren los costes y hay que contratar
seguros específicos (como en el caso de EE. UU.,
Australia o Japón). Lo dicho, lee bien la letra pequeña
y, si tienes dudas, llama por teléfono a la compañía
aseguradora. A diferencia de las telefónicas, aquí te
cogerán el teléfono a la primera y estarán encantados
de conversar contigo.

128
25. DÉJALO TODO LISTO PARA
LA SIGUIENTE RUTA

Llegas a casa después de una ruta, pones la mo-


chila boca abajo y la zarandeas con toda la mala
leche del mundo de pensar que mañana se te
acaban las vacaciones y tienes que volver al tra-
bajo. Mientras caminas hacia la lavadora, vas
dejando detrás de ti un reguero de caos, ropa su-
cia y ‘pequeños trozos de montaña’ que has ido
acumulando en tu aventura. Coges la ropa en un
puñado, la metes en la lavadora, y si te he visto
no me acuerdo. Ahí todo va junto: los calcetines
de lana, las botas, el saco de dormir e incluso
la tienda de campaña. Lo peor es que después
vas, lo pasas todo a la secadora y los calcetines
de lana han encogido y se han quedado para tu
sobrino de ocho años, la suela de las botas se
ha despegado por completo y la pluma del saco
está hecha un asco.

Para que no te ocurra esto, te dejo aquí debajo


un buen puñado de consejos sobre cómo lavar
cada pieza del equipamiento antes de volver a
meterla en el armario. Son recomendaciones ge-
nerales pero funcionan a la perfección. ¡Vamos
129
a ello!

SACO DE DORMIR. Lava el saco en la lavadora


en un programa suave, a baja temperatura y con
poco centrifugado. Sécalo en la secadora y ase-
gúrate de que no tenga humedad antes de guar-
darlo en el armario (les cuesta horrores secarse
si tienen mucho relleno).

“Arregla cualquier desperfecto que aparezca en


tus botas lo antes posible para que no vaya a
más”.

No intentes colgar un saco de dormir de pluma


en una cuerda para tender o el relleno se apel-
mazará en las puntas, tardará una eternidad en
secarse y no lo hará de manera uniforme (con
los sintéticos de tejido discontinuo pasa algo
parecido). Te darás cuenta de que es una mala
idea nada más colgarlo y ver que el peso está
cerca de partirte el tendedero: un saco mojado
retiene muchísima agua. No hace falta que lo la-
ves cada vez que salgas a la montaña, en espe-
cial si es de plumas y no huele a perro muerto.
Si quieres que te aguante más tiempo limpio,
utiliza una sábana interior. Ganarás unos gra-
dos de temperatura, no se ensuciará por dentro,
130
y tendrás un tacto más agradable. Yo llevo una.
Cuando lo guardes en el armario, acuérdate de
hacerlo en una bolsa de descanso, como te ex-
plico en el consejo 34. El saco transpirará mejor
y el tejido no se apelmazará.

UTENSILIOS DE COCINA. Lava y desinfecta bien


los utensilios de cocina; si es en el lavavajillas,
mejor. Ya sé que probablemente los hayas lava-
do a conciencia en la montaña, pero no quedan
igual que en casa. Asegúrate de que no tienen
restos. Con los cacharros cerrados, a oscuras,
y algo de calor, las bacterias se reproducen que
da gusto verlas.

TIENDA DE CAMPAÑA. La tienda de campaña


es una de las piezas del equipamiento que más
se ensucia. Para lavarla, llena la bañera o una
cubeta de plástico de agua, échale un par de ta-
pones de jabón suave y frótala con las manos
para quitarle el barro y la suciedad. Déjala a re-
mojo unas horas, enjuágala y cuélgala al sol.

BOTAS. Importante: no las metas en la lavado-


ra. Si te has adelantado y ya están centrifugan-
do, no es el fin del mundo, pero ¡evita a toda
costa la secadora! Las fuentes de calor direc-
tas suelen dañar los materiales y, en el peor de
los casos, ablandan la cola de la suela y se aca-
131
ba despegando. No lo hagas nunca. Dicho esto,
continuemos.

Sácale los cordones y las plantilla y pásales un


trapo para retirar la suciedad más evidente. Coge
un cepillo húmedo (que no sea abrasivo) y fró-
talas para quitar el resto de suciedad. Dale bien,
pero sin pasarte. El barro no es especialmen-
te dañino para las botas de senderismo sinté-
ticas, pero sí para las de piel. Cuando se seca,
absorbe la hidratación y hace que el calzado de
piel se agriete.

“Lava la mochila y la tienda de campaña en una


bañera o en una palangana grande y déjalas
unas horas a remojo antes de aclararlas”.

Para acabar, dales otra pasada con el trapo y dé-


jalas secar al aire. Si tienen mucha suciedad y
no hay trapo ni cepillo que lo arregle, no tengas
miedo y ponlas directamente debajo del grifo o
dales un buen chorreón con una manguera.

En cuanto a la suela, si tiene alguna zona des-


pegada, llévalas al zapatero para que te haga un
pegado profesional antes de que vaya a más.
132
Las colas necesitan unas condiciones ideales
para que se agarren bien y no es recomendable
hacerlo por tu cuenta, te lo digo por experiencia
propia. No tienen fácil arreglo. Cuando la sue-
la comienza a despegarse, mala señal. Si estás
en ruta, utiliza pegamento instantáneo y cinta
americana para hacer una ‘reparación de fortu-
na’ hasta que puedas hacer una definitiva.

“Utiliza una sábana dentro del saco de dormir


para ganar en confort y evitar tener que lavarlo
a menudo”.

Deja las plantillas fuera de las botas cuando no


las lleves puestas para que la humedad se eva-
pore. Existen varias formas de limpiarlas: pue-
des sumergirlas en agua y jabón, utilizar una so-
lución de agua y vinagre, o agua y bicarbonato
sódico. Si huelen muy mal, mételas en la lava-
dora dentro de una bolsa para ropa delicada. La
plantilla sufrirá más, pero te librarás de los olo-
res con más facilidad. Si ves que nada funciona
y que están tan gastadas que empiezan a desli-
zar, compra unas nuevas.

133
RECOMENDACIÓN
º

A pesar de los consejos que puedas leer aquí o en


cualquier página de Internet, a la hora de lavar la ropa
de montaña (sobre todo, la ropa), revisa la etiqueta,
algunos materiales son algo peculiares. Si aun así no
te queda claro cómo lavarlo, contacta con la marca.

¡OJO!
º

Lavar el material al final de una ruta es importante,


pero no te olvides de arreglar descosidos y rotos,
o de reemplazar equipamiento que esté tocado. Si
hiciste alguna reparación provisional en la ruta con
cinta americana, retírala y haz una definitiva.

134
26. ¿CUÁNTO ES MUCHO PESO
PARA UNA MOCHILA?

Por regla general, la mochila debe pesar, como


máximo, entre el diez y el veinte por ciento de
tu masa corporal (llena, obviamente; si lo hace
vacía, mal empezamos). Es posible que este nú-
mero te diga más bien poco. A mí, de hecho, me
dice más bien nada. ¿De qué dependen enton-
ces estos porcentajes?

Primero de todo, lo que va a determinar el peso


de tu mochila es el cómo vayas a hacer una ruta;
esto es: si has decidido comer y dormir en refu-
gios o bien piensas montar todo el chiringuito
por tu cuenta (esto último mola más, claro). Si
eres de estos últimos y has decidido acampar y
cocinar tú mismo, tendrás que añadir un saco de
dormir más caliente que el que utilizarías en un
refugio (en el supuesto de que este sea no guar-
dado; te he hablado de ellos en el consejo 12),
una tienda de campaña o funda de vivac, una es-
terilla, un set de cocina, combustible y algo de
comida. Entre equipamiento y comida puedes
sumar hasta cinco kilos. Se dice pronto, pero es
mucho. La libertad absoluta tiene sus inconve-
135
nientes y el peso es el mayor de ellos. Yo suelo
pagar este peaje con mucho gusto.

Otro factor importante es el lugar por donde vas


a hacer senderismo: no es lo mismo ir a cami-
nar a las montañas de Albacete en pleno mes de
julio, que hacer una ruta a finales de noviembre
en Nepal. Las condiciones climáticas son dife-
rentes y tu equipo también debería serlo.

“Lleva lo mínimo en la mochila y cuestiona cada


pieza del equipamiento”.

Como ves, el porcentaje del que te he hablado


en el primer párrafo es orientativo. Incluso de-
talles como tu talla de ropa o la de tu saco tie-
nen un efecto directo en el peso. Te recomien-
do que, una vez tengas la mochila para tu ruta
clara, salgas un par de mañanas a la montaña
con el peso real al hombro y que no te limites a
dar unos paseos por casa con ella. Es posible
que, sobre el papel, todo sea fantástico, pero, a
la hora de la verdad, esa mochila que llevabas
con tanta seguridad en un paseo de diez minu-
tos, no luzca con la elegancia que tenías en la
cabeza en una ruta de una semana.
136
¿SABíAS QUE...?

Ir ultraligero es cuestionarse cada pieza del


equipamiento e intentar quitar peso de la mochila
de todas las formas humanas posibles: ‘Esto no me
sirve’, ‘esto pesa demasiado’, ‘he visto otro de estos en
Internet que pesa cuarenta y dos gramos menos’. Es
el minimalismo (no confundirlo con preparacionismo
excesivo) llevado a la montaña y al extremo.

Así, en frío, parece una idea maravillosa; de hecho, lo


es. Si puedes permitirte pagar la sangría que supone
comprar algunas de las piezas de equipamiento más
ligeras del mercado, te animo a ello. Además de esto,
todo lo que sea superfluo debería quedarse en casa.
Si dudas, tal vez deberías dejarlo. ¡Cuidado! Esta criba
puede hacer que dejes fuera de la mochila cosas
importantes en nombre del ‘ultraligerismo’, en especial
si acabas de comenzar y te han inundado la cabeza con
la idea de ‘menos es más’ (esto es cierto a medias).

He visto a senderistas en Islandia montar tiendas


de campaña con un chubasquero y dos bastones de
senderismo al grito de ‘¡Viva lo ultraligero!’. Tendrías
que haberlos visto a la mañana siguiente. Otro día
me crucé con un senderista ‘experto’ que recorría el
GR-20, una ruta extremadamente exigente, con unas
zapatillas de correr porque eran ‘más ligeras’ y así
podía ‘caminar más todos los días y llegar antes’ (en
el helicóptero de emergencias seguro que ibas a llegar
antes, campeón). En el polo opuesto, me he topado
con una chica que llevaba un secador de pelo con un
difusor del tamaño de una paellera, y tipo que insistía
137
que para él era necesaria su cafetera expreso portátil
para el café de por la mañana. Me lo crucé dos veces
en Escocia y menudas charlas que se montaba con
el aroma del café (claro que no me quejé cuando me
preparó uno).

Con esto, no quiero ser quien te diga qué tienes que


llevar en la mochila o qué tienes que dejar fuera, eso
tienes que decidirlo tú. Solo quiero hacerte pensar en
qué es lo realmente importante, y en que todo lo que
sea ahorrar peso, especialmente en rutas de varios
días, es una bendición. Hazlo con cabeza y recuerda
que la seguridad en la montaña es lo primero. Si tienes
dudas, pregunta. ¡Aquí estoy para lo que haga falta!

RECOMENDACIÓN
º

Si una vez llena, quieres saber el peso de la mochila con


precisión (y no a ojímetro), te aconsejo que compres
una báscula electrónica de gancho. Te ahorrarás
disgustos en los aeropuertos si vas a facturarla.

138
¡OJO!
º

Como ya te he comentado más arriba, los pesos del


primer párrafo no son reglas inamovibles y, en muchos
casos, dependerán del dinero que quieras gastarte en
material de senderismo. Normalmente, cuanto más
ligera es la prenda, mayor es el precio (para iguales
características, claro). ¿Merece la pena? Depende
del uso que le vayas a dar. Yo no soy amante de lo
ultraligero y soy más bien conservador, aunque en
algunas prendas como sacos y tiendas de campaña,
un gasto extra está muy justificado.

139
27. PLANIFICA TODO LO QUE
PUEDAS. ESPERA LO INESPERADO

Siempre he pensado que el mejor plan es tener


un buen plan y el segundo mejor, tener la posibi-
lidad de cambiarlo si todo se tuerce, en ese or-
den. No estoy hablando ahora en concreto de la
montaña, sino, en general, de la vida. Tener un
buen plan para saber a qué aferrarse y no perder
el norte es fundamental.

“La montaña es un entorno cambiante. Espera


lo inesperado y aprende a adaptarte a las
circunstancias que vayan surgiendo”.

Esto cobra especial relevancia cuando estás ha-


ciendo senderismo. Tener un plan significa co-
nocer el terreno. Es saber, de antemano, dónde
están los puntos de avituallamiento más cerca-
nos o las fuentes del recorrido, a quién hay que
llamar en caso de emergencia, cuáles son las
posibles ‘salidas’ de una ruta o qué tiempo va a
hacer. Si vas a una zona que no conoces, y com-
140
pletar el itinerario te va a llevar varios días, con
más motivo. Nunca salgas a la montaña sin una
buena planificación. Esto incluye las salidas más
sencillas o las de última hora. No importa lo fá-
cil que pueda parecer una ruta, siempre se pue-
de complicar hasta límites que ni te imaginas.

Aquí debajo te dejo cinco puntos básicos que


tienes que tener en cuenta a la hora de estudiar
una salida. ¿Puedes incluir más? Por supues-
to. He visto planificaciones que eran auténticas
obras de arte, con mapas dibujados a mano e
ilustraciones de la fauna y la flora local. Creo
que mi amigo David disfrutaba más de esto que
de la montaña. Desde hace más de diez años
guía a grupos (especialmente de japoneses) por
Chamonix y el macizo del Mont Blanc y alucinan
con sus guías. Un crack.

Aquí te dejo una foto de uno de los muchos gru-


pos japoneses que han hecho senderismo con
él por Chamonix.

Ahí van las consideraciones.

COMER Y DORMIR. Básico. Si no comes y no


duermes, mal vamos. Incluye aquí restaurantes,
supermercados o pequeñas tiendas de pueblo.
No te olvides de apuntar los horarios de aper-
141
tura y cierre, y recuerda que los domingos las
tiendas no abren en muchos sitios (cuando has
caminado durante varios días, es normal perder
la noción del tiempo).

TERRENO. No hace falta que estudies cada tra-


mo, cada curva de nivel ni cada sendero de la
zona. Sin embargo, sí deberías echar un ojo al
mapa o a Internet para hacerte una idea de lo
que te vas a encontrar. Apunta el desnivel de as-
censo y de descenso, el tiempo que vas a tardar
en hacer la ruta y las horas de luz que tienes.
Asegúrate de que puedes terminarla con cierto
margen antes de que caiga la noche. Los acci-
dentes suceden, y los retrasos, también.

LUGARES DE ‘ESCAPE’. ¿Ha habido algún con-


tratiempo y tienes que acabar la ruta antes? Com-
prueba si existe alguna forma de acortarla. Mu-
chas veces la hay.

METEOROLOGÍA. Hay cientos de páginas web


en Internet donde consultar la previsión meteo-
rológica. De ello no solo va a depender si una
salida se hace o no, sino la ropa que tengas que
ponerte. No esperes saber el tiempo con una
semana de antelación, y menos aún en la mon-
taña. Revísalo 48 horas antes y el mismo día de
la ruta cuando te levantes.
142
TELÉFONOS DE EMERGENCIA. Desde el año
2008, en toda Europa se utiliza el número de
emergencia 112. No hace falta que tengas co-
bertura de tu compañía, aunque sí de alguna
compañía (si no hay cobertura, no hay nada que
puedas hacer a menos que tengas un teléfono
satelital).

Es posible que después de esto estés pensan-


do: ‘Para, Jose, para. ¿De verdad me estás pi-
diendo que haga todo esto antes de una ruta de
senderismo? Ni que me fuese a al Himalaya’.
Sé que parece un trabajo engorroso y pesado,
pero, si lo piensas bien, no es nada descabella-
do y es algo que sueles hacer de cabeza. Mu-
cha de esta información ya la tienes en Internet
muy bien trabajada e incluso puedes bajarte las
rutas en tu teléfono móvil y sacar de ahí cierta
información. No es necesario que redactes un
informe de trescientas páginas y lo encuadernes
con gusanillo como hace David, pero tenerlo por
escrito te ayudará a anticipar los problemas que
puedan surgir.

143
RECOMENDACIÓN
º

Como ya te comenté en el consejo 9, deja una copia


de tu planificación a una persona cercana y, si vas
a una zona remota o donde sabes de antemano que
vas a tener problemas de cobertura, informa a las
autoridades.

RECUERDO QUE...
º

En 2013 me cruzó por la cabeza la brillante idea de ir


a caminar la Vía Alpina Roja. Es una ruta que cruza
todo el macizo de los Alpes desde Trieste a Mónaco
(si andas algo perdido con la geografía, búscalo en
Google, es una auténtica pasada de aventura) y que sin
prisa, tardas medio año en recorrer. Suena absurdo,
me apunto. A la mañana siguiente entré en razón
y, aunque adoro las rutas de distancias imposibles,
aquello me pareció demasiado.

El año anterior ya había pasado unas semanas en los


Alpes recorriendo el Tour del Cervino y la Haute Route
y había alucinado, así que estaba desesperado por
encontrar una excusa para volver. No me hizo falta
buscar demasiado. La Vía Alpina Roja me quedaba
grande, pero había otra ‘vía’ más sensata: la Vía
Alpina Verde. A pesar de ser más corta, tenía la nada
despreciable distancia de trescientos kilómetros.
Puede no parecer mucho (lo era), pero con desniveles
alpinos de por medio, la cosa cambia. Allí que me fui.

144
º

Pues bien, el día dieciocho llegué a los pies de


Rochers de Naye, a escasas tres horas de Montreux,
el final de la ruta. Por la tarde, cené lo poco que me
quedaba en la mochila, planté la tienda debajo de las
antenas junto al hotel, y vi uno de los atardeceres más
impresionantes que recuerdo con el sol poniéndose
sobre el lago Leman. Aquella había sido una de las
experiencias más increíbles de mi vida. Visité lugares
y conocía a personas que difícilmente podría haber
conocido de otra manera. De hecho, me dediqué a
hacer retratos de muchas de ellas que puedes ver
aquí.

Cuando cayó noche, y antes de dormir, arreglé las


reservas de los trenes de vuelta, cogí la habitación
más barata que encontré en Zurich (ninguna) y me
fui a dormir con la sensación de tenerlo todo bien
amarrado. Aquello sonaba a despedida. Salí de la
tienda en varias ocasiones durante madrugada, a ver
las luces de Montreux, Laussane y, a lo lejos, Veveux.
No pude contener la emoción y se me saltaron las
lágrimas. ¡Qué lejos había llegado!, cuánta vida cabe
en tres semanas.

A la mañana siguiente me levanté como una rosa pero


con algo de resaca emocional de la noche anterior,
hice la mochila, aplasté todas mis cosas contra el
fondo y puse marcha ligera hacia Montreux.

No había caminado ni diez minutos cuando me topé


con ella. Estaba sentada en una piedra dibujando
el lago con un amplio sombrero que le cubría parte
de la cara. Me paré a ver cómo dibujaba y, al notar
145
º

mi presencia, se giró para saludarme. ¿Sabes esas


personas que irradian tanto que no puedes evitar
soltar un ‘guau’ cuando las vez? Michèle era una de
esas. Me quedé prendado de ella nada más verla
sonreír. Pasamos la mañana hablando. Yo le conté
todo sobre mi aventura; ella me contó todo sobre
Montreux, la ciudad donde vivía con Richard, su
marido; de los pueblos de alrededor que la noche
anterior había visto a lo lejos; de la caprichosa forma
de la frontera alrededor del lago; de lo mucho que
disfrutaba cogiendo frambuesas. Que mañana bonita.
Una cosa llevó a la otra y me acabó invitando a cenar
a su casa y, por supuesto, acepté.

Lo que empezó por una cena acabaron convirtiéndose


en los cinco días más maravillosos de la ruta. Pasamos
las mañanas paseando, hablando de lo maravillosa
que es la vida, navegando con su velero, cogiendo
frambuesas. Por las tardes, me sentaba en el salón
para escucharlos tocar Aria para la cuerda de sol de
Bach. Qué recuerdos me trae esa canción. Richard
a la trompeta y Michèle al piano. Al caer la tarde,
mientras me quedaba ensimismado con la puesta
de sol en la terraza, ellos bailaban en el salón. Ni
que decir tiene que lo cancelé absolutamente todo y
solo me despedí de ellos cuando no me quedó más
remedio; volaba a la mañana siguiente.

Todavía hoy nos escribimos un par de veces al año y,


cuando tengo un hueco, los visito en su maravillosa
casa de Montreux, donde las sobremesas son eternas
y la conversación es siempre apasionante. Aquí os
dejo la foto de Michèle.
146
28. CONVIÉRTETE EN EL
ARGUIÑANO DE LOS SENDEROS

Nunca he podido permitirme comer en refugios


todo lo que me hubiera gustado. He viajado mu-
chísimo y los pies me han llevado a más monta-
ñas y lugares de los que puedo recordar, pero, a
pesar de ello, todavía no he descubierto el ma-
nantial de la fortuna eterna y he tenido que pri-
varme de algunas cosas. De muchas, diría yo
(sí, soy ese tipo que comía arroz blanco con una
lata de atún en una esquina del refugio mientras
tú te comías un estofado de ternera casero). Si
ya era raro verme dormir en un refugio, lo de co-
mer algo que no fuese ‘de supermercado’ lo de-
jaba solo para ocasiones especiales. Si estaba
caminando por un país tan caro como Suiza o
Noruega, ni eso. Quería continuar disfrutando de
todo aquello sin gastar una fortuna así que no
me quedó otra que hacerme un entendido en
cocina en los entornos más hostiles.

Te he dejado aquí debajo algunos apuntes bá-


sicos sobre cocina para senderistas. Échales
un ojo si tienes pensado hacer alguna salida en
grupo de varios días. La gente te admirará por
147
tu actitud positiva en la montaña, pero, si eres
un ‘cocinillas’, te habrás ganado sus corazones.
Para acabar el consejo, te contaré una anécdota
que me pasó en Marruecos dos días antes del
ascenso al Toubkal. ¡Vamos a por ello!

“No subestimes el hambre que tendrás al


final de una etapa y planifica bien el menú,
especialmente si vas en grupo”.

La cocción es, de lejos, la forma más común de


cocinar en la montaña. Si has descartado co-
mer en refugios, lo más probable es que lleves
la mochila llena de comida deshidratada: sopas
de sobre, pasta, arroz, cuscús, purés de patatas
o los apetecibles noodles serán compañeros in-
separables de viaje. Sé que suenan a alimentos
básicos y, de hecho, lo son. Sin embargo, con
algo de paciencia, cariño y tiempo, crearás pla-
tos elaboradísimos y que sepan (casi) mejor que
en casa. Olvídate de asados, frituras o filetes a
la plancha; en la montaña solo necesitas agua
hirviendo.

Pero espera que ya me imagino por dónde me vas


a salir: ‘¿quién tiene tiempo y ganas después de
148
haber caminado veinticinco kilómetros con un
desnivel de 1.500 metros positivos? Lo que uno
tiene es ganas de comer y dejarse de historias’.
Cierto. He visto a senderistas comerse unas ju-
días directamente de la lata por no calentarlas
o unos fideos de ramen completamente crudos
como si fuesen un snack. Ellos decían que les
gustaban así. Yo solo veía ansia por todos la-
dos. Paciencia.

Si llegas con hambre al final del día, ten en cuen-


ta los tiempos de cocción de los alimentos. No
es lo mismo cocinar cuscús que, por ejemplo,
arroz. Para el primero tan solo necesitas hervir
agua y dejarlo reposar cinco minutos, mientras
que, para el arroz, solo la cocción te llevará casi
veinte. Yo suelo llevar platos que no tarden más
de diez minutos y es raro encontrar arroz en mi
mochila. Pasta o cuscús son dos buenas opcio-
nes. Olvídate de cosas como garbanzos o judías
a menos que salgan de una lata.

El tiempo no es el único limitante a la hora de


cocinar, también lo es el combustible. A me-
nos que cocines en una hoguera todo el tiempo
(cosa que dudo porque está prohibido en gran
parte de las montañas del mundo y es un autén-
tico engorro), tienes que llevarlo contigo y saber
racionarlo. Para tu tranquilidad, te diré que inclu-
149
so los tanques más pequeños aguantan varios
días si vas tú solo, pero vigílalo de cerca: si tu
dieta se basa en pasta, arroz y platos deshidra-
tados , poco vas a cocinar si te quedas sin él. Yo
llevo dos tanques pequeños por si falla uno o
me quedo sin combustible a varios días de po-
der comprar un nuevo tanque.

¿SABíAS QUE...?

El Jetboil es uno de los inventos más eficientes en lo


que se refiere a cocinar en montaña: hierve un litro de
agua en dos minutos. Vamos, ni la cocina de inducción
de casa.

RECOMENDACIÓN
º

Que tengas que cocinar en una ruta no quiere decir


que tengas que huir de bares y restaurantes, ¡para
nada! Aprovecha para darte algún capricho de vez en
cuando y probar los cocina local. Después de varios
días, las barritas de cereales, las sopas de sobre y
los macarrones con tomate comienzan a cansar. Un
buen menú acompañado de lo-que-quiera-que-sea-
que-te-guste-beber, te devolverá a la vida.

150
¡OJO!
º

La opción de cocinar tú mismo es una decisión muy


personal. Ten en cuenta que esto va a añadir un peso
extra a la mochila y te va a quitar un buen pellizco
de espacio. Además, tienes que invertir tiempo en
cocinar, fregar los platos, planificar las comidas y
cargar con todo (es lo que peor se lleva). Sé que
parecen todo desventajas; aun así, yo lo escojo mil
veces. ¿Y tú?

151
RECUERDO QUE...
º

En uno de estos viajes en los que uno acaba paseando


por el Atlas marroquí, me topé con un grupo de
senderistas bielorrusos. Como siempre que voy a
la montaña acabo más solo que la una, cuando me
encuentro con alguien que me da un poco de mecha,
me pego a ellos como si fuese mi vida en ello. El día
que los conocí llegamos al Lac d’Ifni desde donde
ascenderíamos al Toubkal, la montaña más alta de
Marruecos.

El guía era un chico fantástico (del que no recuerdo el


nombre). Se dedicaba a organizar viajes de senderismo
por medio mundo y contaba auténticas peripecias de
muchos de ellos. Aluciné con sus historias. Sin duda
lo tenía bien montado y era un profesional como
la copa de un pino. No solo guiaba al grupo; según
me comentaba, también se encargaba de gestionar
los vuelos, los hoteles, los visados y cualquier cosa
que hiciese falta. Como no podía ser de otra manera,
también se encargaba de cocinar, aunque esto
no parecía dársele igual de bien: aquella mañana
habían comprado dos kilos de lentejas para hacer un
estofado para cenar, que llevaron a remojo todo el día
en bolsas de agua. Las tuvieron hirviendo más de una
hora y, a pesar de esto, se las acabaron comiendo
duras.

Aquella tarde, un grupo de bielorusos comió un plato


de grava con verduras a los pies del Toubkal. Mientras,
un español comía un chusco de pan con queso: quiero
que los dientes me lleguen a la jubilación.

152
º

Si conoces a algún cocinillas en la montaña, deja


que dé rienda suelta a esa creatividad, pero dile que
los garbanzos, las lentejas y las alubias, mejor las
cocine cuando esté en casa (a menos que ya vengan
precocinadas). Los tiempos de cocción para estas
legumbres es de varias horas, y no es nada aconsejable
por el derroche de combustible que supone ni por la
espera al final del día cuando el estómago empieza
a rugir de hambre.

153
29. QUERIDO DIARIO...
DÍA 2. Querido diario, mi mochila es un santua-
rio. Todo está perfectamente organizado en sus
respectivas bolsas. La comida tiene las fechas
rotuladas con esmero y la ropa sucia está en el
compartimento inferior, separada de la ropa mo-
jada, que está colgada de la mochila con pinzas
para que se seque mientras camino. Los calceti-
nes los tengo ordenados por colores y los calzon-
cillos por tejidos, limpio de manera minuciosa
los utensilios de cocina con detergente biode-
gradable todos los días y los seco con esmero
para que no acumulen suciedad. La vida es ma-
ravillosa, el crujido de las hojas bajo mis pies y
el cantar de los pájaros son la melodía que guía
mis pasos.

DÍA 5. Querido diario, mantengo la mochila acep-


tablemente ordenada. He perdido la bolsa don-
de guardo la ropa, pero me las arreglo con una
de basura que he conseguido en el último res-
taurante en el que me sirvieron un estofado de
lentejas tiernísimas y perfectamente cocinadas.
Llevo un par de días sin lavar y lo guardo todo
154
en una bolsa bien cerrada: tengo calcetines de
sobra, por lo que no me preocupa demasiado.
Respecto a la comida, se rompió una bolsa de
arroz tres delicias y acabó sobre la ropa sucia.
Así mejor, no huele tan mal. Ayer llovió y se mojó
el saco de plumas; espero que se seque hoy…
Si el tiempo mejora. Son cosas que pasan en la
montaña y así somos los senderistas.

DÍA 8. Querido diario, la mochila… Digamos que


anda algo descontrolada. He perdido la bolsa
de la ropa sucia y ahora va toda junta en el fon-
do de la mochila. Me he quedado sin calcetines
y hoy estoy usando los de dormir: el pie me lle-
va sudando todo el día y me han salido varias
ampollas. Ayer un vecino muy amable me rega-
ló un plátano y un melocotón que han acabado
aplastados contra la bolsa de aseo y me he la-
vado los dientes esta mañana con sabor a ma-
cedonia. Ha llovido por tercer día consecutivo y
el saco de plumas está insalvable. No sé cómo
dormiré esta noche.

DÍA 10. Querido diario, he decidido quemar la


mochila y volver a casa. No me vuelven a liar
para ir a hacer senderismo.

Cuando estás en casa, un poco de desorden no


tiene mayor importancia y puedes pasarlo por
155
alto con facilidad. Sin embargo, si tu mochila
está hecha un desastre, tendrás que enfrentarte
a ello una docena de veces al día. Mantenla or-
denada antes de llegar al punto de no retorno.
Yo soy el primero al que se le desmadran las co-
sas de vez en cuando, especialmente cuando
deshago la mochila dentro de la tienda de cam-
paña..

156
30. ¿QUÉ TIEMPO PUEDO
ESPERAR EN LA MONTAÑA?

Ve preparado para todo y espera lo peor. A par-


tir de aquí, todo el buen tiempo que tengas en
ruta, recíbelo con los brazos abiertos.

RECUERDO QUE...
º

La primera vez que fui a hacer senderismo a


Marruecos, había sido uno de esos inviernos en los
que la lluvia y la nieve no habían dado tregua en el
Atlas. Algunas cumbres de la cordillera todavía tenían
nieve a principio de Mayo y los ríos bajaban de agua
hasta los topes. Hasta los topes según los estándares
de allí, claro.

Después de haber pasado una semana caminando


por el macizo del Toubkal, la montaña más alta del
país (4.167 m), había decidido ir a la zona del Ighlil
M’Goun, al este. Quería pasar unas noches en Souk el
Had descansando en una bonita casa de huéspedes y
recuperarme de la intensísima primera parte del viaje,
para después descender por Achabou hasta llegar a
Boutaghrar. En resumen, que iba a hacer senderismo
con el agua hasta las rodillas, atravesando unas
gargantas alucinantes y visitando algunos de los
pueblos más bonitos de toda la cordillera. Pero claro,
157
º

¿qué sería de mis aventuras sin problemas de última


hora? Algo tenía que pasar… y pasó.

Pues bien, resulta que el río, el de las gargantas,


se había ido estrechando durante el recorrido y,
cuando llegué a Imi Nirk, la cosa se había puesto
más complicada de lo que me hubiese imaginado.
Fruncí el entrecejo. Aquello no tenía buena pinta. Las
paredes se alzaban varios centenares de metros
sin posibilidad de escape y, el río, había pasado de
ser una pequeña capa de agua de unos centímetros
amplia y suave, a encajonarse y encabronarse como
mil demonios. Me atreví a pensar que tal vez podría
atravesarlo, pero no con aquel equipamiento y sin
saber que me esperaba en el siguiente giro. Aquello
era peligroso. Deshice los escasos metros que tenía
hasta el pueblo y pasé allí la noche en la tienda de
campaña.

A la mañana siguiente, desayuné por todo lo alto.


Resultó que no acabé durmiendo en tienda de
campaña, sino que lo hice en la casa de un vecino
del pueblo donde habían improvisado una habitación
para huéspedes. Mientras los niños jugaban con la
cámara (y yo no escondía mi preocupación), Hakim
me dejaba las cosas bien claras: ‘no puedes cruzar el
río solo, por lo menos, no andando’. La idea de volver
por donde había venido no me entusiasmaba, pero
menos lo hacía el no poder ver una de las partes más
impresionantes de la ruta, la garganta de Achabou.
Después de barajar las ideas más absurdas para
rebasar aquel tramo, Hakim me propuso la única
solución no suicida: cruzar el peor tramo en caballo
158
º

y después continuar a pie el resto de la ruta. Pero


espera: ¿yo? ¿En caballo? Lo más grande a lo que
me había montado había sido sobre un perro cuando
tenía tres años.

No, no iba a ir yo solo en caballo; Hakim llevaría las


riendas y yo iría como paquete. Ahora sí. Aquel tramo
de apenas unos kilómetros fue una de las mejores
experiencias de todo el viaje. Estuvimos a punto
de caernos al agua en más de una ocasión, el agua
bajaba realmente fuerte incluso para el caballo, pero
lo conseguimos. ¡Por supuesto! Aun así, la aventura
no acabó allí y todavía tuve que sortear algunos pasos
comprometidos y cruzar el río varias veces. ¡Qué
aventura emocionante!

Lo dicho, a veces el tiempo en la montaña puede


crear situaciones imprevisibles como la que me pasó
a mí en Marruecos y tendrás que anticiparte a ellas
e ingeniártelas para salir airoso. ¡Estate preparado!

159
31. ESTOY EMPAPADO. ¿Y
AHORA QUÉ?

Cuando la lluvia aprieta, es hora de ponerse el


chubasquero, los pantalones impermeables y
plastificarse sin piedad (o, si el tiempo y el terre-
no lo permiten, de utilizar el paraguas, como te
recomiendo en el consejo 8). Hay senderistas
que se ponen la ropa de lluvia nada más notan
la primera gota. No te lo recomiendo. A veces
la lluvia no dura y acabas mareado con tanto po-
ner y quitar. Comienza primero con la chaqueta
y, si la cosa va a mayores, con el pantalón.

Si has pillado una tormenta con mala uva, lo


más probable es que, por mucho impermeable
que lleves encima, algo se haya escurrido por
debajo. Los puntos donde las correas de la mo-
chila comprimen los tejidos suelen ser carne de
cañón. Si encima la calidad de la prenda no es
medianamente aceptable, que no te extrañe si
también ha calado a los calcetines y a la ropa
interior. Las prendas impermeables de calidad
hacen maravillas, pero no milagros. No te des-
animes: es normal acabar empapado de vez en
cuando. Vamos a ver qué hacer en estas situa-
160
ciones.

Si pasas la noche en un refugio, lo primero al


llegar es ponerte ropa seca y entrar en calor.
Tiende la ropa mojada en el espacio habilitado
para ello (no la vayas dejando colgada por cual-
quier sitio) y cruza los dedos para que al día si-
guiente esté seca. Quítate las botas, sácale las
plantillas e introdúceles papel de periódico para
absorber la humedad. En algunos refugios hay
incluso secadores para el interior de las botas.
Me da la sensación de que no son lo mejor para
la piel (del calzado), aunque, qué quieres que te
diga, prefiero que la bota sufra un poco y llevar
los pies secos al día siguiente.

“No dejes la ropa cerca de fuentes de calor


directas como calefactores o chimeneas. La
piel se deteriora con facilidad y los sintéticos
pueden agujerearse”.

Cuidado con extender la ropa cerca de fuentes


de calor directas como un calefactor o una chi-
menea. Va a hacer que se seque más deprisa, sí,
pero solo conseguirás deteriorar los tejidos, en
especial las botas de piel. Además, una mucha
161
de la ropa de montaña es sintética y acercarla
demasiado puede deformarla y hacerle aguje-
ros. Si alguna vez has dejado un cucharón de
plástico cerca del fuego, sabes de lo que estoy
hablando.

Te vas a dormir, te levantas y la ropa continúa


mojada; Pues bien, no tengas ‘miedo’ de ponér-
tela. Si no está empapada, el calor de tu cuerpo
se encargará de secarla (recuerda que eres una
estufa que emite a 37 ºC). Vestir una camiseta
húmeda no es una de las mejores sensaciones
del mundo, pero, en la montaña, muchas veces
no queda otra.

En el caso de que no duermas en un refugio y


pases la noche en tu tienda de campaña, no te
queda más que encomendarte a la Virgen de los
Milagros. Extiende la ropa como puedas, colga-
da de lo que puedas y en el lugar que puedas, y
camina con ella al día siguiente. Si ha salido el
sol y el día no es frío, no debería tardar en se-
carse. ¿Continúa lloviendo? Pues de perdidos al
río. Haz de tripas corazón y póntela igualmente
debajo de la ropa impermeable para que mante-
ner tu temperatura corporal.

162
¿SABíAS QUE...?

Algunas prendas sintéticas aguantan el calor de una


plancha muy bien, pero otras lo llevan realmente mal.
Revisa la etiqueta antes de plancharlas o de meterlas
en la secadora.

¿SABíAS QUE...?

Evita secar tus botas de piel cerca de una fuente de calor


directa, por muchas que veas junto a los calefactores
en los refugios. Esto solo hará que la piel se reseque.
No sucederá de la noche a la mañana, pero, si lo haces
de forma habitual, no tardarán en aparecer grietas.

RECUERDO QUE...
º

En la Navidad del 2016, decidí hacer algo especial.


Normalmente, estas fiestas son sagradas y no suelo
faltar, pero aquel año me dio por ahí. ¿Qué se me
ocurrió? Hacer el Camino Portugués desde Lisboa a
Santiago de Compostela, casi 500 kilómetros de una
ruta jacobea que ya de por sí es solitaria, pero en la
que no hay ni un alma en invierno. Después me voy
quejando de que siempre hago senderismo solo. Lo
comido por lo servido.

Como la mayoría de las decisiones que tomo sobre


rutas de montaña y aventuras, no le di muchas vueltas.
El mismo 25 de diciembre me planté en la estación
163
º

de Granada, me subí al autobús y me despedí, con


el corazón encogido, de mi madre, mi abuela y mi
hermana. Si ya fue difícil dejar la casa de mi abuela
con todo el mundo de fiesta y preparando la cena,
imagínate lo que fue aquella despedida. Deseé
haberme olvidado la mochila en el maletero del
coche.

Desde Granada viajé hasta Sevilla y a mediodía del


día 26, cruzaba el puente Vasco da Gama y entraba
en Lisboa justo a tiempo para comer y tomarme una
Superbock, una de las cervezas más famosas del país.
Hacía un tiempo maravilloso y estaba pletórico y me
moría por comenzar a caminar. La aventura empezaba
con buen pie, pero, como viene siendo común en las
historias de este libro, la alegría no duraría.

Lo que sobre el papel era una idea fantástica acabó


convirtiéndose un pequeño gran caos: hasta cinco
borrascas seguidas llegaron a la costa portuguesa
aquellas Navidades. Se ve que las habían dejado salir
y, ya puestos, lo hicieron todas de golpe. No recuerdo
unos días tan pasados por agua en toda mi vida, no
vi el sol en dos semanas. Llegué a no molestarme
ni por esquivar los charcos y hubo días en los que
caminé con el agua por los tobillos durante horas;
los ríos se desbordaron en medio país; la mochila
multiplicó el peso por dos y la ropa seca pasó a
ser un vago recuerdo épocas pasadas. Solo había
diferentes grados de ropa mojada: desde muy húmeda
hasta completamente empapada. Se me calentaron
tanto las narices, que acabé cogiendo otro autobús
el quinto día para ahorrarme algunos kilómetros de
164
º

sufrimiento.

Pasé la mayoría de las noches en albergues


completamente solo. ¿Quién caminaría una ruta así
en Navidad? Un servidor y unos cuantos locos más
vestidos de Capitán Pescanova. El día de nochevieja
decidí plantar la tienda de campaña en un pequeño
bosque de eucaliptos y me comí las uvas a las 8 de la
tarde justo antes de caer redondo por el cansancio.
Aquella noche me acosté aceptablemente seco, pero
tenía mis dudas de si no me despertaría flotando en
el Atlántico, de camino a las Azores

165
32. NADA MEJOR QUE PASAR LA
TARDE PESCANDO TRUCHAS

¿Llevas toda la vida pescando y te mueres de ga-


nas por hacerlo en los ríos escandinavos, cuando
vayas a hacer senderismo al Kungsleden? Per-
fecto, llévate la caña de pescar. ¿La última vez
que utilizaste un anzuelo la cosa no fue bien y
acabaste con un piercing en el labio? Genial, yo
ahí veo margen de mejora. ¿Nunca has pescado,
no tienes ni idea de cómo va eso y no sabrías
qué hacer con un pez? No te preocupes, vas a
tener tiempo para practicar y a lo mejor hasta te
llevas una buena trucha a la mesa.

“La pesca es una forma maravillosa de


acercarte a la naturaleza y vivir una experiencia
más intensa en tus rutas de senderismo”.

La pesca es una de mis aficiones y nunca dejo


la caña en casa si se que voy a tener oportuni-
dad de usarla. Muchos senderistas con los que
he hablado sobre ello piensan que es un lujo (y
166
no les quito la razón), pero algunos de los me-
jores momentos que he pasado en Escocia han
sido con una caña (de pescar) en la mano y un
par de truchas clavadas en un espeto sobre la
hoguera. Esas tardes no tienen precio. Te animo
a que también lo hagas tú.

¿SABíAS QUE...?

El color natural de la trucha es el blanquecino. Sin


embargo, las de piscifactoría se alimentan a base de
piensos con pigmentos naturales (carotenos) que les
dan ese aspecto asalmonado que tienen cuando llegan
al supermercado.

¿SABíAS QUE...?

A diferencia de la pesca en mar, en la que se suele


utilizar cebo vivo, en la pesca de río es más común
emplear señuelos que se denominan ‘moscas’. Sirven
para engañar al pez, que, por sus colores y su forma,
cree que es un insecto. Al morderlo, pica el anzuelo y
se engancha.

La fabricación de las moscas es todo un arte. Se


utiliza un anzuelo como el cuerpo del señuelo y se le
añaden plumas de diferentes colores para imitar a un
insecto. Pero ¡ojo! No vale cualquier tipo de pluma:
dependiendo del entorno donde se pesque, así será la
mosca. Vamos, todo un mundo. Estas son las que yo
utilicé en Laponia.
167
RECOMENDACIÓN
º

Si te gusta la pesca (o tienes la intuición de que puede


hacerlo) y quieres combinarla con el senderismo,
aquí te dejo una pista de por dónde comenzar: tanto
Escocia como los países escandinavos tienen buenos
ríos y lagos, y en las rutas Kunsgsleden (Suecia), Great
Glen Way (Escocia) y Spey Side Way (Escocia) te vas
a hartar de pescar.

¡OJO!
º

Si vas a ir de pesca, infórmate de la legislación de


lugar. Por lo general, hace falta un permiso y, en
algunas ocasiones, como sucede en países como
Islandia, hay que esterilizar el equipamiento.

168
33. IMPERMEABILIZANDO LA
MOCHILA

Lo reconozco abiertamente: no me convencen


demasiado los cubremochilas. Es una solución
simple, práctica y fácil cuando la lluvia es sua-
ve, que, por lo general, será lo que te encuentres
cuando hagas senderismo. En esto podríamos
estar de acuerdo. Sin embargo, a la mínima que
hace un poco de viento, se vuelan, tienen la san-
ta manía de engancharse en todas las ramas del
camino y, si la lluvia es fuerte, el agua acaba por
calar tarde o temprano.

Además, si está lloviendo y necesitas abrir la mo-


chila (bien porque quieras alcanzar el almuerzo,
bien porque tengas que montar la tienda de cam-
paña), las cosas que van en el interior quedan ex-
puestas. Al final, montas la tienda de campaña
corriendo, metes y sacas las cosas a toda prisa
bajo la lluvia y, entre todo este caos, acabas con
parte del equipamiento mojado o, lo que es peor,
lleno de barro. ¿La solución? En vez de imper-
meabilizar por fuera, hazlo por dentro. Vamos
a ver varias formas de hacerlo.

169
Para la primera, coge una bolsa de basura de
tamaño industrial (son más resistentes que las
de casa) y déjala abierta dentro de la mochila.
Ahora asegúrate de que todo lo que introduzcas
quede dentro de dicha bolsa. De esta manera, el
equipo quedará impermeabilizado por comple-
to.

“Impermeabilizar por dentro la mochila es


incluso mejor que hacerlo por fuera”.

Ya no tendrás que volver a preocuparte por si


el saco de dormir de plumas va a llegar moja-
do después de una lluvia de mil demonios. Yo
utilicé este sistema en mis primeros años de
senderismo y me fue muy bien. No es elegante,
pero funciona.

Si eres un sibarita y quieres una solución más


distinguida, compra bolsas impermeables en
una tienda especializada (en deportes, no en
bolsas). Están fabricadas en nailon, son resis-
tentes y aguantan perfectamente la lluvia. Usa
una sola (de la capacidad de la mochila) y llévalo
todo dentro, o distribúyelo en bolsas de diferen-
tes tamaños para que esté todo más organizado.
170
Ya tenemos el interior impermeabilizado. ¿Y el
exterior? ¿Merece la pena cubrirlo? El tejido de
las mochilas suele ser de lona gruesa que aguan-
ta bien lluvias suaves. Si la cosa se pone seria,
ponle encima el cubremochilas, ahora ya con la
seguridad de que el equipamiento del interior
de la mochila está resguardado del agua, y que,
cuando lo saques, continuará estándolo.

Ya que estamos metidos en materia, aquí deba-


jo te dejo unos trucos para organizar tu equi-
po; te vendrán fantásticos si estás empezando
en el mundo del senderismo. Una vez te hayas
hecho a la mochila, tómate la libertad de orga-
nizarla a tu bola: recuerda que solo es una for-
ma de llevar todas tus cosas encima y que, al
final del día, tiene que resultar lo más práctica
posible para ti. No la veas como un simple saco
con correas. Piensa en ella como tu aseo (la bol-
sa de aseo), tu cocina (el hornillo), tu armario
(la bolsa de la ropa) y tu habitación (la tienda
de campaña, la esterilla y el saco de dormir).

Bueno, aquí van los consejos.

Utiliza bolsas para separar la ropa. En las tien-


das de montaña venden bolsas de diferentes ta-
maños para tenerlo todo organizado y seco (esto
171
es justamente lo que te comentaba arriba). Son
bolsas más o menos estancas, así que asegú-
rate de quitarle todo el aire antes de cerrarlas
para que abulten lo mínimo posible.

Lleva una bolsa para la ropa sucia, pero que sea


de las buenas. Si vas a caminar durante varios
días, un ‘escape’ en esta bolsa puede causar un
desastre, así que nada de bolsas de un solo uso.
Tan pronto como puedas, haz la colada (pero lo
lo hagas directamente en el río como yo lo hice
mal durante años) o será imposible librarte del
olor de los calcetines.

Deja la ropa mojada lejos del resto del equipa-


miento. Lejos, muy lejos. Si puedes meterla en
un bolsillo separado, mejor que mejor. Sácala
lo antes posible para que se aireé y se seque o
acabará con olor a humedad.

Lleva las cosas de uso habitual a mano. Creo


que este punto se explica por sí solo: hacer la
mochila por la mañana y dejar el almuerzo en
el fondo, bajo una docena de capas de ropa, ca-
charros, la tienda de campaña y el saco de dor-
mir, no parece que sea lo más conveniente. Las
mochilas de hoy en día tienen decenas de bolsi-
llos para hacerte la vida más fácil. ¡Utilízalos!

172
Deja la ropa para dormir junto al saco. Si lo ha-
ces así, te será más sencillo encontrarla cuando
montes tu chiringuito y no tendrás que ir rebus-
cando por toda la mochila para dar con ella. Yo
dejo la parte baja para guardar el saco, la tienda
de campaña, una pequeña almohada, la esterilla
y el ‘pijama’. Si ha llovido esa noche y la tienda
está mojada, aléjala del resto del equipamiento
o métela en una bolsa de plástico.

Mete la electrónica en un lugar impermeable.


No me canso de recordar lo importante que es
una BUENA bolsa impermeable para la electró-
nica, por muy resistente al agua que sea tu cá-
mara o tu teléfono. Evita guardar tus cachiva-
ches electrónicos en los bolsillos de la chaqueta
o el pantalón. Es posible que sean resistentes
al agua, pero el cuerpo emite vapor que puede
colarse por cualquier ranura y empañar la len-
te de tu cámara o la pantalla de tu móvil. Me ha
pasado y es imposible arreglarlo.

RECOMENDACIÓN
º

Cualquier cosa que hagas en la montaña para


impermeabilizar la mochila es un acierto. No utilices
bolsas de plástico del supermercado: fallan más
que una escopeta de feria y se rompen con mirarlas.
Invierte en unas buenas bolsas impermeables que te
duren toda la vida: ahorrarás en disgustos y le echarás
un cable al planeta. 173
¡OJO!
º

Si tienes que cargar basura en la montaña (algo que


es probable que suceda), llévala dentro de una doble
bolsa y fuera de la mochila. Es una de las pocas
cosas que recomiendo llevar colgando. Y es que,
a menos que tengas confianza ciega en la calidad
de las bolsas, es un riesgo que es mejor no correr.
Todavía recuerdo cuando metí en la mochila una lata
de sardinas vacía. Dormí con olor a escabeche los
siguientes dos días y acabé por aborrecerlos.

RECUERDO QUE...
º

Estando en Laponia, me dejé el cubremochilas en


uno de los pocos campings que pisé en casi un mes
de senderismo. ¿La solución? Una bolsa de basura
industrial con la que pude hacer un cubremochilas de
fortuna. Era un incordio cuando hacía viento (todo el
tiempo), pero me salvó de la lluvia el resto del viaje.
Años más tarde aprendí que hubiese sido mejor
impermeabilizarla por dentro. De todo se aprende.

174
34. GUÍA RÁPIDA PARA
GUARDAR EL SACO DE DORMIR

Sé que parece un consejo trivial, pero el modo


de guardar el saco genera más dudas de las que
imaginas. Sin ir más lejos, pasé la gran mayoría
de mis años mozos haciéndolo mal. Aquí deba-
jo te explico cómo hacerlo. ¡Vamos a ello!

Nada más levantarte, extiéndelo y deja que se


airee. Conseguirás que se vaya el mal olor y que
se evapore la humedad que se haya acumula-
do durante la noche. Una vez aireado, estíralo y
pásale la mano para quitarle el poco aire que le
quede antes de meterlo en la bolsa de compre-
sión.

Aquí es donde viene la principal confusión de


muchos senderistas. A diferencia de la creen-
cia popular de que el saco se enrolla antes de
guardarlo, lo correcto es ir metiéndolo ‘a puña-
dos’ dentro de la bolsa, empezando por los pies
para que no coja aire. Así, las fibras se dañarán
menos y no se crearán patrones que las debili-
ten por doblarlas siempre igual.

175
“Olvídate de enrollar el saco. Mejor, mételo a
puñados dentro de la bolsa”.

Para transportarlo en la mochila, llévalo en una


bolsa impermeable. Una de plástico que sea ‘de
fiar’ puede servir. Te digo esto porque los sacos
sintéticos no pierden toda su capacidad calorí-
fica cuando están mojados, pero, los de plumas,
por muy repelentes al agua que sean, se vuelven
completamente inútiles.

RECOMENDACIÓN
º

Cuando vuelvas a casa después de una salida, guarda


el saco en una bolsa de descanso. Son más grandes
que las bolsas de compresión y están hechas de rejilla
para que o se apelmace y esté bien ventilado.

RECUERDO QUE...
º

En mis inicios, pasé más frío de lo que pude permitirme.


Recuerdo en concreto una de mis primeras salidas
por los Pirineos. Iba solo (primer error) y casi sin
preparación (segundo error). Para dormir, cogí el saco
de dormir de ‘toda la vida’ (tercer error), un sintético
que había perdido toda la capacidad calorífica después
de años de machaque por los senderos alicantinos,
y había sido olvidado en el armario durante dos
176
º

eternidades. Por aquel entonces todos los sacos


me parecían iguales solo que con diferentes pesos
y colores para hacerlos más llamativos. Cuanta
inocencia. Aquel me pareció adecuado para dormir a
más de 2.000 metros en pleno mes octubre según mi
criterio (cuarto error, no tenía criterio todavía). ¿Qué
podía salir mal? Una vez más, todo.

La primera noche acabé con los pies tan fríos que,


cuando me levanté por la mañana y los apoyé, me
fue imposible mantener el equilibrio. Caí de morros
contra el hornillo y me clavé una de las puntas en la
cara. No me saqué un ojo de milagro. No fue grave,
pero pasé la primera hora del día con los pies metidos
en agua tibia hasta que se recuperaron. Recuerdo
que aquel cazo era tan estrecho que casi tuve que
dislocarme los tobillos para meter los dedos.

Dos meses más tarde me compré mi primer saco de


pluma, que todavía aguanta después de veinte años
de senderos y que ha visto casi más montañas que
yo.

177
35. NO DEJES DE PROBAR LA
COMIDA LOCAL

Aunque ya hemos hablado de la comida en ruta


en el consejo 17 y en el consejo 28, ahora que
estamos llegando al final del libro, te voy a ha-
cer una última sugerencia: no desaproveches la
oportunidad de probar las maravillas culinarias
locales allá donde vayas. La cocina es una de
las mejores formas de conocer una cultura, y
tener el estómago contento te (casi) asegura el
éxito cuando sales a hacer senderismo. Y oye,
si fracasas, por lo menos te has pegado un ho-
menaje gastronómico.

Imagino lo que estarás pensando para llevarme


la contraria: ‘Hoy en día se puede comer cual-
quier cosa en cualquier sitio’, y tienes razón. La
globalización se ha extendido a todos los ám-
bitos y la cocina no ha sido una excepción. Sin
embargo, rara vez se consiguen recrear todos
los matices del entorno cuando comemos algo
lejos de su lugar de procedencia, y no me re-
fiero solo a los ingredientes, sino también a la
atmósfera, a los olores, a la gente. Un bocadillo
de porchetta en las montañas de Abruzzo, una
178
fondue en algún restaurante perdido en los Al-
pes suizos o un plato de katsuo tataki en la isla
de kochi, en Japón, son otra historia.

“Un estómago contento te (casi) asegura el


éxito cuando sales a hacer senderismo”.

Si caminas por los Andes peruanos, busca un


lugar donde comer un buen ceviche (sí, incluso
en las montañas); en la Paz, un caldo de cardán
para desayunar (cuyo ingrediente básico es el
miembro viril del toro); una extraña sopa kiburu
(a base de plátanos dulces, fríjoles y tierra) a los
pies del monte Kilimanjaro o un lowa khatsa en
la región del Tíbet y Nepal.

¿Demasiado exótico? No te preocupes: cómete


un cocido lebaniego en los Picos de Europa, un
plato alpujarreño rebosante de aceite en las la-
deras del Mulhacén, un chuletón de buey en el
cabo de Higuer al acabar el GR-11, o un pulpo
a la gallega en las últimas etapas del Camino
de Santiago. Hay pocas cosas mejores en este
mundo que la buena comida.

179
RECOMENDACIÓN
º

Aunque parezca extraño, muchas veces la gente local


no tiene claro cuál es el plato típico de su zona. Para
salir de dudas, echa mano de Google y teclea: ‘platos
típicos de [pon aquí el lugar]’. En los resultados de la
búsqueda aparecerán decenas de ejemplos. Escoge
el que más te guste y date un capricho, ¡te lo mereces!

RECUERDO QUE...
º

Hacía tiempo que había olvidado los días que llevaba


caminando alrededor de la isla de Shikoku como
peregrino. Esto no es extraño, rara vez los cuento. De
hecho, cuando alguien me pregunta cuánto tiempo
tardé en caminar esta o aquella ruta, no suelo ser
nada preciso y tiendo a contradecirme. Los que me
conocéis lo sabéis de sobra: el GR-11 lo acabé en 35,
45 o 49 días, según con quién hables. Digamos que
llevaba caminando 33 días. Creo se acerca mucho a
la realidad y, para esta historia, nos sirve.

Pues bien, acababa de llegar a Matsuyama y andaba


buscando un hotel para pasar la noche. Como ya era
habitual, semanas de tienda de campaña habían
hecho mella en mi espalda y necesitaba una cama
con urgencia. Como también era habitual, no estaba
entre mis planes pagar una fortuna (si pude caminar
por Japón durante dos meses, fue porque gasté lo
justo), así que reservé en el Youth Hostel de la ciudad,
un alojamiento con habitaciones compartidas.
180
º

Fui, dejé la mochila encima de la cama, me di una


ducha y salí a perderme por las callejuelas. Cuando
llego a una ciudad nueva, especialmente si estoy en
Japón, rara vez hago mucho: voy de puesto en puesto,
de tienda en tienda y de restaurante en restaurante
probando cualquier cosa que parezca interesante.
Una de esas paradas me llevó a una cafetería en
pleno centro de la ciudad.

Estaba yo tomándome unos mochis, cuando otro


peregrino se paró a saludarme. Sé que parece extraño
que alguien que no te conoce de absolutamente nada
se siente a tu lado y te dé conversación, pero, en
el peregrinaje de Shikoku, no lo es en absoluto. Si,
además, no eres japonés, con más motivo (en algunos
templos me hicieron más fotos a mí que al templo). En
los casos más ‘extremos’, pueden llegar a invitarte a
comer a su casa o incluso a dormir. Yo acepto siempre;
me parecen experiencias fascinantes que dan giros
a tus días de una forma inimaginable.

Y Allí estábamos, dos generaciones de peregrinos,


uno de treinta y tantos y otro de más de ochenta,
sentados en una cafetería, tomando mochis de té
verde y conversando sobre los motivos que nos habían
llevado a Shikoku. Resultó que Tanaka san (el señor
Tanaka) había recorrido la isla seis veces a pie y otras
tantas en autobús. Algo impresionante teniendo en
cuenta que la versión más corta del peregrinaje
tiene 1.400 kilómetros. Pasamos una hora fantástica.
Incluso ahora, mientras escribo estas palabras, no
puedo evitar sonreír. Cuánta belleza había en aquella
181
º

persona.

Justo antes de marcharse, se metió la mano en el


bolsillo y sacó un billete de 5.000 yenes. ‘Para que
esta noche cenes bien’, dijo. ‘Yo ya soy un hombre
viejo, pero a ti te queda mucho que disfrutar’. Hice un
ojigi (reverencia japonesa) hasta que mi frente tocó
prácticamente el suelo (y eso que no soy flexible). Él
me hizo una breve reverencia, se puso el sugegasa
(sombrero de peregrino) y salió de la cafetería. Nunca
más volví a saber de él.

Aquella noche saboreé una de las mejores cenas de


mi vida. Gracias, Tanaka san.

182
36. CAMINAR ES MÁS
AGRADABLE SIN AMPOLLAS

Las ampollas y las rozaduras son dos de los


problemas físicos más comunes entre los sen-
deristas. Aparecen a las pocas horas o te sor-
prenden después de varios días, cuando estás
hecho un toro y crees que ya nada va a poder
contigo. Pero no te equivoques: nunca se van
del todo. Aguardan en pacientemente hasta que
tienes un desliz y entonces… ¡Zasca! Aparecen
sin avisar.

Estés acostumbrado a caminar o no, el que apa-


rezcan ampollas dependerá de la facilidad que
tengas a padecerlas, pero, sobre todo, de las me-
didas que tomes para evitarlas.

Lo cierto es que las ampollas en sí no suponen


un gran inconveniente (exceptuando si se infec-
ta la herida, algo no suele suceder en la monta-
ña), tan solo es una reacción del cuerpo para
evitar males mayores. El problema viene cuan-
do, debido a las molestias, comienzas a caminar
de forma irregular con movimientos forzados y
poco naturales, que desembocan en lesiones
183
más serias. Para evitarlo, es fundamental que
cuides tus pies y escojas bien los calcetines y
las botas.

A continuación, te dejo algunas indicaciones


para evitar a este molesto invitado.

Las botas tienen que quedar ajustadas, aunque


sin estrangular el pie. Cuando las compres, ase-
gúrate de que haya un centímetro entre el dedo
gordo y el final de la bota. La forma de compro-
bar esto es sencilla y probablemente ya lo ha-
yas hecho antes: basta con que puedas meter
el dedo índice en la parte trasera con la bota
abrochada. Otra alternativa consiste en sacar
la plantilla, poner el pie encima y ver que sobra
un centímetro en la punta. Pero bueno, esto son
solo consejos. Lo mejor es probarlas en acción,
es decir: caminar por la tienda y ver qué sensa-
ciones te transmiten.

¡Importante! No estrenes tu calzado en una ruta


de varias etapas. A los materiales de la bota les
lleva un tiempo ablandarse y suavizarse. Es me-
jor que la adaptación se la hagas en pequeñas
dosis.

En cuanto a los calcetines, que sean transpira-


bles, de calidad y que no lleven costuras. Hoy
184
en día es raro encontrar calcetines que las lle-
ven, pero ¿quién sabe? Muchos sintéticos (no to-
dos) van muy bien. Son duraderos, relativamen-
te económicos y secan rápido. La contrapartida
es que comienzan a oler pronto, en especial si
están gastados o no llevan tratamiento antiolo-
res. A mi me echaron de un refugio cuando, en el
GR-20, pasé varios días sin ducharme y los pies
me apestaban. Me da pánico el agua fría, pero
me gusta remojarme en los ríos.

“Lleva siempre calcetines transpirables y


limpios para que el pie pueda respirar”.

¿Te apestan los pies con calcetines sintéticos?


No te preocupes, que para eso está la lana me-
rina (tanto para verano como para invierno). Es
un material más caro que los sintéticos y no tan
duradero, pero transpira mejor, la fricción es más
suave y tarda más en oler, mucho más.

Si quieres rizar el rizo, te recomiendo unos cal-


cetines que sean una mezcla de lana merina
y tejido sintético. Ofrecen lo mejor de los dos
mundos: tan duraderos como los sintéticos y tan
transpirables como la lana. Una auténtica mara-
villa.
185
Remedios caseros. Si eres un habitual de webs
relacionadas con el Camino de Santiago, habrás
leído mil y una recetas para evitar las ampollas:
sistemas de doble calcetín, polvos de talco para
que el pie vaya más seco, untar los pies de vase-
lina… Algunas de estas soluciones pueden ayu-
darte; prueba a ver qué tal te funcionan. Personal-
mente, no me complico la vida y utilizo lo mejor
de lo mejor en calcetines (siempre limpios), y
me aseguro de que los pies estén frescos. Des-
pués de muchos días de senderismo me suele
aparecer alguna ampolla (a veces más de una),
pero las mantengo a raya.

¿CÓMO CURAR LAS AMPOLLAS?

Si la ampolla no te molesta, lo mejor que pue-


des hacer es dejarla en paz, no la pinches. Si lo
haces y la vacías, es más fácil que se infecte. En
el caso de que haya crecido demasiado, tal vez
debas comenzar a pensar en librarte de ella. Mu-
chos médicos recomiendan no pincharlas, pero,
cuando tienes que caminar al día siguiente otra
buena tirada, es mejor vaciarla uno mismo que
dejar que reviente por sí sola. Hazlo cuando aca-
bes el día para evitar caminar con la ampolla re-
cién pinchada. Aquí te explico el cómo hacerlo:

186
Lávate las manos y haz lo propio con la ampolla
para que no entre suciedad. Recuerda que de-
bajo de la ampolla hay una herida abierta y pro-
bablemente tengas los pies sucios después de
todo el día caminando.

“Si una ampolla no te molesta, mejor no la


toques”.

Desinfecta una aguja con alcohol o con un me-


chero. Con pasar la llama por la aguja un par de
segundos es suficiente. No hace falta que la de-
rritas. Si, además, te pones unos guantes de lá-
tex (o de nitrilo si eres alérgico al látex) la zona
estará más aséptica que un quirófano.

Pincha la ampolla en varios sitios y deja que


drene. Cuando esté vacía, es probable que el
contacto de la herida con la piel ‘muerta’ te sea
molesto. No te preocupes, es normal. Como te
he comentado más arriba, hazlo al final del día
para no caminar con molestias.

Para acabar, cubre la ampolla con una gasa es-


téril. Yo suelo dejarla al aire para que cure más
rápido si voy a dormir. Sin embargo, lo correcto
187
es cubrirla para que no esté expuesta a la sucie-
dad.

Es probable que al día siguiente los agujeros de


la aguja se hayan cerrado y vuelva a estar llena
de líquido. Repite el proceso y vuelve a pinchar
la ampolla. Muchos senderistas dejan un tro-
zo de hilo dentro cuando la revientan para que
el agujero no se cierre y vaya drenando poco a
poco. Yo no lo suelo hacer, soy un animal de cos-
tumbres.

RECOMENDACIÓN
º

Si tienes muchas ampollas o son de un tamaño


desproporcionado, olvídate de este consejo y ve
directamente a un centro médico para que las vea el
médico de turno.

¡OJO!
º

No soy médico. Aquí te explico la forma con la que yo


y miles de senderistas y peregrinos, lidiamos con las
ampollas en la montaña. Si dudas o no te ves capaz
de curar una ampolla, acércate al centro de salud
más cercano para que un médico o un enfermero te
aconseje.

188
RECUERDO QUE...
º

En el Camino de Santiago, he visto todo tipo de


remedios para ‘curar’ las ampollas. ‘Cada maestrillo
tiene su librillo’ y, allí, hay unos cuantos, cada uno
con sus peculiaridades. Sin embargo, el ‘librillo’ del
peregrino de esta historia era uno de esos que parece
sacado de un manual de la Edad Media.

Francisco era un tipo brasileño de porte gigantesco.


El típico bonachón al que no le cabía el corazón
en el pecho. Pocas veces he tenido la ocasión de
ver a alguien de tanta envergadura. Éramos David i
Goliat. Era tan grande que los tirantes de la mochila
le quedaban abiertos y el cinturón lumbar apenas le
cerraba.

Hablaba el poco español que había aprendido en


las dos semanas que llevaba en el Camino, y yo, de
portugués, más bien poco (exceptuando algunas
nociones básicas que aprendía cuando probé suerte
con el trabajo en Lisboa. Salió mal). Eso fue más que
suficiente para que caminásemos juntos tres días y
nos entendiéramos casi a la perfección. Cuando nos
perdíamos en el diálogo, me encogía de hombros y
continuábamos con otra cosa. Siempre había tema
de conversación. Sin embargo, había una cosa de la
que no le gustaba hablar: de los problemas más que
evidentes que tenía con sus rodillas.

No fue eso lo que más me impresionó de él: que


alguien que pasaba holgadamente los 150 kilos y con
las rodillas ‘tocadas’, hiciera kilómetros con tanta
facilidad era sorprendente, pero, el cómo ‘curaba’ las
189
º

ampollas, era lo más bestia que había visto hasta


entonces. Te lo cuento.

Comenzaba por limpiar la zona y pinchar la ampolla.


Hasta aquí, todo normal. Al día siguiente, antes de
comenzar la marcha, cortaba la piel muerta de la
ampolla (algo de dudosa utilidad) y, acto seguido, se
acercaba un mechero a la herida. Pero ¿qué? ‘Esto
cauteriza la herida y hace que no se infecte’, decía. ‘O
te crea quemaduras de tercer grado’, pensaba yo. No
puedo imaginarme el dolor que sentía al acercar
la llama, pero, por su cara, parecía que mucho. Era
peor el remedio que la enfermedad.

Sin duda, cada maestrillo tiene su librillo, pero, el de


Francisco, parecía salido de la época en la que todavía
se utilizaban trepanaciones para curar la migraña.

Un fuerte abrazo, loco amigo portugués.

190
37. ¿HAY WIFI EN LOS REFUGIOS?

Es una de las preguntas más comunes de los


senderistas principiantes al llegar a un refugio.
Entre risas, la respuesta siempre es la misma:
no, no hay. A partir de aquí, ya nadie vuelve a mi-
rarte igual ese día (y los que te quedan por de-
lante si compartes ruta con ellos). Te has coro-
nado de gloria. Hebreos 2 7. Has pasado de ser
un senderista respetable a convertirte en ‘el de
la wifi’.

“En los refugios no hay wifi, aunque


probablemente esto esté cambiando mientras
escribo esto”.

Dicho esto, tengo que reconocer que soy el pri-


mero al que, aun estando en la montaña, le gusta
mantener el contacto con amigos y familiares,
ojear el periódico antes de irme a la cama o leer
algunos blogs que sigo con regularidad. Incluso
si acampo temprano y tengo buena cobertura,
me pongo alguna película; hay días en los que
estás tan molido que solo quieres relajarte y no
191
pensar en nada.

Resumen del asunto: tener cobertura telefónica


en lugares cada vez más remotos es una buena
noticia para la seguridad en la montaña, pero
de ahí, a tener wifi en los refugios, hay un trecho
(aunque me da que, mientras escribo estas lí-
neas, ya está llegando a la mayoría de ellos).

RECOMENDACIÓN
º

Si no puedes vivir sin estar conectado, hazte con un


teléfono por satélite. Si te parece que los terminales
no son baratos, espérate a que llegue la factura: los
datos por satélite se cotizan a precio de tinta de
impresora (nada baratos).

¡OJO!
º

Cuando digo que en los refugios no hay wifi, me


refiero solo a ese tipo de establecimientos. Si te
hospedas en un hotel de montaña, no suele haber
problema: vas a tener todo el Internet que te haga
falta. Personalmente, cuando estoy en una ruta larga,
me quedo en un pueblo una vez a la semana para
ponerme al día con mis cosas, mi gente y, por qué
no, para desconectar un rato y ver mi dosis semanal
de vídeos aleatorios en YouTube, publicaciones de
Instagram, y memes con los que reírme de lo absurdo.

192
38. EN LA MOCHILA, TODO PESO
SUMA

‘¡Pero si eso no pesa nada!’. Si me hubiesen dado


un euro por cada una de las veces que he es-
cuchado esa frase, ahora mismo estaría jubila-
do y viviendo en una villa en las Bahamas. Me
levantaría con el aroma a café kopi luwak, que
disfrutaría con unas trufas DeLafée y un crua-
sán de la Lune Croissanterie traído desde Mel-
bourne en avioneta. Todas las mañanas, una do-
cena de pescadores capturarían las langostas
más jugosas de la isla para que el mismísimo
Ferran Adrià las cocinase. Y al atardecer, coge-
ría mi yate e iría con los amigos a ver la puesta
de sol mientras brindamos con Dom Pérignon
Rosé Gold, comemos caviar iraní y fumamos pu-
ros Montecristo… Nah, ni por asomo. Me quedo
con la tienda de campaña. Pero creo que sabes
por dónde voy.

Bromas aparte, cuando metemos cosas en la


mochila, lo hacemos con alegría. Casi nada pesa.
Un poquito por allí, un poquito por allá… El pro-
blema es que la persona que llena la mochila (tú)
se las tiene que ver con la persona que llevará
193
la mochila al hombro (tu ‘yo’ del futuro). Cuan-
do no hay buena comunicación entre ambos, la
mochila acaba pesando más de la cuenta, sobre
todo, si has planeado una salida de varios días
y no lo haces de forma habitual.

“Haz una lista de tu equipamiento de


senderismo habitual y compruébala cuando
hagas la mochila para que nunca se te olvide
nada”.

Cuestiona cada pieza del equipamiento, inclu-


so las de los listados que hay en este libro y
en la web (www.deRutas.es). Lo que me funcio-
na a mí no tiene por qué funcionarte a ti. Coge
cualquier cosa que vayas a meter en la mochila
y pregúntate: ¿La necesito realmente? ¿Puedo
conseguir una versión más ligera y que cumpla
la misma función? ¿Qué pasaría si no la llevo?
¿Y si no la llevo y me hace falta?

Cuando hayas sometido cada pieza del equipa-


miento a un ‘análisis exhaustivo’, elabora una
lista con todas ellas, empaquétalo todo en la
mochila y haz las correcciones que creas con-
venientes al regresar de tu ruta para refinarla to-
194
davía más. Poco a poco irás creando una lista
de equipamiento para cada tipo de salida. Así,
cuando prepares futuras rutas, el proceso de ha-
cer la mochila será más sencillo.

Con el tiempo es posible que empieces a hacer


la mochila ‘de memoria’: ya eres un senderista
experimentado y a ti no te hacen falta listas. No
caigas en esa trampa: podemos despistarnos o
no tener la cabeza donde la tenemos que tener
al hacer la mochila y olvidarnos de cosas im-
portantes. Me ha pasado más de una vez. Crea
una lista y síguela incluso para las salidas más
sencillas.

¡OJO!
º

Muchas veces, para una determinada pieza del


equipamiento existen versiones: unas más pesadas
y otras que no lo son tanto. Un menor peso no tiene
por qué ser bueno. Un equipamiento más liviano hará
que tu mochila se aligere, pero tienes que considerar
la repercusión en el precio (a mayor ligereza para
una misma calidad, más caro), en la calidad y en la
resistencia. Asegúrate de sopesar estas variables
antes de decidirte por materiales más ligeros.

195
RECOMENDACIÓN
º

Si estás planificando una salida de varios días y no


sabes qué meter en la mochila ni por dónde comenzar,
en la página web de deRutas (www.deRutas.es) te
he dejado unas listas de material orientativas, que
te servirán de apoyo para que confecciones la tuya
propia. Por cierto, son GRATIS.

RECUERDO QUE...
º

Cuando en 2011 comencé a tomarme en serio lo del


senderismo, no tenía demasiado claro el concepto
‘todo en la mochila suma’, incluso la propia mochila,
así que compré la mejor que había en el mercado. En
aquel entonces, pensaba en ‘la mejor’ en términos
absolutos, independientemente del tipo de ruta que
fuese a hacer. Acabé con un mochilón de 65 litros y
casi tres kilos de peso.

Pero ahí no quedó la cosa. Hice lo mismo con la


chaqueta, con el saco (ya lo tenía de antes) y con la
ropa. Si es caro y pesado, seguro que es bueno. ¿Qué
podía salir mal? Una esterilla por aquí, un hornillo
por allá… La guinda del pastel fue la comida. Quería
llevarme mis propios víveres y utilizar el hornillo que
había comprado in extremis en el Rastro de Madrid.
Suma y sigue. Cuando le añadí una botella de agua de
un litro y medio, algo de ropa, la bolsa de aseo y unos
bastones de senderismo que parecía que estaban
hechos de hierro forjado… ¡Voilà! La catástrofe estaba
196
º

servida.

Salí de la puerta de casa con una mochila que pesaba


22 kilos creyendo que aquello era lo más normal del
mundo. Nada más bajar del autobús en Cadaqués,
en la parte oriental de los Pirineos, caminé un par
de kilómetros y me di cuenta de que aquello podía
ser cualquier cosa menos normal. Aun así, continué.
Para tontos, yo. No llegué lejos y, en Port de Selva,
tuve que hacer una parada técnica para deshacerme
de ciertas cosas y reestructurar la mochila. Lección
aprendida.

197
39. COSAS INDISPENSABLES EN
LA MOCHILA PARA UN DÍA

Aquí te dejo un listado de cosas que deberías in-


cluir en tu mochila de senderismo de un día. Es
orientativa, así que, como ya hemos visto, cues-
tiona cada pieza del equipamiento. Para hilar
más fino, fíjate en cosas como la meteorología,
el terreno de la ruta o el recorrido. Con esta infor-
mación en la mano, podrás contestar preguntas
como: ¿Debería llevar el chubasquero? ¿Y una
muda para cuando acabe la ruta? ¿Habrá barro
o charcos de días anteriores? ¿Tengo que llevar
agua para toda la ruta o hay fuentes en el reco-
rrido? Dale al coco.

En este consejo verás que hago referencia a


otros consejos: mucho de lo que voy a contarte,
ya lo hemos visto antes. Te servirá para refres-
car un poco lo aprendido hasta ahora y aplicarlo
en un caso práctico.

Venga, me pongo con la lista.

ROPA BASE. Es la ropa que llevas puesta (no


confundir con capa base): pantalón, camiseta,
198
calcetines, ropa interior y botas de montaña. Es
importante que te vistas siguiendo el sistema
de las tres capas que te explico en el libro ‘La
mochila del senderista para principiantes’ que
también te puedes descargar GRATIS en www.
deRutas.es. Es un libro espectacular.

ROPA DE ABRIGO. Necesaria en salidas ‘frías’ o


para que no te enfríes en los descansos. Un po-
lar funciona de maravilla, aunque una segunda
capa de relleno abulta y pesa menos, tiene una
mayor capacidad calorífica y cierta resistencia
al viento y al agua. Personalmente, aunque toda-
vía tengo algún polar en el armario, hace tiempo
que me pasé a las segundas capas de relleno.
Ya no me sacan de ahí.

ROPA PARA LLUVIA Y VIENTO. A medida que


asciendes, el tiempo suele empeorar (esta ‘regla’
está algo cogida con pinzas, pero tiende a ser
así). Resguardarse de él es fundamental para
mantener la temperatura corporal. Mete un cor-
tavientos en la mochila y, si va a llover, un chu-
basquero. Si la cosa se va a complicar, incluye
también unos pantalones impermeables y unas
polainas… O no salgas a la montaña, porque, si
la cosa está tan complicada como para que ten-
gas que ir forrado de plástico hasta las cejas, tal
vez sea mejor esperar a que el tiempo mejore.
199
COMIDA. La suficiente para pasar el día. Esto va
a gusto de cada uno: algunos senderistas pre-
fieren lo dulce y suelen llevar frutos secos, fruta
deshidratada o alguna barrita de cereales. Yo soy
más de salado; en concreto, de pan y embutido
o queso: abulta y pesa más, pero me sienta me-
jor y esa hogaza de pan de pueblo con queso…
Compararla con una barrita de cereales secos y
pasas es un insulto.

Sin embargo, el límite es el cielo. Algunos sen-


deristas no se andan con chiquitas y preparan
fiambreras con tortilla de patatas, pasta fría, car-
ne con tomate o cualquier cosa imaginable. He
llegado a ver a una pareja llevarse lasaña a la
cima del Veleta. No les levanté un monumento
allí mismo porque iba con prisa.

Un apunte más. Con la comida, ten en cuenta


estos tres puntos:

1. Si la llevas en un recipiente, asegúrate de que


esté bien cerrado. Algunos tuppers son malos,
pueden abrirse y crear un buen estropicio. No
serías el primero que acaba con la mochila lle-
na de salsa de tomate y mojando pan sobre la
chaqueta.

200
2. Ciertos alimentos se poner malos con facili-
dad. Yo adoro la tortilla de patatas (sin cebolla)
cuando estoy en la montaña, pero, si el huevo
no está cocinado por completo y hace calor, es
una fuente de bacterias de libro.

3. Da igual lo que hagas o dónde los metas: los


plátanos acaban espachurrados en algún lugar
de la mochila y te acabas arrepintiendo de ha-
berlos llevado. Son estupendos como fuente de
energía, pero no llevan bien los golpes.

AGUA. Hemos hablado de ella en el consejo 20.


Lo mínimo que recomiendo es un litro y me-
dio, aunque, si se trata de una ruta con fuentes
o que cruza varios pueblos, puede que un litro
sea suficiente. Si es necesario llevar más de dos
litros, es probable que los técnicos de creación
de senderos no estuviesen finos cuando la pla-
nificaron sobre el mapa.

PROTECCIÓN CONTRA EL SOL. Tres cosas son


fundamentales para protegerte del sol: las ga-
fas, la crema solar y ‘algo’ para la cabeza (ade-
más del sentido común). Si el día no es soleado,
puedes prescindir del gorro, pero te recomiendo
que te acostumbres a llevar gafas de sol y cre-
ma solar a la montaña aunque esté nublado, en
especial si hay nieve de por medio.
201
ORIENTACIÓN. Hoy en día los teléfonos móvi-
les hacen auténticas maravillas y existen aplica-
ciones que no solo te marcan todos los sende-
ros, sino que funcionan sin conexión a Internet.
Además, incluso usándolo de forma intensiva,
la batería de algunos aguanta un día sin necesi-
dad de cargarlo (y, si no, llévate una batería ex-
terna).

A pesar esto, incluir una brújula y un mapa de


la zona es básico si no conoces el terreno por
el que caminas. No solo se vuelven imprescindi-
bles en el caso de que la tecnología falle, sino que
puedes improvisar un taller de reconocimiento
del terreno con la familia o los amigos una vez
llegues a una cumbre. Sé que no te lo vas a creer,
pero es algo muy divertido (y frustrante).

Te hablo un poco más sobre la brújula y el mapa


en el consejo 15.

BOTIQUÍN. Tienes una lista detallada en el con-


sejo 24. Échale un vistazo y me dices qué te pa-
rece.

BASTONES DE SENDERISMO. Uno pieza funda-


mental del equipamiento de un senderista. Te
ayuda a progresar en los ascensos y a amorti-
202
guar la bajada en los descensos. ¿Todavía no
tienes unos? Pues no sé a qué esperas. Si no
estás convencido, lee el consejo 10, donde te
hablo maravillas de ellos.

OTROS. Incluye un frontal por si se te hace de


noche (si has planificado bien la ruta, esto no de-
bería suceder) y un rollo de cinta americana: te
vendrá de perlas para hacer una reparación de
fortuna en una bota, en una chaqueta o en una
esterilla hinchable. Cuando llegues a casa, haz
un arreglo permanente y deja el equipamiento
listo para tu siguiente salida.

RECOMENDACIÓN
º

Como ya te he comentado al comienzo, este listado


es orientativo. La mejor mochila saldrá de tu propia
experiencia en la montaña y de algún que otro error
(espero que no sea grave). Aprende de cada nueva
ruta e intenta hacerlo mejor en la siguiente, hasta que
tengas la mochila definitiva y puedas hacerla (casi)
con los ojos cerrados.

203
40. UTILIZA EL SENTIDO COMÚN
Y DISFRUTA DE LA MONTAÑA

He guardado el mejor consejo para el final. Aun-


que suena obvio, es el que más tendemos a ol-
vidar: sé prudente en la montaña y, sobre todo,
disfruta de ella. Es probable que nunca sepa-
mos quién la puso ahí, pero fuese quien fuese,
hizo un gran trabajo.

204

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