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A Irlanda

Cicloturismo, alforjas y 
causas para llegar lejos 

Cul de Sac   
«Mi bicicleta es mi descapotable. Cuando viajas en moto o en coche la gente se queda
mirando la máquina; das envidia. Pero cuando vas en bicicleta y les explicas de donde
vienes, te dicen: “ven, entra”».

Álvaro Neil, Biciclown

Prólogo
Viajar solo en bicicleta es un desafío que se puede planear de
diferentes maneras, si partimos de la base de que cuanto más dinero
tengamos, menos equipaje necesitaremos y más distancia podremos
recorrer. Con el mismo tiempo, podemos recorrer mucha distancia y pasar
la mayor parte del viaje en la carretera, o podemos recorrer menos
distancia y, en lugar de acumular kilómetros, acumular vivencias en la
memoria. En ambos casos viviremos una experiencia. La primera es más
repetitiva por priorizar la rutina; la segunda es más sostenible por priorizar
la cadencia: un reto que prioriza la rutina ofrece una experiencia repetitiva,
que sigue una disciplina con pocas variaciones, próxima al desafío
deportivo. En cambio, un reto que prioriza la cadencia permite desconectar
de la rutina y acumula una experiencia más rica por ser más variada. En
ambos casos, hay momentos en los que es fácil desmoralizarse. Pero
perder la perspectiva por ser duro y, por desgracia, no tener recursos que
faciliten el viaje, penaliza:

El ejercicio de fondo que supone el viaje en bicicleta se compone de


tres constantes: motivo, destino y tiempo; y una variable: dinero. Destino y
tiempo solo pueden variar por una causa de fuerza mayor como, por
ejemplo, un problema burocrático, una lesión, etc. Dinero, por suerte o por
desgracia, siempre disminuye a no ser que vivas de rentas o tengas
ingresos fijos. Digo por suerte o por desgracia, porque tener dinero te priva
de vivir experiencias, pero te salva de sufrir calamidades. De ello tendré la
ocasión de hablar más adelante. Ver el mundo no es el motivo, es la
dimensión del viaje —ver el mundo está implícito en viajar—. Si viajas por
deporte, peregrinaje o por algún otro motivo concreto como, por ejemplo,
por que quieres vivir una aventura y de regreso escribir un libro, eres
consciente de que lo haces por un motivo; pero si lo haces por la
sensación de libertad, viajar y ver cosas, la motivación disminuye. Las
sensaciones son fáciles de saciar y la bicicleta es una máquina que sirve
para hacerte feliz; pero, poco a poco, con el cansancio que vas
acumulando, aparecen los pensamientos tóxicos. Y te cuestionas si seguir
pagando la libertad con dinero y energía vale la pena porque, al final,
escuece, y la mente, de manera natural, busca el alivio en la casilla de
salida; donde te premian por pasar. Por eso, considero necesario poner
algo más en la maleta: ofrecerle algo al viaje para que no te devuelva,
demasiado temprano, una experiencia egoísta y repetitiva de carreteras,
paisajes y autosuficiencia radical.

Quizá, dicho así suene místico, pero es muy importante conectar con
la gente gracias a una causa. Si eres más bohemio que turista, te interesa
saber que de esta manera obtienes la inestimable hospitalidad. A mi no me
enseñaron nada y dudo que este conocimiento se transmita de padres a
hijos. En nuestro sistema social, la penalización y el beneficio se acuerdan,
normalmente, a través de un contrato sujeto a un convenio. Yo creo que se
aprende, más bien, leyendo a otros viajeros o, como me pasó a mí, por
azar; de eso trata esta historia. El motivo es lo que te ayuda a conservar el
espíritu con el que empiezas el periplo​; es lo que te hace llegar lejos.
Porque vas con cierta determinación y un objetivo concreto; un motivo que
te avala. Y da lo mismo si quieres viajar por caridad o haciendo tatuajes: si
vas por el mundo en bicicleta aportando algo valdrá la pena y querrás
repetirlo. Sino será una experiencia más que quedará guardada en algún
cajón de tu memoria, y que te habrá servido, posiblemente, para ser feliz
en un momento y a efectos de poder decir que lo has logrado, quedándote
solo con lo imprescindible y olvidando poco a poco lo demás.

Es increíble como, con el tiempo, la memoria de un viaje largo, de


tanto resumirlo, puede acabarlo acortando y convirtiéndolo en fugaz. Como
algo brillante que pasó en la oscuridad y desapareció dejando una estela
de recuerdo. A Irlanda no es precisamente un viaje largo pero, al final, ha
acabado siéndolo para demostrar que un viaje es una inversión que vale la
pena cuidar. Como un objeto que tiene valor sentimental y conservarás
para siempre. Por eso, contaré este viaje con todos sus detalles. Como si
describiera un juego de mesa con su tablero, sus cartas, sus fichas y sus
dados. Un juego con el que he pasado muchas horas y del cual conservo
las mejores jugadas apuntadas, porque lo he guardado bien, y cuando he
querido disfrutarlo de nuevo, lo he encontrado intacto. Porque cuando se
ha guardado mal, se ha roto la caja, está incompleto y ya no se puede
jugar, solo sirve de recuerdo. Pero A Irlanda sirvió y siempre servirá.
Todo comenzó cuando una compañera de clase me comentó que
marchaba a una escuela de verano en Irlanda y, en un principio, me
pareció que sería un buen motivo para averiguar si, yo, sería capaz de
llegar en bicicleta desde Barcelona. El año anterior, había realizado
durante dos semanas un viaje desde Bruselas hasta Ámsterdam. Pensaba
que ese había sido el viaje que siempre había querido realizar y nunca
había podido llevar a cabo. Pero ahora, pasado un año, de nuevo me
apetecía repetir la experiencia, yendo más lejos y mejor preparado.
Entonces, me pareció buena idea visitar a Martin, mi profesor de inglés, a
su tierra, en Galway, al oeste de Irlanda. Pensé que sería una buena
oportunidad para practicar las lenguas inglesa y francesa que había
estudiado. Debía llegar a mediados de agosto si quería encontrarle, antes
de que regresara de sus vacaciones a Barcelona, donde residía desde
hacía cuatro años. Ya, una vez hubiese llegado a Irlanda, desde allí
improvisaría mi vuelta a casa. Yo quería empezar el viaje en bici por el
canal de Midi. Tenía que ser desde las orillas del Mediterráneo, por aquello
de ir de un mar a otro, si quería que el viaje tuviera cierta identidad. No me
apetecía circular por carretera dentro de la península, así que fui en tren
hasta Montpellier. Me alojé en el apartamento de unos amigos ciclistas,
que se encargaron de recibir, en una caja desde Barcelona, mi bicicleta y
todo el equipaje. Desgraciadamente, no podré visitar muchos de los
maravillosos lugares por los que pasaré; pero descubriré otros que no
sabía siquiera que existían. Y será a la vuelta, cuando me de cuenta del
legado y la dimensión del viaje. ​Será, entonces, cuando la intensidad
vivida durante mi primera aventura de largo recorrido dará paso, de forma
inesperada, al proyecto: Cul de Sac.
FRANCIA - INGLATERRA

1 - Occitanie

1.1 Canal du Midi et Canal de Garonne: Canal de Deux Mers

Al llegar a Montpellier, pasé dos días visitando de nuevo aquella


ciudad en la que ya había estado por primera vez con Sandra, la que fue
mi pareja. Allí llegamos para celebrar nuestra luna de miel (de novios):
nada más que un fin de semana, el primero, que pasamos fuera de
Barcelona al principio de salir juntos. En un hotel antiguo, elegante, muy
francés, que pudimos pagar gracias a un premio que nos tocó con motivo
de un sorteo. Con ella, comencé a salir por vías verdes los fines de
semana. Entonces, vimos que nos encantaba este tipo de escapadas en
bicicleta y empezamos a planear vacaciones con alforjas. Compramos
unas bicis mejores y al cabo de un tiempo, nuestra situación se vio
afectada debido a la crisis económica del 2010.​ La relación poco a poco se
deterioró, las prioridades cambiaron y, finalmente, cada uno siguió su
camino. Ahora yo tenía otra novia: mi bicicleta para viajes que había
comprado. Esta vez, no tenía reserva de hotel en Montpellier. Había
pagado dos noches en una habitación por Air B’n’B, el conocido portal de
alojamientos turísticos, con un matrimonio adorable, muy aficionados al
ciclismo, que fueron los que me guardaron la caja con el equipo y la
bicicleta desmontada hasta que llegué. Tuve suerte de dar con ellos
porque me proporcionaron un espacio, en un cuarto de luces del edificio,
donde puede sacarla de la caja, montarla y cargar el equipaje,
tranquilamente, sin que nadie me molestase. Al marchar, él me acompañó
con su bici de carretera hasta la ciudad marítima de Sète. Durante el
trayecto, me explicó que, en el club ciclista al que pertenecía, realizaba
una práctica ciclista en tándem con un invidente detrás. Al parecer, la
experiencia de ir en bicicleta para un ciego es de lo más intenso. Me
comentaba, mientras avanzabamos en paralelo, que el ciego, por tener el
sentido del oído muy desarrollado, notaba enseguida cuando se acercaban
coches por detrás, y que le encantaba esforzarse al máximo y correr todo
lo que podía. Me explicaba que se preocupaba y le preguntaba si estaba
cansado y el invidente, con una fuerza extraordinaria, le respondía:
«¡no,no, vamos, vamos!». Debía ser una auténtica liberación darlo todo
cuando en tu vida, todo, está a oscuras y vas a tientas, pensé. Hubo un
momento en el que me dijo: «das miedo». Él, desde su bicicleta,
observaba, con incertidumbre, como todo el volumen de la carga se
balanceaba ligeramente sobre el portaequipaje trasero. En ese momento
no lo interpreté como algo negativo, lo interpreté como si, ahora, yo fuese
la figura a proteger y estuviera muy preparado. Pero, la verdad, es que por
educación no me advirtió que llevaba demasiada carga. Cuando nos
despedimos, en aquel momento, tuve esa sensación que te embarga
cuando te quedas solo en un lugar desconocido y no sabes por dónde ir.
Ahora, sí, podía notar la incertidumbre que la carga provocaba.

Se portaron de maravilla, fueron muy buenos anfitriones y hubiese


estado muy bien poder visitar Sète con ellos, pero no sabíamos que
íbamos a coincidir. Justo nos acabamos de conocer. Tomamos algo en un
bar, charlando bastante rato sobre los pros y los contras de alojar gente en
casa y cómo eso afecta fiscalmente en Francia. Al despedirnos, nos
hicimos una foto y él volvió a Montpellier con su mujer. Antes de salir de su
casa almorcé con ella, mientras él paseaba a su perro, y también le
expliqué que compartía mi piso con extranjeros, porque era bueno para mí
tener un ​feedback ​con gente de diferentes nacionalidades, mientras me
esforzaba por llegar a fin de mes. Por lo tanto, teníamos bastantes cosas
en común. Hubiese estado bien visitar el puerto viejo, el mercado, o
incluso subir al faro o ver el anfiteatro, que está de espaldas al mar; allí
hay actuaciones en un emplazamiento que bien vale la pena. Sète es la
desembocadura del canal de Midi. La ciudad se fundó en 1666 por orden
de Luis XIV, para que fuese puerto de mercancías, y también de las
galeras reales, en el Mediterraneo. Cada agosto, se celebra este hecho en
la festividad de Sant Louis, durante una semana, con un torneo de justas:
unas embarcaciones, empujadas por remeros y con la proa elevada a
modo de plataforma, se baten en duelo realizando una aproximación
frontal donde un lancero, desde arriba, derriba al contrincante de la otra
embarcación. La misma filosofía de los torneos medievales a caballo, pero
trasladado al ámbito naval. Sète, es uno de los lugares de referencia del
canal, por eso me paré en una plaza acogedora para comer y ver como
viven por allí y, al menos, participar un poco, a mi manera, en la actividad
de la ciudad. Sentado, en una terraza, con mi máquina y sus alforjas a mi
lado, como un ​cowboy​ pero vestido de fosforito. Si tenemos en cuenta que
es una población de 40.000 personas, no tardamos mucho en llegar a la
conclusión, después de estar un rato, de que en esta población la vida
transcurre igual que para la mayoría de mortales a orillas del Mediterraneo.
Pero, al menos, pude comprobarlo por mi mismo y comer algo.
Esa noche, dormí en un camping de la playa que separa el mar del
estanque de Thau. Fue la primera noche que acampé en mi tienda recién
comprada. Así como a la bici no le puse nombre, a la tienda enseguida la
bauticé como «el ataúd». Porque explicándole a mis padres como era, la
manera más descriptiva que se me ocurrió fue esa. Es de la marca
Coleman. Individual, muy ligera. De muy fácil montaje. Dentro ni siquiera
puedes ponerte de rodillas. Más allá del sobrenombre, la tienda siempre
cumplió con su función a las mil maravillas; no obstante, es algo a tener en
cuenta a la hora de comprar una tienda, porque dentro no puedes hacer
nada. Hasta vestirse resulta difícil. Solo puedes estar tumbado, de costado
o sentado de piernas cruzadas. Sin poderte apoyar. No es una tienda de
las más económicas —cuesta algo más de 100€— pero es que las tiendas
son un componente muy sofisticado. Una buena tienda se nota por: el
peso, el material, la lógica con la que está diseñada y la rapidez con la que
se monta, principalmente. A partir de ahí, si sirve también para
temperaturas extremas, existen las del tipo 4 estaciones, donde el precio
se dispara. Esa misma noche, hice mis primeras fotos del campamento
con todo montado, y las envié por redes sociales. Meros ejercicios
estético-digitales, para pasar el rato, que solo alcanzaron a algunos
amigos para reflejar un modo de vida al estilo Instagram, tipo
#playa#tienda#bici#cool. Hasta llevaba una mini-mesa plegable y un
taburete tipo trípode… muy ligero...

Al día siguiente, después de recoger y de almorzar, me metí, desde


la población de Agde, en las pistas del canal. En Barcelona, pensé que
sería mejor circular por una vía ciclista, separada del tráfico, que por
carreteras secundarias; pero si vas en una bicicleta con dos alforjas a cada
lado, una bolsa de viaje de 30 litros de capacidad detrás, un maletín en el
manillar, sin suspensión y con demasiado equipaje, no es la mejor opción
recorrer los, aproximadamente, cien kilómetros desde Agde hasta
Castelnaudary: el camino es irregular y, en algunos tramos, se estrecha
tanto que si te encuentras con alguien de frente debes apartarte a un lado
para evitar caer al agua. Lo mismo pasa con las raíces y las piedras
cuando los árboles están plantados demasiado cerca del canal: si no
reduces la velocidad, un salto en la dirección incorrecta podría enviarte de
vuelta a casa sin bici, sin equipaje y pasado por agua, en el mejor de los
casos. Tal vez exagero, pero todavía no podía controlar bien la bicicleta,
con tanta carga, y cada vez que esquivaba o saltaba una raíz o un bache,
veía el agua más cerca.

Desde la bella Castelnaudary hasta Toulouse, las vías pedregosas y


sus malditas raíces se convierten en un camino amplio, donde los
estrechos senderos dan paso a las tranquilas y planas pistas del canal.
Custodiadas por filas de árboles que brindan paz y armonía, al estar estos
dispuestos en fila, uno detrás de otro hasta donde llega la vista, creando
una atmósfera de calma y paz, dando sombra a las quietas aguas del
canal, que jamás amenazan con desbordar. Tanto el canal de Midi como el
canal del Garonne, que es la extensión del canal de Midi hasta el Atlántico,
están transitados por gabarras y otras embarcaciones de recreo que, a
ritmo pausado, superan las esclusas. Es hipnótico ver estas auténticas
obras de ingeniería de otro tiempo, todavía en funcionamiento, venciendo
la fuerza que ejerce el agua contra las compuertas. Buscando escapatoria
ante la resistencia de estas robustas infraestructuras construidas con
acero y piedra. El canal lateral del Garonne, como se llamaba al principio,
recibe el agua y su nombre del río Garonne. Se construyó en el siglo XIX
para unirlo en Toulouse al ya existente canal de Midi, que data del siglo
XVII (canal Royal de Languedoc hasta la revolución francesa) y que forma
parte del patrimonio de la humanidad protegido por la UNESCO desde
1996. La unión de los dos canales es el resultado de sumar, a parte de
muchos anhelos y esfuerzos, los 193 km del canal de Garonne a los 241
km del canal de Midi. Esto nos devuelve 434 km y un nuevo canal: ​canal
des Deux Mers​ (canal de los Dos Mares). Pero solo el canal de Midi está
dentro de la lista de la Unesco. Sería un buen punto de partida, para todo
aquel que quiera visitarlo, saber previamente por qué. Yo, unos meses
antes, solicité los mapas a la oficina de turismo y los recibí por correo
ordinario. Me hizo muchísima ilusión; estaba tan emocionado de haberlos
recibido en casa, que solo de mirarlos me ponía nervioso; me parecía
maravilloso todo lo que explicaban: una ruta de más de 400 km con
servicios y lugares donde solo debía pedalear, descubrir y avanzar. Yo,
desde mi casa, buscaba rutas para ir en bicicleta, y recibir los mapas, uno
de cada canal, fue, sencillamente, la confirmación de que el itinerario era
practicable; que existía más allá de la pantalla de mi ordenador; que lo
único que debía hacer era empezar a preparar el viaje. No busqué más
motivos para decidirme a pasar por allí; estaba decidido: el canal de Midi
era un desconocido que me invitaba a pasar por el sur de Francia a
medida que me aclimataba y poco a poco entraba en situación.
Más allá de la feliz idea de pasar a través de una obra de ingeniería
de más de 400 km, ubicada en una de las principales vías de
comunicación de la Europa Occidental, con una historia apasionante que
no debes omitir, está el hecho de sacarle todo el partido al viaje; conocer el
lugar. Esa información viene resumida en los mapas que recibí, además de
alojamientos y servicios. Pero no le hice mucho caso. Antes, tenía que
buscar gente que se quedara en mi casa durante mi ausencia, así, de esa
manera, yo podría sufragar los gastos del viaje. Eso significaba preparar la
casa antes de salir, poner un anuncio y hacer entrevistas. Pensar en cosas
más importantes que buscar alojamientos o puntos de interés. Todo eso lo
haría sobre la marcha, dejando al factor sorpresa las cosas del pernoctar...
Por eso, cuando llegué a Castelnaudary, no tuve la sensación de que me
hubiese perdido algo importante en el camino; al contrario, del canal de
Midi ya no quería ni oír hablar:

Antes de llegar a Castelnaudary está Carcassonne, la ciudad


medieval más grande de Europa y feudo cátaro hasta el siglo XII. Un lugar
de parada obligatoria; en mi caso para pasar por el mecánico: una de las
correas elásticas que aseguraban la carga se había soltado y enredado en
la rueda trasera, afectando al cambio de marchas, provocando violentos
saltos de cadena que estaban poniendo mi capacidad de resistencia a
prueba; amargándome la existencia cada vez que tenía que subir las
rampas, cuando la vía se ponía a la altura de los puentes que cruzan el
canal. Fue después de reparar la avería en un taller de la zona, cuando
hice una visita relámpago a la ciudadela. Allí me detuve a comer el
bocadillo. No para ver el museo de la inquisición; bastante tortura tengo.
Entonces, volví al canal con sus raíces y sus piedras, como si debiera
seguirlas hasta esperar una señal. Y tras dieciséis kilómetros de
peregrinaje, después de una reflexión, salí del camino para enfrentarme a
la realidad y rodar por donde rodaban los que se levantaban pronto para ir
a trabajar: la carretera.

Eso me sucedía en Carcassonne. Antes, salí de Rustiques: un


pequeño pueblo cercano a la pintoresca población de Trèbes, no muy
alejado del canal. Allí llegué el día que sufrí la avería. Había estado toda la
tarde subiendo y bajando por rutas aleatorias al canal, padeciendo por si la
mecánica aguantaría. Entonces, ya un poco perdido, en una carretera le
pregunté a una mujer que parecía aldeana, muy hosp​itala​ria, que me
desaconsejó ir al camping que yo buscaba. Me dice que es turístico, que
hay otro mejor en un pueblecito que se llama Rustiques, donde ella está
alojada. Así que, cansado ya, me dejo aconsejar y sigo sus indicaciones
hasta que llego al lugar. No sé si la mujer tenía razón o no pero el sitio
parecía bonito, salvaje, con bonitas vistas... Lo que más me gustó es que
era agreste y estaba vacío… Cuando entré en el edificio principal, de
madera oscura, poco iluminado, un poco raro, había un tipo corpulento
detrás de la barra; todo se gestionaba en el bar. Pido una cerveza que me
sirve en botellín, de los que se compran en el super, y reservo dos noches.
Es un lugar perfecto para descansar y, de paso, visitar la zona. Al cabo de
un rato, mientras estoy en el exterior, sentado en un banco junto a una
larga mesa de madera, desde donde se aprecian las vistas con los árboles
del canal, veo entrar a la mujer que me encontré en la carretera y
enseguida se sienta conmigo; celebra que he decidido seguir sus
recomendaciones. Me cuenta que ha plantado su tienda en un área
apartada, que estuvo en el camping de Trèbes y no le gustó, que este es
mejor, que está de vacaciones, que es bretona, y otras cosas en un
lenguaje que codifica de manera la cual no logro entender. Mi recién
adquirido nivel b2 de francés todavía es demasiado gramatical; aunque
tengo la impresión de que el motivo por el cual no la entiendo es de
carácter conductual, porque se expresa visceralmente y no parece
consciente de que su mensaje pueda llegar incompleto. Cuando eso
sucede desconecto de la conversación. Me canso cuando hablan y se
desentienden, o lo que es lo mismo: cuando no callan. Además, bastante
cansado estaba ya ese día, que había tenido la avería, como para
mantener una conversación efímera y encima en lengua extranjera. Al
cabo de un rato, me despido de ella en la terraza y me voy a montar la
tienda antes de que oscurezca.

La zona para alojarse se desarrolla a continuación de la entrada y el


edificio principal. La parte para acampar, con las plazas de las roulottes,
está rodeada por un óvalo de tierra compacta donde dan la vuelta los
vehículos. A esta zona, a su vez, la rodea una zona arbolada con arbustos,
donde ella está acampada, alejada del edificio donde están los servicios y
el lavadero. Yo siempre intento ponerme cerca del edificio donde están los
servicios porque me facilita las cosas. Una vez tenía todo montado me hice
la cena en mi hornillo, y, ya entrada la noche, fui al edificio del bar a ver si
podía entrar y ¡bingo! estaba abierto. Es emocionante porque para mí, que
soy de ciudad, poder disfrutar de un espacio privado, sin gente ni
restricciones, me parece divertido. Esas cosas, ya sabemos, que en las
ciudades no pasan porque todos somos anónimos, pero en un pueblo que
se llama Rustiques ¿que esperas? Pasé un buen rato escribiendo mientras
cargaba, a oscuras, los dispositivos. Antes de salir de Barcelona, con mis
limitados conocimientos de informática, creé un blog de wordpress para
escribir un diario. Llevaba una tablet de 8” sin teclado. Por otra parte, dejé
mi ordenador personal a mis padres para que me leyeran. Nadie me
molestó durante el rato que estuve. No aparecieron fantasmas ni noté
presencias, así que cuando me canse me fui a dormir.

A la mañana siguiente, desde su parcela, mi pseudo-anfitriona vino


para invitarme a realizar una visita turística por el pueblo. Ya había
descansado y no quería parecer desagradecido. Ni perder la oportunidad
de conocer cosas, así que accedo a acompañarla, pensando en
aprovechar sus recursos para conocer el lugar. Llegamos a casa de un
señor alemán que vivía en la zona. Una de esas personas, que hay a
veces en los pueblos, encargadas de documentar la historia y la cultura del
lugar. Toda esta zona había estado bajo la influencia de Carcassonne,
dentro de la región histórica del Languedoc. Pasamos a su casa, llena de
mapas y libros, y nos explicó apasionadamente un montón de cosas sobre
la relación de la Orden de Malta con el lugar. Él participa en la tarea de
recuperar información tanto por los libros como excavando en yacimientos.
Posteriormente, nos condujo al museo del pueblo: un edificio de obra
nueva, a diferencia del resto, donde entre otros objetos también se
exponían los hallazgos que él había contribuido a recuperar. Le ponía
tanto entusiasmo que me costaba seguir las explicaciones; es una pena: si
hubiese puesto un poco más de interés por la cultura de aquí antes de
venir, hubiese tenido la oportunidad de ampliar conocimientos con una
persona totalmente volcada en la temática histórica de la zona; pero como
no me interesé, ni me molesté en investigar, perdí la oportunidad de
enriquecerme de la sabiduría de aquel buen hombre que, al día siguiente,
me encontraría en el comedor del bar del camping con una comitiva de
turistas, vestido de templario y ayudándose de un libro, para marcar los
lugares más importantes de la historia de la zona por tan solo la voluntad.

Al salir del museo, fuimos, cada uno, a comer por su lado, y ella y yo
quedamos en vernos por la tarde para ir a Trèbes; una población con un
puerto deportivo para turistas que se desplazan por el canal. Ella quería ir
a la oficina de turismo para recoger información; porque es más inteligente
que yo. Y yo debía ir urgentemente a la de correos, para enviar un paquete
de 5 kg con ropa. Puse demasiada ropa de calle en las alforjas, pensando
que me haría falta para ligar. Es difícil a la hora de hacer el equipaje,
prescindir de ciertas cosas cuando las tienes, pero es en ese momento
cuando tienes que pensar en aquella frase que dice: «allá donde fueres
haz lo que vieres». No puedes cargar una bicicleta con cosas «por si
acaso»; tienes que ser consecuente. Cuando hicimos nuestras gestiones
nos encontramos fuera de las oficinas. Me pidió que le hiciera una foto
delante de un barco amarrado con el nombre de La Blanche Hermine;
título de una canción patriótica bretona; ella era bretona, venía de allí a
pasar en tierra occitana sus vacaciones.

Era una persona vehemente y parecía vulnerable: de regreso, al


pasar por un Intermarché, insistí en entrar y comprar la cena; pero no
quería porque le daba apuro, decía que había demasiada distancia como
para volver cargados con bolsas y, ahí, me dí cuenta de que no quería
gastar mucho; pero como, cada día que pasaba, iba adquiriendo más
determinación, al final, la conseguí llevar hasta dentro. Luego, ya en el
interior del supermercado, se animó, y empezó a recorrer los pasillos. Al
cabo de un rato, mientras yo miraba en una estantería, vino, como buena
francesa, con un queso en la mano, y me consultó si me parecía bien
como acompañamiento; es una bellísima persona: seguro que ella prefiere,
cincuenta millones de veces más, comprar en una tiendecita de un pueblo
pequeño como es Rustiques, que venir hasta Trèbes para comprar en un
vulgar Intermarché; pero, por contribuir, accede a comprar cualquier cosa
para complacerme. Al llegar al camping, cada uno fue a su zona y cuando
se hizo de noche, nos encontramos de nuevo, para dar una vuelta por los
alrededores y abrir el apetito hasta la hora de cenar. De regreso, cociné un
plato de pasta con verduras que le gusto mucho. «Mi comensal de campo»
Reconoció que no se me daba mal la cocina. Como buen español.
Comiendo me explicaba cosas sobre la Bretaña francesa como, por
ejemplo, que es cuna de buenos ciclistas y me cantó una canción: «le petit
cheval» de George Brassens, uno de los grandes de «la chanson». La
letra era triste pero sencilla y la podía entender. Hablaba de un pequeño
caballo blanco que, aunque vivía en tiempos difíciles, era feliz cuando
llevaba a los niños por el pueblo pero, un día, un rayo blanco lo alcanzó y
murió sin llegar a ver la primavera:

«...Mais un jour, dans le mauvais temps

Un jour qu'il était si sage

Il est mort par un éclair blanc

Tous derrière et tous derrière


Il est mort par un éclair blanc

Tous derrière et lui devant...»

Al acabar dijo, melancólica: «tu bicicleta es tu caballo blanco...». Propuse


un brindis por el caballo con una cerveza de lata, pero me exigió que se la
sirviera en vaso; no brinda en lata y menos por tonterías. También me
explicó que por esta región de Francia, a diferencia de la Bretaña, los
hombres eran machistas y me hizo una confesión: el gerente del camping,
el tipo corpulento del bar, le había hecho una proposición indecente. Yo no
soy moralista, no me perturbó, pero si seguía así me iba a matar. Cada vez
hablaba más rápido y yo cada vez comprendía menos lo que decía;
aunque entendía lo suficiente para darme cuenta que se encontraba
cómoda, compartiendo con alguien sus vacaciones en lugar de estar sola,
o, al menos, eso pensé yo. Mientras escuchábamos una emisora española
en la radio de mi móvil, después de cenar, vimos una luz redonda que
aparecía y desaparecía en el terraplén que nos rodeaba. Intrigados, nos
acercamos y observamos que un pequeño insecto entra y sale, volando,
de un agujerito en la tierra; Al parecer también tenía su casita aquí.

—«Un luisant» —dijo ella.

—¿El qué? —dije yo.

—«Un luisant» —respondió con su acento francés (una luciérnaga);


se llamaba Magdalene.

Al día siguiente, me marcharé sin poder entregarle su foto, por no


disponer de un simple correo electrónico a donde poderla enviar; pobre: se
defendía con un teléfono de primera generación, parecido a un mando a
distancia para cambiar el canal del televisor. Insistió en que nos viéramos
en Carcassone, pero yo no podía. Mi caballo blanco debía llevarme de
viaje, antes de que, definitivamente, un rayo blanco lo partiera.

El canal de Midi está en la Vía Aquitania, que iba desde Narbona


hasta Burdeos, y era una rama de la Vía Domicia, la primera vía romana
de la Galia que iba a Hispania. El emperador romano Cesar Augusto, el
rey de los francos Carlomagno, El Borbón Enrique IV, entre otros, habían
querido en el pasado, unir el río Garona al Mediterraneo para evitar pasar
los barcos por el estrecho de Gibraltar y no tener que enfrentarse a los
piratas de berbería; pero es finalmente Luis XIV el rey sol en el siglo XVII
el que financia la construcción de una obra que represente su grandeza.
Este sería, a grandes rasgos, el contexto histórico en el que se sitúa el
canal; pero, es necesario excavar más en la superficie, para revelar el
secreto de la obra y comprender mejor el lugar:

Estrabón, geólogo griego al servicio de los romanos, describió al


principio de nuestra era como istmo galo, en su obra ​Geōgraphiká​, lo que
para nosotros hoy es el sur de Francia. Decía que Toulouse estaba donde
se estrechaba y es cierto. Pero no porque esté al norte de los Pirineos
entre el Atlántico y el Mediterráneo, sino porque Toulouse está situada
hasta donde desciende el río Garona, desde la cordillera pirenaica, y
donde desciende o finaliza, también, el extremo sur del macizo central
Francés. El punto exacto donde se estrecha está a 50 kms de Toulouse en
dirección sureste y se llama ​Le seuil de Naurouze​ (el umbral de Narouze):
una línea divisoria de aguas entre dos cuencas. El umbral de Narouze está
a 194 m por encima del nivel del mar. Se encuentra en llanura entre dos
sierras: al norte el Macizo Central y al sur los Pirineos. Y dos cuencas: al
este la Mediterránea y al Oeste la Atlántica. Un puerto de estas
características es estratégico para el desarrollo de redes de transporte y
Le Seuil de Naurouze​ —esta lengua de tierra de 5km de largo—, es el
punto en el cual se haya la cresta desde donde una corriente de agua
puede desviar su curso hacia el océano Atlántico o hacia el mar
Mediterraneo: ​Le Seuil de Naurouze​ es donde se sucede la magia del
canal; en sus esclusas donde se aprecia.

Yo, en su momento, no lo sabía, y estoy seguro de que mucha gente


no lo sabe, y también estoy seguro de que nada de esto era un secreto en
el siglo XVII; pero la complejidad que suponía trasladar agua suficiente
hasta ese punto, como para permitir la navegación, había superado todos
los estudios que hasta entonces se habían realizado. Desde 1539, fecha
en que se presentó el primer proyecto, plantearon recurrir a las montañas
de los Pirineos para abastecer el canal de agua. Pero los proyectos eran
complicados, poco realistas y costosos. Hasta el mismo Leonardo da Vinci
en 1516, ya con 60 años y al servicio del rey Francisco I de Francia, no fue
capaz de encontrar una solución para obtener el agua con el que llenar un
canal entre el atlántico y el Mediterráneo. Cuesta creer que el gran hombre
no resolviera el problema, pero también parece mentira que un hombre de
su época estuviera tan adelantado a su tiempo.

Al salir de Carcassonne yo había llegado a la bonita Castelnaudary.


Esta bonita población también se desarrolló gracias al canal. En especial,
a las 30.000 libras que se aportaron por parte de los órganos más
representativos para que se incluyera dentro del proyecto. De esta manera
se convirtió en puerto. En ella se construyó un estanque para regular el
suministro de agua a las esclusas de Saint-Roch. Hecho que impulsó
económicamente a esta población de la región natural de Lauragais. Hoy
en día es una de las cuatro más importantes que recorren el canal de Midi.
Se convirtió en el centro de exportación de maíz proveniente de américa
hasta las poblaciones del mediterraneo, a través del puerto de Sète,
durante mucho tiempo. En Castelnaudary se puede visitar la villa medieval,
que debe su origen a la abadía benedictina de Saint Papoul, fundada en el
siglo VIII y que fue lugar de peregrinaciones en la edad media. También el
molino de Cugarel del siglo XVIII, la zona del puerto, la Île de la Cybèle o
incluso la farmacia del siglo XVIII con una colección de frascos antiguos;
pero yo no tuve la suerte de poder verlos: había estado esquivando el
canal de Midi desde que salí de Carcassonne, y cuando llegué a
Castelnaudary lo hice por detrás, por la periferia, accediendo desde un
barrio obrero donde unos bloques, junto al camping donde tenía que pasar
la noche, me daban la bienvenida; se me cayó el alma al suelo. Recuerdo
que por la tarde, desde la terraza de un bar, en mi blog lo describí como el
lugar más feo donde había estado en todo el viaje cuando, en verdad,
Castelnaudary, no es feo, es hermoso. Pero cuando llegué, morí. Había
estado tan bien en Rustiques que aquello me decepcionó. Había montado
la tienda junto a otra pareja de ciclistas que estaban allí acampados y me
fui a dar una vuelta, pero como estaba lejos de todo no tardé en volver.

Al día siguiente, cuando me desperté, la pareja de ciclistas, dos


suizos, y yo, nos hicimos amigos. Estábamos recogiendo el campamento y
preparándonos para salir. Llevaban una cafetera muy rara de metal,
accionada por una bomba de aire. Más que hacer un café parecía que
estaban inflando una colchoneta. En su día debería ser una virgueria para
ir de excursión por los alpes. Es igual, nos une la aventura y el amor por la
naturaleza, no importa si no nos conocemos, tenemos cara de sueño y
hemos dormido en el suelo: si un día voy por Suiza me invitan a dormir a
su casa ¡Ellos son los que me informan de que a partir de aquí y hasta
Burdeos la pista mejora! y es que si el equipo britanico consiguió pasar el
glaciar Khumbu del monte Everest fue gracias a los suizos. Fuera bromas,
ella fue la que me recomendó ir a comer la ​cassoulet:​ ​un guiso de alubias
con salchicha y tocino, perdiz y pato. Un poco de todo porque la leyenda
que da origen al plato explica que durante la guerra de los cien años, la
villa sufrió el asedio de los ingleses al mando del principe negro y
entonces, los habitantes para coger fuerzas y vencerlos, sacaron todo lo
que había en la despensa del castillo y lo pusieron en una cazulela de
barro; de ahí «​cassoulet» ​ (cazuelita). Si no llega a ser por ella, hubiese
cruzado el sur de Francia sin saber lo que era una cassoulet; eso es grave.
Es un plato típico de la zona pero popular en toda Francia, si vas por allí
siempre puedes pedirlo en un restaurante, o como hacía yo, comprarlo en
lata; pero la verdad es que si vas a Castelnaudary y no permites que te lo
sirvan en plato, significa que allí no has estado; significa que lo has soñado
o lo que es peor todavía, significa que todo ha sido una pesadilla. Como
esa en la que llegas y unos bloques feos, de colores, han sustituido el bello
pueblo. Ellos me comentan que habían estado en un restaurante acogedor
donde les habían tratado bien; pero donde seguro que no habían estado
era en ​La Rigole de la Plaine​, ni en ​Le Seuil de Naurouze,​ ni en ​Le​ ​Lac
Saint-Ferréol​, ni en ​La​ ​Voûte Vauban,​ y mucho menos en Revel: ​una
población del Alto Garona ubicada en la montaña negra, (​Montagne Noire​),
al sur del macizo francés y al norte del estratégico umbral de Narouze. Si
no has estado ahí tampoco has estado en el canal de Midi y todo ha sido
un sueño. Pasar por el canal y no visitar el punto neurálgico de la obra es,
para mí que soy catalán, como ir a Montserrat y no visitar La Moreneta. En
cualquier caso, no es grave «c’est pas grave!» que dicen los franceses;
estoy seguro que sucede a menudo. Solo en los 241 kilómetros del canal
de Midi —sin contar los 193 km del canal de Garonne— hay 64 esclusas.
Algunas de ellas dignas de mención. Como la de Fonsérannes en Béziers,
que supera un desnivel de 20 metros. O maravillas como el túnel de
Malpas, cuya obra fue un desafío de su creador, Pierre Paul Riquet, al
mismísimo rey por no autorizarlo. En el siglo XVII nadie había construido
un túnel por donde pasara un barco, todavía no había llegado la era del
ferrocarril. O el puente-canal de Répoudre. En aquel entonces, la imagen
de un barco cruzando un puente debería ser dantesca, deberían quedarse
estupefactos. Por eso, Voltaire diría que fue la obra de ingeniería más
importante después del imperio romano. Hay tantas cosas para descubrir
sin prácticamente salir del canal… Solo por poner un ejemplo, entre
Castelnaudary y Carcassonne está la población circular de Bram, antigua
Eburomagus, donde podemos visitar el museo arqueológico; pero sobre
todo, ver que todavía se conserva la arquitectura de una aglomeración
galo-romana, situada en una zona de intercambio comercial cuando
formaba parte de la Vía Aquitania. Este tipo de estructuras se caracterizan
por desarrollarse desde el centro, con el edificio principal, hacia fuera en
círculos concéntricos formados por el resto del conjunto, siendo estos
talleres y viviendas. Se considera la mejor conservada y más grande
estructura de este tipo en Europa. Es imposible visitarlo todo de una sola
vez. Y todo sin siquiera mencionar las principales poblaciones de la
occitania: Toulouse, Béziers, Narbonne o —esta sí— Sète ¡George
Brassens nació en Sète! ¡Tous derrière et lui devant!

A pocos kilómetros de Castelnaudary, donde yo me encontraba y


donde en 1681 se inauguró el canal sin su creador (había muerto un año
antes), está la población de Revel. Allí, residió junto con su mujer y sus
cinco hijos el gran Pierre-Paul Riquet, Barón de Bonrepos. Recaudador
general del impuesto de la sal en Languedoc y hombre con gran
conocimiento en ciencias y matemáticas. Se había convertido en un
hombre muy rico porque, además, había vendido armamento al ejército
catalán durante la revuelta ​dels segadors​. En 1651 había adquirido el
castillo de Bonrepos y recorrido la ​Montagne Noire,​ en el ejercicio del
desarrollo de su actividad, advirtiendo que había muchos arroyos en esa
parte del Macizo. Para él, la creación del canal era vital, para el traslado de
la sal, principalmente, y como solución económica para la región, así que
decidió crear en su castillo un laboratorio, al aire libre, que le permitiría
observar el efecto de la evaporación de agua; una variable a contemplar.
Motivo por el cual se plantaron 45000 árboles a lo largo del canal para dar
sombra, especialmente en verano. Apoyado por el obispo de Toulouse,
Riquet, envió una carta en 1662 al que sería el artífice de la política
económica que impulsaría a Francia a la década de máximo esplendor de
su historia hasta ese momento: el ministro Colbert que, habiendo reunido
anteriormente a una junta de expertos para estudiar el proyecto, recibe la
autorización del rey sol para, por decreto real, construir el canal. Pierre
Paul Riquet como contratista de obras, asume el 20% del coste de los
trabajos, a cambio de la participación correspondiente cuando estos
acaben. Sin ser ingeniero ni arquitecto, el barón se embarcó en una
empresa que nunca llegó a ver finalizada por someterlo a una presión tal,
que enfermará y dejará endeudados a los herederos durante muchos
años. La vida de Pierre-Paul Riquet es un buen punto de partida para
conocer el montón de historia que recoge el canal. Su estatua se puede
ver cuando llegas a Toulouse. Su familia se encargó de atribuirle a él el
mérito después de su muerte, colocando monumentos y menciones por
todo el canal a su persona, para que quedara viva su imagen y sobre todo,
para que no le robasen la autoría del proyecto. Los principales
protagonistas que intervinieron en la creación del canal son, además de su
infraestructura, historia del patrimonio de la humanidad. Al final todo me
hace reflexionar sobre la dificultad que tuve en llegar hasta Castelnaudary,
como la dificultad que supuso construir el tramo desde el Mediterraneo
hasta Toulouse. Desde Toulouse la dificultad para llegar hasta el Atlántico
no es tan significativa, de hecho, desde Castelnaudary hasta
prácticamente Burdeos, el transcurso del canal es recto y con pocas
variaciones en el trazado; incluso, se hace aburrido.

A partir de Castelnaudary, me dí cuenta que el sillín de la bici estaba


demasiado alto como para rodar tanto rato seguido en la misma posición.
Hice varias paradas hasta encontrar el equilibrio adecuado entre altura y
distancia del manillar. Recorrí unos 50 o 100 kilómetros para encontrar el
ajuste que me permitía ir cómodo, parando constantemente para ajustar el
avance del sillín y las calas. También que la rodilla nunca fuera por delante
del tobillo en la posición del punto muerto inferior. Los puntos muertos
inferiores y superiores son las partes superior e inferior, respectivamente,
del pedal. Donde resulta más difícil para nuestro cuerpo generar inercia y
proyectar o impulsar hacia delante la bicicleta. El punto muerto es donde
se acaba la inercia circular, por eso yo llevo pedales con calas y calzado
especial, que favorece un pedaleo redondo, y por consiguiente el trabajo,
el rendimiento, etc. Al principio cuesta acostumbrarse. Es mejor no ajustar
demasiado fuerte las fijaciones para no quedarte enganchado a los
pedales en caso de tener que poner pie. Si no puedes desenganchar las
calas en parado, te vas al suelo.

Mi bicicleta, La Specialized Tricross, es una bicicleta que viene del


ciclocross adaptada al cicloturismo. Es de carretera y tiene el cuadro largo,
lo que le proporciona estabilidad y facilidad de manejo. Una característica
importante a la hora de llevar peso. La transmisión es triple para combinar
velocidad y tracción con carga. Es una bicicleta de aluminio que, aún
siendo cómoda, permite adoptar una postura aerodinámica. Es
sorprendente cómo puede coger velocidad en línea recta y cargada con
alforjas. A veces, te olvidas de que las llevas y eso puede ser peligroso,
además, no tiene muy buenos frenos. Está preparada con un sistema
cantilever, heredado del ciclocross, pensado para ofrecer una frenada
gradual, con poca potencia, para evitar reacciones bruscas que te puedan
desequilibrar. Y también para que no se acumule el barro...

Pero no necesito frenos: la monotonía de las largas pistas y la paz


del canal, junto con la distracción del tráfico lento de los barcos, serán los
únicos elementos del paisaje, que va dejando atrás puentes que salvan la
distancia entre orillas de las poblaciones y esclusas que igualan los
desniveles del agua en cada estación, sin encontrar apenas gente en el
camino la mayor parte del tiempo; siempre encontrando cerca algún lugar
donde pernoctar. Lugares donde descansan otros campistas con ganas de
compartir experiencias como John y Sue, dos ciclistas británicos que me
invitan a tomar café viendo que viajo solo en bicicleta igual que ellos, y que
me darán buenos consejos para circular por Inglaterra.

Fue posteriormente, cuando nos despedimos y volví al canal, cuando


se rompieron los tornillos del portaequipaje trasero que soportaban todo el
peso de la carga; el maltrato de la primera parte del camino los había
doblado y el traqueteo del resto los acabó partiendo. Es una avería muy
grave, ya que no puedes cargar tu equipaje, pero en Barcelona pensé que
eso podía pasar y llevaba de recambio. Conseguí sacar el de la derecha y
reemplazarlo. Tuve la gran suerte de que no se había roto a ras del chasis
y con los alicates lo pude sacar; pero el otro se quedó dentro de su rosca.
Intenté, con un arreglo rudimentario, fijar el portaequipaje con bridas a uno
de los tirantes del cuadro. Los tirantes son los dos tubos estrechos a cada
lado que atrapan la rueda trasera de la bicicleta. Si nos colocamos a la
izquierda de la bicicleta y con la mano izquierda agarramos el tubo del
sillín y con la derecha agarramos el eje de la rueda trasera, parecerá que
estamos apuntando con un arco; esa figura la forman los tirantes. Sujetar
20 kg de peso con bridas de plástico fue un reto. Lo conseguí sin
desperdiciar las que tenía.

2 - Aquitaine

2.1 ​Bordeaux et la Rochelle

Al llegar a Burdeos, tuve la suerte de poderme alojar dos días en un


apartamento en pleno centro. No tuve que pagar nada porque era
propiedad de mi familia francesa. Días antes, había recibido una llamada
de mi madrina en la que me invitaba a comer con ella y, como regalo caído
del cielo, me ofreció quedarme en un piso de estudiantes que alquilaba y
ahora, como era verano, estaba vacío. No soy partidario de alojarme en las
grandes ciudades, hay mucha gente y todo el mundo va a lo suyo. No
puedes dejar tu bicicleta cargada en la puerta de un supermercado
mientras haces la compra diaria. Todo el mundo va a lo suyo de manera
descarada y a medida que vas llegando, se nota como el ambiente es más
estresante. Prefiero alojarme al aire libre en las afueras y hacer
excursiones a pie, desde las afueras, para visitar museos y ver cosas, que
alojarme en hostales u hoteles en la ciudad. Pero cuando has pasado más
de una semana durmiendo en el suelo, el hecho de acceder a un
apartamento se convierte en unas vacaciones. Las comodidades invitan a
relajarse. Me gusta disfrutar los alojamientos. No me hace falta ir a ningún
lugar. Lo único que vi de Burdeos fue como la pobreza contrastaba en una
ciudad tan señorial. Ni siquiera fui a ver el espejo de agua de la plaza de la
bolsa, que no tienes que pagar. Tengo entendido que es el más grande
que existe y que cuando mejor se aprecia es al ponerse el sol. Ni siquiera
tenía que madrugar; imperdonable, lo sé. Desde Bordeaux (Burdeos)
puedes ir a la Dune du Pilat, la duna más alta de Europa, pero yo debía
dirigirme hacia el norte, al estuario del ​Garonne​, para atravesarlo en ferry y
llegar a La Rochelle, donde me encontraría con mi familia para comer. La
Rochelle es una bonita y conocida población costera con mucha historia.
Se considera el límite norte del Midi francés. Desde allí se accede a l'île de
Ré (isla de Ré), famosa por haber sido refugio de piratas. Mi familia
francesa no es precisamente de clase humilde, pero me vestí con la única
ropa que tenía a modo de descanso y me reuní con ellos viajando en tren
desde Burdeos. Yo no los veo mucho y nuestro encuentro fue fortuito,
porque suelen viajar a menudo. Allí estaban las abuelas y los nietos, que
son mis primos lejanos. Es la primera vez en todo el viaje que me siento en
un restaurante a comer como un maharajá, con servicio, vino, y todo tipo
de especialidades provenientes del mar; aunque hace más tiempo todavía,
que no me siento a comer en un emplazamiento muy por encima de mi
presupuesto. Disfruté la oportunidad de ver y conocer mejor a mis primos;
fue un privilegio más allá del hecho de comer marisco y pescado. En la
mesa no soy ni el más mayor ni el más pequeño, soy el mayor de los
pequeños y el más jóven de los mayores. El plato fuerte viene cuando en
el restaurante cobran por duplicado a las dos abuelas; a una primero y a la
otra después. Mi madrina, que era la anfitriona, se ofendió y pasó desde la
terraza, donde estábamos sentados, al interior como un huracán. Al
recuperar el reembolso, después de un buen cirio, salió con dos botellas
de champagne como compensación, por las molestias. Me hizo gracia la
impotencia que mostraban los más pequeños, que ya conocían el
temperamento de su abuela y ahora eran ellos los que estaban molestos.
Decían que no les había gustado la isla de Rè, que había mucho silencio.
«Pues toma follón» pensé. Y es que una zona con esa fama tiene que
notarse por algún lado. ​Luego, fue más divertido porque, de camino a los
coches, ver a las dos abuelas reír y celebrar el triunfo con las botellas en la
mano fue la prueba de que allí todavía se refugiaban piratas. Me alegro de,
al menos, poder decir que estuve en la Rochelle, y, aunque fuese solo por
un día, haberla disfrutado; ​bye-bye​ sur de Francia.
 

3 - Pays de la Loire
3.1 ​Noirmoutier en l’île

La mayor parte de la costa atlántica francesa la recorre "La


Vélodyssée", ruta que forma parte de la "Euro Velo 1", otra ruta ciclista de
ocho mil kilómetros desde Portugal a Cabo Norte en Noruega. Yo seguí
hasta Noirmoutier-en-l'Ile, una isla que conserva un antiguo paso de cuatro
kilómetros y medio bajo el agua que se puede transitar en vehículo cuando
baja la marea. El Paso de Gois es de acceso controlado, ya que de no ser
así existe el riesgo de no llegar a la otra orilla y quedarte atrapado en
medio del mar. La carretera solo es transitable durante unas horas, dos
veces al día. El resto del día la carretera está bajo el mar, entre dos y
cuatro metros de profundidad, por eso hay en la parte central, la parte más
profunda, una torre de emergencia. Hasta 1971, con la construcción de un
puente, este era el único acceso a la isla. Hoy en día es solo una
atracción, eso sí, bastante curiosa. Es una isla muy tranquila y pequeña.
Pero suficientemente grande para tener una fortaleza. Las actividades en
la isla, principalmente son: las sal y las ostras. Y se practica una pesca
muy curiosa que se realiza de pie, sobre el lecho marino cuando hay
marea baja. El Tour de Francia pasó por aquí y, como había algas,
muchos se fueron al suelo, por eso, porque el lugar es un reclamo, la
última vez que pasaron por aquí neutralizaron la carrera; una decisión
acertada detener aquí el tiempo.

El paso de Gois, lo crucé de regreso al continente, a la ida fuí por el


puente, pero primero pasé por una gran superficie para comprar, ya que no
sabía si sería caro en la isla. En la puerta del supermercado, me encontré
con unos ciclistas que esperaban vigilando las bicicletas, mientras uno de
sus compañeros compraba. Iban vestidos de calle, con pantalones cortos y
gafas de sol. Todo de calle. Hasta ahí todo normal, pero la forma de llevar
los cascos, mal ajustados; las bicis, antiguas; parecían sacados de un
videoclip de los Madness: eran turistas ingleses, gamberros, disfrazados
de ciclistas! Le pregunté a uno si podía vigilar la bicicleta y sin darme una
respuesta clara, como el que no se entera, aparqué y entré dentro. los iba
controlando a través de las grandes vitrinas, al mismo tiempo que recorría
apresurado los pasillos. Al salir me dirigí a él para darle las gracias
mientras guardaba las cosas y en ese rato, antes de que se fueran, me
dice:
—«You go charged» —dijo. Vas cargado (en inglés).

—«I go to Ireland» —respondí. Me dirijo a Irlanda (en inglés).


Inmediatamente le dice a uno de sus amigos:

—«Hey! look! He goes to Ireland!». —¡Mira, va a Irlanda! (en inglés).


Le dice a uno de sus amigos. En ese momento, aproveché para
preguntarle qué tal se circulaba por allí:

—«It 's busy and Wales…». —Entendí que por allí había mucho
tráfico y con mímica insinuó que Gales era «ondulado». Cuando, por fin, su
amigo consiguió meter la botella de whisky en la alforja se marcharon. Me
dijo también que aquello no era como esto, que llovía y que no había
carriles para ir en bicicleta.

Cuando ya metí la comida en mis alforjas, fui a cruzar el puente que


me llevaba a la isla, para, una vez allí, atravesar hasta al el extremo
opuesto al continente, donde estaba el camping. Bordeando la costa por
un camino con piedras gordas, sueltas, con el viento de cara, evitando la
carretera principal, haciendo una ruta circular. A veces, tanto buscar rutas
alternativas te complica la existencia porque circular por carretera en esa
isla no tiene ningún peligro y, en cambio, el camino que había elegido iba a
romper mi bicicleta. Paraba para hacer fotos de las barcas que habían
quedado semi tumbadas en la tierra, a causa de la marea baja. Pasé por la
zona del puerto comercial, donde hay una riada y al llegar al camping, al
final, pasado el puerto deportivo, pagué y entré. Toda el área estaba
expuesta al norte, en un lugar poco protegido del viento, así que me
coloqué cerca de un muro para resguardarme lo máximo posible. Ese
mismo día, por la tarde, llegaron dos chicas y pusieron su tienda al lado.
Como buenas francesas, abrieron una botella de vino rosado, antes de
preparar la cena, haciéndola sonar.

Esa noche no hicimos nada juntos, pero al día siguiente, 14 de julio,


fiesta nacional en Francia con motivo de la celebración de la toma de la
Bastilla, me llevaron en coche a una fiesta al aire libre con baile y bebidas
y, gracias a ellas, pude celebrar la fiesta nacional en Noirmoutier,
divirtiéndome un poco, bailando canciones populares en carrusel con los
vecinos franceses. No me pude despedir de estas dos simpáticas chicas a
la mañana siguiente; seguían durmiendo cuando me marché. Supongo que
al igual que yo se sobrecogieron más tarde al enterarse del atentado
terrorista en Niza, cuando un camión atropelló a la gente durante los
festejos. Y solo un año después del atentado en la sala de fiestas Bataclan
de París.

Desde Noirmoutier me dirijo al norte hacia Rennes, la capital de la


Bretaña, para desde allí llegar al Mont Saint Michel; pero antes debo
atravesar el río Loira. Debo atravesar un puente compartido con el tránsito,
mientras circulo por un carril de metro y medio con alforjas, viento, y
coches que me adelantan. La entrada al puente es un momento de
reflexión: me paro para asegurarme que todo está bien sujeto y la luz
trasera está encendida; aprovecho para hacer una respiración profunda y
templar los nervios. El principio es subida, así que antes de incorporarme
de nuevo a la calzada, espero a que pasen pocos coches. Ascendiendo,
intento llevar una cadencia de pedaleo que me permita minimizar la zona
de incertidumbre lateral. Es un momento de concentración donde procuro
no moverme y ser constante, mirando al frente como un contrarrelojista,
sin mirar atrás. El viento sopla muy fuerte porque estás en medio de todo,
como aquel que dice. No tengo ningún problema con los coches y tampoco
salgo de mi estrecho carril. Nadie me increpa con el claxon en toda la
subida. No sufro ningún contratiempo y mejor así porque ahí en medio no
es un buen sitio para pinchar. Descendiendo, los baches son el elemento a
controlar. Este puente va desde el nivel del mar y sube para luego bajar,
permitiendo la navegación por debajo de él. Es la única manera de cruzar
el estuario sin dar la vuelta por la ciudad de Nantes, de hecho, antes, fui a
la oficina de turismo a preguntar y me aconsejaron no cruzarlo; por un
momento pensé que para obligarme a recorrer de oeste a este la región
del ​Pays de la Loire,​ gastando dinero y energía. Me gustaría ver a la
persona que me atendió con una bicicleta que pesa 40 kg. haciendo 60
km. para cruzar un río. Tampoco puedo describir mi cara en aquel
momento, seguramente reflejaba cierta preocupación. Al salir de la oficina,
en la población de Pornic, estaba parado, bebiendo agua fría de una
botella, cuando un chico se me acercó y me preguntó hacia dónde iba. Le
dije que iba hacía el norte, al Mont Saint Michel, y me dijo que fuese por el
puente. Le pregunté si quería hacerse una foto de recuerdo conmigo pero
no aceptó; si no llega a ser por él, hubiese emprendido la marcha hacía
Nantes; supongo que tuve suerte.
4 - Bretagne et Normandie

4.1 Le Mont Saint Michel

La llegada a Rennes la hago desde la población de Redon, donde


empieza la V2: Un itinerario de ciento noventa y tres kilómetros hasta Saint
Malo, a 60 kilómetros al oeste del Mont Saint Michel. La V2 acompaña a
esa altura al río Vilain. Forma parte del canal Nantes-Brest y en tierra se
circula por un antiguo "chemin d'halage" o camino de sirga. Antiguamente
el ganado o incluso los hombres, remolcaban con una cuerda las barcas
de mercancías que se desplazaban por el canal; de ahí el nombre de sirga,
que hace referencia a una cuerda que sirve para llevar las embarcaciones
desde tierra. Desconocía por completo el itinerario y la existencia de este
canal. Resulta muy relajante volver a la paz de un canal después de pasar
días en las zonas costeras, masificadas. La decepción llega cuando entro
en la gran ciudad de Rennes: hay gente rara, me recuerda a Burdeos. Por
eso nada me invita a parar. El camping queda a las afueras, así que
cuando salgo del canal y atravieso el centro urbano, por fin, llegué y me
alojé. Monté . Como no tengo comida y tampoco hay un restaurante,
hambriento, debo coger un bus que me llevará de vuelta a la ciudad para
cenar. Supongo que Rennes debe tener cosas bonitas pero yo solo veo
pobreza. En una de las paradas que van hacia el centro, sube un hombre
con aspecto descuidado, sin billete, con el permiso del conductor. Cuando
baja cerca del centro, desde el bus observo como, ya en la calle, el
hombre tiene en la mano un paquete de tabaco y se dispone a liar; nunca
había visto ese margen de flexibilidad. Luego otro bus para volver y por fin
descansar. Al día siguiente, salgo hacia el Mont Saint Michel por unas
carreteras nada transitadas y vuelvo a sonreír. El camino es agradable, la
vegetación es diferente, más verde. Paso unos días acampado en un
camping cercano, para visitar el lugar y despedirme de Francia, ya que
solo tendré que recorrer los 60 kilómetros hasta el puerto de Saint Malo,
desde donde sale el ferry hacia Inglaterra.

Desde que salí pedaleando de Montpellier hasta Saint Malo había pasado
un mes, y había recorrido aproximadamente mil doscientos kilómetros. Mi
condición física había mejorado; había adquirido mi peso óptimo; mi lesión
en el hombro ya no me causaba molestias. Uno de los motivos por los que
tenía miedo, antes de salir de Barcelona, era mi lesión en el hombro. No
obstante, descubrí que al obligar al cuerpo a adaptarse a la rutina diaria
con cierta cadencia, al final, el cuerpo acaba por adaptarse. Al cuerpo hay
que enseñarle quién manda​ s​ in hacer más esfuerzo del que debes: eso se
llama regularidad. Precisamente, eso es lo que no hacía antes. No me
cuidaba. Siempre tenía ese problema, porque nunca me encontraba en la
tesitura de quedarme tirado; siempre volvía a casa después de un
sobreesfuerzo y podía recuperarme en el sofá poniéndome una crema, y
dejando reposar el cuerpo unos días. Han sido 10 años de ciclismo
amateur en los que he entrenado en gimnasio, en carretera, y participado
en marchas cicloturistas. Casi siempre, haciendo más de lo que debía. Las
tensiones musculares, normalmente, me afectan al hemisferio derecho de
mi cuerpo, contracturado lumbar y trapecio. Había visitado al osteópata, al
fisioterapeuta, al médico de medicina deportiva, y no había obtenido los
resultados que deseaba, incluso, había tomado complementos
alimenticios, para que el cuerpo absorbiera mejor las propiedades de los
alimentos y, así favorecer las recuperaciones, sin resultado. Las jornadas
en Francia solían ser entre setenta y ciento veinte kilómetros al día,
dependiendo del recorrido y el cansancio, normalmente entre cuatro o
cinco días pedaleando y uno o dos días de descanso. La rutina no había
cambiado: salir pronto por la mañana, almorzar a eso de las nueve, comer
a las doce, rodar y encontrar un camping; una vez alojado, darme una
ducha (con la ropa puesta, así se lava y se seca durante la noche);
preparar la cena, escribir, acostarse y al día siguiente volver a empezar;
eso me curó: el llevar una vida saludable es el primer beneficio que
obtengo del viaje; la punta de forma que en 10 años, a pesar de entrenar
durante el año, no había logrado por falta de regularidad, ahora la estaba
adquiriendo por practicar una disciplina deportiva diaria, al no tener que
alternar con ningún otro aspecto de la vida laboral o privada; ahora la vida
no se metía en medio.

En Pontorson, noto que la atmósfera cambia. Estoy en otro lado del


hexágono, en el que la costa está orientada al norte. La forma de las casas
y la calle principal me llaman la atención sin saber todavía muy bien por
qué. Es mi primer contacto con la cultura bretona, que nada tiene que ver
con lo que ví en la capital, Rennes. Voy directo a la oficina de turismo,
donde me explican como funciona el efecto de las mareas en el Mont Saint
Michel. No voy a tener la oportunidad de verlo rodeado de agua al no
suceder este fenómeno hasta agosto. Este monumento, uno de los más
importantes de Francia, con más de tres millones de visitas al año, está
considerado patrimonio histórico de la humanidad por la Unesco desde
1979. La primera iglesia data del 709, pero es en​ ​el 966, a petición del
duque de Normandía, cuando una comunidad de benedictinos se
establece en el peñón hasta 1791 en plena revolución francesa. Entonces,
se convierte en prisión hasta que Napoleon III en 1863 emite un decreto
para su cierre. A finales del siglo XIX se establecieron algunos hoteles y en
la segunda mitad del XX se convirtió en uno de los lugares más turísticos
de Francia. No todo el mundo se desplaza hasta el lugar para visitar la
abadía; ya en el siglo XVIII artistas de renombre como Victor Hugo o Guy
de Maupassant encuentran en el entorno la inspiración. La roca está
prácticamente en medio del estuario del río Couesnon, a un kilómetro de la
costa, y aunque me encuentro en la Bretaña esta parte pertenece a
Normandía. La arquitectura del monasterio, de estilo gótico flamígero
normando, sufrió un estado ruinoso y fue restaurada en el siglo XVII,
habiendo sido hasta ese momento lugar de peregrinaje, pero sobre todo
objeto de conquista por parte de los Ingleses en la guerra de los 100 años,
motivo por el cual fue fortificada en el siglo XIII y se mantuvo inexpugnable.
Es en el monte Saint Michel cuando me empiezo a dar cuenta, bajo el
poderoso arcángel de San Miguel ubicado en la aguja de la abadía, que
hay algo que no estoy haciendo bien.

5 - England

5.1 Salisbury - Stonehenge

Si en Francia el progreso había sido más físico que mental, por el


hecho de habituar el cuerpo a la rutina ciclista, en Inglaterra el esfuerzo va
a ser más mental que físico, por tener ya una asignatura aprobada y
quedar pendiente la adaptación. Mi tesis comparativa entre las culturas
francesa e inglesa comienza desde que piso tierra británica; a partir de
ahora todo cambia: el sentido de la circulación, el horario, el idioma, la
comida, el clima, la orografía, la moneda, el precio de las cosas, la forma
de encontrar alojamiento; ha llegado el momento de tener que buscarse la
vida; los ingleses son huesos duros de roer:

Están acostumbrados a la disciplina, son astutos con el dinero y con


las cosas de guardar. Yo vengo de un país donde vas a la oficina de
turismo y te regalan un mapa, pero aquí vas a comprarlo por la izquierda,
con cuidado de no tener un accidente, como cuando eras pequeño y tu
madre te decía aquello de: «¡ten cuidado al cruzar, mira para los dos
lados!»; es difícil acostumbrarse. Tampoco paso desapercibido, me
diferencio del resto con mi tono de piel oscurecida, al estar tantos días
expuesta al sol de la placentera costa francesa. Aquí de placentero no hay
nada, por no haber no hay ni bancos para sentarse; llueve, y los enchufes
son de tres terminales: ya no puedo cargar el móvil, así que hasta que no
me compre un adaptador, voy a tener que combinar la conexión a internet
con el modo de ahorro de energía del teléfono; cambia mucho. Es más
difícil orientarse: las rutas son muy complicadas, casi no hay carriles bici ni
pistas. La propiedad está disputada: compartes la carretera con el tráfico
constantemente y no suele haber arcén. Las carreteras secundarias son
en su mayoría de un solo carril en cada sentido. Como voy en bicicleta no
siempre me puedo separar de ella, y, a veces, tengo que aguantar largas
distancias sin orinar porque no encuentro un lugar para hacerlo; es duro:
vas sentado en un sillín que presiona constantemente tu vejiga, menos mal
que, antes de salir, instalé un sillín con un «alivio» en la parte central, que
mi amigo Abel me regaló; se trata de una franja con forma de ojal para
evitar problemas de próstata (antiprostáticos). Es un sillín de la marca
Selle Italia, una maravilla, a veces cuando voy de pie y me canso me dejo
caer, porque aún siendo un sillín de bicicleta, es suficientemente ancho
como para sentirse cómodo y no clavartelo como suele pasar con los
sillines de bicicleta, de hecho, hay tallas y modelos según la disciplina que
se practique y si son para hombre o para mujer, ya que la distancia entre
isquiones es diferente. Los isquiones son las «patas» de la pelvis, sobre
las que nos sentamos. Para hacer viajes de largo recorrido en bicicleta es
recomendable haber estudiado la postura adecuada, porque es un trabajo
repetitivo y prolongado el que se hace sentado, donde cualquier desajuste,
o incluso roce, repetido, se puede convertir en un problema físico. Por eso,
desde Castelnaudary a Toulouse, había parado varias veces para hacer
pruebas, y después de unos 200 km conseguí, por fin, que mi pie empujara
plano el pedal, mi rodilla cayera encima del tobillo, y se flexionara sin
estirarse del todo; ajustando la altura y el avance del sillín, y retocando
ligeramente la posición de las calas. A partir de ese momento, ya no tuve
que tocar más los ajustes durante el viaje.

Al salir de Salisbury, no sabía que allí estaba la fabulosa catedral de


estilo gótico, que data del siglo XIII, donde se guarda la carta magna, por
lo tanto ni siquiera pasé por delante para contemplar su magnífica
arquitectura y al menos llevarme una imagen en la memoria, aunque no la
hubiese visto por dentro. Por suerte, la señal de tráfico que indica por
donde debo continuar, también tiene un panel que indica Stonehenge.
Obviamente, me llama la atención, porque no es posible que yo esté en
Stonehenge. Yo no había planeado nada, Inglaterra simplemente es un
trámite, un puente para llegar hasta donde yo quiero llegar. Continúo por la
carretera, que a su derecha tiene un paseo con árboles, desde donde se
ven unos campos. Veo que hay un banco de piedra para sentarse y
enseguida me paro, ya que es difícil encontrar un lugar público donde
parar para descansar. Cuando me he acabado el trozo de pan y las
salchichas que compré de capricho, en envase de cristal, reanudo la
marcha y efectivamente compruebo que voy directo al centro de visitantes
del emblemático monumento megalítico, al ahora sí, ver de forma clara en
la señal informativa un dibujo del crómlech. Poder decir que he estado en
Stonehenge, es un regalo del destino; un premio que me brinda esta tierra
por el sacrificio de intentar adaptarme, o, al menos, así lo interpreto yo. No
es tan grande como parece en las fotos aéreas, que aparecen en los libros
como ejemplo de monumento primitivo, pero lo has visto toda la vida en
fotos y de repente... Stonehenge, todo tuyo, para ti. Al día siguiente, me
encuentro con una máquina de tren a vapor de cara viniendo hacia mí por
la vía que acompaña al carril bici, como si de un viaje en el tiempo se
tratara y tus ojos no dieran crédito a lo que ves. No obstante, no ver la
catedral de Salisbury o ni siquiera hacer una visita en condiciones a la
ciudad de Bath, patrimonio de la UNESCO desde 1987, donde puedes
visitar las termas, la abadía, los jardines o el puente, sin gastar demasiado
dinero… que desperdicio...

Esa misma tarde, me paro en un camping a pocos kilómetros de allí,


un lugar bastante correcto en comparación con lo que he visto hasta
ahora. Cuando he montado la tienda voy a la oficina, que es una casita
acogedora con su sala de estar, y me dirijo al que parece el hijo de los
propietarios, un chico pelirrojo muy estresado. Me facilita un adaptador
para cargar los dispositivos, y después de preguntarle donde puedo ir a
tomar algo, me indica donde está el pub. Acto seguido, cierro la tienda y
me acerco hasta el local para ver que tal ambiente hay, pero hubiese sido
mejor quedarme en el camping, porque tengo la mala suerte de aparecer
cuando dentro hay un joven un poco conflictivo, que parece que todo el
mundo conoce, buscando follón. Como soy nuevo, me pone a prueba para
ver si respondo a sus provocaciones, pero como ve que no le hago ni caso
al yo estar escuchando música con auriculares, decide marchar. Es lo
único que puedo hacer cuando me quiero relajar, irme a un pub, hablar con
alguien y si no hay alguien con quién hablar, escribir y escuchar música.
Nunca escucho música mientras voy en bici, solo lo hago cuando llego.
Habrá un álbum que será el que contenga la canción de ese viaje: Antes
de salir cargaré un montón de álbumes de mp3 que no habré escuchado y
aprovecharé para ponerlos cuando llegue, después de un largo día de
trabajo. The Solid Doctor - How About Some Ether me gustará mucho, y
se convertirá en uno de mis álbumes favoritos, por hacerme compañía
durante el viaje; mucha compañía, la canción. La canción «​Invisible Sunlit
Snow» ​ la escucharé una vez detrás de otra y siempre que la escuche me
recordará el viaje. Para el que no lo conozca, y eso será el 100%, se trata
de música ambiental, paisajes sonoros, que ayudan a relajarse y a pensar
sobre las cosas que han sucedido durante el día, que son muchas. Y Al
día siguiente, después de cruzarme con la máquina de tren a vapor, vuelvo
a encontrar un alojamiento, vuelvo a ir a un pub, y esta vez con más
suerte, acabo conociendo a una gente, bebiendo cerveza caliente, y
jugando al billar. No es que la cerveza fuera de mala calidad, es otra
especialidad tradicional que se tira natural, tan natural como socializarse
bebiendo una cerveza, o dos, o tres si al final te invitan.

Pero al principio fue más duro: cuando llegué no sabía dónde


alojarme; no me había preparado nada en Francia; me había esperado a
llegar a Inglaterra una tarde para encontrar alojamiento y en vez de
alojamiento, lo primero que encontré fue yo mismo perdido. Al salir del
ferry, no sabía ni para donde ir, y cuando llegué a la primera población, no
sabía cómo circular por ese país. Tuve que pagar una habitación a 70€, y
me dió la sensación que la encontré de milagro, porque eran las 9 y
oscurecía. Había preguntado en una residencia de ancianos; imagínate si
iba perdido, no tenía sitio ni para plantar la tienda y encima llovía. Al día
siguiente, fue cuando por primera vez entraba en un camping británico y se
me caía el alma al suelo al comprobar, que era una simple granja donde
los usuarios aparcaban sus caravanas y no había ni local social, ni cocina,
y los lavabos eran unas letrinas. El viaje por Inglaterra finalizó cuando
llegué al País de Gales:

Yo voy en dirección Bristol para luego cruzar el río Severn, que es el


que separa las dos tierras, así que el último día reservo una habitación a
última hora por 70 €. También, me encargo de enviar desde una oficina de
correos en una pequeña localidad otro paquete a Barcelona, para seguir
quitándome peso de encima: estoy aprendiendo. Tengo serios problemas
para cerrar el paquete, pero la mujer de la estafeta, muy decidida, me
ayuda para que, además, el paquete no pase del peso, y la tarifa no se
dispare. Cuando le pago, aprovecho para preguntarle por un sitio para
almorzar, y ella le pregunta a la chica de la papelería, que está en la
misma tienda, si me puede enviar al local de una persona que ambas
conocen. Por la manera como le responde, parece no ser digno de
recomendar; cosas de pueblos: «ahí yo no iría» dijo en Inglés (o eso me
pareció entender).

Así que, finalmente, me sugiere que será mejor que vaya a un lugar
más poblado, y eso hago. Ese mismo día, tengo que buscarme la vida
rápido para encontrar una población lo suficientemente grande como para
encontrar la equivalente a la proveedora de servicios Orange en Inglaterra:
estoy sin cobertura de datos y tengo que solucionarlo antes de que se
ponga a llover. Mi proveedor de servicios me ha cortado, preventivamente,
el servicio de roaming por contemplar un consumo de datos
sospechosamente elevado. No son muy oportunos, y me supone un motivo
más de preocupación a los que ya tengo. Mi existencia como cicloturista es
frágil: si me quedo sin comunicación, me quedo sin mi medio para
orientarme y encontrar alojamiento. Cuándo lo he resuelto, despues de
pasar algunos nervios por lo de resolver incidencias en otro idioma y en un
país extranjero, de camino paso por una zona de granjas con casas de
campo, y en una de ellas hay un cartel que oferta huevos. En ese
momento me pregunto, ya que veo que tienen espacio, si me dejarían
estas gentes entrar en su zona para acampar. Dicho y hecho me armo de
valor y le pregunto al propietario, aún yo teniendo una reserva pagada, el
cual accede sin requisitos a dejarme plantar la tienda y dormir allí. Me
invita a pasar a su jardín, que es bastante grande, y me indica la zona más
despejada para instalarme. Mientras monto la tienda, muy
hospitalariamente, me trae un plato de comida y a su perro para que me
haga compañía; son esas situaciones que te desarman y te ponen en tu
lugar. Rápidamente, cancelo la reserva, pensando que me iban a devolver
el importe de la habitación, pero al ser una reserva dentro de las 24 horas
no hay devolución. Seguramente, que si hubiese dormido en el hostal ya ni
me acordaría, pero de la hospitalidad de aquel hombre no me olvidaré. Ya
no recuerdo si a la mañana siguiente le ofrecí dinero, creo que sí, quizá no
se lo ofrecí y él tampoco me lo pidió, quizá cinco €, no me acuerdo. En
cualquier caso, me sirvió de experiencia. Antes de irme, entré dentro de su
casa para hacer mis necesidades, ya que no me podía aguantar, y en su
jardín hubiese sido un golpe bajo. Dentro estaba su mujer y sus hijos, que
me miraron extrañados desde el salón cuando me dirigía al lavabo. Al salir,
me despedí de ellos y sin mediar palabra, me dedicaron la misma mirada
girando la cabeza, un poco atónitos, a medida que pasaba. Al llegar a la
cocina, que estaba junto a la entrada, tenía colgado un cartel que ponía:
“A clean kitchen is a sign of a wasted life” - Una cocina limpia es señal de
una vida desperdiciada -

Nos hicimos una foto, me regaló unos huevos que más tarde se me
romperían, y nos despedimos. De allí pasaría por el puente, que este sí,
era un puente con carril separado para bicis y otros vehículos lentos; como
tiene que ser. Pero antes, me comería en la calle de una pequeña
localidad, una empanadilla de carne muy buena comprada en una
panadería. Después de comprarla, mientras me la estoy comiendo
tranquilamente en la calle, presencio como una mujer con un problema
grave de obesidad se marcha resignada de la misma panadería, al mismo
tiempo que la mujer que me atendió a mí sale detrás regañándola: de
buena mañana, cuando su clienta a huído, le comenta a otra vecina,
airada, que es una vergüenza y que solo hay que ver como tenía a sus
hijos. Intuyo que la mujer obesa ha ido a comprar algo que no le
convendría, porque cuando yo compro la empanada, me preguntan si
quiero mantequilla y en ese preciso instante, tengo la sensación de que
estoy ante una importante decisión. Yo soy una máquina de quemar
calorías y no tengo problemas, pero no pude evitar observar que el pote de
la mantequilla era de tamaño industrial, y que la panadera, con una
espátula y de manera generosa, dejaba toda la empanadilla bien surtida.
Todo en general me hace pensar que por esta parte del mundo el
ambiente es claustrofóbico y la vida un poco asfixiante. Quizá ahora
cobran completamente el sentido las palabras de aquel muchacho inglés
que me encontré en Francia, cuando me dijo aquello de:

- It’s busy and Wales… -

Yo entendí que había mucho tráfico y que Wales era montañoso,


pero ahora empezaba a comprobar, y comprobaría, por mi mismo, las
dimensiones reales de aquella frase. Pero bueno, esas son suposiciones
mías.
6 - Wales (País de Gales)

6.1 Martes 26 de julio

A la entrada del puente, el cielo no pinta bien, está tapado, llueve y


hace frío. Una vez lo cruzo, me dirijo hacía Newport con dificultades para
seguir las indicaciones de la ruta hasta que llego a un lugar llamado
Caerwent donde hay ruinas de un antiguo asentamiento Romano llamado
entonces Venta Silurum. Hay servicios públicos, e incluso una zona de
descanso para comer al aire libre; no veía nada parecido desde Francia.
Después de comprar una Coca-Cola en una pequeña tienda y oficina de
correos regreso a la ruta, entonces, al salir, coincido con otro cicloturista
que también tiene problemas para seguir las indicaciones. Me acerco a él,
charlamos, y a partir de aquí seguimos juntos; es genial después de ir solo
durante más de mil kilómetros poder rodar con alguien, sobre todo, para
alguien como yo, que sus comienzos son en un club de ciclismo y está
acostumbrado a salir en grupo. Martin; así se llama, es un chico alemán
más joven que yo. Vamos hasta Newport, y después de descansar,
sentados en el banco de una plaza, tomando una cerveza de lata sin
enfriar recién comprada en un supermercado, nos despedimos. Habrá sido
reconfortante poder compartir unos kilómetros con él durante, escasa, una
tarde. A partir de ahí, cada uno se dirige hacia su alojamiento: él a casa de
un huésped de couchsurfing (sitio web de hospedaje gratuito), y yo, a un
camping que había localizado en Google Maps. Resulta ser una extensa
zona verde de acceso libre, con carriles para vehículos dentro de un
recinto, donde no hay nadie; solo un edificio grande, de una sola planta, de
ladrillo rojo. Al entrar al recinto, recorro los 200 metros que hay hasta el
edificio, detengo la bicicleta en la puerta, y al comprobar que está cerrado,
observo por las ventanas: veo que dentro parece un taller escuela y como
no hay nadie para informarme, decido alojarme; de momento, Gales me
está ofreciendo algunas ventajas respecto a Inglaterra. Cuando ya he
plantado la tienda, cenado y ha empezado a llover, viene un vigilante en
coche para indicarme que efectivamente el lugar no está sujeto a pago, y
que, si quiero, puedo ir a otro sitio con lavabo a unos kilómetros de allí;
obviamente, al principio, me asusto, porque ya prácticamente caída la
noche y lloviendo sería peor el remedio que la enfermedad; supongo que
sospechan que detrás de los arbustos que me rodean podría osar hacer
mis necesidades y no se equivocan, pero solo vienen para hacerme saber
que están cerca; normal, no estoy en un camping, estoy en Tredegar Park:
un complejo enorme rodeado de equipamientos para la educación, con un
campo de fútbol, un campo de golf, un hotel y por supuesto, un camping.
No sé si me desorienté en el último momento, pero, en cualquier caso,
esta va a ser mi primera acampada libre en todo el viaje.
6.2 Miércoles 27 de julio

A la mañana siguiente, me dirijo hacia Swansea por la ruta cuarenta


y siete, pero me desviaré por la cuatro que, aunque tiene más desnivel, en
el mapa parece más corta. Al principio, es idílica: los paisajes son de foto,
solitarios, algunos parecen escenarios. El camino se va perdiendo en la
montaña, subiendo tanto que a las dos del mediodía, después de haber
comido, tan solo he recorrido treinta kilómetros de los aproximadamente
cien que hay hasta Swansea. Después de subir la primera de las subidas
más exigentes de todo el viaje, que me obliga a, como decimos los
ciclistas, tirar de riñones (subir sentado), para mantener la tracción por un
camino pedregoso y darlo todo hasta la extenuación, veo que el camino
sigue subiendo por, lo que parece ser, el camino o la vía de acceso a una
propiedad privada, cerrado con una valla y un candado que no puedo de
ninguna de las maneras franquear. Sorprendido y enfadado, decido
dirigirme a Cardiff, donde hay un camping, ya que necesito cargar los
dispositivos y reorganizarme. Bajando, me doy cuenta del desnivel que
había superado, pero debo parar constantemente para orientarme hasta
que llego a Pontypridd donde, en teoría, se enlaza de nuevo con la ruta
cuarenta y siete, que me lleva a Swansea, pero ya no estoy seguro de
nada y sigo bajando. A medida que me acerco a la capital, el tráfico se
intensifica, y el cruce de vías rápidas, algunas elevadas, que interrumpen
mi trayectoria, acaba convirtiéndose en una pesadilla. No me queda más
remedio que cruzar varios carriles y, en uno de esos puntos en los que
todos buscan su salida, el agotamiento y las prisas me pasan factura: uno
de los muchos camiones que pasaban tiene que reducir la velocidad
bastante más de lo que una incorporación a la carretera obliga a aminorar.
Cuando ha pasado el susto, tengo que parar a un lado de la carretera para
respirar porque, en ese momento, estoy seguro que alguien con poca
experiencia al volante se me hubiera llevado por delante. ¿Quién decía
que las bajadas no cansaban? Con paciencia, poco a poco, voy llegando al
camping donde puedo pasar la noche. De camino hacia el supermercado,
con más pena que alegría y ganas de acabar el día, me cruzo con un
grupo de adolescentes que van llamando la atención. Al pasar junto a ellos
uno me tira algo en el pecho; resulta bochornoso pero no puedo hacer
nada, son muchos y me superan las circunstancias. De regreso, me
prepararé la cena tomando una cerveza, sin apenas esperanza para
confiar en la suerte de que al día siguiente algo no vaya a suceder.
6.3 Jueves 28 de julio

Gales es más dura para rodar que Inglaterra: tiene menos tráfico,
pero, en esta parte, las rampas pueden ser muy duras; tengo la sensación
que nunca voy a llegar a Swansea. Antes, debo llegar a una población que
se llama Tondu, y yo pregunto a la gente por una población que se llama
Tondu, pero parece que hay algo que no digo bien.

Lo primero que hago cuando recojo es regalar la mesa plegable con


la que he cargado todo el viaje; ya me ha hecho el servicio que tenía que
hacer, así que me dirijo al campista que tengo al lado, que parece que
disfruta de la parcela con su libro como si estuviera en su salón, y se la
ofrezco pensando que le irá perfecta para poner su taza de té. Al principio
no parece interesado, pero le insisto y accede a quedarsela.

Después de hacer la buena obra del día, cargo el equipaje en la


bicicleta y, lloviendo, salgo del camping hacia Pontypridd, a veinte
kilómetros, para después enlazar con la ruta cuarenta y siete, pero no
tengo suerte y enlazo con una carretera secundaria que parece de tercera,
porque está llena de nidos, además, está tan empinada, tanto, que no doy
crédito de como puedo estar subiéndola; hasta tengo tiempo de
preguntármelo mientras la subo, lo estoy haciendo fenomenal: puedo notar
como el cuádriceps se ha desarrollado y endurecido, a la altura de la
rodilla, cuando empuja hacia abajo el pedal. Una vez llego arriba estoy
exultante; subir con una bicicleta que pesa 30kg lloviendo es gracias al
fondo físico adquirido a lo largo del viaje y al mismo peso, que favorece la
tracción en un firme al que lo único que le faltan son cristales rotos. De
bajada, me encuentro a unos operarios que están reparando un tramo de
calzada y les pregunto por la población de Tondu; al final me entienden y
me dicen que está lejos. Les digo que no pasa nada, que vengo de
Barcelona, y se echan a reír a carcajadas; al parecer, todavía conservo el
sentido del humor; me ha hecho sentir bien el hacer reír. En el siguiente
pueblo, me refugio en un parking cubierto dentro de un edificio que parece
público donde hay una mesa redonda con sillas. Aprovecho para secarme
y cambiarme. Hay gente obrera que sale y entra, algunos se sientan
alrededor; no se que actividad se desarrolla, pero son gente humilde. Un
matrimonio se pone a charlar conmigo y me invitan a su casa, parecen
buena gente. Ven que voy al límite y que circular hoy es peligroso; prefiero
no molestar confiando que amainará y, en un momento en el la lluvia cesa,
emprendo de nuevo la marcha. Bajando por una carretera, veo la entrada
de lo que parece un camping y no lo dudo; pero una vez dentro observo el
panorama: una parcela de césped semi-encharcada. La mujer de
recepción me pregunta si 18£ (unos 23€) me parece caro, lo cual es todo
un detalle, al parecer le sabe mal cobrarme pero no discuto. Las
instalaciones son mínimas, como casi todos los campings que he visto en
Reino Unido. Mi equipo, al igual que el terreno, está mojado, aún así, ni
siquiera reparo en haber rechazado la invitación del matrimonio; eran muy
amables: él era chofer de autobús por Europa, le pregunté cuánto faltaba
para llegar a "Tondu" pero no sabía donde estaba "Tondu" porque ellos lo
pronuncian como si se escribiese "Tondee" ("tondi"), entonces le dije que
iba a Swansea ("suonsi"), y luego a Pembroke ("pembrouc") para
embarcar en un ferry hasta Irlanda, entonces ahí me corrige: el ferry que
tengo que coger hasta Irlanda ya no sale desde Pembroke, esa línea ya no
estaba operativa, tengo que ir hasta Fishguard, que está más lejos.

Sí, eran muy amables, pero la intuición me aconsejo que tenía que
continuar, una sensación tóxica me empujo a la carretera mojada, y la
carretera mojada me conduciría al césped empapado, del césped
empapado, cuando ya habría montado la tienda, al módulo de chapa
habilitado para la cocina, al cual haría varios viajes esquivando los
charcos, dando saltos, vestido de ciclista; allí, sentado en una silla de
mimbre, pasaría la tarde secando la ropa ante la mirada de los campistas
que irían llegando a medida que se acercara la hora de cenar. Los
campistas llegan para participar, al día siguiente, en un evento deportivo a
través de la montaña. Algunos de ellos necesitan usar las instalaciones del
camping para hacerse la cena, así que no les queda más remedio que
esquivar mi maillot, mi culotte, mis calcetines y mis guantes, que están
repartidos por todos los rincones que he encontrado donde se pueden de
alguna manera colgar, para que se puedan secar. La situación es un poco
triste e incomoda sin llegar a lo lamentable, de momento; estoy sentado en
la única silla haciendo de colgador, y al mismo tiempo necesito, también,
hacerme la cena; el módulo de recepción ya ha cerrado y la responsable
se ha ido a su casa, así que tampoco es posible ocupar allí la estancia,
solo me queda el lavabo. Como todo el mundo está en la cocina, se me
ocurre ir al lavabo y secar los calcetines con el secador de las manos,
hasta que llega un hombre y me grita porque le molesta el ruido: claro, es
tarde, se levantaran pronto, supongo tendrá que levantarse temprano para
ir a correr por la montaña y necesitará estar fresco para hacer un buen
papel. En el momento, no me queda más remedio que callarme como me
callaría el día anterior, cuando me increparon los adolescentes que me
lanzaron un objeto. Es muy difícil actuar con inteligencia en el momento: si
hubiese actuado en consecuencia, como más o menos era de mi mismo
tamaño, le hubiese pedido unos calcetines secos y explicado mi situación;
pero en el momento no se me ocurrió porque, también en esta ocasión, las
circunstancias me superaban. Al día siguiente, se acercaría de nuevo a
primera hora a la cocina y me encontraría allí, y le dedicaría una mirada
que le daría una respuesta silenciosa, con retraso, relacionada con la
incomodidad y el respeto.

6.4 Viernes 29 de julio

La mujer que me atendió ayer, muy amablemente, me indica como


regresar a la ruta cuarenta y siete; han sido unos días lluviosos pero por fin
sale el sol, aunque todavía llueve un poquito:

—«sunny wales» —. Me dice sonriente.

Una vez en ruta y con el sol en el cielo me noto risueño: el hecho


intrínseco, nunca mejor dicho, de que sea viernes y de que haga sol, invita
a que no haya de qué preocuparse; hay que aprovechar el momento, así
se vive por aquí. He tenido problemas desde los primeros cien kilómetros
en Francia, por suerte, la reparación del portabultos ha resultado ser más
fiable que la propia sujeción; eso no significa que no deba estar pendiente
constantemente de la reparación, pero de momento está aguantando bien.

La ruta sigue paralela a la carretera por la que descendía lloviendo


cuando encontré el camping. Delante mío tengo a dos ciclistas que van
con alforjas: los adelanto hasta que llego a una zona ajardinada donde
debo detenerme para orientarme. En ese instante, me alcanzan y se
detienen al lado mío para concretar por donde debemos continuar. A
continuación, llego a una población donde la ruta continúa por una
estructura elevada de madera, con la entrada camuflada por la vegetación,
como si estuviese oculta a propósito para que nadie la descubriera. Es
curioso como hacen las cosas aquí: da la sensación de que existe un
espíritu conservacionista con aire de leyenda, como si les gustase
aprovechar los elementos naturales para crear atmósferas de cuento.
Cuando entro, compruebo que la plataforma salva una exuberante y
húmeda zona verde, y es tan resbaladiza que es imposible no caer al
salvar sus curvas en ángulo recto. Primero, caigo yo, y, al cabo de un rato,
cuando ya me he levantado y estoy haciendo fotos del siniestro, para
mandárselas a la reina de Inglaterra y el príncipe de Gales, no me da
tiempo a advertir a uno de los ciclistas, que viene detrás mío, y también
cae al suelo. El batacazo es importante porque el hombre es corpulento.
Voy en su ayuda, pero enseguida se incorpora. Le acerco una pieza del
portabultos, que se le había soltado con el golpe, y yo sigo mi camino.

En Gales son bastante primitivos; empezando por el idioma: en el


que puedes encontrarte palabras sin vocales; pasando por la orografía:
llena de montañas y estuarios, lo que la convierte en inaccesible; y
acabando por las soluciones que tienen para que no entren otro tipo de
vehículos que no sean bicicletas por sus rutas ciclistas: aparatosas
estructuras de hierro, que no se limitan a unos pilones en medio de un
camino, sino que son estructuras de metal compuestas por arcos y barras
de múltiples formas según donde estén situadas; en ocasiones, sin
responder a un modelo estándar. Me crearon muchos problemas y varias
veces tuve que desmontar el equipaje para pasarlas; como en esta
ocasión: un sistema de rejas dobles de más de dos metros de altura
custodian una muralla de piedra que rodea un jardín, a la entrada y a la
salida, lo que significa repetir el proceso dos veces, en unos doscientos
metros; por suerte, coincido de nuevo con mis, ya, amigos ciclistas, que se
han presentado formalmente en el paso metálico anterior. Uno de ellos se
llama Dave Lewis, me ha dado una tarjeta; es el que se ha dado el
trompazo en el puente: es escritor y poeta, está dando la vuelta a Gales
para colaborar con una fundación contra el cáncer de próstata. Es lo que
digo de los galeses; son muy primitivos: ¿Qué mejor que colaborar contra
el cáncer de próstata que la vuelta a Gales en bicicleta?. El otro hombre se
llama Warren. No tengo ganas de hablar con nadie hoy, estoy alienado
después de tantos días de viaje solo, y de pasar tantas calamidades; lo
único que quiero es llegar. Así que como no estoy receptivo, sigo mi
camino, además, mi ritmo es bastante rápido en comparación con el suyo.
Al llegar cerca de Swansea ya empiezo a notarme cansado, pero tengo
que hacer un esfuerzo para llegar al alojamiento, que está todavía lejos.
Swansea parece bonito, grande, pero tengo problemas para orientarme y
ahora no tengo tiempo para visitarlo. Cuando estoy en el paseo marítimo,
esperando a que baje el puente levadizo, de repente uno de los ciclistas
viene y me invita a tomar algo; al parecer me había visto pasar mientras
ellos estaban sentados en una terraza, tomando una cerveza. Yo le digo
que agradezco su invitación pero no puedo porque tengo que llegar al
alojamiento y es tarde, pero insiste, me dice que no me preocupe, así que
acepto la invitación porque, francamente, parece mucho más sugerente
que la otra opción, aunque todavía estoy nervioso, porque no estoy seguro
de si comprenden mi situación; pero tengo buena sensación.
Cuando llegamos a la terraza donde están sentados me pido una
cerveza y charlamos, pero noto que me cuesta: primero, por el idioma, y,
segundo: por el cansancio. De ahí nos vamos al final del paseo marítimo,
donde me enseñan un poco la zona; no son muy conscientes todavía de lo
que llevo encima, sobre todo los últimos días, que han sido especialmente
duros; pero yo me dejo llevar, es viernes. Después, vamos a un pub con
mucha solera, por una vía verde que pasa por un bosque, de camino a
casa de Warren; The Railway Inn. Nos sentamos fuera para vigilar las
bicicletas y tomamos otra cerveza antes de ir a su casa, donde está su
mujer Nikola y su hijo William: es una casa unifamiliar en three crosses,
una zona residencial y tranquila, apartada del núcleo urbano de Swansea;
Warren es ingeniero y su mujer profesora de español; ella no es española,
es portuguesa. Yo ya estaba KO antes, pero ahora, después de las dos
cervezas, tengo que hacer esfuerzos para mantener la compostura.

Me cuesta mucho seguirles el ritmo; hablan rápido y estoy cansado,


además reconozco que también estoy apurado por la hospitalidad: He
estado maldiciendo demasiado todo lo relacionado con estas tierras
últimamente, y ahora me abren las puertas de su casa, me ponen un plato
de comida, una botella de vino español, y me sientan con ellos en la mesa.
La cena transcurre comentando diferencias culturales sobre ingleses y
galeses, y el hecho de que en Inglaterra son más germanos y en Gales
más celtas; se nota que les gusta mucho su forma de vivir y su cultura.
Después de fregar los platos y meter toda mi ropa en la lavadora, y
posteriormente en la secadora, nos vamos a dormir: Al día siguiente
iremos hasta Tenby. Tenby no es Tondu, Tondu se pronunciaba «Tondi»,
que se parece a Tenby, por eso llevo un cacao mental que no me aclaro.
Tenby, está al sur de Fishguard, cerca de Pembroke, desde donde salía
inicialmente mi ferry. Pasaremos allí la noche.

6.5 Sábado 30 de julio

Yo estoy acostumbrado a ponerme las pilas desde primera hora de


la mañana, porque cada día es una aventura y no sabes lo que te espera.
Dave se había puesto el despertador a las siete, pero yo estaba de pie
hacía rato. Al parecer, Dave, no había dormido muy bien por el golpe que
se dió en las rodillas, en el Parc Slip Nature Reserve. Slip significa
resbaladizo. El nombre viene de Parc Slip Colliery. Así se llamaba el pozo
o mina de carbón donde trabajaban ciento cuarenta y seis hombres y
niños, que en 1892 explotó dejando más de cien muertos. Por desgracia,
en el sur de Gales, la industria del carbón se ha cobrado muchas más
víctimas, posteriormente, con todavía peores tragedias. Es inevitable que
todo en conjunto no te invite a hacer una reflexión sobre este país y sus
gentes, y eso sucede cuando vas con ellos dejándote llevar, que es
precisamente lo que hago este fin de semana, dejarme llevar; la
comodidad de no tener que pensar en nada más que en pedalear. Eso son
vacaciones; una escapada dentro de una escapada; la práctica del
cicloturismo para desconectar del viaje en bicicleta.

Comenzamos la jornada rodando por el Millennium cycle path, un


carril-bici que sigue la costa, perfecto para comenzar a rodar. Al salir de
casa de Warren atravesamos el río Loughor y después de parar para hacer
una foto, Dave pincha. Le ayudo a cambiar la cámara asegurándome de
que no haya nada clavado en el neumático que la pueda agujerear.
Hacemos otra parada para hacer unas fotos en Burry Port; pasamos por
las dunas de arena y los humedales de Pembrey Burrows y llegamos hasta
el castillo de Kidwell, del siglo XIV. Hasta aquí todo tranquilo, muy
tranquilo; comemos, fotos, risas y salimos de nuevo hasta que llegamos a
Ferryside, desde donde se ve Llansteffan y su castillo. Según Dave es uno
de los escenarios que aparecen en la obra del poeta galés Dylan Thomas,
"Visit to Grandpa's", que mejor describe lo que significa ser galés. No se si
son sus emociones lo que le pinchan las ruedas, pero tenemos que volver
a reparar un pinchazo: al parecer Dave tiene problemas con sus
neumáticos. Como se ha pinchado por el mismo sitio por donde pinchó,
decido poner un parche, y entre medio un recorte de cámara vieja, para no
gastar una nueva, ya que es posible que la propia llanta esté defectuosa.

Hasta llegar a Carmarthen, una de las ciudades más antiguas de Gales,


debemos superar un montón de rampas. Hace rato que seguimos la ruta
cuatro, y compruebo que no hace falta ser extranjero para desorientarse
por estas tierras. Desde aquí vamos directos hasta la playa de Amroth,
subiendo y bajando; menos mal que voy con ellos, porque yo calculé unos
veinte muros, y si hubiese ido solo, hubiese sido duro. Fue una pena no
haber ido hasta Llansteffan, porque hubiese estado bien ver todo lo que
habíamos recorrido desde este cabo, donde está el castillo. Pero con
tantos pinchazos, Dave tiene su propio vía-crucis, además, hemos perdido
mucho tiempo. Llegamos finalmente a la bajada, que nos lleva hasta la
playa. Warren y yo llegamos primero y Dave llega caminando un rato
después con la rueda pinchada. Podríamos decir que es un milagro haber
recorrido cien kilómetros con esa rueda. Nos tomamos una pinta tomando
el sol, al mismo tiempo que reparamos la rueda con desidia; el comienzo
de la ruta ha sido suave pero ya son las siete, hemos trabajado duro, y hay
ganas de llegar.

Para llegar a Tenby, primero debemos pasar por Saundersfoot, una ciudad
medieval que creció a raíz de la construcción del puerto, para el comercio
de minerales en el siglo XVIII. Lo bueno es que llegamos por una serie de
túneles, hechos para el tren en aquella época, y que hoy en día son una
atracción del lugar. Después de la experiencia hacemos una parada. Hay
dos gaviotas caminando en medio de la calle, como si hubieran llegado
para visitar la zona al mismo tiempo que nosotros. Saco el teléfono para
hacerles una foto; Warren hace un comentario jocoso (tiene pocas pero
buenas); hago mi propia interpretación de la escena y me da un ataque de
risa; Dave tiene su cámara en la mano y me hace una foto: Necesito
desahogarme, han sido muchas emociones.

Una vez en Tenby, hacemos las fotos de rigor en el rincón más


fotografiado de Gales. Tenemos la suerte, de podernos alojar en un piso, y
eso en Tenby es un privilegio, pero para acceder al apartamento, primero
tenemos que subir una colina, luego desmontar el equipaje y subir dos
pisos a pie, cargados con las bicicleta y las alforjas; antes hemos pasado
por un supermercado y comprado la cena, solo queda prepararla. Una vez
más tomo la iniciativa y preparo un plato de pasta que se chupan los
dedos; y ya duchados y cenados, nos relajamos viendo en YouTube, a
través de una gran pantalla plana, el episodio de los Monty Python "the
cycling tour". Estoy agotado.

6.6 Domingo 31 de julio

Obviamente, después del cansancio acumulado, no tengo muchas


ganas de ir un domingo a la oficina: no he descansado ni un solo día
desde que llegué a Inglaterra, y eso son 400 km. En 9 días, que mirado así
no son ni 50 km. Al día, pero ese cálculo no se ajusta a la realidad: aquí se
pedalea diferente, yo ya sabía que a partir de Inglaterra todo iba a cambiar.

Ya habiendo tomado un almuerzo galés, con huevos, judías y un zumo de


naranja, descendemos la colina que nos llevó al apartamento y nos
dirigimos a Pembroke, donde llegaremos siguiendo la ruta cuatro. Me
sorprende lo ratonera que llega a ser esta ruta, sobre todo porque pasa por
sitios inverosímiles, pero es la gracia de la bicicleta, se mete por todas
partes. Una vez en el castillo, nos paramos para descansar, hacer una
foto, tomar algo y aprovechar el domingo; no va a ser todo sufrimiento.
Cruzamos el Cleddau Bridge, donde nos azota un viento terrible directo del
Atlántico, y desde donde tenemos una vista aérea del puerto. Desde allí se
suponía que yo debía salir hacia Irlanda, ya que hoy cada uno se va en
una dirección, cogeré un tren hasta Fishguard. Dave seguirá haciendo la
vuelta a Gales para recoger fondos contra el cáncer, y Warren volverá en
tren a su casa en Three Crosses. En la estación Warren me ayuda a sacar
los tickets porque estoy desorientado. Allí mismo nos despedimos y Dave y
yo nos vamos a un centro comercial, él entrará a comprar una cámara de
recambio, y yo me quedaré esperando afuera, vigilando su bicicleta hasta
que salga, para una vez fuera despedirnos.

Para ir hasta Fishguard, debo coger un tren a las once de la noche, y


parar en una estación a diez minutos, para tomar otro tren hasta la
estación, desde donde sale mi ferry a las dos de la madrugada. Como
debo hacer tiempo y tengo hambre, me voy a un McDonalds que está
cerca de la estación. Son un buen refugio cuando quieres hacer tiempo.
Este en concreto, es un edificio construido especialmente para colocar un
McAuto y una terraza, así que no me resulta difícil encontrar una mesa
junto a la vitrina, para comer y vigilar la bicicleta desde dentro. Como son
muchas horas hasta que llegue la hora de marchar, aprovecho para hacer
algunas llamadas. Localizo a una amiga que conocí en Bruselas, cuando
hice el viaje Bruselas - Amsterdam. Estuvimos hablando una hora y le
conté como estaba, entonces, ella me responde con una frase que me
pareció muy cierta: "estás saciado". Como diciendo: Llevas un mes de
viaje, has estado pedaleando solo, has visto un montón de sitios: "estás
saciado". No le falta razón, ya no disfruto del viaje si no lo puedo compartir.

Una vez estoy dentro del convoy, que solo tiene tres vagones, veo
que el revisor viene directo hacia mí con determinación, y al ver que tengo
el billete noto como se relaja. Incluso, me comenta que debo bajarme en la
siguiente estación, para tomar el tren hacia Fishguard. Salgo del tren en
una estación en medio de la nada, vacía, oscura, en silencio, solo con un
panel informativo que da unas indicaciones sobre otros itinerarios. Me
quedo esperando, dando cabezazos una hora y media, hasta que oigo
como se acerca el tren. Viene lento por la vía de enfrente, justo a la hora
que debía pasar el mío. Cojo la bici corriendo, y como voy con tejanos y
medio dormido, no me caigo a la vía de milagro. Doy la vuelta por el
puente pero es demasiado tarde; efectivamente he perdido el tren. No voy
a coger el ferry ni dormiré en un camarote, de hecho todavía no he
comprado el billete, con lo cual no pierdo nada, así que, saco de mi alforja
la esterilla y el saco de dormir; será mi segunda y última noche al aire libre
en Gales.

A las seis y veinte tomo el tren que me lleva hasta Fishguard. El tren
va vacío y en media hora llego a la parada, que queda justo delante de la
estación del ferry. No hay nadie y la puerta del restaurante está abierta, de
modo que puedo entrar dentro y ponerme cómodo. Hasta puedo echarme
un rato tapado con mi saco, mientras cargo la batería de mis dispositivos.
A eso de las 10:00 comienza el movimiento en la estación y hago tiempo
sentado cómodamente, mientras se despiertan las cafeteras. En ese
momento hago la compra on line del billete para el ferry, y como estoy
descansado no reservo camarote, ahorrándome 30 €; No hay mal que por
bien no venga. Durante el trayecto de tres horas, me da tiempo a escribir la
crónica de los últimos días de viaje. Ese es mi pasatiempo nocturno:
escribir, ver las fotos, planear las rutas, y gestionar los alojamientos.
IRLANDA-FRANCIA-ESPAÑA

7 - Eastern & Western Ireland

7.1 Tipperary & Galway

Si Gales me recibía lloviendo Irlanda me recibiría diluviando. No sé si


es premonitorio de lo que sucederá, pero sí es cierto que en Irlanda llueve
más. Aquí volvemos a la zona € aunque todavía se circula por la izquierda.
La orografía ya no es tan accidentada y las rutas son más amplias.
También tiene vías con poco arcén, pero muchas tienen arcén de más de
metro y medio, para la circulación de vehículos lentos especialmente
tractores, pues es un país con una importante industria agrícola y
ganadera. Yo lo voy a atravesar de sureste a oeste por sus campos, lo
cual para mí será más interesante, porque me dará una visión más fiel del
país, que si voy a Dublín y desde allí a Galway, que es una de las
principales rutas turísticas.

Serían las cinco o seis de la tarde, cuando llegué empapado al pub


de Wexford donde tenía reservada una habitación. Llegaba desde
Rosslare Harbour a veinte kilómetros, donde desembarcó el ferry que me
traía desde Fishguard. En la barra del pub, me atiende una mujer amable
de mediana edad, que al ver en el estado que llego, se apresura a buscar
las llaves. Al mismo tiempo conversa con otra clienta, con la que comparte
una tableta de chocolate. Me invita pero no me apetece en ese momento;
parece un poco nerviosa por la gente que hay al fondo. Pido una pinta y
cuando me sirve, pasamos con mi bicicleta a través del acogedor local
hasta un patio, donde los clientes del pub salen a fumar y por donde se
accede al interior del bloque, donde está la parte trasera, con el parking y
las habitaciones. Los tipos que hay en el pub, se mueven por el bar como
si tramaran algo entre copas, hablando unos con otros. Algunos me miran
discretamente como diciendo «este de donde vendrá». Mientras me tomo
la pinta y me seco, espero que me abran la puerta desde fuera, un poco
inquieto. De repente, una chica rubia, guapa, se detiene y me pregunta con
entusiasmo de dónde vengo. Yo le respondo que vengo de Barcelona, y
ella perpleja como un gato, con los ojos muy abiertos, redondos y
brillantes, de un azul muy claro, me responde:

-«for charity???»- con su acento inglés (¿por caridad?).


Bajo la turbia mirada de su acompañante, respondo tímidamente que voy a
Galway de vacaciones. En ese momento me invade la sensación de que
tenemos algo en común: No contribuyen de ninguna manera a la
humanidad tomando pintas y esnifando cocaína a las seis de la tarde de
un lunes, y yo tampoco colaboro de ninguna manera siguiendo las líneas
blancas de la carretera sin hacer absolutamente nada productivo por los
demás. Es la primera impresión que tengo en Irlanda, en el contexto de
justo haber pasado unos días con un galés, que recoge fondos contra el
cáncer de próstata. Es significativo y esta situación no me dejará
indiferente a partir de este momento.

Disfruto el alojamiento durante toda la tarde y me acuesto pronto. A las


cinco de la mañana ya estoy despierto. Aprovecho la comodidad de la
habitación para escribir y buscar otro hospedaje hasta que son las doce,
que ya es una hora decente. Después de entregar las llaves, la mujer que
me atendió, me dio unas indicaciones para llegar a Westford antes de
marchar. Por el camino me paro en un super para comprar, pero sobre
todo para ver los productos y comparar precios. Me llevo algo de comer
pagando con euros, lo cual es un alivio porque me da la sensación de que
estoy ahorrando dinero, cuando todavía me quedan unas 30 libras en la
cartera, no obstante la comida sigue siendo algo cara. Sentado en un
banco que hay junto a la entrada del supermercado, observo a la gente
cómo se mueven por el parking, mientras disfruto una ensalada de col.
Cuando me monto en la bicicleta, ya en la carretera voy pensando sobre
qué haré después de llegar a Galway; ya he hecho prácticamente todo el
viaje ¿me iré hasta Escocia para volver a Inglaterra, llegar a Londres y de
allí a París? Si hago eso ya no veré ni el sur de Irlanda ni los acantilados.
Seguiré rodando preocupado por el presupuesto, pasando por ciudades
sin poder visitar con calma ningún lugar.

Continuo hasta Bellyhack, donde cruzo en ferry el estuario de The Three


Sisters, y las orillas del río Siur se distancian, como si se abrieran para
entregar el río al mar. La atracción convierte el lugar en paisaje, porque
aunque sea un paso de diez minutos un simple trámite, a medida que la
embarcación se aleja, mejor se puede contemplar el lugar. Supongo que
mucha gente llega bajando por la costa este, o viniendo desde Rosslare,
porque bajan de los coches y quizá, aprovechan la poca fuerza del sol, que
refleja el gris plomizo del cielo en el agua, y contrasta con los colores más
vivos de las casas, cerradas con tejados de pizarra, para poderlas
fotografiar. O quizá, porque por encima de ellas, en una altura, una Iglesia
custodia de espaldas al estuario su cementerio, donde un registro dice que
un Laurence Power en 1836, murió a los 170 años de edad.

Vista del paso de Ballyhack en Wexford Co. Desde el Ferry en dirección


Waterford

Al cruzar la orilla debo superar una subida muy larga, con tráfico y mucho
desnivel, por la carretera de montaña que hace al río de pared. Me asusto
un poco porque me había hecho ilusiones, pensando que todo iba a ser
más plano, pero en seguida llego a la parte alta para luego descender. La
circulación en Westford es lenta. Voy esquivando coches por el paseo que
acompaña al río, hasta que debo girar por un puente, para pasar de nuevo
a la otra orilla y salir de la ciudad.

Pocos kilómetros después de haber cruzado el río por segunda vez, llego a
Mooncoin, "moneda de luna" si lo traduzco del literal. Lo primero que veo
cuando salgo de la carretera es una imponente cruz celta de piedra, que
se asoma por encima del muro del cementerio que hay delante del pub.
Entro dentro y antes de preguntar si saben donde está el hostel, me pido
una pinta para parecer natural; me da la sensación de que en todos los
locales están siempre los habituales, hablando de deporte o de algo con lo
que despotricar.

En el hostel, mi estancia es una habitación doble de una tienda de


campaña familiar, montada sobre el césped que hay alrededor del edificio
principal. Cuando llego allí, solo están: Tom, el dueño, un hombre que vive
allí con su familia en una casa justo al lado; JP Morrisey, un chico de New
Castle, que se encarga del mantenimiento, un tipo que estuvo en Perú y
habla un poco español; y Jane, una mujer joven, que se encarga de
realizar tareas, y que duerme en la habitación de enfrente, dentro de la
tienda de campaña familiar, donde duermo yo. Parece que son voluntarios
a cambio de hospedaje y dieta. Supongo que por parte de los huéspedes,
se pedirá sentido común, respeto y todas esas maravillas que se intenta
inculcar a los jóvenes, para poderte servir de ellos. Lo más parecido a un
hostel que he estado nunca, han sido unas convivencias con el colegio
cuando tenía 11 años. Nunca he estado en un hostel, no los busqué hasta
que Warren me dijo, que había una aplicación que se llamaba Hostelworld,
para buscar alojamientos.

La noche del día siguiente, preparo mi cena en el área común sin nadie
alrededor, ya que no hay huéspedes y está vacío, pero la visita de una
mujer con su hija acompañada por Jane, perturban la paz a la que ya me
había acostumbrado. La niña de unos 3 años, grita nerviosa y mira de
manera extraña, ante la impasibilidad de sus tutores, que a su vez
tampoco consideran necesario calmarla, aunque esté encima de la mesa.
No parece normal, pero no tengo ninguna autoridad y tampoco me pagan
para hacer de bufón, así que me concentro en la comida, ignorando a la
niña, que como no encuentra en mí diversión alguna, vuelve cerca de los
suyos para jugar. Eso parece llamar la atención de esta tal Jane que
colabora con ellos, pero pasa totalmente desapercibido para la madre de la
niña, que es consecuente con la situación. En ningún momento nadie me
llama la atención, pero resulta incómodo. Al día siguiente tenía una reserva
por el portal de alojamientos turísticos Airbnb en Thurles, a setenta
kilómetros, dirección noroeste. Pude ocupar una casa humilde pero entera,
por el precio de una habitación, durante una noche, pagando el doble de lo
que había pagado por dos noches en la tienda de campaña. Cabe decir
que con más suerte que otra cosa, ya que el propietario, un chico joven
Irlandés muy hospitalario, se marchaba para pasar la noche con su cuñado
y su hermana en otro lugar. Me dio la sensación de que huía, porque
coincidí con la persona que había ocupado mi habitación la noche anterior,
y a las seis de la tarde, todavía estaba en la vivienda conversando con él,
hasta que llegara su autobús, y pudiera definitivamente marchar.
Al salir de Mooncoin fui por carreteras secundarias hasta Thurles.
Desde allí quería llegar a Portumna, la bonita ciudad comercial que te
recibe cuando cruzas el puente del río Shannon, y que une los condados
de Galway y Tipperary. Muchos tramos del camino los hice por pista,
siempre sufriendo por si el portaequipaje resistía el traqueteo. Me fue
imposible evitar pasar por la ciudad de Nenagh, después de dos intentos
por caminos, por los que no podía pasar. En la capital del condado de
Tipperary North, paré para comer en una plaza cerca del castillo. Mientras
estaba allí sentado, un hombre de mediana edad se me acercó, con
intención de entablar conversación conmigo y algo más. Habiendo
comprobado que no era el candidato ideal para la que sería su otra
intención, me recomendó finalmente, que fuera a la torre del castillo de
Tipperary, desde donde según él, se veía todo el condado... Me dirigí al
castillo y mientras las personas de recepción me vigilaban la bicicleta, yo
rápidamente visitaba la torre, para comprobar por mi mismo, que tampoco
era para tanto.

No es complicado orientarse en Irlanda: en tres días llego a Galway


recorriendo entre 70 y 90 kilómetros al día. A primera hora siempre me
paro en una gasolinera, donde compro un plátano, una barra de pan y me
tomo un gran vaso de café con leche. Todas las gasolineras disponen de
una cafetera self-service y puedo entrar en calor, cuando todavía estoy
destemplado, y necesito algo que me anime para afrontar el día.
Normalmente tardo una hora en recoger el campamento y cargar el
equipaje; suele pasar otra hora rodando en bicicleta, antes de encontrar
una gasolinera, donde tomar mi gran vaso de café con leche: me da
energía para dos o tres horas hasta la hora de comer; a las doce paro en
alguna parte, normalmente en alguna estación de servicio, y me hago un
bocadillo de jamón y queso: Esa es mi dieta.

En general aquí conducen un poco más rápido que en Reino Unido,


y pasan más cerca de los ciclistas. No respetan tanto las distancias.
Posiblemente son un poco más inconscientes que sus vecinos británicos
en la carretera. También hay más tráfico de camiones y tractores, por eso
voy por rutas alternativas que estudio con Google Maps, lo cual resulta un
poco arriesgado, porque me encuentro rampas y caminos que no están
asfaltados. Es en una de esas rutas alternativas, donde me doy cuenta de
que el escenario de un western, podría perfectamente tener su origen en
los campos irlandeses; granjas y condados. Viéndolos tengo la sensación
de estar inmerso en una escena del oeste. La gente que vive en el campo
y tienen tierras, viven en esas casas tan "country", rodeadas por una valla
de madera sin puerta, y en ocasiones en vez del coche, puedes ver dentro
el caballo. Cuando paso en bicicleta por delante de la entrada, los perros
salen y me persiguen corriendo, hasta que se aseguran de que ya no
amenazo su propiedad.

La exploración suele pasar factura cuando no has calculado el


desnivel, o el tiempo que puedes tardar, o te quedas sin agua, o tienes una
caída o una avería y no hay nadie para ayudar. Al salir de Nenagh,
circulaba por una ruta ciclista entre campos, cuando el único tornillo que
unía el portaequipaje al cuadro de la bicicleta se partió; lo que me obligó a
parar, desmontar el equipaje, y realizar una reparación in-situ, con la
fortuna de que pude sacarlo y reemplazarlo. A última hora, encontré un
camping, donde no había nadie a excepción de la familia que lo gestiona.
Todavía había luz cuando me puse a dormir y en ese momento, entendí
por qué estaba vacío. Justo delante, guardaban un rebaño de ovejas y no
paraban de balar. Al principio pensaba que no iba a pegar ojo, pero estaba
tan cansado de rodar durante todo el día, que a pesar del tremendo
escándalo, me quedé dormido y pude descansar.

Al día siguiente, sábado, cuando me levanto hace frío: salgo pronto,


pedaleando a buen ritmo, hasta que llego a una gasolinera ambientada
con música country y tengo una buena sensación. Me tomo mi café con
leche, y ya metido en situación, recorro los 13 kilómetros que me separan
del puente levadizo por el que se entra a Portumna. Cuando llego me
pongo muy contento: después de un més y una semana, y dos mil
quinientos kilómetros, el cartel de Galway me da la bienvenida. Me paro
para hacerme una foto y celebrarlo, comprando en una ferretería, un
paquete de bridas de las que en ningún viaje pueden faltar. Supongo que
si vas acompañado, en ese momento te das un abrazo o algo así, pero en
mi caso solo me hice un selfie, pensando en quienes lo van a ver; ni
siquiera sabía que cara poner.

A medio camino entre Portumna y Galway está Loughrea, una


ciudad donde veo una tienda de bicicletas; me paro para preguntar, si me
pueden hacer una puesta a punto, pero no es posible porque se dedican
solo al alquiler. El tipo que me atiende es ciclista de montaña y charlamos
un rato. Después de darme la dirección de un taller en Galway, donde
puedo llevarla a reparar, me hago una foto con él de recuerdo y sigo mi
camino. Cerca de la Bahía de Galway el viento empieza a soplar fuerte del
Atlántico, y en los últimos 8 kilómetros me cuesta llegar hasta el Spanish
Arch: Ruina de una muralla construida para proteger los barcos, que fue
parcialmente derruida por el tsunami que provocó el terremoto de Lisboa
en 1755. Cuesta de entender, que la catástrofe que el uno de noviembre,
día de todos los santos de dicho año, provocó miles de muertos en Lisboa
y arrasó la ciudad, pudiera llegar tan lejos. El nombre de Spanish Arch es
solo una referencia al antiguo comercio mercantil con España y los
galeones españoles, que a menudo atracaban aquí en la época medieval,
lugar que hoy en día se conoce como la Spanish Parade.

Mientras me tomo una pinta llamo a mi amigo Martin, con el que


quedo al día siguiente, mientras veo el ambiente desde una mesa en la
terraza del pub. Una pareja muy simpática me pregunta de donde soy. Yo
le respondo: «I am from Barcelona». En ese momento no detecto nada,
pero luego entro dentro porque hace frío, me siento en una mesa donde
volvemos a coincidir, y me explican, que el mexicano de la serie Hotel
Fawlty, del famoso Monty Python, John Reese, cuando no entiende las
disparatadas situaciones que suceden, dice: «i aaam from barceloooona»
o algo así. Riendo un poco, me recomiendan cambiar el guión para este
tipo de preguntas estándar, porque da lugar a guasa; bronceado, con ropa
de deporte, y con mi acento: burla asegurada.

A las seis de la tarde del día siguiente, me encuentro finalmente con


Martin, mi profe de ingles! En el Murphy 's: Un pub tradicional de Galway
para tomar una pinta, donde principalmente van los hombres mayores y
donde en teoría sirven la mejor Guinness. Martin, me va a llevar por los
locales, para enseñarme como se divierten por aquí: Se trata de ir de pub
en pub; cuando llega la hora de la cena vas al burger, y después a ver
música en directo hasta que el cuerpo aguante; luego cuando los locales
cierran vuelves al burger para que se te pase el mareo y te vas a dormir; y
si por si acaso tienes tentaciones de seguir bebiendo, la ley prohíbe
comprar alcohol antes de las diez de la mañana, y de las doce los
domingos durante todo el año: El alcohol no es un buen anticongelante y
en Irlanda, en invierno hace frío, oscurece pronto, y está vacío. Cuando yo
quedé con Martin no pensaba que íbamos a salir, así que en vez de
vestirme para la ocasión, fui a reunirme con él en bicicleta; la aparqué en
la calle y la até con una cadena, tampoco iríamos demasiado lejos, todo
transcurre prácticamente en la calle principal. Él ya me advirtió que esto no
es Dublín, y que aquí no desaparecen las cosas. Como no es normal que
nadie vaya con un culotte de fiesta, y Martin en su terreno se socializa
mejor que yo, algunas personas, sin darme cuenta, le preguntan por mi
procedencia, y al responderles que vengo de Barcelona, se quedan
impresionados; ¡menos mal que voy con traductor! Lo bonito del ambiente
es que no es vulgar, aún siendo turístico, es bohemio: en seguida las
personas se reúnen para hablar y mantener una conversación de pub. Me
llevo muy buen recuerdo de esa noche, nunca había visto una discoteca
con música en vivo; es una escena muy potente.

Al día siguiente, lunes, por la tarde voy a la oficina de turismo y al


mecánico, para preparar la que será mi ruta de vuelta. Primero al
mecánico para que me cambien los frenos y repasen el cambio. Es una
tienda pequeña, tan pequeña, que para repararla, tienen que subir la bici
por las escaleras al piso de arriba. Pero son muy amables y me preparan
la bici mientras voy a la oficina de turismo de Galway, que está muy cerca:
Es enorme, con muchas mesas para atender personalmente al público. Me
facilitan un montón de guías, a cual más bonita, en especial una, con unas
fotografías preciosas, en color pero como si fueran antiguas y los años 70.
Solo la utilizaré para leerla y la guardaré con mimo, para que no se dañe y
vuelva de regreso entera. Finalmente decido hacerle caso a Martin, e ir
hacia el norte para visitar Connemara, luego volver a Galway y desde ahí,
en ferry, a la isla de Inishmore, la más grande de las tres islas que forman
las Aran Islands. De ahí coger otro ferry hacia Doolin, para visitar los
acantilados; bajar la costa Oeste hasta el Killarney National Park, y
después hasta Cork, donde finalmente zarparé a Francia. Galway se
convierte así en mi cuartel general. El camping de Salthill no es ni de lejos
el mejor camping en el que he estado, pero está relativamente cerca de la
ciudad, y aunque hace muchísimo viento, por estar prácticamente en
primera linea de mar, reúne las condiciones más básicas de un camping.
Hasta hay una mesa de madera en el área de acampada, de esas que
tienen un banco incorporado a cada lado, para comer, tomar algo,
organizarte un poco, etc. Lo mejor de todo es que nadie me dice nada: lo
lleva un matrimonio joven que lo dirige desde una caravana. Es un lugar de
paso, económico, donde hay bastante rotación de gente que viene a visitar
la zona, hacer la fiesta, y luego se van.
8 - Western Ireland

8.1 Connemara

Para entender bien la zona es necesario saber donde estoy: Galway,


es la capital del Condado de Galway, en la provincia de Connacht. En
Irlanda hay 4 provincias: Al norte Ulster, al sur Munster, al este Leinster,
donde está la capital Dublín, con la bandera verde y el escudo de la gaita,
y al oeste Connacht. Connemara, es una región cultural que abarca el
territorio del Connacht oeste, comprendida al oeste del Condado de
Galway desde el lago Corrib, hasta las Islas de Arán, y una parte del
Condado de Mayo al norte. Incorrectamente se le llama Connemara al
oeste de Galway, por eso da lugar a confusión si acabas de llegar, pero
cuando hablas de Connemara todo el mundo sabe que zona es.

Al salir de Galway City, me dirijo hacia el norte por la carretera próxima al


lago Corrib, que divide el condado de Galway de norte a sur, hasta el límite
con el condado de Mayo, donde acaba, separando el oeste del este de
Galway Co. Simplemente debo rodar y dejarme sorprender, para luego
dirigirme al oeste y bajar siguiendo la costa. Pero antes de salir debo
comprar, por eso, la primera parada la hago en un maravilloso Lidl. Este
supermercado, se ha convertido en mi gran superficie favorita en Reino
Unido e Irlanda. En España tiene mucha competencia, pero en esta parte
de Europa tiene más presencia. Sus precios económicos atraen a muchos
compradores. En estos países la comida es más cara y el cliente no es tan
exigente. Me llama la atención que aquí, lo primero que encuentras cuando
entras, son los pasteles y la bollería industrial antes que el pan. Tanto en
Reino Unido como en Irlanda, se vuelven locos con los dulces; por estas
tierras me da la sensación que sucumben mucho a la tentación. Mientras
estoy sentado en el muro del parking, comiéndome mi bocadillo, los
cuervos se acercan. Aquí y en Inglaterra son muy comunes, y supongo
que en Escocia también, de hecho, Dave me comentó que estas Islas son
refugio de aves y hay muchas especies. Tienen un aspecto malvado, con
ese pico tan largo y afilado. Los muy carroñeros no respetan nada, todo
vale por un trozo de pan, que lástima, con lo que a mí me gustan las aves!

Después de presenciar las violentas disputas de los cuervos sin salir


herido, comienzo a rodar y poco a poco, voy adaptándome a la ruta ciclista
que ya había empezado a abandonar. Hace un poco de frío. Aprovecho
que paso por delante de una tienda de deporte bastante grande en la
carretera, para parar y comprar un cortavientos. Lo único que tengo
parecido es un chubasquero, y no es apropiado como abrigo de
entretiempo, porque no transpira y empapa de sudor la ropa, lo cual es
muy incómodo. La prenda que me compro sólo cuesta veinte euros. No es
una prenda de ciclismo, sirve para trekking y es muy ligera, además, tiene
un color rojo muy llamativo que va perfecto para llamar la atención. Ahora
estoy al sur del condado de Mayo, Connemara. Aquí encuentro un
camping que se llama A Quiet Man (Un Hombre Tranquilo). Toma el
nombre de un film de cine clásico protagonizado por John Wayne, tal y
como puedo comprobar, en el enorme cartel de la película que hay en la
recepción. El edificio es grande y alargado, una casa típica irlandesa con
un tejado alto a dos aguas, que alberga un segundo piso. Todo es muy
verde y está prácticamente vacío. Monto mi campamento y la tarde la paso
en la sala de estar, arriba, bajo el techo abuhardillado, hasta que por la
noche me avisan que van a cerrar y debo bajar a mi tienda a dormir.

A las diez salgo en dirección oeste hacia la costa. De camino, intento ir por
una pista que pasa por un bosque y llego a un embarcadero, pero debo
dar la vuelta porque no puedo seguir, entonces, continuo por la misma
carretera por la que salí del camping, y ahora sí, paso por delante de la
escuela Ashcroft, la más antigua escuela de cetrería en Irlanda. Un
precioso castillo de arquitectura victoriana, que a su vez hace de hotel de
cinco estrellas, con unos impresionantes jardines. Un lugar con mucha
elegancia, que podría ser sin problemas, escenario de una película de
James Bond. Cuando el helicóptero privado, los deportivos de gama alta, y
los impolutos joker paseando a caballo, consiguen desplazarme con su
ostentosidad, continuo la carretera con mi humilde bicicleta y la sensación
de no haber visto nada, hasta que llego al centro de la población de Cong,
donde se reúne la mayoría de los turistas que no tienen tanto dinero, para
ver el The Quiet Man Museum, Tours & Gift Shop. Esta fue la zona que el
influyente John Ford eligió en 1952 para dirigir a John Wayne y Maureen
O'Hara, en la ganadora de dos Óscar The Quiet Man. La película es
famosa por la exuberante fotografía del paisaje Irlandés y precisamente
por eso ganó un Oscar. El otro fue al mejor director. Que dios bendiga a
John Ford.

Después de almorzar y darle de comer a los patos, que son más dulces
que los cuervos, en el romántico canal abandonado de Cong, sigo mi
camino. Paso por una población donde hay bastantes vehículos
aparcados, ya que se celebra un funeral. Es como una señal: a medida
que avanzo el paisaje ya comienza a tener ese aspecto inhóspito y
despoblado, que da la sensación de estar en medio de la nada. Pasada
una zona de lagos, la carretera, custodiada a la derecha por una montaña,
se adentra por el lateral de un gran valle, ancho y alargado, donde solo
hay rebaños de ovejas y montañas que lo rodean. Saliendo de la
depresión en la que se encuentra, coincido con unos ciclistas, en un cruce
con otra carretera a la que justo ya me estoy asomando, y nos paramos
para hablar. Están extasiados por lo bonito de la parte, que yo todavía
debo cruzar. Intercambiamos información; ellos me recomiendan un hostel
en Leenaun y yo les recomiendo el hostel donde había estado en Cong.
Proseguimos cada uno nuestro camino, para recorrer a la inversa, lo que el
otro ya ha recorrido. Para acabar de salir del valle, debo superar una serie
de rampas tremendas, donde hay unas señales que ponen: «shut up legs,
nearly there», que inglés significa callad piernas, ya casi has llegado. Una
frase muy común en el mundo del ciclismo, por lo que yo sé, para
automotivarse. Algo que me deja parado, pues lo último que me esperaba,
era encontrarme una señal con eso en medio de la nada; viajar es
sorprendente. A eso de las dos llego a Leenaun, donde se cierra Killary
Harbour, el único fiordo que hay en Irlanda: Un fiordo es un valle inundado
por debajo del nivel del mar. Desde donde se cierra este fiordo no ves la
desembocadura, pero si te acercas a la orilla puedes ver cómo llega su
fuerza. Quizá no sea la fuerza del mar y es simplemente el viento, de todas
maneras es un sitio especial. Si en Gales, los paisajes son como de
cuento, en Irlanda, los paisajes están envueltos en un aura de misterio.

A ocho kilómetros de Leenaun, subiendo por una carretera está el hostel


que me recomendaron los muchachos con los que me crucé. Llego a eso
de las tres de la tarde, después de tomar una Guinness en el Pub de
Leenaun. Tiene zona de acampada y no hace falta que me reserve cama
en una habitación. Por la tarde, cuando monté la tienda y me duché, me
senté cómodamente a eso de las seis en la sala de estar. Había pasado
frío durante el día y me apetecía ponerme cómodo en un lugar acogedor,
de modo que me siento en una mesa en un rincón, cerca de un enchufe,
donde puedo conectar mis dispositivos, cargarlos, y escribir tranquilamente
la crónica del día; solo hay dos muchachos franceses jugando al ajedrez.
De repente, llegan un grupo de adolescentes alemanes y se ponen en la
mesa grande para jugar a las cartas. Empiezan a gritar como si estuvieran
locos, dando golpes en la mesa, y les tengo que llamar la atención, pero
no me hacen caso. Los franceses que estaban jugando al ajedrez, dejan la
guerra para otro momento; Izan la bandera blanca y se retiran. Poco
después, vienen los tutores del grupo de jóvenes alemanes, que con un
dominio magistral del imperativo, restauran el orden, los callan de golpe, y
les dan las instrucciones sobre el plan que el día siguiente debían
continuar. Cuando llega la ronda de preguntas, yo les pregunto a qué hora
cierra la sala: Los tutores me miran sorprendidos, porque lo último que se
esperan es que nadie haga preguntas, y mucho menos un huésped; una
niña del grupo, se adelanta y me responde que la sala se cierra a las 10;
todos se quedan parados y nadie vuelve a alzar la voz, hasta que se van a
la cama a eso de las 12, después de ver una película en el televisor.
Finalmente la sala no se cierra por la noche, y cuando todo se queda en
silencio, ocupo el sofá y me quedo dormido. A las 9 de la mañana entra de
nuevo el grupo alemán, ya que habían reservado el espacio para hacer
clase a primera hora. Yo ya estoy despierto, en el sofá, leyendo en mi
tablet. Entonces suena una música estúpida en el teléfono de uno de los
alumnos, y se me escapa una risa tonta: la tutora me llama la atención y
después de una discusión, no le queda más remedio que callarse y
dejarme en paz. A la hora de comer, en la cocina está todo el mundo
preparándose la comida por separado, utilizando todos los trastos a la vez.
Yo me fui al pueblo a tomar algo al pub de Killary Harbour, porque si
quieres cocinar algo tranquilo, tienes que esperar a que todo el mundo
acabe. Luego volví, me hice mi comida, compartiendo el espacio con una
cocinera de algún grupo de los que se alojaban allí. Al principio estaba un
poco nerviosa al verme a mí rondando cerca de la enorme olla que tenía
en el fuego, pero en seguida me dio la sensación que se calmaba, al ver
que yo tenía otra forma de trabajar, menos caótica que la mayoría de los
que entraban allí. Más tarde, por la noche, a las diez, la sala de estar se
cerraba y abrían el pub del hostel. Me fui allí para escribir tomando algo,
mientras conversaba con una mujer, que se sentó donde yo estaba.
Cuando cerraron, me fui a dormir a la tienda, y a la mañana siguiente
saldría pronto para continuar. No es que estuviera mal en este alojamiento,
al contrario, el alojamiento estaba fenomenal, pero no es lo mismo
compartir las instalaciones con adultos que con grupos escolares y sus
tutores, que están hartos de tenerlos que vigilar. Tampoco se puede pedir
que en estos sitios reine la paz, son albergues juveniles y para eso están.

La costa de Connemara está formada por un gran número de penínsulas


que se pueden recorrer en lo que denominan "loops": Entradas y salidas
por carretera para visitar los salientes; un área llena de entradas de agua,
lagos y montañas; un terreno lleno de circuitos de belleza cruda e infinita;
un auténtico paraíso para campistas que van con roulotte o furgoneta. El
oeste de Galway, son aproximadamente 50 km², donde podrías recorrer
quinientos kilómetros, sin apenas pasar dos veces por el mismo sitio. De
hecho hay mucha gente que recorre irlanda en roulotte, bordeando la
costa, ya que la isla solo mide 250 Km. De largo. Es un país precioso: el
cielo de Irlanda, la composición de las nubes y la luz, se encargan de
completar un paisaje que no necesita filtros. Pero claro, un paisaje así de
salvaje también tiene sus inconvenientes. A la entrada del primer "loop" ya
tengo dudas, porque la previsión del tiempo no es buena, y la panorámica
que hay del cielo todavía menos. Nada más recorrer la península de
Renvyle, debo refugiarme en un pub porque empieza a llover demasiado.
Me tomo una pinta y salgo pensando que podría avanzar, pero es
imposible, así que ahora me meto en un hotel y me tomo un té en la sala
de estar, mirando la ventana. De repente, corren la cortina, y al no poder
ver lo que pasa fuera, me explican que es costumbre hacerlo cuando hay
un funeral. Al cabo de un buen rato, cuando consideran oportuno, vuelven
a correr las cortinas. Entonces, compruebo que todavía llueve más y
vuelvo al pub para comer. Está lleno de gente, seguramente la mayoría
estaban en el funeral. Por la tarde tengo la gran suerte de encontrar un
camping en la misma península. Puedo montar la tienda y cenar allí, pero
sin ninguna comodidad. Y entonces me vuelve a invadir la sensación de
soledad: estoy cansado de mantener conversaciones banales con
campistas en las cocinas y no sentirme cómodo en ningún lado, si en una
tienda de campaña no se vive, en la mía lo único que se puede hacer es
morir, porque no se puede ni estar sentado, así que si llueve, y los
campings están preparados solo para roulottes, lo único que puedo hacer
es estirarme en la tienda como una momia en un sarcófago: esperando
saltar al otro lado de la vida. Así es la vida del explorador y más vale que
te acostumbres, porque no se sabe cuántos días lloverá. Es en esos
momentos, si tienes dinero, cuando vale la pena buscar una habitación,
porque baja la moral. En una habitación puedes conectar tus aparatos;
cosas tan sencillas como cargar la luz trasera, que se encarga de darte
seguridad cuando circulas por carretera, o darte una ducha, secar la ropa,
etc. De hecho, no voy a aventurarme más por la zona, todavía tengo
mucho camino hasta Barcelona, como para ir haciendo "loops" viendo
carreteras y cielos, bajo las inclemencias del tiempo. Al día siguiente, al
salir del camping, paro de nuevo en el pub para almorzar y cuando salgo,
me doy cuenta de que ahora es el portabultos delantero el que está a
punto de soltarse. El tornillo está flojo y tengo que apretarlo. Finalmente, a
las doce, con sol, salgo hacia Galway por la carretera principal, pero noto
que no he descansado bien: estoy estresado. Paro en Clifden, la capital de
Connemara, para comer, y de camino tengo la suerte de encontrar un
Supermac: Un establecimiento tipo Burger King pero Irlandés; tienen unas
hamburguesas buenísimas; y me doy un poco de alegría, sentado en el
bordillo de un callejón. Me alojaré en un camping de los alrededores, lleno
de molestas mosquitillas, que no me dejarán en paz ni para montar la
tienda por la noche, ni para desmontar la tienda a la hora de marchar. Esa
misma tarde, cuando ya estoy instalado, llega una campista y coloca la
tienda cerca, pero parece que busca la soledad. No puedo evitar ponerme
en su lugar; no es que no tenga ganas de socializar, pero yo también estoy
cansado, así que me meto en la tienda temprano y me pongo a
descansar.

8.2 Doolin

Al camping de Galway llego harto de rodar. Me pongo exactamente


donde me puse la última vez, ahora delante de dos chicas y un chico que
pasan la tarde tranquilamente, tomando algo sentados en el césped, en la
entrada de su tienda de campaña. Al ver que soy cicloturista, me
preguntan de dónde vengo; tengo ganas de hablar, así que, como parecen
simpáticos, me siento con ellos a beber una cerveza que me compré por el
camino. Son alemanes, más jóvenes que yo. Cuando les respondo que
vengo desde Barcelona pedaleando, y que llevo un mes y medio de viaje,
una de ellas, me pregunta si tengo mucho dinero: no entiende que alguien
se pueda permitir unas vacaciones de mes y medio. Eso me molesta,
porque a estas alturas, yo ya no me considero cicloturista, me considero
viajero. Prefiero que me alaguen diciendo que soy muy valiente y me
pregunten por cosas del viaje, a que me pregunten por mi status en mi
ciudad y me quiten todo el mérito. Me hacen sentir como si fuera un
cobarde privilegiado que huye de algún lugar. Sí cuando llegué a Irlanda,
la chica de los ojos claros que estaba en el pub, me hizo reflexionar con
aquella pregunta sobre si lo hacía por caridad, ahora esta chica me
consigue perturbar, por hacerme una pregunta que también es normal.
Eso, al igual que entonces, no me deja indiferente. Ellos no notan nada, y
yo hago ver como si no pasase nada; seguimos charlando hasta la hora de
cenar, pero no tengo hambre. Me invitan a pasar la noche con ellos en
Galway City, así que me visto para salir y vamos en coche. Nos reunimos
con unos amigos suyos en una cervecería, y después vamos a un local a
bailar. Cuando volvemos al camping, me muero de hambre y sin darme
cuenta de que todo el mundo está durmiendo, comienzo a hacer ruido
preparándome algo de comer; mis amigos, al ver que es tarde y me van a
llamar la atención, me dan un plato de pasta hervida que les había
sobrado; me lo como al mismo tiempo que entro en situación, y cuando
estoy más tranquilo, me meto en la tienda a dormir. Al día siguiente, ellos
tienen que recoger para seguir su viaje: Han alquilado un coche y van
hasta los acantilados. Me invitan a acompañarlos y como necesito
desconectar no rechazo la ocasión: dejo la tienda de campaña montada,
meto dentro todas las maletas, ato la bicicleta a la valla delante de la
oficina del camping, me preparo lo imprescindible y cuando he recogido,
me subo en el coche con ellos y vamos juntos a almorzar.

De nuevo, al igual que en Gales cuando me encontré a Dave y Warren, lo


único que debo hacer es dejarme llevar. Un descanso mental, que te
permite volver a la comunicación con otras personas, alejándote de la
esclavitud de los pedales y los incesantes diálogos personales. Hasta me
dedican una canción de Sting que nunca había oído: " The Last Ship " con
reminiscencias irlandesas. Supongo que despierto algún tipo de
sentimiento en alguna gente, porque Sue, la mujer de John (la pareja de
ciclistas ingleses que conocí en un camping del Canal de Midi en Francia)
me envío por correo electrónico, la letra de una canción, sobre un chico
que viajaba buscándose a sí mismo. En aquel momento pensé que yo ya
había pasado esa fase de mi vida, aunque más adelante comprenderé que
todavía me faltaba un hervor.

Volviendo al coche, ellas van delante y nosotros vamos detrás. Una


conduce y la otra mira el mapa, pone música y hace fotos. Todo fluye
hasta que de repente, parados en un atasco, nos dan un golpe por detrás.
No es grave, pero nos damos un buen susto; Tenemos que apartarnos de
la calzada y colocarnos en el arcén para hacer un parte amistoso. He
recorrido aproximadamente tres mil kilómetros en bicicleta, y no me ha
alcanzado nadie hasta que me he subido en un coche; no creo que la
culpa sea mía, supongo que son cosas que pasan. Cuando han
gestionado el siniestro, arrancamos de nuevo, nos desviamos en una vía
de servicio y paramos en un sitio donde las chicas puedan orinar: no hay
heridos graves. Antes de llegar a Doolin, donde están los famosos
acantilados, nos paramos para comer y descansar en un lugar que parece
tranquilo. Cuando bajamos del coche coincidimos con una pareja de
alemanes cuarentones, que dicen que les encanta venir a Irlanda todos los
años. Mis amigos y ellos hablan inglés entre ellos y la mujer, que no calla
mientras el marido observa, nos cuenta que una vez en Francia, una niña,
les puso problemas para embarcar en el ferry desde Roscoff, por ser
alemanes. La mujer no tiene muy buen concepto de los franceses,
tampoco sabe que yo desciendo de franceses, de hecho, nadie lo sabe;
parece que se defiende del cargo de conciencia que pesa sobre el pasado
de sus compatriotas: los que tienen cierta edad, han vivido la transición de
los años ochenta. Mis amigos son un poco más jóvenes y no parecen
acusarlo tanto, y yo, yo me siento como un topo de la resistencia.

Después de estar plácidamente tomando el sol, mientras la chica que hace


de copiloto le hace un masaje en el cuello a la conductora, para relajar un
poco la tensión de las cervicales, por el golpe que recibió a causa del
accidente, regresamos al coche y ya entrada la tarde, nos metemos por
una carretera de costa, estrecha, con montaña a un lado y acantilado al
otro; hay autobuses que paran en los miradores, vamos despacio;
podemos observar a una chica oriental, que subida en la montaña, llora
mirando al mar. Yo hago un comentario jocoso, sin pensar demasiado,
porque tengo ganas de desahogarme y las chicas, responden
consecuentes, que a veces es normal llorar; no sabemos por qué está
aquí, quizá ha roto con el novio o quizá es un sueño, que siempre habrá
querido cumplir. Finalmente, llegamos a la zona de los acantilados y
aparcamos el coche a eso de las seis de la tarde, para hacer la excursión
por los "Cliffs of Moher". Los espectaculares acantilados de entre cien y
doscientos metros de altura, dependiendo del lugar, que hay a lo largo de
ocho kilómetros en el condado de Clare. "Cliffs of Moher" en irlandés
significa: "los acantilados de la ruina". Su nombre viene de una fortaleza
que hubo hasta el año 1876. Desde ellos se pueden ver las Islas de Arán y
la bahía de Galway; hay un sendero que los recorre a lo largo. Nosotros
vamos hasta el sur para hacer el recorrido desde la parte opuesta al centro
de visita, que está en el norte, para evitar la masificación de gente.
Continuamos por el sendero y contemplamos las vistas de los diferentes
salientes. Una de las chicas, la que va con su pareja, se adelanta, y la otra
chica y yo, nos quedamos al borde de uno de los acantilados: mantenemos
una conversación un poquito más privada, sin tocar ningún tema en
concreto. Es el lugar ideal para darse un beso, pero ya soy un poco mayor
para hacer el tonto, aunque no lo suficiente, porque luego me arrepiento de
no haberlo hecho. Seguimos el sendero y nos hacemos fotos. Una de ellas
se baja los pantalones para que le hagamos una foto, de espaldas, como
enviando un mensaje de naturaleza mientras mira al mar; personalmente,
a mí nunca se me hubiese ocurrido, no porque sea retrógrado, de hecho
me pareció bonito.
Hace aire, en manga corta hace frío y empieza a oscurecer. Damos media
vuelta a mitad del recorrido. Nosotros vamos un poco más adelantados y
ellas van tranquilas, charlando de sus cosas. Cada vez que se acercan, él
y yo nos volvemos a adelantar. Hasta que no llegamos al coche, se me
hizo larga la espera. De noche llegamos al camping de Doolin, donde
preparamos la cena. Después nos vamos directos a dormir, yo en mi
tienda de campaña y ellos tres en la suya, encima de unos gruesos
colchones inflables. Al día siguiente, yo ya me he duchado cuando ellos
todavía estaban durmiendo. Habíamos hablado de seguir el viaje juntos
pero yo no puedo acompañarlos, tengo todo mi equipo en Galway, así que
quedamos que nos llamaremos; nos despedimos y yo muy pronto por la
mañana, me iré en un bus hasta Galway de nuevo. Habrá sido un buen
respiro salir de mi rutina y pasar el día con ellos.

8.3 Aran Islands: Inishmore

9 - Southern Ireland

9.1 Killarney

10 - Francia

10.1 París

11 - España

11.1 Barcelona

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