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4. PROBLEMÁTICAS DE LA CLASIFICACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN


EL ORDEN INTERNACIONAL

Chapter · June 2021

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Ana María Bonet Rina Coassin


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PUBLICADO EN: SÁNCHEZ SÁNCHEZ, JAVIER; COMPENDIO
GENERAL DE DERECHOS FUNDAMENTALES. LA LIBERTAD EN
ESPAÑOL, TIRANT LO BLANCH, VALENCIA, 2021

4. PROBLEMÁTICAS DE LA CLASIFICACIÓN DE LOS


DERECHOS HUMANOS EN EL ORDEN
INTERNACIONAL
ANA MARÍA BONET DE VIOLA1; RINA COASSIN2; ELISABET VIDAL3
Universidad Católica de Santa Fe, Argentina

SUMARIO: Introducción. 1. Origen histórico-político de la clasificación en


generaciones. 2. Consecuencias de la escisión de los Derechos humanos. 3. El
Estado como garante de la indivisibilidad de los Derechos humanos.
4.Clasificación o indivisibilidad. 5.- Perspectivas

Introducción
Desde la instauración de la Carta Internacional de los Derechos
Humanos4 a mediados del siglo XX, se han desarrollado
1 Investigadora Universidad Católica de Santa Fe. Postdoctorado CONICET.
Doctora en Derecho (Universidad de Bremen, Alemania), Master en Derecho –
LLM (Universidad de Friburgo, Alemania), Abogada (UNL, Argentina), Mediadora.
Directora del Proyecto de Investigación “Derechos humanos y economía.
Relaciones y tensiones entre los derechos sociales y ambientales y el orden
jurídico-económico transnacional”, UCSF, Argentina. Miembro del proyecto de
investigación “La Seguridad Alimentaria en la Provincia de Santa Fe. Estudios
sobre la dinámica y expansión del derecho agroalimentario local” , FCJS-UNL,
Argentina. Docente UCSF, Santa Fe, Argentina. abonet@ucsf.edu.ar,
https://orcid.org/0000-0002-9991-5
2 Investigadora Universidad Católica de Santa Fe, Abogada (FCJS-UNL), Escribana,
Mediadora. Miembro del proyecto “Derechos humanos y economía. Relaciones y
tensiones entre los derechos sociales y ambientales y el orden jurídico-
económico transnacional”, UCSF, Argentina. Docente UCSF y UNL, Santa Fe,
Argentina. rcoassin@ucsf.edu.ar, https://orcid.org/0000-0002-1333-6211
3 Investigadora Universidad Católica de Santa Fe, Dra. en Derecho (UCA),
Abogada (UCSF), Mediadora (INTERMED-ADE). Miembro del proyecto “Derechos
humanos y economía. Relaciones y tensiones entre los derechos sociales y
ambientales y el orden jurídico-económico transnacional”, UCSF, Argentina.
Docente (UCSF), Santa Fe, Argentina, evidal@ucsf.edu.ar, https://orcid.org/0000-
0002-4960-3625.
4 Se considera Carta Internacional de los Derechos Humanos a la unidad de los
tres principales documentos internacionales de Derechos Humanos: la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y los Pactos
Internacionales de Derechos Civiles y Políticos por un lado y de Derechos
prolíferamente diferentes discursos sobre estos derechos. Aunque
los hay de todo tipo y origen, ha primado en la formación de los
juristas, así como en la práctica jurídica un enfoque liberal que
puede ser identificado con la raigambre moderna del derecho
hegemónico de origen occidental y en constante expansión
transnacional.
Este trabajo postula que este enfoque liberal de los derechos
humanos atenta en la práctica contra la efectiva realización de los
mismos, en particular de aquellos considerados como de segunda
o tercera generación. En efecto, la clasificación de los derechos
humanos en generaciones, si bien puede corresponderse con una
cuestión histórico-genealógica,5 ha terminado plasmando un
orden de jerarquía entre los mismos, priorizando los de primera
generación y relegando los considerados de segunda o tercera a
un plano declarativo, de inexigibilidad. Mientras que los derechos
de la libertad suelen obtener una exigibilidad inmediata, a los
económicos, sociales y culturales, así como a los colectivos o “de
la solidaridad” (Cançado Trindade, 1994, p. 63) suele
reconocérseles sólo cierta exigibilidad mediata
(Abramovich/Courtis, 2002, p.168).
En un primer apartado, mediante la presentación de un mapeo
genealógico de la clasificación de los derechos humanos en
generaciones, se procurarán plantear las consecuencias que esta
escisión teórica implicó en la práctica jurídica. Se propone para
ello una reconsideración del abordaje liberal-moderno de los
derechos humanos, así como del rol del Estado como garante de
los mismos (Bonet de Viola, 2016, p. 20); ello sobre todo en vistas
a reivindicar la primacía de los derechos relegados como de
segunda y tercera generación por su potencial para garantizar
una vida digna.
En un segundo apartado, se analizan las consecuencias de la
escisión de los derechos humanos en generaciones respecto de
las obligaciones de los Estados como principales garantes de su
cumplimiento. Puntualmente, se describen los efectos de la
clasificación en lo que respecta a la justiciabilidad de los Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (DESC) tanto en el ámbito
interno de cada Estado como internacional y la puesta en valor de
los mismos por parte del Comité de los DESC (CDESC).

Económicos, Sociales y Culturales por el otro (1966).


5 Se atribuye el origen de esta clasificación al jurista checo Karel Vasak, quien las
nombra en 1978 en un artículo titulado cómo “Los derechos humanos: Una
realidad jurídica” (Vasak, 1978, p. 4)
En un tercer apartado, se presentan las consecuencias de un
enfoque de las obligaciones de respetar, proteger y garantizar los
derechos humanos a partir de los principios de indivisibilidad e
interdependencia.
El cuarto apartado plantea cómo el enfoque liberal de los
derechos humanos y su respectiva clasificación en generaciones,
en la práctica atenta contra tales principios, generando una
especie de contradicción discursiva dentro de la propia narrativa
liberal hegemónica de los derechos humanos.

4.1. Origen histórico-político de la clasificación


en generaciones
Si bien el reconocimiento de derechos inherentes a la dignidad
de toda persona humana en los ordenamientos jurídicos internos
de los Estados puede ser considerado un fenómeno moderno
(Nogueira Alcalá, 2003, p. 1), su traducción en el orden jurídico
internacional ha debido esperar hasta el siglo XX. La recepción de
los derechos fundamentales en las Constituciones decimonónicas
debió reflejar las banderas de la libertad y la igualdad de los
movimientos revolucionarios de fines del siglo XVIII, 6
instaurándose como límite frente al poder absoluto del soberano
(cf. Sotillo Antezana, 2015, p. 167). Por ello, aquellas
Constituciones receptaron principalmente los derechos conocidos
como civiles y políticos, que funcionan como garantía de las
libertades, la igualdad–para entonces formal–y la participación en
la decisiones políticas (cf. Nogueira Alcalá, 2003, p. 13-14). Así
logran instaurarse estos derechos de la libertad y la igualdad
formal como de ‘primera generación’, marcando un hito fundante
del derecho moderno occidental, que llegó a inspirar las
subsiguientes Constituciones tanto europeas como americanas
del siglo XIX.7
La puesta en crisis de aquellos postulados liberales a
comienzos del siglo XX ha dado lugar a la segunda ‘generación’
6 El 4 de Julio de 1776 las trece colonias americanas que permanecían bajo la
autoridad inglesa se declararon formalmente independientes de Gran Bretaña e
iniciaron el proceso de constitucionalización que culminó en 1787 con la
adopción de la Constitución de Estados Unidos elaborada por la Convención
Constituyente y ratificada por nueve estados -de acuerdo al número exigido- en
1788 . Por su parte, la Revolución Francesa de 1789, proclamó los principios de
libertad, igualdad y fraternidad, acogidos luego como principios de la República
al redactarse la Constitución de 1848 (Martínez Delfa, 2011, p. 2-3).
7 En este sentido, por ejemplo la Constitución Argentina originaria de 1853/1860,
así también sus predecesoras, la Constitución Americana de 1787, la Francesa
de 1791 y la Española de 1812.
de derechos fundamentales. El Constitucionalismo social pone
entonces en cuestión la concepción liberal del Estado,
reconociendo derechos que trascienden la sola esfera de libertad
e individualidad del sujeto, situandolo social, cultural y
familiarmente (Sotillo Antezana, 2015, p. 168). En este contexto
jurídico, recién entonces luego de la segunda guerra mundial y
como resultado de sus devastadoras consecuencias humanitarias,
surge la preocupación por plasmar en el orden internacional
aquellos derechos fundamentales que venían reconociendo los
ordenamientos internos de los Estados (Espejel Mena/Flores Vega,
2014, p. 163).
Así, se constituye la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), que incorpora explícitamente en su Carta como propósito
la cooperación internacional, en cuanto medio para alcanzar ‘el
respeto a los derechos humanos y a la libertades
fundamentales’.8 La Organización encomienda entonces a la
Comisión de los Derechos Humanos9 la especificación de estos
derechos mencionados en la Carta. Surge pues en su seno un
Comité de Redacción10 con el objetivo de plasmarlos en un texto
normativo.
La conformación de este Comité reflejó las tensiones políticas
del contexto internacional posguerra, presentando dos bloques
antagónicos. Si bien enfrentados a nivel discursivo, los bloques
liberal–encabezado por Estados Unidos (EEUU)–y socialista–
encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS)-, coincidieron en el objetivo de limitar aquel encargo a una
mera declaración genérica de derechos, en oposición a aquellos
Estados como Reino Unido o Australia que pugnaban por una
auténtica Constitución global (cf. Mendiola, 2009, p. 3).
El trabajo de la Comisión se vio finalmente plasmado en el
texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que
8 En este sentido, los Derechos Humanos son nombrados en siete oportunidades a
lo largo de la Carta de NU. Así, tanto en el Preámbulo, como en el artículo 1º al
enunciar los Propósitos de la Organización, así como en los artículos 55 y 56, se
hace expresa mención a los derechos humanos y al compromiso de los estados
en respetarlos.
9 Fundada en 1947 por el Ecosoc funcionó hasta 2006, año en que fue destituida
y reemplazada por el Consejo de Derechos Humanos debido a las críticas de
parcialidad vertidas por parte de diferentes delegaciones (Barrena, 2012, p. 47).
10 Integrado por ocho países, conforme surge de la historia oficial de Naciones
Unidas, elegidos teniendo en cuenta la distribución geográfica. De esta manera
conformaron el Comité Eleanor Roosevelt, la viuda del Presidente
estadounidense Roosevelt, René Bassin de Francia, Charles Malik del Líbano,
Peng Chung Chang de China, Alexandre Bogomolov de la URSS, Charles Dukes
de Reino Unido, William Hodgson de Australia, Hernan Santa Cruz de Chile y John
Humphrey de Canadá (NU, 1947).
en 1948 fue aprobado por la Asamblea General de Naciones
Unidas (AGNU). Esta Declaración receptó de manera conjunta
tanto derechos civiles y políticos como económicos, sociales y
culturales en un único texto, relevante antecedente de los
principios de indivisibilidad e interdependencia. Si bien alcanzó
notoria aceptación global, el carácter declarativo de dicho
instrumento lo torna meramente enunciativo y carente de
vinculatoriedad (Barboza, 2008, p. 727). Ello condujo a la AGNU a
encargar a la Comisión un instrumento análogo pero que podase
alcanzar carácter obligatorio.
Fue así que, en el año 1966 y con el objetivo de tornar efectiva
la Declaración Universal, se consolida la Carta Internacional de los
Derechos Humanos con el dictado de dos Pactos 11: el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PDCP) y el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
(PDESC).
La escisión en dos instrumentos vuelve a plasmar la tensión
política no sólo imperante en la Comisión, sino también a nivel
global (Barrena, 2012; Serrano, 2013, p. 94). La victoria que
alcanzaría el liberalismo con la caída del muro de Berlín se
anticipó ya en la redacción de los Pactos. La división formal de los
derechos de la libertad y los derechos económicos, sociales y
culturales en dos instrumentos permitió no sólo a los EEUU no
ratificar el PDESC (Shelton, 2004, p.70), sino que su distinta
aunque sutil redacción genera todavía graves consecuencias en la
práctica jurídica (Didier, 2012, p. 93-94).

4.2. Consecuencias de la escisión de los


Derechos humanos
Si bien el Artículo 2.1 de ambos Pactos–referido a las
obligaciones de los Estados respecto de la realización de los
derechos por ellos reconocidos- presenta una redacción similar,
sus sutiles diferencias conllevan graves consecuencias prácticas.
Mientras que en el PDCP los Estados se comprometen a respetar y
garantizar12 los derechos en él reconocidos, en el PDESC se

11 Los textos de ambos Pactos fueron aprobados por la Resolución 2200 AGNU del
16/12/1966 abriéndose entonces a la firma y entrando en vigencia en el año 1976.
12 Artículo 2.1 PDCP: “Cada uno de los Estados Partes en el presente Pacto se
compromete a respetar y a garantizar a todos los individuos que se encuentren
en su territorio y estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos en el
presente Pacto, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición social”.
comprometen a adoptar medidas, hasta el máximo de sus
recursos para lograr su realización (cf. Barrena, 2012, p. 23). El
compromiso respecto de los derechos civiles y políticos constituye
un deber inmediato e improrrogable, una obligación de hacer
(Bonet de Viola, 2017, p. 5). En cambio, respecto de los DESC, el
compromiso es progresivo, ligado a una serie de factores como
los recursos de cada Estado y las medidas que estos puedan
adoptar, pudiendo identificársele, en una primera instancia, con
una obligación de medios (Aguilar Cavallo, 2010, p. 44).
La Observación General Nº 3 sobre la índole de las obligaciones
contraídas por los Estados en el PDESC refuerza esta
progresividad de las obligaciones asumidas en el mismo, al
afirmar que son de realización paulatina en vistas a considerar las
limitaciones derivadas por la escasez de recursos de cada Estado
(CDESC, 1990). Solamente existirían obligaciones de resultado
con relación a estos derechos en lo que respecta a la cuestión de
garantizarlos sin ejercer discriminación alguna y a la adopción de
medidas, subordinándose su efectivo cumplimiento a la
progresividad (cf. Texier, 2004, p. 17/Pacheco Rodriguez, 2017, p.
277-278).
Esta postergación de los DESC se plasmó también en los
mecanismos procedurales de justiciabilidad de los mismos. El
PDCP contempla ya desde su origen un protocolo para la creación
del Comité de los Derechos Humanos, como órgano de control de
cumplimiento del Pacto (Art. 28), que empieza a funcionar ya con
su ratificación. El PDESC, en cambio, no contempla órgano similar
quedando por entonces el control supeditado al Consejo
Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC), el cual crea
el CDESC recién en 1985. En 2008 la AGNU aprueba el texto del
Protocolo Facultativo, que se abre a la firma en 2009 y alcanza las
ratificaciones necesarias para su funcionamiento en 2013. Esta
escisión permitió que firmantes del PDESC no se adhieran al
protocolo y no se sometan por lo tanto al Comité, prorrogando
aún más la justiciabilidad de estos derechos (Banus et al, 2013, p.
4).13
También varían en los Pactos las obligaciones respecto de los
mecanismos procedurales en el ámbito interno de los Estados.
Mientras que frente a la violación de los DCP los Estados deben
garantizar recursos judiciales efectivos–Art. 2.3.a -, 14 respecto de

13 Hasta 2020 sólo han ratificado el Protocolo 24 países, lo cual significa un


número reducido, sobre todo en relación con el alcance global que adquirió el
PDESC (UN, 2020).
14 Véanse los artículos 2 (párrs. 1 y 3), 3 y 26 del PDCP.
los DESC se estipula la disponibilidad de recursos judiciales que
puedan ser justiciables en cada Estado–Art. 2.2–(cf. Figueroa,
2009, p. 612; Saura Estapá, 2011, p. 5).
El sometimiento de los DESC a la disponibilidad de recursos fue
supeditándolos a la voluntad de los Estados (Cf. Sotillo Antezana,
2015, p. 176-177) generando una jerarquización de los DCP como
fundamentales y prioritarios. La idea de la prescindencia de los
DCP respecto de los recursos plasmó un enfoque abstencionista
del Estado, que cumpliría con su deber respecto de estos
derechos tan sólo con ‘respetarlos’, con evitar interferir en la
realización de los mismos. Eventualmente sólo debería intervenir
para ‘protegerlos’ frente a la amenaza de terceros. Esta misma
concepción terminó identificando a los DESC con el expendio de
recursos y un rol activo del Estado, que cumpliría con su deber
respecto de los mismos tomado medidas efectivas que permitan
su realización.
La institución del CDESC vino a cumplir una importante función
en la reversión de esta postura. El mismo recuperó los aportes
que desde los Principios de Limburgo (1985) y las directrices de
Maastricht (1997) expertos venían haciendo respecto de la
aplicación de los DESC,15 aunque recién en en el año 2000 estas
recomendaciones hayan sido recuperadas en un texto resolutivo
de la Organización (CDESC, 2000).
Los principios de Limburgo pusieron en cuestión la ilimitada
postergabilidad de los DESC, proponiendo como principio
interpretativo del Artículo 2 del PDESC la obligación de los
Estados de comenzar ‘de inmediato’ (n. 16), ‘con toda la rapidez
posible’ (n. 21) a adoptar medidas que persigan la plena
realización de los derechos reconocidos en el mismo. En
consonancia estipulan la independencia de esta obligación de la
disponibilidad de recursos y la exigencia de una utilización eficaz
de los que se disponga (n. 23). Asimismo, y con una visión de
vanguardia, postulan la interdependencia e indivisibilidad de las
libertades fundamentales y los derechos humanos y plantean la
obligación de los Estados de garantizar el respeto de los derechos
de subsistencia mínima de todas las personas con independencia

15 Los principios de Limburgo constituyen el resultado de un intercambio


académico entre expertos en Derecho Internacional que se reunieron en 1986 en
Maastricht (Países Bajos) convocados por la Comisión Internacional de Juristas, la
Facultad de Derecho de la Universidad de Limburgo (Maastricht) y el Instituto
Urban Morgan para los Derechos Humanos de la Universidad de Cincinati (Ohio,
EE.UU) para debatir sobre la realización de los DESC. Luego de 10 años, en 1997
se volvió a convocar un encuentro similar que dio lugar a las Directrices de
Maastricht sobre Violaciones a los Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
de su nivel de desarrollo económico (n. 25). Para ello proponen
considerar como recursos disponibles también a aquellos
provenientes de la cooperación internacional. 16
En 1993 la Declaración y Programa de Acción de Viena se
hacen eco de las dificultades que venían acarreando los DESC y
procurando revertir la escisión de los Derechos Humanos, aunque
siempre en instrumentos no vinculantes, instituyen los principios
de interdependencia e indivisibilidad junto con el de universalidad
de los derechos humanos (Ki-moon, 2013, p. 19).
Diez años después de Limburgo, en esta misma dirección pro-
DESC y reorientando la línea interpretativa vigente hasta
entonces, las Directrices de Maastricht incorporan la idea de que
los DESC, así como los DCP, deben ser respetados, protegidos y
garantizados (n. 6), que ambos implican obligaciones de conducta
y de resultado (n. 7) y que todos los derechos humanos exigen
una obligación mínima esencial de asegurar la satisfacción de por
lo menos los niveles mínimos esenciales de cada uno de los
derechos (n. 9).

4.3. El Estado como garante de la indivisibilidad


de los Derechos humanos
Que todos los derechos humanos deben ser respetados
significa que el Estado no sólo debe abstenerse de interferir
frente a la plena realización de los derechos civiles y políticos,
sino también de los derechos económicos, sociales y culturales,
evitando tomar medidas, tanto políticas como legislativas que
puedan afectar negativamente su efectividad (Vázquez y Serrano,
2011, p. 159). Derechos sociales como el derecho a la
alimentación también exigen la abstinencia del Estado que, por
ejemplo, debe evitar cualquier acción que impida que cada uno
pueda alimentarse a sí mismo y a su propia familia, como la
despropiación arbitraria de recursos esenciales para la
alimentación. Podría analizarse también si esta obligación no
aplicaría incluso frente a normativas como el sistema jurídico de
propiedad intelectual que puede afectar el acceso a tales

16 Si bien esta propuesta se encuentra en consonancia con una concepción de


responsabilidad universal por los derechos humanos, acorde con una
interpretación amplia de la responsabilidad de proteger, deben considerarse las
advertencias acerca de los riesgos que implica para la soberanía económica,
sanitaria y alimentaria locales el esquema vigente de asistencia internacional,
orientado por una dinámica hegemónica, desarrollista y jerárquica de
intervención de los países centrales en los periféricos (cf. Gronemeyer, 1996, p.
8-11).
recursos. De acuerdo con el derecho humano a la alimentación
podría interpretarse que el dictado de una norma que afecte
negativamente el acceso a recursos esenciales para la
alimentación consiste en una violación por parte del Estado de su
obligación de respetar tal derecho (CDESC, 1999).
La obligación de proteger los derechos humanos implica para
los Estados el deber de intervenir frente a las amenazas que
terceros presenten frente a la plena realización de tales derechos
(Bonet de Viola, 2017, p. 16). Ello aplica tanto para las libertades,
para cuya protección suelen funcionar especialmente las
estructuras de seguridad nacionales (Didier, 2012, p. 84; Espejel,
Mena, 2014, p. 163) así como para los derechos sociales. Frente
al derecho a la alimentación sería fundamental esta intervención
Estatal, por ejemplo, para asegurar la soberanía alimentaria,
debiendo el Estado intervenir frente a cualquier poder extranjero–
como las corporaciones alimenticias internacionales–que pueda
afectar el acceso tanto a los alimentos como a los recursos
esenciales para la alimentación, como las semillas (Bonet de
Viola, 2017, p. 5; Schutter, 2009).17
La obligación de garantizar los derechos humanos presenta dos
aspectos. Implica por un lado una obligación de facilitar, que
significa tomar las medidas necesarias tanto políticas como
legislativas–para favorecer la realización de los derechos
humanos, generando por ejemplo un contexto económico y social
que posibilite–como mínimo–que cada uno pueda darse alimentos,
vivienda y vestimenta a sí mismo y a su propia familia (cf. CDESC,
2000, p. 17).
El segundo aspecto funciona sólo para casos de necesidad y
significa la obligación del Estado directamente de satisfacer el
derecho, sea otorgando alimentos, vestimenta, vivienda, o los
medios para acceder a ellos. Las necesidades pueden ser
personales o externas. Las personales se dan cuando los
individuos–y su familia18–se encuentran imposibilitados–temporal
o permanentemente–física o económicamente para satisfacer sus
necesidades básicas, como en casos de discapacidad. Las
externas pueden consistir en catástrofes naturales o sociales–
como guerras -, que también pueden afectar temporalmente la
17 En este caso podría analizarse si no existe una colisión jurídica entre la
obligación del Estado de proteger el derechos humano a la alimentación y la
obligación estatal de asegurar el libre comercio que estipulan los tratados de la
OMC.
18 La imposibilidad individual obliga en primer lugar a la familia (según las
obligaciones alimentarias que determina el derecho de familia) y sólo en caso de
imposibilidad familiar, al Estado. (Cullet, 2004, p. 8; Haugen, 2007, p. 17).
satisfacción de los derechos humanos. El Estado se encuentra
particularmente obligado a satisfacerlos directamente en estos
casos (Barrena, 2012, p. 11).
Este último aspecto respecto de la garantía, por su vinculación
con la disponibilidad de recursos, fue generalmente asociado a los
derechos sociales, como la alimentación, la vestimenta y la
vivienda, y en cierto sentido ello tiene su fundamentación. En
primer lugar, puesto que estos derechos son tan fundamentales 19
que pueden ser considerados una condición para el ejercicio de
cualquier otro derecho. Frente a su carencia, cualquier otro
derecho ha llegado a ser considerado “un lujo” (FAO, 2009). En
segundo lugar, porque estos derechos fueron generalmente
relegados como de segunda generación por “una sociedad de
propietarios”20 que ya los tenía satisfechos y por lo tanto los daba
por supuestos. El reconocimiento tardío de los derechos sociales
vino justamente a colación de los reclamos sociales de aquellos
sectores que no gozaban de ellos, que tuvieron que mostrar que
no podía presuponérseles (Bonet de Viola, 2018, p. 7). Aunque
este reconocimiento tardío todavía no logra calar la lógica
moderna liberal-individualista del derecho aún vigente.
El reconocimiento de que los derechos de la libertad también
deben ser garantizados viene a revisar la idea de que prescinden
de recursos para su efectivización. En este sentido se advierte
que las erogaciones de los Estados en materia de seguridad–que
suele fungir ante todo para la protección de las libertades y la
propiedad–suelen incluso superar el gasto público en asistencia
social (Freedman, 2009; Jimena Quesada, 2013, p. 23; Serrano,
2013, p. 100; Gonzalez Perez, et al., 2016 p. 127-160; Rodríguez
Bereijo, 2018, p. 243). Es decir que el aseguramiento de los
derechos de la libertad viene a implicar una disponibilidad de
recursos por parte de los Estados igual o incluso mayor que la que
implican los derechos sociales, a pesar de que éstos hayan sido a
menudo relegados a causa justamente del argumento de la
erogación.

4.4. Clasificación o indivisibilidad

19 El derecho humano a no sufrir hambre es el único derecho humano en ambos


pactos considerado particularmente como fundamental (Art. 11.2 PDESC). Cf.
Alston, 1988, p. 162; Craven, 1995, p. 307.
20 Es reconocido que el derecho moderno fue instituido como garantía de la
propiedad, por una sociedad considerada como de propietarios (Luhmann, 2015,
p. 3).
Que los derechos humanos son indivisibles significa que no
pueden escindirse, separarse, satisfacerse independientemente,
unos sin los demás y mucho menos ser satisfechos unos a costa
de otros (cf. Serrano, 2013, p. 93). Que son interdependientes
implica que la realización de uno implica necesariamente la
realización de los demás (Vázquez y Serrano, 2011, p. 151).
La protección del derecho a la vida, que suele clasificarse como
derecho civil o de la libertad, adquiere plenitud y efectividad en
relación con el derecho a una vida digna, que suele calificarse
como social. ¿Podría pensarse el derecho a una vida que no sea
digna? Los derechos a la salud y la alimentación, considerados
sociales, son condición para que pueda realizarse el derecho a la
vida, así como el derecho a trabajar o estudiar. Incluso una
efectiva igualdad de hecho implica no sólo una real igualdad de
oportunidades, sino también una mínima garantía de satisfacción
de las necesidad más básicas (Didier, 2012, p. 83 ). Tampoco
podría considerarse un derecho político escindido del derecho a la
educación; o el derecho a educar y ser educado sin los recursos
que implica el derecho a la educación.
Por eso, si bien puede justificarse por su origen histórico
(Fraguas Madurga, 2015, p. 124) y reconocérsele cierta
funcionalidad pedagógica, la clasificación de los derechos
humanos en generaciones, no puede ser considerada inocua pues
en la práctica ha contribuido a desplazar la efectividad de los
derechos clasificados como de segunda o tercera generación,
afectando negativamente el carácter indivisible e
interdependiente de los derechos humanos (cf. Bonet de Viola,
2016). La clasificación en generaciones vino a plasmar la escisión
política entre derechos de la libertad y derechos sociales que
instauró la guerra fría, llegando a expandir sus consecuencias
hasta la práctica jurídica actual (Texier, 2004, p. 14). La victoria
liberal que trajo aparejada la caída del muro de Berlín se plasmó
en la primacía de los derechos de la libertad, afectando todavía
hasta entonces la exigibilidad de los derechos sociales, y ahora
también los ambientales.
Estos últimos vienen a sumarse a aquella clásica escisión
conformando una nueva categoría que se suma como tercera
generación, entre finales del siglo XX y comienzos del XXI. En los
ordenamientos internos, esta tercera generación se plasma en
materia de derecho constitucional en la corriente denominada
‘neoconstitucionalismo’ (Sotillo Antezana, 2015, p. 170) o
‘constitucionalismo ecumenico’ (Rosatti, 2010, p. 71). Además de
los derechos ambientales, esta generación se se caracteriza por
incorporar otros derechos que aunque difusos en su contenido
coinciden en su incumbencia colectiva, como la paz y el desarrollo
Cifuentes, Mantilla y Muñoz López, 2014, p. 339).
La interrelación de los derechos que plantean los principios de
interdependencia e indivisibilidad busca ser plasmada por nuevas
clasificaciones como la de Fischer-Lescano y Möller (2012, p. 51),
que a los fines pedagógicos podrían contribuir a desarticular la
clásica escisión desde una perspectiva más integral que tenga en
cuenta la complejidad de la efectividad de los derechos humanos.
Estos autores proponen cinco categorías que interrelacionan las
‘generaciones de derechos’. Una primera categoría abarca los
derechos liberales con componentes sociales como la libertad de
trabajar y los derechos sociales con componentes liberales como
el derecho a la salud. En una segunda categoría se encuentran los
derechos políticos con componentes sociales como el derecho de
los trabajadores al control de la producción y colaboración en la
dirección de las empresas y derechos sociales con contenido
político como el derecho de huelga. La tercera categoría engloba
los derechos de igualdad que para ser efectivos implican
derechos de inclusión social. La cuarta categoría contiene los
derechos a la seguridad social que incluyen desde la salud al
medio ambiente. En la quinta categoría se encuentran los
derechos de los pueblos, como el desarrollo sustentable y la paz
mundial (Fischer-Lescano y Möller, 2012, p. 51).

4.5. Perspectivas
La recuperación pedagógica de la clasificación en generaciones
no puede escindirse del planteo de sus consecuencias jurídicas.
Su institucionalización normativa en la escisión de los derechos
humanos en dos Pactos trae a colación graves tensiones políticas
y sociales de la comunidad global que exigen ser tenidas en
cuenta, sobre todo para la enseñanza.
La revisión de los argumentos que dieron lugar a estas
tensiones puede contribuir a replantear los términos de
convivencia global, para la consolidación de un derecho más
plural, más solidario, más justo.

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