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Encuadre jurídico.
• son los docentes los encargados de una educación junto a las familias,
con ellas en las diferentes configuraciones que se presentan actualmente.
Familias que desafían a construir vínculos potentes, que les permitan
encontrar en la escuela y en la enseñanza de los docentes el aporte
necesario para la una alianza que las revalorice y las convierta en
interlocutores presentes en la educación de sus hijos.
Todas estas notas, junto a otras que no se consideran en este documento, son
las que orientan las políticas de formación, actualización y profesionalización
docente y se constituyen en el horizonte que se pretende alcanzar.
Esto no impide reconocer las distancias entre lo deseable y lo posible, el
reconocimiento de los obstáculos y las dificultades, muchos de los cuales son
producto de tradiciones que en un momento se instalaron en la configuración de
la identidad docente, en los modos de entender su actividad y desplegarla.
Justamente la posibilidad de comprender la diferencia entre lo deseable y lo
posible es lo que permite trazar líneas estratégicas de acción para conservar lo
que se considera beneficioso y logrado en este tiempo, y plantear los desafíos a
futuro. Mejorar un sistema educativo y la educación en el nivel primario es actuar
sobre sus normas y organización, sobre su oferta curricular y gestión. Pero,
sobre todo, significa considerar todos los factores que operan sobre los
encargados de sostener una enseñanza de calidad, esto es, los docentes.
“La enseñanza es mucho más que un proceso de índole técnica. No puede ser
aislada de la realidad en la que surge. Es también un acto social, histórico y
cultural que se orienta a valores y en el que se involucran sujetos’’.
En La Rioja todavía perviven con mucha fuerza unos “esquemas prácticos”,
como los denomina Gimeno Sacristán, que concibe a la enseñanza como un
oficio que se aprende en la práctica, como si fuera una actividad artesanal.
También perviven concepciones propias de una tradición por la cual el docente,
como agente civilizador, inculca una serie de contenidos considerados legítimos,
buenos, correctos y verdaderos, con independencia del universo simbólico,
cultural y experiencial de los estudiantes.
Estas ideas sustentan determinadas prácticas concretas: la misma propuesta
didáctica es presentada a los estudiantes para ser aprendida por todos en el
mismo tiempo y de la misma manera; se jerarquiza la ejercitación, la copia y el
control de la copia; se asume y se enseña la ciencia a escala escolar como
verdadera e inmutable; se considera necesario garantizar condiciones de
disciplina, entendida ésta como trabajo silencioso en el aula, en general
individual y centrado en el acatamiento a las consignas e indicaciones.3 Además,
está muy acendrada la idea de que el cuaderno de clase es el documento que
refleja el aprendizaje logrado o en proceso de adquisición, y que lo escrito posee
más valor que cualquier otra actividad educativa.
En las escuelas aprender no siempre quiere decir comprender y ser capaz de
operar con lo que se sabe frente a situaciones reales, desplegando los saberes
y capacidades pertinentes. En muchos casos aprender queda ligado a repetir, a
ejercitar, a lograr un conocimiento precario, frágil, no transferible a situaciones
cotidianas, pero que sí sirve para aprobar...
Hemos dicho que estas prácticas perviven todavía en nuestras escuelas; si bien
esto es cierto, también es justo decir que muchos maestros se esfuerzan por
remover estas prácticas asentadas por décadas de formación y socialización
laboral. También nuestras escuelas cuentan con docentes y equipos directivos
que intentan nuevas alternativas, consultan, estudian, solicitan acompañamiento
y aprenden otras claves para la enseñanza y para su desempeño docente en
general.
Poco a poco, en un proceso esforzado, pero también esperanzados es posible
avizorar aquellas notas que hemos definido al principio como concepción de
docente: un adulto que cuida, que enseña, que aprende con otros, que sostiene
su quehacer en una identidad profesional y despliega su tarea junto a sus
colegas y las familias, para que sus estudiantes sepan y cada día quieran saber
más.
Acerca de los estudiantes
Podríamos decir que en la educación primaria los procesos de escolarización se
orientan a producir un efecto formativo sobre los niños. Pero esta afirmación que
parece simple y obvia se complejiza cuando pretendemos profundizar acerca de
la concepción de niño y de otras relacionadas, como infancia e infancias. Y esto
es así porque cada uno de estos términos alude a construcciones
sociohistóricamente determinadas, que tienen efectos en los modos en que se
organiza y desarrolla su escolarización.
En nuestra cultura está instalada la idea de que los niños y la infancia en general
debe ser protegida por los adultos, quienes además son los encargados -junto al
Estado- de velar por sus derechos básicos, entre los cuales se incluye la
necesidad de la educación. Educación que tiene una “forma” específica: la
escuela. Resaltamos estas ideas porque es importante tomar conciencia que la
escolarización es una manera -entre otras posibles- de dar tratamiento a la niñez,
ya que implica obligaciones de asistencia, permanencia y sujeción a un
determinado régimen de trabajo escolar.
Existen diversas formas de hacer escuela y pensar las infancias; por lo tanto, de
hacer-se o producir-se cómo estudiante. En nuestro país y provincia esas
“formas" de hacer escuela y ser estudiante son las que están establecidas a partir
de las leyes nacional y provincial de educación. A su vez, las mismas tienen un
espíritu coincidente con la Ley de Protección Integral de los Derechos de las
Niñas, Niños y Adolescentes N° 26.061, por la cual en nuestro territorio argentino
ser estudiante hoy “es fundamentalmente un derecho. Derecho de los propios
alumnos para apropiarse de los bienes simbólicos y materiales de la sociedad.
Derecho a la obtención de algo más que herramientas para hacer y adaptarse,
derecho a aprendizajes valiosos y significativos, actualizados, y que estén
fundados en la democracia y en una ampliación del concepto de ciudadanía”.
Pero ¿Qué es lo que hace que un sujeto, que una persona, niño, niña,
adolescente o adulto se convierta en estudiante? ¿Qué significa ser estudiante
hoy? A diferencia de otras épocas, donde la educación suponía la obligación de
los niños de cursar el nivel primario, nos toca vivir hoy un escenario donde esa
obligatoriedad se extiende hasta el nivel secundario.
Y esto es así porque les asiste un derecho, no porque detentan algún privilegio
o son de determinada condición social o económica. Esto quiere decir que el
mandato de igualdad para la escuela exige tener en cuenta los contextos, las
condiciones y situaciones (familiares, sociales, etc.) en la que viven estos sujetos
que se convertirán en estudiantes en el contexto escolar. Por ello es tan
importante tener en cuenta las condiciones de vida: porque la escuela abre la
puerta a “todos”.
Sin embargo, el estudiante que asiste a la escuela no es siempre, ni
necesariamente, el sujeto que el docente está esperando. No siempre se
encuentra con estudiantes correctos, descansados, dispuestos a aprender y
respetuosos de la figura del docente. Las transformaciones sociales y culturales
de las últimas décadas han sacudido algunas certezas que funcionaban como
puntos de apoyo en la relación establecida entre docentes y estudiantes.
Certezas se basaban en expectativas que los docentes tenían y siguen teniendo
sobre los niños y jóvenes; ellos no encuadran necesariamente en la
representación de estudiante que se tiene en mente, que se recuerda por la
propia experiencia de haber sido estudiante de primaria.
“Muchos chicos valoran la escuela porque allí encuentran comida, y un sitio digno
donde transcurrir parte de su día. Son estudiantes que en muchas ocasiones
ayudan a sostener la subsistencia familiar. Son niños y jóvenes en los que se
ha desdibujado el lugar de la infancia, que han sido expulsados de ese tiempo
de heteronomía y que se ven obligados a asumir obligaciones de adultos”.2
Otros, por el contrario, provienen de hogares donde son protegidos y cuidados,
o con configuraciones familiares diversas donde no hay contacto o contacto
frecuente con uno de los padres, con el consiguiente esfuerzo por parte del niño
para adaptarse a esa situación. Sabemos de niños que llegan a las aulas y que
conviven en ámbitos familiares violentos o con signos de abandono por parte de
los adultos que debieran cuidarlos, y estas realidades no necesariamente están
relacionadas con las situaciones de pobreza. En ocasiones la expectativa de la
familia sobre la escuela es la mínima, porque no avizoran para el niño un futuro
distinto a la realidad que ella misma transita.
A menudo la reacción primera de los docentes es asistirlos, contenerlos, darles
de comer y estas actitudes son altamente valorables a condición de que no se
desdibuje la primera y fundamental tarea, que es la de enseñar. Es enfrentando
estas situaciones donde los sentidos de educarse ponen en pugna, porque si la
escuela cree que poco y nada pueden aprender estos niños es probable que no
dedique tiempo, recursos y pensamiento a generar las condiciones necesarias
para que efectivamente aprendan. Así, se corre el riesgo de producir una
profecía autocumplida: si creemos que nada se puede hacer, nada termina
sucediendo.
En tanto el estudiante se constituye siempre en una relación con otro, los lugares
en que los docentes se posicionen y posicionen a los estudiantes resultan
determinantes en la trayectoria que ellos tengan en la escuela, y por ende influirá
también en el futuro que puedan construir para sus vidas.
Es necesario dejar de pensar a la pobreza como un “estigma”, como un
determinante de sus vidas, para pasar a pensar en términos de “enigma”, es
decir sostener la incertidumbre de lo que el estudiante puede lograr. Esta idea,
sostenida por la pedagoga Silvia Serra, es muy útil no solo para reflexionar sobre
las expectativas que se sostienen sobre los niños pobres sino sobre todos los
niños. “Se trata de una incertidumbre pensada como potencialidad, como la
posibilidad de creer al otro capaz. Así, la escuela puede asumir un papel más
activo y positivo de apuesta al futuro."
A ser estudiante se aprende y a ser docente de estos estudiantes actuales,
también se aprende. Por eso son muy importantes las expectativas del docente
respecto de sus aprendizajes, y cómo éstas pueden resultar determinantes en
los logros que los niños y jóvenes tengan en su trayectoria escolar.
Un “alumno” puede aprender a serlo porque obedece las reglas, se “adapta” a la
disciplina que se impone en el aula, “sabe” qué se espera de él en aprendizajes
y maneras de conducirse. En realidad, muchas veces ha aprendido a responder
como su docente espera que responda, a resistir pasivamente haciendo tareas
que no lo entusiasman, aprende a salvar las apariencias, a “no trabajar más que
por la nota, para construir una relación utilitarista con el saber, con el trabajo, con
el otro”. O, por el contrario, puede aprender y querer aprender para ampliar su
mundo, para ser inmerso en él, y encontrar en la escuela aquellos maestros que
lo animan, median, intervienen, ponen señas, enseñan... y devenir estudiante,
aprender a serlo.
Los alumnos se forman como estudiantes a partir de estrategias docentes
concretas que orientan el esfuerzo ante la tarea de estudiar y de dar cuenta de
lo aprendido. Se convierten en estudiantes cuando los márgenes de esfuerzo,
autonomía y responsabilidad son crecientes a lo largo de la escolaridad y
mantienen la confianza en que un adulto autorizado los acompaña en ese
trayecto. Entonces, aprender tiene sentido, es un placer, ayuda a vivir y a soñar.
Son precisamente estas ideas las que dan fundamento al cuidado de las
trayectorias escolares, ante todo como una opción ética y profesional: sostener
la igualdad como proclama y generar, en la especificidad de la tarea de enseñar,
las condiciones necesarias que permitan hacer efectivo el derecho de todos a
aprender.