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“1983-2023/40 años de Democracia”

Expte. 0357-D-2021
Expte. 2177-D-2022
Expte. 6905-D-2022
Expte. 6906-D-2022

Dictamen de Comisión
Honorable Cámara:

La Comisión de Juicio Político ha considerado los pedidos de juicio


político a los Señores Ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Dr. Horacio
Daniel Rosatti, Dr. Carlos Fernando Rosenkrantz, Dr. Juan Carlos Maqueda y Dr. Ricardo
Luis Lorenzetti, promovidos mediante los expedientes 6906-D-2022, 6905-D-2022, 5039-
D-2020, 0054-P-2022, 357-D-2021, 2177-D-2022, 0097-P-2022, 100-P-2022, 106-D-2022
y 109-P-2022, todos de promoción de causa de responsabilidad con arreglo a lo prescrito
en el artículo 53 de la Constitución Nacional, declarados admisibles en las actuaciones
sumariales caratuladas “Pedidos de Juicio Político a los Ministros de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, Ministros Horacio Daniel Rosatti, Carlos Fernando Rosenkrantz, Juan
Carlos Maqueda y Ricardo Luis Lorenzetti, en forma individual o concurrente, por mal
desempeño y/o la eventual comisión de delitos en el ejercicio de las funciones, en virtud
de lo establecido en el art. 53 de la Constitución Nacional”; y por las razones expuestas
en el informe que se acompaña y las que dará el miembro informante, aconseja la
aprobación del siguiente:

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“1983-2023/40 años de Democracia”

Expte. 0357-D-2021
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PROYECTO DE RESOLUCIÓN

La Cámara de Diputados de la Nación…

RESUELVE

1.- No hacer lugar al pedido de juicio político a los señores ministros de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, doctores Horacio Daniel Rosatti, Carlos Fernando Rosenkrantz,
Juan Carlos Maqueda y Ricardo Luis Lorenzetti, por improcedente, conforme lo
establecido por el artículo 14 del reglamento interno de la comisión.

2.- Archivar las presentes actuaciones.

Sala de la Comisión de Juicio Político, 28 de noviembre de 2023.

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INFORME

La acusación que sirviera de puntapié inicial a este proceso se basó, en lo sustancial, en


un documento que firmaron el Presidente de la Nación y casi la mitad de
los gobernadores; ello, no obstante advertir que fuera ampliado luego conforme a un
texto que intentaba agregar razones y sumar otros elementos.
Sabido es que el artículo 109 de la Constitución Nacional, cuando veda al Presidente de la
Nación el ejercicio de funciones judiciales y le prohíbe el conocimiento de causas
pendientes o el restablecimiento de las fenecidas, no hace más que aplicar el principio de
la división de poderes. Principio que, en atención a la sagrada misión de la que está
investida, asegura una especial y estricta división de poderes entre el Judicial y el
Ejecutivo, que no es ocioso advertir que no tiene paralelo en las relaciones entre el
Ejecutivo y el Legislativo.
Nuestra Constitución Nacional ha erigido un Poder Judicial como rama del poder
específica independiente de las demás (estrictamente políticas) del mismo, asignándole
fundamentalmente función jurisdiccional, sin perjuicio del poder político dado por su
aptitud para declarar la inconstitucionalidad de las leyes, actos y normas, y así controlar
la actividad de los otros dos poderes del Estado.
La división de poderes es la columna vertebral de nuestro ordenamiento jurídico-político,
que con meridiana claridad delimita el ámbito de los poderes políticos (Legislativo y
Ejecutivo) de la órbita del Poder Judicial.
El claro objetivo de la norma es el de afianzar la independencia de los poderes y reservar
las tareas judiciales al Poder Judicial. Es dable señalar, en tal sentido, cómo ella se conecta
con la garantía del artículo 18, que establece los llamados “jueces naturales”, se
complementa con la solución que dispone el artículo 23 de la Ley Suprema -que veda al
presidente condenar por sí o aplicar penas- y decanta en la grave previsión del artículo
29, que impide que el Congreso Nacional pueda conceder funciones judiciales al Poder
Ejecutivo, ya que proscribe la concesión de facultades extraordinarias y la suma del poder
público, y en la del citado artículo 109 del mismo ordenamiento legal.

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Las atribuciones del Poder Judicial son indelegables, y ponen a todos los justiciables a
cubierto de los posibles abusos gubernamentales.
No en vano se destaca el énfasis de la directiva constitucional que dimana del artículo
109, puesto de manifiesto cuando especifica que la pretensión por parte del Presidente
de la Nación de ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas
pendiente o restablecer las fenecidas, no ha de tener lugar ni cabida “en ningún caso”.
Lamentablemente, en este caso, cuanto ha venido a quedar evidenciado es que el
Presidente de la Nación ha actuado en clara contravención a la manda dispuesta por la
norma, y que continúa haciéndolo, tanto entrometiéndose con la función y labor judicial
como interfiriendo en el proceso de juicio político que se desarrolla en la Comisión.
En efecto, repárese en los siguientes datos y circunstancias, que no deben pasarse por
alto en el análisis a la luz de la gravedad que revelan, y como natural secuela de esto, en
los serios efectos y consecuencias que se derivan de aquellos.
En este sentido, póngase particular atención en las expresiones que, en el marco del inicio
de período de Sesiones Ordinarias, el Sr. Presidente de la Nación efectuara en lo que
respecta a la resolución cautelar dictada por el máximo tribunal en el expediente
“Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires c/ Estado Nacional s/ acción declarativa de
inconstitucionalidad – cobro de pesos (CSJ 1865/2020)”, en los siguientes términos:
“(…) Los episodios recientes en la disputa por los
recursos nacionales y su coparticipación con nuestras provincias hicieron evidente
cual es el bloque de intereses tradicionales que pretenden consolidar las enormes
asimetrías que aún existen en la Argentina”.
“(…) Mientras que muchas provincias necesitan
realizar obras que permiten asegurar servicios tan esenciales como el agua potable
para sus habitantes, la Corte Suprema de Justicia aseguró cautelar a la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires recursos coparticipables que no le corresponden
contrariando la ley de coparticipación vigente. Le quita dinero a los que más
necesitan y destina esos mismos recursos a la ciudad más opulenta del país”.

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“(…) Los recursos coparticipables se distribuyen de


acuerdo a las formas establecidas por una ley convenio que han firmado cada una
de las provincias argentinas y el Estado Nacional. La Ciudad Autónoma de Buenos
Aires no forma parte de ese convenio. No tiene derechos sobre esos recursos. Debe
recibirlos del Estado Nacional cuando este le transfiere un servicio que hasta ese
momento prestaba. Esa decisión es parte de la gestión administradora del Poder
Ejecutivo Nacional y no puede ser sustituida por otro poder de la República”.
“(…) La intromisión de la Justicia en la ejecución
presupuestaria es definitivamente inadmisible. Excede sus facultades, olvida la regla
jurisprudencialmente fijada que reconoce “cuestiones políticas no judiciales” y pone
en riesgo la lógica redistributiva de la Ley de Coparticipación Federal causando un
severo daño al equilibrio de las cuentas públicas”
“(…) Lamentablemente, el accionar de los
miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, nos llevó a presentar un
pedido de juicio político ante la Cámara de Diputados que decidirá si los acusa
ante el Senado”.

Así las cosas, ha venido a quedar evidenciado que aquello que se presenta como un
genuino acto institucional de control (el juicio político) no era, no es, ni representa otra
cosa que un forzado, aparatoso y fraudulento artilugio montado para intentar -
vanamente, por cierto- ocultar una injerencia e interferencia del Poder Ejecutivo, desde
este último, sólo que valiéndose y recurriendo al concurso de otro Poder Independiente.
Y ello, dicho sin eufemismos, para perpetrar en definitiva una lisa y llana persecución
contra la cabeza de otro Poder del Estado, el Judicial, y aún contra ese mismo Poder.
Con el agravante de que, además, el primer mandatario está perpetrando una
inaceptable intromisión en las funciones del Congreso de la Nación, dado que la
Comisión de Juicio Político ya había decidido la apertura del sumario de investigación y
comenzado con el relevamiento de pruebas y la citación de testigos, todo ello regido
por un reglamento específico.

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Se reitera. Dijo entonces el Presidente, apuntando que la decisión del Máximo Tribunal
de la Nación con motivo del dictado de la medida cautelar, que “…nos llevó a presentar
un pedido de juicio político…”, convirtiéndose en forma patente en el autor, artífice y
protagonista del pedido.
El pedido de juicio político identificado bajo el expediente (6905-D-2022) no hizo más que
reproducir ese ataque originario del Poder Ejecutivo, recurriendo no sólo ya a los mismos
argumentos, sino inclusive a los mismos términos en que se lo verificaba por parte del
Presidente y que este último había anticipado en palabras en su mensaje del 1° de enero
de este año, dado que en éste anticipaba que habría de plasmar en juicio político contra
los integrantes de la Corte.
Así resulta de los propios términos del expediente referenciado, a los cuales en mérito a
la brevedad remito.
Hete aquí un pecado original, un vicio grave e insalvable que invalida desde un principio
lo actuado en el marco de esta Comisión. En este sentido, no es difícil advertir cómo –al
menos- se habría burdamente intentado tener la precaución de evitar que el pedido fuera
realizado por el propio Presidente, cuidando que no se viese en él lo que en definitiva
comportaba: una debida interferencia del Ejecutivo –al arrogarse éste (o el Congreso,
subrogando al mismo) el conocimiento de una causa pendiente en términos del artículo
109 de la CN en un juicio aún en curso, en alusión a aquél que concierne a la cautelar.
Lo cual no lo exime del cuestionamiento y consiguiente reproche, a partir precisamente
del documento firmado y hecho público en el comienzo mismo del nuevo año, en el que
se sostiene en lo sustancial la presentación en análisis.
Circunstancia que, junto a otras irregularidades y desprolijidades procedimentales, me
ocupara reiteradamente de hacer notar de mi parte ante la misma Cámara y en el seno
de la comisión y condujera a realizar reparos fundados, tanto, al modo en que tuvo inicio
el procedimiento como también en punto a la forma en que se condujera el
procedimiento en la Comisión.
Así lo hice, por caso, desde un primer momento y de diferentes formas.

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Tanto por escrito, a través de la nota fechada el 3 de marzo de 2023, dirigida a la Sra.
Presidenta de la Cámara, Sra. Cecilia Moreau, como oralmente en ocasión de mis
intervenciones de los días 9 y 16 de febrero de 2023 dentro de la comisión.
El día 9 de febrero, expresé lo siguiente:
“…Como usted bien ha señalado, esta reunión estaba convocada a un efecto que no
vamos a poder cumplir, porque el artículo 9°, como usted bien ha señalado,
establece que el informe al que hizo referencia debe ser considerado por el plenario
de esta comisión. Ese informe, de 79 fojas, junto con un proyecto de resolución de
12 fojas -es decir, en total 91 fojas-, ingresaron a nuestro conocimiento hoy a la hora
10 y 12, es decir, 48 minutos antes del inicio de la reunión. Por lo tanto, es imposible
que se cumpla con el mandato del artículo 9°, en el sentido de que este informe sea
considerado por el plenario, porque considerar un informe no es tirarlo por la cabeza
a ver quién está a favor y quién está en contra. Considerar supone un análisis
minucioso, con detenimiento, con específica atención y, por supuesto, también
eventualmente hacer consultas o algún tipo de interpretación al respecto. Por eso,
tal como se lo he adelantado esta mañana por escrito, y -permítanme la infidencia-
como también se lo planteé por escrito al presidente del bloque del Frente de Todos,
le reitero ahora, en el marco de la comisión, que arbitre los medios para citar a una
nueva reunión, con fecha y horario que permitan al plenario efectivamente
considerar ambos escritos; esto es, leerlos con detenimiento, con especial atención,
con minuciosidad, de manera tal que no se incumpla con el artículo 9°. La señora
presidenta sabe que esta es la primera reunión en la que el plenario adoptará una
decisión. Empezar la reunión en la que por primera vez vamos a adoptar una decisión
incumpliendo el artículo 9° no es algo virtuoso para el Congreso de su conjunto,
independientemente de cualquiera de nuestros posicionamientos. Así que pido, por
favor, se considere arbitrar los medios para citar a una nueva reunión que permita
cumplir con el artículo 9°…reitero que el artículo 9º dice con meridiana claridad que
este informe deberá ser considerado por el plenario de la comisión. Muy
sencillamente, dado que hemos recibido este informe hace 48 minutos y como
considerar no es a lo guapo venir de atropellada que si tengo el número lo votamos
ahora y si no, no, le pido que nos den efectivamente el tiempo para considerarlo.
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Quizás podamos hacer un cuarto intermedio hasta mañana o hasta las 20 de hoy,
pero le pido que nos den un tiempo para leerlo. Usted ha dicho que es un análisis
concienzudo, pero esto es nuevo. Estos no son los expedientes ya conocidos; repito:
esto es nuevo. El proyecto de resolución es nuevo y tiene razón el diputado Martínez
sobre que yo hice una presentación. Señora presidenta: ¿van a poner a
consideración del plenario de la comisión las presentaciones de todos los bloques o
solo este informe y la resolución que usted trae como proyecto?
… Por último, le pido otra cosa. Por favor, dígame si este va a ser el temperamento
con el cual van a encarar las etapas sucesivas del trabajo de esta comisión e incluso
la fase resolutiva. Es decir, ¿vamos a venir un día y va a haber una resolución que
tendremos que votar a ciegas por imponer el número, o vamos a trabajar con el
respeto que hemos tenido hasta ahora? Reitero que esta es la primera decisión que
debería adoptar institucionalmente el plenario de la comisión...
… A fojas 5 del documento que usted acaba de leer, en el segundo párrafo, usted
cita en el proyecto de resolución el artículo 9° del reglamento. Dice textualmente:
“Que, el artículo 9 del reglamento interno de esta Comisión de Juicio Político,
aprobado por Resolución de esta H. Cámara en sesión del día 11 de diciembre de
1996, establece que: ‘Antes de abrirse la instancia el presidente, o los miembros de
la Comisión que éste designe, analizará si se dan en la especie las condiciones
subjetivas del denunciado y objetivas de la causa para la apertura del sumario de
investigación o, en su caso, aconsejar el rechazo pedido’”, pero se olvidó de
transcribir el final del artículo, que dice “Este informe deberá ser considerado por el
plenario de la Comisión.” ¿Por qué no lo incorpora a ese texto en la resolución? Es
muy importante que en la resolución figure el artículo 9° completo, es decir sobre el
final dice -reitero- “Este informe deberá ser considerado por el plenario de la
comisión.” ¿Usted va a someter a votación esta resolución o le va a incorporar la
última parte del artículo que acabo de leer?
…Me expreso en contra de ese proyecto de resolución que pretende declarar la
admisibilidad y abrir la investigación...”

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Y dije el 16 de febrero:

“…Señora presidenta: le pido disculpas si es que realizo un planteo vinculado con la


citación de testigos, porque tengo bien en claro que en este momento estamos más
bien discutiendo para votar sobre la ampliación de la prueba, pero varios de los
expositores y de las expositoras han incursionado en el tema de los testigos.
Quiero poner a consideración de la Presidencia la pregunta de si estamos en
condiciones y a tiempo de convocar a las reuniones de esta comisión a testigos que
todavía no hayan sido ofrecidos.
Quiero recordar con ustedes el motivo por el cual se ha iniciado la labor de esta
Comisión de Juicio Político, que es una decisión presidencial.
El 1° de enero, el presidente de la Nación, le comunicó por escrito al pueblo argentino
lo siguiente: “He convocado a los señores gobernadores que acompañaron al Estado
nacional en su planteo contra la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para que, en
conjunto, impulsemos el juicio político al presidente de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación Horacio Rosatti, para que se investigue su conducta en el desempeño
de sus funciones”. Luego, agregó: “También requeriremos que se investiguen las
conductas de los restantes miembros del máximo tribunal”.
Entonces, eso que fue una decisión anunciada tuvo su correlato -en coherencia con
lo anunciado por el presidente- en la elaboración y la firma de un planteo por escrito,
no de todos los gobernadores -como quería el presidente- que habían firmado su
planteo contra la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sino solo de algunos. Y no
firmaron varios gobernadores de provincias gobernadas por el Frente de Todos
(FDT).
Luego –seguramente la señora presidenta lo recordará-, hubo una tercera acción
-conducente a que nosotros iniciemos la tarea de la Comisión de Juicio Político-,
que fue la instrucción del presidente a diputados del Frente de Todos a los que
presentó el documento para orientar el inicio del juicio político.

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Por esta razón, no veo el motivo para no empezar la lista de testigos con el
presidente de la Nación. Convoquemos a esta comisión al presidente de la Nación,
que es quien decidió -seguramente con sus propias razones- que se inicie este
intento de juicio político.
Considero que no solo sería importante por su rol fundamental -la decisión del
presidente es fundante-, sino por la información que por obvias razones de carácter
institucional tiene, maneja o puede tener y manejar el presidente de la Nación.
Además, sería importante que el presidente, aunque efectivamente le asiste el
derecho de no estar presente, de no comparecer personalmente aquí -según el
artículo 12, título III, Tratamiento especial-, por la relevancia de este testimonio no
haga uso de esa prerrogativa y que esta comisión se amolde a las necesidades del
presidente.
Entonces, cuando la próxima semana, el 1° de marzo, el presidente esté en el
Congreso, inmediatamente después de terminada la sesión de apertura de las
sesiones ordinarias, nos acomodemos a su agenda, para que participe como primer
testigo en esta comisión…
…Teniendo claro lo que señala el artículo 12, me parece que por ser el iniciador de
este juicio político y por la información que el presidente pueda tener, sería bueno
que la comisión le facilite la comparecencia ante la misma, acomodándonos a la
posibilidad de hacerlo el 1° de marzo...”
Hete allí, pues, en los preliminares y el origen mismo de este juicio político, una grave
anomalía que debe conducir a considerar nulo el procedimiento, y así disponerlo
expresamente.
Ello así, más allá de la improcedencia que aconseja el rechazo en atención a la ausencia
de justificativo alguno para el enjuiciamiento bajo cargo alguno, según se concluye en
atención a cuanto acto seguido se manifiesta.

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LAS CONCRETAS CAUSALES DEL PEDIDO DE JUICIO POLÍTICO


Dicho lo anterior, y conforme al anticipo efectuado, se verificará en más un abordaje
sintético y sistemático de los hechos, las razones y los motivos sobre cuya base se ha
pretendido cuestionar la conducta de los Jueces de la Corte Suprema en miras a
formularles una acusación en términos del artículo 53 CN., de cuyo análisis resultará, de
todos modos, la improcedencia del pedido de juicio político y del pretendido
enjuiciamiento, dando lugar al archivo de las actuaciones.
No es tarea difícil advertir la endeblez, tanto fáctica como jurídica, de los hipotéticos
reproches volcados con tal propósito. Y de la mano de ello, colegir su ineptitud en orden
a poder constituir argumentos sólidos e idóneos para un reproche que se pretende
formulado en tales términos.
Básicamente, porque -en lo sustancial- se intenta poner en tela de juicio lo que resulta
incuestionable jurídicamente, tal el contenido de resoluciones judiciales.
A modo de anticipo y en resumidas cuentas, se advierte que, además del aludido caso de
la coparticipación (la medida cautelar favorable a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires),
cuyo reproche alcanza a todos los Ministros de la Corte, se hace referencia al Fallo del
Consejo de la Magistratura y una serie de Acordadas y Resoluciones que son
consecuencia o secuela del mismo, que involucra todos menos al R. Ricardo Lorenzetti; y
caso del “2x1” con el que refieren se habría intentado beneficiar a “genocidas” de la
última dictadura, tópico que intenta comprometer a los Dres. Horacio Rosatti y Carlos
Rosenkrantz.
Y, con particular ligazón con el primer caso, se ha traído a colación los supuestos chats
de quien se sindicase como la mano derecha del presidente cortesano Horacio Rosatti,
el Sr. Silvio Robles, con el ministro de Justicia y Seguridad porteño Marcelo
D’Alessandro, de los cuales resultaría –según se lo postulase- que se habrían coordinado
estrategias político.
Por último, se alude a presuntos desmanejos en la Obra Social del Poder Judicial. Al Dr.
Maqueda le cae especialmente el cuestionamiento referido a la misma, montado en ese
supuesto “desmanejo” que intenta atribuírsele.

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Vamos al análisis de las concretas causales del pedido de juicio político, intentando
ordenarlas según lo que ellas en esencia representan.

UNA CONSIDERACION PRELIMINAR VÁLIDA EN TODOS LOS CASOS:


La causal de mal desempeño no alcanza al contenido de las sentencias judiciales como
razón autónoma.
El mal desempeño es un concepto jurídico indeterminado, susceptible de las más amplias
interpretaciones, que podemos definir como aquella o aquellas conductas contrarias al
correcto desenvolvimiento en una función pública que, sin llegar a configurar un delito,
dañan de manera grave la honorabilidad del cargo que se está ejerciendo.
Así, de la simple lectura de la denuncia (sin necesidad de ingresar en la consideración de
los testimonios y demás elementos incorporados) se colige que lo que se pretender hacer
es enjuiciar a magistrados por el contenido de las sentencias que firman, resultando esto
intolerable desde la perspectiva constitucional y convencional, afectando de manera
directa a la independencia del Poder Judicial de la Nación, ya que desconocer algo tan
simple y arraigado comportaría el despropósito de erigir a un poder eminentemente
político, que en el caso del juicio político es el Congreso, en último intérprete de un
conflicto judicial, por sobre los criterios de los tribunales, trastocando de manera severa
la separación de poderes consagrada en el texto constitucional.
Si se llegara a aceptar esta línea de pensamiento, siguiendo en el punto las enseñanzas
de los constitucionalistas, por caso las de la doctora María Angélica Gelli, los jueces
deberían tener en cuenta lo que al poder político podría no llegar a agradarle en el dictado
de una sentencia, en vez de sujetarse a lo establecido en las normas, generando un
precedente grave en el sistema interamericano, en contra de lo establecido en el artículo
70.2 de la Convención Americana de Derechos Humanos el cual establece que “No podrá
exigirse responsabilidad en ningún tiempo a los jueces de la Corte ni a los miembros de la
Comisión por votos y opiniones emitidos en el ejercicio de sus funciones”.
Resulta entonces inadmisible que se intente remover de sus cargos a los magistrados de
la Corte Suprema con argumentos que, en lo principal, se basan en el contenido de sus
sentencias.

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El disenso con las decisiones de los tribunales no puede ser causal de juicio político a
menos que se cumpla con los estrictos requisitos del delito de prevaricato (artículo 269
del Código Penal), el cual requeriría que las autoridades judiciales competentes
comprueben el ilícito.
Recordar que, si bien dispuesto en la Ley 24.937 en beneficio de los jueces inferiores, rige
también en el caso la norma y principio dispuestos en el artículo 14 de la misma, en tanto
dispone que “Queda asegurada la garantía de independencia de los jueces en materia de
contenido de sentencias”.
Regla que, como mucho y a lo sumo solo podría eventualmente ceder, mediando un
alcance sumamente restrictivo en punto a su aplicación y más allá del “prevaricato”, si
pudiera demostrarse indubitablemente “desconocimiento inexcusable del derecho” o
“manifiesta arbitrariedad en el ejercicio de la función”, conforme a los lineamientos que
como configurativos de mal desempeño por parte de tales jueces predica el artículo 25,
incisos 1 y 4, de aquella misma ley. Nada de ello acontece en la especie.
Así las cosas, desde el punto de vista constitucional ninguno de los motivos esgrimidos
fundados en Resoluciones Judiciales puede habilitar la remoción. En modo alguno puede
el órgano legislativo juzgar el acierto o el error de las resoluciones judiciales.
Se trata de cuanto la propia Comisión de Juicio Político de esta Cámara de Diputados
siempre ha sostenido.
Así, ha resuelto que “no corresponde que el Parlamento interfiera en la órbita del Poder
Judicial aprobando o desaprobando sus fallos, y ésa ha sido la doctrina que
tradicionalmente ha seguido el Congreso…Sostener que el criterio registrado en los fallos
puede constituir mal desempeño de sus funciones destruye en sus bases el principio de
separación de los poderes; y convierte al Congreso en una especie de supertribunal, árbitro
final de las contiendas judiciales, que impondría su jurisprudencia mediante la
inhabilitación de los jueces que no siguieran su dictado… Desaparecería así el control de
constitucionalidad de las normas emanadas del Parlamento; no sólo por la enorme presión
que significa en el ánimo del juez pensar en alzarse frente a la ley dictada por el órgano
que tiene en sus manos removerlo, sino porque el Congreso podría destituirlo de

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inmediato, conservando como jueces sólo a aquellos que no declararan la


inconstitucionalidad de sus leyes” (Labor Legislativa – Comisión de Juicio Político –año
1998, página 711 y siguientes).
Es por lo demás pacífica la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia y la de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que el contenido de las sentencias no
puede dar lugar a la destitución por juicio político. Dicho claramente y sin eufemismos:
LOS JUECES NO PUEDEN SER SOMETIDOS A JUICIO POLÍTICO POR EL CONTENIDO DE SUS
SENTENCIAS.
En el sistema interamericano de justicia, reafirmando la regla convencional arriba citada,
la Corte Interamericana de Derechos Humanos así lo tiene resuelto por unanimidad
(incluido el voto del Dr. Eugenio Zaffaroni) en el caso de los ex jueces de la Corte del
Paraguay, Bonifacio Ríos Avalos y Carlos Fernández Gadea contra el estado paraguayo,
caratulado “RIOS AVALOS Y OTRO VS. PARAGUAY”, conforme a la sentencia adoptada en
San José de Costa Rica por sesión virtual con fecha 19 de agosto de 2021. Como se ve, su
dictado es de fecha reciente.
Señaló allí el tribunal que “…resulta violatorio del orden regional de los derechos humanos
la aplicación de la causal de juicio político por mal desempeño, cuando ésta se funda en el
desacuerdo con el contenido de las decisiones judiciales adoptadas por el magistrado en
el ejercicio de su función…”
Destacando en otros tramos que “…la garantía de la independencia de la judicatura
impone que, en la instauración de juicios políticos contra funcionarias y funcionarios
judiciales, le está vedado al órgano u órganos que intervienen en su trámite, deliberación
y resolución, revisar los fundamentos o el contenido de las decisiones emitidas por
aquellas autoridades…es inviable que el juicio político o la eventual destitución de juezas
o jueces, como consecuencia de dicho procedimiento, se fundamente en el contenido de
las decisiones que haya dictado, en el entendimiento que la protección de la
independencia judicial impide deducir responsabilidades por los votos y opiniones que se
emitan en el ejercicio de la función jurisdiccional…”

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Expte. 0357-D-2021
Expte. 2177-D-2022
Expte. 6905-D-2022
Expte. 6906-D-2022

A partir de tales consideraciones, el fallo de la Corte Interamericana estableció que el


estado paraguayo resultó “responsable por la violación de la independencia judicial
reconocida en el artículo 8.1 de la Convención Americana de Derechos Humanos, en
relación con las obligaciones de respetar y garantizar los derechos que establece el
artículo 1.1. del mismo instrumento, en perjuicio de Bonifacio Ríos Avalos y Carlos
Fernández Gadea”, condenándolo en consecuencia a resarcirlos, entre otras penalidades.
No obstante determinante ello por sí solo de la suerte negativa que habrá de correr las
denuncias, cabe concluir de todos modos que las sentencias invocadas con tal designio
en las mismas, más allá de que puedan ser criticables en uno o más aspectos, ciertamente
están contenidas dentro de las opciones posibles que ofrece el ordenamiento jurídico.
Por tanto, no puede perderse de vista que el Congreso de la Nación no es una instancia
de revisión de las Sentencias, como tampoco lo es dentro de su esfera de competencia el
Consejo de la Magistratura, que ha sostenido en forma uniforme y pacífica el mismo
criterio, sentando el principio rector de que, salvo excepciones estrictamente
consideradas, en las cuales existiera una palmaria violación a principios constitucionales
o desconocimiento del derecho, el contenido de las sentencias no habilita la apertura del
proceso de remoción, por cuanto ello, amén de socavar el principio republicano de
separación de poderes y afectar la independencia e imparcialidad de las decisiones del
magistrado, transformaría a este órgano –el Consejo de la Magistratura- en una nueva
instancia judicial para la cual carece totalmente de atribuciones y competencia, carencia
que en el caso afecta a esta Cámara y al Congreso mismo.
En consecuencia, los actos de naturaleza eminentemente jurisdiccional no pueden quedar
encuadrados, en principio, dentro de las causales previstas en el artículo 53 de la
Constitución Nacional.
La “revisión parlamentaria” de las actuaciones o sentencias dictadas por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación no puede ser admitida ni cabe dentro del sistema de separación
de poderes establecido en la Constitución Nacional. Ni el Congreso ni el Ejecutivo cuentan
con facultades judiciales para ello.

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En consecuencia, los actos de naturaleza eminentemente jurisdiccional que en la


acusación son traídos aquí a colación no pueden en modo alguno quedar encuadrados
por las causales previstas en el artículo 53 de la Constitución Nacional.
Por último, señalaré que el análisis de las decisiones judiciales –cuyo hipotético acierto o
error no puede juzgarse desde otros poderes, como quedara dicho- conducirá a concluir,
de todos modos, que las mismas se han ajustado estrictamente a derecho, dando por
tierra con cualquier pretendida argumentación bajo cuyo pretexto se intentase dar
sustento en la especie a la figura penal del “prevaricato” u otra cualquiera de entidad
suficiente como para merecer atención.

VEAMOS –sin perjuicio de lo anterior- CADA CASO EN PARTICULAR:

A) El caso del “CONSEJO DE LA MAGISTRATURA” (y otros conexos):

Los cargos:

Se hace referencia al mismo como si representara una “toma por asalto del Consejo de
la Magistratura”, sindicado como órgano clave del Poder Judicial.
Se apunta a los votos de los supremos Rosatti, Rosenkrantz y Maqueda, conforme a los
cuales en la decisión de la mayoría se ordenó que se reviva una ley derogada y vuelva a
constituirse el consejo de 20 integrantes, que es presidido por el presidente de la Corte,
es decir, por el propio Dr. Rosatti.
En esa resolución, los jueces del Supremo habían exhortado al Congreso para que
sancionase una nueva ley que "respete" los "equilibrios" de los estamentos que integran
el organismo que designa y sanciona jueces. A tal efecto, pusieron un plazo de 120 días
para que se sancionara y pusiera en vigencia esa nueva ley; y, si eso no se concretaba,
habría de regir entonces la anterior conformación de 20 consejeros.
Fue esto último lo que terminó pasando, producto de la falta de avances (y consenso)
dentro del Congreso.
Según la denuncia, el fallo contó con el voto favorable de los doctores Rosenkrantz y
Maqueda, como así también del doctor Rosatti, quien de tal modo se erigió en Presidente

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del Consejo, cuando elementales reglas éticas le imponían, dado el contenido de la


decisión que iba a adoptar la Corte, abstenerse de tomar parte de una resolución que,
obviamente, lo involucraba de manera directa.
Añadía la denuncia que: “Queda claro que en el dictado de ese fallo los magistrados
mencionados decidieron arbitrariamente declarar vigente una ley que el Congreso de la
Nación había expresamente derogado, afectando de esa forma el sistema normativo y
jurídico de este país y avanzando indebidamente con facultades legislativas que les
están expresamente vedadas por mandato constitucional…De esa manera, el Alto
Tribunal avanzó sobre las facultades de otro Poder del Estado, generando un
desequilibrio institucional de claras consecuencias: la toma por asalto de un órgano
constitucional, que a partir de la aplicación de ese fallo pasaría a ser presidido por uno de
los miembros que lo firmó, como se señaló anteriormente”, se apuntó.
Diré que no encuentro en este punto otra cosa que no sea una mera discordancia con lo
resuelto, y los argumentos esgrimidos para atacarlo en modo alguno permiten siquiera
inferir que la decisión haya resultado impropia del órgano, irrazonable o arbitraria.
Por lo demás, la presentación denota cierto déficit teórico en materia constitucional
cuando cuestiona al Poder Judicial el rol de co-legislador, pues lo ha tenido históricamente
y lo continúa teniendo, sea por vía de la interpretación de la ley como de la integración
de la norma inexistente o de la que se declara inconstitucional y, por lo tanto, debe
crearse. Se compadece ello con aquel viejo adagio que reza que “el legislador crea la ley,
pero el juez crea el derecho”.
Y de hecho, puede señalarse que en los hechos ha legislado creando por vía pretoriana la
acción de amparo (“Siri” y “Kot”), luego el recurso extraordinario por gravedad
institucional (“Jorge Antonio”) y por Salto de instancia (“Dromi” o “Aerolíneas
Argentinas”), y posteriormente dando acogida y suministrando un marco normativo por
vía de Acordada a los procesos colectivos (“Halabi”), sin desconocer los avances en
materia ambiental (causa “Riachuelo”), y todo ello por vía de acogimiento jurisprudencial
antes que legislativo. Por lo que somos conscientes de que hace rato el activismo judicial
es un dato que ha llegado para quedarse.

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El Fallo de la Corte Suprema de la Nación del 16 de diciembre pasado, en la causa “Colegio


de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires”, reputó inconstitucionales varios artículos de
la ley 26.080, relativos a la integración del Consejo de la Magistratura de la Nación. Al
mismo tiempo, solicitó que el Congreso -en cierto plazo- sancione una nueva ley y dispuso,
de no hacerlo, restablecer la vigencia de reglas que la ley 26.080 había derogado,
sustituido o modificado, correspondientes a las leyes 24.937 y 24.939 y referidas a
aquellas cláusulas.
Nada novedoso. Lo había hecho con leyes anteriores, que según el mismo Fallo daba
cuenta de ello.
Técnicamente, a eso se llama, conoce y da en llamar también “revivificación” normativa.
En el considerando 17) del Fallo explica con meridiana claridad el Máximo Tribunal las
razones que determinaran tal temperamento; pero a la vez, advierten allí cómo no se
trataba de ninguna novedad, dado que reeditaban cuanto ya había dispuesto con
anterioridad el mismo Tribunal, entre otros, en el caso “Rizzo…”, también relativo a la
misma institución.
Y es por demás lógico y razonable proceder de ese modo, habida cuenta que no es difícil
sospechar que el vacío jurídico que produce una declaración de inconstitucionalidad
provocaría conflictos graves y que esa eventual crisis tensiva justifica entonces, por una
suerte de estado de necesidad, adoptar medidas para preservar la funcionalidad
constitucional del Consejo; dicho sin eufemismos, no hay otra manera razonable y
eficiente de resolver el problema que no sea revivificando la norma cambiada por la ley
inconstitucional; y que la ley repuesta por el tribunal sea de por sí constitucional.
De modo que el tribunal “revivificante” debe argumentar con debida pulcritud y
convicción su decisión. En este contexto, la “revivificación” es más que correcta de cara a
la solución que corresponde arbitrar ante el vacío o laguna que se genera.
Así las cosas, los tribunales constitucionales, o las cortes supremas que aproximadamente
cumplen roles similares, atraviesan un significativo proceso de expansión. Además de
cuasi legisladores negativos, como originalmente fueron, destinados a abolir o a inaplicar
preceptos inconstitucionales, ahora, mediante doctrinas consolidadas como las de la

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“interpretación conforme” de las reglas inferiores con las superiores, y de la


“interpretación previsora” o “consecuencialista” (según la cual deben verificar los
resultados de sus decisorios, y evitar aquellos que aunque sean impecables
académicamente, resulten no obstante nocivos para el sistema institucional), cumplen
también roles creativos y realizan control de constitucionalidad positivo o constructivo.
Se transforman así, no de cualquier modo, por supuesto, sino con deber de prudencia y
justicia, en agentes nomogenéticos, vale decir, generadores de normas y aún de derechos.
Resta observar que cuando una corte constitucional u organismo relativamente análogo
restaura una norma derogada por una ley inconstitucional, ello no afecta las atribuciones
del Poder Legislativo para sancionar sobre el tema y cuando le plazca otro precepto
distinto, siempre, desde luego, que sea acorde con la Constitución. Con ello queda
satisfecho el legitimismo democrático: el Congreso posee competencias para alterar la ley
judicialmente “revivificada” que él en su momento dictó, y con amplias razones de
oportunidad y conveniencia.
Y la Corte procede no ya como un legislador activo, sino como uno suplente y precario
que de modo meramente subsidiario y transitorio ni siquiera crea desde la nada una
norma aplicable en reemplazo de las que son declaradas inconstitucionales e inaplicables
de resultas de ello, sino que tiene el tino y la prudencia de remitir a aquellas normas
legislativamente dictadas por el Congreso y que rigieran con anterioridad a las nulificadas
para cubrir ese vacío que sería producto de la inoperancia del órgano que debe producir
la nueva norma.
De hecho, la Corte lo ha exhortado para hacerlo en un tiempo razonable de 120 días,
atendiendo al hecho de que no puede concebirse -ni mucho menos tolerarse desde la
lógica más elemental- la subsistencia irregular del funcionamiento a largo plazo o “sine
die” (si jamás esa nueva ley es dictada) de un órgano constitucional cuya integración –y
funcionamiento conforme a ella- ha quedado deslegitimada de resultas del Fallo.
¿Podemos acaso decir que la Corte se ha extralimitado en el caso? Por cierto, no.
De la misma manera que tampoco tiene sentido insistir en que sus integrantes no son
designados por el voto popular, pues históricamente la “legitimación” del poder judicial

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(como “contrapoder” dentro del esquema- obedece a otro orden de razones que
suficientemente explicaran desde los orígenes los padres fundadores de la constitución
norteamericana, que precisamente sobre la experiencia de los abusos del Parlamento
inglés querían poner freno a los eventuales excesos o abusos de las mayorías
circunstanciales.
En suma: el control judicial de constitucionalidad está en el centro del sistema
republicano, existe y debe respetárselo.
Independientemente del criterio restrictivo con que deba verificarse el control a la hora
de tener que nulificar una norma, no se advierte en éste, como ninguno de los otros casos
mencionados en la denuncia, que haya mediado un extravío por parte de la Corte.
Por cierto, las mayorías se pueden creer -por el hecho de resultar tales- con derecho para
sancionar cualquier cosa cuando hacen la ley.
Pero el acierto y la licitud de una decisión (el dictamen, en el caso) no derivan de la sola
decisión mayoritaria, pues la inequidad, la injusticia y el arbitrio no se purgan por el
número de quienes la sostengan.
He allí una insistencia preocupante, porque en este tópico no pueden tener lugar ni la
ignorancia ni la confusión conceptual: son aspectos demasiado básicos, algo así como el
“ABC” del derecho constitucional y el sistema de control constitucional.

Cargos anexos que se suman al reproche:


A partir de esa primera circunstancia, se desencadenan hechos que también forman parte
del cuestionamiento, en el siguiente sentido:
- Avanzar sobre la autonomía del Senado de la Nación (haberse inmiscuido en
facultades del Congreso de la Nación para manipular la conformación del
Consejo de la Magistratura a través de fallos y acordadas).
En la presentación se menciona que la Corte Suprema luego decidió intervenir para
cuestionar la partición del Bloque del Frente de Todos en el Senado de la Nación porque
tenía consecuencias directas en el reparto de bancas en el Consejo. Así, “la Corte avanzó
indebidamente sobre la autonomía de la Cámara Alta, al determinar de forma arbitraria

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y autoritaria cómo debían organizarse los bloques políticos. Ello implica una clara
violación constitucional a la autonomía del Senado de la Nación y a su reglamento, el
que goza de raigambre constitucional”.
En síntesis, para los denunciantes: “La Corte avanzó indebidamente sobre las facultades
del Poder Legislativo de la Nación al declarar la validez de una norma que había sido
expresamente derogada por éste; posteriormente invalidó resoluciones de las
presidencias de ambas cámaras, desconoció sentencias de jueces inferiores competentes
en causas vigentes y análogas, lo hizo por fuera de una decisión jurisdiccional (mediante
una Acordada) y de esa forma conformó de manera ad hoc una integración del Consejo
de la Magistratura que sea afín a los objetivos políticos que la Corte persigue desde el
dictado del primer fallo”.
- Avanzar sobre la autonomía de la Cámara de Diputados de la Nación
En este punto se cuestiona que la Corte Suprema tomó juramento a los diputados que
en un primer momento habían sido designados como consejeros, desconociendo que la
Cámara Baja había retirado esos pliegos luego de un fallo judicial que cuestionaba la
distribución de bancas para el consejo por fuerza política. La Corte tomó esta decisión
“en abierto desconocimiento de lo resuelto, en ejercicio de sus facultades
constitucionales, por la máxima autoridad de una de las Cámaras del Congreso de la
Nación”.
También se enfatizó que Rosatti, como presidente del Consejo, se debía haber abstenido
de intervenir.
Diré que se trata en ambos casos de cuestionamientos que caen por su propio peso.
El fallo recaído en la causa “Juez…” es suficientemente ilustrativo de las razones en virtud
de las cuales la Corte obró como lo hiciera en cuanto al Senado respecta, cuando
advirtiera una actuación contraria a la buena fe y fraudulenta inoponible en punto a la
composición de un órgano ubicado en la órbita del Poder Judicial, y ajeno al Legislativo.
Y las Acordadas dictadas también observan una lógica ajustada a cuanto decidiera en ésta
jurídicamente y a las circunstancias del caso que sirvieran de plafón al respecto.

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B) EL CASO DE LA “COPARTICIPACIÓN.
Los cargos:
Se sostiene que, a fines de diciembre de este año, la Corte a través de una medida cautelar
ordenó que el Estado nacional le gire el 2,95% de la coparticipación a la Ciudad. Son entre
$70.000 y $153.000 millones más que lo que le corresponde a la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.
Pretextan que esa suma habría sido definida sin ninguna justificación ni cálculo ni índice,
hasta que se resuelva la cuestión de fondo.
Según los denunciantes, la cautelar por la coparticipación “fue una arbitraria sentencia
que pone en jaque la repartición federal de los recursos que integran el erario público
nacional, afectando de manera directa a las provincias y generando un irreparable
desequilibrio entre éstas y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.
Se suspendió en virtud de la resolución la aplicación de la Ley 27.606, sancionada por el
Congreso de la Nación el 10 de diciembre de 2020.
Este fallo de la Corte Suprema implica –en el parecer de los denunciantes- arrogarse
facultades legislativas que no le corresponden, ya que, sin pronunciarse respecto de la
inconstitucionalidad de la ley en cuestión, ordena que el Estado Nacional se abstenga
de aplicar una norma plenamente vigente”.
Es decir, se la vuelve a acusar bajo el pretexto de que habría legislado, una vez más.
Refieren que “La Corte Suprema se arroga facultades que no le son propias y se
extralimita en sus competencias y atribuciones. El Máximo Tribunal, al fin de cuentas,
está instruyendo, tanto al Poder Ejecutivo Nacional como al Poder Legislativo Nacional,
cómo distribuir los recursos, cuando esta tarea le compete, de forma exclusiva, a estos
dos últimos”, se añadió.
También se menciona que para disponer que la ejecución a favor sea inmediata, la ley de
Medidas Cautelares establece que se acredite debidamente el peligro en la demora algo
que no sucedió en este caso. Esa misma ley dice que “jueces no podrán dictar ninguna
medida cautelar que afecte, obstaculice, comprometa, distraiga de su destino o de

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cualquier forma perturbe los bienes o recursos propios del Estado”. “Fue lo que ha
ocurrido en el caso en cuestión”, aseguraron los denunciantes.
Adunan que “resulta evidente que la decisión adoptada por los Ministros de la Corte es
eminentemente política y, por ende, como tal, debe ser analizada bajo el prisma del
enorme impacto político y económico que provoca dentro del esquema de
coparticipación federal. La Corte Suprema privilegió, de manera ostensible e infundada,
un acuerdo político partidario que a partir de 2016 promovió elevar el coeficiente de
coparticipación del distrito más rico del país”, se denunció. Y agregan que “el Estado
Nacional, con el apoyo de la mayoría de las Provincias, estableció y demostró la
arbitrariedad manifiesta del aumento que recibió la Ciudad Autónoma”.
Para los denunciantes, la decisión de la Corte “promueve el fortalecimiento irregular de
un distrito, de una estructura partidaria y del financiamiento de futuras candidaturas”.
Es decir, de Horacio Rodríguez Larreta.
Una vez más, diré en contrapartida que no se trata más que de una opinión crítica y un
disenso teñido de una mirada subjetiva reñida con lo jurídico respecto de lo decidido por
el más Alto Tribunal, que debe ser aceptado como contenido propio de una decisión
fundada.
Y tanto o más grave aún que en los restantes caso, pues se verifica aquí una indebida
injerencia de los poderes Ejecutivo y Legislativo en el curso de un juicio en trámite,
temperamento vedado por el artículo 109 de la Constitución Nacional que conlleva a la
más terminante y absoluta nulidad de cualquier decisión que esta Comisión, la Cámara de
Diputados y, aun eventualmente, el Senado, adoptasen al respecto.
Por lo demás, la lectura de la resolución del más Alto Tribunal de la Nación exime de
mayor comentario.
Nada tiene que ver suspender la aplicación de una norma con legislar.
Se trata de una decisión que la Corte puede adoptar en el marco de su función
jurisdiccional. Y concretamente, de una que es posible tomar como medida cautelar sin
necesidad de expedirse sobre su compatibilidad con la constitución o no, que en todo
caso será cuestión propia de la decisión de fondo.

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Es más: en tanto cautelar, se trata de una decisión que tiene los consabidos rasgos de
provisionalidad y temporalidad, y que -como tal- es tomada con los elementos de análisis
tenidos a mano por el Tribunal al a tiempo de hacerlo (la discusión del quantum se defiere
para el fondo por resultar atada a elementos de juicio de los que no se dispone de
momento, según la propia sentencia lo indica expresamente); que no causa estado (no
comporta cosa juzgada en sentido material), por lo que puede ser revisada a pedido de
las partes en cualquier momento (por ejemplo, el Estado Nacional bien podría hacerlo a
partir de los propios elementos que los denunciantes traen a colación para formular su
cuestionamiento ahora en la denuncia), y a cuyo respecto existe un marco de apreciación
discrecional abierto al juzgador por el propio Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación en el artículo 165 in fine en miras a establecer un valor o cuantía (cifra o monto
que, de todos modos, es inferior a lo que se reclama como materia del reclamo de fondo,
por lo que se decide conforme a un rango que no se identifica con este último y que,
resultando menor al reclamado, no comporta una decisión extra ni ultra-petita que
permitiera teñirla de ilegítima por arbitraria).
No hay nada extraño en el modo en que actuara aquí la Corte Suprema de la Nación.
No se encuentra en este punto otra cosa que no sea una mera discordancia con lo
resuelto, que para colmo no está verificada respecto de una Sentencia definitiva sino
de una resolución cautelar, pero los argumentos esgrimidos para atacarlo en modo
alguno permiten siquiera inferir que la decisión haya resultado impropia del órgano,
irrazonable o arbitraria.
Los recaudos que hacen a una medida cautelar están dados, no media anticipo de la
sentencia (de ahí que no corresponda en esa instancia un pronunciamiento acerca de la
inconstitucionalidad del decreto ni de la ley cuestionados; y la asignación del porcentaje
-habida cuenta de la provisionalidad de la medida y de la falta de mayores elementos para
el análisis pormenorizado, más bien propios de la discusión de fondo) habilitan por cierto
un margen de discrecionalidad para establecer el porcentaje a ser entregado al Gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires.
Tal pronunciamiento, por lo demás, sigue fielmente la jurisprudencia de la CSN
desarrollada bajo gobiernos anteriores en materia de coparticipación, y se encarga tanto

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de aclarar por qué no media afectación alguna respecto de las provincias (al ceñirse a
fondos correspondientes a la coparticipación primaria de la Nación) como de dar cuenta
de su carácter provisional.
Y en lo que respecta al instituto del “Amicus Curiae” (Acordada 7/2017), queda
suficientemente claro que la Corte puede a su criterio considerar la pertinencia o
impertinencia de la presentación que pudiera pretender hacerse bajo tal configuración
(artículo 11 del Reglamento sobre intervención de Amigos del Tribunal), más allá de que
la propia resolución permite colegir la ausencia del interés para participar en la causa por
parte de las Provincias, siendo que, como lo destacara, no se ponen en juego recursos
correspondientes a las mismas, sino a la participación primaria de la Nación.
En ese entendimiento, más allá del disenso, entiendo que los Ministros de la Corte podían
recurrir a los criterios jurídicos disponibles, y así lo hicieron, allende la discrepancia, la
crítica y aún el enfado que la solución pudiese provocar.

Otros cargos conexos:


A partir de los casos, en particular el de la coparticipación, la denuncia también tiene
distintos capítulos.
- Los presuntos chats de Robles y D’Alessandro por el Consejo.
Por un lado, los denunciantes se hicieron eco de las presuntas comunicaciones entre Silvio
Robles, Director General de la vocalía del Dr. Horacio Rosatti, y Marcelo D’Alessandro, ex
Ministro de Justicia y Seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que salieron a
la luz en la segunda filtración de chats del celular de este último.
Para los denunciantes “no es una mera amistad lo que une” a Robles y D’Alessandro
“sino que existe una espuria convivencia en la cual se coordinan fallos judiciales del Alto
Tribunal que explícitamente benefician, en general, a la alianza política Cambiemos y
en particular al gobierno de Horacio Rodríguez Larreta”. “La convivencia y la negociación
entre ambos funcionarios ha quedado al desnudo en los chats publicados, los que
demuestran que Horacio Rosatti, a través de Silvio Robles, ha desarrollado operaciones

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políticas específicas ejecutadas a través de arbitrarios fallos judiciales”, se destacó en la


denuncia.
En la acusación se afirmó que “Rosatti, en su inconfesable vocación cesarista, ha diseñado
una maniobra arbitraria e ilegal”, según la cual “asumió en primer lugar y de forma
irregular la presidencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación; posteriormente,
tomó por asalto el Consejo de la Magistratura, órgano de carácter constitucional, a través
de un fallo judicial que resucitó una ley expresamente derogada por el Congreso de la
Nación y, finalmente, a través de otros fallos y acordadas manipuló la integración del
Consejo a los efectos de obtener las mayorías que le sean más beneficiosas”. Y se agregó:
“Todo ello orquestado junto a la alianza política opositora a este gobierno”.
“En los chats publicados en distintos medios de prensa entre Robles y D’Alessandro
consta que entre ambos existió una coordinación y un asesoramiento directo desde la
Corte hacia el Gobierno de la Ciudad respecto de cómo proceder en el caso del Consejo
de la Magistratura. Es el propio Rosatti el que indica a la alianza política Cambiemos, a
través de los operadores mencionados, cómo debe actuar en el Senado de la Nación” para
quedarse con las bancas que el Frente de Todos reclama para así en el órgano de
designación y sanción de jueces, continuó el texto.
Es que en los presuntos chats filtrados se lee cómo Robles le indica los pasos a seguir
para obstaculizar que el oficialismo se quede con tres bancas de las cuatro que
corresponden a la Cámara Alta en el Consejo “resucitado”. Es que el FDT en el Senado
de la Nación había partido sus bloques y conformado un interbloque para poder quedarse
con dos (2) bancas de la mayoría y una (1) de las dos (2) que corresponden a las minorías.
Se trató de una jugada similar a la que hizo Juntos por el Cambio (JXC) en la Cámara de
Diputados de la Nación. Al final del supuesto intercambio, Robles le dice al funcionario de
Larreta sobre la información que le había pasado: “Usala como tuya”. D’Alessandro
contesta: “Entendido”. La mano derecha de Rosatti también le aconsejó dónde debía
presentar sus denuncias el senador Luis Juez para obstaculizar la estrategia del FDT en el
Senado.
“La estrategia desarrollada por Rosatti y ejecutada a través de Robles y D’Alessandro
consistía en desconocer los decretos emitidos por la Presidencia del Senado a través de

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los cuales se designaban a los senadores respectivos en el Consejo de la Magistratura.


Como se sabe, la maniobra fue seguida al pie de la letra por los senadores de esa alianza
política”, se indicó.
En la denuncia se agregó “que la esposa de Silvio Robles, Laura Latorre, también tiene
íntimas vinculaciones con el partido político PRO, lo que da cuenta del contexto de
íntima vinculación que existe entre Rosatti y dicho espacio político”.
En este apartado se vuelven a mencionar los intercambios entre la mano derecha de
Rosatti y el ministro de Rodríguez Larreta. Es que en el intercambio de chats filtrados se
da una mención a este tema.
“En el intercambio entre ambos funcionarios, el funcionario de la Corte Suprema y
principal colaborador del Dr. Horacio Rosatti, le envía un link con una nota periodística
en el que se informa que el Presidente del Máximo Tribunal seguiría interviniendo en
este caso. El pedido de apartamiento de Horacio Rosatti se dirigía, justamente, a
cuestionar los vínculos entre Silvio Robles y Marcelo D’Alessandro. Ambos funcionarios
habían arribado juntos y compartido un cumpleaños en un hotel porteño. Se trataba
nada menos que del festejo celebrado en honor del doctor Juan Ignacio Mahiques, Fiscal
Federal y hermano del Procurador General de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Juan
Bautista Mahiques”, se destacó en el pedido de juicio político. “La presencia del principal
colaborador del Presidente de la Corte en este ágape justificó un temor de parcialidad
que, a la luz de la información ventilada luego por la prensa, estaba efectiva y
visiblemente fundada”, se añadió.
“El doctor Horacio Rosatti, Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
junto con su histórico colaborador, han terciado desde su Vocalía por los intereses de
una de las partes en causas de altísimo impacto institucional”, se menciona en la
presentación que ingresó el viernes al Congreso.
Con respecto a la actuación delictiva o no delictiva de (el asesor del presidente de la Corte,
Silvio) Robles, resultaba por cierto prematuro expedirse en ningún sentido a la Comisión.
Porque primero hay se necesitaría esperar la actuación penal, segundo porque en el
punto en el que estamos, si eventualmente se estableciese algún tipo de responsabilidad

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Expte. 6905-D-2022
Expte. 6906-D-2022

penal, recaería claramente sobre Robles de modo directo. No hay, en este punto, ninguna
vinculación existente entre lo que eventualmente podría ser un delito de Robles con la
actuación de Rosatti por la que deba realizarse una extrapolación que, hoy por hoy, carece
de todo sentido.
Por lo demás, en línea con lo que dispusiera el Juez Sebastián Ramos por imperio de la
“doctrina de los frutos del árbol envenenado”, está claro que la Comisión no podría
motorizar la investigación solo a partir de esos presuntos “chats” captados u obtenidos
ilegalmente.
Este ha sido enfático en afirmar que “es inadmisible e insostenible que un proceso se
inicie con prueba violatoria a las mínimas garantías constitucionales y que pueda ser
iniciada a través de un delito penal”.
Acaso, entonces, ese mismo criterio no debería regir en este caso, siendo que lo “político”
no le suprime ni resta al procedimiento la naturaleza jurisdiccional que impone el respeto
de los derechos y las garantías constitucionales, y entre aquellos y éstas, los de intimidad,
inviolabilidad de la correspondencia confidencialidad del debate interno (en el caso de los
jueces) y la necesidad de una orden judicial para cualquier tipo de allanamiento,
secuestro, interceptación de comunicaciones de todo tipo y otra medida de esa índole
que comportare la restricción de un derecho.
Corresponde entonces desestimar la pretextada causal fundada en este intercambio y
aquella prueba solo basada en aquella circunstancia. Máxime si, además de ilícita, la
medida no se revela conducente sino más bien útil como instrumento para acometer una
“excursión de pesca”.
En lo demás, cuando se entra en el terreno de esas intercomunicaciones –lo cual resulta
válido asimismo para el pretextado manejo deficitario de la Obra Social-, se arriba a
idéntica conclusión. Ello así porque, sin perjuicio de la ilicitud originaria de aquello que
representaría la fuente para investigar -que comportaría también un escollo para hacerlo
en el seno de la Comisión- en el caso de las intercomunicaciones, lo cierto es que ninguno
de los casos atañe directamente a conductas de las figuras sobre las que se intenta llevar
adelante el reproche. De allí que el ámbito adecuado para avanzar en investigaciones al

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respecto sea otro, porque debe ser otro. Y en todo caso, se trata de una instancia previa
a la intervención que eventual y ulteriormente pudiera corresponder a la Cámara de
Diputados en función de los resultados obtenidos a partir de las mismas.

Por último, no podrá pasarse por alto la circunstancia de las trascendentes revelaciones
conocidas recientemente, desde el día 6 de noviembre de 2023, que provenientes de la
justicia penal federal daban noticia sobre la operación de inteligencia ilegal armada, entre
otros, contra los miembros del máximo tribunal.

- Expresiones y/o manifestaciones del Dr. Rosatti.

El cargo:

Son presentadas como una amenaza del Dr. Rosatti que se habría materializado en los
hechos (en alusión a los Fallos y las conductas consiguientes).

Refieren los presentantes que se trata de las declaraciones que realizó el presidente de la
Corte en el discurso de cierre del XXII Encuentro de Jueces de Tribunales Orales celebrado
en Catamarca.

¿Qué dijo allí el Dr. Rosatti?

Que “la reforma judicial profunda, que involucre aspectos sustantivos y aspectos que
nosotros llamamos de superintendencia (administración e infraestructura), y aspectos
procesales, va a ser la que cuente con el consenso del poder judicial, porque tenemos
muchísimo para decir. Eso queremos desde la Corte Suprema de Justicia de la Nación”.

De acuerdo a los denunciantes “las afirmaciones del Presidente de la Corte encierran un


verdadero alzamiento contra el orden constitucional, el pretender que el Poder
Legislativo subordine el ejercicio de sus atribuciones constitucionales para sancionar
normas legales relacionadas con el Poder Judicial, a una suerte de ‘acuerdo previo’ con el
máximo Tribunal de Justicia”. “La pretensión de actuar como una suerte de órgano
colegislador, genera una disrupción en la arquitectura institucional de la República”,
añadieron.
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En la acusación se señaló que la expresión “no puede ser interpretada de otra manera
que como una amenaza y un condicionamiento a los otros Poderes gubernamentales”.

Y se destaca que “la ‘advertencia formulada’ se ha materializado en decisiones del


máximo tribunal del país que ha extralimitado sus funciones constitucionales de modo
inadmisible”.

Diré lo siguiente: apuntar los dichos de Rosatti –sumados a los comentarios periodísticos
transcriptos sobre tales dichos o no- como hechos pasibles de conducir a algún tipo de
reproche, o cuanto menos cuestionamiento en ese sentido, comporta cuanto menos es
un desatino, no ya una simple o mera desmesura.

En efecto: la circunstancia de hablar de la necesidad de la “aquiescencia” de un Poder (no


de la Corte misma, ni la del Dr. Rosatti mismo o la de cualquiera de sus otros integrantes,
sino el propio Poder Judicial como tal) mal puede leerse como una interferencia, tal como
parecería intentar colegirlo la presentación en análisis. Mucho menos, desde ya, como
una “amenaza”.

Lejos de ello, y contrariamente, hasta parece sano el consejo de saber escuchar a los
operadores de la función judicial a la hora de acometer reformas que atañen a la misma.
Más aun atendiendo a la suerte de todos los intentos habidos de un tiempo a esta parte
en la materia.

Pero de ahí a leer esas expresiones como advertencia o amenaza hacia los demás poderes
(el Legislativo, en concreto) parece haber un abismo que no se puede atravesar por vía
de semejante atajo argumental.

Ocurre que, independientemente de no incurrir en una referencia hacia sí mismo, sino


hacia el poder que integra, el Dr. Rosatti no está en modo alguno anticipando que la
consecuencia directa y necesaria de soslayar al Poder Judicial – y que por tanto se legisle
sobre el mismo- sea la nulificación de la norma resultante.

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De ahí que el señalamiento, a más de subjetivo o aún antojadizo, resulta de todas maneras
inocuo. Hasta inocente. Puesto que, de hecho, se inscribiría como mucho en el mismo
nivel de apreciación crítica que el PEN, legisladores y exponentes del oficialismo efectúan
con total libertad respecto de la actuación del Poder Judicial, sin que en caso del primero
haya derivado en un “juicio político” por pretender condicionar a la justicia. En ese
entendimiento, las expresiones del Dr. Rosatti merecerían el mismo amparo como tales
que aquellas otras que, proviniendo de otros poderes, parecen también menoscabar la
función judicial o atacar al régimen republicano.

De modo que no corresponde aquí rasgarse las vestiduras, pues el hecho de que la Justicia
funcione bien concierne a la eficacia y eficiencia de la propia Justicia, como administración
y como función que ésta lleva adelante, y es lógico y razonable que quien está a la cabeza
de ese poder haga señalamientos de este tipo en aras a concretar reformas adecuadas.

No encuentro en ello amenaza alguna. Es del interés de todos –y de los miembros del
poder judicial especialmente- plasmar en la realidad el anhelo de “afianzar la justicia” que
prescribe el Preámbulo.

Las manifestaciones pronunciadas por el Dr. Rosatti fueron declaraciones formuladas en


el marco del ejercicio de su derecho a la libertad de expresión y con relación al
tratamiento de un asunto de interés público como lo es el funcionamiento del Poder
Judicial de la Nación, del cual no es nada más ni nada menos que su cabeza.

Del propio relato expuesto en la denuncia, se desprende que las manifestaciones en


cuestión tampoco constituyeron opiniones en absoluto incompatibles con el recato y la
prudencia que debe observar un magistrado.

Es más: el Dr. Rosatti habló del consenso entre los tres poderes, del diálogo interpoderes.

No lucen sus dichos en contradicción con los estándares establecidos por los Principios de
Bangalore sobre la conducta judicial, en particular su art. 4.6 que dispone: “Un juez, como
cualquier otro ciudadano, tiene derecho a la libertad de expresión y de creencias, derecho
de asociación y de reunión, pero cuando ejerza los citados derechos y libertades, se

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comportará siempre de forma que preserve la dignidad de las funciones jurisdiccionales


y la imparcialidad e independencia de la judicatura”.

No existe contradicción entre la normativa referida a los deberes de conducta del juez y
la normativa de jerarquía constitucional sobre la libertad de expresión.

Como contrapartida, existe coincidencia entre los diferentes sistemas regionales de


protección a los derechos humanos y el universal, en cuanto al papel esencial que juega
la libertad de expresión en la consolidación y dinámica de una sociedad democrática, de
acuerdo a los artículos IV de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre, el art. 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), el art. 13.1
de la Convención Americana de Derechos Humanos, los artículos 19.1 y 19.2 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, complementarios del art. 14 de la
Constitución Nacional y con idéntica jerarquía (art. 75, inc. 22, Constitución Nacional).

Así las cosas, tenemos pues que de las normas referidas se colige que este derecho
alcanza a toda persona, independientemente de cualquier otra consideración, por lo que
no cabe considerarla ni restringirla a una determinada profesión o grupo de personas
(Corte I.D.H., “Tristán Donoso”, 27/1/2009).

De modo que el sistema interamericano de Justicia protege a los jueces no solamente por
el contenido de sus sentencias, sino también por las manifestaciones que vierten con
motivo de realizar actividades extra-jurisdiccionales.

Por lo que, como cualquier ciudadano, los jueces tienen opinión sobre los temas de
actualidad que pueden hacer trascender públicamente. Asimismo, y en lo que constituye
su cometido principal, deben resolver conflictos -de acuerdo a la Constitución y a la ley-
en la sociedad en la que se hallan inmersos, a la que deben estar plenamente integrados.

Los márgenes entre los que se desenvuelve la libertad de expresión de los jueces son
amplios, y su ejercicio no puede ser cercenado, particularmente desde el punto de vista
estrictamente disciplinario, lo que se pretendería en la hipótesis. Resulta sin dudas más
peligroso para la salud del sistema democrático y de la división de poderes que los jueces

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no puedan expresarse libremente fuera del ejercicio de sus funciones, que eventuales
excesos al hacerlo, por los que deben responder de igual modo que los demás ciudadanos.

Sabido por todos es que la libertad de expresión es un derecho constitucional que por su
centralidad para la vida democrática debe merecer una protección especial, y prevalecer
en su eventual confrontación con otros derechos u obligaciones de ciudadanos y
funcionarios.

Por supuesto que, en tal ejercicio, los magistrados tienen una responsabilidad mayor –
que impone la dignidad de la investidura- como así también las restricciones vinculadas a
las causas que tienen en trámite ante sus respectivos juzgados y tribunales, lo que no se
verifica ni se pone en juego por ciento en los casos bajo examen.

Por lo expuesto, se desprende que las declaraciones efectuadas por el Dr. Rosatti fueron
realizadas en ejercicio de su derecho constitucional a la libertad de expresión, que no se
entiende restringido por su condición de jueza, de modo que no transgrede norma de
conducta alguna ni configura causal de remoción.

Las expresiones del Dr. Rosatti, están en el campo del ejercicio de la libertad de expresión
y que pueden ser criticables o no. Por lo demás, se trata de criterio arraigado y doctrina
firme en el Consejo de la Magistratura respecto de las magistraturas inferiores, pero de
validez en este caso, tal como a modo de simple ejemplo lo demuestra, ente otras en la
misma línea, la Resolución n°126/2020 que desestimó las denuncias n° 166/2017,
caratulado “Wolff Waldo E. y Incicco Lucas C. (Dip. Nac.) c/ Dr. Ramos Padilla Juan María”
y su acumulado 54/2018, caratulado “Molinari Guillermo Daniel c/Dr. Juan María Ramos
Padilla”.

Valga apuntar- como un dato nada desdeñable- lo siguiente.

No son pocos quienes sostienen que una reforma del Poder Judicial no debe contar con
ninguna anuencia endogámica del Poder Judicial porque el órgano encargado de realizar
una reforma es el Congreso de la Nación a través de la sanción de distintas leyes orgánicas
o especiales que establezcan el funcionamiento del poder judicial. Pero en los hechos, se

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encarga a Comisiones integrada por Jueces la elaboración de reformas de los Códigos de


Fondo (Penal, Civil y Comercias) y su opinión acerca de reformas institucionales
(“Comisión Beraldi”). Y lo han hecho tanto éste como los anteriores gobiernos.

C) EL 2X1 -EL "CASO MUIÑA", CONOCIDO COMO 2X1, QUE BENEFICIÓ CON LA SALIDA
ANTICIPADA DE PRISIÓN A CRIMINALES CONDENADOS POR DELITOS DE LESA
HUMANIDAD.
Los cargos:
Dijeron los denunciantes:
“Entendemos aplicable la solicitud de promoción de Juicio Político a los Jueces
Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz por la suscripción, con fecha 3 de mayo de
2017, del fallo “Muiña”.
Aquel fallo, que tuvo también la firma de la ahora jueza jubilada Elena Highton de Nolasco,
“provocó un verdadero escándalo jurídico y la legítima indignación social en nuestro
país”.
“La lectura e interpretación que hicieron en sus votos los jueces Rosatti, Rosenkrantz y
Highton formando mayoría, en beneficio del represor Muiña, resulta írrita por
diametralmente opuesta a la literalidad normativa de valor supremo en el Derecho, la
pirámide jurídica encabezada por los instrumentos internacionales de DDHH”, remarcaron
los denunciantes.
También indicaron que en el caso “Rufino Batalla”, del 4 de diciembre de 2018, donde
la Corte Suprema vuelve sus pasos y rechaza el beneficio de la ley del “2 por 1” para las
condenas por delitos de lesa humanidad, Rosenkrantz “reafirmó en su voto en minoría
que los aberrantes lineamientos del caso ‘Muiña’ seguían vigentes y eran aplicables al
caso”.
Concluyen que “…Con un ostensible desprecio por la sensibilidad y consciencia ciudadana,
este juez se mantuvo firme en su postura, absorto y ajeno a la realidad social de nuestro
país, e ignorando nuevamente los compromisos internacionales asumidos por el Estado

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Argentino en la búsqueda y Juzgamiento de los delitos más aberrantes de nuestra


historia…”
De nuevo asistimos a una opinión crítica y a un disenso teñidos de una mirada subjetiva
(más ideológica que política, si se quiere, que estrictamente jurídica) respecto de lo
decidido por el más Alto Tribunal, y puntualmente, de uno de sus actuales integrantes
en este caso.
Decisión, o decisiones, que se debe aceptar como contenido propio de una decisión o
decisiones por demás fundadas, más allá de que pueda compartírselas o no.
La lectura de la resolución de los Fallos, y del voto del Dr. Rosenkrantz en particular
(acompañado en el primer caso por los Dres. Rosatti y Highton de Nolasco), exime de
mayor comentario.
Podrá no coincidirse, y resultar antipático aún para algunos o muchos, pero el Fallo
primigenio y el voto del Ministro Rosenkrantz en particular responden a una concepción
lógica jurídica positivista (normativa), de un voto ajustado estrictamente a derecho (de
apego a la ley), allende pueda no compartírsela, tal como quedara expresado.
De hecho, la Dra. Carmen Argibay –más allá de su histórica identificación con ideas
progresistas y liberales- defendió en su momento el valor de la Cosa Juzgada recaída
respecto de las personas incursas en ese tipo de delitos y la regla de irretroactividad de la
ley penal, entendiendo que no podía desconocerse su valor ni reabrirse las causas a su
respecto, tal como lo hizo la mayoría.
Adscribía, de ese modo, al mismo criterio positivista que ahora pretende achacársele al
Dr. Rosenkrantz.
Y no es un dato a soslayar el hecho de que el Congreso de la Nación haya tenido que dictar
una ley que enmendara la omisión.
Dictada la misma, en “Rufino Batalla” mantiene su postura (no así los Dres. Rosatti y
Highton), y lo hace apelando a un razonamiento jurídico plausible.

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Por lo demás, se suma un dato no menor: la extemporaneidad del planteo, habida cuenta
que remite a un pronunciamiento remite al mes de mayo de 2017 y a otro del siguiente
año. Han pasado ya seis años desde la fecha del primero.

D). Incumplimientos y desmanejos en la Obra Social del Poder Judicial de la Nación


(OSPJN).
En 2021, la OSPJN, que depende de la Corte, se vio envuelta en diferentes denuncias
penales y sospechas de irregularidades en su gestión y administración.
En el pedido de juicio político, los legisladores se hacen eco del escándalo que envuelve a
la OSPJN. Se denuncia que la Corte “se reservó para sí atribuciones y funciones que hacen
imposible escindir a sus integrantes de las responsabilidades por el control sobre la
administración y gestión de la OSPJN”. Esto es así porque la Obra Social “estaba obligada
a elevar cierta información a la CSJN con una periodicidad fijada con precisión, lo que le
asignaba indefectiblemente una evidente función de contralor de aquél sobre ésta”.
Entre septiembre y diciembre de 2021, se iniciaron dos investigaciones por distintos
hechos en los juzgados federales de Comodoro Py, lo que derivó en que la Corte mediante
una acordada dispusiera una auditoría interna sobre la gestión en la OSPJN, entre
septiembre de 2008 y 2021.
En la denuncia se recuerda que “dicha tarea fue concluida el 4 de agosto de 2022 y los
resultados confirman que durante los 13 años que fueron objeto de estudio, la OSPJN
fue administrada de manera deficiente, señalando irregularidades que no son más que
la continuidad y profundización de muchas de las deficiencias marcadas por la Auditoría
General de la Nación con anterioridad al 2008”.
“Entendemos que el mal desempeño y los constantes incumplimiento de los jueces de
la Corte Suprema de Justicia han ocasionado una clara vulneración del derecho a la
salud de los y las trabajadoras judiciales, quienes se han visto seriamente afectados. En
tal sentido, el propio Informe de Auditoría revela que el índice de litigiosidad para el
período 2008-2021 creció más del 300%. En 2008 se iniciaban 3 causas judiciales contra
la OSPJN cada diez mil afiliados, mientras que en 2021 se iniciaron 11 causas cada diez mil
afiliados”, destacaron los legisladores denunciantes.

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Más allá de los datos (que exigen de su demostración) y de las apreciaciones que se
formula a partir de ellos (que pueden no corresponderse enteramente con aquellos), es
de dudosa procedencia la intención de hacer cargo directo de ello al Dr. Juan Carlos
Maqueda, que es más bien un interlocutor entre la Obra Social y la Corte, por lo que
representaría una culpa o responsabilidad “in controlando” vinculada con una esfera
ajena al cometido jurisdiccional, esto es, extraña respecto de lo que no ataña al eficaz
desempeño de su función judicial ni puede entonces, en este entendimiento, comportar
compromiso para con la dignidad del cargo en sí.
Más aún cuando, hasta donde se sabe, en el expediente penal abierto para investigar las
circunstancias no se habría encontrado nada que inculpara al ministro de la Corte, quien
no es imputado en la causa.
De allí que, más allá de comprender la distinta naturaleza de las actuaciones judiciales y
las del juicio político, parece improcedente -cuanto menos por prematuro- habilitar el
juicio político respecto de aquella persona respecto de quien la justicia no encuentra
ningún mérito para imputar e investigar sobre la base de los mismos o semejantes hechos
a los que resultan traídos a la Cámara de Diputados para su consideración.

CONSIDERACIÓN FINAL
Entonces, ¿de qué estamos hablando?
Acaso, ¿podríamos venir ahora llamarnos a sorpresa cuándo somos conscientes de que
ha sido la propia política la que ya le ha encargado con anterioridad legislar anteriormente
a los jueces?
Por caso, todos los anteproyectos de Códigos se han puesto en manos de magistrados
que se han encargado de elevar los mismos a la consideración del Congreso.
El recurso al más elemental sentido común da por tierra con tanto palabrerío
inconducente.
Sin dudas que un principio superior del que no es posible prescindir jamás es el de
“independencia del poder judicial”. Y precisamente, uno de los medios para reafirmarla y
asegurarla lo constituye la garantía de inamovilidad preceptuado en el artículo 110 de la

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Constitución Nacional.
En este entendimiento, deben prevalecer en la especie la prudencia del juicio, la reflexión
y la razonabilidad. Y tanto mas ello así cuando, como quedo de manifiesto, el proceso ha
tenido una génesis que lo deslegitima y toda la discusión ha discurrido por los carriles de
pretendidos cuestionamientos ceñidos a considerar decisiones jurisdiccionales
debidamente fundadas, abonadas por meras conjeturas que no tienen ningún contacto
con la realidad, a la luz de los hechos esgrimidos y la prueba rendida sobre el particular
para sustentar los reproches.
Por todo lo expresado, postulo la aprobación del presente dictamen, por el cual se
dispone no hacer lugar al pedido de juicio político contra los Sres. Ministros de Corte
Suprema de Justicia de la Nación por improcedente, aconsejando su rechazo al plenario
de la Honorable Cámara de Diputados, de conformidad con lo establecido por el artículo
14 del reglamento interno de la comisión.

Alejandro “Topo” Rodríguez


DIPUTADO NACIONAL

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