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E53ae4resumen CP 2 Galende
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(Cultura)
EMILIANO GALENDE - DE UN HORIZONTE INCIERTO
PSICOANALISIS Y SALUD MENTAL EN LA SOCIEDAD ACTUAL
1. La individualidad actual.
En la búsqueda de felicidad, Freud señala el amor sexual: permite la satisfacción del instinto y
del deseo a la vez que genera una dependencia del objeto de amor.
La sexualidad se hace adictiva pero separada del amor. El amor tierno empobrece la sexualidad.
Pero ocurre que se trata a la vez de un modelo de sensibilidad que constantemente se
promueve desde el cine y la televisión.
La existencia de determinadas técnicas fertilizantes han posibilitado la reproducción humana
por fuera del amor y el sexo, y hasta en varios países existe la posibilidad de tener un hijo
prescindiendo de la presencia del padre, hecho que en otros tiempos hubiera sido imposible.
En el psicoanálisis se diferencia lazo social, relación de objeto, elección de objeto,
comprendiendo a estas modalidades de relación con el otro como determinadas por el
inconsciente reprimido, de la historia libidinal del sujeto, de sus deseos.
Freud observa cómo la familia es tomada como analogía por la comunidad cristiana: los
creyentes se llaman a sí mismos “hermanos”, es decir, hermanados en Cristo y por el amor de
Cristo: “No cabe dudas que el enlace que liga a cada individuo con Cristo es la causa del lazo
que los une entre sí”. Resulta evidente que no hay amor ni lazo social sin que esté presente el
poder y la dominación.
Las clásicas oposiciones en que se estructuraba la vida social se ven desdibujadas. En particular
aquello que identificaba al empresario con el patrón y la explotación, y al asalariado con el
sujeto colectivo de las transformaciones sociales. El empresario se ha recubierto del éxito social,
en deterioro de aquella imagen de explotación de hombre por el hombre. Lo que antes se
esperaba y dependía de la acción solidaria del conjunto ha pasado a ser vivenciado como del
ámbito personal.
En un mundo marcado por la incertidumbre y la complejidad, en el que cada individuo es
víctima de sus propios miedos, se construye un estilo de vida que pasa por la asunción de
riesgos personales, facilitado por una cultura que invita a sus ciudadanos a ser responsables de
sí mismos. Los individuos se encontraron ante la situación de tener que inventar su presente y
el futuro. Todos están convidados a tomar el futuro en sus propias manos.
El ser empresario de sí mismo es entrar en la competencia: dado que el éxito es ahora el ser
competitivo se trata de asumir la aventura de la realización personal por esta vía.
Los valores de la autonomía personal y la libertad han sido desplazados por muchos por la
capacidad de competencia. Esto hace que la solidaridad pierda sentido ya que no puede
articularse a una competencia entre individuos para la cual sólo se busca el éxito personal. En
este sentido, “ser uno mismo” ha adquirido mucha fuerza, que no consiste en un acto de
libertad que permita elegir una identidad como se eligen los objetos de consumo.
Adquirir esta supuesta capacidad de ser empresario de sí mismo, es sentido como la solución
más justa, eficaz y posible de luchar contra la exclusión.
Pero no sólo en la vida económica se impuso la competencia. En poco tiempo, nuevos héroes
se ofrecen a la identificación social: modelos, conductores televisivos y deportistas. Son éstos
últimos quienes muestran mayor éxito para la identificación porque su profesión es
competencia pura y muestra una cara aceptable dado que el triunfo siempre es merecido, la
competencia resulta sana porque estimula el desarrollo y la estética misma del deporte. En
poco tiempo, niños y grandes pasaron a vestirse con ropas deportivas, marcas deportivas
accesibles al público masivo. Deportes que eran exclusivos de sus practicantes, como el tenis o
el golf, se han transformado en un gran espectáculo televisivo.
El dirigente sindical de la primera mitad del siglo representaba los intereses corporativos,
dedicaba su capacidad intelectual, su tiempo, a veces su misma vida, a la defensa de los
intereses de los miembros de su corporación. El dirigente corporativo actual se vuelca sobre sus
propias necesidades e intereses, económicos, políticos, de poder o ascensión social, a los que
trata de satisfacer. Todo el mundo sospecha de esos discursos que siguen proclamando el bien
común y la moral colectiva, porque con razón suponen que esos individuos están allí por
intereses personales que ocultan.
Las ideas de Nación, Pueblo, han ido cediendo paso a una sociabilidad basada más en
determinados rasgos particulares (de origen, de raza, de género, pero ahora también de otros
rasgos novedosos, como ex alcohólicos, punks, villeros, etc.).
Estos nuevos colectivos sociales son la expresión más clara del abandono social de los valores
de la igualdad y la solidaridad. Se trata en muchos casos de neocumunidades, o comunidades
construidas artificialmente, reactivas o defensivas, dominadas por el terror de la exclusión
social.
La existencia de este individualismo, las nuevas dinámicas de exclusión social que generan el
terror vivenciado individualmente y los nuevos agrupamientos neocomunitarios constituyen
nuevos datos de la conformación de lo social.
El individuo sólo es ciudadano si forma parte de la vida social de la ciudad, con sus derechos y
obligaciones. Los que no poseían derechos ciudadanos vivían al margen de las sociedad,
habitaban la periferia de la ciudad, las murallas de la ciudad medieval o las villas miserias de las
sociedades modernas. En la actualidad, los excluidos sociales habitan preferentemente el centro
de las ciudades (alojándose en plazas, edificios públicos, etc.).
La cultura actual exige “estar en forma”, y esta exigencia ha provocado un estallido de las
identidades personales. Las nuevas identidades se soportan sobre rasgos más banales de la
cultura (competencia, éxito personal, capacidad de consumo, etc.) haciendo que la ilusión de
una singularidad desemboque en modelos publicitarios que promueven íconos del éxito (TV,
deporte, revistas, como ya señalé).
En las tres diferencias básicas que se organizó la vida social moderna (de clase social, de
generación y de género) se están produciendo borramientos notables.
En la cultura actual se tiende a establecer un solo modo de clase social, identificado con el
empresario. No se trata por cierto de que no existan aún obreros y patrones, se trata de formas
de renegación por las cuales se hace posible un imaginario de tolerancia y pacificación.
La infancia actual parece acortarse, los niños en período de lactancia y los púberes toman
modos y costumbres de jóvenes a los que tienen como modelos de identificación. La
adolescencia comienza así más temprano respecto de la edad cronológica que se le asignaba.
Esta adolescencia resulta más prolongada, algunos hasta los 30 años conservan hábitos de
adolescentes, favorecidos por ser aún mantenidos por sus padres. Los que ya han pasado los
30 realizan esfuerzos para mantenerse jóvenes: gimnasio, dietas, vestimentas y arreglos
similares a los modelos publicitarios de juventud.
El ideal que se promueve desde los medios es el del joven, sobre todo porque condensa
exitosamente el borramiento de las tres oposiciones (clase, género y generación): de clase; ya
que los jóvenes se parecen entre sí; de generación; ya que se pasó a una idealización del joven
por sus cualidades físicas; y de género; ya que se evita la diferencia que va poniendo la edad al
cuerpo sexuado.
Es sabido que las formas arquitectónicas son expresiones esenciales de una cultura. Es
observable un cambio de los estilos propios de la modernidad hacia un cierto “collage” de
estilos que desprende de cualquier referencia de época. Algunos lo han denominado “populismo
estético”. Lo curioso es que los criterios estéticos se impusieron en todos los niveles: desde la
ropa, los utensillos de la mesa y la cocina, los autos o aviones. Todos son ahora verdaderos
objetos estéticos, en ellos se vuelcan los esfuerzos de creación e innovación constantes.
Los modos de organización del espacio actual (shoppings, avenidas, hoteles, etc.) forman parte
de una modalidad de encuentro acotado y pasajero, funcionalizado para la experiencia parcial y
anónima que allí se realiza. Estos lugares se muestran funcionando como verdaderas ciudades
artificiales dado que se trata de espacios anónimos que provee el consumo, tienden a borrar o
ignorar las identidades sociales de clase, pobreza, origen, raza, etc.
El individuo transita estos lugares como parte de su sociabilidad actual, encuentros para el
consumo ampliado, sensaciones impactantes de lo nuevo, la ilusión de “estar” insertado en la
cultura y la sociedad real.
Las nuevas identidades son frágiles, la fragmentación es su carácter dominante. Las identidades
que se producen en esta nueva cultura reniegan de la pérdida y del apego, se referencian en
objetos del consumo, en su posesión y renovación constante. La identidad que estas posesiones
pueden proveer tiene la fragilidad y la duración de esos objetos de consumo. Al perderse, no
dejan nada al individuo, sólo lo devuelven a un vacío que debe llenar nuevamente. Esto que se
llama mercado nos obliga a todos a una redefinición de lo social mismo. La subjetividad que ha
producido y lo sostiene es la de la competencia. Todos los individuos se preparan en todas las
dimensiones de su vida para mantenerse competitivos, como modo de inserción social. Esta
individualidad busca definir su identidad por el consumo de objetos