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Cantar tercero

t' ílbuena hora nació y vio rodeado el escaño por sus buenos va-
ron es:
- ¿Qué pasa, mesnad as, qué hacéis aquí?
- ¡Ay, honrado señor, qué susto nos dio el león!
El Cid hincó el codo y se puso de pie, con el manto al cuello,
como sien1pre, se dirigió al león; el león, cuando lo vio, se humi-
lló, ante el Cid agachó la cabeza e hincó el hocico en el suelo. El
Cid don Rodrigo lo cogió por el cuello y lo llevó con la mano
hasta que lo metió en la jaula. Maravillados se quedaron todos los
que lo vieron y se volvieron al salón del palacio. El Cid preguntó
por sus yernos y no los encontró , aunque los llamaban, ninguno
respondía. Cuando los encontraron, venían sin color; no veáis las
bromas que corrían por la corte hasta que el Cid Campea dor pro-
hibió que les hicieran más. Los infantes de Carrión se sintieron
muy ofendidos y apesadumbrados se quedaron por este suceso.
Mientras seguían ellos sufriend o este gran disgusto, vinie-
ron a asediar Valencia fuerzas de Marruec os, plantaro n cin-
cuenta mil tiendas de las principales. Era el rey Búcar, del que
quizás hayáis oído hablar. El Cid y todos sus hombres se alegra-
ro n, pues les aumenta ba la ganancia, gracias al Creador; mas, a
los infantes de Carrión les pesaba profund amente ver tantas
tiendas de moros que no eran de su agrado. Ambos hermano s
se apartaron para hablar entre sí:
- Cuando nos casamos, tuvimos en cuenta lo que ganába-
mos, pero no lo que perdíam os. Ahora en esta batalla ten?~e-
°:º5 que entrar, está visto que no volveremos a ver Carnon,
viudas se quedarán las hijas del Campea dor. ,
Muño G ustioz oyó lo que hablaban en secreto Y llevo eSt ªs
noticias al C id Rodrigo Díaz, el Campea dor: .
- ¡Mirad qué pavor tienen vuestros yernos, tan valientes
"º n q ue, en vez de entrar en b ata11a, d esean vo lver a Carrión! Id

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Cantar de Mio C!Q_
- ---
-

. . l por lo que más queráis, quel se queden en paz


a rranqu11izar os, en la batalla. ¡Nosotros a venceremos con
y no tomen parte
vos, si nos ayuda el Cread~~! . .,
El Cid don Rodrigo salio a buscar a los infante~ sonnendose:
. . proteJ· a, yernos, infantes de Carnó n! Estáis.
re-
- 1 0 !OS OS
• , casad os con mi·s hiJ. as ' tan blancas como el sol.. Yo pienso
cien
en luchas y vosotros en Carrión; disfrutad en Valencia a vuestro
gusto, que de esos moros me encargo yo y me atrevo a derrotar-
los con la ayuda del Creador.
Mientras estaban ellos hablando, el rey Búcar mandó decir
al Cid que le dejase Valencia y se fuese en paz; si no, que le pe-
saría todo lo que había hecho. El Cid dijo al mensajero:
-Deci dle a Búcar, ese hijo de enemigo, que antes de tres
días le daré lo que me pide.
Al día siguiente mandó el Cid armarse a todos los suyos y
marchó sobre los moros. Los infantes de Carrió n le pidieron
entonces ser los primeros en atacar; y cuando el Cid tuvo pre-
parado su ejército, uno de los infantes, don Fernan do, se ade-
lantó para atacar a un moro al que llamab an Aladraf. El moro,
cuando lo vio, arremetió contra él; y el infante , con el gran
miedo que le entró, volvió las riendas y huyó sin atreverse a es-
perarlo. Pedro Bermúdez, que estaba cerca de él, cuando vio
aquello, fue a atacar al moro y luchó con él y lo mató. Tomó
consigo el caballo del moro y fue detrás del infante , que iba hu-
yendo, y le dijo:
-Don Fernan do, tomad este caballo y decidles a todos
que ~os habéis matado al moro que lo monta ba y yo lo atesti-
guare.
-Muc ho os agradezco lo que decís don Pedro Bermúdez
-diJ·o el infante-, ºJª ' en que os pued a pa-
· l'a pued a ver el día
gar el doble.

98
Cantar tercero

Juntos se volvieron ambos y así lo confirmó don Pedro


cuando se alababa Fernando a sí mismo, lo que alegró al Cid y
a todos sus vasallos:
-Todavía, si quiere el Dios que está en el cielo, puede que
mis dos yernos sean buenos en la batalla. ¡Ea, Pedro Bermúdez,
mi querido sobrino! C uidadme a don Diego y cuidadme a don
Fernando, mi dos yernos amados, que los moros, con la ayuda
de Dios, no se van a quedar en el campo.
En esto, el obispo don Jerónimo, muy bien armado, se paró
delante del Campeador:
-Hoy os he dicho la misa de la Santa Trinidad. Por eso salí
de mi tierra y os vine a buscar, por el deseo que tenía de matar
a algún moro. Quiero honrar a mi orden y a mis manos y en
esta batalla yo quiero ir delante. Traigo un pendón con emble-
ma de corzas y armas con el mismo blasón, si Dios quiere, me
gustaría probarlas, de modo que mi corazón se pudiese tran-
quilizar y vos, Cid, estar más satisfecho de mí. Si no me conce-
déis este favor, dejaré de ser vuestro vasallo.
-Lo que vos pedís me place -dijo entonces el Cid-. Ahí
tenéis a los moros a la vista, id a atacarlos; nosotros desde aquí
veremos cómo lucha el prelado2 •
El obispo don Jerónimo lanzó la primera carga y fue a ata-
carlos junto al campamento. Por su ventura y gracias a Dios
que lo amaba, a los primeros golpes mató dos moros con la lan-
za; el asta rompió, así que echó mano a la espada. Se esforzaba
el obispo, ¡D ios, qué bien luchaba!, dos mató con la lanza Y
cinco con la espada. Pero los moros eran muchos, ya lo rodea-
ban, le daban grandes golpes, mas no le atravesaron la _armadu-
ra. El que en buena hora nació lo estaba mirando fiJamente,

2
--------- - - - - - - -
Prelado: clérigo, sacerdote.

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embrazó el escudo y bajó la lanza, espoleó a Babieca, el caballo
que bien corre, y fue a atacarlos con toda s sus fuerzas. En las
primeras filas el Cam pead or entró , derri bó a siete y mató a cua-
tro. Quis o Dios que así fuese la victoria. El Cid con los suyos
inició la persecución por el cam pam ento . Veríais romperse tan-
tas cuerdas y arrancarse las estacas, y caerse las tiend as tan pre-
ciadas. Los del Cid los echa ron del cam pam ento .
Siete millas 3 duró la pers ecuc ión, el Cid se puso a perseguir
al rey Búcar, que tenía un buen caballo y daba grandes saltos ,
mas Babieca, el del Cid, le iba dand o alcance. El Cid alcanzó a
Búca r a tres brazas del mar, alzó la espa da Cola da y un gran
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golpe le dio, le arran có los rubíe s del yelm o, le cortó el yeln10


y, sin nada que se lo impi dier a, llegó con la espa da hasta la
cintu ra. Mat ó a Búcar, el rey del otro lado del mar, y consiguió
la espada Tizo na, que valía mil marc os de oro. Venció la n ara-
1

: Milla: ~ni~ad de longit~d equivalente en Castilla a la legua,


que medía 5,55 km.
Braza . unidad de longitud equivalente a 1,67 metros.

100
villosa y gran batalla, en que se honró el Cid y cuantos con él
estaban.
Con estas ganancias empezaron a volverse al campamento.
Sabed, todos saqueaban el campo a conciencia y llegaban a las
tiendas. El Cid Rodrigo Díaz, llamado el Campeador, venía
veloz con dos espadas que apreciaba mucho, por el campo de
batalla, sin la cota de malla 5 y la cofia sobre el cabello, muy
arrugada. Algo vio el Cid que le satisfizo, alzó los ojos, miró al
frente y vio venir a Diego y a Fernando, los dos hijos del_ con-
de don Gonzalo. Se alegró el Cid, y dijo sonriendo abierta-
mente:
-¡Venid, yernos, mis hijos sois ambos! Sé que de luchar ya
est , . . e . / . deI

, ais satisfechos, buenas noticias vuestras a arn~n iran,


como al rey Búcar hemos vencido. Como creo en Dios Y en to-
dos sus santos, de esta victoria nos iremos satisfechos.

s ~~d .
e malla: armadura hecha de una malla de hierro.

101
Cantar de Mío Cid

De todas partes fueron llegando sus vasallos, Minaya Álvar


Fáñez también llegó entonces, con el escudo al cuello, todo lleno
de espadazos, los golpes de las lanzas eran incontables, aquellos
que los habían dado, no lo habían disfrutado. Por el codo abajo
la sangre le iba chorreando, había matado a más de veinte moros:
-¡Gra cias a Dios, al Padre que está en lo alto, y a vos, Cid,
que en buena hora nacisteis! Has matad o a Búcar y hemos ga-
nado la batalla; todos estos bienes vuestros son y de vuestros
vasallos, y vuestros yernos aquí se esforzaron, hartos de luchar
contra los moros en el campo.
-Yo de esto me alegro -dijo el Cid- . Si ahora son bue-
nos, más adelante serán excelentes.
De buena fe lo dijo el Cid, mas ellos lo tomar on a mal.
Todas las ganancias llegaron a Valencia, el Cid estaba alegre
con todos los suyos, que a cada uno le tocaron seiscientos marcos
de plata. Los yernos del Cid, cuand o tomar on su parte de esta
victoria, la pusier on a buen recaudo, y pensaron que en su vida
les faltaría de nada. Le correspondieron al Cid en su quinta parte
seiscientos caballos y otras mulas y mucho s camellos, tantos que
no podía n contarse. Todas estas ganancias hizo el Campeador:
-¡Gra cias a Dios, que del mund o es señor! Antes estuve
neces itado, ahora soy rico, que tengo riquezas y tierra y oro y
hered ades y son mis yerno s los infant es de Carrió n. Gano las
batallas, como place al Cread or, moros y cristia nos tienen de
mí gran temor. Allá en Marru ecos, donde están las mezquitas,
quizás ellos teman que algun a noche los asalte, aunqu e en eso
no pienso yo; no iré a buscarlos, en Valencia me quedaré, ellos
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me darán parias con ayuda del Cread or que me pagarán a mí
a quien yo quiera.

102
Cantar tercero

LA AFRENTA

En Valencia era grande la alegría de todos los suyos con el Cid


Can1peador. Grand es eran los gozos de sus dos yernos p or esta
batalla en que luchar on de corazó n y en la que ganaro n ambos
un botín de cinco mil marcos ; por muy ricos se tienen los in-
fantes de Carrió n. Ellos viniero n a la corte con los demás, aquí
está con el Cid el obispo don Jeróni mo, el bueno de Álvar Fá-
ñez, gran luchad or, y otros mucho s de la casa del C ampeador.
Cuand o entrar on los infante s de C arrión, los recibió Minaya
en nombr e del Cid Campe ador:
-¡Ven id aquí, parient es, que por vosotros hoy nos hemos
engrandecido!
También cuando se le acercaron, se alegró el Campe ador:
- Aquí tenéis, yernos, a mi honrad a mujer y a mis dos hi-
jas, doña Elvira y doña Sol que os abracen y os sirvan de todo
corazón. ¡Doy gracias a Santa María, madre de Dios Nuestr o
Señor, de estos casamientos, vos recibiréis gran honor, buenas
noticias llegarán a las tierras de Carrión!
A estas palabras respon dió don Fernando:
- Gracias al Creado r y a vos, Cid honrad o, tantas riquezas
tenemo s que no pueden contarse. Por vos hemos obteni do
honra luchando, vencimos a los moros en el campo y matamos
al rey Búcar, ese conoci do traidor. Preocupaos de otros asuntos,
que nuestra parte está a salvo.
Los vasallo s del Cid empez aron a sonreírse al recordar quié-
nes habían luchad o mejor en el campo o quiénes se habían des-
· ' 1ado
tac ª.d0 en la persecu ción, pero no encont raron en n1ngun
ª Diego ni a Fernan do. Por estas burlas que les iban haciendo Y
que de noch e y de día tan duram ente los escarnecían, malas de-

103
Cantar de Mio Cid

cisiones tomaron estos infantes. Ambos se apartaron -¡verda-


deramente eran hermanos!- para hablar entre sí (Dios nos li-
bre de sus malas artes):
-Vayámonos a Carrión, demasiado tiempo llevamos aquí.
Las riquezas que tenemos son inmensas, en toda nuestra vida
podremos gastarlas. Le pediremos nuestras mujeres al Cid
Campeador, le diremos que las llevamos a tierras de Carrión
para enseñarles sus posesiones. Las sacaremos de Valencia, del
poder del Campeador; después en el camino haremos con ellas
lo que nos plazca, antes de que nos echen en cara lo que suce-
dió con el león. Por nuestra sangre somos condes de Carrión,
nos llevaremos muchas riquezas de gran valor y nos vengare-
mos de las hijas del Campeador. Con estas riquezas siempre se-
remos hombres ricos, podremos casarnos con hijas de reyes o
de emperadores, que por nuestra sangre somos condes de
Carrión. Así nos vengaremos de las hijas del Campeador.
Con esta decisión regresaron ambos a la corte. Habló Fer-
nando González después de hacer callar a todos:
-¡Que el Creador os proteja, Cid Campeador! Con el per-
miso de doña Jimena y antes que nada con el vuestro, y con el
de Minaya Álvar Fáñez y de cuantos aquí están, entregadnos a
nuestras legítimas esposas, las llevaremos a nuestras tierras de
Carrión, les enseñaremos las villas que les dimos como dote.
Verán vuestras hijas nuestras posesiones, qué herencia tendrán
que repartirse los hijos que tengamos.
No pensaba el Campeador que hubiera ninguna afrenta en
ello:
-Os daré a mis hijas y algo de mis bienes -dijo el Cid-.
Vosotros les disteis por dote villas en tierra de Carrión, yo quie-
ro darles por dote tres mil marcos de oro, os daré también n1u-
las y caballos de paseo en magnífico estado, caballos de guerra

104
__ - ------- - _ _ _ Cantar tercero

fu erces y corred ores, y much as vestid uras de seda borda da. Os


daré dos espadas, Colad a y Tizon a, bien sabéis que las gané lu-
diando co1no un hon1b re. Mis hijos sois ambo s, pues mis hijas
os entrego, allá os lleváis las telas de mi corazó n. Que lo sepan
en Galicia, en Castil la y en León, con qué riquez a envío a mis
dos yernos. Servid a mis hijas, que vuestr as mujer es son; si las
servís bien, yo os daré un buen galard ón.

Así lo prome tieron los infant es de Carrió n y a1 instan te les


entregaron a las hijas del Camp eador y todo lo que el Cid man-
dó. Las dos herma nas, doña Elvira y doña Sol, se hincar on de
rodillas ante el Cid Camp eador :
-¡Me rced os pedim os, padre , que el Cread or os proteja!
Vos nos engen draste is, nuestr a madre nos parió; delant e estáis
ambos, señora y señor, ahora nos enviáis a tierras de Carrió n,
nuestro deber es cump lir lo que vos mandéis. Así nosotras dos
os pedimos como merce d que vuestras cartas enviéis a tierras de
Carrión.
Las abrazó el Cid y las besó a las dos. Lo mismo hizo lama-
dre:
, -And ad, hijas, que el Cread or os protej a en ª~~lance. De
~ 1 ! de vuestro padre tenéis la bendición. Id a Ca~non, donde
eneis heredades; para mí tengo que os he casado bien.
Al padre y a la madre las mano s les besaro n Y ambos las
bendijeron. El Cid y los demás empez aron a cab~lgar, con ex-
celentes atavíos de caballos y armas . Salieron los infantes de la

105
Cantar de Mi~(¿id_ _ _

renombrada Valencia, después de despedirse de l~s ~arnas y


de todos sus compañeros. Por la huerta de Valencia iban ha-
ciendo juegos de armas, alegre iba el Cid con todos sus hom-
bres.
Sin embargo, el que en buena hora ciñó espada había visto
en los agüeros 6 que estos casamientos no serían afortunados y
no se podía arrepentir, porque a ambas las tenía casadas:
-¿Dónde estás tú, Félix Muñoz, sobrino mío? Eres primo
de mis dos hijas y las quieres de corazón; te mando que vayas
con ellas hasta Carrión, para que veas las heredades que les han
dado por su dote. Con estas noticias regresarás al Campeador.
-Me complace de todo corazón -dijo Félix Muñoz.
Minaya Álvar Fáñez se puso delante del Cid:
-Volvámono s, Cid, a Valencia la mayor, que si quiere
Dios, nuestro Padre Creador, iremos a verlas a tierras de Ca-
.,
rnon.
-A Dios os encomendamos, doña Elvira y doña Sol, por-
taos de tal manera que nos complazca.
-¡Así lo quiera Dios! -respondier on los yernos.
Grande fue el dolor de la despedida, el padre y las hijas llo-
raban de corazón, lo mismo hacían los caballeros del Campea-
dor.
-Oye, Félix Muñoz, sobrino mío: id por Malina y pasad
allí la noche; saludad a mi amigo, el moro Abengalbón, que re-
ciba a mis yernos lo mejor que pueda. Dile que envío a mis hi-
jas a tierras de Carrión, que de todo lo que necesiten las sirva a
su gusto y que desde allí las escolte hasta Medinaceli por el
amor que me tiene; por cuanto él haga, yo le daré buen galar-
dón.

6
Agüero: presagio, señal de algo futuro.

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Se separaron como se separa la uña de la carne, se volvió a
Valencia el que en buena hora nació y comenzaron a marchar
los infan tes de Carrión. Por Santa M aría de Albarracín hicie-
ron noche. Se dieron toda la p risa que podían los infantes de
Carrión. Enseguida estuvieron en Malina, con el moro Aben-
galbón. Este, al enterarse, se alegró sinceramente y salió a re-
cibirlos con gran alborozo. ¡Dios, qué bien los atendió a su
entera satisfacción! Al día siguiente por la mañana cabalgó con
ellos y los mandó escoltar con doscientos caballos. En un lugar
que llaman El Ansarera pasaron la noche. A las hijas del Cid el
1noro les dio regalos y sendos caballos buenos a los infantes de
Carrión; todo lo hizo el moro por amor del Cid Campeador.
Hecho esto, el moro regresó a su hogar. Se fueron de El Ansare-
ra los infantes de Carrión y empezaron a andar de día y de no-
che.
Al robledal de Carpes entraron los infantes. Los montes
eran altos, las ramas subían hasta las nubes y algunos animales
feroces andaban por alrededor. Hallaron un vergel con una
fuen te de agua limpia, mandaron plantar la tienda los infantes
de Carrión, y allí pasaron la noche con todos los que los acom-
pañaban, abrazando a sus mujeres les demostraron amor: ¡qué
mal lo hicieron cuando salió el sol! Mandaron cargar las mulas
con las muchas riquezas, recogieron la tienda donde se alberga-
ron aquella noche, y mandaron por delante a sus hombres, de
manera que no quedase allí nadie, ni hombres ni mujeres, salvo
sus muj eres, doña Elvira y doña Sol, con las que querían sola-
zarse a su gusto. Todos se habían ido, ellos cuatro estaban solos,
gran infamia habían planeado los infantes de Carrión:
- Creedlo bien, doña Elvira y doña Sol, aquí seréis escarneci-
das, en estos ariscos mon tes, hoy nos marcharemos y os aban-
<lonaremos, no tendréis parte alguna de las tierras de Carrión.

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Cantar de Mio Cid
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Los infantes de Carrión las abandonaron en el robledal de


Corpes. Por los montes por donde cabalgaban se iban ellos
vanagloriando:
-De nuestros casamientos ahora estamos vengados, no
las deberíamos haber tomado ni como concubinas si no nos lo
hubieran rogado, pues no eran nuestras iguales para ser nues-
tras esposas. ¡La deshonra del león así iremos vengando!
Los infantes de Carrión seguían vanagloriándose, pero yo
os hablaré de aquel Félix Muñoz, sobrino del Campeador. Le
mandaron ir delante, pero no fue de buena gana; por el camino
le dio una corazonada y se apartó de los demás. Félix Muñoz se
metió en un espeso bosque hasta ver llegar a sus dos primas o
ver qué habían hecho los infantes de Carrión. Los oyó llegar y
oyó sus palabras, ellos no lo veían ni sabían que él estaba allí.
Sabed bien que si ellos le hubiesen visto, no se habría librado de
la muerte.
Se alejaron los infantes, espolearon sus caballos; por el ras-
tro que dejaron regresó Félix Muñoz y halló a sus primas mori-
bundas.
-¡Primas, primas! -las llamó.
Enseguida descabalgó, ató el caballo y se dirigió a ellas:
-¡Ay, primas, primas mías, doña Elvira y doña Sol! Mal
se esforzaron los infantes de Carrión. ¡Quieran Dios y Santa
María que de esto tengan su merecido!
Las puso boca arriba a las dos, estaban tan desfallecidas que
no podían decir nada. Se le partían las telas del corazón mien-
tras seguía llamándolas:
-¡Primas, primas, doña Elvira y doña Sol! ¡Despertad, pri-
mas, por amor del Creador, mientras sea de día, antes de que
entre la noche, no vayan a comernos los animales salvajes en
este monte!

110
- -- - - --- --- - Cantar tercero

Poco a poco se despe rtaron doña Elvira y doña Sol, abrie-


ron los ojos y viero n a Félix Muño z:
-¡Ha ced un esfuer zo, prima s, por amor del Creador! En
cuanto me echen de meno s los infant es de Carrió n, me busca-
rán a toda prisa. Si Dios no nos ayuda, aquí morir emos todos.
Con gran dolor habló doña Sol:
-¡As í os lo recom pense nuest ro padre el Camp eador , dad-
nos agua, primo mío, por el amor del Creador!
Con un somb rero que llevaba Félix Muño z (era nuevo, que
lo sacó de Valencia) cogió agua y se la dio a sus primas. Muy mal-
tratadas estaban y a ambas las sació; después les insistió hasta que
las hizo incorporarse; las fue consolando y dando ánimos hasta
que se repusieron, a ambas las cogió y rápido las montó en el ca-
ballo, cubriéndolas con su manto. Cogió el caballo por la rienda
y las alejó de allí. Los tres solos por el robledal de Carpes salieron
de los monte s entre la noche y el día. A las aguas del Duero lle-
garon y en la Torre de Doña Urraca las dejó. A San Esteban se
acercó Félix Muño z, encon tró a Diego Téllez, el que había sido
vasallo de Álvar Fáñez. Cuand o él lo oyó, lo sintió mucho, cogió
bestias de carga y vestidos apropiados y fue a recoger a doña Elvi-
ra y a doña Sol. Las llevó a San Esteban, allí las honró todo lo que
pudo. A los de San Esteban, que siempre fueron prudentes, cuan-
do se enteraron, les pesó de corazón y procuraron consolar a las
hijas del Cid. Allí permanecieron ellas hasta que sanaron.

111
Cantar de Mio Cid ----

Los infantes de Carrión seguían vanagloriándose, le dolía


esa actitud al buen rey don Alfonso. Llegaron estas noticias a
Valencia la mayor, cuando se lo dijeron al Cid Campeador, du-
rante un gran rato pensó y meditó, alzó su mano y se agarró la
barba:
-¡Gracias a Cristo, que del mundo es señor, qué honor me
han hecho los infantes de Carrión! ¡Por esta barba que nadie se
atrevió a mesar, que no me deshonrarán los infantes de Carrión,
bien casaré yo a mis hijas!
Pesó al Cid y a toda su corte, y a Álvar Fáñez de todo cora-
zón. Cabalgó Minaya con Pedro Bermúdez y Martín Antolí-
nez, el ilustre burgalés, con doscientos caballeros que mandó el
Cid. Les mandó imperiosamente que anduviesen de día y de
noche y trajesen a sus hijas a Valencia la mayor. No tardaron en
cumplir la orden de su señor, deprisa cabalgaron, de día y de
noche avanzaron. A San Esteban llegó la noticia de que venía
Minaya a recoger a sus dos primas. Cuando llegó, doña Elvira y
doña Sol clavaron en él sus ojos:
-Tanto os lo agradecemos como si viésemos al Creador;
dadle vos gracias a Él de que estemos vivas las dos. Cuando
haya ocasión, contaremos toda nuestra aflicción.
Derramaban lágrimas las damas y Álvar Fáñez, y Pedro Ber-
n1údez las consolaban:
-Doña Elvira y doña Sol, no sufráis más, pues estáis sanas
y vivas, sin ningún mal; buen casamiento perdisteis, mejor lo
podréis ganar. ¡Aún está por venir el día en que os podamos
vengar!
Allí pasaron la noche con gran alegría entre ellos. Al día si-
guiente empezaron a cabalgar. Cuando se acercaban a Valencia,
le llegó el mensaje al que en buena hora nació; rápido cabalgó Y
salió a recibirlos, haciendo juegos de armas y mostrando gran

112
Cantar tercero

C
egn'a• El Cid fue a abrazar a sus hijas; besándolas a ambas ,
,11
I

olvió a sonreirse:
v -¡Venid, hijas mías, que Dios os libre de mal! Yo acepté e]
casanüento, que no me atreví a negarme. ¡Quiera el Creador
que en el cielo est~ ,que ?s vea mejo~ casadas en adelante! De
mis yernos de Carnon Dios me permita vengarme.

113
Cantar de Mio Cid

EL CID PIDE JUSTICIA AL REY

Las hijas besaron las manos al padre. Hacien do juegos de armas


entraro n en la ciudad, gran alegría tuvo al verlas su madre,
doña Jimena. El que en buena hora nació no quiso perder el
tiempo, habló con los suyos en secreto y envió un mensaje al
rey Alfonso de Castilla:
-¿Dón de estás, Muño Gustioz, mi ilustre vasallo? En bue-
na hora te crié a ti en mi corte. Llévale un mensaje a Castilla al
rey Alfonso, en mi nombr e bésale la mano de todo corazón,
como su vasallo que soy y él es mi señor, para que de esta des-
honra que me han causado los infantes de Carrió n, le pese
hondam ente al buen rey. Él casó a mis hijas, pues yo no las en-
tregué; puesto que las han abando nado con gran deshonor, si
alguna deshonra nos corresponde a nosotros, la mayor parte es
de mi señor. Mis riquezas se han llevado, que grandes son, lo
que se suma a la otra ofensa. Que los convoque a tribunales o a
cortes, de modo que yo obtenga una reparación de los infantes
de Carrión , pues grande es el rencor que guardo en mi corazón.
Muñoz Gustioz enseguida montó a caballo, y encontró al rey
en Sahagún, porque es rey de Castilla y de León, y de las Asturias
de Oviedo hasta Santiago, de todo es señor y tambié n los condes
gallegos a él lo tienen por señor. Se dirigió al palacio donde esta-
ba la corte, con él iban los dos caballeros que lo protegían como
a su señor. En cuanto entraron en la corte los vio el rey y recono-
ció a Muño Gustioz; el rey se levantó y los recibió bien. Muño
Gustioz se arrodilló delante del rey y le besó los pies:
-¡Mer ced, rey Alfonso, a quien tantos reinos llaman señor!
Los pies y las manos os besa el Campe ador, él es vuestro vasa-
llo y vos sois su señor. Casasteis a sus hijas con los infantes de

114
~---------------- Cantar tercero

. , honroso fue el casamient o, pues lo qui s1ste1s


· .
vos. Ya
Carnon, .
,. ué deshonra nos ha sucedido a nosotros ' mo nos h an

S'1be1s q .,
'[end'do los infantes de Carnon. Golpearon cruelm ente a 1as
01 1
.. del Cid Campeado r, y así maltratada s y desnudas, con
1ps
h
las dejaron desampara das en el robledal de eor-
erran deshonor,
!
;es, expuestas a 1~ fieras salvajes a las aves del monte. Ahora
a están en Valencia. Por eso el Cid os ruega como vasallo a su
~eñor que los llevéis ante los tribunales o las cortes. Se tiene por
deshonrado, pero vuestra deshonra es aún mayor, y os debéis
sentir ofendido, rey, como sabéis por ley; que tenga el Cid re-
paración de los infantes de Carrión.
El rey estuvo un gran rato en silencio meditando :
-En verdad os digo que me pesa de corazón y que dices la
verdad en esto, Muño Gustioz, pues yo casé a sus hijas con los
infantes de Carrión. Lo hice por su bien, para que fuese en su
provecho: ¡ojalá el casamiento no se hubiese hecho hasta el día de
hoy! Tanto al Cid como a mí nos pesa de corazón, en justicia le
ayudaré, con el favor de Dios, en lo que no pensaba que tendría
que hacer nunca. Mensajero s reales recorrerán mi reino y pre-
gonarán que haré cortes en Toledo. Que a ellas acudan condes
e infanzones; y que vayan los infantes de Carrión para que res-
pondan en derecho ante el Cid Campeado r y no tenga motivo
de venganza, si yo puedo evitarlo. Decidle al Campeador, que en
buena hora nació, que de aquí a siete semanas se prepare con sus
vasallos para venir a Toledo. Por amor al Cid convoco esta corte,
saludadlos a todos de mi parte, y que haya consuelo entre ellos,
que de esto que les ha sucedido saldrán todavía más honrados.
Se despidió Muño Gustioz y regresó junto al Cid.
. y tal como lo dijo Alfonso el castellano, se puso ª la o~ra
sin det enerse un momento: envio ' y a San na-
• , sus cartas a Leon
go, ª los portuguese s y a los gallegos, a los de Carrión Yª los

11 5
Cantar de Mio Cid

nobles castellanos comunicándoles que aquel rey honrado con-


vocaba cortes en Toledo, que se reuniesen allí dentro de siete
semanas, pues quien no viniese a la corte no sería su vasallo.
Por todas sus tierras lo fueron pregonando así, insistiendo en
que no faltasen a lo que el rey había mandado.
A los infantes de Carrión les empezó a preocupar que el rey
convocase cortes en Toledo, pues se temían que acudiría el Cid
Campeador; el conde don García supo lo que sucedía y, como
enemigo del Cid, cuyo mal siempre buscó, aconsejó a los in-
fantes de Carrión.
Llegaba el plazo de la convocatoria, todos se dirigían a la
corte, entre los primeros el buen rey don Alfonso, el conde don
Enrique y el conde don Ramón (el que fue padre del buen em-
perador8), el conde don Fruela y el conde don Beltrán. Fueron
con ellos otros muchos letrados, los mejores de toda Castilla.
Por otro lado, el conde don García acudió con los infantes de
Carrión (Diego y Fernando) y Asur González y Gonzalo Ansú-
rez y con ellos una gran cantidad de gente que trajeron a la cor-
te para agredir al Cid Campedor.
Al quinto día llegó el Cid Campeador, porque por delante
había enviado a Álvar Fáñez, para que besase las manos al rey,
su señor, y le asegurase que llegaría esa noche. Cuando lo supo
el rey, se alegró de corazón, y acompañado de muchas gentes el
rey cabalgó para ir a recibir al que en buena hora nació. El Cid
vino bien preparado, acompañado de todos los suyos, una bue-
na compañía, digna de tal señor. Cuanto lo tuvo a la vista el
buen rey don Alfonso, se echó a tierra el Cid Campeador, por-
que quería humillarse para honrar a su señor. Cuando lo vio el
rey, enseguida lo impidió:
6
El buen emperador: Alfonso VII, rey de Castilla y León (1126-1157), que adoptó el tí-
tulo de «Emperador de toda España».

116
Cantar tercero

-¡Por San, Isidoro, que, esta vez no será así! Cabalgad, Cid,
salude monos de todo corazón , pu es d e l0
s1. n0 , ine sabna mal; ,
que a vos os pesa a m1 me duele el corazón. ¡Quiera Dios que
hoy se honre la cort~. por vo~!
-¡Así sea! -dlJO el Cid Campe ador, le besó la mano y
después en la boca- . ¡Alabado sea Dios, que puedo veros, se-
ñor! Me inclino ante vos y ante el conde don Ramón y ante el
conde don Enriqu e y ante cuanto s aquí están. ¡Dios guarde a
nuestros amigos y más que a nadie a vos, señor! Mi mujer doña
Jimena, ilustre dama, os ruega, así como mis dos hijas, que os
duela esto que nos sucedió, señor.
-¡Así lo hago, válgame Dios!
A Toledo regresó el rey, pero el Cid esa noche no quería
.cruzar el Tajo:
-¡Mer ced, oh rey, que Dios os proteja! Entrad vos en la
ciudad, que yo con los míos me quedaré en el convento de San
Servando. Mis mesnadas llegarán esta noche, yo velaré en este
santo lugar y mañan a por la mañan a entraré en la ciudad y en-
traré en la corte antes de comer.
-Me parece bien -dijo el rey.
El rey don Alfonso entró en Toledo; el Cid Rodrigo Díaz se
quedó a pasar la noche en San Servando, mandó encender velas
para ponerlas en el altar, porque tenía el gusto de velar en aquel
santuario, rezando al Creado r y hablando con sus hombres en
t
secreto. Con Minay a y los demás hombres buenos que eS ªban
all'1 se puso de acuerdo antes del amanecer. .
· • y prima9 rezaron hacia . el alb a, dicha fue la misa
Mait1nes
.
ante s de que saliese . . E nda muy buena y
el sol e h1c1eron una orre
valiosa.
9 Prima. . , r el sol posterior a maitines Y
lact · Primera de las horas canónica s despues de sa ir '
ues

11 7
Cantar de Mio Cid _ __ ----- -- - - --

-Vos, Minaya Alvar Fáñez, mi mejor brazo, vos iréis con-


migo y el obispo don Jerónimo; y P~dro Bermúdez; y este
Muño Gustioz; y Martín Antolínez, el ilustre burgalés; y ÁJvar
Alvarez; y Alvar Salvadórez; y Martín Muñoz, que en buen mo-
mento nació; y mi sobrino Félix Muñoz; conmigo irá Malanda,
experto letrado; y Galindo García, el bueno de Aragón; súmen-
se a estos hasta cien de los buenos que aquí están; que se vistan
las túnicas acolchadas para poder soportar las armaduras, enci-
ma las lorigas, tan blancas como el sol; sobre las lorigas, pieles
de armiño y pellizas, con los cordones bien atados, de modo
que no se vean las armaduras; bajo los mantos las espadas, fuer-
tes y afiladas. De esta forma quiero ir a la corte a demandar mis
derechos y hacer mi alegato 10 • Si los infantes de Carrión busca-
ran pendencia, con cien hombres así no tendré ningún temor.
-Así lo haremos, señor -respondieron todos.
Y así como se ha dicho, así se prepararon todos. No se de-
tuvo por nada el que en buena hora nació, metió sus piernas en
calzas de buen paño, sobre ellas unos zapatos ricamente labra-
dos; vistió una camisa de hilo, tan blanca como el sol, con to-
dos los broches de oro y plata, los puños bien ajustados, que así
lo mandó; sobre esa camisa un brial de brocado de seda, bordado
en oro, que brillaba por donde iba; sobre esto una piel bermeja
con franjas de oro, que siempre llevaba el Cid Campeador; una
cofia en la cabeza de lino muy fino, bordada en oro, hecha con
la intención de que nadie le tocase los cabellos al buen Cid
Campeador; como llevaba la barba larga, la recogió con un cor-
dón, porque quería proteger bien su honor e impedir que nadie
se la mesase 11 • Encima se cubrió con un manto de gran valor,
~n él tendrían que fijarse todos los que estuvieran allí.
10
Alegato: discurso Y argumento a favor o en contra de algo o de alguien.
,,M ' '
esar: arrancar o estrujar el pelo o la barba con las manos.

118
Cantar tercero

Con est . ó preparar, cabalgó depri-


sa des de S os cien ho mb res qu e ma nd
o el Ci d a la corte, en 1a
Puerta e an _Servando. Así iba pre pa rad
entró Xtenor de sca ba lgó cer em
on ios am en te, y serenamente
or_ con tod os los suy os, él en me dio y los cien caballeros alre-
ded

119
Cantar de Mio CJd

Cuando vieron entrar al que en buena hora nació, se puso


de pie el buen rey don Alfonso y el conde don Enrique y el
conde don Ramón, y de ahí en adelante, sabed, todos los de-
más: con gran solemnidad recibieron al que en buena hora na-
ció. No se quiso levantar García Ordóñez, ni ninguno del
bando de los infantes de Carrión.
Dijo el rey al Cid:
-Venid a sentaros aquí, Campeador, en este escaño que
me regalasteis vos. ¡Aunque moleste a algunos, más valéis que no-
sotros!
Entonces el que conquistó Valencia le dio las gracias:
-Sentaos en vuestro escaño como rey y señor, yo me sen-
taré aquí con todos los míos.
Lo que el Cid le dijo al rey le agradó de todo corazón. En
un escaño torneado se sentó el Cid, los cien caballeros que lo
escoltaban se sentaron alrededor.
Todos los que estaban en la corte se quedaron fijos en el
Cid, mirando la larga barba que llevaba recogida con el cordón;
con su indumentaria parecía todo un señor. No lo podían mi-
rar de vergüenza los infantes de Carrión. El buen rey don Al-
fonso entonces se levantó:
-¡Oíd, mesnadas, así os guarde el Creador! Desde que soy
rey solo he hecho dos cortes, una en Burgos y otra en Carrión,
y a Toledo he venido hoy a hacer una tercera por amor al Cid,
el que en buena hora nació, para que reciba justicia de los in-
fantes de Carrión. Gran ofensa le han hecho, como todos sa-
bemos. Sean jueces de esto el conde don Enrique y el conde
don Ramón y todos los demás condes que no son del bando de
los de Carrión. Considerad la cuestión, pues sois entendidos,
para decidir lo que sea justo, que injusticias no consiento yo.
Por una Y otra parte tengamos paz hoy; juro por San Isidoro

120
que el que altere el desarrollo de esta corte, será desterrado ,
perderá mi favor. Con el que tenga el derecho a su favor, yo
con esa parte estoy. Ahor a prese nte su dema nda el Cid Cam -
peador, sabremos después qué alegan los infantes de Carri ón.

121
Cantar de Mio Cid

EL CID PRESENTA SUS DEMANDAS

El Cid besó la mano al rey y en pie se levantó:


-Mucho os agradezco, como a rey y señor, que hayáis he-
cho esta corte por consideración a mí. Esto es lo que demando
a los infantes de Carrión: por abandonar a mis hijas, no tengo
yo deshonor (puesto que vos las casasteis, rey, sabréis qué tenéis
que hacer hoy); pero cuando se llevaron a mis hijas de Valencia,
como los quería de todo corazón, les di dos espadas, Colada y
Tizona, que yo había ganado con valentía, para que se honra-
sen con ellas y os sirviesen a vos. Cuando abandonaron a mis
hijas en el robledal de Corpes, no quisieron tener que ver nada
conmigo y perdieron mi afecto: ¡que me devuelvan mis espa-
das, pues ya mis yernos no son!
-Esto es razonable -concediero n los jueces.
Dijo el conde don García:
-De esto hablaré con los dos.
Salieron entonces aparte los infantes de Carrión con todos
sus parientes y los demás que componían su bando; lo trataron
todo deprisa y estuvieron de acuerdo en esto:
-El Cid Campeador nos hace un gran favor si no nos de-
manda por deshonrar a sus hijas, seguro que en este asunto lle-
garemos a un acuerdo con el rey Alfonso. Vamos a devolverle
sus espadas, pues en esto ha debido quedar la demanda, y
cuando las tenga se terminará la corte y el Cid Campeador no
tendrá más derechos sobre nosotros.
Con esta decisión volvieron a la corte:
-¡Merced, oh rey don Alfonso, nuestro señor! No lo pode-
mos negar: dos espadas nos dio; ya que las de1nanda y las desea,
se las daremos delante de vos.

122
1
n tr 11 1

Sacaron las espadas Colada y Tizona y se las entregaron al


rey su señor. Desenv ainó el rey las espadas y relució toda la cor-
~~, pues los pomos y los gavilanes" eran de oro; todos los caba-
~ros de la corte se quedaro n asombrados al verlas. Recogió el
Cid las espadas, le besó las manos al rey, se volvió al escaño de
12 G
fo avilanes: cada uno de los dos hierros que salen de la guarnición de la espada ,
·
rrnan la cru z Y sirven para defender la mano de los golpes del contrario.

123
Cantar de Mio Cid

donde se había levantado con las espadas en las manos y se


quedó mirándolas, para comprobar que no se las habían cam-
biado, pues el Cid las conocía bien. Se le alegró todo el cuerpo,
se sonrió de corazón; alzó la mano y se cogió la barba:
-Por esta barba que nadie nunc a tocó, así iremos vengan-
do a doña Elvira y a doña Sol.
A su sobrino Pedro Bermúdez lo llamó por su nombre,
alargó el brazo y le dio la espada Tizona:
-Cog edla, sobrino, que mejora de dueño.
A Mart ín Antolínez, el ilustre burgalés, alargó el brazo y le
dio la espada Colada:
-Ma rtín Antolínez, mi ilustre vasallo, coged a Colada, la
gané de buen señor, del conde Ramón Berenguer de Barcelona
la mayor; para esto os la doy, para que la cuidéis bien vos. Sé
que si llegara la ocasión, con ella ganaríais gran prestigio y valía.
Le besó la mano, cogió y aceptó la espada; luego se levantó
el Cid Campeador:
-¡Do y gracias al Creador y a vos, rey y señor, por haber
obtenido una satisfacción en lo de mis espadas Colada y Tizo-
na! Otra demanda tengo contra los infantes de Carrión: cuan-
do se llevaron de Valencia a mis dos hijas, les di tres mil marcos
en oro y plata; a pesar de esto, ellos hicieron lo que sabéis. ¡Que
me den mi dinero, puesto que ya no son mis yernos!
Aquí veríais quejarse a los infantes de Carrión.
-Dec id que sí o que no -dij o el conde don Ramón.
-Par a eso le dimos sus espadas al Cid Camp eado r, para
que no nos pidiese nada más y terminase así su dema nda -res-
pondieron entonces los infantes de Carrión.
-Co n el permiso del rey, nosotros sentenciamos que aten-
dáis su demanda.
-Yo lo acepto -dijo el buen rey.

124
--- - - --- --- - ----- - -·- Ca
- ---

Se levantó de nuevo el Cid Campeador:


- O ,.1n e devolvéis estas riquezas que os di , O m e exp1·1ca1s
,.
que ha.beis hecho de ellas.
Entonces los infantes de Carrión salieron un momento. Les
costó ponerse de acuerdo, pues era mucho dinero y ya se lo ha-
bían gastado ; por fin encontraron una respuesta a su gusto y re-
oo-resaron:
-El que Valencia ganó, al desear así nuestras riquezas,
n1ucho nos aprieta. Le pagaremos con nuestras heredades de
Carrión.
Una vez que habían reconocido la deuda, dijeron los jueces:
-Si está de acuerdo el Cid, nosotros no lo prohibiremos;
aunque nuestra sentencia es que lo entreguéis en el desarrollo
de la corte.
Dijo entonces el rey don Alfonso:
-Yo conozco bien estos sucesos, por los que con todo de-
recho el Cid Campeador reclama. De los tres mil marcos, yo
tengo doscientos, ellos, los infantes de Carrión, me los dieron.
Se los devolveré, pues tan arruinados están, para que se los e_n-
treguen al Cid, el que en buena hora nació. Puesto que los tie-
nen que devolver, yo no los quiero.
Fernando González dijo estas palabras:
- No tenemos dinero en efectivo.
Enseguida respondió el conde don Ramón:
- Habéis gastado todo el oro y la plata. Ante el rey don Al-
fionso ¿·tetamos esta sentencia:
. paguen
' le en especie13 y que lo
torne el Cid Campeador. , h
. .
Los infantes de C arrión vieron que Y a no pod1an acer
nada. ~ rraJeron
• tantos caballos corre d ores, tantas robustas mu-
)P . de valor sin emplear el dinero.
agar en especie: abonar algo con bienes u obJetos '

125
Cantar de Mio Cid --

las, tantos caballos de paseo, tantas buenas espadas y armadu-


ras; el Cid lo aceptó según lo tasaron en la corte. Además de los
doscientos marcos que tenía el rey Alfonso, los infantes paga-
ron al que en buena hora nació con lo que les prestaron, por-
que no les llegaba con lo suyo. Muy burlados escapaban de esta
.,
cuestton.
Mas cuando esto hubo acabado, se ocupó enseguida el Cid
de algo más:
-¡Merc ed, oh rey y señor, por amor del Creador! La de-
manda principal no se me puede olvidar; oídme toda la corte y
compar tid mi dolor; los infantes de Carrión me hicieron tal
ofensa que no puedo dejar de retarlos. Decid, ¿os he hecho al-
gún mal, infantes de Carrión, en broma, en serio o en cualquier
otra situación? Si es así, aquí a juicio de la corte lo repararé.
¿Por qué me habéis arrancado las telas del corazón? A la salida
de Valencia os entregué a mis hijas con muy gran honra y gran
número de riquezas. Si no las queríais, perros traidores, ¿por qué
os las llevasteis de Valencia? ¿Por qué las golpeasteis con cinchas
y espuelas? Las dejasteis solas en el robledal de Corpes, abando-
nadas a las bestias salvajes y a las aves del monte. ¡Por todo eso
que les hicisteis sois reos de infamia! Si no dais una satisfac-
ción, que lo juzgue esta corte.
El conde don García se puso de pie:
-¡Merc ed, oh rey, el mejor de toda España! Bien se ha pre-
parado el Cid para estas cortes: se dejó crecer la barba y tan lar-
ga la trae que unos le tienen miedo y a otros les espanta. De tal
linaje son los de Carrión que no debían querer a las hijas del
Cid ni para concubi nas, ¿quién se las habría dado por esposas
iguales y legítimas? Obraron conform e a derecho al abandon ar-
las, así que todo lo que él dice no tiene ningún valor.
Entonce s el Campea dor se cogió la barba:

126
Cantar tercero

- ¡G racias doy al Creador, que en el cielo y en la tierra


manda! Porque la cuidé con deleite, por eso es larga. ¿Qué te-
néis, vos, conde, que reprocharle a mi barba? Desde que nació
fue cuidada con mimo, que no me la ha mesado hijo de mujer
alguno, ni 1noro ni cristiano, como hice yo a vos, conde, en el
castillo de Cabra, cuando tomé Cabra y a vos por la barba. No
hubo allí muchacho que no la mesara un poco; la parte que yo
arranque,, aun, se nota cua'l es.
Fernando González se puso de pie y dijo a grandes voces:
-¡Dejaos de esa cuestión, Cid! O s hemos devuelto todos
vuestros bienes, que no crezca el pleito entre nosotros. Por linaje
somos condes de Carrión, debimos casarnos con hijas de reyes o
de emperadores, que no nos corresponden hijas de infanzones;
al abandonarlas obramos legítimamente, así que no incurrimos
en infamia, sino que nos honramos.
El Cid Rodrigo Díaz a Pedro Bermúdez miró:
-¡Habla, Pedro mudo, varón que tanto callas! Que si son
mis hijas, también son tus primas hermanas. A mí me lo dicen,
pero, como miembro de la familia, a ti te alcanza. Mira que si
yo respondo, tú no podrás retarlos.

127
Cantar de Mio Cid
- ---- -

EL RETO

Intentó hablar Pedro Bermúdez, pero se le trababa la lengua y


no se podía expresar, aunque, cuando logró empezar, ya no po-
día parar:
-¡Qué costumbres tenéis, Cid, que siempre en las cortes
me llamáis Pedro mudo! Ya sabéis que no puedo hacerlo mejor;
pero por mí no quedará sin hacerse lo que se debe. ¡Mientes,
Fernando, en todo lo que has dicho: has sido honrado por el
Campeador! Yo te sabré contar todas tus malas artes. Recuerda
cuando luchamos junto a Valencia la grande: pediste al Campea-
dor ser el primero en atacar, viste un moro, le fuiste a atacar,
pero huiste antes de acercarte a él. Si yo no te hubiese ayudado,
el moro te habría hecho una mala jugada; me puse entre los dos,
me enfrenté al moro y con los primeros golpes lo derroté. Te di
el caballo y guardé el secreto, pues hasta ahora no se lo había
descubierto a nadie. Delante del Cid y de todos te vanagloriaste
de matar al moro y de haber hecho una proeza; todos te creye-
ron, pues no sabían la verdad. ¡Buena planta tienes, pero eres un
cobarde! Lengua sin manos, ¿cómo te atreves a hablar?
Di, Fernando, acéptame esto: ¿no recuerdas lo del león,
cuando dormía el Cid en Valencia y el león se escapó? Y tú,
Fernando, ¿qué hiciste por miedo? Te metiste bajo el escaño del
Cid Campeador, te escondiste, Fernando, en un lugar y por ese
acto hoy estás deshonrado. Nosotros rodeamos el escaño para
proteger a nuestro señor, hasta que se despertó el Cid, el que
Valencia ganó; se levantó del escaño y se fue para el león; el
león bajó la cabeza y esperó al Cid, se dejó coger del cuello Y
que lo llevara a la jaula. Cuando volvió el buen Campeador, vio
a sus vasallos alrededor, preguntó por sus yernos y no encontró

128
Cantar de Mio Cid

de las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, con los infantes de
Navarra y Aragón, que el Cid don Rodrigo os las entregue
como legítimas esposas.
Se pusieron de pie Ojarra e Íñigo Jiménez, le besaron las
manos al rey don Alfonso y después al Cid Campeador. Dieron
su palabra e hicieron promesas solemnes para que todo fuera
así como se había dicho o mejor. Muchos de est~ corte se ale-
graron, pero no los infantes de Carrión. Minaya Alvar Fáñez se
puso de pie:
-¡Merc ed, os pido, como rey y señor, y que esto no pese al
Cid Campeador! Os he dejado hablar durante todo el tiempo
que dura la corte, ahora yo querría decir algo.
-Me alegra de todo corazón -dijo el rey-. Decid, Mi-
naya, lo que deseéis.
-Rueg o a toda la corte que escuche, pues gran demand a
tengo contra los infantes de Carrión. Yo les entregué a mis pri-
mas, por mandad o del rey Alfonso. Ellos las tomaron por legí-
timas esposas. Muchas riquezas les dio el Cid Campea dor. Ellos
las abandon aron a mi pesar: ¡los reto, por malos y por traidores!
Sois del linaje de los Beni-Gómez, de donde salieron condes de
prestigio y de valor, pero también sabemos las malas artes que
usáis hoy. Doy gracias al Creador de que los infantes de Na-
varra y Aragón pidan por esposas a mis primas, doña Elvira y
doña Sol. Antes las teníais como mujeres iguales y legítimas a
las dos, ahora besaréis sus manos y las llamaréis señoras y ten-
dréis que servirlas aunque os pese. Doy gracias al Dios del cielo
y a este rey don Alfonso, que así le crece la honra al Cid Can1-
peador. De todas formas, sois así como yo he dicho: si hay aquí
quien respond a y dijera que no, yo soy Álvar Fáñez, valiente
como el que más.
Gómez Peláez se puso de pie:

132
Cantar tercero

-•Qué valor tiene, Minaya, lo que decí I p


hay muchos para enrrentar se con vos y s. · ues en esta cor-
' E

te '
.
s1 a1gu1en quisiese
..
, c1rmar otra cosa, sera para su daño. Si salgo b'
au . ten parad O de
esta con la ayuda de Dios, ya veréis si es verdad lo d'•• .
' que IJiste1s
o no.
-¡Aca~e la disci:sión! -dijo_ el rey-. Que nadie haga ya
más alegaciones. Manana a la salida del sol será el combate de
los tres que han retado en la corte a los otros tres.
Enseguida hablaron los infantes de Carrión:
-Dadnos más plazo, rey, que mañana no puede ser. Nues-
tras armas y caballos los tienen los hombres del Campeador,
tendremos que ir antes a tierras de Carrión.
-Sea esta lucha donde ordenéis vos -le dijo el rey al
Campeador.
-No acepto yo eso, señor -dijo entonces el Cid-. Pre-
fiero ir a Valencia que a las tierras de Carrión.
Respondió el rey: .
-Por supuesto, Campead or. Dejadme a vuestros caballeros
con todas sus armas, que vayan conmigo, yo cuidaré para ~ue
no sufran violencia de condes ni de infanzones, os lo garanuzo
como hace un señor a buen vasallo. Aquí en mi corte les pongo
de Plazo tres semanas para que h agan este co m bate delante de
m1, en las vegas de Carnon. · , n, · · 11 ra en ese plazo, per-
'-<-u1en no ega .
d ' l ·d dará por traidor.
era e pleito será considera do venci O Y que .d b ,
' e
Aceptaron la sentencia los in1antes e ª d C rrión El Ci eso
·
las manos al rey y dijo: , quedan en
- De acuerdo, señor. Estos tres ca ª b lleros mios
vuesr
,., Ellos es-
. d o rey y senor.
ras manos os los encomien ° com d · 'dme-
tán d' , 1 respon e: ¡envia
tspuestos para cumplir lo que es cor
los eon honra a Valencia, 1
por amor d e Dios ·
1~1 o quiera o·ios.' -respo ndi·ó el rey.
- - 1'1. _ , 1 .

133
Cantar de Mio Cid - -

Allí se quitó la cofia el Cid Campeador, la cofia de hilo, que


era blanca como la luz del sol y se soltó la barba desatándola del
cordón; no se cansaban de mirarle cuantos estaban en la corre.
Se dirigió al conde don Enrique y al conde don Ramón, los
abrazó con fuerza y les rogó de corazón que cogieran aquello
que desearan de sus bienes. A estos y a los demás que estaban de
su parte, a todos les rogó que cogieran lo que quisieran; algunos
aceptaron el ofrecimiento y otros no. Los doscientos marcos se
los perdonó al rey, quien de todo lo demás tomó cuanto le ape-
.
/
tec10.
-¡Merced os pido, rey, por amor del Creador! Ya que todas
las cosas están arregladas, beso vuestras manos y, con vuestro
permiso, señor, quiero irme para Valencia, que la conquisté con
mucho esfuerzo.
Se despidieron y se fue de la corte. A los que habían de lu-
char, les dio buenos consejos:
-Oíd, Martín Antolínez, ilustre burgalés, y vosotros, Pe-
dro Bermúdez y Muño Gustioz, manteneos firmes en la lucha,
como varones que sois. Que me lleguen a Valencia buenas noti-
cias vuestras.
-¿Por qué lo decís, señor? -dijo Martín Antolínez-.
Hemos aceptado nuestra obligación y la vamos a cumplir; po-
dréis oír hablar de nosotros muertos, pero de vencidos, no.
Se alegró de esto el que en buena hora nació y se despidió de
todos sus amigos. El Cid se marchó a Valencia y el rey a Carrión.

134
REPARACIÓN DE LA HONRA DEL CID

Cuando se cumplie ron las tres semanas de plazo, los caballeros


del Campeador estaban ~eseosos de cumplir la obligación que
les había mandado su senor; aguardar on dos días a los infantes
de Carrión bajo la protecci ón del rey don Alfonso de León.
Los infantes llegaron muy bien provistos de caballos y armas.
Con sus parientes, que estaban con ellos, habían planeado
que, si pudiesen apartar del rey a los del Campeador, los mata-
rían en medio del campo para deshonra de su señor. Mala era
la intención, pero no se llevó a cabo por miedo a Alfonso, el
de León.
La noche anterior velaron las armas y rezaron al Creador.
Pasó la noche y despuntaba el alba. Muchos nobles ilustres
se juntaron deseosos de ver este combate. Además, por encima
de todos, allí estaba el rey don Alfonso, para defender la justicia
Y no consentir atropellos. Se pusieron las armaduras los del
buen Campeador, los tres se pusieron de acuerdo, pues eran

135
Cantar de Mio Cid
-----
r
de un mismo señor. En otro lugar se armaron los infantes de
Carrión. Se lamentaban los infantes; estaban tan arrepentidos
de sus actos que querrían no haberlos hecho, por todo lo que
hay en Carrión.
Los tres del Campeador ya estaban armados, les trajeron los
caballos, que eran buenos y corredores; bendijeron las sillas y
montaron con ánimo. Llevaban al cuello los escudos reforza-
dos, cogieron en las manos las astas de las lanzas puntiagudas,
cada una con su pendón. Alrededor de ellos había muchos bue-
nos varones.
Salieron al campo, que estaba marcado por postes. Los tres
del Campeador acordaron que cada uno de ellos fuese a atacar
al que habían retado en la corte.
Por la otra parte estaban los infantes de Carrión, muy bien
acompañados por sus muchos parientes. El rey nombró jueces
para que decidieran con justicia, de modo que no tuvieran que
discutir entre ellos.
Cuando estaban en el campo, dijo el rey Alfonso:
-Oíd lo que os digo, infantes de Carrión: esta lucha po-
díais haberla hecho en Toledo, pero no quisisteis. A estos tres
caballeros del Cid Campeador yo los he traído bajo mi protec-
ción a tierras de Carrión. Obrad según el derecho, no hagáis
injusticias, pues a quien quisiera hacerlas yo se lo impediré y no
podrá vivir tranquilo en todo mi reino.
¡Cómo les pesa todo eso a los infantes de Carrión!
Los jueces y el rey señalaron los postes y se apartaron del
campo después de mostrarles a los seis que sería vencido quien
se saliese fuera de ellos. Todas las gentes dejaron libre un espa-
cio de más de seis lanzas alrededor de las marcas. Los jueces
sortearon el campo y partieron el terreno antes de quitarse de
en medio.

136
Cantar tercero

·Ya estaban cara a cara! Los del Cid atac .


1 1 . E d aron a 1os infantes
de Carrión y 11os 1n1ante .
s e Carrión a los d C
b c.· 1
Cada uno de e os mira a nJamen te a su enemi e S ampeador·
go. e co1ocaron
lo s escudos delante d e 1 pecho, baJ· aron las lanzas
. . envue1tas en
Sus pendones, inclinar on las caras sobre los arzones , espo1earon
los caballos con las espuela s. Bajo los cascos de los caballos la
tierra temblab a. Cada uno de ellos estaba fijo en su contrario.
Ya estaban los tres frente a los otros tres; los que estaban alrede-
dor pensaron que ensegui da iba a haber muertos.
Pedro Bermúd ez, el que primero retó, se enfrentó cara a
cara con Fernand o Gonzále z, se golpear on en los escudos sin
ningún miedo. Fernand o Gonzále z le traspasó el escudo a Pe-
dro Bermúd ez, pero dio en vacío y no le acertó en el cuerpo;
rompió su lanza en dos partes. Pedro Bermúd ez se mantuvo
firme, y por eso no cayó. Si recibió un golpe, él propinó otro
con el que le rompió el escudo y le arrancó la protección_ del
centro; lo atravesó totalme nte sin que le sirviera de nada _dicha
protección y le metió la lanza por el pecho sin poder evitarlo.
Fernando llevaba una cota de ma11a tnp · 1e, · eS t 1 yudó· se le
º eª '
· ·
rompieron dos de ellas, la tercera res1st1o. ª ·' L túnica acolchad a,
. l . d
1ª camisa y la armadu ra se e metiero n entro de la carne .
un
e Se le rompieron
pa1mo y por la boca empezó a ec h ar sangr · 'b, la
1 · . 1 b llo lo dern o por
as cinchas no se salvó ninguna ; e ca ª Pedro
' b h ido de muerte.
grupa. La gente pensaba que esta ª er 1 espada;
B , d hó mano a a
ermudez dejó la lanza clava a Y ec . , r· ona y antes
cua d 1 .
n° a vio Fernand o Gonza'l ez, re conoc10 a tz
de reci'b•ir el golpe dijo:
-¡Estoy vencido! , dez lo dejó.
Se lo concedi. . p dro Bermu
eron los Jueces Y e caron con 1as
Manín Antolín ez y Diego Gonza'lez se. atan ambas. Mar-
1anz
as, tales fueron los golpes que se romp1ero

137
Cantar de Mio Cid

tín Antolínez echó mano a la espada (de limpia y brillante que


estaba relumbraba por todo el campo). Le dio un golpe que le
alcanzó de través, le echó a un lado el casco al cortarle los la-
zos que sujetaban el yelmo; llegó hasta la capucha y la cofia y
se las quitó las dos, le arrancó algunos pelos de la cabeza y lle-
gó hasta la carne; una parte cayó en el campo, lo demás que-
daba colgando. Después de este golpe de la valiosa Colada, vio
Diego González que no escaparía con vida. Volvió las riendas
del caballo para ponerse de cara; entonces Martín Antolínez
lo recibió con la espada y le dio un golpe de plano, porque
con el filo no lo alcanzó. Diego González, aunque llevaba la
espada en la mano, no la usaba, sino que con grandes voces
gritaba:
-¡Ayúdame, Dios, glorioso señor, líbrame de esa espada!
Le tuvo las riendas al caballo y, resguardándose de la espa-
da, salió fuera de las marcas. Martín Antolínez permanecía en
el campo. Dijo el rey:
-Venid con los míos. Por lo que habéis hecho, tenéis ga-
nada la batalla.
Y como así era verdaderamente, se lo otorgaron los jueces.
Vencieron los dos, contaré ahora cómo se las arregló Muño
Gustioz con Asur González. Grandes golpes se dieron en los es-
cudos. Asur González, hombre forzudo y valiente, le rompió a
Muño Gustioz el escudo por todo el centro, traspasándole la
protección; pero dio en vacío la lanza sin coger la carne. Des-
pués de este golpe, Muño Gustioz dio otro que, traspasando el
escudo, le rompió la armadura, pues no se pudo proteger; por
un lado le alcanzó, no junto al corazón, y le metió dentro de la
carne la lanza con el pendón; más de un palmo salió la lanza
por el otro lado. Le empujó y lo tumbó en la silla y al tirar de la
lanza a tierra lo derribó; el asta salió roja, rojos la lanza y el

138
Cantar tercero

pendón. Todos pensaron que estaba herido de muerte. Recupe-


ró la lanza y se detuvo sobre él. Dijo Gonzalo Asúrez:
-¡No le hiráis, por Dios! ¡Vencido está en el campo y esto
ya se acabó!
-Lo hemos oído -dijeron los jueces.
Los del buen Campeador se marcharon con honor, vencie-
ron este combate gracias al Creador. Gran pesar había por tierras
de Carrión.
El rey envió a los del Cid de noche, para que no los ataca-
sen. De todos modos, anduvieron con prudencia de día y de
noche hasta que llegaron a Valencia con el Cid Campeador.
Deshonrados dejaron a los infantes de Carrión y cumplieron
con la obligación que les mandó su señor, por lo que el Cid
Campeador se puso muy alegre. La humillación de los infantes
de Carrión fue grande: ¡a quien ultraja a una dama y la abando-
na después, ojalá le suceda algo así o algo peor!
Pero dejémonos ya de estos pleitos con los infantes de
Carrión. Hablemos de este que en buena hora nació. La alegría
es grande en Valencia la mayor por haberse honrado los del
Campeador. Se cogió la barba Rodrigo Díaz:
-¡Gracias al rey del cielo, mis hijas han sido vengadas;
ahora disponen libremente de sus tierras de Carrión! ¡Sin ver-
güenza las voy a casar, pese a quien pese!
Continuaron los tratos los de Navarra y Aragón, se reunie-
ron con Alfonso el de León, e hicieron sus casamientos con
doña Elvira y doña Sol. Las primeras bodas fueron espléndidas,
pero estas son mejores, las casó con más honores que la prim~~a
vez. ¡Mirad cómo le crece la honra al que en buena hora nacio,
pues sus hijas son señoras de Navarra y Aragón! Hoy sus pa-
rientes son los reyes de España y a todos alcanza la honra gra-
cias al que en buena hora nació.

139
Cantar de Mio Cid

De este mundo se fue el Cid Campeador en la Pascua de


Pentecostés. ¡Cristo le haya perdonado! Que así haga con nos-
otros, justos y pecadores.
Estas fueron las hazañas del Cid Campeador, en este punto
se acaba esta historia.

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