Está en la página 1de 13

POEMA DEL CID

Versos 1-54 (Cantar del destierro)

Con lágrimas en los ojos muy fuertemente llorando,


la cabeza atrás volvía y quedábase mirándolos.
Y vio las puertas abiertas, y cerrojos quebrantados,
y vacías las alcándaras sin las pieles, sin los mantos,
sin sus pájaros halcones, sin los azores mudados.
Suspiró entonces el Cid, que eran grandes sus cuidados.
Habló allí como solía, tan bien y tan mesurado:
—Gracias a ti, Señor Padre, Tú que estás en lo más alto,
los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son, malos.

Allí aguijan los caballos, allí los sueltan de riendas.


En saliendo de Vivar voló la corneja a diestra,
y cuando en Burgos entraron les voló a la mano izquierda.
Se encogió de hombros el Cid, y meneó la cabeza:
—¡Albricias, Fáñez, albricias, pues nos echan de la tierra
con gran honra por Castilla entraremos a la vuelta.

Nuestro Cid Rodrigo Díaz en Burgos con su gente entró.


Es la compaña que lleva de sesenta, con pendón.
Por ver al Cid y a los suyos, todo el mundo se asomó.
Toda la gente de Burgos a las ventanas salió,
con lágrimas en los ojos, tan fuerte era su dolor.
Todos diciendo lo mismo, en su boca una razón:
—¡Dios qué buen vasallo el Cid! ¡Así hubiese buen señor!

Aunque de grado lo harían, a convidarlo no osaban.


El Rey don Alfonso, saben, ¡le tenía tan gran saña!
Antes que fuese de noche en Burgos entró su carta,
con órdenes muy severas, y muy requetebién sellada;
mandaba en ella que al Cid nadie le diese posada,
y aquel que allí se la diese supiese, por su palabra,
que perdería lo suyo y aun los ojos de la cara,
y además de cuanto digo las vidas y las sus almas.
Gran dolor el que sentían aquellas gentes cristianas.
Y escóndense así del Cid, sin osar decirle nada.
El Campeador, entonces, se dirigió a su posada
y en cuanto llegó a la puerta se la encontró bien cerrada;
mandatos del Rey Alfonso pusieron miedo en la casa,
Y si la puerta no rompe, no se la abrirán por nada.
Allí las gentes del Cid con voces muy altas llaman.
Los de dentro, que las oyen, no respondían palabra.
Aguijó el Cid su caballo y a las puertas se llegaba;
del estribo sacó el pie, y un fuerte golpe le daba.
No se abre la puerta, no, pues estaba bien cerrada.
Nueve años tiene la niña que ante sus ojos se planta:
—¡Campeador, que en buen hora ceñisteis la vuestra espada!
Orden del Rey lo prohíbe, anoche llegó su carta
con prevenciones muy grandes, y venía muy sellada.
A abriros nadie osaría, nadie os acoge, por nada.
Si no es así, lo perdemos, lo nuestro y lo de la casa,
y además de lo que digo, los ojos de nuestras caras.
Ya veis, Cid, que en nuestro mal vos no habéis de ganar nada.
Que el Creador os valga con toda su gracia santa.
Esto la niña le dijo, y se entró para su casa.
Ya lo ve el Cid que del Rey no podía esperar gracia.
Alejóse de la puerta, por Burgos picando pasa;
llegó hasta Santa María y allí del caballo baja.
Con gran fervor se arrodilla y de corazón rogaba.
Acabada la oración, en seguida el Cid cabalga.

1) Explica, observando este fragmento, cómo es la métrica del Poema del Cid: medida de
los versos, rima, tiradas…
2) Explica lo que se deduce de la primera tirada (que es el principio del Poema): cómo se
nota que se han perdido las primeras páginas, cómo hay ya una caracterización
psicológica del héroe…
3) En el resto de este fragmento se puede ver en varios momentos la penosa situación en
que está el Cid, pero al mismo tiempo se exalta su figura y se anticipa que va a recuperar
su posición anterior, incluso con ventaja. Explica todo esto tomando como referencia el
texto.

Versos 720-743 (Cantar del destierro)

—¡Al combate, caballeros, por amor del Creador!


¡Yo soy Ruy Díaz el Cid de Vivar, Campeador!
Todos atacan las filas donde Bermúdez entró.
Trescientas lanzas combaten, cada una con su pendón;
cada cual un moro mata de un solo golpe que dio;
cuando otra vez arremeten otros tantos muertos son.

Tanta lanza allí veríais hundir, y bien pronto alzar;


tanta adarga en aquel caso romper y agujerear;
tanta loriga deshecha de parte a parte pasar,
y tanto blanco pendón rojo de sangre quedar;
y tantos caballos buenos sin sus dueños allí andar.
Los moros gritan: ¡Mahoma!; ¡Santiago!, la cristiandad.
En poco espacio allí caen mil trescientos moros ya.

¡Qué bien lidia combatiendo sobre su dorado arzón


nuestro Cid Rodrigo Díaz, siempre tan buen luchador!
Y aquel Minaya Alvar Fáñez, el que Zurita mandó;
también Martín Antolínez, un burgalés de valor,
no menos que Muño Gustioz, que en casa del Cid se crió;
y también Martín Muñoz, que mandó en Montemayor;
y cómo lidia Alvar Álvarez, y también Alvar Salvador,
y aquel Galindo García, el buen hombre de Aragón;
allá va Félix Muñoz, sobrino del Campeador.
Corriendo siempre adelante todos cuantos allí son
socorro dan a la enseña y al Cid, el Campeador.

4) ¿Te parece realista este fragmento? Razona tu respuesta.


5) ¿Por qué crees que el juglar describe con tanto detalle la batalla? ¿Qué impresión
quiere causar en todos los que están escuchando?
6) Hay muchos ejemplos aquí de epítetos épicos. Intenta explicar esta abundancia en tan
pocos versos, y relaciónala con los dos últimos.

Versos 813-825 (Cantar del destierro)

A Castilla a vos quiero enviar con un mandado


para contar la batalla que aquí hoy hemos ganado.
Al Rey don Alfonso quiero, que me echó de mí airado,
con vos enviarle en don treinta escogidos caballos.
Todos vayan con sus sillas, con rienda y freno adornados,
que sendas espadas lleven de los arzones colgando.
Dijo el Minaya Alvar Fáñez: —Esto haré yo de buen grado.
—Podéis ver cómo ante mí con oro y con plata fina
una gran bolsa se colma cumplidamente hasta arriba.
En Santa María, en Burgos, por mí pagaréis mil misas;
y lo que sobrare dádselo a mi mujer y a mis hijas.
Decidles rueguen por mí así de noche y de día,
que si Dios vida me da, ellas serán damas ricas.

7) ¿Por qué envía el Cid un mensajero con noticias de la victoria y regalos para el rey?
8) En su intervención de los últimos versos (que forman una tirada), el Cid hace hincapié
en su mayor preocupación, que coincide con el tema del Poema. Explícalo.

Versos 2712-2748 (Cantar de la afrenta de Corpes)

Todos los demás se han ido, los cuatro solos, ¡por Dios!
¡Cuánto mal que imaginaron los infantes de Carrión!
—Tenedlo así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol.
Aquí os escarneceremos, en este fiero rincón,
y nosotros nos iremos; dejadas seréis las dos.
Ninguna parte tendréis de las tierras de Carrión.
Estas noticias irán a ese Cid Campeador.
Ahora nos vengaremos por la afrenta del león.
Allí las pieles y mantos quitáronles a las dos;
sólo camisas de seda sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión;
en sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las dueñas, les hablaba doña Sol:
—¡Ay don Diego y don Fernando! Esto os rogamos por Dios:
ya que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son,
(a la una dicen Colada y a la otra llaman Tizón),
nuestras cabezas cortad; dadnos martirio a las dos.
Los moros y los cristianos juntos dirán a una voz
que por lo que merecemos, no lo recibimos, no.
Estos tan infames tratos no nos los deis a las dos.
Si aquí somos maltratadas, la vileza es para vos.
Bien en juicio o en Cortes responderéis de esta acción.
Lo que pedían las dueñas de nada allí les sirvió.
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas corredizas las azotan con rigor;
con las espuelas agudas les causan un gran dolor;
les rasgaron las camisas y las carnes a las dos;
allí las telas de seda limpia sangre las manchó;
bien que lo sentían ellas en su mismo corazón.
¡Qué ventura sería ésta, si así lo quisiera Dios,
que apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador!
¡Tanto allí las azotaron! Sin fuerzas quedan las dos.
Sangre mancha las camisas y los mantos de primor.
Cansados están de herirlas los infantes de Carrión.
Prueban una y otra vez quién las azota mejor.
Ya no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol.
En el robledo de Corpes por muertas quedan las dos.

9) Explica la caracterización negativa que se hace de los infantes de Carrión en los nueve
primeros versos de este fragmento. ¿Por qué se comportan así?
10) Doña Sol adelanta en su intervención (en cursiva) lo que va a ocurrir. Explícalo.
11) La información a la que se refiere la pregunta anterior era una manera de ayudar al
auditorio a seguir mejor la recitación. Pero otras veces es el propio juglar el que se dirige
directamente a su público: señala un momento en que ocurre esto en este fragmento, y
explícalo.
12) La crueldad de los infantes queda muy resaltada aquí. Señala algunos momentos en
que se nota esto, y explica qué función crees que tienen estas descripciones en el
argumento general del Poema.
POEMA DEL CID (Cantar del destierro)
Escúchanse por Castilla voces diciendo el pregón:
cómo se va de la tierra nuestro Cid Campeador.
Los unos dejan sus casas; otros, bienes y favor.
En este día tan sólo en el puente de Arlanzón
ciento quince caballeros júntanse, y con viva voz
todos piden y preguntan por el Cid Campeador.

Tan pronto como lo supo nuestro Cid el de Vivar


que crece su compañía con que pueda honrarse más,
aprisa monta a caballo y a su encuentro sale ya.
Cuando los tuvo a la vista, el rostro empieza a alegrar.
A él se le llegan todos para su mano besar.
Así hablóles nuestro Cid con su mejor voluntad:
—Yo ruego a Dios, caballeros, a Dios, Padre Espiritual
que a vosotros, que dejáis por mí casa y heredad,
os consiga, antes que muera, poderos algún bien dar;
y si en esto vos perdéis, doblado lo habréis de cobrar.
Seis días de los del plazo se les han pasado ya;
sólo quedan tres al Cid, sabed que ninguno más.
Y mandó el Rey don Alfonso a nuestro Cid vigilar;
que si después de aquel plazo lo consiguen apresar
ni por oro ni por plata, que no podría escapar. (…)

Un día queda de plazo, sabed que ninguno más.


Allá en la Sierra de Miedes ellos fueron a posar.
A diestra, en poder de moros, las torres de Atienza están.
—Dad temprano la cebada. ¡Que Dios os salve de mal!
El que quisiere, que coma, y el que no, a cabalgar.
Pasaremos hoy la sierra, un grande y fiero lugar.
La tierra del Rey Alfonso esta noche acabará.
Después el que nos buscare nos podrá bien encontrar. (…)

Las ganancias que cogieron quedaron amontonadas.


Quedóse pensando el Cid, que en buena hora ciñó espada,
en el Rey Alfonso, y en que llegarían sus compañas,
que le buscarían mal, y con él a sus mesnadas.
Mandó que se repartiese todo aquel botín sin falta,
y que los repartidores cuentas le diesen por carta.
Sus caballeros, con ello, consiguen una gran ganancia,
y a cada uno de ellos tocan cien marcos de los de plata,
y a los peones les dieron la mitad justa y sin falta.
El quinto de todo aquello en poder del Cid quedaba. (…)

Por todas aquellas tierras pronto corrían mandados


que ese Cid Campeador allí se había asentado,
Que vino a tierra de moros, saliéndose de cristianos.
Por aquellas vecindades ya no se cuidan los campos.
Al acecho está el Cid, también todos sus vasallos.
El castillo de Alcocer ya va sus parias pagando.
CASTILLA

El ciego sol se estrella


en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde… Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde… Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
“Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja…
Idos. El cielo os colme de venturas…
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!”
Calla la niña y llora sin gemido…
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”
El ciego sol, la sed y la fatiga…
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Manuel Machado
POEMA DEL CID: FRAGMENTOS

Cantar del destierro

Con lágrimas en los ojos muy fuertemente llorando,


la cabeza atrás volvía y quedábase mirándolos.
Y vio las puertas abiertas, y cerrojos quebrantados,
y vacías las alcándaras sin las pieles, sin los mantos,
sin sus pájaros halcones, sin los azores mudados.
Suspiró entonces el Cid, que eran grandes sus cuidados.
Habló allí como solía, tan bien y tan mesurado:
—Gracias a ti, Señor Padre, Tú que estás en lo más alto,
los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son, malos.

Allí aguijan los caballos, allí los sueltan de riendas.


En saliendo de Vivar voló la corneja a diestra,
y cuando en Burgos entraron les voló a la mano izquierda.
Se encogió de hombros el Cid, y meneó la cabeza:
—¡Albricias, Fáñez, albricias, pues nos echan de la tierra
con gran honra por Castilla entraremos a la vuelta.

Nuestro Cid Rodrigo Díaz en Burgos con su gente entró.


Es la compaña que lleva de sesenta, con pendón.
Por ver al Cid y a los suyos, todo el mundo se asomó.
Toda la gente de Burgos a las ventanas salió,
con lágrimas en los ojos, tan fuerte era su dolor.
Todos diciendo lo mismo, en su boca una razón:
—¡Dios qué buen vasallo el Cid! ¡Así hubiese buen señor!

Aunque de grado lo harían, a convidarlo no osaban.


El Rey don Alfonso, saben, ¡le tenía tan gran saña!
Antes que fuese de noche en Burgos entró su carta,
con órdenes muy severas, y muy requetebién sellada;
mandaba en ella que al Cid nadie le diese posada,
y aquel que allí se la diese supiese, por su palabra,
que perdería lo suyo y aun los ojos de la cara,
y además de cuanto digo las vidas y las sus almas.
Gran dolor el que sentían aquellas gentes cristianas.
Y escóndense así del Cid, sin osar decirle nada.
El Campeador, entonces, se dirigió a su posada
y en cuanto llegó a la puerta se la encontró bien cerrada;
mandatos del Rey Alfonso pusieron miedo en la casa,
Y si la puerta no rompe, no se la abrirán por nada.
Allí las gentes del Cid con voces muy altas llaman.
Los de dentro, que las oyen, no respondían palabra.
Aguijó el Cid su caballo y a las puertas se llegaba;
del estribo sacó el pie, y un fuerte golpe le daba.
No se abre la puerta, no, pues estaba bien cerrada.
Nueve años tiene la niña que ante sus ojos se planta:
—¡Campeador, que en buen hora ceñisteis la vuestra espada!
Orden del Rey lo prohíbe, anoche llegó su carta
con prevenciones muy grandes, y venía muy sellada.
A abriros nadie osaría, nadie os acoge, por nada.
Si no es así, lo perdemos, lo nuestro y lo de la casa,
y además de lo que digo, los ojos de nuestras caras.
Ya veis, Cid, que en nuestro mal vos no habéis de ganar nada.
Que el Creador os valga con toda su gracia santa.
Esto la niña le dijo, y se entró para su casa.
Ya lo ve el Cid que del Rey no podía esperar gracia.
Alejóse de la puerta, por Burgos picando pasa;
llegó hasta Santa María y allí del caballo baja.
Con gran fervor se arrodilla y de corazón rogaba.
Acabada la oración, en seguida el Cid cabalga.

Escúchanse por Castilla voces diciendo el pregón:


cómo se va de la tierra nuestro Cid Campeador.
Los unos dejan sus casas; otros, bienes y favor.
En este día tan sólo en el puente de Arlanzón
ciento quince caballeros júntanse, y con viva voz
todos piden y preguntan por el Cid Campeador.

Tan pronto como lo supo nuestro Cid el de Vivar


que crece su compañía con que pueda honrarse más,
aprisa monta a caballo y a su encuentro sale ya.
Cuando los tuvo a la vista, el rostro empieza a alegrar.
A él se le llegan todos para su mano besar.
Así hablóles nuestro Cid con su mejor voluntad:
—Yo ruego a Dios, caballeros, a Dios, Padre Espiritual
que a vosotros, que dejáis por mí casa y heredad,
os consiga, antes que muera, poderos algún bien dar;
y si en esto vos perdéis, doblado lo habréis de cobrar.
Seis días de los del plazo se les han pasado ya;
sólo quedan tres al Cid, sabed que ninguno más.
Y mandó el Rey don Alfonso a nuestro Cid vigilar;
que si después de aquel plazo lo consiguen apresar
ni por oro ni por plata, que no podría escapar. (…)

Un día queda de plazo, sabed que ninguno más.


Allá en la Sierra de Miedes ellos fueron a posar.
A diestra, en poder de moros, las torres de Atienza están.
—Dad temprano la cebada. ¡Que Dios os salve de mal!
El que quisiere, que coma, y el que no, a cabalgar.
Pasaremos hoy la sierra, un grande y fiero lugar.
La tierra del Rey Alfonso esta noche acabará.
Después el que nos buscare nos podrá bien encontrar. (…)

Las ganancias que cogieron quedaron amontonadas.


Quedóse pensando el Cid, que en buena hora ciñó espada,
en el Rey Alfonso, y en que llegarían sus compañas,
que le buscarían mal, y con él a sus mesnadas.
Mandó que se repartiese todo aquel botín sin falta,
y que los repartidores cuentas le diesen por carta.
Sus caballeros, con ello, consiguen una gran ganancia,
y a cada uno de ellos tocan cien marcos de los de plata,
y a los peones les dieron la mitad justa y sin falta.
El quinto de todo aquello en poder del Cid quedaba. (…)
Por todas aquellas tierras pronto corrían mandados
que ese Cid Campeador allí se había asentado,
Que vino a tierra de moros, saliéndose de cristianos.
Por aquellas vecindades ya no se cuidan los campos.
Al acecho está el Cid, también todos sus vasallos.
El castillo de Alcocer ya va sus parias pagando.

—¡Al combate, caballeros, por amor del Creador!


¡Yo soy Ruy Díaz el Cid de Vivar, Campeador!
Todos atacan las filas donde Bermúdez entró.
Trescientas lanzas combaten, cada una con su pendón;
cada cual un moro mata de un solo golpe que dio;
cuando otra vez arremeten otros tantos muertos son.

Tanta lanza allí veríais hundir, y bien pronto alzar;


tanta adarga en aquel caso romper y agujerear;
tanta loriga deshecha de parte a parte pasar,
y tanto blanco pendón rojo de sangre quedar;
y tantos caballos buenos sin sus dueños allí andar.
Los moros gritan: ¡Mahoma!; ¡Santiago!, la cristiandad.
En poco espacio allí caen mil trescientos moros ya.

¡Qué bien lidia combatiendo sobre su dorado arzón


nuestro Cid Rodrigo Díaz, siempre tan buen luchador!
Y aquel Minaya Alvar Fáñez, el que Zurita mandó;
también Martín Antolínez, un burgalés de valor,
no menos que Muño Gustioz, que en casa del Cid se crió;
y también Martín Muñoz, que mandó en Montemayor;
y cómo lidia Alvar Álvarez, y también Alvar Salvador,
y aquel Galindo García, el buen hombre de Aragón;
allá va Félix Muñoz, sobrino del Campeador.
Corriendo siempre adelante todos cuantos allí son

A Castilla a vos quiero enviar con un mandado


para contar la batalla que aquí hoy hemos ganado.
Al Rey don Alfonso quiero, que me echó de mí airado,
con vos enviarle en don treinta escogidos caballos.
Todos vayan con sus sillas, con rienda y freno adornados,
que sendas espadas lleven de los arzones colgando.
Dijo el Minaya Alvar Fáñez: —Esto haré yo de buen grado.

—Podéis ver cómo ante mí con oro y con plata fina


una gran bolsa se colma cumplidamente hasta arriba.
En Santa María, en Burgos, por mí pagaréis mil misas;
y lo que sobrare dádselo a mi mujer y a mis hijas.
Decidles rueguen por mí así de noche y de día,
que si Dios vida me da, ellas serán damas ricas.
Cantar de la afrenta de Corpes

Todos los demás se han ido, los cuatro solos, ¡por Dios!
¡Cuánto mal que imaginaron los infantes de Carrión!
—Tenedlo así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol.
Aquí os escarneceremos, en este fiero rincón,
y nosotros nos iremos; dejadas seréis las dos.
Ninguna parte tendréis de las tierras de Carrión.
Estas noticias irán a ese Cid Campeador.
Ahora nos vengaremos por la afrenta del león.
Allí las pieles y mantos quitáronles a las dos;
sólo camisas de seda sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión;
en sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las dueñas, les hablaba doña Sol:
—¡Ay don Diego y don Fernando! Esto os rogamos por Dios:
ya que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son,
(a la una dicen Colada y a la otra llaman Tizón),
nuestras cabezas cortad; dadnos martirio a las dos.
Los moros y los cristianos juntos dirán a una voz
que por lo que merecemos, no lo recibimos, no.
Estos tan infames tratos no nos los deis a las dos.
Si aquí somos maltratadas, la vileza es para vos.
Bien en juicio o en Cortes responderéis de esta acción.
Lo que pedían las dueñas de nada allí les sirvió.
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas corredizas las azotan con rigor;
con las espuelas agudas les causan un gran dolor;
les rasgaron las camisas y las carnes a las dos;
allí las telas de seda limpia sangre las manchó;
bien que lo sentían ellas en su mismo corazón.
¡Qué ventura sería ésta, si así lo quisiera Dios,
que apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador!
¡Tanto allí las azotaron! Sin fuerzas quedan las dos.
Sangre mancha las camisas y los mantos de primor.
Cansados están de herirlas los infantes de Carrión.
Prueban una y otra vez quién las azota mejor.
Ya no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol.
En el robledo de Corpes por muertas quedan las dos.
Poema del Cid

Comienzo del poema


Con lágrimas en los ojos muy fuertemente llorando,
la cabeza atrás volvía y quedábase mirándolos.
Y vio las puertas abiertas, y cerrojos quebrantados,
y vacías las alcándaras sin las pieles, sin los mantos,
sin sus pájaros halcones, sin los azores mudados.
Suspiró entonces el Cid, que eran grandes sus cuidados.
Habló allí como solía, tan bien y tan mesurado:
—Gracias a ti, Señor Padre, Tú que estás en lo más alto,
los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son, malos.

Allí aguijan los caballos, allí los sueltan de riendas.


En saliendo de Vivar voló la corneja a diestra,
y cuando en Burgos entraron les voló a la mano izquierda.
Se encogió de hombros el Cid, y meneó la cabeza:
—¡Albricias, Fáñez, albricias, pues nos echan de la tierra
con gran honra por Castilla entraremos a la vuelta.

Entrada en Burgos
Nuestro Cid Rodrigo Díaz en Burgos con su gente entró.
Es la compaña que lleva de sesenta, con pendón.
Por ver al Cid y a los suyos, todo el mundo se asomó.
Toda la gente de Burgos a las ventanas salió,
con lágrimas en los ojos, tan fuerte era su dolor.
Todos diciendo lo mismo, en su boca una razón:
—¡Dios qué buen vasallo el Cid! ¡Así hubiese buen señor!

Aunque de grado lo harían, a convidarlo no osaban.


El Rey don Alfonso, saben, ¡le tenía tan gran saña!
Antes que fuese de noche en Burgos entró su carta,
con órdenes muy severas, y muy requetebién sellada;
mandaba en ella que al Cid nadie le diese posada,
y aquel que allí se la diese supiese, por su palabra,
que perdería lo suyo y aun los ojos de la cara,

1) Explica lo que se deduce de la primera tirada (que es el principio del Poema): cómo se
nota que se han perdido las primeras páginas, cómo hay ya una caracterización
psicológica del héroe…
2) En el resto de este fragmento se puede ver en varios momentos la penosa situación en
que está el Cid, pero al mismo tiempo se exalta su figura y se anticipa que va a recuperar
su posición anterior, incluso con ventaja. Explica todo esto tomando como referencia el
texto.
La afrenta de Corpes
Todos los demás se han ido, los cuatro solos, ¡por Dios!
¡Cuánto mal que imaginaron los infantes de Carrión!
—Tenedlo así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol.
Aquí os escarneceremos, en este fiero rincón,
y nosotros nos iremos; dejadas seréis las dos.
Ninguna parte tendréis de las tierras de Carrión.
Estas noticias irán a ese Cid Campeador.
Ahora nos vengaremos por la afrenta del león.
Allí las pieles y mantos quitáronles a las dos;
sólo camisas de seda sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión;
en sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las dueñas, les hablaba doña Sol:
—¡Ay don Diego y don Fernando! Esto os rogamos por Dios:
ya que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son,
(a la una dicen Colada y a la otra llaman Tizón),
nuestras cabezas cortad; dadnos martirio a las dos.
Los moros y los cristianos juntos dirán a una voz
que por lo que merecemos, no lo recibimos, no.
Estos tan infames tratos no nos los deis a las dos.
Si aquí somos maltratadas, la vileza es para vos.
Bien en juicio o en Cortes responderéis de esta acción.
Lo que pedían las dueñas de nada allí les sirvió.
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas corredizas las azotan con rigor;
con las espuelas agudas les causan un gran dolor;
les rasgaron las camisas y las carnes a las dos;
allí las telas de seda limpia sangre las manchó;
bien que lo sentían ellas en su mismo corazón.
¡Qué ventura sería ésta, si así lo quisiera Dios,
que apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador!
¡Tanto allí las azotaron! Sin fuerzas quedan las dos.
Sangre mancha las camisas y los mantos de primor.
Cansados están de herirlas los infantes de Carrión.
Prueban una y otra vez quién las azota mejor.
Ya no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol.
En el robledo de Corpes por muertas quedan las dos.

3) Explica la caracterización negativa que se hace de los infantes de Carrión en los nueve
primeros versos de este fragmento. ¿Por qué se comportan así?
4) Doña Sol adelanta en su intervención (en cursiva) lo que va a ocurrir. Explícalo.
5) La información a la que se refiere la pregunta anterior era una manera de ayudar al
auditorio a seguir mejor la recitación. Pero otras veces es el propio juglar el que se dirige
directamente a su público: señala un momento en que ocurre esto en este fragmento, y
explícalo.
6) La crueldad de los infantes queda muy resaltada aquí. Señala algunos momentos en que
se nota esto, y explica qué función crees que tienen estas descripciones en el argumento
general del Poema.
POEMA DEL CID (Cantar del destierro)
Escúchanse por Castilla voces diciendo el pregón:
cómo se va de la tierra nuestro Cid Campeador.
Los unos dejan sus casas; otros, bienes y favor.
En este día tan sólo en el puente de Arlanzón
ciento quince caballeros júntanse, y con viva voz
todos piden y preguntan por el Cid Campeador.

Tan pronto como lo supo nuestro Cid el de Vivar


que crece su compañía con que pueda honrarse más,
aprisa monta a caballo y a su encuentro sale ya.
Cuando los tuvo a la vista, el rostro empieza a alegrar.
A él se le llegan todos para su mano besar.
Así hablóles nuestro Cid con su mejor voluntad:
—Yo ruego a Dios, caballeros, a Dios, Padre Espiritual
que a vosotros, que dejáis por mí casa y heredad,
os consiga, antes que muera, poderos algún bien dar;
y si en esto vos perdéis, doblado lo habréis de cobrar.
Seis días de los del plazo se les han pasado ya;
sólo quedan tres al Cid, sabed que ninguno más.
Y mandó el Rey don Alfonso a nuestro Cid vigilar;
que si después de aquel plazo lo consiguen apresar
ni por oro ni por plata, que no podría escapar. (…)

Un día queda de plazo, sabed que ninguno más.


Allá en la Sierra de Miedes ellos fueron a posar.
A diestra, en poder de moros, las torres de Atienza están.
—Dad temprano la cebada. ¡Que Dios os salve de mal!
El que quisiere, que coma, y el que no, a cabalgar.
Pasaremos hoy la sierra, un grande y fiero lugar.
La tierra del Rey Alfonso esta noche acabará.
Después el que nos buscare nos podrá bien encontrar. (…)

Las ganancias que cogieron quedaron amontonadas.


Quedóse pensando el Cid, que en buena hora ciñó espada,
en el Rey Alfonso, y en que llegarían sus compañas,
que le buscarían mal, y con él a sus mesnadas.
Mandó que se repartiese todo aquel botín sin falta,
y que los repartidores cuentas le diesen por carta.
Sus caballeros, con ello, consiguen una gran ganancia,
y a cada uno de ellos tocan cien marcos de los de plata,
y a los peones les dieron la mitad justa y sin falta.
El quinto de todo aquello en poder del Cid quedaba. (…)

Por todas aquellas tierras pronto corrían mandados


que ese Cid Campeador allí se había asentado,
Que vino a tierra de moros, saliéndose de cristianos.
Por aquellas vecindades ya no se cuidan los campos.
Al acecho está el Cid, también todos sus vasallos.
El castillo de Alcocer ya va sus parias pagando.

También podría gustarte