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Un estudio del futuro requiere cierta valoración de la

nueva filosofía que desarrolló en el siglo XVII Sir Francis


Bacon. Las ideas de Bacon sorprendieron bastante enton-
ces; todavía están en las raíces de la civilización moderna
y futura. Llevaron a cabo una revolución científica tan
significativa como la Revolución Industrial, que le si-
guió un siglo y medio después y que fue su consecuencia
directa. Bacon predicaba simplemente que la función
propia de la ciencia es buscar la verdad y beneficiar
a la gente. Esta idea, que para nosotros es un lugar
común, casi no se había oído en su tiempo. Antes de
la época de Bacon, se consideraba que la ciencia, o la
filosofía natural, como se la llamaba entonces, tenía un
fin bastante diferente. Toda creencia de que la ciencia
y la tecnología estaban relacionadas, o que deberían es-
tarlo, era considerada a la vez vulgar y absurda. Toda
la filosofía natural fue desarrollada por los «escolás-
ticos», esos pensadores llenos de bizantismo que razo-
naban siguiendo el estilo clásico de Séneca, el más fa-
moso de los estoicos, y sobre todo de Platón.
Antes del tiempo de Bacon, había habido realmente
cierto progreso científico. Galileo había observado a
través de su primitivo telescopio que el planeta Júpiter
tenía sus propias lunas que giraban alrededor del mismo
y no alrededor de la Tierra; Copérnico había demostrado
que el Sol era el verdadero centro del Sistema Solar.
Pero el público educado no consideró que estas curiosas
informaciones eran «verdadera ciencia». Otras cuestio-
nes más fundamentales ocupaban las mentes más brillan-
tes y polémicas de los siglos precedentes. ¿Cuál es el
mayor bien? ¿Es el dolor malo o bueno? ¿Están pre-
destinados todos los sucesos? ¿Podemos estar seguros
de que no estamos seguros de nada? ¿Puede un hom-
bre sabio no ser feliz? ¿Son todas las desviaciones del
bien condenables del mismo modo? ¿Cuántos ángeles
pueden caber en la punta de una aguja? Generaciones
de hombres cultos discutieron estas cuestiones y, no
llegando a ninguna conclusión verificable, añadieron
poco al acervo de conocimientos humanos. Abelardo, el
filósofo más respetado del siglo XII, fue un hombre de
su tiempo cuando anunció que la dialéctica es el único
camino hacia la verdad'. Juan de Salisbury, secretario
del Arzobispo Tomás Becket, cuando volvió a visitar una
escuela de filosofía, se extrañó de hallarlos todavía dis-
cutiendo los mismos problemas que treinta años antes ².
Los escolásticos argüían y argüían. Con las palabras de
un historiador, «llenaron el mundo de largas barbas y
largas palabras, y lo dejaron tan ignorante como lo en-
contraron»> ³
Toda la especulación científica anterior a Bacon es-
taba limitada por los principios clásicos. Lejos de ilustrar
a la humanidad o de prestarle algún servicio, estos con-
ceptos obstruyeron el progreso del conocimiento durante
casi dos milenios. Posidonio, un escritor distinguido
de la época de Julio César, se aventuró en un ensayo
a citar el principio de la bóveda y la utilización de los
metales como algunas de las más humildes bendiciones
que el hombre debía a la filosofía natural. Séneca re-
chazó estos cumplidos, que consideró como un insulto.
La filosofía natural, declaró, no tiene nada que ver con
enseñar a los hombres a elevar bóvedas sobre sus cabezas,
ni con la utilización de los metales. El verdadero filó-
sofo no se preocupa de si tiene una bóveda sobre su
cabeza, ni de si está expuesto al viento o a la lluvia.
Lejos de explorar los usos de los metales, tronaba Séneca,
la filosofía nos enseña a vivir sin materiales ni meca-
nismos. Un pasaje de Séneca expresa con precisión la
postura pre-baconiana hacia la ciencia:
En mi propia época ha habido invenciones de este tipo, ven-
tanas transparentes, tubos para difundir por igual el calor en
todas las partes de un edificio, la taquigrafía, que ha llegado
a una perfección tal que un escritor puede seguir al orador más
rápido. Pero la invención de estas cosas no es más que trabajo
penoso para los esclavos más bajos; la filosofía se halla en un
lugar más profundo. No es su oficio enseñar a los hombres cómo
utilizar sus manos. El fin de sus lecciones es formar el alma.
¡Pronto nos dirán que el primer zapatero era un filósofo! 5
Estos sentimientos, que prevalecieron entre casi todas
las autoridades intelectuales y religiosas hasta Bacon,
venían fuertemente influidos por Aristóteles * y los res-
paldaban Platón y Sócrates. Como observa Bertrand Rus-
sell «el sesgo ético y estético de Aristóteles, y aún más
de Platón, hizo mucho por matar la ciencia griega»
Hasta Arquímedes, el mayor ingeniero de los tiempos
clásicos, que tuvo en jaque a una escuadra romana en
una bahía durante tres años con sus invenciones me-
cánicas letales, se sentía algo culpable por estas obras,
considerándolas poco más que una relajación de los
rigores de la noble filosofía 7.
Francisco Bacon salió del Trinity College de Cam-
bridge a la edad de quince años, con un profundo des-
precio por lo que consideraba que eran sus estrechas
enseñanzas dialécticas, bajo la dirección de su maestro,
ese perseguidor fanático llamado John Whitgift. Se dice
que ya en esa época había estado meditando sobre el
gran esquema de reforma filosófica que ha llevado su
fama a través de los siglos. Las enseñanzas de Whitgift
tuvieron en Bacon el efecto opuesto al deseado. El
chico cogió un odio hacia las escuelas platónicas y aris-
totélicas que creció al madurar su mente. Decidió imitar
a Platón escribiendo sus visiones de una Utopía. Ambas
Utopías, La República de Platón y La Nueva Atlántida
de Bacon, se parecían en que representaban los mundos
ideales de estos dos grandes hombres. ¡Pero cuán dis-
tintas eran! Platón deseaba un mundo rígido, autoritario,
en cierto modo tomando como modelo a Esparta, en el
que cada ciudadano se mantendría en el sitio asignado.
Bacon, inspirado por el capitalismo agresivo de la In-
glaterra Isabelina, imaginó una comunidad orientada
hacia el comercio y la ciencia, donde cada uno disfrutaría
de los éxitos de los hombres emprendedores.
Es interesante comparar en detalle algunas de las
diferencias entre estas dos filosofías. Para Platón, el
enfoque moderno de la astronomía habría resultado
odioso. Declaró que el utilizar la astronomía para de-
terminar las estaciones, para la agricultura o la nave-
gación, o para cualquier otro fin práctico, o hasta para
intentar comprender el Universo, era una actividad vul-
gar, indigna de la filosofía. El conocimiento del movi-
miento de los cuerpos celestes no tenía para él ningún
valor. Las formas de las constelaciones eran meros ejem-
plos, meras ayudas para las mentes débiles: «Tenemos
que ir más allá de ellas; tenemos que desdeñarlas. Te-
nemos que llegar a una astronomía que sea tan inde-
pendiente de las estrellas reales como la verdad geomé-
trica es independiente de un diagrama mal dibujado...
El verdadero fin de la astronomía no es venir a sumarse
a las comodidades vulgares de la vida, sino elevar el
espíritu a la contemplación de cosas que sólo pueden
ser concebidas por el puro intelecto». Este tipo de
lenguaje le resultaba incomprensible a Bacon, para el
cual la astronomía sólo era útil cuando estaba relacio-
nada con la verdad o con el provecho. Comparaba la
astronomía de Platón con el buey de Prometeo, «de
pelo liso y bien formado, agradable a la vista, pero
lleno de basura y que no contiene nada para comer»?
Platón no halla gran mérito en la invención de la
escritura, porque enseña a los hombres a ser perezosos.
Teniendo libros, sin tener que memorizar sus conte-
nidos, un hombre puede conseguir información siempre
que lo desee. No se puede decir estrictamente que un
hombre así sepa algo. Se debería uno desprender de
todos los libros, declara Platón, en cuanto se han leído.
Su propietario se verá entonces obligado a desarrollar su
memoria y, mediante una meditación profunda, a elevar
las facultades de su intelecto 10. Pero Bacon, como se
puede imaginar, no puede comprender bajo ningún
concepto por qué proezas innecesarias de la memoria
tendrían alguna utilidad para el hombre. Las compara
con exhibiciones de funámbulos y malabaristas. «Las
dos representaciones −dice— son muy parecidas. Una
es un abuso de la mente; la otra es un abuso del
cuerpo. Ambas pueden excitar nuestro asombro, pero
ninguna es digna de nuestro respeto>>
Platón siente un desprecio similar hacia la medicina.
No puede aguantar a los inválidos. Una vida prolongada
gracias a la habilidad médica es para él una muerte
larga. A los que tienen una salud delicada debería
permitírseles morir. Esta gente no sirve para la guerra,
ni como estadistas ni para el estudio intenso. Si inter-
vienen en ejercicios mentales, se aturden e interrumpen
las discusiones serias. Platón no se opone a la cirugía
para una persona que goza de buena salud, herida en
una batalla o accidente, pero no tiene simpatía hacia
los que padecen enfermedades degenerativas. ¿No son
estas enfermedades el castigo natural y justificado para
la gula y la lujuria?
12
Bacon no tiene paciencia para estas asperezas. Man-
tiene que se debería hacer que la gente enferma termine
su vida confortablemente, y no sufriendo. Aunque no se
interesaba por el estudio de la medicina, manifiesta con
ahínco que habría que orientar la investigación hacia la
búsqueda de medios para mitigar las dolencias degene-
rativas. Así como Platón había citado pasajes de Ho-
mero para apoyar sus planteamientos, Bacon se des-
quita enumerando los milagros curativos de Cristo 13.
Las severas filosofías de Platón y de Séneca domi-
naron largo tiempo, durante el cual el genio del hombre
fue desviado en una falsa dirección. La pobreza era
noble; el lujo era malo. La especulación científica sólo
se debía tolerar en la medida en que su función fuera
aguzar el ingenio y no mejorar las comodidades mate-
riales, descubrir la verdad o hacer dinero. La discusión
brillante era la más excelsa de las actividades. Sobre
todo, no debía ser mancillada por el materialismo. Hasta
estos ideales se fueron pervirtiendo en la Edad Media
a medida que las enseñanzas que se recordaban de los
antiguos se hicieron confusas. Florecieron el lujo y la
hipocresía. Estos, excepto en la visión minoritaria de
Dante", no eran considerados como grandes pecados.
Lo que un hombre hacía era menos importante que lo
que decía. Se dio un curioso matrimonio entre la filo-
sofía clásica y los dictados más intolerantes del Antiguo
Testamento. Los jefes de la Iglesia se podían ataviar
con todo tipo de lujos y riquezas, pero en tanto que
predicaban la pureza teológica, podían mantener Inqui-
siciones para-militares en las tierras de reyes devotos
cuyos ejércitos podían haberlas barrido en un solo día.
El descubrimiento de George Orwell de una doble ma-
nera de pensar parece tan aplicable a la Edad Media
como a nuestros propios tiempos, de cuyos vicios se
burló.
Este estado general de espíritu explica muchas cosas;
por qué el Inca del Perú secuestrado fue aleccionado
sobre las bendiciones de la pobreza por hombres deci-
didos a despojarle de sus riquezas para apoderarse de
ellas 15. Explica por qué fue condenado Galileo por una
junta de eclesiásticos que pensaban que era un vulgar
blasfemo. Y explica por qué Martín Lutero, que no
sabía nada de matemáticas o de astronomía, encontró
adecuado declarar que Copérnico era un necio, y que
sus teorías sobre el Sistema Solar eran anti-bíblicas e
intolerables. Rara vez se ha pensado que Séneca, uno
de los promotores más elocuentes de este credo represivo,
era un hombre de un carácter con imperfecciones tan
graves que el valor de sus enseñanzas se podría poner
en duda. Escribió un folleto sobre la virtud, pocos días
antes de escribir otro justificando el asesinato de la
madre de Nerón por éste. Preconizaba las virtudes de
la pobreza, teniendo millones en usura. Denunciaba los
males del lujo, mientras descansaba en los jardines de
Lúculo 17
Si se han de tomar en cuenta los vicios personales
de un filósofo cuando se plantea el valor de su
filosofía, hay que admitir en justicia que Bacon tuvo
también una carrera política sórdida ¹8. Para complacer
a la Reina Isabel I, se las arregló para llevar al patíbulo
al Conde de Essex, el hombre que había empleado gran
parte de su vida en buscar puestos lucrativos para su
amigo Bacon. Bacon tuvo un papel destacado en el
asesinato judicial del audaz explorador Sir Walter Ra-
leigh. Llegado a un alto cargo con Jacobo I, supervisó
la tortura de un clérigo no conformista por haber ha-
llado algunos sermones no pronunciados en un cajón
del desdichado hombre. En 1621, se le depuso del
puesto de Lord Canciller, después de admitir ante las
dos Cámaras del Parlamento que había aceptado so-
bornos. Pero, a diferencia de Séneca, sus contribuciones
a la civilización pesan suficientemente más que sus
deficiencias como hombre. Después de 1500 años, las
enseñanzas de Séneca y de los antiguos no nos han
dejado más que discusiones teológicas sin solución y sin
sentido. Los logros científicos anteriores a la época de
Bacon se realizaron a pesar de la filosofía clásica y,
como hemos visto, fueron muy obstaculizados por ella.
Pero 300 años después de que Bacon publicase sus es-
critos, y como resultado directo de ellos, tenemos las
maravillosas comodidades de la vida moderna; la elec-
trónica, la energía nuclear, los computadores, las auto-
pistas gigantes, el avión a reacción y la riqueza y es-
plendor de la moderna astronomía y de la física sub-
atómica. Podemos medir la partícula más pequeña, curar
algunas de las enfermedades más graves, cruzar vastos
océanos en unas horas y escudriñar el borde del uni-
verso, todo porque un político corrupto declaró hace
tres siglos que la búsqueda de la verdad y la utilidad
era más provechosa que las discusiones sobre los sig-
nificados de las palabras.

Bacon mismo no sabía nada de estas cosas. Si fuera


milagrosamente traído al decenio de 1970, se quedaría
tan atónito como cualquiera de sus contemporáneos.
Pero se le considera como el creador de la máxima «el
conocimiento es poder» ¹9. Vio con claridad cómo se po-
día llegar a la tecnología, y los beneficios que traería
con toda seguridad al hombre. Su utopía, La Nueva
Atlántida, publicada en 1627, causó la más profunda
impresión. Era una novela, en cierto modo del estilo
que utilizó después Swift para las aventuras de Gulliver.
La obra contenía una descripción completa de cómo se
debería organizar la ciencia y la tecnología para el bien
de la comunidad y el enriquecimiento de sus miembros
El héroe de Bacon cruza en barco un océano y descubre
el fabuloso reino de Bensalem. Esta no es una sátira
sobre la política inglesa, como el Lilliput y el Brobdin-
gnag de Swift. Bensalem no tiene ni el más leve parecido
con la Inglaterra de Bacon; se puede comparar más
bien con el Japón moderno. Los ciudadanos de Ben-
salem son enormemente avanzados. Tienen aviones y
submarinos, neveras y audífonos. Estos son algunos de
los frutos de una organización social y económica bri-
llante. El lugar más importante de Bensalem es la Casa
de Salomón, que cumple el papel de centro distribuidor
de la información industrial y científica. La Casa de
Salomón tiene empleados un cuerpo de hombres llama-
dos los Mercaderes de la Luz, que desempeñan el papel
de espías industriales. Viajan secretamente a países ex-
tranjeros, recogiendo toda información que pudiera ser
útil a Bensalem. Las palabras «invenciones provechosas>>
se repiten con frecuencia en la novela. Toda la estruc-
tura política de Bensalem está subordinada a la premisa
de que la cosa más noble que puede hacer un hombre
es inventar algo que enriquezca a sus accionistas y eleve
los niveles de vida de sus clientes. Es un tipo de capi-
talismo nacionalista, dirigido a aumentar siempre la
felicidad y la prosperidad del individuo a través de la
explotación de la ciencia. La información obtenida por
los Mercaderes de la Luz es comprobada y analizada
por los Depredadores. Estos, a su vez, sugieren aplica-
ciones prácticas a los Benefactores, que informan sobre
ellas a las compañías comerciales, después de «buscar
medios para sacar de ellas cosas útiles y prácticas para
la vida del hombre y el conocimiento». Pero no son las
compañías las que gobiernan el país. Los verdaderos
dirigentes son puros científicos, los intérpretes de la
Naturaleza, que deciden sobre nuevos campos de inves-
tigación, que dirigen a los Mercaderes de la Luz y or-
denan que los descubrimientos ya hechos se «eleven por
medio de experimentos a observaciones, axiomas y afo-
rismos mayores ».
Nos es difícil imaginarnos la tremenda impresión que
hicieron las ideas de Bacon en las mentes del siglo xvII.
Se percibía por primera vez que la humanidad podía
tener una finalidad oculta, y ser capaz de llevar a cabo
un plan a largo plazo cuya naturaleza había estado
encubierta hasta entonces. La noción de que se podía
hacer obrar a la ciencia con más provecho si se orga-
nizaba la investigación sistemáticamente y se la liberaba
de influencias religiosas era completamente nueva. Estas
ideas fueron pronto puestas en acción. En 1660, poco
más de una generación después de la publicación de La
Nueva Atlántida, se formó la Royal Society, para poner
en práctica los métodos científicos de Bensalem. La
Sociedad declara en su Record (Memoria) que su fun-
dación era «uno de los primeros frutos prácticos de los
trabajos filosóficos de Francis Bacon». El poeta Abra-
ham Cowley escribió una oda a la Royal Society, de-
clarando:
Bacon, como Moisés, nos guió por fin hacia delante,
El árido desierto que pasó
Estaba en el mismo borde
De la bendita tierra prometida,
Y desde lo alto de la montaña de su ingenio exaltado,
La vio él mismo, y nos la mostró 21.
El Rey Carlos II, que era tan entusiasta de la ciencia
como su abuelo Jacobo I había sido dogmático y su-
persticioso, otorgó a la sociedad su carta y asistió a
alguna de sus reuniones. Sir Isaac Newton llegó a ser
su segundo presidente y su más famoso miembro, pues,
con su teoría de la gravitación universal, sentó las bases
de la física moderna. Las perspectivas para la humanidad
parecían haber mejorado inmensamente. Los hombres
educados de 1700 eran de una casta diferente de los
de 1600. En 1600, por ejemplo, se consideraban los
cometas como presagios, como en el Julio César de Sha-
kespeare:
Cuando mueren pordioseros no se ven cometas;
Los cielos mismos proclaman la muerte de los principes.
Pocos dramaturgos hubieran soñado escribir estas lí-
neas en 1700. Por entonces, no se pensaba ya que los
cometas fueran agüeros, sino pequeños planetas que
obedecían a las leyes universales de la gravitación. En
1700, el punto de vista de la gente culta era en gran
parte el moderno. Un siglo antes, aun teniendo en cuenta
a aventureros como Francis Drake y John Dee, era en
general medieval. Este gran cambio parece haberse de-
bido en gran parte a Bacon. En un siglo, se dieron una
serie de adelantos que nunca hubieran sido posibles,
o por lo menos se hubieran postpuesto mucho tiempo,
sin su sistema de organización científica y sin la comu-
nicación, a través de revistas, de las teorías y de los re-
sultados de los experimentos. Con Thomas Sydenham, en
1666, surgió la medicina clínica. Christian Huygens, en
1678, desarrolló la teoría ondulatoria de la luz. Newton,
en 1693, remató su teoría de la gravitación con la inven-
ción del cálculo infinitesimal. El siglo XVIII trajo la
moderna teoría de la combustión y la ley de conserva-
ción de la materia de Lavoisier, y la técnica de la
vacuna de la viruela de Edward Jenner. La Nueva Atlán-
tida reapareció en cuatro ediciones sucesivas. Y el nuevo
desarrollo más importante de la filosofía de Bacon se
produjo en 1751, cuando Diderot y d'Alembert publi-
caron el primer volumen de la inmensamente influ-
yente Encyclopedia, esa amplia recolección de todos los
hechos y teorías científicas conocidas que precedió di-
rectamente a la Revolución Industrial. Los dos direc-
tores anunciaron su deseo de proseguir la labor de
Bacon. Estamos tentados a estimarle como el más
grande, el más universal y el más elocuente de todos
los filósofos», decían. «Es con este autor con el que
estamos sobre todo en deuda por nuestro Plan Enciclo
pédico>> ²².
La revolución forjada por Bacon debe ser considerada
como la más importante «revolución» que haya nunca
tenido lugar en la comunidad humana. Con varios volú-
menes de ensayos y una novela que he resumido muy
imperfectamente, puso en marcha una cadena de sucesos
que hoy en día han cobrado un impulso inexorable.
Las guerras y las recesiones económicas no pueden inte-
rrumpirla por mucho tiempo. Nos ha puesto en una
carrera de la que no hay retirada; aunque deseáramos
parar todo crecimiento económico, como algunos am-
bientalistas nos instan a hacer, no habría nada a donde
volver, si no es a la pobreza, a las enfermedades y a la
mugre urbana.
Pero si Bacon, o alguien como él, no hubiese existido
nunca, el mundo hoy estaría escasamente más adelantado
que cuando él nació. Podríamos estar todavía enredados
en las poco prácticas filosofías de Séneca y de Platón.
Las raíces de estas dos filosofías opuestas se pueden
discernir fácilmente. El historiador Macaulay compuso
en 1837 una fantasía divertida en la que Séneca y Bacon
se encuentran durante un viaje ". Llegan a una ciudad
donde la viruela hace estragos. Todas las casas están
cerradas, el comercio se ha suspendido, y las madres
lloran con terror por sus hijos. Séneca pronuncia una
conferencia sobre la nobleza del sufrimiento. Bacon con-
sigue una lanceta y empieza a vacunar. Después se en-
cuentran con un grupo de mineros que están espantados
porque una explosión subterránea ha sepultado a muchos
de sus compañeros. Séneca les incita a aprovechar inte-
lectualmente esta tragedia, utilizándola como un ejemplo
para demostrar que todos los sucesos, buenos y malos,
se hallan equidistantes de la eternidad. Bacon, que no
tiene frases tan refinadas a mano, diseña una lámpara
de seguridad y rescata a algunos de los hombres sepul-
tados. En una playa se encuentran con un mercader
naufragado que está desesperado. Su valiosa carga se
ha hundido, y en un momento ha pasado de la opulencia
a la miseria. Séneca le exhorta a no buscar la felicidad en
las cosas que se hallan fuera de él. Bacon construye
una campana submarina y vuelve con los objetos más
valiosos del barco naufragado. Se podrían inventar in-
numerables fábulas como ésta para mostrar las diferen-
cias esenciales entre la antigua filosofía de las palabras
y la moderna filosofía de las obras *.
La revolución de Bacon está hoy en día sólo en su
infancia. La tecnología moderna parece maravillosamente
adelantada, pero sólo cuando se la compara con la tec-
nología de hace cien años. Dentro de unos siglos, nues-
tras computadoras más sofisticadas no serán más que
chatarra y nuestro avión más veloz atraerá el mismo
curioso interés que una piragua en un museo de antro-
pología. La tesis de este libro es que el progreso econó-
mico y la tecnología van a proseguir, no sólo durante
unas décadas, ni durante siglos, sino durante milenios.
La Tierra no puede proporcionar el espacio vital y las
materias primas para una progresión geométrica tan co-
losal; el espacio mismo será explotado. Los planetas del
Sol serán habitados e industrializados. Júpiter, el más
grande de estos planetas, será desmantelado y sus frag-
mentos desplazados para recoger la radiación del Sol
con más eficacia.
Pero incluso estos grandes proyectos sólo serán un
mero comienzo. Más allá del planeta más alejado de este
Sistema Solar local se halla nuestra gran Galaxia de
estrellas. Entre ellas está el verdadero destino del hom-
bre durante los próximos 10.000 años. Ningún atavío
terrestre de joyas puede compararse en esplendor con
las fotografías en color de los campos galácticos de es-
trellas, tomadas a través de un gran telescopio. El azul
brillante de las estrellas gigantes, las estrellas blancas y
amarillas de tamaño similar a nuestro propio Sol, los
soles moribundos de color rojo sangre, todo deslumbra
al espectador, a través de las nebulosas naranjas, pare-
cidas a un velo, de nubes de polvo e hidrógeno, de
las que nacerán nuevas estrellas. ¡Aquí está la realidad
oculta de La Nueva Atlántida de Bacon! La exploración
y la colonización humanas de esta extensión casi ilimi.
tada de soles con sus respectivos planetas constituye
la verdadera actividad futura del hombre. Se mostrará
en este libro cómo sería posible atravesar distancias in-
terestelares a velocidades mayores que las que sugieren
las interpretaciones actuales de las leyes físicas. ¿Qué
debemos, por lo tanto, imaginar? No una civilización
planetaria restringida a un único mundo, ni siquiera una
comunidad de mundos solares de progreso estático, en-
cogida ante la inmensidad del espacio interestelar, al
modo en que los romanos tenían miedo de la vastedad
terrorífica del Océano Atlántico. Debemos prever más
bien una serie de imperios humanos en la Galaxia, quizá
dominios de un sistema planetario sobre millones de
otros sistemas. La necesidad económica, social y psi-
cológica nos llevará a esta empresa.
El astrónomo ruso W. S. Kardashev, especulando
sobre las civilizaciones inteligentes en el Universo, pre-
dijo que una civilización planetaria debe pasar por tres
fases generales. El mundo moderno, según Kardashev,
está en una civilización de Fase 1, que saca sus recursos
energéticos de un solo planeta. La Fase 2 viene cuando
se utiliza todo el Sistema Solar madre, desmantelando
los planetas gigantes y desplazándolos para utilizar sus
materias primas. Pero esto es todavía modesto compa-
rado con la Fase 3, en la que se explotan sectores ente-
ros de una galaxia. La profecía de Kardashev parece
aplicable a nosotros mismos. El Sol ha llegado apenas al
punto medio de su vida estable, y se espera que la
Galaxia dure más de diez veces de su edad actual. Como
escribió el gran astrónomo Sir James Jeans en 1930:
Estamos viviendo en el comienzo mismo del tiempo. Hemos
llegado a la existencia en la gloria fresca de la aurora, y un día
de longitud casi impensable se abre ante nosotros con inimagi-
nables oportunidades de realización. Nuestros descendientes de
remotas edades futuras, mirando este panorama de tiempo desde
la otra punta, verán nuestra época actual como la mañana nebu-
losa de la historia humana. Nuestros contemporáneos de hoy en
día aparecerán como figuras oscuras, heroicas, que se abrieron
camino a través de selvas de ignorancia, error y superstición para
descubrir la verdad 25.

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