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Título: Una semana para recordar.

El drama social en Icesi a causa de una reestructuración


que va más allá

Estaban diciendo por WhatsApp que, el rector de la universidad iba a estar en el auditorio
Manuelita haciendo un tipo de reunión a las 11, por lo que probablemente era una buena idea ir y
aparecerse en ese momento para que no se vaya a volar. Cuando estaba a punto de abordar el
A14A camino a la Icesi, me encontré una compañera de carrera cercana, con la cual estuve en
todos los espacios que nos tomamos los estudiantes el día anterior, recién se hizo plenamente
conocido el dramático suceso para toda la universidad. La saludé y nos pusimos a hablar sobre el
asunto que nos convocaba ese día a la universidad.

Los dos íbamos a lo mismo, pero no íbamos a clases. Asistimos para ir a la asamblea general de
ese día, 3 de marzo, convocada para enunciar las preocupaciones de los estudiantes de la
universidad. Pero antes, íbamos a asistir a la reunión extraordinaria de la carrera (primera de dos
que ocurrieron en el semestre) en el laboratorio etnográfico, con nuestro director de carrera y, el
que fue en ese momento, director interino de sociología. Ambos hablamos en el trayecto sobre
las cartas que le hicimos al profe Tatha y se nos aguaron los ojos; íbamos vestidos de negro.
Precisamente, la noche anterior se había esparcido un llamado a vestirse de negro, en
concordancia con el sentimiento colectivo de pérdida. Nos mostramos nuestras cartas mientras
llegábamos a la parada de la universidad y, mientras nos bajamos, me comentaba que, en un
principio, no quería venir; no le daban ni ganas de volver. Esto mismo se lo escuché en el
transcurso del semestre a varias personas del laboratorio etnográfico, a quienes les daba ganas de
salirse de la universidad a causa del manejo que le estaba dando el nuevo rector. Para varios,
cualquier otro cambio igual de errático iba a ser otro motivo para buscar la manera de irse.

Esta etnografía es una que, nace de la coincidencia de tener que escribir para una clase y, de
encontrarme con eventos que chocaron abruptamente con la normalidad académica y laboral de
estudiantes y colaboradores de la universidad que llevo habitando por dos años y medio. Nace a
causa de la incertidumbre y el desengaño que estuvo rondado los 141.334 metros cuadrados de la
universidad Icesi este semestre; sentimientos causados por una plétora de circunstancias que, si
bien se juntaron para poner a la organización en una situación difícil, condujeron a la toma de
decisiones. Por un lado, la administración de la universidad decidió recortar costos y llevar a
cabo unos cambios en la estructura de algunas facultades. Por el otro, los estudiantes, profesores
y colaboradores se vieron obligados a asumir los cambios y hacer algo al respecto. Una gran
cantidad de estudiantes manifestaron su descontento e interpelaron a la universidad de diversas
formas. Para los profesores y demás colaboradores, la situación apremió una adhesión forzosa y
los obligó a encontrar formas distintivas de resistencia, dentro de unos nuevos márgenes de
maniobrabilidad. Esta etnografía es producto de la revisión de los momentos que fueron
gestados, no por gusto ni necesidad, sino como reacción a circunstancias que nos fueron
impuestas, ante las cuales no quedó más remedio que hacer algo al respecto para hacer valer lo
que consideramos, es justo.
El principal hecho que se va a tratar fue el despido masivo de personal que ocurrió en la
universidad el día dos de marzo, cuando un número no confirmado de profesores y colaboradores
fueron sujeto de despidos con la excusa de una reestructuración de las facultades que era
necesaria para recortar costos. Sin embargo, este hecho que ocurrió en una franja horaria de 8
A.M. a 2 P.M. no pasó desapercibido y, a causa de esto, ese jueves hubo un cambio abrupto en el
ambiente de la universidad, donde se acrecentaba la incertidumbre y el desasosiego. Profesores
interrumpieron clases por reuniones inesperadas, personas corrieron en llanto e incluso, el
decano de la facultad de derecho y ciencias sociales fue llamado a rendir explicaciones. Nosotros
los estudiantes nos juntamos a reunir información, también lloramos y nos preocupamos. Por
eso, se resolvió que el día siguiente se iba a hacer algo al respecto. El viernes, sin que existiera
un organizador formal, hubo una manifestación generalizada del disgusto hacia las medidas. Esta
se expresó con pancartas, flores, afiches, vestimenta y, una asamblea general.

Para los estudiantes y profesores esto significó una dificultad en tener una normalidad académica
porque, la falta de personal hizo que profesores ajenos al proceso de otras clases, tuvieran que
quedar automáticamente a cargo. Al haber sido despedidos profesores nombrados, hubo
estudiantes que se quedaron sin tutores de tesis y, según cuentan, prácticas laborales. Sin
embargo, algo que me gustaría aclarar es que, este evento hace parte de una cadena de sucesión
de sucesos, que hacen que se convierta más en un proceso. Pero, el enfoque del trabajo está
principalmente centrado a lo que pasó el 2 y 3 de marzo, cuando se vivió la mayor agitación en la
universidad. Definitivamente, va a haber una contextualización importante y un “seguimiento”
de los días posteriores pues, este es un trabajo acumulativo hasta el último día de clases y, los
cambios en la universidad no se acabaron desde ese despido masivo y reorganización.

Si bien esta etnografía no tiene aportes teóricos o una propuesta sustancial en teoría social, si me
parece que vale la pena ver estos hechos bajo el lente etnográfico, para que queden presentes los
componentes humanos de los que se pasan por alto cuando un suceso de semejante magnitud
quiere vender como una simple reestructuración y proceso organizacional inevitable. Este suceso
puede pensarse como un drama social, ya que, está compuesto por los cuatro pasos que propone
Turner, bajo los cuales puede ser analizado y, puede reconocerse el impacto que tuvo como
momento que trastocó las relaciones entre todas las personas que habitan la universidad, en
ocasiones incluso de manera irremediable. Al mismo tiempo, vale la pena mencionar que, desde
el evento en el cual se llegó a la cúspide del malestar social, resaltó como medio de información
y comunicación el chisme como forma de alteridad. Principalmente, porque el chisme funcionó
desde el comienzo como medio de información y, como forma de evadir el mecanismo de poder
que tenía la universidad al intentar controlar la difusión de cierta información sensible. En este
sentido, el chisme se instauró como medio alterno de comunicación de noticias e información
importante que permitió la construcción y mantenimiento de una identidad grupal. Se pudo
definir un “nosotros” y “ellos”, independientemente de las relaciones de verticalidad que existen
en la universidad.

Se podría incluso decir que, gracias a los compadrazgos, cohesión e identidad grupal que existe,
las personas que fueron partícipes se reconocieron mutuamente y se vincularon a través de un
lazo simbólico que los unió. Este puede ser el de ser estudiantes de una misma facultad, el tener
una misma profesión o, incluso, el de ser víctimas de un proceso que les quitó futuros
imaginados y posibilidades. Esto porque, no solamente en la facultad donde estaban las carreras
de ciencias sociales se gestó protesta, sino que también sucedió en las ingenierías y licenciaturas.
Esto puede influir en la forma en que se percibe la identidad personal y grupal, ya que el
compadrazgo agregó una capa adicional de sentido de pertenencia y solidaridad que permitió la
reunión de personas para protestar en unísono y llevar un duelo por la pérdida.

Por esto, la etnografía se enfoca en tres momentos. Una observación participante de los dos días
en los cuales se llegó al punto más álgido de agitación. Una entrevista con un profesor de la
universidad, cuya posición lo introdujo junto a demás profesores de la facultad en un proceso de
reorganización fundamentalmente precarizante. Y también una descripción espacial del campus
de la universidad, basado en los signos de protesta y de resistencia que existen en el campus
desde el momento más álgido del descontento y, los días posteriores.

El día D (de los despidos y, de la pérdida de control sobre la información)

Para comenzar, hay que tener en cuenta que, como todos los eventos de la vida real, existen
varias formas de revisar la temporalidad y, varias narrativas que chocan y terminan compitiendo
por el puesto de “versión verdadera”. En este caso, también puede pasar algo parecido, pero,
cabe hacer la aclaración de que pasaría si se le hiciera una entrevista inquisitiva a alguna de las
personas que están a cargo de las facultades. Principalmente, porque la universidad está
intentando controlar estrechamente la información que publican al respecto y, además, porque el
resto de la información son “solo chismes” para ellos.

El evento del día 2 de marzo en cuestión, fue llamado una evolución estratégica por sus
promotores, aunque por fuera de los correos que hizo llegar la rectoría a todo el estudiantado a
las 5:11 P.M. se le llame una masacre laboral. Aquí comienza formalmente la idea de escribir al
respecto y plantear la sucesión de hechos como un drama social. Sin embargo, dependiendo de a
quién le pregunten, la tal evolución estratégica llevaba ya un tiempo siendo prevista y temida. Ya
se rumoraba desde comienzo de semestre que habían barrido con un montón de profesores desde
el comienzo del semestre, pero nadie por fuera de los círculos cercanos a los altos mandos de la
universidad esperaba que pasara lo qué pasó el “día D”.

El día comenzó un tipo de feria de emprendimiento. Había muchas marcas de todo tipo. Estaban
empresas relativamente establecidas en el contexto local como, una heladería que hace helados
con nitrógeno. También compartían el espacio marcas con vibras de ser microempresas más
artesanales; había accesorios de ropa, marcas de postres e incluso, una que vendía artículos con
ilustraciones referentes a la caleñidad y la memoria colectiva de la ciudad. Compré un llavero de
una buseta Río Cali, un sticker de un aborrajado y otro de un aguardiente Blanco del Valle.
Llegué al laboratorio etnográfico mientras esperaba a que fueran las 10 y, nos pusimos a hablar
entre 3 sobre las dinámicas qué hay detrás de las aplicaciones de citas y lo “densas” que pueden
ser las personas al relacionarse detrás de una pantalla. Me fui a mi clase de teoría del estado
faltando 5 minutos y, todo iba sin novedades. Ahí hablamos de la descarada apropiación de un
candidato a la alcaldía de Cali que participó de un evento del observatorio para la equidad de la
mujer (OEM) de hace 8 días y de Jean Jaques Rousseau.

Sin embargo, hubo un momento que seguramente pasó desapercibido por muchos de nosotros,
pero refleja la gravedad de la situación. Nuestra profesora llegó unos minutos más tarde de lo
habitual al salón y con la mejor cara que pudo, nos dijo que iba a tener que acabar la clase
temprano porque tenía una reunión urgente e impostergable que había salido de imprevisto. La
clase acabó una hora y cuarto antes de lo acostumbrado, pero en ese momento no significó nada
distinto a más tiempo para almorzar. No sabía que en ese mismo horario o bloque de clases (de
10 de la mañana a 1 de la tarde), se estaba gestando un golpe fuerte a la normalidad a la que
estábamos acostumbrados todos los que habitábamos la universidad hasta ese momento. Para ese
momento, ya lo hecho, hecho estaba y no había vuelta atrás. Pero yo no me di cuenta hasta
mucho después.

Incluso antes de que comenzara la clase, ya se reportaban personas corriendo por el campus
como si estuvieran en una carrera contra el tiempo. Comentan los espectadores que se le veía a
ciertos profesores y demás colaboradores una cara de tragedia y estupefacción. Creo que, pocos
saben que en ese momento, alrededor de las 9 de la mañana, si había personas que estaban
corriendo contra el tiempo, pues se encontraron de sorpresa con un papel que tenían que firmar si
o si, y estar saliendo máximo a las 4 de la tarde. Después me daría cuenta de que, la carrera de
algunos de los profesores era, literalmente, para salvar el trabajo de sus vidas. Pero en ese
momento, aún no me daba por enterado. Saliendo de clase, yo me sentía bendecido porque me
dieron de almuerzo una chuleta gigante y doble maduro; mientras, profesores de gran talante y
carrera impresionante, estaban saliendo de clase temprano a causa de mensajes de texto con
contenidos que probablemente nunca sabremos. Me contaron después que se veían personas que,
a punto de montarse a sus carros, recibían una llamada que los ponía a voltear por 10 minutos
con mala cara, para finalmente cerrar el carro y devolverse a toda velocidad a los pasillos de los
edificios. Comía en silencio y no pasaba nada remarcable frente a mis ojos en el momento.

Mar se dio cuenta de que echaron a Tathagatan 10 minutos después de que pasara porque le dijo
su mamá. Ella estaba hablando al respecto justo en el momento en el que volví al laboratorio,
pero me perdí esa parte.

El laboratorio etnográfico es un espacio que cohabito junto a las personas que hacen uso de él,
los cuales son estudiantes de las carreras afines a las ciencias sociales. Es como si fuera mi
segunda casa porque, a diferencia de algunos lugares que están hechos en función del tránsito de
personas, este se puede habitar. Precisamente, aquí es donde conocí y me junto con las personas
con las que más hablo y me desenvuelvo en mi cotidianidad. Sin embargo, estaba pasando algo
interesante que me haría “parar la oreja” más de lo usual. No le tengo aversión al chisme, en
tanto se maneje de una forma responsable. Me encanta conversar con las personas pues, siento
que es una bonita forma de esparcirse y compartir tiempo. Además, me parece que el chisme en
el que participo es diferente a otras maneras de relacionamiento que pueden ser nocivas, como el
“regarse” en internet desde la comodidad de la casa, esperando que algún lector desprevenido se
encuentre por casualidad con cualquier sandez que se quiera compartir y se gane notoriedad.

El chisme implica buscar a la persona idónea porque, además de que debe existir interés de las
dos partes para compartir la información, también tiene que existir confianza. Ahora, si se le
agrega el hecho de que, dentro del laboratorio etnográfico, estamos interactuando antropólogos,
sociólogos, politólogos, pedagogos, economistas y psicólogos dentro de un espacio pequeño, las
conversaciones que suscita el chisme se vuelven increíblemente estimulantes. Se podría decir
que algo espectacular de estos momentos es la mezcla o, convivencia de la metacognición
estricta de alguien que ha cursado todo tipo de clases que refuerzan el pensamiento crítico, con la
curiosidad y el ímpetu de alguien que se dedica a producir creaciones basadas en la experiencia
humana.

“Mirá que echaron a unos profesores”.

Mi compañera lanzó los proyectiles. Para nosotros, los que estábamos en ese momento, fue como
si hubiéramos visto unas bengalas en el cielo nocturno, algo que simplemente no podíamos
ignorar. Sedientos de información y con gritos ahogados de asombro, escuchamos a detalle todo
lo que mi compañera tenía que decir. Sin embargo, mi sorpresa no fue mucha, pues era
conocimiento general que desde el comienzo de semestre, habían despedido algunos
colaboradores en varias facultades, presumiéndose los recortes de costos como causal de
despido. Ya nos habían dado noticias desde el semestre pasado de que la universidad estaba en
números rojos, agravándose la situación a causa de los cambios en las políticas de becas con el
cambio de gobierno. Igualmente, en el transcurso del semestre pasado vimos como semana tras
semana, por decisión unilateral, nos iban quitando a los estudiantes facilidades y acceso a
espacios y herramientas que antes teníamos.

Incluso, remontándonos a comienzo de semestre, varias personas vimos nuestras aplicaciones a


monitorias dentro de la universidad siendo rechazadas, para luego darnos cuenta de que estaban
cortando las horas y la cantidad de monitores. Con todos esos recuerdos frescos en la cabeza,
pensé que sería verosímil que estuvieran haciendo reuniones informativas sobre nuevos cambios
en la universidad, entre ellos, los despidos que me contaba mi compañera; y, que sería a causa de
esto la salida repentina de profesores de clase. De todos modos, tuve que ponerme a trabajar
haciendo llamadas correspondientes a la monitoria en la que estaba trabajando, pero con un solo
audífono y, con la oreja bien parada.

Eventualmente, finalizadas las llamadas y finalizada la sesión de chisme, quedó como balance el
despido de decanos, más de veinte colaboradores y el cierre de las carreras de biología y
química.

Sabiendo esto, me fui a la clase de historia y memoria sin reflexionar en mucho más que en la
lectura para la clase, que trataba de la cacería de brujas. Sin embargo, nada fuera de lo común
pasó hasta que hubo un receso. Durante este break, cuya intención era combatir la llamada “hora
boba” e ir por un café para recargar energías, muchos salieron, pero, yo me quedé con un amigo
sentado conversando. “¿Todavía tienes ajedrez en tu iPad?”. Le contesté afirmativamente y
comenzamos una partida de completa distracción, donde hubo una charla ligera. Hablamos sobre
nuestras perspectivas del ajedrez, de que la presentación estuvo un poco lenta y, que no
terminábamos de entender cómo iban a funcionar las próximas entregas en la clase. Mientras
tanto, iban volviendo las personas a la clase, susurrando cosas que me eran indistinguibles
porque estaba disperso, disociado y cada vez, entraban más personas por la puerta, lo que hacía
difícil escuchar bien. Lo que si noté fue que, conforme terminaban de llegar todos, entraban
personas con mala cara. Recuerdo muy bien que, lo que más me impresionó en ese momento fue
verle la cara de derrota a una amiga que anda siempre sonriente. En ese momento, la realidad se
fue asentando sobre nosotros y la tensión en los rostros, manos y brazos se multiplicaba en las
personas, regándose en el ambiente.

Ahí, con la atención al máximo, me dediqué a escuchar lo que muchos tenían por decir sobre el
asunto. Primero fue descontento e incertidumbre, después datos que habían sido recopilados
gracias al chisme y conversaciones de pasillo, para finalmente hablar de testimonios de testigos
oculares. “No puedo creer que hayan echado a Tatha”, dijo alguien en el salón. En ese momento,
vuelven mis sentidos a concentrarse en una sola cosa; lo que acaban de decir. En un instante sentí
como el sistema nervioso se activaba y me bajaba la sangre de la cabeza; “¿Echaron a Tatha?”,
repliqué al resto del salón con un tono de sorpresa y voz alta. “Guevóoon” me respondió un
compañero mientras manoteaba. Parece ser que estaban hablando de eso desde antes, pero en
serio estaba disociado y la sorpresa me pateó como una mula, haciéndome actuar sin pensar
demasiado. “Perdón, estaba disociado”, dije para excusarme, volviendo plenamente al salón,
concentrado en la primicia. Echaron a Tatha.

Seguimos conversando entre nosotros en el salón en una charla muy horizontal con nuestra
profe. Evidentemente, ella estaba igual de sorprendida de que sus colegas hayan recibido el trato
propinado por la universidad. Sin embargo, ella estaba más bien pensativa, haciendo
intervenciones puntuales, mientras que nosotros estábamos vociferando mucho más sobre
absolutamente todo. Estábamos como diría un gringo, “all over the place”. En el grupo de
WhatsApp del laboratorio etnográfico ya estaban hablando de que iba a haber una reunión a las
cinco de la tarde, dentro de unos veinte minutos. Seguimos hablando hasta que, faltando unos
diez o quince minutos, nos fuimos en grupo para reunirnos en el laboratorio. Entramos
acompañados de nuestra profe y seguimos discutiendo primicias de la situación mientras más
personas iban llegando.

A las 5 de la tarde efectivamente hubo una reunión y se contaron todos los chismes que hubo.
Conforme iban llegando las personas, si aún no sabían, se dieron cuenta de que el profe Tatha
había sido despedido. En ese instante se comienza a crear una forma de interacción interesante
que marcó esta fecha como una especial, pues desde este momento, la información era imposible
de contener. Lo que se vivía en la universidad no se quedó solamente en los espacios y los
lugares, sino que lógicamente el descontento, las lágrimas y la incertidumbre se trasladaron a
todos los medios digitales. Mientras llegaban personas al laboratorio, ya estaban tuiteando
varios, pero una media hora antes de que saliera un comunicado oficial desde el correo de la
universidad, alguien filtró el correo. En el grupo del WhatsApp del laboratorio etnográfico
alguien comparte dicho correo con la explicación de los sucesos y, a comparación de las bengalas
imposibles de ignorar de antes, esta filtración de la “versión oficial” cayó como una bomba de
racimo.

La bomba de racimo se caracteriza porque, de una sola ojiva, salen disparadas una multitud de
pequeñas bombas que terminan por hacer una cantidad de destrozos más diseminada; lo cual fue
exactamente lo que pasó en ese momento porque, además de no dar noticias sobre los sucesos
del día, explicaban cambios fuertes que se avecinaban. El devenir de la universidad quedó puesto
en tela de duda por la naturaleza aparentemente errática de dichos cambios. Nadie podía creer
que una supuesta reestructuración que “se pensaba ejecutar desde hace tiempo” se estuviera
llevando a cabo cinco semanas después de haber comenzado el semestre. Menos aún cuando le
explicaban a los estudiantes la disolución de la estructura de facultades que se tenía en el
momento, culminando en mezclas extrañas que no ayudaban con la credibilidad y la imagen que
tenían los directivos en ese momento.

“Mirá que pusieron a diseño con ingenierías y, además, metieron a biología y química. A
nosotros nos pusieron disque en una escuela de educación, artes y humanidades” vociferaba una
voz que se hizo anónima entre la multitud.

“Oe, pero qué significa eso. ¿Ahora ya no vamos a ser cientistas sociales sino humanistas?”

“Pero en esa facultad nueva tan rara, al fin dónde vamos a quedar?”

Hubo un momento de duelo colectivo, donde hubo muchas personas llorando, otros dándose
abrazos y donde se vociferaron las injusticias, reclamos y exigencias cometidas a ojos de
nosotros, los estudiantes. Se sacaban teorías y se hacían deducciones sobre lo que iba a pasar con
la maya curricular y con nuestros títulos. Muchos decían “menos mal ya vi esa clase”, “menos
mal ya estoy por salir”.

“Me preocupa el enfoque investigativo. Yo me metí por los profesores, yo me metí para salir
como cientista social, no como humanista”.

Además del despido de profesores importantes, una de las principales preocupaciones de las
personas era con la Maya curricular y el título de humanista. Cuando no hubo más que aportar, el
colectivo se comenzó a esparcir, subiendo las escaleras para salir del sótano donde queda el
laboratorio. Algunos se quedaron en la biblioteca hablando, mientras que otros se hicieron justo
en frente de la entrada de la biblioteca que queda apuntando hacia la fuente y, también había
personas por las escaleras. Naturalmente, pasé por los 3 lugares y, todo el mundo estaba a la
expectativa de nueva información sobre los acontecimientos ocurridos. Para ese momento se
hablaba de unas 30 personas despedidas, por lo que se comenzó a usar el término masacre
laboral.
En uno de esos tres grupos, nos encontramos a Vivian, a quien reconozco por ser la que estudió
en la universidad de Hiroshima y trabaja de manera cercana con el profe Vladímir. Ella nos contó
mejor lo que estaba pasando y nos dijo con certeza quiénes fueron los despedidos dentro de la
facultad. Rafael Silva, Tathagatan Ravindran y Erika Márquez. Uno por programa. Poco después
vi a una compañera llorando y saliendo de la universidad con su mamá mientras sostenía una
caja. La mamá de mi compañera había sido despedida. Ambas se veían abatidas y no decían una
palabra entre su llanto

En ese momento, me tuve que ir a recoger un computador de biblioteca para cumplir con mi
monitoria. Inicié la sesión de Zoom de mi clase encargada y comencé a hacer mi trabajo al 70%
de las capacidades, intentando sobrellevarlo lo mejor que pude. Fui por una empanada y cuando
volví, un compañero estaba pasando y me dijo con mucha urgencia: “AL LABORATORIO, YA”.
Bajé y estaba Jerónimo, el decano, junto con otros estudiantes y, el director interino de la carrera
de sociología, Benítez. Hubo una breve presentación y explicación de los sucesos y cambios
organizacionales por parte de Jerónimo, pero no iba a ser suficiente para satisfacer o convencer
en lo más mínimo a los presentes de que, lo qué pasó ese día fue una “pachotada” importuna e
injustificable.

Jerónimo seguía hablando mientras la afluencia de estudiantes iba creciendo y, mientras se iba
llenando el espacio de estudiantes y profesores, hasta que no cabía un alma más por falta de
superficie, se hizo claro que él no estaba en completa disposición de responder las preguntas.
Supuestamente, porque muchas de las respuestas a ellas estaban supeditadas al manejo
administrativo y burocrático de la universidad, por lo cual no podía responderlas. Sin embargo,
se nos hizo completamente inverosímil esta afirmación, igual que el chiste de que esto estaba
planeado. El ambiente era tenso y la noticia se había regado lo suficiente para que las personas
que se habían ido de la universidad temprano o, no habían tenido la oportunidad de asistir, se
dieran cuenta de que algo andaba mal. Después de todo, se había corrido la voz de la reunión y,
se estaba manejando una conversación doble porque, se estaba interpelando al decano, estando
frente a él en el espacio físico y, al tiempo, se discutía sobre los argumentos que nos daba en el
grupo de WhatsApp del laboratorio etnográfico.

Me pidieron que hiciera un Meet para que las personas pudieran informarse incluso estando lejos
y sin pensarlo mucho, lo hice. Apenas se compartió el link, fueron conectándose las personas. El
interés estaba en su pico y, se compartió este link también en los grupos de antropología y
ciencia política. La cuadrícula estaba llena y la combinación de público tenía notablemente
nervioso al decano. Yo también estaba estresado y llegó un momento en el cual no podía tener mi
atención dividida entre el devenir de mi carrera y mi trabajo. Recuerdo que le dije a mi jefa que
no iba a poder hacer una de mis funciones a causa de mi situación y me dijo que me saliera del
trabajo por el día y que después hablábamos. Me dijo que me calmara y que ella se iba a hacer
cargo.
Hubo muchas preguntas y malestares vociferados, porque los cambios desbarataban proyectos de
grado, trabajos de campo y semilleros, entre otras cosas. Pero, hubo una serie de preguntas en
particular que resonaban mucho en la cabeza de todos, pero nadie se atrevía a hacer; “¿Por qué
ellos y por qué en semana 5?”. Esta pregunta era un tipo de barrera que, como una represa,
mantenía un montón de emociones y cuestionamientos a raya, previniendo que salieran muchos
sentimientos acumulados de desencuentro y de fallas que ha tenido la universidad con los
estudiantes. Pero, igual que en las represas, si se acumula mucha sustancia antes de la barrera,
eventualmente la presión hace que ceda el dique. Las evasivas de Jerónimo no ayudaban a
calmar la situación que, francamente, le concierne mucho más de lo que se da crédito, pues su
trabajo de supervisar la facultad le hacía imposible pasar por alto todos los problemas que
siempre hemos tenido. Aun siendo así, daba rabia e impotencia que se estuviera lavando las
manos.

Finalmente, Mar hizo la pregunta que rompió con el muro de contención y golpeó fuerte al
decano. La reacción de Jerónimo fue tal, que no volvió a tomar la vocería del espacio y tuvo que
ser reemplazado por otro de los responsables.

“¿Por qué ellos, que eran tan buenos e irremplazables? Por qué a ellos los sacaron por la puerta
de atrás mientras siguen habiendo profesores acusados por acoso?”

En ese momento, hubo un retumbar en la sala, mostrando apoyo a la moción junto con
expectativa y ansias de escuchar una respuesta coherente de Jerónimo. Se leía en la habitación
que era algo que quería tocarse, pero que no se había tenido el valor de preguntar o, que como
muchas otras cosas, estaba guardado en alguno de los rincones de la memoria de muchos, pero
que hacía falta que una mención puntual la trajera de vuelta a primer plano.

Jerónimo en ese preciso instante cambió completamente. Su expresión facial era una de estrés, y
desesperación; se achicó, acercándose cada vez más a la puerta, como si estuviera buscando la
oportunidad para huir. Lo único que le respondió a Mar fue que, quería verla a las 9 de la mañana
del día siguiente a su oficina para discutir el asunto. Mar respondió afirmativamente y Jerónimo
no le cedió la vocería a otro profesor, encargándolo de las siguientes preguntas e interpelaciones.
Jerónimo buscó un segundo o tercer plano, haciéndose detrás de los demás asistentes parados,
como intentando convertirse en un observador y escudarse en el anonimato. En el chat de
WhatsApp, estaba el ambiente paralelo donde se hacían comentarios de apoyo y anotaciones
perspicaces sobre las intervenciones. Se convirtió en algo parecido a lo que se ve en lives de
Facebook o Instagram, donde mensajes como “Mar, te amo”, “Sergio, te amo”, stickers, y emojis
buscaban demostrar el apoyo a los que, por algún motivo, no alzaban la voz.

El otro profe que tomó la palabra fue Enrique Caporali y, en vocería de los demás profesores,
exaltó lo que estábamos haciendo y lo que estábamos sintiendo, pero que dijo que sería injusto
con los profes que se fueron y con los que quedan, hacer comparaciones. Nos dijo que todos iban
a hacer su mejor esfuerzo para que las cosas salieran de la mejor manera, pero que se estaba
buscando que todo saliera lo mejor posible a pesar de que ya lo hecho, hecho estaba.

Cabe reconocer que, hacia el fin de la dinámica, hubo una falla por parte de Jerónimo y de
Caporali en poder resolver una de las mayores inquietudes que dominaba la mente de muchos y
exacerbaba el malestar. Una de las cosas que teníamos en consideración era el hecho de que, lo
que nos estaban intentando explicar era un proceso de precarización laboral; de los mismos que
estudiábamos con el profe Tatha en la clase de Marx, pero esta vez, teniéndolo en nuestras
narices en vez de una lectura. Una consecuencia directa de los despidos era que los pocos
profesores que tenemos en antropología y sociología tuvieran que hacerse cargo de una carga
laboral aún más grande. No hubo respuesta sobre alguna medida de contingencia, tampoco sobre
las clases de lingüística, de economía política, producción de la diferencia, proyecto de grado y
demás. Como bien dijeron antes, le iba a tocar a los profesores dar su mejor esfuerzo. Una de las
cosas qué tal vez nos parecieron más disientes del momento fue cuando Jerónimo en un punto
dijo “nosotros no escogimos ser profesores” y eso, obviamente, enojó a muchas personas
presentes.

Finalizando, alguien hizo una de las preguntas más pertinentes y esperadas por la audiencia,
teniendo en cuenta que nos acompañaban estudiantes y profesores de toda la facultad.

“Necesitamos saber si mañana van a despedir a más gente, porque la incertidumbre nos está
consumiendo”

Los profesores, que tenían un lenguaje corporal tenso, se soltaron e incorporaron uno más
expansivo, dejando de ver atentamente a Jerónimo, Caporali y a los demás estudiantes que
estaban hablando. De ese pseudo trance, se pasó hacia un notable y fuerte “GRACIAS por hacer
la pregunta, nosotros también queríamos hacerla porque necesitábamos saber”.

Esto nos dio pistas de que los profesores tampoco tenían mucha idea de lo que estaba pasando y
nos daba pie a creerle aún menos a Jerónimo que esto estuvo supuestamente planeado. Casi todos
se echaron a reír suavemente, como si hubiéramos pasado al entorno más casual, revelando la
horizontalidad del espacio y, la forma en la cual la reunión derrumbó paredes con las que se
pudieron haber escudado nuestros interlocutores. Estábamos todos indefensos. Nosotros, los
estudiantes, ante las decisiones del administrativo; los profesores ante sus jefes, ante nosotros y,
ante los mismos administrativos; Jerónimo. Ante nosotros, con nuestro poder colectivo y, ante la
atenta y expectante atención de los profesores.

Algunos de los presentes se fueron con una relativa rapidez, pero yo, antes de irme me gané a
Jerónimo, pues, me pidió un momento de charla afuera con respecto al Meet que se había hecho
en el lugar. Parece ser que, pensó que era un video, o alguna forma de dejar registrado lo
conversado en el sitio.

Se le veía una expresión que, aunque medianamente compuesta, existía cierta frustración. Con
una sonrisa forzada intentaba dejar claro un punto muy importante, que en medio de lo rápido e
importante del momento dejé pasar completamente. Esto, de cierta forma, era información más o
menos confidencial, o por lo menos privilegiada, como dicen los correos que se mandan de la
universidad. Cuando comenzó a hablarme sobre eso, el mensaje quedó muy claro. “Yo vi que
estabas manipulando un aparato con cámara y que había personas que estaban viendo la
transmisión, por lo que cualquier cosa que se haga con ese metraje, la culpa va a recaer en ti”. En
ese preciso instante, aproveché que él me pedía salir y alguien más le dirigió la palabra, para
escribir: “No vayan a difundir este Meet porque me meten en problemas”, “Por favor”, “Por
favor”. Saliendo detrás de Jerónimo, aproveché y le dije al compañero que parecía haber sido el
que trajo al decano que me acompañara y me ayudara con él. Me daba ese indicio porque en los
primeros momentos, él se paró muy cerca a ellos, mientras todos los demás estaban sentados en
el suelo, como si hubiera sido una división interesante entre dos facciones separadas por su
disposición en el espacio. Además de que en algunos puntos, la forma en la que decía las cosas,
se le escuchaba una intención profunda de obtener el beneplácito o por lo menos algo de
aceptación de ellos, hasta el punto que varias personas lo comentaron al final de la reunión

Intenté dejar claro que las intenciones era lograr ayudar a informar a varias personas con las que
compartimos el espacio (laboratorio etnográfico), pues el pánico era generalizado y cundía a
causa la falta de transparencia de la universidad al comunicar sus cambios, pero, me pidió que
llegara a su oficina al día siguiente a las 9 de la mañana. Sugirió eso a causa de que “se me
notaba en la cara que tenía cosas por decir”. Yo le respondí que, conforme a lo que estaban
diciendo sobre la responsabilidad de las decisiones que había tomado la universidad, no tenía
nada que recriminarle o decirle a él ni a los demás profesores, porque según sus intervenciones,
la culpa recaía en la administración. En verdad, no tenía la más mínima intención de absolverlo
ni de ser un apologista de las acciones de la universidad, pero tenía que evitarme a toda costa
buscarme un problema pendejamente. Decidí no ir al día siguiente a su oficina.

Segundo día D (de hacernos escuchar y no quedarnos callados)


El viernes, comencé el día tarde, como a las 8, pues era mi día libre. El día anterior se había
dicho que iba a haber una asamblea de estudiantes en la universidad a las dos de la tarde y,
también, que iba a haber una en el laboratorio etnográfico con los directores de Antropología y
sociología; Cagüeñas y Benítez a la una de la tarde. Al momento en el que me desperté, una
compañera había dicho que iba a estar recolectando cartas para uno de los profesores que habían
sido despedidos, Tathagatan, nuestro profesor estrella de antropología.

Entre las 8 y las 10 de la mañana, no hubo nada distinto a mi rutina de las mañanas. Solo tuve
que intentar procesar el mismo tipo de duelo que mis compañeros de la universidad habían
tenido que atravesar el día anterior. Como muchos otros, canalicé la energía y el sentimiento en
una carta. Lloré un poco al intentar dirigirme al que aspiraba fuera mi tutor de tesis y decirle que
sentía muchísimo lo que le había pasado; que estaba profundamente enojado y en desacuerdo con
las decisiones inhumanas de la universidad, con mucho cuidado de no hacer de la carta algo
sobre mí, pero principalmente agradeciéndole por toda la formación tan valiosa que había dejado
en nosotros, expresándole mi admiración y mis mejores deseos para su futuro.

Mientras escribía, estaban diciendo por WhatsApp que, el rector iba a estar en un auditorio
haciendo un tipo de reunión a las 11, por lo que probablemente era una buena idea ir y aparecerse
en ese momento, para que no se vaya a volar (una de las primeras iteraciones de que existía la
posibilidad de que el rector se pudiera volar, aunque no pasó). Me propuse hacer algo que dejara
una marca visible de descontento, de la misma forma que veía que mis compañeros del
laboratorio estaban haciendo. Nuestros pocos metros de espacio ocupado y habitado estaban
siendo epicentro de protesta visual que vería luego en todos los lugares que son solo de paso. No
estoy seguro si ya tenían la idea desde antes, pero, paralelamente, existió la iniciativa de crear
pancartas en el edificio L, donde quedan muchos de los laboratorios que utilizan los de las
carreras de biología y química farmacéutica. Los despidos masivos y la supuesta desaparición de
sus carreras tuvo que haberlos animado a participar de las muestras de descontento dentro del
campus.

Hice un archivo en Word donde escribí en fuente Times New Roman 119, imprimí 25 copias,
cogí toda la cinta de la casa y, caminé hasta la estación de universidades. Me estaba arrepintiendo
de haber caminado tanto para llegar hasta la estación, pero justo estaba llegando una de las rutas
que llegan hasta la universidad, la A14A. A punto de abordar el bus, me encontré una compañera
cercana con la cual estuvimos en todos los espacios compartidos anteriormente. La saludé y nos
pusimos a hablar sobre el asunto. Los 2 íbamos a lo mismo, a la asamblea general. Esta fue
convocada para enunciar las preocupaciones de los estudiantes y, la reunión extraordinaria de la
carrera, con nuestro director de carrera y el de sociología, de forma un poco más privada y con
un carácter un poco más repetitivo a causa de la reunión de la noche anterior Ambos hablamos
sobre las cartas que le hicimos al profe Tatha. A ambos se nos aguaron los ojos e íbamos vestidos
de negro. Precisamente, la noche anterior se había esparcido un mensaje para vestirse de negro,
en concordancia con el sentimiento de pérdida. Nos mostramos nuestras cartas mientras
llegábamos a la parada de la universidad y, cuando nos bajamos, me comentó que no quería
venir. No le daban ni ganas de volver. Algo que se repitió entre varias personas del laboratorio,
que les daban ganas de salir de la universidad. Que cualquier otro cambio parecido o errático iba
a ser otro motivo para buscar la manera de irse.

Pero cuando llegamos, había una horda de personas que estaban buscando la forma de entrar al
auditorio más grande, el Manuelita, a como diera lugar. Nos quedamos parados de forma
dubitativa por un momento y yo le dije “entremos”. Seguimos hacia adelante. Nos encontramos
con más compañeras entre el tumulto de personas. Nos saludamos

Noté que una compañera tenía un buzo que decía Fuck this y le dije “Brit, me encanta tu buzo”.
“Sí, me llegó coincidencialmente ayer”.

Continuamos haciéndonos paso entre las personas caminando más o menos lento para avistar
más amigos con quién sentarse, pero resultó que la reunión era específicamente para las personas
de la facultad donde supuestamente iban a cerrar carreras. En ese momento nos dijimos con la
mirada que era mejor si le dábamos el espacio a las personas a las que iba dirigida la reunión
donde supuestamente les iban a dar una respuesta de lo que pasó el día anterior. Estaba el rector
y otras personas en sillas sentadas.

Salimos entre unos cuantos, nos fuimos por el hall de auditorios caminando hacia la biblioteca.
Ahí saqué unas de las hojas que tenía en la maleta, cinta y les pregunté que si me querían ayudar
a pegarlas en todas partes. La respuesta fue afirmativa y con cierta emoción, me recibieron la
cinta, los papeles y decidimos dividirnos para ir cubriendo más espacio en menor tiempo.
Después de todo, eran casi las 11 y, a las 12, teníamos nuestra reunión con el director de carrera.
Angie, quien venía conmigo desde el bus, me acompañó hacia el edificio D, mientras mis demás
compañeras salieron en la dirección contraria. Comenzamos a pensar en voz alta sobre los
lugares donde era mejor poner los papeles. Hicimos un recorrido por el segundo piso del edificio
A y B, donde están muchas de las oficinas y vimos la del rector, que había sido recientemente
renovada en un momento en el que intentaban promover un comportamiento “austero”.

Dicha oficina llevaba tiempo siendo controversial a causa de muchas cosas, como el momento de
su construcción y la persona que la ocupaba, Esteban Piedrahita. Él lleva siendo rector de la
universidad desde el 2022, cuando su padre, el anterior rector de la universidad, se jubiló de su
cargo. A causa de esto, hay muchos que lo perciben como un “nepo baby”, refiriéndose a lo
aparentemente nepotista de la situación; algo que es difícil de determinar, pero, que para muchos
es inaceptable por su verosimilitud. Pero, no solo es controversial su llegada al cargo, sino que
también lo fue el hecho de que, inversores que antes tenía la universidad, dejaron de aportar un
capital importante, apenas llegó. Tampoco lo ayudó el hecho de que se convirtiera también en
miembro de la junta directiva de Ecopetrol, supuestamente con ayuda del presidente de esos
momentos, Iván Duque. Ahora, es innegable el hecho de qué le tocó asumir el cargo en un
momento complicado pues, con el cambio de gobierno, una de las principales fuentes de ingresos
que tenía la universidad se acabó cuando anunciaron el fin de las becas de gobierno para estudiar
universidades privadas “generación E” o popularmente conocidas como “pilo paga”. También
tuvo qué lidiar desde un primer momento con las deudas que contrajo la universidad
construyendo el edificio M y sacando adelante dos semestres académicos en una pandemia, con
todos los gastos que implica.

Este “recorte de personal” era otra de sus controversias porque, naturalmente, las cabezas de
cada organización tienen que asumir y revisar la forma en la que se maneja, y los estudiantes
estábamos aquí para recordárselo. Es por esto que, cuando pasamos por la oficina de él y vimos
la cantidad de carteles que había, notamos muchas cosas. Principalmente, que no había nadie en
la oficina y, probablemente, seguiría así durante el día. Nos dimos cuenta de que este momento
era uno de crisis, donde los estudiantes estaban dispuestos a hacer cosas que, estoy seguro de que
no serían permitidas usualmente, pues son reiterativos en los aspectos negativos de los panfletos
en las paredes y, se sale del sentido común interpelar directamente al rector de la universidad en
la que uno estudia. Pusimos algunos papeles en la puerta de nuestra facultad y nos fuimos.

De ahí, pasamos al laboratorio etnográfico a saludar, donde se estaba llevando a cabo un esfuerzo
por muchos para poder hacer carteleras grandes y ponerlas afuera. También entregamos las cartas
a la compañera que estaba haciendo un “Tatha libro” que recopilaba todas las cartas que
habíamos hecho para el profe Tathagatan y, fuimos al edificio L, donde nos contaron que habían
hecho una instalación bonita.
Había una multitud en el edificio L, con un montón de estudiantes colocando pancartas, flores y
admirando lo que pasaba. Fue algo increíble, todo el mundo en la universidad puede testificar al
respecto. Si bien no necesariamente existía en todos el sentimiento de traición, desesperanza y
negatividad, la transformación fue notable. Había un trajín antes no visto, de personas que iban
de un lado para otro sin rumbo fijo, chocando con las paredes y andando por todos lados.
Probablemente, la anticipación de la asamblea era tanta que, las personas estaban convirtiéndola
en prioridad sobre cualquier otra cantidad de cosas.

Por lo menos en el entorno cercano a mí, si era así. Mis compañeros, aunque tenían clase de
ciencia de datos, no iban a asistir. Afortunadamente, la profesora correspondió a sus sentimientos
y les dio esa licencia de decidir si iban a asistir o no a la clase. Por eso, se veían muchas personas
haciendo carteleras y pancartas gigantes, con pliegos de papel, kraft, temperas y marcadores,
mientras intentaban hacer que les funcionara su código de R studio. Con la atención de varios,
tripartita, pero aguda, comenzó la reunión del laboratorio a las 12.
En la reunión del laboratorio, no mucho pasó

Estaban Benítez y Cagüeñas, quienes en ese momento eran directores de carrera de sociología y
antropología respectivamente. Dijeron cosas muy parecidas a las de la noche anterior, todo
dentro del marco de lo esperado. Esperábamos que tampoco supieran mucho de lo que estaba
pasando y, que intentaran explicarnos para darnos cierto parte de tranquilidad. Sin embargo, fue
interesante que, por lo menos, con el profe Cagüeñas pudimos hablar de manera un poco más
horizontal y cercana de lo usual. En serio a los estudiantes que estábamos nos preocupaba que,
independientemente de que los profesores hicieran un gran esfuerzo para sacar todo adelante, la
precarización laboral es precarización laboral, y esta tiene un costo humano. Naturalmente,
obtuvimos respuesta.

“A pesar de todo, si nos vamos a precariedad, la Icesi no es tan precaria como las otras”. Eso
mismo nos dijeron durante el semestre otros cuantos profesores. Sin embargo, eso no cambia el
hecho de que, ahora, tengan que ceder el dinero de investigaciones a la universidad y muchos
otros beneficios desaparezcan. Tampoco le iba a devolver a los que matricularon lenguaje y
significación la oportunidad de ver sus clases de lingüística con un profe que sabe de lingüística,
porque, a pesar del esfuerzo, esa clase se terminó convirtiendo en una mímica de la clase de
génesis.

Afortunadamente, en ese momento todo terminó bien en esa reunión y seguimos a la asamblea
donde iban a participar la mayoría de los estudiantes. Pero, no había señal de nadie más que los
estudiantes reunidos en el teatrino, justo detrás de los auditorios. Todos los que llegaban se iban
amontonando e iba aumentando la tensión.

No pasaba nada.

A causa de esto, hubo gente que se fue un momento a preguntar y, nos dimos cuenta de que la
reunión de las 11, donde estaban los de biología, seguía aún.

“Qué hacemos… aún sigue Piedrahita en esa reunión adentro del Manuelita. ¿Esperamos o
entramos?”. Intervino una compañera de antropología.

Todos se estaban mirando entre sí, hasta que alguien vociferó “Yo no creo que él vaya a salir de
ahí. Nos toca entrar”. Acto seguido, la horda se fue hacia las puertas del auditorio y lo llenó en
minutos. Se pausó el evento y, algunos estudiantes tomaron los micrófonos mientras subían al
escenario. Los estudiantes se habían tomado el evento.

“Hola, muchas gracias a todos por asistir. Me encantaría poder escucharlos en estos momentos,
pero, les pido que me den un permiso porque tengo que ir al baño” dijo Esteban Piedrahita con
una mueca en su cara de preocupación. “Se va a volar” gritaban anónimamente algunos
estudiantes entre la multitud.
Después de la fase de ruptura de las relaciones sociales regulares gobernadas por normas, las
cuales mantenían la confianza y la expectativa de lo que se puede esperar en un semestre de
universidad, esto ya era crisis.

Cuando volvió Piedrahita a la asamblea, fue una reunión de estudiantes que vociferaron todo lo
que tenían que decir y, personas que los apoyaban en sus momentos de enunciación. Y lo
describo de esta manera porque, según me contaron una multiplicidad de ojos que estaban
atentos en todos lados, Esteban Piedrahita estuvo notablemente imperturbable. Entre todas las
alocuciones, aparentemente solo una logró moverle lo suficiente alguna fibra en su interior, que
hizo que se le borrara la mueca petulante que enfureció a una buena cantidad de personas que lo
podían ver desde el primer nivel del auditorio. No fueron las declaraciones de que habían sacado
a profesores que tenían importantes contribuciones a los intentos de hacer algo por las violencias
de género dentro de la universidad, mientras que seguían otros abusadores con sus contratos
intactos. Tampoco cuando el auditorio gritó el nombre de Tathagatan, ni cuando mencionaron la
extraña relación entre un alto mando de la universidad y la forma en la que consiguió empleo su
pareja en el campus. Fue cuando una compañera mía, que también habita con nosotros el
laboratorio etnográfico y, es una de las figuras más prominentes de la universidad a causa de que
su grupo estudiantil de economía está entre los más considerables del mundo, apareció en el
escenario.

A ella ya la habíamos visto llorar en los pasillos, mientras ayudaba a sacar a su mamá las cosas
del trabajo. Nunca supimos si la pensión de su mamá iba a quedar resuelta, pero lo que si
supimos es que fue la única que dijo algo lo suficientemente valioso para que el rector le prestara
atención. Desconocemos si es porque ella tiene la capacidad de hacer que decanos de nuestra
universidad ganan premios en Chicago, con todo completamente pago, solo haciendo una carta
de recomendación o, si es, por el hecho de que ella es una de esas personas que desde muy
pequeñas han vivido el campus a causa del trabajo de su mamá. Pero ella fue la única que, con su
llanto y su expresión, logró hacerle algo al monstruo corporativo de la universidad, más que
mover masas dentro de un auditorio.

Lo que querían algunos estudiantes era idealista, difícil y, para muchos, estúpido. No porque
creyéramos que no fueran pedidos verosímiles, sino porque sabíamos que teníamos muy poco
margen para actuar. Por eso, decidimos ir, ayudar a terminar el Tathalibro y concretar la forma de
entregárselo al profe.

Para el final de la asamblea, varios estudiantes de ciencia política, con quien compartimos el
laboratorio, dijeron que iban a dejar todo redactado en un documento que le iban a hacer llegar a
la universidad. Eventualmente, así fue, aunque no esperábamos nada de la universidad. Apenas
recibimos el mensaje afirmativo del profe Tathagatan, definimos quienes iban a ir y,
afortunadamente, tuve la oportunidad de hacer parte de ese grupo. Caminamos unas cuantas
cuadras hasta su apartamento, donde nos recibió con una gran hospitalidad, inesperada de nuestra
parte. Le presentamos al profe el último producto entregable de nuestra parte y lloramos entre
todos. Nos presentó a su esposa y a sus hijas, nos compartió los detalles de la forma en la que
vivió el jueves y, antes de que se pusiera demasiado el sol, todos salimos para evitar cualquier
peligro que suele traer la noche en la ciudad.

Entre nosotros, los de antropología y el laboratorio, nos tuvimos que arreglar la tercera parte del
drama social, la cual se reconoce como “acciones y procedimientos de reajuste”. En esta fase,
donde se llevan a cabo acciones y procedimientos para abordar la crisis y restablecer el equilibrio
social, terminamos resolviéndola nosotros. Muy a nuestro estilo, “pachamamístico”, en vez de
incluir sanciones jurídicas para resolver la crisis y legitimar modos de resolución, terminamos
haciendo cosas que van más por el lado de rituales públicos. En esta etapa, donde se concentra la
mayor cantidad de acción ritual, hubo movilización de símbolos y prácticas simbólicas para
restaurar el orden social y brindar un sentido de cohesión y dirección. Estuvimos
acompañándonos profes y estudiantes, los cuales nos reunimos en dos ocasiones desde el suceso
de aquello jueves de marzo. En el primero, hicimos muñecos quitapesares, como actividad
guiada para hacernos compañía y poner toda la energía de nosotros en un buen uso. Luego, el
profe Tatha le dio una última clase a los que pudieron asistir.

Después del día D es sábado, día de dejar todo prístino. (donde se hace un recorrido
buscando las secuelas visibles)

El viernes en la noche y madrugada llovió. No estaba seguro de que fueran a sobrevivir los
carteles. Por eso, aprovechando que tenía una diligencia por hacer, me aventuré a revisar con
detenimiento cómo quedó la universidad después de los eventos del día anterior.

Mi recorrido fue primero por los puntos de calor, donde había más presencia de pancartas,
mensajes y carteleras, para seguir por las demás áreas. Pasé por todos los edificios y lo único que
cambió fue la disposición de las personas con el espacio. El día sábado no habían casi
estudiantes, pero si habían varias personas transitando los pasillos. Les era inevitable la
contemplación de lo que se hizo el día anterior, porque no se quedó solo en palabras dichas en un
auditorio, sino que marcaban las paredes de la universidad para que todos supieran lo qué pasó.
El mapa tiene unos puntos de colores que representan el intento de hacer algo parecido a un
mapa de calor, donde el color y la disposición de los puntos representan el lugar geográfico
donde había señales de protesta y, la cantidad de pancartas o carteleras que había. El amarillo
indica la presencia y, cuando tiende al rojo, significa qué había más cantidad.

La imagen de arriba, donde están las flores, es en el edificio L el sábado siguiente a la protesta al
medio día. Están pegadas en el edificio que le corresponde a la facultad de biología.
Olor a flores, pintura, papel, cinta y el sonido de tenis al fondo.

Quietud de personas que vagamente ven los murales mientras conversan.

Por el edificio A, muchas personas tomando fotos.

La cafetería central estaba movida a las 12 y media.

Habían personas de grupos de danza o música afro.

Son algunas de las cosas que anoté en mi libreta para tener diario de campo. Hice un recorrido
relativamente breve, pasando por toda la universidad porque, me interesaba mucho saber qué iba
a pasar con todos los lugares que “sufrieron modificaciones de la horda enardecida”. En mi
cabeza me preguntaba cómo iban a proceder el personal de limpieza y de seguridad pues, la
universidad tiene antecedentes de no ser muy cálida con las expresiones vistosas que incitan a
alterar el orden.

Se vivió en el 2020 un episodio parecido a este, en términos de que un malestar por parte de los
estudiantes se materializó en cosas visibles, y se transformó en un muro del acoso (que no
condujo a acciones contundentes de la universidad). Obviamente, no gustó nada y, las muestras
gráficas, físicas, visibles, incómodas, quedaron virtualmente desterradas de la universidad (sin
que esté expresamente dictado de esa forma); pues, apenas las notan, son recogidas y devueltas a
los responsables de su colocación y difusión, aun si hay permisos adquiridos de por medio. Mis
compañeras del observatorio de equidad para la mujer OEM tienen muy presente la forma en la
que se maneja el “tejemaneje” y la tensión que genera tocar los muros de la universidad, por lo
que conozco algo del tema. En nuestras reuniones desde el semillero, si íbamos a hacer alguna
actividad que implicara algo remotamente incómodo y visible, tenía que ser primero permitido y,
una vez acabado el evento, recogido. Por eso, me pareció importante revisar qué iba a pasar con
todas las cosas puestas en señal de indignación en la universidad.

Terminé mis obligaciones y observé lo siguiente:

Muchas personas del aseo estaban limpiando todo pero, sin bajar los carteles ni recoger los
pétalos. No estaban haciendo limpieza a medias, sino que se notaba que trabajaban con el
propósito de mantener las instalaciones, cuidando lo que habían puesto los estudiantes. El único
cartel que quitaron fue uno que estaba cubriendo un logotipo de una máquina de café, por lo que
se me pasó por la cabeza, que puede ser la manera en la cual los trabajadores muestran su
simpatía a pesar de que les requieren seguir “business as usual” pero sin estar business as usual.
Al mismo tiempo, puede que haya sido directiva de la universidad para que no enviaran un
mensaje erróneo donde se faltara aún más el respeto hacia los estudiantes y su sentir. Esto
también sería verosímil pues, muchas de las personas encargadas del aseo de la universidad no
son trabajadores de Icesi, sino que, prestan sus servicios por medio de otra empresa de limpieza.
Por esto, no tendrían razón para preocuparse de un despido en las mismas circunstancias (aunque
un recorte de gastos pueda llegar a trastocar la relación con estas empresas de servicios de aseo).

En el hall de auditorios había personas bien vestidas discutiendo a modo de conversación, tal vez
con inclinaciones sutiles hacia convertirse el mismo tipo de chisme que se manejaba en la
universidad desde el jueves, a manera de mantenerse informado a pesar de la falta de
comunicación oficial. El tema de esos locutores e interlocutores anónimos era la precarización
laboral que se estaba adelantando. Hablaban principalmente que, hubo profesores a los cuales les
ofrecieron cambiarles el contrato y pasar a ser hora cátedra; el caso que discutían mientras
pasaba era el de un profesor que se negó.

El ambiente de los edificios que están más hacia el sur era distinto. No había afiches ni carteleras
en las paredes. Lo único que había eran personas con vestimenta formal, conversando y un
ocasional estudiante. Recuerdo que lo más interesante que encontré fue la historia de un tipo que
estaba diciendo en la entrada este del edificio E que, le pegó un tiro en la pierna a un ladrón. “Yo
no pensé nada, yo corrí y cuando el ladrón me dijo quiubo pues, no pensé y PUM en la pierna…
Todo se me subió a la cabeza”. Pasando por el edificio D escuché a dos señoras que se
preguntaban “¿Qué enseñas? Laboral?”. Recordé que en una página de Instagram que sube
memes de la universidad (Icesi posting), había sido lugar de desahogo para estudiantes de
derecho, donde contaban lo que sus profesores habían hecho por ellos en las oficinas de ayuda y
servicio público. Igualmente, las historias de que a veces los profes se iban a puños por defender
a los alumnos en contextos peligrosos que se pueden presentar en las oficinas de ayuda.
Probablemente, me topé con uno de esos profes de derecho que, según cuentan, anda armado con
una pistola que lleva escondida siempre en el carro y otra en la oficina.

Todos los puntos importantes de la universidad estaban llenos de mensajes y de señales que
incentivaban la conversación sobre el elefante en la habitación. ¿Cuál iba a ser el devenir de la
universidad ahora? Unos solo miraban, varios tomaban fotos y otros se animaban a conversar,
como en la entrada al edificio L, donde hay unas sillas con parasoles. En el momento había
mucho que mirar, pero, curiosamente, los sitios donde había más concentración de personas, era
donde había más carteles; frente a la biblioteca, viendo hacia el occidente y, en la entrada del L.

También había un movimiento considerable en el edificio M, donde se estaba llevando a cabo un


ejercicio de memoria histórica, producto de la colaboración entre la escuela de Memoria musical
quilombo y la universidad. Ellos vinieron desde Buenos Aires, Cauca, pero solo me di cuenta
porque me ofrecí para ayudarles a subir una marimba de chonta hasta el cuarto piso, donde nos
dimos cuenta de que teníamos que haber subido hasta el tercero. Sin embargo, habiendo subido
al cuarto piso, me percaté de que casi se me olvida pasar por los salones de experiencias
pedagógicas, donde a la distancia alcanzaba a ver un tímido cartel rosado.

Volví y me encontré que ese tímido cartel, como muchos otros, hacía una crítica a la forma en la
que la universidad decidió acabar con el contrato de los profesores en esta ocasión.
La imagen de arriba la tomé en el edificio M después de recorrer los demás edificios porque,
justo antes de irme de la universidad, recordé que en el cuarto piso adecuaron salones
especialmente para las licenciaturas. Me encontré con que, en el mismo edificio, había mucho
movimiento, pero era de personas ajenas a la universidad que, estaban haciendo uso de los
salones de música donde hay estudios de grabación e instrumentos. Los pocos estudiantes que
había, estaban en el piso de abajo haciendo empleo de los pocos computadores que quedan
disponibles y de uso “libre” para los comunicadores sociales, esto porque tienen software de
Adobe.

Al lado de estos salones de producción audiovisual siempre hay tránsito porque son utilizados
por los comunicadores sociales, quedan en el primer piso, están al lado de los auditorios más
grandes y transitados, hay una máquina expendedora y, además, quedan cerca a los
parqueaderos. También están en los demás pisos los almacenes de bodegas con instrumentos
musicales y de audio; estudios de producción musical con techos altos a dos pisos, varias capas
de aislamiento acústico e iluminación ambiental. Por último, están los salones de experiencias
pedagógicas.

Me fue inevitable pensar en camino a mi casa sobre el tímido cartel con relación a ciertas ideas.
Primero, la forma en la que la universidad está buscando eficiencia económica en un entorno
educativo, donde no se puede medir el éxito por la viabilidad económica de las carreras.
Segundo, la distribución espacial que tienen los centros comerciales, donde las tiendas más
importantes están en los pisos a nivel del suelo, cerca a las entradas y, los locales más recónditos
los dejan para quien se anime a pagar una renta ahí. Tercero, El chisme de que habían comenzado
a sacar gente de licenciaturas desde antes del jueves, como si hubieran comenzado el
experimento de eficiencia económica por ahí. Finalmente, el hecho de qué hay licenciaturas
donde entran muy pocos estudiantes, como la licenciatura en artes.

La conversación con el profe D (decidido a no alinearse)

Pactamos la reunión a las cuatro de la tarde, para vernos en las sillas que quedan junto al Samán
de la entrada principal. Irónicamente, estábamos rodeados por oficinas, expuestos a la vista de
las personas de las cuales íbamos a rajar. Alrededor de nosotros estaban las oficinas donde se
maneja el dinero de la universidad e, incluso, vimos pasar uno que otro individuo que pudo haber
hecho parte de la fatídica cadena de decisiones.

En un primer momento, introduje el tema de la etnografía que estaba haciendo, y no bastó poco
para que el profesor se le iluminaran los ojos y me comenzara a sugerir cómo escribirla. El profe
D trajo a colación eventos importantes que no podía dejar pasar, como los grados del 25 de
febrero, dónde evidentemente estuvieron los profesores que ya no nos iban a seguir
acompañando. También, me recomienda formas de agregarle la propuesta teórica, recordando
eventos que ir a la ciudad como el paro del 2021, sus cronologías e, incluso, me recomendó leer
a Victor Turner, con todo lo que tiene que decir sobre situaciones sociales y sociales, lo que
permitió que esta etnografía saliera de esta forma.
Discutimos varias cosas relevantes a la etnografía con entusiasmo. De hecho, se podría decir que
llegó a ser aproximadamente un tercio de la conversación, pues estaba algo perdido con la forma
en la que se podían organizar los datos. El profe, habiendo tenido la oportunidad de vivir los
mismos eventos, pero en circunstancias distintas, me fue dando también pistas de cómo había ido
sucediendo el evento desde lo que le tocó vivir.

Vale la pena decir que, desde el primer momento de la conversación, el profesor D me confesó
que no lograba resolver sus sentimientos. Lo único que podía reconocer él era la pesadez de la
amargura, lo difícil de tener que seguir “business as usual”, como es usual en esta universidad y,
lo raro de su sentir.

“No quiero nada que ver con algún nuevo, no quiero venderle un pasaje de avión que no existe a
nadie más” fue una de las primeras cosas que me dijo el profe D cuando seguimos charlando y
me permitió que incluyera esta conversación como parte de la etnografía. Esto fue como una
segunda porción de la conversación, donde los aspectos teóricos pasaban a un segundo plano y
nos pusimos en sintonía de rajar sobre el elefante en la habitación, el tema que nos reunía, la
forma en la que se vivió desde el otro lado.

Al profe D, como a muchos otros, le ha tocado intentar vender la carrera donde ven sus clases y,
a él, la situación actual de la universidad, le recordaba a una alegoría de su papá. “Es un animal
en el agua que comenzó a sangrar, pero hay que esperar a que los tiburones se den cuenta.”. ¿Qué
iba a ser de la universidad ahora qué hay personas que dirigen la universidad y son incapaces de
ver el mundo desde otros lugares? Existía un cierto pesimismo en su voz.

Cómo no, si le despidieron a un gran colega, en una carrera donde hay relativamente pocos
profesores. Y los qué hay, se encargan siempre de tocar temas tan sensibles y crudos como la
experiencia humana. Cómo no experimentar pesimismo si también le tocó sentir la incertidumbre
de saber que no hay certeza de que en cualquier momento le pueda tocar también salir a causa de
que un tipo que no sabe manejar entornos educativos está buscando la consecución de unos
objetivos que buscan conseguir métricas económicas a costa de todo.

La forma en la que la universidad manejó todo fue enervante. En los detalles que solo me pudo
haber revelado algún profesor, inevitablemente había información sobre la primera reunión a la
cual llegué. “Resulta que todo esto estaba planeado desde el miércoles, cuando reservaron el
auditorio”, el auditorio donde pretendían mostrarle esta atrocidad a los profesores, justo después
de remover a sus colegas del campus con todo el descaro del caso.

“Evolucionando juntos”, dos palabras que, cuando se juntan con el contexto en el que está
inmersa la presentación, ponen a pensar a cualquier científico social.

“Cómo así que evolucionando juntos, como si quisieran sugerir que un despido es un proceso
remotamente parecido al de la selección natural”, me dijo al respecto de la reunión que desde un
comienzo, no era para los estudiantes de biología y química farmacéutica, donde siempre se
sintió cierto peligro. “Era una reunión para que los colaboradores conversáramos con el rector,
pero los estudiantes pidieron entrar”. Para ese momento, la situación se estaba poniendo peluda,
pues en ese momento, ya muchos estaban jugando sus cartas y se veía harta gente alineándose, lo
cual lo hace todo más difícil.

Difícil porque alinearse o no alinearse viene atravesado por un montón de consideraciones. Yo le


dije al profe que, creo que ya estamos insertados forzosamente en el mundo material en el que
vivimos, donde no me siento capaz de juzgar a alguien por ciertas cosas pues, todos hacemos lo
mejor con lo que tenemos. Los profes tienen familia y personas que dependen de ellos, necesitan
sus salarios y, como bien nos dijo el profe Cagüeñas, a pesar de todo, Icesi aún no estaba tan
precarizada como otras universidades. Pero para el profe D aún, se sentía como una situación de
Harakiri u honor al estilo japonés. No estábamos en desacuerdo al respecto de lo material, pues
el profe definitivamente tenía el conflicto entre querer seguir y necesitar el empleo, peo esto
estaba atravesado por un trasfondo de que está ente comprometido y enredado con la universidad
e incluso, tiene actos relativamente inconscientes que terminan siendo una piedra en los zapatos
para sus jefes.

Existía en esa conversación un sentimiento por parte del profe que se expresaba en “¿Por qué no
yo?”, pero al mismo tiempo, existía un tipo de mediación por parte de Jerónimo, el decano de la
facultad que sugería a él y, probablemente a otras personas que “no hay que trasladar emociones
de uno hacia otras personas y, qué hay que ser capaz de ver el mundo desde otros lugares.
Porque, si han logrado hacer todo lo que hicieron hasta el momento, ¿qué hay de diferente en esa
ocasión?”. Pasó por ahí cerca un tal chaparro, quien el profe con su ojo agudo me lo señaló y me
hizo saber que era él quien manejaba la plata en la universidad. Jerónimo le decía directamente al
profe D que, él siempre había estado en contra del proyecto porque siempre fue joven e
irreverente, por lo que debería tener ahora algo de consideración teniendo en cuenta el contexto.

Ese gaslighting, como cualquier otro, no se fundamenta en nada. El profe se preguntaba qué más
tenía él, que no tuviera uno de otros profes que sacaron. Pero no funcionan esos trucos mentales
para producir consenso y legitimidad cuando el “que chévere que no te hayan sacado”, se siente
como una desgracia en vez de un honor. Solo le queda a la universidad hacer demostraciones de
fuerza. Pero aun así, la situación está tan enredada que lo único que han logrado es poner a la
gente a cuestionarse cosas.

Y habiendo terminado la conversación, varias semanas en el futuro, si puedo decir que hicieron
que la gente se cuestionara muchas cosas. Para el profe D, el cuestionamiento y el conflicto
interno se fue resolviendo hacia una dirección, a pesar de que no sabe qué le depare el futuro. En
las últimas semanas de clase, conversando con varias personas, nos decía que ya no estaba
buscando activamente que lo sacaran, aunque el daño hecho ya hecho estaba. Para otros profes,
la resolución vino con aceptar el cambio y comenzar a jugar sus propias cartas para asegurar el
puesto, a pesar de lo doloroso que pudiera haber sido, o no. Otros tantos lograron su resolución
con una renuncia.

Esto último puede ser reconocido como la fase final del drama social, también conocida como la
reintegración del grupo social perturbado o reconocimiento y legitimación social de un cisma
irreparable entre las partes contendientes En esta última fase, se busca la reintegración del grupo
social perturbado después de la crisis. Esto implica restablecer las relaciones sociales y encontrar
formas de reconciliación y restauración del orden social. Sin embargo, también se reconoce la
posibilidad de un cisma irreparable, donde las partes contendientes no pueden ser reintegradas y
se acepta la división o la separación permanente.

La universidad resolvió seguir haciendo cambios a su forma pues, en una jugada imprevista, pero
no del todo inesperada, comenzaron a jugar con la idea de cambiar la manera en las que se hacen
las cosas. Para sorpresa de unos cuantos, comenzaron con nosotros los estudiantes de
antropología y sociología para experimentar en nosotros como conejillos de Indias. En una
fusión rara, muy al estilo, “¿por qué nos vienen a decir esto hoy?”, hubo una reunión
extraordinaria donde le informaron a los estudiantes de sociología que el cargo de director de su
carrera iba a ser fusionado con el de antropología, efectivamente dejando un montón de
preguntas y preocupación. La noticia es tan reciente que, ni siquiera existe certeza de lo que
significa, pero por ahí andan rondando rumores de que la universidad está pensando en volverse
más quisquillosa con las carreras que abren semestre dependiendo del número de personas
matriculadas. Si esto llegara a ser cierto, sociología puede tender a desaparecer, pues siempre han
entrado pocas personas y, de los profesores titulados que tenían, una de ellas fue echada por la
puerta de atrás, otro se pasó a licenciaturas y el que era director de carrera, da más clases de
economía.

Conclusión

Este tema no fue en lo absoluto fácil de tratar, pues, terminó siendo un episodio de muchos que
esperaban el momento de que puedan ser difundidos de forma indiscriminada. Las charlas con
compañeros y profesores agotados a final de semestre nos daban muestra de que no hay punto de
retorno. En estos momentos, se cierne una nube negra sobre la universidad, y lo peor es que no
existe certeza de que se pueda hacer algo al respecto. Bien se podría decir que nos llevó el que
nos trajo, teniendo en cuenta que un Piedrahita fue el que se puso a experimentar con crear una
facultad que incluyera a científicos sociales en una universidad de empresarios. Y ahora es su
salida la que nos dejó en la incertidumbre. La universidad en definitiva no es proyecto de un solo
hombre, pero resultó que bajo la dirección de un solo hombre, el orden social que existía se
desdibujó, y ahora eso nos está costando.

Nos está costando a los estudiantes, quienes intentamos hacer de nuestro proceso de educación
superior uno que nos brinde las herramientas para sobrevivir en el mundo cruel que nos espera
afuera. No solo porque nos quitaron profes que nos daban las herramientas, sino porque es un
duro recordatorio de lo poco humana que puede tornarse la existencia dentro de una organización
en el momento en el cual se pidan decisiones rápidas. Le está costando a los profesores porque
les están convirtiendo su trabajo en una suerte de experimentación gramsciana de mal gusto,
donde viven la precarización y la deshumanización que se vive en esta sociedad. Pero
principalmente, nos está costando a todos porque nos metieron en un drama social donde no
existen concesiones y nos están poniendo a hacer malabares para continuar con la costumbre de
la universidad de mantenerse “business as usual”. Las cuatro etapas que se recorren durante un
drama social, según Victor Turner, no son la única forma de ver este evento, pero cuando
acompañan al ejercicio etnográfico, pueden dan luz de lo grave que es la falta de reconocimiento
de los eventos como traumáticos y difíciles de sobrellevar. En mi opinión, la falta de esta
perspectiva es uno de los motivos por los cuales la universidad se está jugando su futuro de una
forma peligrosa, la cual es visible para muchos, pero, sin el ojo entrenado, invisible para los que
más necesitan de guía.

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