Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
22
la pena eterna contraída por los pecados mortales; la remisión, al menos en parte, de las penas tem-
porales, consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual; el
acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano» (CCE, 1496).
23
3. El ministro del sacramento de la penitencia
a) Potestad de orden y facultad de oír confesiones
«Solo el sacerdote es ministro del sacramento de la penitencia» (c. 965). Única-
mente un obispo o un presbítero pueden perdonar los pecados en nombre y en la
persona de Cristo; si bien «los presbíteros, en el ejercicio de su ministerio, actúan en
comunión con el Obispo y participan de la potestad y función de quien es el moderador
de la disciplina penitencial» (PO, 9; cf. LG, 26)!Errore di sintassi, (.
Pero para absolver válidamente es necesario que el sacerdote tenga, además de
la potestad de orden, «facultad de ejercerla sobre los fieles a los que da la absolución»
(c. 966 § 1; vide XIII, 2; XIV, 6)«facultad_de_ejercerla_sobre_los_fieles_a».
Al utilizar el término «facultad», en lugar de «jurisdicción» —como hacía el Código anterior—, el
CIC 83 quiere significar que la absolución sacramental no es encuadrable entre los actos de la potes-
tad de régimen. La necesidad de esta facultad puede justificarse por varias razones: a) por la natura-
leza misma del sacramento, que fue instituido «a modo de juicio»«a_modo_de_juicio» y exige «que la
sentencia sea impartida sobre los súbditos, no sobre otros»!Errore di sintassi, NO (De paenit.: DS,
1686), lo que se verifica cuando quien tiene jurisdicción sobre el sujeto atribuye esa facultad al minis-
tro; b) por su carácter eclesial, que produce la reconciliación con Dios e, inseparablemente, con la
Iglesia (cf. CCE, 1445), y exige que el sacerdote tenga el reconocimiento de ésta —que la ordenación
no asegura permanentemente— para actuar en su nombre; y c) por su carácter pastoral, que obliga a
la Iglesia a ofrecer a los fieles, que abren su alma en este sacramento, un pastor en el que puedan
confiar (Manzanares se refiere a este punto como «dimensión antropológica»). Se entiende así que la
facultad para confesar sólo deba concederse cuando conste la idoneidad de los presbíteros, mediante
un examen o de otro modo (cf. c. 970); que habitualmente deba darse por escrito (cf. c. 973); y las
demás cautelas y disposiciones que regulan la adquisición o pérdida de esta facultad (cc. 967-
975)!Errore di sintassi, (.
25
sí mismas, y procurar que deseen la absolución y el perdón del Señor con el propósito de replantear y
corregir su conducta».
Si el confesor no duda de la buena disposición del penitente, no debe negarse ni
retrasarse la absolución (cf. c. 980); y ha de imponerse una satisfacción saludable y
conveniente, según los pecados y la condición del penitente, que éste tiene la obliga-
ción de cumplir (cf. c. 981).
Si el penitente, a pesar de acudir libremente al sacramento, diera muestras claras de no estar bien
dispuesto, o el ministro tuviera dudas serias sobre ello, debería negarse o retrasarse la absolución.
Pero la ayuda pastoral del confesor, para suscitar las debidas disposiciones, hará que este peligro sea
más remoto.
26
nación, o por turismo u otras razones parecidas, debidas a la creciente movilidad de las personas) no
constituye, de por sí, suficiente necesidad.
Respecto al supuesto de necesidad grave, corresponde al Obispo diocesano —no
al confesor— juzgar si se dan las condiciones requeridas; y él mismo, teniendo en
cuenta los criterios acordados con los demás miembros de la conferencia episcopal,
podrá determinar los casos en los que se verifica esa necesidad (cf. c. 961 § 2; MD, 5).
Por otra parte, para recibir válidamente una absolución colectiva, se requiere que
el fiel no sólo esté debidamente dispuesto (condición de la que no puede tenerse la
misma garantía que en la confesión individual), sino que tenga el propósito de hacer a
su debido tiempo confesión individual de todos los pecados graves que no pudo confe-
sar en esas circunstancias. Por eso, en la medida de lo posible, ha de instruirse a los
fieles sobre estos requisitos de validez; y antes de la absolución general, incluso en
peligro de muerte, si hay tiempo, se les exhortará a que cada uno haga un acto de
contrición (cf. c. 962).
Puesto que la exigencia divina de la confesión íntegra y personal queda solo suspendida circuns-
tancialmente (cf. c. 989; vide supra: 2; 4, a), «aquel a quien se le perdonan pecados graves con una
absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible, en cuanto tenga oca-
sión, antes de recibir otra absolución general, de no interponerse causa justa» (c. 963)!Errore di
sintassi, NO.
6. Las indulgencias
«La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal, por los pecados ya
perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel debidamente dispuesto y cumpliendo
determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como admi-
nistradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfac-
ciones de Cristo y de los Santos» (c. 992).
La doctrina acerca de las indulgencias —que el Concilio de Trento trató ya en conexión con el sa-
cramento de la penitencia— se encuentra en la Const. Ap. Indulgentiarum doctrina, promulgada por
Pablo VI en 1967; y un resumen de ella en CCE, 1471-1479. El CIC se ocupa de la disciplina sobre
esta materia en el cap. IV del título sobre el sacramento de la penitencia, donde recoge solo las nor-
mas principales (concepto y clases de indulgencias, autoridad competente para concederlas, sujeto
capaz de lucrarlas); y remite para todo lo demás a las leyes peculiares de la Iglesia (cf. c. 997), conte-
nidas básicamente en el Enchiridion indulgentiarum (1999).
Las indulgencias pueden ser parciales o plenarias, según se libere por ellas una
parte o la totalidad de la pena temporal debida por los pecados (cf. c. 993).
No se habla ya de indulgencias personales, reales o locales (en relación con personas, cosas o lu-
gares). Por lo que a las indulgencias parciales se refiere, la nueva disciplina establece que no se debe
determinar su alcance en días y años. Las plenarias se han disminuido en número, para que los fieles
las valoren más.
Además de la autoridad suprema de la Iglesia, solo pueden conceder indulgencias
aquellos a quienes el Derecho reconoce esta potestad —la tienen, en los términos
previstos en el Enchiridion indulgentiarum, el Obispo diocesano y los equiparados a
él—, o aquellos a quienes se la ha concedido el Romano Pontífice. Y ninguna autori-
dad inferior al Romano Pontífice puede otorgar a otros la potestad de conceder indul-
gencias, a no ser que la Sede Apostólica se la dé expresamente (cf. c. 995).
La Sede Apostólica se ocupa ordinariamente de cuanto se refiere a la concesión y al uso de las in-
dulgencias a través de la Penitenciaría Apostólica, salvo el derecho de la CDF de examinar lo concer-
niente a la doctrina dogmática sobre ellas (cf. PB, art. 120).
Son sujetos capaces de lucrar indulgencias los bautizados no excomulgados,
siempre que se encuentren en estado de gracia (por razones teológicas bien conoci-
das) por lo menos al final de las obras indulgenciadas. Y para lucrarlas de hecho, los
fieles deben tener al menos intención general de conseguirlas y cumplir las obras
prescritas (cf. c. 996).
29
P. ej., para lucrar cualquier indulgencia plenaria (como máximo, una cada día) se requiere, junto
con el cumplimiento de la obra prescrita, la comunión eucarística, una oración por el Sumo Pontífice,
la confesión sacramental (con una sola pueden lucrarse varias indulgencias, y es suficiente hacerla
unos días antes o después) y la disposición de excluir cualquier apegamiento al pecado, incluso ve-
nial. Si no se cumplen todos estos requisitos, o no se da esa plena disposición, la indulgencia se con-
vierte en parcial.
Las indulgencias, tanto parciales como plenarias, puede lucrarlas un fiel para sí
mismo, o aplicarlas a los difuntos a modo de sufragio (cf. c. 994).
7. La unción de los enfermos
La unción de los enfermos es el sacramento que consuma, en cierto modo, no solo
la penitencia, sino toda la vida cristiana (cf. Conc. de Trento, Sess. XIV, Doctrina de
sacramento extremae unctionis: DS, 1694). En efecto, este sacramento acaba de
conformar a los fieles «con la muerte y resurrección de Cristo, como el bautismo había
comenzado a hacerlo» (CCE, 1523); y está especialmente destinado, junto con la
Eucaristía, a reconfortar a los atribulados por la enfermedad (cf. CCE, 1509 y 1511).
El signo sacramental de la unción de los enfermos es realizado por el sacerdote,
en el rito latino, ungiendo al sujeto en la frente y en las manos con aceite de oliva de-
bidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite vegetal, y pronun-
ciando una sola vez estas palabras: «Por esta santa Unción, y por su bondadosa mise-
ricordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus peca-
dos, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad».
Así lo estableció la Const. Ap. Sacram Unctionem Infirmorum (30.XI.1972), por la que Pablo VI
aprobó el Ordo Unctionis infirmorum (1972) e introdujo algunas de las novedades disciplinares, reco-
gidas en el título codicial sobre este sacramento (cc. 998-1007). El óleo debe estar bendecido por el
Obispo (o por quienes el Derecho equipara al Obispo diocesano); y, en caso de necesidad, puede
bendecirlo cualquier presbítero, pero sólo al celebrar el sacramento (cf. c. 999). También en caso de
necesidad, basta una sola unción en la frente o en otra parte del cuerpo; y por una razón grave, podría
hacerse la unción o unciones usando un instrumento (cf. c. 1000).
Los efectos de la gracia especial de la unción de los enfermos son: «la unión del
enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia; el consuelo, la paz y
el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;
el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la
penitencia; el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual; la
preparación para el paso a la vida eterna» (CCE, 1532).
La unción de los enfermos es un sacramento de vivos, por lo que ha de recibirse en gracia. Pero si
el enfermo ni siquiera puede manifestar su arrepentimiento y recibir la absolución, y tiene al menos
dolor de atrición, la gracia del sacramento —como explican las palabras «si hubiera cometido peca-
dos, le serán perdonados» (St 5, 15)— le purifica de los pecados, si todavía quedan algunos por ex-
piar, así como de las reliquias del pecado (cf. De sacramento extremae unctionis: DS, 1696). Lo nor-
mal, no obstante, será que este sacramento se administre a los enfermos cuando aún están en pose-
sión de sus facultades (cf. c. 1006); y que éstos reciban la penitencia, la unción y el Viático —por este
orden—, como «sacramentos que preparan para entrar en la Patria» (CCE, 1525).
Sujeto de la unción de los enfermos es el «fiel que, habiendo llegado al uso de ra-
zón, comienza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez» (c. 1004 § 1). Y
el sacramento puede reiterarse «si el enfermo, una vez recobrada la salud, contrae de
nuevo una enfermedad grave, o si, durante la misma enfermedad, el peligro se hace
más grave»!Errore di sintassi, ( (c. 1004 § 2).
El CIC establece que «los pastores de almas y los familiares del enfermo deben procurar que sea
reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento»!Errore di sintassi, ( (c. 1001). A las enferme-
dades que ponen en peligro la vida se equiparan, a estos efectos, las intervenciones quirúrgicas gra-
ves o en las que se prevea un postoperatorio dificultoso. Por vejez se entiende aquí la ancianidad que
comienza a desmoronar el organismo. En la duda de si el sujeto ha alcanzado el uso de razón, sufre
una enfermedad grave o ha fallecido ya —como señala el c. 1005— «adminístresele este sacramen-
to»«adminístresele_este_sacramento». Se hará siempre, por tanto, de modo absoluto, y no ya sub
condicione.
30
Este sacramento debe administrarse a quienes lo hayan pedido al menos de ma-
nera implícita (cf. c. 1006); es decir, cuando se puede presumir que, como cristianos
que son, lo pedirían si tuvieran lucidez. No debe administrarse, en cambio, a quienes
persistan obstinadamente en un pecado grave manifiesto (cf. c. 1007).
Ministro de la unción de los enfermos, a efectos de validez, es todo sacerdote
(obispo o presbítero) y sólo él!Errore di sintassi, (. Por la función de este sacramento,
los requisitos para su administración lícita no son muy estrictos: a) normalmente, los
sacerdotes con cura de almas (párroco, vicario parroquial, capellán de hospital, etc.)
son quienes tienen la obligación y el derecho de administrar la santa unción a los fieles
confiados a su cuidado; b) por una causa razonable, sin embargo, cualquier otro sa-
cerdote puede administrarla «con el consentimiento al menos presunto del sacerdote
al que antes se hace referencia»!Errore di sintassi, «. De ahí que esté permitido a
todo sacerdote llevar consigo el óleo bendito, para administrar el sacramento en caso
de necesidad (cf. c. 1003).
La preciosa colaboración de los fieles no ordenados en el apostolado con los enfermos comporta-
rá, en los momentos más graves, el deber principal de suscitar el deseo de los sacramentos de la pe-
nitencia y de la sagrada unción, y de ayudarles también a prepararse convenientemente. Pero en el
uso de los sacramentales, pondrán especial cuidado en evitar cualquier acción que pueda confundirse
con este sacramento, ligado al de la penitencia y al de la Eucaristía, que solo administra válidamente
el sacerdote (cf. EdM, art. 9).
31