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Examen 2 de Derecho Sacramental

1. El ministro del sacramento de la penitencia: Facultades

La misión confiada por Cristo a los Apóstoles es el anuncio del Reino de Dios y la
predicación del Evangelio con vistas a la conversión (Mc 16,15; Mt 28,1820). La tarde
del día mismo de su Resurrección, cuando es inminente el comienzo de la misión
apostólica, Jesús da a los Apóstoles, por la fuerza del Espíritu Santo, el poder de
reconciliar con Dios y con la Iglesia a los pecadores arrepentidos: «Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,2223). el «ministerio de la reconciliación» (2 Co
5,18), se ha sentido siempre como una tarea pastoral muy relevante, realizada por
obediencia al mandato de Jesús como parte esencial del ministerio sacerdotal.
solamente un Obispo o un presbítero, que juzga y absuelve, atiende y cura en el
nombre de Cristo –, los actos del penitente: la contrición, la confesión y la satisfacción.
El Concilio de Trento declaró que es necesario «de derecho divino confesar todos y
cada uno de los pecados mortales a todo fiel».
- Todos los sacerdotes que tienen la facultad de administrar el sacramento de la
Penitencia, muéstrense siempre y totalmente dispuestos a administrarlo cada
vez que los fieles lo soliciten razonablemente.
- Los Ordinarios del lugar, así como los párrocos y los rectores de iglesias y
santuarios, deben verificar periódicamente que se den de hecho las máximas
facilidades posibles para la confesión de los fieles. Una presencia visible y en
horarios previstos, en sí antes de la MISA.
- todo bautizado tiene que confesarse por lo menos una vez al año.
- En caso de emergencia en algún lugar dentro o fuera de su jurisdicción, el
ministro del sacramento de la penitencia tiene la facultad de confesar y
perdonar.
- En caso de guerra, el ministro tiene la facultad de confesar en grupo y
perdonarlos.
- - todo fiel que desee de corazón el perdón de Dios tiene el derecho que el
ministro le confiese, dado que el fiel se proponga confesarse por lo menos una
vez al mes los pecados mortales y veniales.
- El ministro tiene la facultad de perdonar los pecados e imprimir carácter y darles
una vida nueva al pecador arrepentido.

2. Forma ordinaria de celebrar el sacramento. Actitud y deberes del


confesor
La única forma ordinaria de celebrar el sacramento de la penitencia es aquella
confesión individual e íntegra, con absolución individual; y sólo la imposibilidad física y
moral excusan al penitente de esta confesión (cf. c 960; vide infra: 4, b). Ahora, esta
celebración ordinaria puede seguir dos ritos:
- Rito A: Para reconciliar a un solo penitente
- Rito B: Para reconciliar a varios penitentes mediante la confesión y absolución
individual de cada uno, a la que preceden y siguen unos actos comunitarios.

Actitudes y deberes del confesor: Para esto, el sacerdote debe tener presente lo
siguiente:
- Funge como juez y médico en nombre de Cristo, pues ha sido constituido por
Dios, ministro de justicia y misericordia divina, para que provea al honor de Dios
y de las almas (c 978, 1; cf, Misericordia Dei)
- Debe atenerse fielmente a la doctrina del Magisterio y a las normas dictadas por
la autoridad competente (c 978, 2), pues es ministro de Dios y la Iglesia. De
modo que, debe juzgar objetivamente.
- En ocasiones, el confesor debe interrogar sobre el número, especie y
circunstancias del pecado, si el penitente no los manifiesta espontáneamente,
Esto debe hacerse “con prudencia y discreción, atendiendo a la condición y edad
del penitente; y ha de abstenerse de preguntar sobre el nombre del cómplice” (c
979).
- Si el confesor no duda de la buena disposición del penitente, no debe negarse ni
retrasarse la absolución (cf. c 980). También debe imponerse una satisfacción
saludable y conveniente, según los pecados y la condición del penitente, que
éste tiene la obligación de cumplir (cf. c 981).
- El Vademécum para los confesores (1997), del Pontificio Consejo para la
Familia, indica que el confesor tiene la obligación de advertir a los penitentes
sobre las transgresiones de la ley de Dios graves en sí mismas, y procurar que
deseen la absolución y el perdón del Señor con el propósito de replantear y
corregir su conducta.

3. El supuesto excepcional de las absoluciones colectivas

Esta respuesta está tomada de uno de los documentos que nos dio Roberto, se
llama la función de santificar, como les digo, la otra respuesta me parece mas
simple, ya ustedes pueden decidir cuál tomar.

b) El supuesto excepcional de las absoluciones colectivas:


La confesión individual e íntegra con absolución individual, además de ser la forma
ordinaria de celebrar el sacramento de la penitencia, constituye «el único modo
ordinario por el que un fiel consciente de estar en pecado grave se reconcilia con Dios
y con la Iglesia; solo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo
caso la reconciliación se puede tener también por otros medios» (c. 960). Pero ninguno
de esos otros medios suprime la exigencia divina de la confesión individual (vide supra:
2;4, a).
En efecto, esa exigencia no se suprime en el caso del c. 916, ni en otras excepciones,
como la unción de enfermos a un fiel sensibus destitutus (vide infra: 7), o la absolución
a personas imposibilitadas física o moralmente para hacer una confesión íntegra.
Todos
los penitentes así absueltos, en cuanto salen de la situación que les excusó, están
obligados a confesar todos los pecados graves cometidos después del bautismo de los
que no pudieron acusarse en confesión individual, y de los cuales tengan conciencia
después de un examen diligente (cf. c. 988 § 1; vide supra: 2).
Las absoluciones colectivas (rito C del Ritual) son un medio extraordinario más en el
que, por circunstancias excusantes, solo se suspende la exigencia de la confesión
individual e íntegra hasta el momento en que pueda hacerse.
La disciplina sobre las absoluciones colectivas tiene su origen en unas normas de
carácter excepcional que dio la Santa Sede con motivo de las dos guerras mundiales.
En esas normas se inspiró el Ritual de 1973, que con frecuencia fue incorrectamente
interpretado y aplicado. Las intervenciones posteriores del Magisterio pontificio —en
especial de Juan Pablo II— perfilaron las bases en las que se apoyan los cc. 961-963,
que regulan esta disciplina; y el M.p. Misericordia Dei ha vuelto a recordar todo ello,
precisando algunos aspectos de las normas vigentes, «dado que en algunas regiones
se observa la tendencia al abandono de la confesión personal, junto con el recurso
abusivo a la “absolución general” o “colectiva”, de tal modo que ésta no aparece como
medio extraordinario en situaciones completamente excepcionales».
Según el c. 961, los casos en que el confesor puede administrar una absolución
colectiva se reducen a dos: a) cuando amenace un peligro de muerte, y el sacerdote o
los sacerdotes no tengan tiempo para oír la confesión de cada penitente (han de
concurrir las dos condiciones); y b) cuando haya una necesidad grave; es decir,
cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no haya bastantes confesores
para oír debidamente la confesión de cada uno dentro de un tiempo razonable, de
manera que los penitentes, sin culpa por su parte, se verían privados durante notable
tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. Pero no se considera
suficiente necesidad cuando no se puede disponer de confesores a causa solo de una
gran concurrencia de penitentes, como puede suceder en una gran fiesta o
peregrinación.
El caso de necesidad grave —como explica MD, 4— se refiere a situaciones
objetivamente excepcionales, como las que pueden producirse en territorios de misión
o en comunidades de fieles aisladas (por circunstancias bélicas, meteorológicas, u
otras parecidas), a las que el sacerdote sólo puede llegar una o pocas veces al año. Y
en este caso también son inseparables las dos condiciones requeridas: a) escasez de
confesores para poder dedicar a cada penitente un tiempo razonable, es decir, el
necesario para administrar válida y lícitamente el sacramento, «sin que sea relevante a
este respecto un coloquio pastoral más prolongado, que puede ser pospuesto a
circunstancias más favorables»; y b) que los penitentes, de otro modo, se vieran
privados sin culpa suya, por un notable tiempo (si no hay un peligro inminente de
muerte, no sería prudencial considerar notable un plazo inferior a un mes), de la gracia
sacramental. Por eso, una gran concurrencia de penitentes (en una fiesta solemne o
peregrinación, o por turismo u otras razones parecidas, debidas a la creciente
movilidad de las personas) no constituye, de por sí, suficiente necesidad.
Respecto al supuesto de necesidad grave, corresponde al Obispo diocesano no al
confesor— juzgar si se dan las condiciones requeridas; y él mismo, teniendo en cuenta
los criterios acordados con los demás miembros de la conferencia episcopal, podrá
determinar los casos en los que se verifica esa necesidad (cf. c. 961 § 2; MD, 5).
Por otra parte, para recibir válidamente una absolución colectiva, se requiere que el fiel
no sólo esté debidamente dispuesto (condición de la que no puede tenerse la misma
garantía que en la confesión individual), sino que tenga el propósito de hacer a su
debido tiempo confesión individual de todos los pecados graves que no pudo confesar
en esas circunstancias. Por eso, en la medida de lo posible, ha de instruirse a los fieles
sobre estos requisitos de validez; y antes de la absolución general, incluso en peligro
de muerte, si hay tiempo, se les exhortará a que cada uno haga un acto de contrición
(cf. c. 962).
Puesto que la exigencia divina de la confesión íntegra y personal queda solo
suspendida circunstancialmente (cf. c. 989; vide supra: 2; 4, a), «aquel a quien se le
perdonan pecados graves con una absolución general, debe acercarse a la confesión
individual lo antes posible, en cuanto tenga ocasión, antes de recibir otra absolución
general, de no interponerse causa justa» (c. 963)!Errore di sintassi, NO.

Chicos a mi parecer esta respuesta es mas simple, y muestra todos los casos
sobre la absolución colectiva, la respuesta esta tomada de la carta apostólica
misericordia dei de Juan Pablo II:

4. La absolución a más de un penitente a la vez, sin confesión individual previa,


prevista en el can. 961 del Código de Derecho Canónico, ha ser entendida y aplicada
rectamente a la luz y en el contexto de las normas precedentemente enunciadas. En
efecto, dicha absolución «tiene un carácter de excepcionalidad»

y no puede impartirse «con carácter general a no ser que:


1. 1o amenace un peligro de muerte, y el sacerdote o los sacerdotes no tengan
tiempo para oír la confesión de cada penitente;
2. haya una grave necesidad, es decir, cuando, teniendo en cuenta el número de
los penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente la confesión
de cada uno dentro de un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin
culpa por su parte, se verían privados durante notable tiempo de la gracia
sacramental o de la sagrada comunión; pero no se considera suficiente
necesidad cuando no se puede disponer de confesores a causa sólo de una
gran concurrencia de penitentes, como puede suceder en una gran fiesta o
peregrinación».

Sobre el caso de grave necesidad, se precisa cuanto sigue:

a) Se trata de situaciones que, objetivamente, son excepcionales, como las que pueden
producirse en territorios de misión o en comunidades de fieles aisladas, donde el
sacerdote sólo puede pasar una o pocas veces al año, o cuando lo permitan las
circunstancias bélicas, metereológicas u otras parecidas.
b) Las dos condiciones establecidas en el canon para que se dé la grave necesidad
son inseparables, por lo que nunca es suficiente la sola imposibilidad de confesar
«como conviene» a las personas dentro de «un tiempo razonable» debido a la escasez
de sacerdotes; dicha imposibilidad ha de estar unida al hecho de que, de otro modo, los
penitentes se verían privados por un «notable tiempo», sin culpa suya, de la gracia
sacramental. Así pues, se debe tener presente el conjunto de las circunstancias de los
penitentes y de la diócesis, por lo que se refiere a su organización pastoral y la
posibilidad de acceso de los fieles al sacramento de la Penitencia.
c) La primera condición, la imposibilidad de «oír debidamente la confesión» «dentro de
un tiempo razonable», hace referencia sólo al tiempo razonable requerido para
administrar válida y dignamente el sacramento, sin que sea relevante a este respecto
un coloquio pastoral más prolongado, que puede ser pospuesto a circunstancias más
favorables. Este tiempo razonable y conveniente para oír las confesiones, dependerá
de las posibilidades reales del confesor o confesores y de los penitentes mismos.
d) Sobre la segunda condición, se ha de valorar, según un juicio prudencial, cuánto
deba ser el tiempo de privación de la gracia sacramental para que se verifique una
verdadera imposibilidad según el can. 960, cuando no hay peligro inminente de muerte.
Este juicio no es prudencial si altera el sentido de la imposibilidad física o moral, como
ocurriría, por ejemplo, si se considerara que un tiempo inferior a un mes implicaría
permanecer «un tiempo razonable» con dicha privación.
e) No es admisible crear, o permitir que se creen, situaciones de aparente grave
necesidad, derivadas de la insuficiente administración ordinaria del Sacramento por no
observar las normas antes recordadas (20) y, menos aún, por la opción de los
penitentes en favor de la absolución colectiva, como si se tratara de una posibilidad
normal y equivalente a las dos formas ordinarias descritas en el Ritual.
f) Una gran concurrencia de penitentes no constituye, por sí sola, suficiente necesidad,
no sólo en una fiesta solemne o peregrinación, y ni siquiera por turismo u otras razones
parecidas, debidas a la creciente movilidad de las personas.

5. Juzgar si se dan las condiciones requeridas según el can. 961, § 1, 2o, no


corresponde al confesor, sino al Obispo diocesano, «el cual, teniendo en cuenta los
criterios acordados con los demás miembros de la Conferencia Episcopal, puede
determinar los casos en que se verifica esa necesidad». (21) Estos criterios pastorales
deben ser expresión del deseo de buscar la plena fidelidad, en las circunstancias del
respectivo territorio, a los criterios de fondo expuestos en la disciplina universal de la
Iglesia, los cuales, por lo demás, se fundan en las exigencias que se derivan del
sacramento mismo de la Penitencia en su divina institución.

4. El sigilo sacramental y la tutela de la santidad del sacramento

El sigilo sacramental es absolutamente inviolable, y se extiende a todo lo que el


penitente declara como pecado en orden a obtener la absolución, con independencia
de que la reciba o no, por el motivo que sea. Por tanto el confesor ha de guardar
también la mayor reserva sobre las demás materias tratadas en confesión, para no
hacer odioso el sacramento. Porque el confesor no actúa de modo personal, sino en el
nombre de Cristo, de modo que todo lo que el penitente le manifiesta para ser absuelto
es algo cuyo conocimiento pertenece a Dios.

Can 220. A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que


alguien goza, ni violar el derecho de cada persona a proteger su propia
intimidad.
Can 983. 1. El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente
prohibido al confesor descubrir al penitente por ningún motivo.
Can 990. No se prohíbe a nadie la confesión mediante intérprete, con tal de que
se eviten abusos y escándalos, sin perjuicio de lo que prescribe el Can 983. 2

Si el confesor viola el secreto de confesión directamente, manifestando el pecado oído


en confección incurriría en excomunión latae sententiae reservada a la Sede
Apostólica. Pero si la violación es indirecta del sigilo, por palabras u obras del confesor
de las que pudiera deducirse el pecado debe ser castigada en proporción a su
gravedad, según Las penas expiatorias que se enumeran en el Can 1336
Can 984: 1. Está terminantemente prohibido al confesor hacer uso, con perjuicio
del penitente, de los conocimientos adquiridos en la confesión, aunque no haya
peligro alguno de revelación. 2. Quien está constituido en autoridad no puede en
modo alguno hacer uso, para el gobierno exterior, del conocimiento de pecados
que haya adquirido por confesión en cualquier momento.
Can 985 El maestro de novicios y su asistente y el rector del seminario o de otra
institución educativa no deben oír confesiones sacramentales de sus alumnos
residentes en la misma casa, a no ser que los alumnos lo pidan
espontáneamente en casos particulares
Can 240. 1. el maestro de novicios y su asistente, y el rector del seminario o de
otra institución educativa, no deben oír confesiones sacramentales de sus
alumnos residentes en la misma casa, a no ser que los alumnos lo pidan
espontáneamente en casos particulares 2. Los confesores del seminario no
pueden tomar parte activa en las decisiones acerca de la admisión de los
alumnos a las sagradas órdenes, o de su expulsión del seminario
Can. 977 Fuera de peligro de muerte, es inválida la absolución del cómplice en
un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo.
Can. 1378. 1. El sacerdote que obra contra lo prescrito en el c. 977, incurre en
excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica.
Can. 1387 El sacerdote que, durante la confesión, o con ocasión o pretexto de la
misma, solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento del
Decálogo, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con suspensión o
prohibiciones y en los casos más graves, debe ser expulsado del estado clerical
Can. 1390. 1. Quien denuncia falsamente ante un Superior eclesiástico a un
confesor, por el delito del que se trata en el c. 1385, incurre en entredicho latae
sententiae; y, si es clérigo, también en suspensión

5. La unción de los enfermos

La unción de los enfermos es el sacramento que consuma, en cierto modo, no solo la


penitencia, sino toda la vida cristiana. Este sacramento acaba de conformar a los fieles
«con la muerte y resurrección de Cristo, cómo el bautismo había comenzado a
hacerlo», está diseñado para reconfortar a los atribulados por la enfermedad.
El signo sacramental de la unción de los enfermos es realizado por el sacerdote, en el
rito latino, ungiendo al sujeto en la frente y en las manos con aceite de oliva
debidamente bendecido, o, según las circunstancias, con otro aceite vegetal, y
pronunciando una sola vez estas palabras: «Por esta Santa Unción, y por su
bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que,
libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad»
Los efectos de la gracia especial de la unción de los enfermos son: el consuelo, la paz
y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la
vejez; el perdón de los pecados y el restablecimiento de la salud corporal. (c. 1006)
El sujeto de la unción es el «fiel que, habiendo llegado al uso de razón, comienza a
estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez» (c. 1004)
No debe administrarse a quienes persistan obstinadamente en un pecado grave
manifiesto (c. 1007)
El ministro de la unción es todo sacerdote (obispo o presbitero) y solo él. Los requisitos
no son muy estrictos: los parrocos con cura de almas son quienes tienen la obligación y
el derecho de administrar la santa unción; por causa razonable, cualquier otro
sacerdote puede administrarla con permiso del sacerdote antes mencionado. De ahí
que todo sacerdote debe cargar consigo el óleo santo para administrar el sacramento
en caso de necesidad (c. 1003)

6. Sujeto del sacramento del orden: Condiciones de validez y


condiciones de licitud

a) condición de validez
La validez de la ordenación exige dos condiciones de capacidad: ser varón y estar
bautizado (cf. C.1024)
● La necesidad de ser varón para recibir el sacramento del orden ha sido una
doctrina constante y universal en la iglesia (cf. CCE 1577)
● La Carta Ap. ordinatio sacerdotalis (22.V.1994) en la que Juan Pablo II
afirmó que esta doctrina debe ser considerada definitiva (vide XX, 6) “la
iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la orden sacerdotal
a las mujeres”

● La otra condición es estar válidamente bautizado (vide XXIV.3)


También es necesario para la validez de la ordenación
- Sujeto tenga intención al menos habitual de recibir el sacramento
- No sería válida la ordenación si el sujeto tuviera una voluntad contraria a su
recepción una ordenación simulada o fingida sería una ordenación nula (cf. C.
125 1)
b) condición de licitud
Referente al sujeto, para su ordenación de presbítero o de diácono, están resumidas en
c.1025 1
a) Reunir las debidas cualidades, corresponde valorar al obispo propio o al
superior competente
b) No estar afectado por ninguna irregularidad o impedimento
c) Que se hayan cumplido los requisitos previos de la ordenación (cc. 1033-
1039) que tenga la documentación c. 1050 escrutinio prescrito en el c.1051
La verificación de todas las condiciones realizada en cada caso conforme a derecho
corresponderá al Obispo propia o al superior mayor competente quien debe comprobar
su autenticidad
“nadie tiene derecho a recibir el sacramento del Orden, al sacramento se el llamado por
Dios”
“Sea considerado útil para el ministerio de la iglesia”

7. Sujeto del sacramento del orden: Condiciones del ordenando

La libertad para recibir las órdenes sagradas: es un requisito fundamental que


deriva del derecho del fiel a elegir su estado en la Iglesia sin coacción. Nadie puede ser
obligado a recibir las órdenes, y está prohibido apartar a un candidato idóneo de la
ordenación. c 1026
La prescripción del canon 1038: establece que a un diácono que rechaza recibir el
presbiterado no se le puede prohibir ejercer su ministerio a menos que esté afectado
por un impedimento o por otra causa grave. Esto protege la libertad del diácono en su
decisión de recibir o no el presbiterado.
Si la coacción o la presión anulan la voluntad de una persona al recibir las órdenes o si
la ordenación se simula sin la intención de recibir el sacramento, esta sería inválida. c.
1029
Derecho de manifestar su deseo de ser ordenados: Los pastores tienen la
responsabilidad de escuchar y considerar ese deseo, siempre y cuando se cumplan las
condiciones personales requeridas. c.1030
Tanto el individuo como de la Iglesia y los responsables de su formación; Esta
preparación incluye el conocimiento de la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento, la
forma correcta de recibirlo y las obligaciones asociadas con la ordenación. c. 1032
La idoneidad personal del candidato: es un requisito importante que debe ser
evaluado por el obispo o el superior competente. Esto incluye cualidades como la fe
íntegra, la recta intención, el conocimiento adecuado, la buena reputación y las virtudes
probadas, así como otras cualidades físicas y psíquicas congruentes con el orden que
se va a recibir. c.1050
El discernimiento de la idoneidad: Se basa en un juicio prudente realizado por la
autoridad competente, que debe conocer directamente al candidato y tener en cuenta
informes y testimonios sobre él. No es suficiente que no haya evidencia en contra, se
requiere una certeza moral fundada en argumentos positivos. c. 1051
La edad y madurez para recibir las órdenes sagradas: Los límites de edad aseguran
que los candidatos tengan la madurez suficiente para abrazar su vocación y cumplir
con las responsabilidades del ministerio. Las conferencias episcopales pueden
establecer edades mayores en ciertas circunstancias. c. 1031
El nivel de conocimiento requerido: se presume una vez que se han completado los
estudios requeridos por el Derecho canónico. Los requisitos específicos de
conocimiento varían según el grado de las órdenes sagradas y el tipo de diaconado. c.
1032

8. Sujeto del sacramento del orden: Irregularidades e impedimentos


para recibir o ejercer el sacramento del orden.

Para la licitud de la ordenación es necesario no estar afectado por ninguno de los


impedimentos e irregularidades de los que se habla en los cc. 1040-1049.
Las irregularidades son impedimentos de carácter perpetuo, a diferencia de los
impedimentos simples, que cesan si desaparece su causa. Ambos tipos de
impedimentos están basados en circunstancias objetivas del sujeto, enumeradas
taxativamente (constituyen un numerus clausus), que impiden su ordenación lícita (cc.
1041 y 1042) o el ejercicio del orden recibido (c. 1044).

Son irregulares para recibir las órdenes, p. ej.: quien padece alguna forma de amencia
u otra enfermedad psíquica que, según el parecer de los peritos, incapacita para
desempeñar rectamente el ministerio; quien haya cometido el delito de herejía,
apostasía o cisma; quien haya cometido homicidio voluntario o procurado un aborto
que se haya verificado efectiva. mente, o cooperado positivamente en él, y quien haya
intentado suicidarse. Y son irregulares para ejercer las órdenes recibidas, p. ej., quien
ha sido ordenado con una de las irregularidades mencionadas. Están simplemente
impedidos para recibir órdenes, p. ej., el varón casado, a no ser que sea legítimamente
destinado al diaconado permanente; o el neófito. Y es tán simplemente impedidos para
ejercer las órdenes recibidas (aunque tampoco deben recibir nuevas órdenes), p. ej.,
quien las recibió ilegítimamente, por tener un impedimento, y quien sufre de una
amnesia u otra enfermedad psíquica como la indicada más arriba, mientras el Ordinario
no le permita el ejercicio del orden, habiendo consultado a un experto.

Los fieles están obligados a manifestar al Ordinario o al párroco, antes de la


ordenación, cualquier impedimento o irregularidad de que tengan noticia (cf. c.
1043). El Ordinario puede dispensar de aquellos cuya dispensa no esté
reservada a la Sede Apostólica (cf. c. 1047).

En resumen más detallado del texto sobre las irregularidades e impedimentos para
recibir o ejercer órdenes en la Iglesia Católica:
1. Requisitos para la Ordenación: La ordenación en la Iglesia Católica debe cumplir
con ciertos requisitos legales para ser considerada válida y lícita.
2. Impedimentos y Regularidades: Los requisitos se relacionan con la ausencia de
impedimentos y regularidades, que son categorías legales específicas. Las
irregularidades son impedimentos
3. Circunstancias Objetivas: Estos impedimentos se basan en circunstancias
objetivas que están enumeradas de manera específica en los cánones 1040-1049. Esto
significa que no hay margen para interpretación o flexibilidad en cuanto a lo que
constituye un impedimento.
4. Ejemplos de Impedimentos para Recibir Órdenes:
- Quienes sufren de enfermedades psíquicas que les incapacitan para
desempeñar adecuadamente el ministerio.
- Quienes han cometido delitos graves como herejía, apostasía, cisma, homicidio
voluntario, aborto o intento de suicidio.
5. Impedimentos para Ejercer Órdenes Recibidas: Algunas personas pueden haber
recibido órdenes, pero debido a ciertas irregularidades, no se les permite ejercer esas
órdenes.
6. Impedimentos simples: Además de las irregularidades, existen impedimentos
simples que no son permanentes. Por ejemplo, los hombres casados generalmente no
pueden ser ordenados, a menos que estén destinados al diaconado permanente.
7. Obligación de Informar: Los fieles tienen la responsabilidad de informar al
Ordinario o al párroco sobre cualquier impedimento o irregularidad que tengan
conocimiento antes de la ordenación. Esto es importante para garantizar que la
ordenación cumpla con los requisitos legales.
8. Dispensas: El Ordinario tiene la facultad de otorgar dispensas para algunos
impedimentos, siempre y cuando dichas dispensas no estén reservadas a la Sede
Apostólica. Esto permite cierta flexibilidad en casos específicos.

Este ofrece un resumen una visión más detallada de los conceptos y las regulaciones
relacionadas con las irregularidades e impedimentos en el contexto de la ordenación en
la Iglesia Católica.

9. Las normas sobre la penitencia de Misericordia Dei de 2002

La celebración del sacramento de la Penitencia ha tenido en el curso de los siglos un


desarrollo que ha asumido diversas formas expresivas , conservando siempre, sin
embargo, la misma estructura fundamental , que comprende necesariamente , además
de la intervención del ministro - solamente un Obispo o un presbítero , que juzga y
absuelve , atiende y cura en el nombre de Cristo- , los actos del penitente : la
contrición, la confesión y la satisfacción .
La Iglesia ha visto siempre un nexo esencial entre el juicio confiado a los sacerdotes en
este Sacramento y la necesidad de que los penitentes manifiesten sus propios
pecados, excepto en caso de imposibilidad. Por lo tanto, la confesión completa de los
pecados graves, siendo por institución divina parte constitutiva del Sacramento, en
modo alguno puede quedar confiada al libre juicio de los Pastores.

Así, en esta Carta Apostólica se dispone lo siguiente:

1. Los Ordinarios han de recordar a todos los ministros del sacramento de la Penitencia
que la ley universal de la Iglesia ha reiterado, en aplicación de la doctrina católica sobre
este punto , que:
a ) « La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo
ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia
con Dios y con la Iglesia ; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa
confesión , en cuyo caso la reconciliación se puede conseguir también por otros
medios».
b) Por tanto,« todos los que , por su oficio , tienen encomendada la cura de
almas , están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les
están encomendados y que lo piden razonablemente; y que se les dé la
oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas
que les resulten considerables».

2. Los Ordinarios del lugar, así como los párrocos y los rectores de iglesias y
santuarios, deben verificar periódicamente que se den de hecho las máximas
facilidades posibles para la confesión de los fieles. En particular, se recomienda la
presencia visible de los confesores en los lugares de culto durante los horarios
previstos, la adecuación de estos horarios a la situación real de los penitentes y la
especial disponibilidad para confesar antes de las Misas y también, para atender a
las necesidades de los fieles, durante la celebración de la Santa Misa, si hay otros
sacerdotes disponibles.

3. Dado que «el fiel está obligado a confesar según su especie y número todos los
pecados graves cometidos después del Bautismo y aún no perdonados por la
potestad de las llaves de la Iglesia ni acusados en la confesión individual, de los
cuales tenga conciencia después de un examen diligente»(16), se reprueba
cualquier uso que restrinja la confesión a una acusación genérica o limitada a sólo
uno o más pecados considerados más significativos. Por otro lado, teniendo en
cuenta la vocación de todos los fieles a la santidad, se les recomienda confesar
también los pecados veniales.

4. La absolución a más de un penitente a la vez, sin confesión individual previa,


prevista en el can. 961 del Código de Derecho Canónico, ha ser entendida y
aplicada rectamente a la luz y en el contexto de las normas precedentemente
enunciadas. En efecto, dicha absolución «tiene un carácter de excepcionalidad» y
no puede impartirse «con carácter general a no ser que:

1º amenace un peligro de muerte, y el sacerdote o los sacerdotes no tengan


tiempo para oír la confesión de cada penitente;

2º haya una grave necesidad, es decir, cuando, teniendo en cuenta el


número de los penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente
la confesión de cada uno dentro de un tiempo razonable, de manera que los
penitentes, sin culpa por su parte, se verían privados durante notable tiempo
de la gracia sacramental o de la sagrada comunión; pero no se considera
suficiente necesidad cuando no se puede disponer de confesores a causa sólo
de una gran concurrencia de penitentes, como puede suceder en una gran
fiesta o peregrinación».

Sobre el caso de grave necesidad, se precisa cuanto sigue:

a) Se trata de situaciones que, objetivamente, son excepcionales, como las


que pueden producirse en territorios de misión o en comunidades de fieles
aisladas, donde el sacerdote sólo puede pasar una o pocas veces al año, o
cuando lo permitan las circunstancias bélicas, meteorológicas u otras
parecidas.

b) Las dos condiciones establecidas en el canon para que se dé la grave


necesidad son inseparables, por lo que nunca es suficiente la sola
imposibilidad de confesar «como conviene» a las personas dentro de «un
tiempo razonable» debido a la escasez de sacerdotes; dicha imposibilidad ha
de estar unida al hecho de que, de otro modo, los penitentes se verían
privados por un «notable tiempo», sin culpa suya, de la gracia sacramental.
Así pues, se debe tener presente el conjunto de las circunstancias de los
penitentes y de la diócesis, por lo que se refiere a su organización pastoral y
la posibilidad de acceso de los fieles al sacramento de la Penitencia.

c) La primera condición, la imposibilidad de «oír debidamente la confesión»


«dentro de un tiempo razonable», hace referencia sólo al tiempo razonable
requerido para administrar válida y dignamente el sacramento, sin que sea
relevante a este respecto un coloquio pastoral más prolongado, que puede
ser pospuesto a circunstancias más favorables. Este tiempo razonable y
conveniente para oír las confesiones, dependerá de las posibilidades reales
del confesor o confesores y de los penitentes mismos.

d) Sobre la segunda condición, se ha de valorar, según un juicio prudencial,


cuánto deba ser el tiempo de privación de la gracia sacramental para que se
verifique una verdadera imposibilidad según el can. 960, cuando no hay
peligro inminente de muerte. Este juicio no es prudencial si altera el sentido
de la imposibilidad física o moral, como ocurriría, por ejemplo, si se
considerara que un tiempo inferior a un mes implicaría permanecer «un
tiempo razonable» con dicha privación.

e) No es admisible crear, o permitir que se creen, situaciones de aparente


grave necesidad, derivadas de la insuficiente administración ordinaria del
Sacramento por no observar las normas antes recordadas(20) y, menos aún,
por la opción de los penitentes en favor de la absolución colectiva, como si se
tratara de una posibilidad normal y equivalente a las dos formas ordinarias
descritas en el Ritual.

f) Una gran concurrencia de penitentes no constituye, por sí sola, suficiente


necesidad, no sólo en una fiesta solemne o peregrinación, y ni siquiera por
turismo u otras razones parecidas, debidas a la creciente movilidad de las
personas.

5. Juzgar si se dan las condiciones requeridas según el can. 961, § 1, 2º, no


corresponde al confesor, sino al Obispo diocesano, «el cual, teniendo en cuenta los
criterios acordados con los demás miembros de la Conferencia Episcopal, puede
determinar los casos en que se verifica esa necesidad». Estos criterios pastorales
deben ser expresión del deseo de buscar la plena fidelidad, en las circunstancias del
respectivo territorio, a los criterios de fondo expuestos en la disciplina universal de
la Iglesia, los cuales, por lo demás, se fundan en las exigencias que se derivan del
sacramento mismo de la Penitencia en su divina institución.

6. Siendo de importancia fundamental, en una materia tan esencial para la vida de


la Iglesia, la total armonía entre los diversos Episcopados del mundo, las
Conferencias Episcopales, según lo dispuesto en el can. 455, §2 del C.I.C., enviarán
cuanto antes a la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los
sacramentos el texto de las normas que piensan emanar o actualizar, a la luz del
presente Motu proprio, sobre la aplicación del can. 961 del C.I.C. Esto favorecerá
una mayor comunión entre los Obispos de toda la Iglesia, impulsando por doquier a
los fieles a acercarse con provecho a las fuentes de la misericordia divina, siempre
rebosantes en el sacramento de la Reconciliación.

Desde esta perspectiva de comunión será también oportuno que los Obispos
diocesanos informen a las respectivas Conferencias Episcopales acerca de si se dan
o no, en el ámbito de su jurisdicción, casos de grave necesidad. Será además deber
de las Conferencias Episcopales informar a la mencionada Congregación acerca de
la situación de hecho existente en su territorio y sobre los eventuales cambios que
después se produzcan.
7. Por lo que se refiere a las disposiciones personales de los penitentes, se recuerda
que:
a) « Para que un fiel reciba válidamente la absolución sacramental dada a varios
a la vez, se requiere no sólo que esté debidamente dispuesto , sino que se
proponga a la vez hacer en su debido tiempo confesión individual de todos los
pecados graves que en las circunstancias presentes no ha podido confesar de
ese modo».

b) En la medida de lo posible, incluso en el caso de inminente peligro de


muerte, se exhorte antes a los fieles «a que cada uno haga un acto de
contrición».

c) Está claro que no pueden recibir válidamente la absolución los penitentes


que viven habitualmente en estado de pecado grave y no tienen intención de
cambiar su situación.

8. Quedando a salvo la obligación de «confesar fielmente sus pecados graves al


menos una vez al año», «aquel a quien se le perdonan los pecados graves con una
absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible, en
cuanto tenga ocasión, antes de recibir otra absolución general, de no interponerse
una causa justa».

9. Sobre el lugar y la sede para la celebración del Sacramento, téngase presente que:

a) «El lugar propio para oír confesiones es una iglesia u oratorio», siendo claro
que razones de orden pastoral pueden justificar la celebración del sacramento
en lugares de versos.

b) las normas sobre la sede para la confesión son dadas por las respectivas
Conferencias Episcopales, las cuales han de garantizar que están situadas en
«lugar patente» y esté «provista de rejillas» de modo que puedan utilizar las
fieles y los confesores mismos que lo deseen.

10. Que dice el decreto Moss Lugiter sobre los estipendios de las
misas de difuntos

Este decreto fue publicado el 22 de febrero de 1991 acerca de los estipendios en la


Misa. En su motu proprio el Papa Pablo VI menciona que los fieles quieren participar de
la Eucaristía de manera más personal, por eso contribuyen a las necesidades y
sostenimiento de la Iglesia y sus ministros (AAS 66[1974], 308). No se debe usar el
augusto sacramento para lucrar o para la simonía. La Santa Sede vigila esta tradición e
interviene cuando se dan situaciones causadas por factores sociales y culturales, para
prevenir o corregir cualquier abuso si es necesario (CIC canon: 947 y 1385).

El tema de las Misas colectivas a suscitado una intervención y aclaramiento de la Santa


sede, que expresa enfáticamente que, no es de justicia que las intenciones particulares
de cada fiel que se acercó a solicitar la santa Misa, sea puesta en una sola Misa (que
es la llamada Misa “colectiva). Se tiene que respetar la intención del donante, en este
caso el que da el estipendio para tal propósito. Como consecuencia de este
acaparamiento de intenciones, se priva a otros ministros de sustentarse de los
estipendios acumulados por otro; y que también son el sustento de Iglesias y misiones
apostólicas. Sumado al agotamiento del pueblo cristiano en su consciencia y
motivación para tales fines.

La Congregación para el clero respondió a esta situación con los siguientes artículos
del presente documento:

Art. 1.1: Canon 948: «misas distintas según las intenciones de aquellos por los cuales
el estipendio dado, aunque exiguo, ha sido aceptado». Así se entiende que, el
sacerdote que acepte un estipendio por una intención particular, sea la cantidad que
fuere, está obligado a satisfacer la intención (Canon 949). Si no puede él mismo,
deberá nombrar a otro que la realice. (Canon: 954-955).
Art. 1.2: Quienes no respeten esta norma asume la responsabilidad moral por el
ejercicio del recogimiento y acumulamiento de estipendios para ofrecer una sola Misa.
Pues, contraviene lo dicho en el punto 1 del artículo.
Art 2.1-2: Cuando se haya asumido este compromiso por parte de un presbítero, este
debe hacer pública el día, fecha y hora de la Misa, y no celebrarla más de dos veces a
la semana.
Art 2.3: Cuando la diócesis detecte este uso inapropiado del estipendio, lo tomará en
cuenta, pues es una excepción a la ley canónica. Pero si se extiende su uso será
tomada como abuso, que repercute en la esta antiquísima costumbre saludable para
los fieles y la Iglesia.
Art 3.1: Es lícito retener solo la limosna establecida en la diócesis (Canon: 950).
Art 3.2: Lo excedente de la limosna será consignada al ordinario del lugar, que lo
destinará a los fines establecidos (Canon. 946).
Art 4: Especialmente en los santuarios y lugares de peregrinación, los rectores deben
vigilar que se cumpla lo establecido en los canones 954-956, y lo que dice este
documento.
Art 5.1: Los sacerdotes que recibieron el estipendio y no puedan cumplir con la Misa
particular en el plazo de un año (Canon 953), deben transmitirlo a otro o al ordinario
(canon 956).
Art 6: Es obligación del ordinario diocesano, dar a conocer prontamente, y hacer
cumplir estas disposiciones. Tanto para el clero como para los religiosos.
Art 7: Instruir a los fieles en la materia por medio de una catequesis específica. Que se
muestra en los siguientes puntos: a) Significado teológico del estipendio al sacerdote.
b) Importancia asética de la limosna en la vida cristiana. c) Participación de todos en
los bienes.

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