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sión: en este caso es la pulsión sexual; en el caso del ham-

bre, la pulsión de nutrición. Otros conceptos, como excita-


ción sexual y satisfacción, no necesitan que se los elucide.
En cuanto a las prácticas sexuales del lactante, son casi siem-
pre materia de interpretación; ustedes mismos lo advertirán
con facilidad o, quizá, sacarán partido de ese hecho para for-
mular una objeción. Tales interpretaciones se obtienen sobre
la base de las indagaciones analíticas en la medida en que el
síntoma es rastreado hacia atrás. Las primeras mociones de
la sexualidad aparecen en el lactante apuntaladas en otras fun-
ciones importantes para la vida. Su principal interés está
dirigido, como ustedes saben, a la recepción de alimento;
cuando se adormece luego de haberse saciado en el pecho,
expresa una satisfacción beatífica, lo cual se repetirá más
tarde tras la vivencia del orgasmo sexual. Esto sería dema-
siado poco para fundar una conclusión. Pero observamos que
el lactante quiere repetir la acción de recepción de alimento
sin pedir que se le vuelva a dar este; por tanto, no está bajo
la impulsión del hambre. Decimos que chupetea,* y el hecho
de que con esta nueva acción también se adormezca con ex-
presión beatífica nos muestra que, en sí y por sí, ella le
ha dado satisfacción. Como es bien sabido, pronto adopta
el hábito de no adormecerse sin haber chupeteado. El pri-
mero en sostener que esta práctica es de naturaleza sexual
fue un viejo pediatra de Budapest, el doctor Lindner [ 1879].
Las personas encargadas de la crianza de los niños, ajenas a
la intención de tomar partido en materia de teoría, parecen
formarse una idea parecida. No dudan de que el chupeteo
sirve sólo a una ganancia de placer, lo cuentan entre las ma-
las costumbres del niño, a que él debe renunciar; cuando no
quiere hacerlo por sí solo, lo obligan provocándole impre-
siones penosas. Así nos enteramos de que el lactante ejecuta
acciones cuyo único propósito es la ganancia de placer. So-
mos de la opinión de que primero vivencia ese placer a raíz
de la recepción de alimento, pero que pronto aprende a se-
pararlo de esa condición. Sólo a la excitación de la zona de
la boca y de los labios podemos referir esa ganancia de pla-
cer; llamamos zonas erógenas a estas partes del cuerpo y de-
signamos como sexual al placer alcanzado mediante el chu-
peteo. Sin duda, todavía tenemos que someter a examen nues-
tra justificación para darle este nombre.

_ * {Freud emplea aquí dos términos coloquiales de difícil traduc-


ción, iJutschen» y «ludeln»; Strachey los tradujo al inglés por la
expresión «sensual sucking», que literalmente sería tanto «mamada
SMisual» como «chupada sensual» (to suck es «mamar» y «chupar»),
diferenciándola de «nutritive sucking» o «mamada» para procurarse
alimento. (Cf. págs. 299-300.) En nuestra traducción, debe enten-
derse que el «chupeteo» incluye siempre el componente erótico-}

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Si el lactante pudiera hablar, sin duda reconocería que el
acto de mamar del pecho materno es de lejos el más impor-
tante en su vida. Y no andaría errado, pues con él satisface
al mismo tiempo las dos grandes necesidades vitales. Y des-
pués nos enteramos por el psicoanálisis, no sin sorpresa, de
la enorme importancia psíquica que este acto conserva du-
rante toda la existencia. El mamar del pedho materno pasa
a ser el punto de partida de toda la vida sexual, el modelo
inalcanzado de toda satisfacción sexual posterior, al cual la
fantasía suele revertir en momentos de apremio. Incluye el
pecho materno como primer objeto de la pulsión sexual;
no puedo darles una idea de la importancia de este primer
objeto para todo hallazgo posterior de objeto, ni de los pro-
fundos efectos que, en sus mudanzas y sustituciones, sigue
ejerciendo sobre los más distantes ámbitos de nuestra vida
anímica. Pero diré que primero es resignado por el lactante
en la actividad del chupeteo, y sustituido por una parte del
cuerpo propio. El niño se chupa el pulgar, chupa su propia
lengua. Por esa vía se independiza del mundo exterior en
cuanto a la ganancia de placer, y además le suma la excita-
ción de una segunda zona del cuerpo. No todas las zonas
erógenas son igualmente generosas; por eso es una vivencia
importante para el niño, según nos informa Lindner, descu-
brir en las exploraciones de su cuerpo propio sus zonas ge-
nitales particularmente excitables, con lo cual halla el ca-
mino que va del chupeteo al onanismo.
Tras la consideración del chupeteo tomamos conocimien-
to ya de dos caracteres decisivos de la sexualidad infantil.
Esta aparece apuntalándose en la satisfacción de las grandes
necesidades orgánicas y se comporta de manera autoerótica,
es decir, busca y encuentra sus objetos en el cuerpo propio.
Lo que se ha mostrado de la manera más nítida a raíz de la
recepción de alimento, se repite en parte respecto de las
excreciones. Inferimos que el lactante tiene sensaciones pla-
centeras cuando vacía su vejiga y sus intestinos, y después
organiza estas acciones de tal manera que le procuren la má-
xima ganancia de placer posible mediante las correspondien-
tes excitaciones de las zonas erógenas de la mucosa. En este
punto, como lo señaló la sutil Lou Andreas-Salomé [1916],
el mundo exterior se le enfrenta por primera vez como un
poder inhibidor, hostil a sus aspiraciones de placer, y así
vislumbra las luchas externas e internas que librará después.
No debe expeler sus excrementos cuando a él le da la gana,
sino cuando otras personas lo determinan. Para moverlo a
renunciar a estas fuentes de placer, se le declara qué todo lo
que atañe a estas funciones es indecente y está destinado a
mantenerse en secreto. En este momento, por primera vez,

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huellas que esta fase oral primitiva deja en la vida sexual
posterior.
Puedo suponer, señores, que estas últimas comunicaciones
mías sobre las organizaciones sexuales les han traído más
confusión que esclarecimiento. Quizás otra vez he entrado
demasiado en los detalles. Pero tengan paciencia; lo que han
oído les resultará valioso cuando más tarde lo apliquemos.
Por ahora retengan esta impresión: que la vida sexual —^lo
que llamamos la función hbidinal— no emerge como algo
acabado, tampoco crece semejante a sí misma, sino que re-
corre una serie de fases sucesivas que no presentan el mismo
aspecto; es, por tanto, un desarrollo retomado varias veces,
como el que va de la crisálida a la mariposa. El punto de
viraje de ese desarrollo es la subordinación de todas las pul-
siones parciales bajo el primado de los genitales y, con este,
el sometimiento de la sexualidad a la función de la repro-
ducción. Antes de ello, hay por así decir una vida sexual des-
compaginada, una práctica autónoma de las diversas pulsio-
nes parciales que aspiran a un placer de órgano. Esta anar-
quía se atempera por unos esbozos de organizaciones «pre-
genitales», primero la fase sádico-anal y, más atrás, la oral,
quizá la más primitiva. A esto se suman los diversos proce-
sos, no conocidos con precisión todavía, que conducen desde
una etapa de organización a la que le sigue inmediatamente,
de nivel más alto. En otra oportunidad * averiguaremos la
importancia que para la intelección de las neurosis tiene el
hecho de que la libido recorra un camino de desarrollo tan
largo y accidentado.

Hoy estudiaremos otro aspecto de este desarrollo, a saber,


el vínculo de las pulsiones sexuales parciales con el objeto.
Más bien, trazaremos un somero panorama de este desarrollo
y nos detendremos en un resultado bastante tardío de él.
Decíamos que algunos de los componentes de la pulsión se-
xual tienen desde el principio un objeto y lo retienen, como
la pulsión de apoderamiento (sadismo) y las pulsiones de
ver y de saber. Otras, más claramente anudadas a determi-
nadas zonas del cuerpo, lo tienen sólo al comienzo, mientras
todavía se apuntalan en las funciones no sexuales [cf. pág.
286], y lo resignan cuando se desligan de estas. Así, el
primer objeto de los componentes orales de la pulsión se-
xual es el pecho materno, que satisface la necesidad de nu-
trición del lactante. En el acto del chupeteo se vuelven
autónomos los componentes eróticos que se satisfacen jun-

[En la conferencia siguiente.]

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tamente al mamar; el objeto se abandona y se sustituye por
un lugar del cuerpo propio. La pulsión oral se vuelve auto-
erótica, como desde el comienzo lo son las pulsiones anales
y las otras pulsiones erógenas. El resto del desarrollo tiene,
expuesto de la manera más sucinta, dos metas: en primer
lugar, abandonar el áutoerotismo, permutar de nuevo el ob-
jeto situado en el cuerpo propio por un objeto ajeno; en
segundo lugar, unificar los diferentes objetos de las pulsio-
nes singulares, sustituirlos por un objeto único. Esto sólo
puede lograrse, desde luego, cuando dicho objeto único esi
a su vez un cuerpo total, parecido al propio. Tampoco pue-
de consumarse sin que cierto número de las mociones pul-
sionales autoeróticas se releguen por inutilizables.
Los procesos del hallazgo de objeto son bastante enreda-
dos, y todavía no han sido expuestos de manera panorámica.
Destaquemos, para nuestros propósitos, lo siguiente: cuando
en la infancia, antes de que advenga el período de latencia,
el proceso ha alcanzado un cierto cierre, el objeto hallado
resulta ser casi idéntico al primer objeto de la pulsión pla-
centera oral, ganado por apuntalamiento [en la pulsión de
nutrición].^ Es, si no el pecho materno, al menos la m?dre.
Llamamos a la madre el primer objeto de amor. De amor
hablamos, en efecto, cuando traemos al primer plano el as-
pecto anímico de las aspiraciones sexuales y empujamos al
segundo plano, o queremos olvidar por un momento, los re-
querimientos pulsionales de carácter corporal o «sensual»
que están en la base. Para la época en que la madre deviene
objeto de amor ya ha empezado en el niño el trabajo psí-
quico de la represión, que sustrae de su saber el conoci-
miento de una parte de sus metas sexuales. Ahora bien, a
esta elección de la madre como objeto de amor se anuda todo
lo que en el esclarecimiento psicoanalítico de las neurosis ha
adquirido importancia tan grande bajo el nombre del «com-
plejo de Edipo» y que ha tenido no poca participación en la
resistencia contra el psicoanálisis.*
Escuchen una pequeña historia que ocurrió en el curso de
esta guerra: Uno de los más empeñosos discípulos del psi-
coanálisis se encuentra en calidad de médico en el frente
alemán, en algún lugar de Polonia, y despierta la atención
de sus colegas por haber obtenido un éxito inesperado con
' [Esto es desarrollado en la 26' conferencia, pág. 388.]
* [C£. 15,_ pág. 189. La primera mención del complejo de Edipo
en una publicación de Freud fue la que figura en La interpretación
de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 269-74, aunque ya lo había ex-
puesto antes en una carto a Fliess del 15 de octubre de 1897 (1950a,
Carta 71). En realidad, la expresión «complejo de Edipo» fue intro-
ducida mucho después, en «Sobre un tipo particular de elección
de objeto en el hombre» (1910*), AE, 11, pág. 164.]

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viosas posteriores de la médula espinal de un pequeño pez,
de conformación muy arcaica todavía.^ Hallé que las fibras
nerviosas de estas raíces tenían su origen en grandes células
situadas en el a^ta posterior de la sustancia gris, lo que no
sucede en otros vertebrados. Pero enseguida descubrí que
tales células nerviosas estaban presentes, fuera de la sustan-
cia gris, en todo el trayecto que va hasta el llamado ganglio
espinal de la raíz posterior; y de ahí deduje que las células
de estas masas de ganglios habían migrado desde la médula
espinal hasta las raíces de los nervios. Esto es lo que enseña
también la historia evolutiva; pero en este pequeño pez toda
la vía de la migración se manifestaba por unas células re-
trasadas.^
Si estudian más a fondo estas comparaciones, no les resul-
tará difícil pesquisar sus puntos débiles. Por eso iremos a
una formulación directa: Juzgamos posible, respecto de cada
aspiración sexual separada, que partes de ella queden retra-
sadas en estadios anteriores del desarrollo, por más que otras
puedan haber alcanzado la meta última. Advierten ustedes
que nos representamos a cada una de estas aspiraciones como
una corriente continuada desde el comienzo de la vida, que
descomponemos, en cierta medida artificialmente, en oleadas
separadas y sucesivas. Es justa la impresión de ustedes en
cuanto a que estas representaciones han menester de ulterior
aclaración. Pero ese intento nos llevaría demasiado lejos. Per-
mítanme añadir todavía que una demora así de una aspira-
ción parcial en una etapa anterior debe llamarse fijación (a
saber, de la pulsión).
El segundo peligro de un desarrollo como este, que pro-
cede por etapas, reside en que fácilmente las partes que ya
han avanzado pueden revertir, en un movimiento de retro-
ceso, hasta una de esas etapas anteriores; a esto lo llamamos
regresión. La aspiración se verá impelida a una regresión de
esta índole cuando el ejercicio de su función, y por tanto el
logro de su meta de satisfacción, tropiece con fuertes obs-
táculos externos en la forma más tardía o de nivel evolutivo
superior. Aquí se nos presenta la conjetura de que fijación y
regresión no son independientes entre sí. Mientras más fuer-
tes sean las fijaciones en la vía evolutiva, tanto más la fun-
ción esquivará las dificultades externas mediante una re-
gresión hasta aquellas fijaciones, y la función desarrollada
mostrará una resistencia tanto menor frente a los obstáculos
externos que se oponen a su decurso. Consideren esto: si un

1 [El amocetes, larva de la lamprea de río.]


2 [Freud resume aquí los hallazgos de sus dos primeros trabajos
(1877<í y 1878a). Una síntesis anterior (18976, n»«- II y III) se
incluye en AE, 3, págs. 223-5.]

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ees a un nuevo esfuerzo a masturbarse, que reaparecerá in-
coercible y del cual no osará quejarse. En los años en que
como mujer está destinada a gustarle a un hombre, estallará
en ella la neurosis, que le tronchará el matrimonio y sus es-
peranzas en la vida. Si por medio del análisis se logra pe-
netrar en esta neurosis, se demostrará que esta muchacha
bien educada, inteligente y de elevadas aspiraciones ha repri-
mido por completo sus mociones sexuales, pero estas, incon-
cientes para ella, permanecen adheridas a las mezquinas vi-
vencias que tuvo con su amiguita de juegos.
La diferencia entre los dos destinos, a pesar de ser igual la
vivencia, se debe a que el yo de una ha experimentado un
desarrollo no iniciado en el de la otra. A la hija del portero,
la práctica sexual le parecerá más tarde tan natural y tan sin
reparos como en la infancia. La hija del propietario ha expe-
rimentado la influencia de la educación y aceptado sus exi-
gencias. A partir de las incitaciones que se le presentaron,
su yo ha formado ideales de pureza y de austeridad feme-
ninas con los cuales la práctica sexual no es conciliable; su
formación intelectual ha rebajado su interés por el papel
femenino a que está destinada. En virtud de este desarrollo
de su yo, más elevado en lo moral y lo intelectual, ha caído
en conflicto con los requerimientos de su sexualidad.

Todavía quiero demorarme hoy en un segundo punto


relativo al desarrollo del yo; me interesa tanto por ciertos
vastos panoramas que abre, cuanto por el hecho de que lo
que sigue permite justificar nuestra tajante separación entre
pulsiones yoicas y pulsiones sexuales, separación que a nos-
otros nos parece bien pero no es evidente de suyo. En nues-
tros juicios sobre los dos desarrollos, el del yo y el de la
libido, tenemos que dar la precedencia a un punto de vista
que hasta ahora no se ha apreciado muy a menudo. Helo
aquí: ambos son en el fondo heredados, unas repeticiones
abreviadas de la evolución que la humanidad toda ha reco-
rrido desde sus épocas originarias y por lapsos prolongadí-
simos. En el desarrollo libidinal, creo yo, se ve sin más este
origen filogenético. Consideren ustedes que en una clase de
animales el aparato genital se relaciona de la manera más
íntima con la boca, en otra es inseparable del aparato excre-
torio, y en otra, todavía, se asocia con los órganos del movi-
miento, cosas todas que ustedes hallan descritas de manera
atractiva en el valioso libro de W. Bolsche [1911-13]. En
los animales vemos, por así decir, todas las variedades de
perversión cristalizadas en su organización sexual. Ahora
bien, en el hombre el punto de vista filogenético está velado

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elusivamente a la formación de síntoma en el caso de la
neurosis histérica.

Ahora bien, ¿dónde halla la libido las fijaciones que le


hacen falta para quebrantar las represiones? En las prácticas
y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales
abandonados y en los objetos resignados de la niñez. Hacia
ellos, por tanto, revierte la libido. La importancia de este
período infantil es doble: por un lado, en él se manifestaron
por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño
traía consigo en su disposición innata; y en segundo lugar,
en virtud de influencias externas, de vivencias accidentales,
se le despertaron y activaron por vez primera otras pulsiones.
No cabe duda, creo, de que tenemos derecho a establecer esta
bipartición. La exteriorización de las disposiciones innatas no
ofrece asidero a ningún reparo crítico. Ahora bien, la ex-
periencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas
vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces
de dejar como secuela fijaciones de la libido. No veo ninguna
dificultad teórica en esto. Las disposiciones constitucionales
son, con seguridad, la secuela que dejaron las vivencias de
nuestros antepasados; también ellas se adquirieron una vez:
sin tal adquisición no habría herencia alguna. ¿Y puede con-
cebirse que ese proceso de adquisición que pasa a la heren-
cia haya terminado justamente en la generación que nosotros
consideramos? Suele restarse toda importancia a las viven-
cias infantiles por comparación a las de los antepasados y
a las de la vida adulta; esto no es lícito; al contrario, es pre-
ciso valorarlas particularmente. El hecho de que sobreven-
gan en períodos en que el desarrollo no se ha completado
confiere a sus consecuencias una gravedad tanto mayor y las
habilita para tener efectos traumáticos. Los trabajos de
Roux^ y otros sobre la mecánica evolutiva nos han mos-
trado que el pinchazo de una aguja en un germen en pro-
ceso de bipartición celular tiene como consecuencia una gra-
ve perturbación del desarrollo. Ese mismo ataque infligido
a la larva o al animal ya crecido se soportaría sin que sobre-
viniera daño.
La fijación libidinal del adulto, que hemos introducido
en la ecuación etiológica de las neurosis como representante
del factor constitucional [pág. 315], se nos descompone aho-
ra, por tanto, en otros dos factores: la disposición heredada y
la predisposición adquirida en la primera infancia. Sabemos
f [Wilhelm Roux (1850-1924), uno de los fundadores de la em-
briología experimental.]

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