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17 - 20º, 21º, 22º, 23º Conferencias
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Si el lactante pudiera hablar, sin duda reconocería que el
acto de mamar del pecho materno es de lejos el más impor-
tante en su vida. Y no andaría errado, pues con él satisface
al mismo tiempo las dos grandes necesidades vitales. Y des-
pués nos enteramos por el psicoanálisis, no sin sorpresa, de
la enorme importancia psíquica que este acto conserva du-
rante toda la existencia. El mamar del pedho materno pasa
a ser el punto de partida de toda la vida sexual, el modelo
inalcanzado de toda satisfacción sexual posterior, al cual la
fantasía suele revertir en momentos de apremio. Incluye el
pecho materno como primer objeto de la pulsión sexual;
no puedo darles una idea de la importancia de este primer
objeto para todo hallazgo posterior de objeto, ni de los pro-
fundos efectos que, en sus mudanzas y sustituciones, sigue
ejerciendo sobre los más distantes ámbitos de nuestra vida
anímica. Pero diré que primero es resignado por el lactante
en la actividad del chupeteo, y sustituido por una parte del
cuerpo propio. El niño se chupa el pulgar, chupa su propia
lengua. Por esa vía se independiza del mundo exterior en
cuanto a la ganancia de placer, y además le suma la excita-
ción de una segunda zona del cuerpo. No todas las zonas
erógenas son igualmente generosas; por eso es una vivencia
importante para el niño, según nos informa Lindner, descu-
brir en las exploraciones de su cuerpo propio sus zonas ge-
nitales particularmente excitables, con lo cual halla el ca-
mino que va del chupeteo al onanismo.
Tras la consideración del chupeteo tomamos conocimien-
to ya de dos caracteres decisivos de la sexualidad infantil.
Esta aparece apuntalándose en la satisfacción de las grandes
necesidades orgánicas y se comporta de manera autoerótica,
es decir, busca y encuentra sus objetos en el cuerpo propio.
Lo que se ha mostrado de la manera más nítida a raíz de la
recepción de alimento, se repite en parte respecto de las
excreciones. Inferimos que el lactante tiene sensaciones pla-
centeras cuando vacía su vejiga y sus intestinos, y después
organiza estas acciones de tal manera que le procuren la má-
xima ganancia de placer posible mediante las correspondien-
tes excitaciones de las zonas erógenas de la mucosa. En este
punto, como lo señaló la sutil Lou Andreas-Salomé [1916],
el mundo exterior se le enfrenta por primera vez como un
poder inhibidor, hostil a sus aspiraciones de placer, y así
vislumbra las luchas externas e internas que librará después.
No debe expeler sus excrementos cuando a él le da la gana,
sino cuando otras personas lo determinan. Para moverlo a
renunciar a estas fuentes de placer, se le declara qué todo lo
que atañe a estas funciones es indecente y está destinado a
mantenerse en secreto. En este momento, por primera vez,
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huellas que esta fase oral primitiva deja en la vida sexual
posterior.
Puedo suponer, señores, que estas últimas comunicaciones
mías sobre las organizaciones sexuales les han traído más
confusión que esclarecimiento. Quizás otra vez he entrado
demasiado en los detalles. Pero tengan paciencia; lo que han
oído les resultará valioso cuando más tarde lo apliquemos.
Por ahora retengan esta impresión: que la vida sexual —^lo
que llamamos la función hbidinal— no emerge como algo
acabado, tampoco crece semejante a sí misma, sino que re-
corre una serie de fases sucesivas que no presentan el mismo
aspecto; es, por tanto, un desarrollo retomado varias veces,
como el que va de la crisálida a la mariposa. El punto de
viraje de ese desarrollo es la subordinación de todas las pul-
siones parciales bajo el primado de los genitales y, con este,
el sometimiento de la sexualidad a la función de la repro-
ducción. Antes de ello, hay por así decir una vida sexual des-
compaginada, una práctica autónoma de las diversas pulsio-
nes parciales que aspiran a un placer de órgano. Esta anar-
quía se atempera por unos esbozos de organizaciones «pre-
genitales», primero la fase sádico-anal y, más atrás, la oral,
quizá la más primitiva. A esto se suman los diversos proce-
sos, no conocidos con precisión todavía, que conducen desde
una etapa de organización a la que le sigue inmediatamente,
de nivel más alto. En otra oportunidad * averiguaremos la
importancia que para la intelección de las neurosis tiene el
hecho de que la libido recorra un camino de desarrollo tan
largo y accidentado.
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tamente al mamar; el objeto se abandona y se sustituye por
un lugar del cuerpo propio. La pulsión oral se vuelve auto-
erótica, como desde el comienzo lo son las pulsiones anales
y las otras pulsiones erógenas. El resto del desarrollo tiene,
expuesto de la manera más sucinta, dos metas: en primer
lugar, abandonar el áutoerotismo, permutar de nuevo el ob-
jeto situado en el cuerpo propio por un objeto ajeno; en
segundo lugar, unificar los diferentes objetos de las pulsio-
nes singulares, sustituirlos por un objeto único. Esto sólo
puede lograrse, desde luego, cuando dicho objeto único esi
a su vez un cuerpo total, parecido al propio. Tampoco pue-
de consumarse sin que cierto número de las mociones pul-
sionales autoeróticas se releguen por inutilizables.
Los procesos del hallazgo de objeto son bastante enreda-
dos, y todavía no han sido expuestos de manera panorámica.
Destaquemos, para nuestros propósitos, lo siguiente: cuando
en la infancia, antes de que advenga el período de latencia,
el proceso ha alcanzado un cierto cierre, el objeto hallado
resulta ser casi idéntico al primer objeto de la pulsión pla-
centera oral, ganado por apuntalamiento [en la pulsión de
nutrición].^ Es, si no el pecho materno, al menos la m?dre.
Llamamos a la madre el primer objeto de amor. De amor
hablamos, en efecto, cuando traemos al primer plano el as-
pecto anímico de las aspiraciones sexuales y empujamos al
segundo plano, o queremos olvidar por un momento, los re-
querimientos pulsionales de carácter corporal o «sensual»
que están en la base. Para la época en que la madre deviene
objeto de amor ya ha empezado en el niño el trabajo psí-
quico de la represión, que sustrae de su saber el conoci-
miento de una parte de sus metas sexuales. Ahora bien, a
esta elección de la madre como objeto de amor se anuda todo
lo que en el esclarecimiento psicoanalítico de las neurosis ha
adquirido importancia tan grande bajo el nombre del «com-
plejo de Edipo» y que ha tenido no poca participación en la
resistencia contra el psicoanálisis.*
Escuchen una pequeña historia que ocurrió en el curso de
esta guerra: Uno de los más empeñosos discípulos del psi-
coanálisis se encuentra en calidad de médico en el frente
alemán, en algún lugar de Polonia, y despierta la atención
de sus colegas por haber obtenido un éxito inesperado con
' [Esto es desarrollado en la 26' conferencia, pág. 388.]
* [C£. 15,_ pág. 189. La primera mención del complejo de Edipo
en una publicación de Freud fue la que figura en La interpretación
de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 269-74, aunque ya lo había ex-
puesto antes en una carto a Fliess del 15 de octubre de 1897 (1950a,
Carta 71). En realidad, la expresión «complejo de Edipo» fue intro-
ducida mucho después, en «Sobre un tipo particular de elección
de objeto en el hombre» (1910*), AE, 11, pág. 164.]
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viosas posteriores de la médula espinal de un pequeño pez,
de conformación muy arcaica todavía.^ Hallé que las fibras
nerviosas de estas raíces tenían su origen en grandes células
situadas en el a^ta posterior de la sustancia gris, lo que no
sucede en otros vertebrados. Pero enseguida descubrí que
tales células nerviosas estaban presentes, fuera de la sustan-
cia gris, en todo el trayecto que va hasta el llamado ganglio
espinal de la raíz posterior; y de ahí deduje que las células
de estas masas de ganglios habían migrado desde la médula
espinal hasta las raíces de los nervios. Esto es lo que enseña
también la historia evolutiva; pero en este pequeño pez toda
la vía de la migración se manifestaba por unas células re-
trasadas.^
Si estudian más a fondo estas comparaciones, no les resul-
tará difícil pesquisar sus puntos débiles. Por eso iremos a
una formulación directa: Juzgamos posible, respecto de cada
aspiración sexual separada, que partes de ella queden retra-
sadas en estadios anteriores del desarrollo, por más que otras
puedan haber alcanzado la meta última. Advierten ustedes
que nos representamos a cada una de estas aspiraciones como
una corriente continuada desde el comienzo de la vida, que
descomponemos, en cierta medida artificialmente, en oleadas
separadas y sucesivas. Es justa la impresión de ustedes en
cuanto a que estas representaciones han menester de ulterior
aclaración. Pero ese intento nos llevaría demasiado lejos. Per-
mítanme añadir todavía que una demora así de una aspira-
ción parcial en una etapa anterior debe llamarse fijación (a
saber, de la pulsión).
El segundo peligro de un desarrollo como este, que pro-
cede por etapas, reside en que fácilmente las partes que ya
han avanzado pueden revertir, en un movimiento de retro-
ceso, hasta una de esas etapas anteriores; a esto lo llamamos
regresión. La aspiración se verá impelida a una regresión de
esta índole cuando el ejercicio de su función, y por tanto el
logro de su meta de satisfacción, tropiece con fuertes obs-
táculos externos en la forma más tardía o de nivel evolutivo
superior. Aquí se nos presenta la conjetura de que fijación y
regresión no son independientes entre sí. Mientras más fuer-
tes sean las fijaciones en la vía evolutiva, tanto más la fun-
ción esquivará las dificultades externas mediante una re-
gresión hasta aquellas fijaciones, y la función desarrollada
mostrará una resistencia tanto menor frente a los obstáculos
externos que se oponen a su decurso. Consideren esto: si un
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ees a un nuevo esfuerzo a masturbarse, que reaparecerá in-
coercible y del cual no osará quejarse. En los años en que
como mujer está destinada a gustarle a un hombre, estallará
en ella la neurosis, que le tronchará el matrimonio y sus es-
peranzas en la vida. Si por medio del análisis se logra pe-
netrar en esta neurosis, se demostrará que esta muchacha
bien educada, inteligente y de elevadas aspiraciones ha repri-
mido por completo sus mociones sexuales, pero estas, incon-
cientes para ella, permanecen adheridas a las mezquinas vi-
vencias que tuvo con su amiguita de juegos.
La diferencia entre los dos destinos, a pesar de ser igual la
vivencia, se debe a que el yo de una ha experimentado un
desarrollo no iniciado en el de la otra. A la hija del portero,
la práctica sexual le parecerá más tarde tan natural y tan sin
reparos como en la infancia. La hija del propietario ha expe-
rimentado la influencia de la educación y aceptado sus exi-
gencias. A partir de las incitaciones que se le presentaron,
su yo ha formado ideales de pureza y de austeridad feme-
ninas con los cuales la práctica sexual no es conciliable; su
formación intelectual ha rebajado su interés por el papel
femenino a que está destinada. En virtud de este desarrollo
de su yo, más elevado en lo moral y lo intelectual, ha caído
en conflicto con los requerimientos de su sexualidad.
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elusivamente a la formación de síntoma en el caso de la
neurosis histérica.
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